You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Comenzando a dominar

Desde que comencé a tener relaciones sexuales, siempre me había atraído el sexo con un componente de dominación. Me gustaba someter a mis caprichos y deseos a mis parejas ocasionales, pero siempre de una manera muy “soft”, casi como un juego, en el que, aunque disfrutaba, me quedaba lejos de mis verdaderas expectativas.
El descubrimiento de mis verdaderas tendencias fue casual, en una noche de copas en la que coincidí con la amante de un buen amigo y una amiga suya. Yo era de las pocas personas que conocía aquella relación y creo que eso le daba bastante confianza. Tanto la amante de mi amigo como su amiga, María. Eran dos mujeres en el final de los treinta, ambas divorciadas y, al parecer, bastante guerreras. María, al contrario que su amiga, era rubia, voluptuosa, y muy simpática. Nos lo pasamos bien durante la noche y cuando ya se hacía un poco tarde dijeron de marcharse para casa. Mientras íbamos hasta una parada de taxi, la amante de mi amigo me dijo:
A- sabes que me fío de ti y de tu discreción, así que por qué no te llevas a María a tu casa y le das una buena cogida. Ella piensa que eres un chico muy guapo y no le importaría acostarse contigo.
Me quedé sorprendido por la propuesta. En aquella época y a mis veinticuatro años, yo era un chico bastante atractivo y bastante selectivo con mis conquistas, de hecho, tenía fama de ligón y como al estar toda la noche pendiente de aquellas mujeres no había podido buscar a ninguna otra, decidí que valía.
Nuestra común amiga montó en el taxi con un “sed buenos” y se fue. Nos quedamos uno frente al otro, nos miramos a los ojos.
Y- Vamos a mi casa?
Le ofrecí mi brazo para que se agarrase y comenzamos a caminar hacia mi casa que no estaba lejos. En el trayecto casi ni nos dirigimos la palabra. Yo iba pensando que nunca me había acostado con una “madurita”, mis relaciones habían sido siempre con chicas jóvenes, pero empezó a darme morbo la situación; además, intuía que María llevaba tiempo sin relaciones sexuales, por lo que seguro que nos lo íbamos a pasar bien. Lo único que me tiraba un poco para atrás era el concepto que tenía de mí su amiga, que pensaba que, a pesar de mis años, era todo un caballero y que iba a tratar a su amiga con toda corrección.
Cuando llegamos a mi piso le ayudé a desprenderse de su abrigo y noté que estaba temblando; parecía que me iba a llevar a la cama a una virgen y eso tenía claro que no era puesto que sabía que tenía dos hijos. Le ofrecí algo de beber y me dijo que no, que mejor nos fuésemos para la habitación. Llegamos al cuarto y quedamos de pie, unos frente al otro. Tomé su barbilla y levanté su rostro hacia mí y le di un beso. La verdad es que tenía una cara bonita, de ojos claros y labios carnosos. Seguí besándola al tiempo que comenzaba a desnudarla. Al sacarle el jersey que llevaba aparecieron ante mí unas hermosas y grandes tetas pugnando por escaparse de un bonito sujetador de encaje. Esta imagen ha quedado en mi cabeza por el resto de mi vida. Me encantaron y comencé a besarlas por la parte que quedaba al descubierto. Hice amago de soltarle el sujetador y me lo impidió, pero ella misma bajó las cazoletas de la prenda para dejar libres sus senos a la vez que no permitía que mostrasen su segura caída. Me concentré en aquellos pechos maravillosos y en aquellos grandes pezones que los coronaban. Se los lamí, chupé y hasta mordí ligeramente lo que hizo que soltara su primer suspiro. Desabroché su pantalón con idea de acabar de desnudarla y se apartó de mí haciéndolo ella. Lo hizo a toda prisa como si tuviese vergüenza y cuando estaba desnuda se tiró en la cama.
Yo estaba bastante excitado y continuaba vestido. Me acerqué a ella y comencé a acariciarla, fui bajando hasta su concha y se la toqué suavemente. Coloqué mi cabeza entre sus piernas y miré lo que me iba a comer. Tenía unos labios grandes pero en general era bonito. Estaba rasurado exceptuando un triángulo de pelo rubio en su pubis. Comencé a darle lengüetazos y a lamerlo. Cuando localicé el clítoris empecé a chuparlo con ganas. Ella gemía y cuando el tintineo de mi lengua en su botón se hizo más rápido, acabó soltando unos grititos muy graciosos. Quise seguir comiéndole la concha pero me apartó la cabeza y mirándome a los ojos me dijo:
M- Métemela, por favor.
