Esta es la segunda parte de un relato que parece que viene para largo.
La primera parte es esta
http://www.poringa.net/posts/relatos/3472196/Relato-sobre-Lorena-para-la-mujer-de-maxinase.html
Todo influenciado por la imagen de la bella mujer de @maxinase.
Espero que les guste.
Mi nombre es Lorena, tengo 44 años, una hija, casada hace quince años con Maxi.
Mi esposo es un pajero.
Tiene cosas buenas y malas. Una de las buenas es que siempre está alzado, lo que me permite coger cuando se me ocurre, lo hace bien y disfruta mucho del sexo. La mala es que aunque no tenga ganas, a veces se pone un poco pesado. Quizás no entiende que también tengo mis tiempos.
Tiene un divertimento. Lo veo sacándome fotos escondido cuando ando en bolas. Es una especie de hobby suyo espiarme. Lo dejo, me parece que le gusta y se debe pajear lindo con ellas. Es raro, pero de alguna manera me calienta a mi también ese jueguito.
En general cogemos bien, pero tiene una especialidad. A mi me gusta como me hace el orto. Suave, con paciencia, espera que se abra para darme el placer en el momento justo. En eso es bueno. Lo descubrí apenas nos casamos. De novios siempre me insistía que quería por el culo y yo me negaba especialmente por miedo a cagarme encima. Finalmente casados acepté y a partir de allí siempre me hace ver las estrellas. Cuando son esos días (que no son todos) en que tengo ganas de que me haga la cola, simplemente se lo pido y su verga se abre paso suavemente por el conducto del ano y tengo esos orgasmos fuertes e intensos que vienen del culo, tan diferentes a los vaginales.
Lo quiero y estamos bien juntos. Tuvimos momentos sexuales buenos, muy buenos y muy malos, como todas las parejas.
Veníamos de uno bastante malo después de la maternidad. Entre el esfuerzo de parir pasados los cuarenta, las necesidades ininterrumpidas de un bebé y el huracán que sentí que pasó por mi cuerpo después del embarazo, la verdad es que no sentía ningún tipo de ganas de desarrollar mi sexualidad.
Me sentía extraña dentro de mi cuerpo. No me reconocía y no me gustaba lo que veía. Amamantar también sumó otro dato desalentador. No soportaba que Maxi me toque las tetas. Era una bola de incertidumbre, imposible de hacerme gozar por esos meses.
Maxi estaba un poco ausente. Creo probable que haya tirado alguna canita al aire en ese tiempo. No lo juzgo, él con la calentura al palo y yo sin ganas, la verdad es que lo comprendí.
Hacerlo cornudo me activó nuevamente.
Trabajo desde casa con la computadora. La maternidad y ese tipo de trabajo me tuvieron encerrada una larga temporada. Mis mayores salidas eran a hacer trámites o visitar algún médico. De una visita al médico nació la historia que vengo a contarles.
Salía de una visita al ginecólogo y lo ví.
Parado al final del pasillo lo reconocí al instante. Altísimo, Ancho. Mucho más canoso y algo avejentado. Con unos lentes para ver que lo hacían más adulto. Esas manos inmensas que recordaba sobre mi cuerpo como si fuese ayer. Su espalda interminable que me gustaba acariciar cuando lo tenía encima cogiéndome y bufando como un toro salvaje. Su rostro tranquilo que escondía esa intensidad en la cama.
Si con Maxi encontré un buen compañero y un correcto amante, Eduardo era todo lo contrario. Con él y su enorme verga he gozado los mejores polvos de mi vida, pero no era posible la convivencia. No estábamos hechos para compartir la vida.
Me vió venír y una sonrisa anchísima le llenó el rostro. Caminando hacia él por el pasillo, me sentía mirada de arriba a abajo por sus ojos negros. Me hizo sentir que le gustaba. Y a mi que se me iba activando la calentura que estaba escondida durante tanto tiempo. Mientras me acercaba moviendo las caderas un poco exagerada iba sintiéndome mujer nuevamente.
