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El novio substituto: La cita

Después de cenar me presenté de nuevo en el portal de mi amiga, que no se hizo de esperar. María llevaba un vestido diferente al de esa mañana. Era blanco con un estampado y bastante más corto, lo que casi parecía imposible. Era apenas una minifalda, que resaltaba de una forma muy sexy su culito.

El novio substituto: La cita


Nos saludamos y nos dirigimos juntos hacia el lugar donde se había citado con sus amigas.
—¿Te has hecho otra paja en tu casa? —me preguntó ella sin cortarse un pelo.
—Yo… bueno. Sí, la verdad —respondí avergonzado.
Me sonrió con malicia.
—¿Te has corrido pensando en mí, o pensabas en otra? ¿O estabas mirando porno o algo? —preguntó con toda naturalidad.
—No, bueno… estaba pensando en tí, con lo de la piscina —contesté, viéndome obligado a ser honesto con ella.
—¿A sí? —exclamó con falsa sorpresa—. ¡Qué halago! Pues mira… yo la verdad que también me he masturbado ésta tarde —continuó—. Después de tocarte la polla en la piscina me he quedado bastante caliente. Al llegar a casa mis braguitas estaban empapadas, y no sólo por la cantidad de lefa que me echaste…
Se echó a reír mientras me recordaba lo guarra que la había puesto y la cantidad de semen que le había echado encima. Entonces me agarró de un brazo, haciendo que paráramos en un lado de la acera y me dijo:
—¡Mira! ¡Me he dejado las bragas puestas! —Y ahí, en medio de la calle, se levantó el vestido y pude comprobar que llevaba las mismas braguitas naranjas de esa mañana.
Aún se podían ver trazos de la mancha de mi semen en ellas pero además, al acercar su pubis hacia delante para mostrármelas, pude apreciar que la zona que cubría su sexo seguía teniendo una gran mancha de humedad.



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Toca, mira que mojada voy —dijo al mismo tiempo que agarró mi mano y se la llevó justo sobre su coño.
Pude palpar esa humedad brevemente, pero paré para no llamar demasiado la atención de otra gente que se paseaba por la calle. Me quedé flipado, estaba empapada, y al acercar mi mano para olerla inhalé el aroma del que me había impregnado. Yo ya estaba muy cachondo y apenas acabamos de empezar la noche.
Ella siguió caminando divertida, disfrutando con su pequeña tortura sexual. Cuando ya casi estábamos llegando a la plaza donde nos esperaban sus amigas, María me dijo:
—Oye, una cosa; mis amigas se piensan que vengo con mi novio. De hecho, como nunca lo han visto, se pensarán que eres tú. Será mejor que les sigamos el rollo y te hagas pasar por Ramón. Así no la liamos. ¿Te importa?
A mí la verdad que eso me fastidió mucho; un frenazo mayúsculo. Estaba empezando a sentirme realmente cómodo en mi rol de “novio” de María, disfrutando de ella más de lo que nunca había soñado. Y ya me costaba suficiente suprimir de mi cabeza el hecho de que yo no era más que un substituto, para que me lo tuvieran que estar recordando toda la noche.
—Claro, como quieras… —le respondí a regañadientes, sin poder ocultar mi decepción.
—¡Gracias! ¡Eres el mejor! —exlamó con entusiasmo. Luego, tomando en consideración mis sentimientos, añadió—: No te lo tomes a mal si te llamo Ramón, es sólo para hacer el paripé sin que ellas sospechen. ¿Vale?
Entonces me agarró y me dió un largo y cálido beso que me hizo olvidar los celos al instante.
—Oye… y quizá te lo agradeceré el doble —me dijo casi susurrando al terminar de besarme.
Llegamos finalmente y ahí estaban sus dos amigas con los respectivos novios. Nos saludamos y nos presentamos todos. Me sorprendió un poco, pero efectivamente parecía ser la primera vez que María les presentaba su nuevo “novio”. Pero quién sabe, al ser Ramón de mi instituto y ellas de otro, puede que no hubiera encontrado aún la oportunidad de hacerlo. Al fin y al cabo las vacaciones acababan de empezar.
—¿Así que tú eres Ramón? —dijo una de ellas, una tal Raquel— Me alegro de conocerte finalmente.
—Sí, un placer. María nos ha hablado mucho de ti… —añadió la otra amiga con algo de picardía.
Ésta última se llamaba Tania, y enseguida noté que era la que llevaba la voz cantante del grupo. Se la veía muy extrovertida y con mucho desparpajo, y no dudó en darme un buen magreo en el torso cuando se acercó a darme un par de besos. Entonces me acordé de lo que María me contó unos pocos días atrás, cuando dejó a Ramón correrse dentro de ella. Deduje que se trataba de la misma Tania, lo cual me encajó con el personaje.