Me desnudé mientras pensaba que aquello iba a ser un polvo rápido, de meter y acabar. Desnudo y con la pija tiesa me acerqué hasta ella. Sutilmente la aproximé a su cara esperando un poco de sexo oral, pero ella volvió a repetir:
M- Métemela.
Lo dicho, un polvo malo. Apunté mi polla a la entrada de su cueva y empujé, pensé que le iba a costar más, pero entró hasta el fondo sin ninguna dificultad. Comencé a moverme primero despacio y luego aceleré ligeramente mis movimientos. Ella tenía los ojos cerrados y parecía que disfrutaba pero algo me decía que no todo lo que debía ser. Agarré sus tetas y se las amasé al tiempo que incrementaba la rapidez de la cogida. De repente, de su boca salió:
M- Más fuerte.
Se podía entender que la cogiera con más ganas o que le apretase los pechos más fuerte. Me decidí por lo segundo y apreté sus tetas con ganas llegando incluso a retorcerle uno de sus enormes pezones. Su gesto cambió y ahora era puro placer. No tardó nada en acabar de forma tan explosiva que hizo que parase en mi cogida. Cuando la noté un poco recuperada volví a la carga y se la metí hasta el fondo con violencia. Agarré sus tobillos y le levanté las piernas y las puse sobre mis hombros haciendo que mi pija llegase todavía más profunda. Me incliné hacia ella. Mi cara estaba muy cerca de la suya. Me miró con vicio. Entonces ocurrió lo que yo no me esperaba.
M- Sigue así, cógeme con ganas, PÉGAME!.
Me quedé tan descolocado que hasta paré de cogerla. No me creía lo que me acababa de pedir. Me miró con vergüenza y con los ojos vidriosos.
M- Perdona, me gusta que me garchen duro y que me maltraten y lo estaba pasando tan bien contigo.
La miré pero no le dije nada. Pensé que si era lo que quería se lo iba a dar. Palpé su concha y estaba muy mojada, le di una palmada en él y ella soltó un gemido. Se la volví a meter hasta el fondo, la sacaba despacio pero la introducción era violenta. Volví a sus tetas. Esta vez sin timidez le agarré los pezones y se los retorcí para hacerle daño y lo único que conseguí fue un nuevo orgasmo. Aceleré el ritmo de cogida y la agarré por el cuello, casi asfixiándola. Los gritos se tenían que oír en el quinto y nosotros estábamos en el segundo. Y volvió a acabar y yo ya no aguanté más y se la saqué y deposité mi leche por todo su abdomen.
Quedamos exhaustos. Me tumbé a su lado y ella se giró dándome la espalda y comenzó a llorar. A mí me rompe una mujer llorando. Me levanté y fui hasta el otro lado de la cama para intentar consolarla.
Y- Qué pasa? Por qué lloras?
M- Es que no quería hacerlo así, qué pensarás de mí.
Y- Qué voy a pensar, que ha estado de maravilla. Acaso no lo has pasado bien?
M- Sí, pero pensarás que soy una puta a la que le gusta que la maltraten.
Y- Yo ni pienso ni dejo de pensar, lo único que sé es que lo hemos pasado muy bien y te diré que has despertado en mí reacciones que muchas minas ni se han acercado. Me ha gustado esta forma de coger, nunca lo había hecho y estoy encantado.
M- De verdad? No se lo dirás a nadie, júramelo.
Y- Aunque no me conoces mucho, sabes que te puedes confiar en mí.
M- Gracias.
Y se levantó al baño. Dejó la puerta abierta.
M- Me puedes acercar mi ropa?
Yo fui hasta el baño pero no le llevé la ropa. Estaba sentada en la taza y me pareció una imagen muy morbosa. Levantó la vista y me vio.
M- Y mi ropa?
No le contesté. Me quedé mirándola. Su cara daba muestras de haber echado un buen polvo y su maquillaje ya no estaba todo en su sitio. Me acerqué a ella y la tome del brazo. La puse delante del espejo.