Hacía calor. Me había puesto una solera corta y bastante suelta. Vi como me miraba las piernas largas. Mis tetas libres debajo de la tela, ya que no había tenido ganas de ponerme corpiño. Mi pelo negro cayendo por los hombros. Supongo que mi sonrisa era tan amplia como la de él.
Charlamos tranquilos. Ví que no guardaba resentimientos de la separación de hacía años. Me contó algo de su vida complicándosele sacar la mirada de mi escote. Me gustó eso. Me invitó un café.
Intercambiamos celulares. Quedamos para el miercoles siguiente en una confitería conocida por ambos.
Le mentí a Maxi sobre donde iba. No había terminado bien la relación entre ellos y aparte no quería interferencias en esa cita que estaba viviendo con bastante morbo. Algo agradable me surgía de mentirle en ésto. Como una travesura de adolescentes. Como una calentura que me subía de la entrepierna pensando en meterle los cuernos.
Ese miércoles dejé todo preparado desde temprano. La nena a resguardo, el trabajo cumplido. Maxi en sus cosas, sabía que llegaría tarde. Le había dicho que me encontraba con unas amigas y quizás fuesemos a cenar si había ganas...
Estuve un rato largo eligiendo el atuendo. Era de tarde y con calor. No podía exagerar, pero quería estar linda. Lo más problemático fue la ropa interior. Todas vedetinas de algodón gastadas y corpiños andrajosos. Al final me acordé de un conjuntito de encaje que había usado para un aniversario de casada (otra vez el morbo de los cuernos). Lo encontré olvidado en el fondo de un cajón. Me lo puse y me ví al espejo. Vi una mujer madura y un poco cansada. Vi una mujer todavía bella y con ganas de seguir siéndolo. Me gusté y me toqué un poquito las tetas. Una electricidad me cruzó el cuerpo pensando en las manos de Eduardo. Repetí con un vestido corto y suelto, esta vez color negro. Me parecía que era lo mejor para la ocasión y resaltaba mis piernas largas. Sandalias altas y algo de maquillaje sutil fue el resto.
Lista para lo que pudiese suceder (que ojalá fuese disfrutar de la verga de Eduardo) salí a la calle llena de energía.
Cuando llegué al bar él ya había elegido una mesa bastante escondida de las miradas de los transeúntes. Seguro él también se sentía de trampa. Lo vi prolijo, afeitado, esmerado. Con una remera de rock de una banda que nos gustaba cuando eramos novios. Se levantó y me dió un beso sonoro reteniéndome unos segundos entre sus brazos interminables. Soy alta, pero mi rostro siempre quedaba a la altura de su pecho. Entreví su bello entrecano en se asomaba por sobre el escote. Se había puesto un perfume un poco fuerte.
Lo que siguió fueron dos horas hermosas de calentura contenida, seducción cada vez más desafachatada, dobles intenciones y ganas de cogernos que salian a borbotones de las palabras mundanas que decíamos sin pensar en otra cosa que nuestros cuerpos.
Me dijo que le gustaba. Yo le rocé su mano derecha con una sonrisa cómplice. Le dije que podríamos buscar un escondite para recordarnos. Me contestó que había un telo correcto a dos cuadras y que me iba a coger como mi belleza merecía. Sentí la humedad inundar mi entrepierna. Le dije que salgamos separados de la confitería por si acaso y nos encontremos en la puerta del telo.
Salí a la calle primero. Era de día todavía. El trajín diario de la ciudad seguía como si nada de lo que me sucedía en el cuerpo estuviese sucediendo. Casi corrí hasta la puerta del telo. El llegó dos minutos despues y entramos sin tocarnos.
