Desvirgada Por Un Anciano
Con El Sello De Placer y Morbo…
Siempre he sido una muchacha muy sexual. De joven, jugando, descubrí el enorme placer que me provocaba acariciarme, y nunca dejé de hacerlo. Me encerraba en mi habitación, y acariciaba mi clítoris infantil durante horas, sin ser consciente de mis actos. A medida que crecía, mis deseos de masturbarme aumentaban, y ya casi no me inhibía de hacerlo en cualquier lado… en el colegio, en el cine, y por supuesto, en mi casa. Con el tiempo, fui aventurándome a utilizar nuevas técnicas en autosatisfacerme, busqué perfeccionarlas, y hoy estoy hecha toda una experta en el tema. Soy una chica con un físico exuberante. Tengo grandes pechos, firmes, con pezones oscuros y pequeños. Un culo bien formado, redondo, que había aprendido a mover sugerentemente al caminar, despertando deseos en quienes lo admiraban 94-61-96. Nunca había estado con ningún hombre jamás, pero deseaba fervientemente ser penetrada por alguno de mis compañeros de universidad. Esa era mi más frecuente inspiración al momento de masturbarme. He vivido en la misma cuadra durante toda mi vida.
Tengo 19 años, pero la historia que voy a contar sucedió hace ya 1 año atrás. El barrio donde vivo, es un lugar muy tranquilo. Un suburbio tranquilo, donde los delitos no son moneda corriente, los vecinos se conocen entre sí y los niños crecen jugando en la calle. Uno de esos vecinos, se llamaba Antonio, un abuelo viudo de aproximadamente 51 años, a quien todo el barrio quería ya que era muy servicial. Todavía recuerdo como reunía en la sala de su casa a varios de los niños de la cuadra y nos ayudaba a hacer las tareas, con tal de no estar solo. Acostumbraba durante las tardes a pasear por el vecindario, conversando con la gente, escuchando sus problemas, haciendo chistes a los niños. En el barrio lo habíamos adoptado como el "abuelo de todos". Antonio es un hombre algo obeso, con unas pocas canas en su cabeza. Camina encorvado, prolijamente vestido, con sus manos entrelazadas en su espalda, siempre con una sonrisa para regalar. Una mañana salí del colegio mas excitada de lo normal. Había observado como en el cuarto de química una chica permitió que su novio acariciara su coño por debajo de la falda del uniforme, y había estado el resto de la mañana recordando tan placentera imagen. No podía sacar de mi mente sus piernas abiertas y la mano de muchacho entre las mismas, haciendo que la chica suspirara fuertemente. Sabía que al llegar a casa ni mi padre ni mi madre no estarían, y podría masturbarme durante toda la tarde sin interrupciones, recordando aquella visión pero poniéndome a mi misma de protagonista en la escena. Salí del colegio hacia mi casa. Eran solo unas cuadras, pero aproveché en el camino a dejar volar mi imaginación. Fantaseaba con que aquel muchacho me encerrara en el cuarto de química del colegio cuando no hubiese nadie, y me acariciara la vagina con devoción, haciéndome desesperar de deseo. Con solo imaginarme esa situación, comencé a humedecerme. Mi clítoris habría comenzado a hincharse, puesto que con cada paso que daba, la pequeña tanga que usaba me rozaba de una manera exquisita. Aceleré la marcha para llegar a mi casa cuanto antes. Al llegar, me dirigí a mi habitación. Me saqué la ropa, tomé una silla y la coloqué frente al espejo. Me gustaba verme mientras me masturbaba. Con una de mis manos pellizqué mis pezones, y con la otra acaricié mi mojado coño. Cuando estaba en lo mejor, alguien llamó a la puerta. Quise no atenderla, pero volvieron a llamar. Me cubrí con una bata de toalla y fui a ver quién era. El Abuelo Antonio estaba ahí, con su dulce cara.
--Hola Paula, que gusto verte. Te he visto que llegabas y he venido a saludarte, y de paso aprovecho para pedirte que me dejes usar tu teléfono. ¿El mío no funciona y debo hacer una llamada urgente. Estas ocupada
--Pues sí. -Respondí. --Estaba por darme un baño. -Lo único que quería era que se marchara.
--Bueno, solo tomará unos minutos. -Insistió.