Y- Qué ves?
M- Una vieja que acaba de rozar el ridículo con un jovencito que podía garcharse a la que quisiera.
Y- Error. Una hembra caliente que le gusta coger de una manera menos convencional pero placentera al fin y al cabo.
Según terminé mis palabras le solté un azote en sus desnudas nalgas. Pegó como un respingo. Con mi otra mano volví a sus pechos, a dedicarle algún pellizco a aquellos pezones. Cerró los ojos. Le di otro azote.
Y- Abre los ojos y dime qué ves ahora.
Si antes tenía mirada desidiosa, la de ahora se tornaba a viciosa. Creo que le gustó lo que vio porque girándose intento acercarse a mi boca para besarme. La detuve agarrándole el pelo, la miré con sorna y le planté un beso salvaje, comiéndole toda la boca e introduciendo la lengua por todas partes. Sin soltarle el pelo bajé hasta su cuello y se lo comí también pero aquí le pegué un mordisco que la hizo quejarse. Bajé mi mano a su coño y ya estaba mojada. Introduje un dedo en él y lo moví rápido, con fuerza. Empezó a gemir y las piernas comenzaron a flaquearle. La agarré del brazo y me la llevé a la cama. La tiré encima y me puse de rodillas a su cabeza, con mi pija muy dura cerca de su cara.
Y- Chupa.
Con un gesto se negó. Le agarré una teta y se la estrujé con fuerza. Abrió ligeramente la boca y comencé a restregarle mi pija por ella. María sacó la lengua y le daba pequeños lametones.
Y- Abre bien la boca.
Giré su cabeza hacia mi rabo y cuando abrió la boca se la introduje en ella. Comencé a cogerla por la boca al mismo tiempo que seguía estrujando sus tetas. Con una mano apoyada en su cabeza impedía que se apartase de la cogida bucal que estaba recibiendo, la otra la llevé a su encharcada concha donde después de azotárselo un poco introduje dos dedos hasta donde pude, sin dejar de moverlos en su interior. Le vino un orgasmo bestial. Yo paré de metérsela en la boca porque si no me iba a acabar antes de tiempo. La agarré por la cintura y la volteé dejándola boca abajo. Apunté a la entrada de su vagina y de un golpe se la metí hasta el fondo. En la posición en la que yo estaba tenía sus dos potentes nalgas a mi disposición así que empecé a magrearlas y a soltarle azotes mientras entraba y salía de ella que a su vez no paraba de gemir y soltar pequeños gritos de placer.
Y- Te gusta, verdad?
M- Síííííí.
No pudo decir más porque volvió a tener un orgasmo esta vez más intenso que los anteriores, estuvo como dos minutos teniendo espasmos. Cuando paró saqué mi rabo de su conejo y volví a darle la vuelta. Su cara era un poema, estaba deshecha. Esa visión y la de sus tetazas hizo que me pusiese encima de ella con mi rabo entre aquellas dos masas de carne. Se las apreté para dejar aprisionada mi pija entre ellas y comencé a masturbarme de aquella manera. Cuando noté que ya no aguantaba más, agarré mi rabo y se lo puse en su boca que ella cerró instintivamente, pero yo solté mi leche por su cara, regodeándome en ello y pasando mi capullo por sus labios al acabar de explotar. Abrió los ojos y me miró como una gata enfadada pero satisfecha, ahora sí que la estampa era preciosa; su cara llena de mi leche, sus pechos de pezones grandes relajándose y espatarrada en la cama con la concha abierta. Me hice a un lado a la espera de ver cuál era su reacción pero sin dejar de mirarla. Simplemente se fue para el baño y el ruido del agua corriendo me indicó que se estaba bañando. Al rato y con la cara limpia entró en la habitación y comenzó a vestirse.
M- Te pido por Dios que nadie sepa lo que ha pasado aquí.
Y- No tengas problema que de mi boca no saldrá nada.
Yo empecé a vestirme para acompañarla a la parada de taxi. Ella lo entendió así y me dedicó una sonrisa. Cuando llegamos a la parada se dio media vuelta hacia mí y me soltó:
M- Lo he pasado muy bien pero esto queda entre nosotros. Gracias.