Adentro fue una furia de sexo. Se la chupé con ganas de llenarme de su verga. Amasé sus huevos enormes y llenos de leche mientras la lamía entera. Sus manos me tomaron y llenaron de caricias calientes. Senti su pedazo dentro mío como una bendición del sexo. Me hizo acabar en apenas dos minutos de bombeo. Siguió y acabé otra vez casi a los gritos. En cuatro la sentí más grande todavía. Me bombeaba y me agarraba las tetas mientras tanto. Grite, gemí, le pedí más con calentura. El bufaba como toro como cuando eramos novios. Me dijo que no aguantaba más. Se sacó el forro y me llenó de guasca el culo y la espalda. Me calentó sentir sus jugos cayendome encima. Le pedí que me la chupara. Estaba caliente como hacía años no me sentía. Su lengua ansiosa me hizo volar nuevamente un rato hasta que su poronga volvió a estar dura para recibirla. Abrí las piernas y se me tiró encima. Me empaló hasta el fondo mismo de mis entrañas y me cogió con una fuerza que me hacía volar. Lo sentí acabar dentro mío cayendo exhausto con todo su peso sobre mi cuerpo. Finalmente me pajeó con tres dedos en la cajeta y acabé por última vez con los ojos cerrados y la concha empapada de mis flujos.
Me higienicé lo mejor que pude. Sentí que quizás Maxi se diese cuenta y la verdad no me importaba. Nos despedimos en la puerta. En el taxi recibí un mensaje suyo. "El mejor polvo". Le contesté que repetiríamos cuando quiera. No podía dejar de sonreir como una loca en el asiento trasero de ese taxi.
Cuando llegué estaban dormidos. Sin hacer ruido me metí en el baño y me duché un rato largo. El agua fresca me revitalizó. Sentí mi piel satisfecha. Me gustó lo que había pasado y ni pizca de remordimiento pasaba por mi pensamiento.
Me acosté y Maxi se despertó. tenía la pija dura, quería coger. Extenuada por el polvazo que había vivido hacía unos minutos, igual lo acepté. Me calentó que me cogiera sin saber que hacía poco había estado con otro. Su inocencia me hacía hervir la sangre. Me sentí puta, caliente, sucia y eso me gustaba. Los músculos estaban cansados, pero la cabeza me seguía funcionando a mil. Me calenté. Sentía la concha un poco adolorida, pero con ganas de sentir un poco más. Me dejé llevar boca arriba por otro cuerpo. Menos musculoso, más suave. Su verga más pequeña me hacía sentir de otra forma. Acaricié su espalda despacio, haciéndolo calentar y aumentar el ritmo. Mis piernas rodearon las suyas, le acariciaba las pantorrillas con mis pies. Su lengua recorría mi cuello cansado. Entré en ritmo con el y disfruté al máximo que podía con las fuerzas que me quedaban de la verga conocida de mi esposo recientemente cornudo. Acabamos juntos como siempre. Me encantó. Creo que él necesitaba un poco más de acción, pero no me daban las energías. Nos dormimos abrazados. También disfruté eso mientras pensaba en como sería coger con los dos a la vez.
Y entonces se abrió la caja de pandora de mis deseos.
Una idea loca rondaba mi cabeza e incendiaba mi cerebro.
Vi a Ernesto unas cuantas veces en el mismo telo. Cada vez más intensos polvos. Cada vez más caliente mi cabeza en relación a los cuernos de Maxi. Se me dió por ver porno. Amateur, personas normales teniendo sexo común. Abría una ventana mientras trabajaba y me pajeaba un rato para después seguir como si nada.
Una noche Maxi me invitó a salir y cogimos muy bien. Me animé a dejarme llevar por el porno y el morbo. Fueron semanas de gran sexo. Nos cogimos como recien conocidos. En cada rincón que encontramos. De a poco le fui metiendo una idea en la cabeza. Casi sin que se dé cuenta, dándole pequeñoss detalles de qué aferrarse. Una cosa llevó a la otra y unos días después me confesó que me quería coger con otro. Esa era la idea que quería que tomara como propia!
Agradecí al cielo porque el cornudo quería seguir siéndolo y para colmo con ganas!
Confesé mi relación con Ernesto y le propuse que nos viese coger una tarde de miercoles.
Increíblemente aceptó.
De todas maneras, lo que Maxi no sabía era que yo tenía otros planes para él...
CONTINUARA.