Al despojarme de excusas, lo hice pasar y lo acompañé hasta la sala donde estaba el teléfono. Su llamada duró apenas unos minutos, pero fue una eternidad para mí. Parada a unos cuantos metros de donde él estaba, no podía dejar de imaginarme tendida sobre la mesa del cuarto de química, con alguien entre mis piernas. Cuando Antonio terminó de usar el teléfono, me miró y me dijo.
--Gracias Paula.
--De nada Antonio, puede venir cuando necesite comunicarse. -respondí de manera cortés.
En ese momento me miró de una forma como nuca lo había hecho. Su mirada se fijó en mí de una forma penetrante, abstrayéndose de mis palabras, sin escucharlas. Me di cuenta que mi bata de toalla se había abierto un poco y dejaba ver uno de mis pechos, y en ese momento comprendí que era lo que estaba mirando Antonio. Instintivamente me cubrí, pero debo admitir que el hecho de que alguien hubiese visto algo de mi desnudez me excitó mucho.
--Dime Paula. -Dijo sin moverse de al lado del teléfono. --¿Vas a darte tu baño? Es que hoy la he pasado solo y solo quiero conversar un rato, tal vez puedas hacerlo más tarde y darme un poco de compañía.
Dudé en aceptar, pero Antonio me dio algo de lástima y decidí pasar el rato con él para alegrarle la tarde.
--¡Claro Antonio! –respondí. --Iré a ponerme algo de ropa y vengo enseguida.
--No, no te preocupes por la ropa Paula. -Se apresuró a decir. --Solo será una pequeña charla que tomará solo un momento.
Nos sentamos en los sillones de la sala, enfrentados, y comenzamos a conversar. Me pregunto si tenía novio a lo cual yo contesté que no, que solo amigos, pero que más de uno me gustaba mucho.
--Debes elegir uno Paula. -Me aconsejó. --El que más te guste. De seguro que estará muy contento de tenerte. Te estas convirtiendo en una mujer bellísima.
--Gracias Antonio. Pero debo elegirlo bien, ya que no he estado nunca con ningún muchacho, y quiero que sea especial. -Respondí inocentemente.
Y el Abuelo Antonio no dudó en comenzar a darme consejos acerca de cómo conquistar al muchacho de mis sueños. Yo escuchaba atentamente, tomando nota mental de cada una de las tretas para seducir que me estaba enumerando el anciano.
--Por ejemplo. -Dijo. --Puedes soltar alguno de los botones de la camisa del uniforme del colegio, ¡eso los volverá locos!
--No lo sé Antonio. -Dudé. --¿Que tal si abro demasiado mi escote y piensan que soy una cualquiera?
--Pues mira, ponte el uniforme y yo te diré hasta donde puedes mostrar. -En ese momento no descubrí las intenciones de Antonio, y a decir verdad, creo que él actuó de forma inconsciente al pedirme el cambio de vestuario, tal vez dominado aún por la visión de mi pecho desnudo.
Fui hasta mi habitación y me puse el uniforme, aunque era tal la ansiedad que me había generado aquella clase de galanteo que el Abuelo Antonio me estaba dando, que en el apuro no me puse el sostén ni las bragas. Volví a la sala y él me estaba esperando. Me paré frente a él y me desabroche un botón de la camisa mirándolo para que confirmara el grado de exposición que bebía tener mi escote.
--Uno más. -Pidió, y yo obedecí mostrando un poco mas de mi piel.
--Tal vez otro botón estaría bien. -Volví a obedecerlo.
En ese momento reconocí otra vez la misma mirada lasciva que me había dirigido un rato antes, sus pupilas fijas en mis pechos que estaban ya casi expuestos.
--Bueno Paula, es muy difícil contenerse ante tal visión. -Me dijo. Realmente tus pechos son hermosos.
Me sorprendí al escuchar estas palabras de él, era obvio que eso me hinchaba el pecho de orgullo, entre otras cosas, me empezó a poner caliente, pero el hecho de lucirme había vuelto a excitarme y decidí aventurarme un poco más, y aplicar los consejos de Antonio con él mismo.
--¿Le gustan Antonio? -pregunté con cara inocentona.
--Pues sí Paulita, me gustan mucho. -Y acercándome sugestivamente a él le dije.
