-Me calienta todo- dijo en el segundo mensaje que me llegó. "Todo es demasiado" pensé en una exageración de raciocinio inútil. Todo es demasiado y para colmo al tercer mensaje me dice que lo que le gusta es "complacer". Que encuentra el goce en complacer al otro...
Sentí que el mundo se abría ante mi y no me alcanzaban los brazos para abarcarlo.
Convendrá conmigo el amigue lector que es mucho más fácil que te digan que "me gusta chuparla" o "me puse el portaligas, dame por atrás...", a que te inviten a jugar con la fantasía. A que se te ocurra algo.
Cuestión que me largué a fantasear. Me la imaginaba una especie de geisha putisima. Una dulce máquina del placer que hacía de su cuerpo un receptáculo de todas las fantasías del hombre que estuviese con ella, abriendo su piel y sus orificios a todos los flujos y perversiones que pudiesen salir de mi cerebro afiebrado. Sacudiendo su pelo lleno de semen, su rostro lleno de sudor, sus ojos llenos de lágrimas con el rimel corrido, su concha llena de flujos, sus tetas llenas de leche, su orto lleno de mi verga, abierto delante de mis ojos como cráter impuro, camino diabólico que llevaba directo al infierno de mis pasiones.
Y de repente estallaba en chorros de semen sobre mi propia humanidad como si fuese el de ella.
De alguna manera era el de ella.
Pero no conocía su cuerpo. Su forma de provocar me volvía loco. Me hacía verla en cada escote que me cruzaba por la calle. En cada escena afiebrada de televisión barata. En cada vez que cogía a mi mujer desde ese primer mensaje que me llegó, perdido en los laberintos del internet.
Nunca me animé a contarle que mi mayor excitación provenía de esos afiebrados chats nocturnos. Que mi nueva personalidad caliente era fruto de esa relación clandestina, virtual.
Y de repente le empecé a pedir ciertas cosas a mi mujer de las que me imaginaba con ella. Y Sofía (que así se llama la que está casada conmigo), recibía mis sugerencias y nuevas perversiones con sorprendente receptividad.
Así su lengua fue despacio recorriendo mi glande, pasando por los huevos y metiendose en mi orto cada vez más seguido. Así nos fuimos cogiendo cada vez más osados en baños públicos, parques y probadores de shopping centers.
Ella también andaba distinta en esas epocas. Parecía mas segura de su cuerpo. Como disfrutando de calentarme y calentarse.
Hasta que llegamos a una tarde de verano. Afuera era todo calor abrasador y humedad agobiante. Adentro de nuestro pequeño departamento el aire acondicionado nos daba una respiro para ponernos en bolas.
Desnudos, transpirados, agitados, recién acabados, nos empezamos a reir sin razón de nuestros cuerpos imperfectos. Ella con una sonrisa en la boca, me pidió que le hiciera el culo.
Lo hacíamos bastante seguido, pero ésta vez, ví un fulgor diferente en su mirada. Se puso en cuatro delante de mi cara, abiendose las nalgas con las manos, ofreciéndome sin concesiones su ojete.
Me pidió que se lo chupe primero. Hundí mi cara entre las nalgas y despacio fui pasando la lengua por las rugosidades amargas de su ano. Estaba húmedo de los flujos vaginales y la transpiración del polvo anterior. Yo degustaba ansioso su agujero mientras ella se acariciaba con la mano el clítoris que iba poniendose duro entre los labios vaginales.
Metí la lengua todo lo que pude y empecé a sentir como se iba abriendo el cráter en mi boca. La sentía gemir a lo lejos, con la cara contra las sábanas y la mano en la entrepierna. Chorreando calentura por la concha.
Me incorporé y la apoyé la cabeza de la verga en la entrada. Escupí dos veces sobre su ojete y esparcí la saliva. Me sentí sucio y caliente. Ella pareció disfrutar también de eso y me pidió que lo haga otra vez. Junté nuevamente saliva y la vertí profusa en su culo.
-Escupime la cara.- me pidió entre jadeos.
No entendí al principio. Después ella se dió vuelta y poniendose la verga en la boca, me lo volvió a pedir. Lo hice y empezó a chupar gimiendo y tocándose. Y yo que la salivaba viendo su cara cada vez más enchartrada y gozando. Le encantaba que la escupa mientras me lamía los huevos.
Después se tiró boca arriba y abrió las piernas.
- Ahora si, haceme el orto.- dijo sacando la saliva de su cara con la mano y pasándosela por el ojete.
La agarré de los tobillos, haciéndole levantar las piernas. Ella guió la poronga hasta la entrada. Después fue solo empujar y ya estaba dentro suyo y bombeándola fuerte. Veía sus tetas bambolearse, sus ojos cerrados, su mano en el clítoris.
Me vuelve loco sentir las paredes del culo apretándome la verga. Su voz pidiendome más entre gemidos, mi propia respiración agitada que se vuelve sonido gutural.
Saqué la verga en un momento, quería ver su orto dilatado. Un sonoro pedo salió de dentro suyo. Nos reímos y volvi a meterla. Era el momento de acabar.
Y acabamos practicamente juntos, Le llené el culo de leche, que después caía en un chorrito sobre las sábanas.
Le dije que me calentó mucho escupirla, que era raro que a ella también.
- Es que me calienta todo.- me contestó con una sonrisa pícara y dándome un beso en la mejilla.