A pesar de ser la más lanzada y atrevida de las tres amigas, en contraste Tania tenía un aire inocente, casi infantil, lo que acentuaban sus ojos claros y sus cabellos cortos y rubios. Además era bajita de estatura, pero muy bien proporcionada y atractiva. Raquel era bastante alta, morena y de piel muy blanca. Era guapa, pero demasiado delgada para mi gusto. Ellas también vestían cortos vestidos de verano, e iban acompañadas de sus respectivos novios; dos chicos fuertes y altos, que eran claramente mayores en edad que el resto de nosotros.



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La verdad que entre los chicos no hablamos mucho; ellas llevaban su conversación y nosotros íbamos siguiendo, asintiendo de vez en cuando. Después de pasear un rato, nos sentamos en un banco y uno de los chicos sacó de una bolsa una botella de calimocho, que empezamos a compartir pasándola de uno a otro.
Las chicas hacían broma con la bebida, y antes de pasarla a alguno de los chicos se ponían a lamer descaradamente la boca de la botella. Los chicos nos se arrugaban, y haciendo que les daba igual se ponían a lamer ellos mismos las babas que habían dejado, sin importarles de quien fueran. Las chicas se partían de la risa, pero a mí me costaba entrar en el juego.

Entonces Tania hizo algo que nos sorprendió; antes de pasarme la botella, ya que era mi turno, se la llevó a su entrepierna. Abriendo bien las piernas y apartando a un lado las braguitas en frente de todos, se introdujo el cuello de la botella unos centímetros. Entró tan fácilmente que imaginé debía estar bastante mojada, y lo pude comprobar cuando me pasó la botella un momento después, completamente empapada con un fluido blanquecino.



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Las chicas se partían de la risa y los chicos creo que estaban tan alucinados como yo. Me puse completamente rojo, medio excitado y medio avergonzado, pero acabé por llevarme la botella a la boca, provocando risas y aplausos de las chicas. María no dudó en imitarla y repitió la escena, esta vez antes de pasar la botella al novio de Tania, que completamente impávido se deleitó limpiando con la lengua los flujos de mi amiga.