Y se montó en el vehículo y se fue.
A los dos días, su amiga me dio las gracias por haber sido un “perfecto caballero” con ella, que le había contado que la había colmado de galanterías y de cariño, que lo necesitaba mucho y que lo había pasado muy bien. Luego supe que se había echado un ligue de su edad y que estaba pensando volverse a casar. Como mi amigo y su amante también rompieron, le perdí toda pista y nunca más supe de ella.
La experiencia hizo mella en mi forma de actuar a la hora de tener relaciones sexuales. Comencé a leer todo lo que podía sobre el tema de la sumisión, debo aclarar que de aquella lo de Internet era una cosa de la que se hablaba pero no se conocía. Me di cuenta que el sado en su vertiente violenta no era lo mío, lo que me excitaba era someter, hacer mi voluntad. En mis contactos posteriores intenté aplicar cosas que creía que irían bien y algunas lo fueron pero la mayoría no estaba por la labor y en mi mente se agolpaban situaciones y situaciones, teniéndome por algunos momentos en un estado de frustración.
La ocasión de sacar al exterior todo lo que tenía dentro me la proporcionó Raquel. No se podía decir que era un bellezón, pero sí que producía en los hombres una sensación de deseo. Solía ser muy abierta, sobre todo con los hombres, y en la época, finales de los 80, eso solía significar que le gustaba el tema. Físicamente no había mucho que destacar, su melena negra, sus buenas caderas, pero sobre todo tenía una boca impresionante, con unos labios que te pedían a gritos que le metieses la pija.
Mi relación con ella era simplemente de saludarnos y alguna charla que otra, siempre rodeados de un montón de amigos que, cuando ella ya no estaba, soltaban las típicas frases y me animaban a “atacarle”.
La cosa cambió un día en el que me dijo que cuando le invitaba a tomar un café; a mí no me apetecía mucho tener una cita con ella, seguía siendo muy selectivo, pero, no sé por qué, quedamos una tarde para vernos. Cuando llegó a la cafetería, la miré y la verdad, seguía pensando que no merecía la pena; su forma de vestir no iba mucho con mi estilo, falda larga de mucho vuelo, una blusa bastante “carca” para sus años, zapatos bajos, … Lo único que me seguía atrayendo de verdad era su boca; grande, rodeada por esos labios pintados en un rojo intenso que hacía que desease cogersela.
Charlamos de varias cosas, sin importancia, hasta que de repente se puso seria y me dijo.
R- Tengo que pedirte un favor.
Y- A ver, qué quieres?
Me contó que estaba teniendo una “aventura” con un hombre casado, que estaba medio enamorada, pero que últimamente le parecía que pasaba de ella y que le mentía con las típicas excusas, que si tengo que estar con mi mujer, que si tengo que hacer más horas, … esas cosas que los hombres utilizan para pasar de una mujer.
Y- Y qué quieres que haga yo.
R- Quiero que lo sigas y me digas si está saliendo con otra, o lo que esté haciendo.
En aquellos tiempos yo me dedicaba a la seguridad privada, pero en su parte más oscura. Ella debió enterarse por nuestro círculo de amistades y de ahí, la propuesta.
Y- Y por qué no lo mandas a la mierda y te buscas a otro.
R- Estoy loca por él. Y para ver si lo dejo quiero saber si me miente o no.
Lo primero que pensé fue en decirle que yo no me metía en esos asuntos y que era un trabajo de mierda, que ni yo ni la gente que estaba conmigo teníamos tiempo para esas menudencias, pero mi parte salvaje pensó: “Vamos a ver si sacamos algo de provecho a esto”.
Y- Vale, imagina que decido hacerlo. Cómo tienes pensado pagarme. Aunque no te lo parezca, el trabajo que hay que hacer requiere esfuerzo y personal, que no es barato.
Había exagerado un montón, en un par de días podía saber la vida y milagros de aquel incauto casi sin moverme de mi oficina, pero decidí ir por otro lado.
R- No sé, por cuanto me podría salir.
Y- No tienes el dinero suficiente ni la capacidad de conseguirlo.
Más o menos conocía su vida y sabía que el dinero no era precisamente su fuerte.
R- Y cómo podríamos hacer.