La primera parte es esta
http://www.poringa.net/posts/relatos/3472196/Relato-sobre-Lorena-para-la-mujer-de-maxinase.html
Todo influenciado por la imagen de la bella mujer de @maxinase.
Espero que les guste.
Mi nombre es Lorena, tengo 44 años, una hija, casada hace quince años con Maxi.
Mi esposo es un pajero.
Tiene cosas buenas y malas. Una de las buenas es que siempre está alzado, lo que me permite coger cuando se me ocurre, lo hace bien y disfruta mucho del sexo. La mala es que aunque no tenga ganas, a veces se pone un poco pesado. Quizás no entiende que también tengo mis tiempos.
Tiene un divertimento. Lo veo sacándome fotos escondido cuando ando en bolas. Es una especie de hobby suyo espiarme. Lo dejo, me parece que le gusta y se debe pajear lindo con ellas. Es raro, pero de alguna manera me calienta a mi también ese jueguito.
En general cogemos bien, pero tiene una especialidad. A mi me gusta como me hace el orto. Suave, con paciencia, espera que se abra para darme el placer en el momento justo. En eso es bueno. Lo descubrí apenas nos casamos. De novios siempre me insistía que quería por el culo y yo me negaba especialmente por miedo a cagarme encima. Finalmente casados acepté y a partir de allí siempre me hace ver las estrellas. Cuando son esos días (que no son todos) en que tengo ganas de que me haga la cola, simplemente se lo pido y su verga se abre paso suavemente por el conducto del ano y tengo esos orgasmos fuertes e intensos que vienen del culo, tan diferentes a los vaginales.
Lo quiero y estamos bien juntos. Tuvimos momentos sexuales buenos, muy buenos y muy malos, como todas las parejas.
Veníamos de uno bastante malo después de la maternidad. Entre el esfuerzo de parir pasados los cuarenta, las necesidades ininterrumpidas de un bebé y el huracán que sentí que pasó por mi cuerpo después del embarazo, la verdad es que no sentía ningún tipo de ganas de desarrollar mi sexualidad.
Me sentía extraña dentro de mi cuerpo. No me reconocía y no me gustaba lo que veía. Amamantar también sumó otro dato desalentador. No soportaba que Maxi me toque las tetas. Era una bola de incertidumbre, imposible de hacerme gozar por esos meses.
Maxi estaba un poco ausente. Creo probable que haya tirado alguna canita al aire en ese tiempo. No lo juzgo, él con la calentura al palo y yo sin ganas, la verdad es que lo comprendí.
Hacerlo cornudo me activó nuevamente.
Trabajo desde casa con la computadora. La maternidad y ese tipo de trabajo me tuvieron encerrada una larga temporada. Mis mayores salidas eran a hacer trámites o visitar algún médico. De una visita al médico nació la historia que vengo a contarles.
Salía de una visita al ginecólogo y lo ví.
Parado al final del pasillo lo reconocí al instante. Altísimo, Ancho. Mucho más canoso y algo avejentado. Con unos lentes para ver que lo hacían más adulto. Esas manos inmensas que recordaba sobre mi cuerpo como si fuese ayer. Su espalda interminable que me gustaba acariciar cuando lo tenía encima cogiéndome y bufando como un toro salvaje. Su rostro tranquilo que escondía esa intensidad en la cama.
Si con Maxi encontré un buen compañero y un correcto amante, Eduardo era todo lo contrario. Con él y su enorme verga he gozado los mejores polvos de mi vida, pero no era posible la convivencia. No estábamos hechos para compartir la vida.
Me vió venír y una sonrisa anchísima le llenó el rostro. Caminando hacia él por el pasillo, me sentía mirada de arriba a abajo por sus ojos negros. Me hizo sentir que le gustaba. Y a mi que se me iba activando la calentura que estaba escondida durante tanto tiempo. Mientras me acercaba moviendo las caderas un poco exagerada iba sintiéndome mujer nuevamente.
