No pude dormir ni la siesta. Siempre que sabía que iba a salir con María, me mantenía animado y despierto. Un rato antes de las seis me duché, me lavé los dientes y me peiné para ir a la feria con mi amiga. Las fiestas del barrio duraban solamente una semana, pero la feria se instalaba unos días antes para aprovechar y hacer caja con chavales como nosotros, que estábamos ya de vacaciones del instituto.
Llamé a su piso desde el portal y al poco rato la vi bajar saltando por las escaleras. Llevaba una camiseta de tirantes bastante ajustada que delineaba su fino vientre y dejaba en evidencia sus lindos pechos. Más abajo una cortita minifalda se apretujaba contra sus muslos. Nos saludamos con un par de besos, lo que me permitió oler el frescor de su piel; sin duda también se acababa de duchar. Al comenzar a andar juntos pude apreciar por el movimiento de sus senos que no llevaba sostén, como era bastante habitual en ella, particularmente en verano.
—¡Que bien que vengas conmigo! Hacía tiempo que no salíamos solo tú y yo juntos… —me dijo alegremente.
—Sí, tienes razón. Seguramente desde antes que empezaras a verte con Ramón —respondí.
—¡Ay! ¡No me hables de ese mamón! Aún no me puedo creer que me haya dejado aquí tirada todo el verano, y ni siquiera se ha molestado en llamarme desde que se fue —dijo algo enojada.
—Bueno mujer, ya te llamará, a penas acaba de irse —dije percatándome de que no pasaban por su mejor momento.
Al llegar al descampado donde la feria se había instalado, vimos que la mayoría de los chavales del barrio ya estaban ahí, listos a gastarse sus pagas semanales en banales atracciones y chucherías. Cuando nos acercamos a la entrada vimos a un grupo de cuatro o cinco chicos, algo más mayores que nosotros, que al ver llegar a María se pusieron a mirarla, sonreír y murmurar entre ellos.
—¡Mierda! —exclamó María—. Esos son amigos de mi hermano. Son unos pesados; siempre me acosan con idioteces y obscenidades… — dijo, entonces me cogió del brazo y me arrastró con ella hacia ellos—. Ven conmigo, ¡y sígueme la corriente!
—¿Qué pasa María? ¿Te vienes a jugar con los mayores un rato? —dijo uno de los chicos, ignorándome a mí por completo.
—¡Dejadme en paz! —respondió ella—. Estoy con mi novio, así que cortaros un poco.
—¿Éste es tu novio? —dijo otro—. Pensaba que era el pijo ese larguirucho de las afueras —refiriéndose a Ramón.
—Ahora estoy con él —contestó María, y entonces me estampó un pico en la boca con el que me sorprendió.
Yo intenté actuar con naturalidad lo mejor que pude. Era la primera vez en la vida que María me besaba, y me dejó descolocado. Me esforcé al máximo para guardar la calma.
—Vaya María, cambias de novio como de abrigo —dijo un tercero—. ¿Ya sabe tu hermano lo putita que eres?
—¡Eh! —grité yo casi inconscientemente.
Fué casi instintivo, me pareció que tenía que intervenir, pero os aseguro que dos segundos más tarde temí por mi integridad física. Aunque yo me cuidaba bien y estaba fuerte, esos chicos eran más numerosos, más altos y más mayores que yo.
—Tranquilo chaval, que hay confianza con María —replicó el primero, con una risa reprimida—. María, dile que no hay problema; que somos amigos.
—Tranquilo cielo, que estos siempre están de guasa —dijo María dirigiéndose a mí, aunque sus ojos mostraban lo que realmente pensaba de esos pervertidos.
Entonces, abrazándome, me plantó otro beso en los labios. Ésta vez fue un poco más húmedo, abriendo ligeramente sus labios al rozarme. La verdad que ella empezaba a actuar conmigo tal y como yo la había visto actuar muchas veces con Ramón; cariñosa y juguetona. Simplemente era así como ella trataba a sus novios, y yo, aunque sólo fuera durante un instante y para sacarla de un apuro, recibí el mismo trato que el resto.