--Pues a mí no tanto. Mis pezones son demasiado chicos, me gustaría que fuesen más grandes. ¿Podría verlos Antonio para darme su opinión?
No dejé que el anciano me contestara, y metí una mano dentro de la camisa, tomé uno de mis pechos y lo dejé asomar fuera del escote. El viejo había quedado inmóvil mirándolo, embobado con aquella vista.
--Eh... ejem… bueno, tus pezones se ven bien Paulita. -Dijo Antonio aturdido tratando de disimular su sorpresa. Yo sonreí por dentro, era mi victoria.
Tomé una de sus manos y la llevé hacia mi pecho. Lo miré fijamente y le sonreí. Apoyé su mano en mi seno y la mantuve ahí. El anciano no parecía dar crédito de lo que estaba haciendo. Por mi parte, estaba cada vez más excitada: era la primera vez que un hombre me tocaba y me gustaba demasiado. Me encantaba el juego. Si bien siempre había fantaseado con los chicos de mi edad, comenzaba a darme cuenta que un hombre mayor, un abuelo, Antonio, podía ser el hombre entre mis piernas que en mis imaginaciones me llenaba de placer. Miré el reloj, todavía faltaban algunas horas para que mis padres llegasen, aun teníamos tiempo para seguir jugando. Tenía tiempo suficiente para concretar mi deseo. Comencé a mover la mano de Antonio en círculos sobre mi pecho. El viejo todavía estaba atónito, pero yo no le daba tiempo para que reaccione, y cuando quiso hacerlo, ya era demasiado tarde.
--¡Basta Paula! No puedes, no debes hacer esto. No voy a dejarme llevar. ¡Te he visto crecer! -dijo levantándose de golpe del sofá, dejando ver a través de su pantalón una monumental erección.
--¡Mira lo que has logrado! -dijo en tono de reproche.
Si bien yo nunca había tocado una verga, instintivamente la tomé por sobre el pantalón, sin escuchar el reto del viejo. La apreté entre mis manos e intente memorizar la sensación de por primera vez haber tocado una polla. La noté gorda, tibia, rígida…Antonio ya no me regañaba, sino que sus retos se habían apagado de a poco para darle lugar a unos suspiros motivados en mis caricias.
--¡Ayyy Paulita, ahora ya no puedo contenerme! Tócame así niña... -dijo mientras desabrochó con fuerza mi camisa, dejando ambos pechos expuestos.
Acercó su boca a ellos y los besó dulcemente, dándoles pequeños mordiscos a los mis pezones, logrando que se me pusieran bien duros y yo sintiera que tocaba el cielo con las manos. Lo que estaba experimentando me estaba gustando, pero quería mas, quería sentir el aroma del sexo de un hombre, quería que su lengua recorriera cada tramo de mi cuerpo. Quería ser poseída. Me arrodillé ante él, y le bajé los pantalones hasta los tobillos. Asomó una verga de unos 24 cm, oscura, con una cabeza algo más clara que el resto, que parecía como ajustada por la propia piel que la cubría. Sus testículos, pesados, caían moviéndose pendularmente. Unos ya canosos vellos coronaban su sexo, casi ocultos por el abdomen de Antonio. Acerqué mi cara a ellos, tomando su pene con ambas manos llevándolo hacia la boca. El Abuelo Antonio tomó mi cabeza con ambas manos y la apretó contra su verga. Abrí la boca todo lo que pude para que pudiese entrar. La experiencia de saborearla me resultó magnífica, su gusto era impecable. La recorrí con mi lengua dentro de mi boca, deleitándome con su sabor. El Abuelo Antonio apretaba mi cabeza cada vez más fuerte, gimiendo con fuertes sonidos que me calentaban como nunca lo había hecho.
--Ahhhh Chiquita, como me gusta… ¡Ahhhhhh!
A medida que avanzaba con mi labor de tragarme toda su verga, mis jugos iban empapando mi coño. Separé un poco las piernas, y me toqué suavemente. Separé los labios de mi vagina hasta encontrar el clítoris, y con un dedo lo acaricié circularmente haciéndome estremecer. No sé cuánto tiempo estuve chupándola, pero no creo que haya sido demasiado, y la verdad me encanto hacerlo. Antonio se corrió en mi boca, con un fuerte grito, llenándola de su esperma espesa y caliente. Tragué lo que pude, degustando el sabor de la primera leche que probaba. El Abuelo Antonio se volvió a sentar, y besándome la cara me dijo al oído.