Hacía calor. Me había puesto una solera corta y bastante suelta. Vi como me miraba las piernas largas. Mis tetas libres debajo de la tela, ya que no había tenido ganas de ponerme corpiño. Mi pelo negro cayendo por los hombros. Supongo que mi sonrisa era tan amplia como la de él.
Charlamos tranquilos. Ví que no guardaba resentimientos de la separación de hacía años. Me contó algo de su vida complicándosele sacar la mirada de mi escote. Me gustó eso. Me invitó un café.
Intercambiamos celulares. Quedamos para el miercoles siguiente en una confitería conocida por ambos.
Le mentí a Maxi sobre donde iba. No había terminado bien la relación entre ellos y aparte no quería interferencias en esa cita que estaba viviendo con bastante morbo. Algo agradable me surgía de mentirle en ésto. Como una travesura de adolescentes. Como una calentura que me subía de la entrepierna pensando en meterle los cuernos.
Ese miércoles dejé todo preparado desde temprano. La nena a resguardo, el trabajo cumplido. Maxi en sus cosas, sabía que llegaría tarde. Le había dicho que me encontraba con unas amigas y quizás fuesemos a cenar si había ganas...
Estuve un rato largo eligiendo el atuendo. Era de tarde y con calor. No podía exagerar, pero quería estar linda. Lo más problemático fue la ropa interior. Todas vedetinas de algodón gastadas y corpiños andrajosos. Al final me acordé de un conjuntito de encaje que había usado para un aniversario de casada (otra vez el morbo de los cuernos). Lo encontré olvidado en el fondo de un cajón. Me lo puse y me ví al espejo. Vi una mujer madura y un poco cansada. Vi una mujer todavía bella y con ganas de seguir siéndolo. Me gusté y me toqué un poquito las tetas. Una electricidad me cruzó el cuerpo pensando en las manos de Eduardo. Repetí con un vestido corto y suelto, esta vez color negro. Me parecía que era lo mejor para la ocasión y resaltaba mis piernas largas. Sandalias altas y algo de maquillaje sutil fue el resto.
Lista para lo que pudiese suceder (que ojalá fuese disfrutar de la verga de Eduardo) salí a la calle llena de energía.
Cuando llegué al bar él ya había elegido una mesa bastante escondida de las miradas de los transeúntes. Seguro él también se sentía de trampa. Lo vi prolijo, afeitado, esmerado. Con una remera de rock de una banda que nos gustaba cuando eramos novios. Se levantó y me dió un beso sonoro reteniéndome unos segundos entre sus brazos interminables. Soy alta, pero mi rostro siempre quedaba a la altura de su pecho. Entreví su bello entrecano en se asomaba por sobre el escote. Se había puesto un perfume un poco fuerte.
Lo que siguió fueron dos horas hermosas de calentura contenida, seducción cada vez más desafachatada, dobles intenciones y ganas de cogernos que salian a borbotones de las palabras mundanas que decíamos sin pensar en otra cosa que nuestros cuerpos.
Me dijo que le gustaba. Yo le rocé su mano derecha con una sonrisa cómplice. Le dije que podríamos buscar un escondite para recordarnos. Me contestó que había un telo correcto a dos cuadras y que me iba a coger como mi belleza merecía. Sentí la humedad inundar mi entrepierna. Le dije que salgamos separados de la confitería por si acaso y nos encontremos en la puerta del telo.
Salí a la calle primero. Era de día todavía. El trajín diario de la ciudad seguía como si nada de lo que me sucedía en el cuerpo estuviese sucediendo. Casi corrí hasta la puerta del telo. El llegó dos minutos despues y entramos sin tocarnos.