Pero a mí esos besos y la forma en la que me tocó al abrazarme, hicieron que me excitara y notaba mi bulto comprimido bajo mis pantalones. Me reprimí lo mejor que pude para no quedar en evidencia y estropearle la coartada a mi amiga.
—Bueno, nos vemos por ahí que nosotros estamos ocupados —dijo María despidiéndose y arrastrándome lejos del grupo de chicos.
Cuando estuvimos a cierta distancia me agarró un brazo y saltando de alegría me dijo:
—¡Gracias, gracias, gracias! Esos idiotas siempre andan molestándome. Realmente los odio, y odio a mi hermano por permitírselo. Pero estando tú aquí conmigo se tendrán que cortar un poco y dejarme tranquila.
—Pues mejor —comenté algo cortado.
—Perdona que te asaltara así de improvisto, pero es que he tenido que improvisar —me dijo ella sonrojándose ligeramente.
—Nada mujer, si no pasa nada —mentí—. Me alegra poder ayudar. Solo espero que Ramón lo entienda, si se entera…
—¡Y dale con Ramón! ¡Es él quien me ha dejado aquí tirada! ¡Todo el verano! —dijo otra vez enojada como antes—. En todo caso él te lo debería agradecer a tí, por protegerme de semejantes energúmenos. Además, a Ramón ya le dejaré yo saber lo que necesite saber. ¡Tú ni pío!
—Pues lo que tú mandes, María, no te llevaré la contra —admití aliviado.
—¡Si es que eres un cielo! —me dijo, y tal como estaba, aún agarrada a mi brazo, me volteó y me estampó otro beso. Esta vez era innecesario, pero me besó igual. Puede que le apeteciera jugar un poco.
Pasamos un rato disparando balines a unos globos, y al acabar vimos a ese mismo grupo de chicos muy cerca, haciendo cola en los autos de choque. Nos estaban observando.
—Ahí están esos brutos otra vez. ¡Mirándome el culo, como siempre! —dijo María fastidiada—. Ven conmigo, a ver si nos dejan en paz. —Y tomándome del brazo me llevó con ella rápidamente hacia otra de las atracciones, justo al lado de ellos.
Nos pusimos a hacer cola, y, asegurándose de quedar bien a la vista de esos idiotas, María se giró hacia mí y empezó a besarme con ganas. Yo tardé en reaccionar; no me lo creía, la verdad. Al poco tiempo ella estaba con una mano en el bolsillo trasero de mis pantalones y me comía la cara con sus labios carnosos. Empezaba a ser un morreo en toda regla. Yo me fui animando poco a poco y le acariciaba el pelo mientras abría mi boca para recibir su lengua, que ella forzaba dentro de mí.
Esta niña sabía lo que hacía. Todas esas íntimas experiencias que durante años ella me había confiado, la habían convertido en una chica fogosa y experta con los chicos. Sabía cómo calentarme y despertar en mí mis más bajos instintos. Me sentía en otro planeta, sus tiernos labios eran una delicia y el corazón me iba a cien por hora, por fín realizando el sueño de besar a mi amor platónico.
Entonces como un rayo me atravesó la imagen de Ramón, y lo que me diría si se enterara de esto. Un ligero sentimiento de culpa me invadió, pero ella, siguiendo con su muy convincente farsa para ahuyentar a sus acosadores, hizo que se desvaneciera rápidamente. Total, sólo eran unos pocos besos y roces, no era para tanto.
María iba vigilando a los amigos de su hermano de reojo, que seguían observando y cotilleando entre ellos. Se les veía disgustados, pero hasta cierto punto creo que disfrutaban mirando a María enrollarse conmigo, reforzando aún más la idea que tenían de ella de que era una cría fácil y calientapollas. No andaban del todo equivocados.
Pronto nos llegó el turno de montar en la atracción; era una de esas con tacitas que van girando. Al sentarnos María me dijo:
—¡Gracias otra vez! No habrá otra manera de que me dejen en paz. Creo que lo mejor será seguir actuando como novios todo el rato, para que no sospechen y nos dejen tranquilos. ¿No te importa?
—Claro, claro… No hay problema —respondí con forzada calma, reprimiendo mi euforia.