--Ha sido maravilloso. Hacía años que una mujer no me daba tanto placer. Pero voy a retribuirte Paulita, solo dame unos minutos.
Le sonreí y fui a buscarle un refresco para que se reponga. Estaba sumamente ansiosa sabiendo lo que se avecinaba. El anciano bebió la soda y me hizo señas que me sentara a su lado en el sofá. Volvió a besarme y puso una mano en mi rodilla, para subirla lentamente por mi muslo hasta encontrar mi concha mojada. Yo estaba que explotaba de la excitación. La recorrió entera, de arriba hacia abajo, dándome pequeños golpecitos en el clítoris con su dedo índice, haciéndome conmover con cada uno de ellos. Metió un dedo, despacio, y comprobó mi virginidad.
--Haaaaaaaaaa. -Fue cuando solté mi gemido.
--¿Estas segura que quieres hacer esto chiquilla? -pregunto.
Asentí sin mirarlo y abrí aún más las piernas, facilitándole la tarea.
--Bueno, solo relájate y déjame hacer. -A esa altura yo ya estaba sumamente entregada a lo que el anciano dispusiese.
Me tendió sobre el sofá, levantó mi falda y besó mi sexo. Yo dejé escapar un fuerte gemido.
--Mmmmm… va a gustarte niña, voy a lamerte de una manera que nadie nunca podrá igualar. -Dijo introduciendo su áspera lengua en mi coño, atravesando todas sus zonas con su saliva, hasta llegar al clítoris, donde se detuvo un buen rato.
Verdaderamente sentir semejante mamada era mejor de lo que había fantaseado en mis pajas. Había escuchado y leído que eso se hacía, pero jamás pensé que algún día me lo aria y que sería Antonio quien lo aria, y mucho menos, que sentiría tanto placer. No podía dejar de retorcerme en el sofá, rogándole al viejo Antonio que no parase. Tiraba de sus pocos cabellos en un arranque de descontrol, gritando como nunca pensé que podía hacerlo. No sé si fue porque esa ha sido mi primera vez con la lengua de un hombre entre mis piernas, pero nunca nadie volvió a lamérmela así, Antonio tenía razón, nunca nadie podría superarlo, por lo menos en eso.
--Bueno, estas preparada chiquilla. Esto va a dolerte, pero tú aguanta y verás como el dolor se transforma luego en un placer maravilloso. -Yo asentí sin miedo, todo lo que el anciano había anunciado se había cumplido, y no tenía por que no creerle ahora.
Se colocó entre mis piernas, y se pajeó durante unos segundos para volver a logra que se parase. Colocó su verga en la entrada de mi coño y con pequeños movimientos, fue presionando para entrar. Solo lo logró después de dos o tres intentos, metiéndomela toda de golpe, haciéndome soltar un grito de dolor, moviéndome desesperada para tratar de zafarme de su verga que me quemaba hasta lo más profundo.
--Ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaaaaaaaaaaaay.
Pero tal como me avisó, ese dolor se fue transformando en placer, y a los pocos minutos estaba gritando furiosamente, disfrutando de cada centímetro de su verga. El orgasmo que experimenté esa tarde, fue el más hermoso de mi vida. Me retorcí salvajemente clavada por su pene, que cada vez entraba con más fuerza.
--Haaaaa, haaaaa, haaaa, haaa, haaaa, haaaa, haaaa, haaaa, haaa, haaaa haaaa, haaaa, haaaaa, haaaa, haaaa, haaaa, haaa, haaaa, haaaaaaaaaaaaaaaaaaaay Haaaa, haaaaa, haaaa, haaa, haaaaaaa, haaaa, haaaa, haaa, haaaa.
Antonio se vino dentro de mí solo unos segundos después, desplomándose sobre mi pecho, abrazándome y agradeciéndome, cuando en realidad, era yo quien debía agradecerle haberme hecho experimentar por primera vez el sexo. Mi madre volvió a las dos horas, y nos encontró al Abuelo Antonio y a mí en la cocina, jugando con naipes, como tantas otras veces nos había visto nada.