Y- No lo sé. Déjame pensarlo un poco. Mañana quedamos a la misma hora, pero te recojo en el portal de tu casa; iremos a un sitio más discreto para poder hablar mejor. Tráeme los datos que tengas del individuo y ven con la cabeza clarita respecto de cómo lo podemos hacer.
Nos despedimos con dos besos y cada uno por su lado. Yo empecé a maquinar lo que podía hacer. Por un lado y como mujer “normal” no me ponía mucho, pero mi vena dominante, nunca me gustó llamarle sádica, me pedía que aprovechase la situación y a ver hasta donde podíamos llegar.
Al día siguiente, la recogí y nos fuimos a una cafetería a las afueras de la ciudad.
Y- Quieres continuar con esto?
R- Sí, estoy decidida.
Y- Y cómo tienes pensado pagar mis honorarios.
R- Estoy dispuesta a todo. A acostarme contigo si es necesario.
Esbocé una maliciosa sonrisa, casi burlona. Me imaginaba que iba a saltar por ahí, pero no tan directamente. Me quedé callado por unos segundos y luego le espeté:
Y- De verdad que crees que con acostarte conmigo quedaría pagado el trabajo. Creo que me conoces y sabes que no estoy falto de mujeres. Estamos hablando de trabajo, no de placer.
Se quedó callada, decepcionada, quizás había pensado que con aquella proposición iba a ser suficiente. Yo tampoco dije nada más; me quedé mirando hacia otro lado, como si ella no estuviera, pasando de la situación como si aquello no fuera conmigo.
R- Y no hay ninguna manera más?
No le contesté, seguí en silencio como pensando en algo, como si se me estuviese ocurriendo en ese momento, aunque en mi mente ya traía perfectamente matizado lo que quería.
Y- No sé, quizás puedas hacer algo por lo que yo me sienta compensado. El trabajo va a costar bastante, otra vez a exagerar, hay que movilizar personal, conseguir datos de donde no los hay, en fin, es bastante complicado. Tú hasta donde estarías dispuesta a llegar.
R- Hasta donde tú digas.
Y- No creo. Ya sabes que tengo fama de buen tío, pero de lo que no se sabe mucho es de mi parte “hijo de puta”. Puedo llegar a ser muy pervertido y lo que se me viene a la cabeza me da la impresión de que se te va a hacer muy grande. Pero no, déjalo, no creo que aceptases.
R- Dime lo que es. Estoy dispuesta a lo que sea.
Y- Creo que es mejor que te olvides del muchacho ese o que sigas con él o que hagas lo que te dé la gana. No te veo cumpliendo tu parte del trato.
R- Dímelo ya.
Su cara se había tensado. Por un lado se le veía temerosa de lo que le iba a decir y por otro parecía que le había tocado su orgullo y que ella era capaz de hacer lo que hiciese falta. Creo que no se imaginaba lo que le venía encima.
Y- Bien. Te lo voy a decir. Escucha atentamente porque no pienso repetirlo ni una vez. Si te parece bien, dices acepto. Y si te parece mal dices que no y nos olvidamos del tema. Eso sí, esto queda entre nosotros y como me entere de que alguien más sabe algo, te voy a hacer la vida imposible y sabes que puedo hacerlo.
R- Bien .
Me volví a quedar en silencio. Tenía acelerado el corazón, mitad por la excitación del momento y mitad por la posibilidad de que se escandalizara de tal manera que me montara algún tipo de show, y eso no me interesaba. Después de un momento, comencé con las condiciones del “trato”.
Y- Como ya te he dicho, soy bastante más pervertido de lo que todos creen, simplemente guardo las formas. Te propongo lo siguiente. Yo me hago cargo de todos los gastos de la investigación y tú serás mi esclava.
R- Quééé?
Y- No me interrumpas. En diez ocasiones que yo decidiré, tú harás todo lo que yo te pida. Y cuando digo todo es todo. Si en algún momento se te ocurre protestar o decir que no a algo, te mando a la mierda a ti y a la investigación, esté en el punto que esté. Yo decidiré cuando, cuánto tiempo durarán y qué pasará en esas “citas”. Nadie, y digo nadie, puede saber lo que estamos haciendo, ni por tu parte ni por la mía. Si en algún momento quieres dejarlo no tienes más que pedirlo, las consecuencias ya las sabes.