—¡Gracias! ¡Me salvas la vida! Oye y además pues… tú aprovéchate un poco, que será divertido. Favor por favor —y me sonrió guiñando un ojo.
La atracción se puso en marcha y María se agarraba a mí sin discreción. Yo la rodee con mi brazo derecho y me decidí a disfrutar del momento. Aunque fuera sólo por unas horas, María iba a ser mi novia.
Así pasamos la tarde, como una pareja cualquiera. De vez en cuando volvíamos a toparnos con ese grupo de energúmenos, pero para mí eso significaba que María se pusiera incluso más cariñosa, así que bienvenido era. Sus besos eran muy ardientes e intensos; su cálida lengua me sabía a gloria y ella me la ofrecía con facilidad.
En un momento dado, cansados de las atracciones y ya casi sin monedas que gastarnos, nos sentamos en la hierba de un parque contiguo, algo más apartado. Vimos al grupo de amigos vigilarnos desde un puesto de caramelos cerca del perímetro de la feria.
—Ven, quiero que les quede bien claro a esos brutos que no estoy disponible para sus flirteos —dijo entonces María.
Se sentó frente a mí, poniendo su culo sobre mis piernas, y acomodando las suyas alrededor de mi cintura. Al hacer esa maniobra, me ofreció al mismo tiempo una buena vista del interior de su faldita. Llevaba unas finas braguitas de algodón de color amarillo que se apretaban firmemente a su sexo. Se podía reconocer ligeramente el contorno y forma de su vulva, haciéndome recordar las imágenes de la otra noche cuando me la mostró sin pudor en el rellano.
—No sabía que besaras tan bien —añadió, y al instante me ofreció su boca una vez más.
Sentados como estábamos, se apoyaba con sus manos en mi pecho, acariciándome por encima de la camiseta. Bajé una mano sobre su muslo y fui subiendo hasta rozar su minifalda. La otra mano la tenía sobre su espalda, con la que la acariciaba de arriba a abajo, y en un par de ocasiones la llevé hasta pasar brevemente sobre su culo. Ella lo aceptaba con normalidad, como si realmente fuéramos amantes desde hace tiempo, y esa no fuera la primera vez que yo le tocara el culo.
A mí esa intimidad con María me estaba llevando a un éxtasis de placer que nunca había experimentado; era la chica de mis sueños, y ahí la tenía enteramente a mi disposición. Y lo más fuerte es que ella se dejaba hacer todo sin tapujos. Me dije que si me hubiera atrevido, me la habría tirado allí mismo y ella no me habría dicho ni mú.
Estaba tan excitado que temí correrme bajo mi pantalón, sobretodo cuando ella, agarrándome por la espalda, empezó un vaivén sobre mis piernas, apretando sus senos contra mí. Parecía casi como si a su vez ella me estuviera provocando adrede, comprobando hasta qué punto sería yo capaz de seguirle el juego.
Pero la cosa no pasó a más. Había gente pasando alrededor y el numerito que dábamos empezaba a atraer un poco la atención. Al levantarnos ya no vimos a los amigos de su hermano mayor, y asumimos que ya se habían ido. Empezaba a hacerse tarde y nosotros también decidimos irnos para casa.
Por el camino María continuó agarrada a mí, su novio por esa tarde, hasta llegar a su portal. Allí nos sentamos un momento en el lugar habitual, donde me dijo:
—¿Nos hemos divertido verdad? Gracias por hacerme de novio substituto, no sé lo que habría hecho si no hubieras estado ahí —sentenció sonriente.
—Bueno ya sabes, lo que necesites, hay confianza… —dije mientras ella se acercaba y me daba el último beso de la noche, y en ese momento pensé que probablemente el último de mi vida.
—Te lo agradezco –Y entonces añadió con toda naturalidad, fiel a su estilo—. Oye, he notado que tenías la polla dura toda la tarde. ¡Espero que no te duelan mucho los huevos! ¿Te harás una buena paja pensando en mí?
Me quedé helado. ¿Cómo se responde a algo así? Además, y yo que pensaba que había disimulado bastante bien…
—Bueno… es que… claro… –empecé a balbucear.