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Era una dinámica bastante particular la que llevaban estas amigas, y no me sorprendió cuando al cabo de un rato, Tania propuso ir a Las Alamedas y tirarnos un rato en la hierba a ver las estrellas.
Las Alamedas era un bosquecito en los límites del barrio, como una especie de parque. Había varios lugares donde hacer barbacoas y picnics, y mucha gente solía pasar los domingos ahí en familia. Pero por las noches era más conocido como un picadero, donde muchos jóvenes y adolescentes sin mejor lugar donde esconderse habían perdido su virginidad.
Estaba claro, las chicas querían aprovechar la ocasión para enrollarse con sus novios, y lo que se terciara. María me miró un poco con cara de circunstancias, sin saber muy bien cómo me lo tomaría, pero les seguí la corriente para no levantar sospechas. María me sonrió agradecida, si me hubiera negado habría quedado mal delante de sus amigas.
Al llegar al lugar encontramos un descampado solitario y nos estiramos en la hierba. Allí charlamos un poco más, o más bien dicho, los chicos escuchamos como las tres chiquillas cotilleaban sobre yo-qué-sé-qué y criticaban vé-a-saber-quién. Pero sin más era una noche agradable de verano, y se observaban muy bien las luces de la ciudad y las estrellas.
A medida que pasaba el rato, las chicas empezaban a ponerse más cariñosas con sus respectivos. María, para no quedarse atrás, también me acariciaba, me besaba y presumía de novio delante de sus amigas. Pero rápidamente la cosa fue subiendo de tono, y en poco rato nos estábamos enrollando cada pareja por su lado. Yo sucumbí a la irresistible sensualidad de María y me dejé llevar, acariciando sus piernas debajo de su vestido.
Minutos después ya se había hecho completo silencio, nada más se oían pequeños gemidos que venían del lado de Tania, y el ruido particular que hacían los morreos y las ropas al rozarse. Me fijé en que Raquel y su novio habían desaparecido, probablemente buscando privacidad en algún rincón.
A tan sólo un par de metros de nosotros pude ver a Tania acostada sobre su chico, quien posaba las manos en su redondo trasero por debajo del vestido. En ese momento, mientras los observaba, Tania también dirigió su mirada hacia María y yo. Me regaló una sonrisa con cierto aire perverso, y fijó sus ojos en mí mientras agarraba las manos de su novio animándolo a achucharle sus cachas. Estaba claro que se lo iban a montar ahí mismo a nuestra vista y ella esperaba poder vernos a nosotros también.
En ese momento María, siguiendo los pasos de su amiga, se acostó sobre mí. Posó su entrepierna sobre mi paquete, mostrando bajo su vestido las famosas braguitas naranjas. Entonces seguimos besándonos, pero yo con el rabillo del ojo vigilaba a Tania, ya que me ponía algo nervioso el hecho de que estuviera tan cerca observándonos.
Ellos por su lado se iban animando más; su novio le había bajado los tirantes del vestido y le estaba comiendo las tetas sin mesura. Esa chica de cara inocente parecía poseída por el placer, y se restregaba sobre su chico muy sensualmente. La escena contribuía igualmente a mi excitación, que era máxima teniendo en cuenta que yo por mi parte también tenía a María montada sobre mí, rozando su sexo contra el mío a través de la ropa.
Tania y su novio realmente iban muy lanzados y me tenían hipnotizado. Al poco rato la jovencita se levantó y se sacó las braguitas, y con maestra destreza, se deshizo también de los pantalones y calzones de su hombre. Con su vestido convertido en un amasijo de tela enrollado a su cintura, bajó sobre el pene de su amado y empezó a cabalgar frenéticamente. Pude apreciar que llevaba su sexo completamente depilado, y con la humedad, le brillaba de una manera particular bajo la luz de las estrellas.
María, viendo que nos íbamos quedando un poco atrás, pasó al siguiente nivel:
—Quítate los pantalones —me dijo mientras me ayudaba a desabrochar el cinturón. Instantes después mis jeans estaban fuera.
Entonces, levantándose aún más el vestido, se volvió a posar sobre mí quedando su sexo en contacto con mi pene erecto solamente a través de la fina tela de nuestra ropa interior. Al estar los dos ya empapados y sudorosos, la sensación fue muy real, casi como si no lleváramos nada.
Ella empezó a moverse sobre mí con más ímpetu, y noté como los labios de su vulva se abrían y acogían entre sí mi miembro a través de sus braguitas mojadas.
—¡Tócame! —dijo María, ya casi gimiendo.
Sin dudarlo puse una mano sobre uno de sus pechos. No llevaba sostén, y lo aproveché para adentrarme dentro de su escote y volver a disfrutar de sus pezones. La otra mano la dirigí a su culo, y directamente la llevé por debajo de su vestido y sus braguitas. Pasé un rato alternando sus pechos y su culo, disfrutando con cada vaivén de María sobre mi polla.
Me recreé en sus nalgas con firmeza, y poco a poco me aventuré incluso un poco más lejos, alargando mi brazo tanto como podía. Acariciaba su tierno y blanco trasero, yendo desde sus nalgas hasta introducirme ligeramente en su raja. Estirando un poco más el brazo, llevé mis dedos más profundamente llegando a tocar su ano. Tenía el esfínter apretadito y era muy suave al tacto. Con mi dedo índice lo toqué repetidamente y fui apretando hasta que cedió un poco, dejando mi uña entrar a dentro. Ella no oponía resistencia alguna y a mí me estaba poniendo al límite. Mi dedo se adentraba un poquito y lo volvía a sacar, repitiendo la acción unas pocas veces.
María gemía de gusto, al compás de mi intrusión anal, y eso fue el detonante para que yo me corriera. Debí sacar al menos medio litro. Notaba mis calzoncillos completamente llenos, y la humedad era tal que traspasaba más allá de la ropa interior. En ese estado, María reposó un minuto sobre mí.

Giré mi cabeza una vez más para mirar a Tania; a cuatro patas recibía la polla de su novio clavándosela a toda máquina. Desde mi perspectiva veía la cara de la chica y sus tetas balanceándose con cada embestida. Levantó la cabeza y me aguantó la mirada. Su expresión era de total goce y vicio, y estaba sonrojada y sudorosa.