FIN
Con El Sello De Placer y Morbo…
Siempre he sido una muchacha muy sexual. De joven, jugando, descubrí el enorme placer que me provocaba acariciarme, y nunca dejé de hacerlo. Me encerraba en mi habitación, y acariciaba mi clítoris infantil durante horas, sin ser consciente de mis actos. A medida que crecía, mis deseos de masturbarme aumentaban, y ya casi no me inhibía de hacerlo en cualquier lado… en el colegio, en el cine, y por supuesto, en mi casa. Con el tiempo, fui aventurándome a utilizar nuevas técnicas en autosatisfacerme, busqué perfeccionarlas, y hoy estoy hecha toda una experta en el tema. Soy una chica con un físico exuberante. Tengo grandes pechos, firmes, con pezones oscuros y pequeños. Un culo bien formado, redondo, que había aprendido a mover sugerentemente al caminar, despertando deseos en quienes lo admiraban 94-61-96. Nunca había estado con ningún hombre jamás, pero deseaba fervientemente ser penetrada por alguno de mis compañeros de universidad. Esa era mi más frecuente inspiración al momento de masturbarme. He vivido en la misma cuadra durante toda mi vida.
Tengo 19 años, pero la historia que voy a contar sucedió hace ya 1 año atrás. El barrio donde vivo, es un lugar muy tranquilo. Un suburbio tranquilo, donde los delitos no son moneda corriente, los vecinos se conocen entre sí y los niños crecen jugando en la calle. Uno de esos vecinos, se llamaba Antonio, un abuelo viudo de aproximadamente 51 años, a quien todo el barrio quería ya que era muy servicial. Todavía recuerdo como reunía en la sala de su casa a varios de los niños de la cuadra y nos ayudaba a hacer las tareas, con tal de no estar solo. Acostumbraba durante las tardes a pasear por el vecindario, conversando con la gente, escuchando sus problemas, haciendo chistes a los niños. En el barrio lo habíamos adoptado como el "abuelo de todos". Antonio es un hombre algo obeso, con unas pocas canas en su cabeza. Camina encorvado, prolijamente vestido, con sus manos entrelazadas en su espalda, siempre con una sonrisa para regalar. Una mañana salí del colegio mas excitada de lo normal. Había observado como en el cuarto de química una chica permitió que su novio acariciara su coño por debajo de la falda del uniforme, y había estado el resto de la mañana recordando tan placentera imagen. No podía sacar de mi mente sus piernas abiertas y la mano de muchacho entre las mismas, haciendo que la chica suspirara fuertemente. Sabía que al llegar a casa ni mi padre ni mi madre no estarían, y podría masturbarme durante toda la tarde sin interrupciones, recordando aquella visión pero poniéndome a mi misma de protagonista en la escena. Salí del colegio hacia mi casa. Eran solo unas cuadras, pero aproveché en el camino a dejar volar mi imaginación. Fantaseaba con que aquel muchacho me encerrara en el cuarto de química del colegio cuando no hubiese nadie, y me acariciara la vagina con devoción, haciéndome desesperar de deseo. Con solo imaginarme esa situación, comencé a humedecerme. Mi clítoris habría comenzado a hincharse, puesto que con cada paso que daba, la pequeña tanga que usaba me rozaba de una manera exquisita. Aceleré la marcha para llegar a mi casa cuanto antes. Al llegar, me dirigí a mi habitación. Me saqué la ropa, tomé una silla y la coloqué frente al espejo. Me gustaba verme mientras me masturbaba. Con una de mis manos pellizqué mis pezones, y con la otra acaricié mi mojado coño. Cuando estaba en lo mejor, alguien llamó a la puerta. Quise no atenderla, pero volvieron a llamar. Me cubrí con una bata de toalla y fui a ver quién era. El Abuelo Antonio estaba ahí, con su dulce cara.
--Hola Paula, que gusto verte. Te he visto que llegabas y he venido a saludarte, y de paso aprovecho para pedirte que me dejes usar tu teléfono. ¿El mío no funciona y debo hacer una llamada urgente. Estas ocupada
--Pues sí. -Respondí. --Estaba por darme un baño. -Lo único que quería era que se marchara.
--Bueno, solo tomará unos minutos. -Insistió.