Se puso colorada pero no dijo nada. Sus mejillas casi alcanzaban el rojo de sus labios. No sabía hacia dónde mirar. Se le notaba que pensaba de todo, muy deprisa. Bajó la vista y, como con dudas, me pregunto:
R- Qué cosas quieres que haga.
Y- Lo que me apetezca en cada momento. Piensa en lo peor que te podría pedir y te aseguro que te quedarías corta.
R- Pero, ponme un ejemplo.
Y- Lo que quiera. Sólo te puedo asegurar que no soy un sádico, me gusta someter, hacer las cosas a mi voluntad y, por supuesto, nunca te quedaría ninguna marca externa de lo que hagamos.
Volvió el silencio. Ahora ya me miraba directamente, con rabia, me encantaba esa cara. Seguro que le hubiese gustado mandarme a la mierda pero debía estar muy metida por el otro tipo y, por lo menos, se lo estaba pensando.
R- Sabes que de verdad eres un hijo de puta.
Y- Ya te lo he dicho y me encanta serlo.
R- Acepto.
Lo dijo muy segura, como el que va en una mala jugada de póker. Supe que ya estaba, que la iba a tener para mí y que iba a hacer con ella todo lo que me apeteciese. Pero pensé en forzar un poquito más y ver su disposición.
Y- Bien, nos vamos. Ahora me vas a demostrar que estás dispuesta a aceptar todo lo que yo te diga. Veamos que no eres pura boca y que me puedo poner con la investigación sin pensar que me la estás jugando. Por supuesto, esta vez no va a contar dentro de las diez sesiones; esto va a ser sólo una demostración de tu sumisión. De acuerdo?
R- Dale.
Pagué las consumiciones y nos fuimos hacia mi coche. Ella iba caminando delante de mí y yo iba pensando en cómo ponerla a prueba. Galantemente, le abrí la puerta del coche y cuando iba a entrar le agarré el culo con fuerza. Se quedó quieta. Seguí pasando mi mano por sus nalgas y ella se dejó hacer hasta que paré y subimos al coche.
Nos dirigimos a una zona de monte cercana a la cafetería, fuera de la vista de curiosos. Yo la miraba y ella seguía con la cara colorada como un tomate y con esa mirada de rabia que lo único que hacía era excitarme más.
Decidí que podía empezar con la prueba, y con voz enérgica, le dije:
Y- Quítate las tanga y el sutien.
Me miró pero no dijo nada. Levantó la falda y su culo y tiró hacia abajo de su tanga. A continuación, desabrochó algunos botones de la camisa y se deshizo de su sujetador. Iba a volver a abotonarse y se lo impedí.
Y- Quiero verte bien las tetas.
Yo iba conduciendo, buscando apartarnos todavía más de posibles mirones accidentales. Eso sí, la velocidad era pequeña, porque si no podía habernos pasado algo. Le agarré un pecho y lo acaricié, como si estuviese apreciando la mercancía. Me detuve en el pezón, grande y erecto. Se lo pellizqué, primero suave y luego más fuerte. No dijo nada. Le ordené levantarse la falda y enseñarme la concha. Lo hizo al tiempo que volvía a mirarme con rabia. Como imaginaba era bastante peludo, lo cual me desagrada bastante. Acerqué mi mano y lo palpé. Labios grandes, buen clítoris, lástima de pelo. Introduje un dedo para ver cómo estaba y, también como imaginaba, se deslizó fácilmente dentro por lo mojada que estaba. En todo este rato no habíamos dicho ni una palabra. Paré el coche en un lugar discreto.
Y- De momento, vas bien. Creo que puedo sacarle partido a esa parte de puta que tienes escondida. La próxima vez que quedemos estarás perfectamente afeitada, no quiero ver ni un solo pelo por debajo de tu cabeza. Sal del coche.
Salimos del vehículo, agarre del maletero una manta y la tiré en el suelo. Le ordené desabrocharse del todo la blusa y empecé a tocarle los pechos. Volví a pellizcarle los pezones, a retorcérselos incluso. Soltó un leve quejido pero no dijo nada.
Y- Ponte de rodillas y cómeme la pija.