Después no dijimos nada más, pero cada vez que me llegaba un nuevo mensaje desde lo profundo de la web, creía entender de donde venía.
Sentí que el mundo se abría ante mi y no me alcanzaban los brazos para abarcarlo.
Convendrá conmigo el amigue lector que es mucho más fácil que te digan que "me gusta chuparla" o "me puse el portaligas, dame por atrás...", a que te inviten a jugar con la fantasía. A que se te ocurra algo.
Cuestión que me largué a fantasear. Me la imaginaba una especie de geisha putisima. Una dulce máquina del placer que hacía de su cuerpo un receptáculo de todas las fantasías del hombre que estuviese con ella, abriendo su piel y sus orificios a todos los flujos y perversiones que pudiesen salir de mi cerebro afiebrado. Sacudiendo su pelo lleno de semen, su rostro lleno de sudor, sus ojos llenos de lágrimas con el rimel corrido, su concha llena de flujos, sus tetas llenas de leche, su orto lleno de mi verga, abierto delante de mis ojos como cráter impuro, camino diabólico que llevaba directo al infierno de mis pasiones.
Y de repente estallaba en chorros de semen sobre mi propia humanidad como si fuese el de ella.
De alguna manera era el de ella.
Pero no conocía su cuerpo. Su forma de provocar me volvía loco. Me hacía verla en cada escote que me cruzaba por la calle. En cada escena afiebrada de televisión barata. En cada vez que cogía a mi mujer desde ese primer mensaje que me llegó, perdido en los laberintos del internet.
Nunca me animé a contarle que mi mayor excitación provenía de esos afiebrados chats nocturnos. Que mi nueva personalidad caliente era fruto de esa relación clandestina, virtual.
Y de repente le empecé a pedir ciertas cosas a mi mujer de las que me imaginaba con ella. Y Sofía (que así se llama la que está casada conmigo), recibía mis sugerencias y nuevas perversiones con sorprendente receptividad.
Así su lengua fue despacio recorriendo mi glande, pasando por los huevos y metiendose en mi orto cada vez más seguido. Así nos fuimos cogiendo cada vez más osados en baños públicos, parques y probadores de shopping centers.
Ella también andaba distinta en esas epocas. Parecía mas segura de su cuerpo. Como disfrutando de calentarme y calentarse.
Hasta que llegamos a una tarde de verano. Afuera era todo calor abrasador y humedad agobiante. Adentro de nuestro pequeño departamento el aire acondicionado nos daba una respiro para ponernos en bolas.
Desnudos, transpirados, agitados, recién acabados, nos empezamos a reir sin razón de nuestros cuerpos imperfectos. Ella con una sonrisa en la boca, me pidió que le hiciera el culo.
Lo hacíamos bastante seguido, pero ésta vez, ví un fulgor diferente en su mirada. Se puso en cuatro delante de mi cara, abiendose las nalgas con las manos, ofreciéndome sin concesiones su ojete.
Me pidió que se lo chupe primero. Hundí mi cara entre las nalgas y despacio fui pasando la lengua por las rugosidades amargas de su ano. Estaba húmedo de los flujos vaginales y la transpiración del polvo anterior. Yo degustaba ansioso su agujero mientras ella se acariciaba con la mano el clítoris que iba poniendose duro entre los labios vaginales.
Metí la lengua todo lo que pude y empecé a sentir como se iba abriendo el cráter en mi boca. La sentía gemir a lo lejos, con la cara contra las sábanas y la mano en la entrepierna. Chorreando calentura por la concha.
Me incorporé y la apoyé la cabeza de la verga en la entrada. Escupí dos veces sobre su ojete y esparcí la saliva. Me sentí sucio y caliente. Ella pareció disfrutar también de eso y me pidió que lo haga otra vez. Junté nuevamente saliva y la vertí profusa en su culo.
-Escupime la cara.- me pidió entre jadeos.
No entendí al principio. Después ella se dió vuelta y poniendose la verga en la boca, me lo volvió a pedir. Lo hice y empezó a chupar gimiendo y tocándose. Y yo que la salivaba viendo su cara cada vez más enchartrada y gozando. Le encantaba que la escupa mientras me lamía los huevos.
Después se tiró boca arriba y abrió las piernas.
- Ahora si, haceme el orto.- dijo sacando la saliva de su cara con la mano y pasándosela por el ojete.
La agarré de los tobillos, haciéndole levantar las piernas. Ella guió la poronga hasta la entrada. Después fue solo empujar y ya estaba dentro suyo y bombeándola fuerte. Veía sus tetas bambolearse, sus ojos cerrados, su mano en el clítoris.
Me vuelve loco sentir las paredes del culo apretándome la verga. Su voz pidiendome más entre gemidos, mi propia respiración agitada que se vuelve sonido gutural.
Saqué la verga en un momento, quería ver su orto dilatado. Un sonoro pedo salió de dentro suyo. Nos reímos y volvi a meterla. Era el momento de acabar.
Y acabamos practicamente juntos, Le llené el culo de leche, que después caía en un chorrito sobre las sábanas.
Le dije que me calentó mucho escupirla, que era raro que a ella también.
- Es que me calienta todo.- me contestó con una sonrisa pícara y dándome un beso en la mejilla.
Después no dijimos nada más, pero cada vez que me llegaba un nuevo mensaje desde lo profundo de la web, creía entender de donde venía.
12 comentarios - Me calienta todo
Genial relato, genialmente escrito 🔥