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—Oye, no me dejes tirada ahora. ¡Tienes que aguantar un poco más! —dijo María distrayéndome.
Acto seguido se bajó los tirantes del vestido y dejó expuestos sus jóvenes senos. Eso ayudó, y mi polla empezó a ponerse morcillona otra vez. Tomó mis manos y las puso sobre sus pechos, acariciándose con ellas.
—¡Vaya! ¡Cómo nos has puesto! —dijo, refiriéndose a mi corrida que seguía extendiéndose más allá de mis calzoncillos sobre nuestra piel.
Entonces, levantándose ligeramente, me agarró el slip por un lado y me desprendió de él, lanzándolo a un lado. Se volvió a sentar sobre mí, ésta vez directamente sobre mi pene, que inmediatamente reaccionó al sentir el contacto directo con sus mojadas braguitas. Pude sentir una vez más lo abultado que tenía el coño que, como si fuera un guante, envolvió mi polla con fantástica facilidad.
Poco a poco María fue retomando un ritmo de vaivén sobre mí. Yo por esas alturas ya estaba a tope de nuevo. Ella, a medida que sentía mi polla crecer bajo su vulva, acentuaba sus movimientos y se tornaban más fuertes, más intensos, favoreciendo al máximo el contacto entre nuestros sexos.
Mi amiga estaba completamente entregada al placer, y comenzó a gemir un poco más fuerte, llamando la atención de Tania y su novio, que pararon para observar. Probablemente desde su perspectiva simplemente parecía que María me estaba follando con pasión.

—¡Jooderrr, qué gusto! —gimió con rabia.