Al despojarme de excusas, lo hice pasar y lo acompañé hasta la sala donde estaba el teléfono. Su llamada duró apenas unos minutos, pero fue una eternidad para mí. Parada a unos cuantos metros de donde él estaba, no podía dejar de imaginarme tendida sobre la mesa del cuarto de química, con alguien entre mis piernas. Cuando Antonio terminó de usar el teléfono, me miró y me dijo.
--Gracias Paula.
--De nada Antonio, puede venir cuando necesite comunicarse. -respondí de manera cortés.
En ese momento me miró de una forma como nuca lo había hecho. Su mirada se fijó en mí de una forma penetrante, abstrayéndose de mis palabras, sin escucharlas. Me di cuenta que mi bata de toalla se había abierto un poco y dejaba ver uno de mis pechos, y en ese momento comprendí que era lo que estaba mirando Antonio. Instintivamente me cubrí, pero debo admitir que el hecho de que alguien hubiese visto algo de mi desnudez me excitó mucho.
--Dime Paula. -Dijo sin moverse de al lado del teléfono. --¿Vas a darte tu baño? Es que hoy la he pasado solo y solo quiero conversar un rato, tal vez puedas hacerlo más tarde y darme un poco de compañía.
Dudé en aceptar, pero Antonio me dio algo de lástima y decidí pasar el rato con él para alegrarle la tarde.
--¡Claro Antonio! –respondí. --Iré a ponerme algo de ropa y vengo enseguida.
--No, no te preocupes por la ropa Paula. -Se apresuró a decir. --Solo será una pequeña charla que tomará solo un momento.
Nos sentamos en los sillones de la sala, enfrentados, y comenzamos a conversar. Me pregunto si tenía novio a lo cual yo contesté que no, que solo amigos, pero que más de uno me gustaba mucho.
--Debes elegir uno Paula. -Me aconsejó. --El que más te guste. De seguro que estará muy contento de tenerte. Te estas convirtiendo en una mujer bellísima.
--Gracias Antonio. Pero debo elegirlo bien, ya que no he estado nunca con ningún muchacho, y quiero que sea especial. -Respondí inocentemente.
Y el Abuelo Antonio no dudó en comenzar a darme consejos acerca de cómo conquistar al muchacho de mis sueños. Yo escuchaba atentamente, tomando nota mental de cada una de las tretas para seducir que me estaba enumerando el anciano.
--Por ejemplo. -Dijo. --Puedes soltar alguno de los botones de la camisa del uniforme del colegio, ¡eso los volverá locos!
--No lo sé Antonio. -Dudé. --¿Que tal si abro demasiado mi escote y piensan que soy una cualquiera?
--Pues mira, ponte el uniforme y yo te diré hasta donde puedes mostrar. -En ese momento no descubrí las intenciones de Antonio, y a decir verdad, creo que él actuó de forma inconsciente al pedirme el cambio de vestuario, tal vez dominado aún por la visión de mi pecho desnudo.
Fui hasta mi habitación y me puse el uniforme, aunque era tal la ansiedad que me había generado aquella clase de galanteo que el Abuelo Antonio me estaba dando, que en el apuro no me puse el sostén ni las bragas. Volví a la sala y él me estaba esperando. Me paré frente a él y me desabroche un botón de la camisa mirándolo para que confirmara el grado de exposición que bebía tener mi escote.
--Uno más. -Pidió, y yo obedecí mostrando un poco mas de mi piel.
--Tal vez otro botón estaría bien. -Volví a obedecerlo.
En ese momento reconocí otra vez la misma mirada lasciva que me había dirigido un rato antes, sus pupilas fijas en mis pechos que estaban ya casi expuestos.
--Bueno Paula, es muy difícil contenerse ante tal visión. -Me dijo. Realmente tus pechos son hermosos.
Me sorprendí al escuchar estas palabras de él, era obvio que eso me hinchaba el pecho de orgullo, entre otras cosas, me empezó a poner caliente, pero el hecho de lucirme había vuelto a excitarme y decidí aventurarme un poco más, y aplicar los consejos de Antonio con él mismo.
--¿Le gustan Antonio? -pregunté con cara inocentona.
--Pues sí Paulita, me gustan mucho. -Y acercándome sugestivamente a él le dije.