—¡No te preocupes, hombre! —me cortó, partiendose de risa—. ¡Has aguantado más de lo que pensaba! Cuando me senté encima tuyo creí que te ibas a correr. Me esforcé a frotarme bien contra tí, pero no, aguantaste. ¡Debes estar que revientas!
—Sí, bueno la verdad…—musité en voz baja, aún en estado de shock.
—Mira, te voy a dar algo que espero que te ayude; es lo mínimo que puedo hacer después de lo mucho que me has ayudado tú a mí —comentó.
Y entonces María, tomando mi mano, la llevó por debajo de su camiseta hasta sus pechos.
—Tócalas bien
—dijo—, y luego vete a tu casa y piensa en esto mientras te haces una buena paja. Ya me contarás qué tal te ha ido —terminó sonriente y guiñando un ojo.
Seguí sus instrucciones al pié de la letra, sin duda. Palpé bién sus pechos desnudos bajo la camiseta durante un rato, y jugué con sus pezones. María me miraba complaciente, y de forma coqueta se se abría de piernas para mostrarme esas braguitas amarillas que llevaba. Fué espectacular. Pero todo tiene un final, y poco después nos separamos.
Yéndose ella hacia su escalera se giró y me dijo:
—¡Ah! ¡Casi se me olvida! Voy a la piscina mañana por la mañana. ¿Te apuntas? Quizá necesite que me hagas de novio otra vez —dijo riendo—. Quién sabe, ese lugar siempre está lleno de idiotas intentando ligar conmigo —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Si, claro, no hay problema! —exclamé, lleno de excitación y de alegría en mi interior.
—¡Genial! ¡Hasta mañana! —Y María desapareció subiendo por las escaleras, y observé su culo balancearse de un lado al otro al hacerlo.
Al llegar a mi casa crucé el salón ignorando por completo a mis padres, que me miraron con cierto desdén. Pero era algo a lo que me tenían acostumbrado desde que entré de lleno en la difícil fase de mi adolescencia. Me dirigí frenéticamente a mi habitación, encerrándome con el pestillo. La corrida fue monumental.
Me acosté repasando en mi mente todo lo acontecido ese día, pero sobretodo con una tremenda excitación; la experiencia iba a durar al menos un día más.
CONTINUARÁ...
Llamé a su piso desde el portal y al poco rato la vi bajar saltando por las escaleras. Llevaba una camiseta de tirantes bastante ajustada que delineaba su fino vientre y dejaba en evidencia sus lindos pechos. Más abajo una cortita minifalda se apretujaba contra sus muslos. Nos saludamos con un par de besos, lo que me permitió oler el frescor de su piel; sin duda también se acababa de duchar. Al comenzar a andar juntos pude apreciar por el movimiento de sus senos que no llevaba sostén, como era bastante habitual en ella, particularmente en verano.
—¡Que bien que vengas conmigo! Hacía tiempo que no salíamos solo tú y yo juntos… —me dijo alegremente.
—Sí, tienes razón. Seguramente desde antes que empezaras a verte con Ramón —respondí.
—¡Ay! ¡No me hables de ese mamón! Aún no me puedo creer que me haya dejado aquí tirada todo el verano, y ni siquiera se ha molestado en llamarme desde que se fue —dijo algo enojada.
—Bueno mujer, ya te llamará, a penas acaba de irse —dije percatándome de que no pasaban por su mejor momento.
Al llegar al descampado donde la feria se había instalado, vimos que la mayoría de los chavales del barrio ya estaban ahí, listos a gastarse sus pagas semanales en banales atracciones y chucherías. Cuando nos acercamos a la entrada vimos a un grupo de cuatro o cinco chicos, algo más mayores que nosotros, que al ver llegar a María se pusieron a mirarla, sonreír y murmurar entre ellos.
—¡Mierda! —exclamó María—. Esos son amigos de mi hermano. Son unos pesados; siempre me acosan con idioteces y obscenidades… — dijo, entonces me cogió del brazo y me arrastró con ella hacia ellos—. Ven conmigo, ¡y sígueme la corriente!