Se arrodilló y empezó a desabrocharme el cinturón, mirándome a los ojos. Seguía con esa cara de rabia que cada vez me excitaba más. Continuó con mis pantalones, me bajó el slip y ante ella apareció mi pija, dando un salto delante de su cara. Su expresión fue como de sorprendida y se quedó un instante inmóvil; parecía que dudaba, que sabía que a partir de allí había que seguir.
Y- Chúpamela, ya.
Abrió su tremenda boca y engulló mi verga. No lo hacía mal, pero quizás no era la experta mamadora que aquellos labios hacían creer. La agarré del pelo y la aparté un poco para ver qué cara tenía. Volví a acercarla a mi verga y se la introduje con fuerza y empecé a cogerla por la boca. No daba abasto, pero seguía intentándolo. Volví a detenerla. La miré con cara de vicio y le pregunté:
Y- Qué tal, puta?
R- Bien.
Su cara seguía mostrando rabia, pero parecía que ahora también había un punto de vicio en ella. A lo mejor, estaba sacando su lado de zorra y le estaría gustando.
Y- Levántate.
Se puso de pie y yo aproveché para coger su concha con mi mano. Estaba empapada. Era una auténtica zorra y parecía que le estaba gustando. Por un lado a mí me gustaba, pero por otro quería ponerle las cosas difíciles para que se rajase si no se sentía bien.
La apoyé boca abajo sobre el capó del coche y levanté su falda. Su culo quedaba expuesto. No era un culo para echar cohetes, pero viéndolo así de sumiso y dispuesto parecía mucho mejor de lo que era. Seguía importunándome aquella mata de pelos que se vislumbraba bajo su raja, así que me pegué a ella, rozando sus nalgas con mi verga y le dije al oído:
Y- Seguro que quieres seguir?
R- Sí.
Agarré mi pija y apunté en su culo.
R- No, por ahí, no.
No le hice caso, empujé con rabia e introduje media pija en su trasero. Me quedé quieto y ella no dijo nada. Así que volví a empujar hasta sentir que ya no entraba más y empecé a moverme, primero despacio, pero luego con toda la fuerza y rabia que podía. Ella solo daba pequeños gemiditos; en esos momentos, no me quedaba claro si de dolor o de placer, pero me daba igual, quería forzar hasta ver a dónde podíamos llegar. Estuvimos un rato que tampoco fue muy largo, la excitación que yo tenía por toda la situación no me permitió muchos alardes, así que la atraje por las caderas con fuerza y acabe dentro de ella como una bestia. Lo que me sorprendió es que al mismo tiempo que yo me venía, ella tuvo un orgasmo.
Nos quedamos un momento quietos hasta que la saqué y, todavía bufando, le dije que me la limpiase bien. Hizo un ademán como de por favor no, pero volvió a arrodillarse y me la dejó bien limpita. Le acerqué su tanga y le ordené que se limpiase con ellas. Lo hizo y después las tiré al monte. Quiso protestar pero se dio cuenta que era perder el tiempo.
Y- A partir de hoy, siempre que vengas a mí lo harás sin tanga.
Asintió con la cabeza y se metió en el coche. Arranqué y le pregunté:
Y- Qué tal, cómo te sientes.
R- Como una puta zorra, como quieres que me sienta.
Y- Pues no te queda nada. Esto solo era una prueba para ver cómo te desenvolvías. Me importa una mierda cómo te sientes, ni si gozas o no. Yo estoy cobrando por unos servicios que voy a realizar y me los voy a cobrar bien cobrados. Tomas la píldora?
R- Sí.
Y- Mejor. Y para el domingo, cómo estás?
R- Libre.
Y- Pues quiero que estés a las diez de la mañana en mi casa. Abres la puerta, te desnudas y subes a mi cuarto. Seguramente esté todavía dormido así que me despertarás con una buena mamada. Lo siguiente ya te lo iré diciendo a lo largo de la mañana. Ah! Y dame los datos de ese tipo.
R- Muy bien.
La dejé en el portal de su casa. Me fijé en que le flaqueaban un poco las piernas al caminar, cosa que me hizo gracia, y le tiré un besito al despedirme. Empecé a pensar en lo ocurrido y me sentí bien, satisfecho, así que comencé a idear lo que iba a hacer el domingo.
 

0 comentarios - Comenzando a dominar