--Pues a mí no tanto. Mis pezones son demasiado chicos, me gustaría que fuesen más grandes. ¿Podría verlos Antonio para darme su opinión?
No dejé que el anciano me contestara, y metí una mano dentro de la camisa, tomé uno de mis pechos y lo dejé asomar fuera del escote. El viejo había quedado inmóvil mirándolo, embobado con aquella vista.
--Eh... ejem… bueno, tus pezones se ven bien Paulita. -Dijo Antonio aturdido tratando de disimular su sorpresa. Yo sonreí por dentro, era mi victoria.
Tomé una de sus manos y la llevé hacia mi pecho. Lo miré fijamente y le sonreí. Apoyé su mano en mi seno y la mantuve ahí. El anciano no parecía dar crédito de lo que estaba haciendo. Por mi parte, estaba cada vez más excitada: era la primera vez que un hombre me tocaba y me gustaba demasiado. Me encantaba el juego. Si bien siempre había fantaseado con los chicos de mi edad, comenzaba a darme cuenta que un hombre mayor, un abuelo, Antonio, podía ser el hombre entre mis piernas que en mis imaginaciones me llenaba de placer. Miré el reloj, todavía faltaban algunas horas para que mis padres llegasen, aun teníamos tiempo para seguir jugando. Tenía tiempo suficiente para concretar mi deseo. Comencé a mover la mano de Antonio en círculos sobre mi pecho. El viejo todavía estaba atónito, pero yo no le daba tiempo para que reaccione, y cuando quiso hacerlo, ya era demasiado tarde.
--¡Basta Paula! No puedes, no debes hacer esto. No voy a dejarme llevar. ¡Te he visto crecer! -dijo levantándose de golpe del sofá, dejando ver a través de su pantalón una monumental erección.
--¡Mira lo que has logrado! -dijo en tono de reproche.
Si bien yo nunca había tocado una verga, instintivamente la tomé por sobre el pantalón, sin escuchar el reto del viejo. La apreté entre mis manos e intente memorizar la sensación de por primera vez haber tocado una polla. La noté gorda, tibia, rígida…Antonio ya no me regañaba, sino que sus retos se habían apagado de a poco para darle lugar a unos suspiros motivados en mis caricias.
--¡Ayyy Paulita, ahora ya no puedo contenerme! Tócame así niña... -dijo mientras desabrochó con fuerza mi camisa, dejando ambos pechos expuestos.
Acercó su boca a ellos y los besó dulcemente, dándoles pequeños mordiscos a los mis pezones, logrando que se me pusieran bien duros y yo sintiera que tocaba el cielo con las manos. Lo que estaba experimentando me estaba gustando, pero quería mas, quería sentir el aroma del sexo de un hombre, quería que su lengua recorriera cada tramo de mi cuerpo. Quería ser poseída. Me arrodillé ante él, y le bajé los pantalones hasta los tobillos. Asomó una verga de unos 24 cm, oscura, con una cabeza algo más clara que el resto, que parecía como ajustada por la propia piel que la cubría. Sus testículos, pesados, caían moviéndose pendularmente. Unos ya canosos vellos coronaban su sexo, casi ocultos por el abdomen de Antonio. Acerqué mi cara a ellos, tomando su pene con ambas manos llevándolo hacia la boca. El Abuelo Antonio tomó mi cabeza con ambas manos y la apretó contra su verga. Abrí la boca todo lo que pude para que pudiese entrar. La experiencia de saborearla me resultó magnífica, su gusto era impecable. La recorrí con mi lengua dentro de mi boca, deleitándome con su sabor. El Abuelo Antonio apretaba mi cabeza cada vez más fuerte, gimiendo con fuertes sonidos que me calentaban como nunca lo había hecho.
--Ahhhh Chiquita, como me gusta… ¡Ahhhhhh!
A medida que avanzaba con mi labor de tragarme toda su verga, mis jugos iban empapando mi coño. Separé un poco las piernas, y me toqué suavemente. Separé los labios de mi vagina hasta encontrar el clítoris, y con un dedo lo acaricié circularmente haciéndome estremecer. No sé cuánto tiempo estuve chupándola, pero no creo que haya sido demasiado, y la verdad me encanto hacerlo. Antonio se corrió en mi boca, con un fuerte grito, llenándola de su esperma espesa y caliente. Tragué lo que pude, degustando el sabor de la primera leche que probaba. El Abuelo Antonio se volvió a sentar, y besándome la cara me dijo al oído.