—¿Qué pasa María? ¿Te vienes a jugar con los mayores un rato? —dijo uno de los chicos, ignorándome a mí por completo.
—¡Dejadme en paz! —respondió ella—. Estoy con mi novio, así que cortaros un poco.
—¿Éste es tu novio? —dijo otro—. Pensaba que era el pijo ese larguirucho de las afueras —refiriéndose a Ramón.
—Ahora estoy con él —contestó María, y entonces me estampó un pico en la boca con el que me sorprendió.
Yo intenté actuar con naturalidad lo mejor que pude. Era la primera vez en la vida que María me besaba, y me dejó descolocado. Me esforcé al máximo para guardar la calma.
—Vaya María, cambias de novio como de abrigo —dijo un tercero—. ¿Ya sabe tu hermano lo putita que eres?
—¡Eh! —grité yo casi inconscientemente.
Fué casi instintivo, me pareció que tenía que intervenir, pero os aseguro que dos segundos más tarde temí por mi integridad física. Aunque yo me cuidaba bien y estaba fuerte, esos chicos eran más numerosos, más altos y más mayores que yo.
—Tranquilo chaval, que hay confianza con María —replicó el primero, con una risa reprimida—. María, dile que no hay problema; que somos amigos.
—Tranquilo cielo, que estos siempre están de guasa —dijo María dirigiéndose a mí, aunque sus ojos mostraban lo que realmente pensaba de esos pervertidos.
Entonces, abrazándome, me plantó otro beso en los labios. Ésta vez fue un poco más húmedo, abriendo ligeramente sus labios al rozarme. La verdad que ella empezaba a actuar conmigo tal y como yo la había visto actuar muchas veces con Ramón; cariñosa y juguetona. Simplemente era así como ella trataba a sus novios, y yo, aunque sólo fuera durante un instante y para sacarla de un apuro, recibí el mismo trato que el resto.
Pero a mí esos besos y la forma en la que me tocó al abrazarme, hicieron que me excitara y notaba mi bulto comprimido bajo mis pantalones. Me reprimí lo mejor que pude para no quedar en evidencia y estropearle la coartada a mi amiga.
—Bueno, nos vemos por ahí que nosotros estamos ocupados —dijo María despidiéndose y arrastrándome lejos del grupo de chicos.
Cuando estuvimos a cierta distancia me agarró un brazo y saltando de alegría me dijo:
—¡Gracias, gracias, gracias! Esos idiotas siempre andan molestándome. Realmente los odio, y odio a mi hermano por permitírselo. Pero estando tú aquí conmigo se tendrán que cortar un poco y dejarme tranquila.
—Pues mejor —comenté algo cortado.
—Perdona que te asaltara así de improvisto, pero es que he tenido que improvisar —me dijo ella sonrojándose ligeramente.
—Nada mujer, si no pasa nada —mentí—. Me alegra poder ayudar. Solo espero que Ramón lo entienda, si se entera…
—¡Y dale con Ramón! ¡Es él quien me ha dejado aquí tirada! ¡Todo el verano! —dijo otra vez enojada como antes—. En todo caso él te lo debería agradecer a tí, por protegerme de semejantes energúmenos. Además, a Ramón ya le dejaré yo saber lo que necesite saber. ¡Tú ni pío!
—Pues lo que tú mandes, María, no te llevaré la contra —admití aliviado.
—¡Si es que eres un cielo! —me dijo, y tal como estaba, aún agarrada a mi brazo, me volteó y me estampó otro beso. Esta vez era innecesario, pero me besó igual. Puede que le apeteciera jugar un poco.
Pasamos un rato disparando balines a unos globos, y al acabar vimos a ese mismo grupo de chicos muy cerca, haciendo cola en los autos de choque. Nos estaban observando.
—Ahí están esos brutos otra vez. ¡Mirándome el culo, como siempre! —dijo María fastidiada—. Ven conmigo, a ver si nos dejan en paz. —Y tomándome del brazo me llevó con ella rápidamente hacia otra de las atracciones, justo al lado de ellos.
