Hacía calor esa tarde en Corrientes. El puente que cruza el río es la referencia inevitable. La playa es fabulosa. Apenas la orilla volvía ese día abrasador en algo más apacible. Ahí estaba yo nomás. Pensé que había ido al pedo, que de algún lugar –tal vez desde arriba de ese puente- se estaría cagando de risa con la amiga y los otros badulaques. Los imaginaba riéndose del porteño cuando desvié la mirada al celular y el mensaje me confirmaba la burla. “Q ansioso... llegaste 5 min antes” decía la pantalla y me cegué mirando hacia el puente que cruza chaqueños y correntinos todo el día. No vi a nadie pero en el siguiente mensaje me di cuenta que no estaba mirándome desde allí arriba. Miré atrás, porque en la foto me vi la pelada como nunca la había visto jamás. Giré y estaba mirándome por la pantalla. Recostada boca abajo, dorando las piernas de amazona y ese orto gigante que estaba firme dominando el horizonte y zanjando más aún lo que divide el puente. Se reía con otra chica, la que estaba anoche de pantalón blanco. Flaquita, bonita. A juzgar por el golpe de vista con mejores tetas que en el recuerdo. La cerveza en abundancia me indica con pinchazos en la cabeza que no tengo que tomar tanto, pero también me hace olvidar detalles del pasado inmediato ¿Porque las recuerdo dándose piquitos? Me dicen que me acerque. Lo hago con prudencia. Puede ser una trampa. Pero no. Me abro camino entre los cuerpos que también quieren quedarse con algo del sol y escucho como hablan bajito y se ríen. La flaquita me mira de arriba abajo y hace una mueca interesante. Que bueno se pone esto, pensé.
-Sentate ¿o de día tenés vergüenza?-, dice la morocha de culo extraordinario, fibrosa cómo si corriera en la selva para cazar su comida y que ayer me chupaba la pija en el taxi con una ferocidad que asustaba. Me agacho y antes de ensayar alguna intervención me pide que la examine bien, si consideraba que necesitaba algún tipo de protección para la piel. Luego me pide lo mismo para la flaquita.
-Ella tiene la piel más delicada. Incluso tiene los pezones sensibles. No se los puedo morder por un tiempito-, dice y le roza con la yema del dedo gordo el garbanzo endurecido que asoma por debajo de la bikini. Le ordena que se vaya a remojar al río y nos deje solos un rato. La flaquita le responde con un “sí mi amor” y se interna en ese oasis. Me acerco y me acecha. Me hunde la lengua y somete a la mia. Me da un respiro cuando muerde mis labios y me desafía.
-¿Estás dispuesto a compartirme con mi chica?-, me dice.
-Si tu chica no tiene problemas…-, canchereo.
Cómo si fuese una coreografía, la flaca volvía del agua y se envolvía con un pareo. La correntina se paró y caminó hasta la costanera ofrendando el culo para todos. En ojotas, tenía el culo más parado que cualquiera de esas que se suben arriba de tacos de 20 centímetros. Seis cuadras más tarde, estábamos los tres en un living pequeñito. La morocha me sirvió un trago. No sé cual, ni tomo tragos. No podría describir exactamente el sabor, pero entiendo que tenía pretensiones frutales. Livianito, ni se sentía el vodka. La flaquita me pidió otro. Lo hice como el mejor barman. Les dije que en Buenos Aires había atendido la mejor barra de la noche porteña, fiestas electrónicas. Las divertía a las chicas. Hice algo con una coctelera que la flaquita dejó con decoro en un rincón. El gin tonic no falló y brindamos los tres. Envalentonado le pedí a una que mostrara las tetas y cuando de un tirón las sacó del corpiño le pegué un chirlo a la morocha. Me sentía el rey. No había detalle para obviar en la próxima mesa de machos alfa. Me puse al día con todos los cliché posibles. Se chuparon las tetas con champaña; me la chuparon las dos juntas mientras se comían la boca; las hice besarse, tocarse y chuparse. Toda la instrucción recibida en desde el VHS hasta youporn y los masters cotidianos de whatsapp habían sido recreados. Pero no estaba preparado para tanto. La cosa es que le chupaba la concha a la morocha. Una locura. La flaquita se me acurrucó al lado y la lengüeteabamos juntos. Enloquecido le dejo el clítoris para ella, porque si chupaba la concha como chupaba la verga tenía que ser generoso, y así llegue solito a tantearle el orto. Cogerme ese culo era como colonizar Corrientes. No porque ese increíble ojete fuese virgen, sino por haberme levantado del boliche a ese monumento y llenarlo de leche al otro día, mientras me enfiestaba con las dos.
-¿Le vas a hacer el orto?- dijo una de las dos. Semejante predisposición y sintonía me volvía más viril. Sin sacarle la lengua del ano grité como un animal para que se entendiera ese rebuzno era una respuesta afirmativa.
-Preparamelo-, ordenó entonces y la busqué con la lengua para sentirle la concha que se había chupado. Enceguecido me tiré encima de la morocha dejándole el espacio a la flaquita para que prepare el agujero donde le iba a clavar la pija. La tomé de las muñecas y le abrí los brazos y la inmovilicé. Le mordía el cuello y le sentía las tetas con el pecho. Sentí un chirlo en la cola. Entendí que la flaquita necesitaba más espacio para hacer su trabajo, pero me negaba a la liberar a la morocha. Sin soltarle las muñecas me adelanté unos centímetros y entendí que eso quería la flaquita, que me acompañó los movimientos con las manos. Me empezó a chupar los huevos y me la imaginaba como estaba juntando saliva y esencia de pija, de mi pija, para empezar a laburarle el orto. Pero la flaquita me hundió la lengua a mi. Raro. No voy a decir que no había jugado alguna vez, como quien no quiere la cosa. Pero la flaquita me enterraba la lengua con tantas ganas que estaba llegando a algunas instancias inexploradas. Reconozco que me relajé y me despabiló la pregunta.
-¿Ya está listo ese culo?- preguntó la morocha y cuando le iba a explicar -ingenuo- que la flaca se había equivocado de orto y si yo se la metía así le iba a doler, entendí exactamente cómo se siente que te rompan el orto por primera vez. Hacía calor esa tarde en Corrientes. Ardía.
5 comentarios - Corrientes arde