--Ha sido maravilloso. Hacía años que una mujer no me daba tanto placer. Pero voy a retribuirte Paulita, solo dame unos minutos.
Le sonreí y fui a buscarle un refresco para que se reponga. Estaba sumamente ansiosa sabiendo lo que se avecinaba. El anciano bebió la soda y me hizo señas que me sentara a su lado en el sofá. Volvió a besarme y puso una mano en mi rodilla, para subirla lentamente por mi muslo hasta encontrar mi concha mojada. Yo estaba que explotaba de la excitación. La recorrió entera, de arriba hacia abajo, dándome pequeños golpecitos en el clítoris con su dedo índice, haciéndome conmover con cada uno de ellos. Metió un dedo, despacio, y comprobó mi virginidad.
--Haaaaaaaaaa. -Fue cuando solté mi gemido.
--¿Estas segura que quieres hacer esto chiquilla? -pregunto.
Asentí sin mirarlo y abrí aún más las piernas, facilitándole la tarea.
--Bueno, solo relájate y déjame hacer. -A esa altura yo ya estaba sumamente entregada a lo que el anciano dispusiese.
Me tendió sobre el sofá, levantó mi falda y besó mi sexo. Yo dejé escapar un fuerte gemido.
--Mmmmm… va a gustarte niña, voy a lamerte de una manera que nadie nunca podrá igualar. -Dijo introduciendo su áspera lengua en mi coño, atravesando todas sus zonas con su saliva, hasta llegar al clítoris, donde se detuvo un buen rato.
Verdaderamente sentir semejante mamada era mejor de lo que había fantaseado en mis pajas. Había escuchado y leído que eso se hacía, pero jamás pensé que algún día me lo aria y que sería Antonio quien lo aria, y mucho menos, que sentiría tanto placer. No podía dejar de retorcerme en el sofá, rogándole al viejo Antonio que no parase. Tiraba de sus pocos cabellos en un arranque de descontrol, gritando como nunca pensé que podía hacerlo. No sé si fue porque esa ha sido mi primera vez con la lengua de un hombre entre mis piernas, pero nunca nadie volvió a lamérmela así, Antonio tenía razón, nunca nadie podría superarlo, por lo menos en eso.
--Bueno, estas preparada chiquilla. Esto va a dolerte, pero tú aguanta y verás como el dolor se transforma luego en un placer maravilloso. -Yo asentí sin miedo, todo lo que el anciano había anunciado se había cumplido, y no tenía por que no creerle ahora.
Se colocó entre mis piernas, y se pajeó durante unos segundos para volver a logra que se parase. Colocó su verga en la entrada de mi coño y con pequeños movimientos, fue presionando para entrar. Solo lo logró después de dos o tres intentos, metiéndomela toda de golpe, haciéndome soltar un grito de dolor, moviéndome desesperada para tratar de zafarme de su verga que me quemaba hasta lo más profundo.
--Ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaaaaaaaaaaaay.
Pero tal como me avisó, ese dolor se fue transformando en placer, y a los pocos minutos estaba gritando furiosamente, disfrutando de cada centímetro de su verga. El orgasmo que experimenté esa tarde, fue el más hermoso de mi vida. Me retorcí salvajemente clavada por su pene, que cada vez entraba con más fuerza.
--Haaaaa, haaaaa, haaaa, haaa, haaaa, haaaa, haaaa, haaaa, haaa, haaaa haaaa, haaaa, haaaaa, haaaa, haaaa, haaaa, haaa, haaaa, haaaaaaaaaaaaaaaaaaaay Haaaa, haaaaa, haaaa, haaa, haaaaaaa, haaaa, haaaa, haaa, haaaa.
Antonio se vino dentro de mí solo unos segundos después, desplomándose sobre mi pecho, abrazándome y agradeciéndome, cuando en realidad, era yo quien debía agradecerle haberme hecho experimentar por primera vez el sexo. Mi madre volvió a las dos horas, y nos encontró al Abuelo Antonio y a mí en la cocina, jugando con naipes, como tantas otras veces nos había visto nada.
FIN
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