Nos pusimos a hacer cola, y, asegurándose de quedar bien a la vista de esos idiotas, María se giró hacia mí y empezó a besarme con ganas. Yo tardé en reaccionar; no me lo creía, la verdad. Al poco tiempo ella estaba con una mano en el bolsillo trasero de mis pantalones y me comía la cara con sus labios carnosos. Empezaba a ser un morreo en toda regla. Yo me fui animando poco a poco y le acariciaba el pelo mientras abría mi boca para recibir su lengua, que ella forzaba dentro de mí.
Esta niña sabía lo que hacía. Todas esas íntimas experiencias que durante años ella me había confiado, la habían convertido en una chica fogosa y experta con los chicos. Sabía cómo calentarme y despertar en mí mis más bajos instintos. Me sentía en otro planeta, sus tiernos labios eran una delicia y el corazón me iba a cien por hora, por fín realizando el sueño de besar a mi amor platónico.
Entonces como un rayo me atravesó la imagen de Ramón, y lo que me diría si se enterara de esto. Un ligero sentimiento de culpa me invadió, pero ella, siguiendo con su muy convincente farsa para ahuyentar a sus acosadores, hizo que se desvaneciera rápidamente. Total, sólo eran unos pocos besos y roces, no era para tanto.
María iba vigilando a los amigos de su hermano de reojo, que seguían observando y cotilleando entre ellos. Se les veía disgustados, pero hasta cierto punto creo que disfrutaban mirando a María enrollarse conmigo, reforzando aún más la idea que tenían de ella de que era una cría fácil y calientapollas. No andaban del todo equivocados.
Pronto nos llegó el turno de montar en la atracción; era una de esas con tacitas que van girando. Al sentarnos María me dijo:
—¡Gracias otra vez! No habrá otra manera de que me dejen en paz. Creo que lo mejor será seguir actuando como novios todo el rato, para que no sospechen y nos dejen tranquilos. ¿No te importa?
—Claro, claro… No hay problema —respondí con forzada calma, reprimiendo mi euforia.
—¡Gracias! ¡Me salvas la vida! Oye y además pues… tú aprovéchate un poco, que será divertido. Favor por favor —y me sonrió guiñando un ojo.
La atracción se puso en marcha y María se agarraba a mí sin discreción. Yo la rodee con mi brazo derecho y me decidí a disfrutar del momento. Aunque fuera sólo por unas horas, María iba a ser mi novia.
Así pasamos la tarde, como una pareja cualquiera. De vez en cuando volvíamos a toparnos con ese grupo de energúmenos, pero para mí eso significaba que María se pusiera incluso más cariñosa, así que bienvenido era. Sus besos eran muy ardientes e intensos; su cálida lengua me sabía a gloria y ella me la ofrecía con facilidad.
En un momento dado, cansados de las atracciones y ya casi sin monedas que gastarnos, nos sentamos en la hierba de un parque contiguo, algo más apartado. Vimos al grupo de amigos vigilarnos desde un puesto de caramelos cerca del perímetro de la feria.
—Ven, quiero que les quede bien claro a esos brutos que no estoy disponible para sus flirteos —dijo entonces María.
Se sentó frente a mí, poniendo su culo sobre mis piernas, y acomodando las suyas alrededor de mi cintura. Al hacer esa maniobra, me ofreció al mismo tiempo una buena vista del interior de su faldita. Llevaba unas finas braguitas de algodón de color amarillo que se apretaban firmemente a su sexo. Se podía reconocer ligeramente el contorno y forma de su vulva, haciéndome recordar las imágenes de la otra noche cuando me la mostró sin pudor en el rellano.
—No sabía que besaras tan bien —añadió, y al instante me ofreció su boca una vez más.
Sentados como estábamos, se apoyaba con sus manos en mi pecho, acariciándome por encima de la camiseta. Bajé una mano sobre su muslo y fui subiendo hasta rozar su minifalda. La otra mano la tenía sobre su espalda, con la que la acariciaba de arriba a abajo, y en un par de ocasiones la llevé hasta pasar brevemente sobre su culo. Ella lo aceptaba con normalidad, como si realmente fuéramos amantes desde hace tiempo, y esa no fuera la primera vez que yo le tocara el culo.