Adentro fue una furia de sexo. Se la chupé con ganas de llenarme de su verga. Amasé sus huevos enormes y llenos de leche mientras la lamía entera. Sus manos me tomaron y llenaron de caricias calientes. Senti su pedazo dentro mío como una bendición del sexo. Me hizo acabar en apenas dos minutos de bombeo. Siguió y acabé otra vez casi a los gritos. En cuatro la sentí más grande todavía. Me bombeaba y me agarraba las tetas mientras tanto. Grite, gemí, le pedí más con calentura. El bufaba como toro como cuando eramos novios. Me dijo que no aguantaba más. Se sacó el forro y me llenó de guasca el culo y la espalda. Me calentó sentir sus jugos cayendome encima. Le pedí que me la chupara. Estaba caliente como hacía años no me sentía. Su lengua ansiosa me hizo volar nuevamente un rato hasta que su poronga volvió a estar dura para recibirla. Abrí las piernas y se me tiró encima. Me empaló hasta el fondo mismo de mis entrañas y me cogió con una fuerza que me hacía volar. Lo sentí acabar dentro mío cayendo exhausto con todo su peso sobre mi cuerpo. Finalmente me pajeó con tres dedos en la cajeta y acabé por última vez con los ojos cerrados y la concha empapada de mis flujos.
Me higienicé lo mejor que pude. Sentí que quizás Maxi se diese cuenta y la verdad no me importaba. Nos despedimos en la puerta. En el taxi recibí un mensaje suyo. "El mejor polvo". Le contesté que repetiríamos cuando quiera. No podía dejar de sonreir como una loca en el asiento trasero de ese taxi.
Cuando llegué estaban dormidos. Sin hacer ruido me metí en el baño y me duché un rato largo. El agua fresca me revitalizó. Sentí mi piel satisfecha. Me gustó lo que había pasado y ni pizca de remordimiento pasaba por mi pensamiento.
Me acosté y Maxi se despertó. tenía la pija dura, quería coger. Extenuada por el polvazo que había vivido hacía unos minutos, igual lo acepté. Me calentó que me cogiera sin saber que hacía poco había estado con otro. Su inocencia me hacía hervir la sangre. Me sentí puta, caliente, sucia y eso me gustaba. Los músculos estaban cansados, pero la cabeza me seguía funcionando a mil. Me calenté. Sentía la concha un poco adolorida, pero con ganas de sentir un poco más. Me dejé llevar boca arriba por otro cuerpo. Menos musculoso, más suave. Su verga más pequeña me hacía sentir de otra forma. Acaricié su espalda despacio, haciéndolo calentar y aumentar el ritmo. Mis piernas rodearon las suyas, le acariciaba las pantorrillas con mis pies. Su lengua recorría mi cuello cansado. Entré en ritmo con el y disfruté al máximo que podía con las fuerzas que me quedaban de la verga conocida de mi esposo recientemente cornudo. Acabamos juntos como siempre. Me encantó. Creo que él necesitaba un poco más de acción, pero no me daban las energías. Nos dormimos abrazados. También disfruté eso mientras pensaba en como sería coger con los dos a la vez.
Y entonces se abrió la caja de pandora de mis deseos.
Una idea loca rondaba mi cabeza e incendiaba mi cerebro.
Vi a Ernesto unas cuantas veces en el mismo telo. Cada vez más intensos polvos. Cada vez más caliente mi cabeza en relación a los cuernos de Maxi. Se me dió por ver porno. Amateur, personas normales teniendo sexo común. Abría una ventana mientras trabajaba y me pajeaba un rato para después seguir como si nada.
Una noche Maxi me invitó a salir y cogimos muy bien. Me animé a dejarme llevar por el porno y el morbo. Fueron semanas de gran sexo. Nos cogimos como recien conocidos. En cada rincón que encontramos. De a poco le fui metiendo una idea en la cabeza. Casi sin que se dé cuenta, dándole pequeñoss detalles de qué aferrarse. Una cosa llevó a la otra y unos días después me confesó que me quería coger con otro. Esa era la idea que quería que tomara como propia!
Agradecí al cielo porque el cornudo quería seguir siéndolo y para colmo con ganas!
Confesé mi relación con Ernesto y le propuse que nos viese coger una tarde de miercoles.
Increíblemente aceptó.
De todas maneras, lo que Maxi no sabía era que yo tenía otros planes para él...
CONTINUARA.
7 comentarios - Relato de Lorena (segunda parte para @maxinase)
muchas gracias !! ! ! !