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Yo también lo disfrutaba al máximo. Los labios de su sexo se abrían para recibir mi miembro a través de sus calzones y, dada la extrema humedad, casi podía imaginar que follábamos de verdad. Al cabo de unos minutos María lanzó un gemido diferente, como mudo, y tensando su cuerpo sobre mí se corrió intensamente.
Mi pene estaba a reventar, pero también lo noté algo dolorido después de tanto roce con la tela de sus braguitas. Yo quería continuar, pero el orgasmo había dejado a mi amiga como en trance, y aunque retomó con cierta pereza el movimiento casi molestaba más que otra cosa.
De repente, como si hubiera adivinado mis pensamientos, María se levantó y se colocó encima mío en posición de sesenta y nueve. Me agarró el pene con una mano y empezó a lamerlo suavemente con su lengua y apresarlo con sus labios. La suavidad de su boca me sentó como un bálsamo. Me acariciaba y lengüeteaba con delicadeza, desde el glande hasta la base y sin olvidarse de mis testículos. Todo ello lo acompañaba con una exquisita paja que proporcionaba al compás del movimiento de su boca.
A escasos centímetros de mi cara quedó la entrepierna de mi amiga. Los olores que emanaban de sus braguitas eran sobrecogedores. Empecé a tocar con vicio, a magrearle el trasero y el bulto de su vulva por encima de la tela. Luego aparté a un lado la braguita y me afané en explorar su sexo con mis dedos y mi lengua. Me sabía a néctar sagrado.
Gocé de cada minuto, era el paraíso, e inevitablemente el propio placer me traicionó y me volví a correr, aunque esta vez dentro de su boca. Al parecer a mi amiga no le gustaba desperdiciar nada.
Cuando volví a la realidad, ví que a nuestro lado Tania ya había terminado y su novio se estaba vistiendo. Pero ella había estado observando sentada en la hierba aún desnuda y con una mano en su sexo. Decidí empezar a vestirme también, recuperando los calzoncillos y el pantalón que habían quedado tirados a mis pies. María se levantó y rápidamente pudo recomponerse el vestido y la ropa interior.
Aparentemente a nuestra amiga Tania no le corría prisa vestirse. Me pareció que hacía todo lo posible para alargarlo, asegurándose de que me diera tiempo a verla bien por cada rincón. Se puso el cortito vestido por encima estirando bien su cuerpo, y al ponerse las braguitas, se inclinó hacia delante sin doblar las rodillas, dándome una visión perfecta de sus nalgas abiertas y su lampiño coño, todo ello tomándose su tiempo. ‘Vaya con la niña’, pensé, ahora entendía dónde aprendió María a ser tan descarada.
Cuando terminamos de vestirnos aparecieron de nuevo Raquel y su novio. Ella tenía el pelo hecho un amasijo de nudos y su vestido también medio descompuesto. Sin duda también debieron pasar un buen rato escondidos detrás de algún árbol.
Ahí mismo nos separamos de los amigos de María; era bastante tarde.
—Ha sido un placer, Ramón, espero poder volver a verte pronto —dijo Tania con cierta picardía mientras nos despedimos con dos besos.
—Igualmente —dije mordiéndome la lengua, intentando esconder mi malestar por volver a ser llamado “Ramón”.
Al final nos despedimos todos y cada pareja se fue por su lado. En el camino de vuelta María estuvo bastante callada. Eso me inquietó un poco, y empecé a llenarme de dudas y remordimientos. Quizá ella no se esperaba que la cosa llegara tan lejos y estaba arrepentida.
¿Qué pensaría Ramón de todo esto? Lo que habíamos hecho iba mucho más lejos que los simples besos y roces del primer día. Incluso una paja sería justificable dadas ciertas circunstancias, pero lo sucedido esa noche eran ya unos cuernos mayores. Puede que estuviera considerando poner un fin a nuestro trato.
Al llegar a su portal estuve a punto de empezar a hablar de lo ocurrido y soltar una disculpa que me había ido preparando por el camino. Me pareció correcto dar el primer paso para acabar con todo esto. Pero ella se me adelantó:
—Joder… menuda corrida. ¡Estoy en las nubes! Hacía tiempo que no me quedaba tan a gusto. Muchas gracias, me lo he pasado de puta madre —finalizó, y me plantó un ardiente beso introduciendo su lengua hasta mi paladar.
Yo me quedé parado, desconcertado. No era la reacción que me esperaba en ese momento después de haber estado callada tanto rato. Yo ya me había montado toda una película en mi cabeza pensando que mi amiga estaba afectada, pero estaba confundido. No tenía idea de lo que significaba todo esto.
—¡Ah! ¡Casi se me olvida! —continuó María—. Toma, hoy te has ganado un recuerdo —y levantándose el vestido se quitó sus braguitas naranjas delante mio, y me las ofreció como regalo.
Las tomé entre mis manos; aún estaban empapadas. Yo estaba desconcertado, excitado, asombrado… No pude más que balbucear un tímido “gracias”.
—Estás siendo un novio de repuesto maravilloso —dijo guiñando un ojo—. ¡Tendré que darte un aumento! Aunque creo que hoy no te hace falta descargar más los huevos —añadió, riendo con picardía y rozando mi paquete por encima del pantalón.
La verdad que las dos corridas que me había propiciado María en Las Alamedas me habían vaciado por completo, incluso notaba mis genitales algo doloridos con tanto trote.
—¡Oh! Una cosa más —añadió mi amiga—; vente mañana a mi casa. ¿Vale? Mis padres están trabajando y mi hermano se ha ido de acampada con sus amigos. Me da palo quedarme aburrida yo sola. Podemos mirar una peli o lo que sea. ¿Qué te parece?
—Claro… allí estaré —respondí, aún algo perturbado, sopesando la trascendencia de lo ocurrido esa noche.
—¡Hasta mañana! —me dijo ya desde el portal—. Y gracias otra vez por hacer ver que eres mi novio. Nadie ha sospechado nada, y además me lo he pasado muy bien. ¡Buenas noches! —y desapareció riendo detrás de la puerta acristalada.
De camino a casa fui pensando. Parecía que para María todo era de lo más normal, puede que ella no le diera la mayor importancia al sexo, como si fuera algo tan natural como comer o beber. Además, ella siempre tenía un novio detrás de otro; formaba parte de su forma de ser. Esa semana me usaba a mí para satisfacer sus necesitabas, y la anterior era Ramón, y la anterior otro idiota afortunado, etc.
Pero para mí esos días habían puesto mi vida de patas arriba. Llevaba enamorado de ella desde antes de tener pelos en la cara, y ese era un sueño hecho realidad. Mi amor platónico, mi fantasía desde mi tierna infancia. Era ella, y me estaba proporcionando las experiencias más eróticas y morbosas de mi corta vida.
Llegué a casa. Mis padres ya dormían y, a oscuras y sin hacer ruido, me dirigí a mi habitación. Guardé las preciadas braguitas en una bolsita que deposité con discreción en el cajón de mi mesita de noche. Esa noche dormí como un tronco, sin conocer lo que me deparaba el día siguiente en casa de mi amiga.

CONTINUARÁ...

5 comentarios - El novio substituto: La cita

el70palomudo +1
Perfecto ojala subas la otra parte cuanto antes!
Laina12 +1
Cada vez se pone mejor la historia
Enescio82sv +1
excelente historia, esperare con ancias la continuacion +10
Cocinero1982 +1
Espero con ansias el próximo relato