A mí esa intimidad con María me estaba llevando a un éxtasis de placer que nunca había experimentado; era la chica de mis sueños, y ahí la tenía enteramente a mi disposición. Y lo más fuerte es que ella se dejaba hacer todo sin tapujos. Me dije que si me hubiera atrevido, me la habría tirado allí mismo y ella no me habría dicho ni mú.
Estaba tan excitado que temí correrme bajo mi pantalón, sobretodo cuando ella, agarrándome por la espalda, empezó un vaivén sobre mis piernas, apretando sus senos contra mí. Parecía casi como si a su vez ella me estuviera provocando adrede, comprobando hasta qué punto sería yo capaz de seguirle el juego.
Pero la cosa no pasó a más. Había gente pasando alrededor y el numerito que dábamos empezaba a atraer un poco la atención. Al levantarnos ya no vimos a los amigos de su hermano mayor, y asumimos que ya se habían ido. Empezaba a hacerse tarde y nosotros también decidimos irnos para casa.
Por el camino María continuó agarrada a mí, su novio por esa tarde, hasta llegar a su portal. Allí nos sentamos un momento en el lugar habitual, donde me dijo:
—¿Nos hemos divertido verdad? Gracias por hacerme de novio substituto, no sé lo que habría hecho si no hubieras estado ahí —sentenció sonriente.
—Bueno ya sabes, lo que necesites, hay confianza… —dije mientras ella se acercaba y me daba el último beso de la noche, y en ese momento pensé que probablemente el último de mi vida.
—Te lo agradezco –Y entonces añadió con toda naturalidad, fiel a su estilo—. Oye, he notado que tenías la polla dura toda la tarde. ¡Espero que no te duelan mucho los huevos! ¿Te harás una buena paja pensando en mí?
Me quedé helado. ¿Cómo se responde a algo así? Además, y yo que pensaba que había disimulado bastante bien…
—Bueno… es que… claro… –empecé a balbucear.
—¡No te preocupes, hombre! —me cortó, partiendose de risa—. ¡Has aguantado más de lo que pensaba! Cuando me senté encima tuyo creí que te ibas a correr. Me esforcé a frotarme bien contra tí, pero no, aguantaste. ¡Debes estar que revientas!
—Sí, bueno la verdad…—musité en voz baja, aún en estado de shock.
—Mira, te voy a dar algo que espero que te ayude; es lo mínimo que puedo hacer después de lo mucho que me has ayudado tú a mí —comentó.
Y entonces María, tomando mi mano, la llevó por debajo de su camiseta hasta sus pechos.
—Tócalas bien
—dijo—, y luego vete a tu casa y piensa en esto mientras te haces una buena paja. Ya me contarás qué tal te ha ido —terminó sonriente y guiñando un ojo.
Seguí sus instrucciones al pié de la letra, sin duda. Palpé bién sus pechos desnudos bajo la camiseta durante un rato, y jugué con sus pezones. María me miraba complaciente, y de forma coqueta se se abría de piernas para mostrarme esas braguitas amarillas que llevaba. Fué espectacular. Pero todo tiene un final, y poco después nos separamos.
Yéndose ella hacia su escalera se giró y me dijo:
—¡Ah! ¡Casi se me olvida! Voy a la piscina mañana por la mañana. ¿Te apuntas? Quizá necesite que me hagas de novio otra vez —dijo riendo—. Quién sabe, ese lugar siempre está lleno de idiotas intentando ligar conmigo —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Si, claro, no hay problema! —exclamé, lleno de excitación y de alegría en mi interior.
—¡Genial! ¡Hasta mañana! —Y María desapareció subiendo por las escaleras, y observé su culo balancearse de un lado al otro al hacerlo.
Al llegar a mi casa crucé el salón ignorando por completo a mis padres, que me miraron con cierto desdén. Pero era algo a lo que me tenían acostumbrado desde que entré de lleno en la difícil fase de mi adolescencia. Me dirigí frenéticamente a mi habitación, encerrándome con el pestillo. La corrida fue monumental.
Me acosté repasando en mi mente todo lo acontecido ese día, pero sobretodo con una tremenda excitación; la experiencia iba a durar al menos un día más.
CONTINUARÁ...
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