Hacía más de dos semanas que no tenía noticias de Lucho. Le escribía, lo llamaba, pero nada de nada, me dejaba en visto o ni siquiera me contestaba. Y ya saben cómo somos las mujeres cuándo nos evitan de esa manera. Nos ponemos en modo culposo, sentimos culpa por todo, que algo habremos hecho, que algo no le gustó, que ya le dimos todo lo que quería y se cansó de nosotras. Y yo ya le había dado todo lo que una mujer le puede dar a un hombre.
Aunque más allá de mis culpas e inseguridades, el motivo de tan prolongado silencio fue que su esposa había dado a luz. Lo cuál yo sabía que podía suceder en cualquier momento, ya que estaba bordeando los nueve meses, pero que de forma inconsciente había decidido ignorar.
No me gustaba hablar de sus hijos, ni de su actual esposa, ni de sus ex. Cuándo estábamos juntos, solo éramos él y yo, aislados de todo y de todos. El resto del mundo no existía.
Creía que teníamos una relación perfecta, esa química especial que encontrás solo con determinadas personas, sin reproches ni demandas, solo la satisfaccion que encontrábamos juntos en una cama. Pero..., al parecer había un pero. Y ése pero era su hijo recién nacido.
Después de casi dos semanas, la primera respuesta que recibo es una foto de un bebé rozagante, y un mensaje.
"Se llama Ariel, pesó dos kilos setecientos".
Faltaba nomás que me mandé la foto de la mamá del nene y del resto de sus hijos, y la hacía completa.
Hice lo mismo que él, no le respondí. Borré el mensaje con foto incluída y traté de olvidarme, pero aunque mi cabeza hacia el esfuerzo, mi sexo, mi intimidad toda, se resistía.
Esa mañana, mientras me duchaba, me masturbé recordando los momentos que pasamos juntos, y eso que la noche anterior había hecho el amor con mi marido. Pero no había nada que me consolara, ni siquiera los encuentros con mi ex suegro que, aunque me dejaban satisfecha, no alcanzaban para desterrar de mi cuerpo el recuerdo de Lucho.
Extrañaba sus besos, sus caricias, la forma en que su verga se amoldaba a mi interior.
Era como si mi concha hubiese generado una dependencia de su pija, y ya ninguna otra me resultase suficiente.
Así que al llegar a la oficina insistí con los llamados y mensajes, pero resultaron inútiles. Estaba en otra. Lo único que me respondió fue que estaba ocupado. Que ya me devolvería el llamado. Imagínense...
Fue entonces que me acordé de una de las tantas charlas posteriores al sexo que tuvimos, en la que habló de un amigo suyo, con el que compartía el taxi. El Gurka, así le decían porque era ex combatiente de Malvinas.
Busqué en la computadora los datos del auto, y ahí estaban, los nombres de los dos choferes habilitados. Uno era Luis Alberto Mero...., o sea Lucho, y el otro, Carlos Daniel Ragu...., que tenía que ser el Gurka. Por lo menos la edad coincidía. 55 años.
Si las cuentas no me fallaban, debía de tener dieciocho en 1982, el año en que yo nací, por lo que era muy probable que hubiese estado en la guerra, así que debía ser él.
Busco su número y lo llamo. Le digo que por un error en la base de datos, necesito scanear de nuevo toda su documentación y de paso actualizar las fotos del taxi. Por suerte no se queja ni nada, y me dice que va a pasar por la oficina al mediodía. No debe ser muy puntual, porque llegó pasadas las dos. Un tipo alto, grandote, que representa cabalmente la edad que indica su documento de identidad. Como dato pintoresco, lleva el pelo largo atado en una colita, aunque exhiba una pronunciada calvicie en la parte de arriba.
Lo atiendo muy cordialmente, como a todos mis asociados, y le invito un café mientras vuelvo a copiar toda su documentación, tanto la personal como la del auto. Luego salimos a la calle para tomarle las fotos al vehículo.
Estoy fotografiando el interior, cuándo me dice:
-Disculpame la demora, pero me desocupé hace un rato nomás, ni siquiera tuve tiempo para almorzar-
-Estamos empatados entonces, porque yo tampoco almorcé- lo cuál era cierto, ya que por la abstinencia de Lucho ni ganas de comer tenía.
Sigo con las fotos, y cuándo terminó le digo como si nada:
-¿Sabés qué? Tendríamos que ir a comer juntos, a cargo de la Compañía, si estás libre, claro-
¿Acaso me iba a decir que no? La oferta era demasiado tentadora como para rechazarla.
-¿La Compañía paga?- se sorprende.
-Tomalo como una compensación por hacerte perder éstas horas de trabajo- le confirmo.
-Sí me acompañás, obvio que acepto-
-¡Buenísimo! Con esto ya terminamos, ¿porque no me esperás acá a la vuelta, en la plaza? Busco la cartera y estoy en cinco- le digo, chequeando la hora.
-Con tal de comer con vos, te espero el tiempo que quieras- repone mirándome de una forma que revela que a quién quiere comerse es a mí.
Vuelvo a la oficina, agarro la cartera y aviso que salgo a almorzar. En la plaza, frente a los juegos infantiles, me espera el Gurka, fumando un cigarrillo. Me subo al auto y, aunque no habían pasado ni diez minutos desde que nos vimos, lo saludo con un beso en la mejilla, lo cual lo toma por sorpresa, ya que no soy de saludar a los socios de esa manera.
A sugerencia mía vamos a un restaurante que no voy a nombrar porque está cerca de mi trabajo. Yo pido una ensalada de hojas verdes con una presa de pollo a la plancha, él un bife de chorizo a punto con papas fritas, ambos platos acompañados con vino de la casa.
Mientras comemos vamos charlando de diferentes temas, incluso me cuenta de su tiempo en la guerra, de cómo le afectó, no solo física sino también psicológicamente, de porque le dicen Gurka y hasta me cuenta algunas anécdotas que le ocurrieron arriba del taxi.
Ésto último me da pie para incursionar en el tema que más me interesa.
-¿Y cómo te va con el taxi con toda esta crisis que estamos viviendo?- le pregunto entrando ya en situación.
-Y la verdad, como el traste, con los aumentos, los piquetes, pero la voy remando-
-Ustedes son dos, ¿no? Deben tener el taxi laburando todo el día-
-Si, somos dos, pero ahora se me está complicando con los horarios, porque el otro chófer tuvo familia y hace unos cuántos días que no se aparece, por eso hoy no llegué a la hora que te dije-
-Ah Luis, sí, ya me acuerdo, la última vez que vino a pagar el seguro la esposa estaba a punto, ya casi para internarse- me hago como si me hubiera acordado de repente -¿Salió todo bien?-
-Si, alguna pequeña complicación pero nada grave, por eso estuvo perdido unos días, para estar con la mujer-
-Que bien, estará feliz de ser papá-
-Bueno, ya es el quinto que tiene, y todos varones-
-Jaja, ya tiene para un equipo de fútbol cinco- me río, aunque por dentro se me retuerce la panza.
-¿Postre o café?- nos pregunta la chica que nos atiende.
Ambos nos decidimos por el café.
Seguimos charlando como dos viejos amigos que vuelven a encontrarse después de estar un largo tiempo distanciados. Ya no hablamos de Lucho, sino de otros temas que me resultan más amenos.
Cuando terminamos, pago la cuenta con la tarjeta corporativa, nos levantamos y salimos al frío porteño. Sin decir nada caminamos hacia el estacionamiento tan lentamente que parecería que ninguno de los dos quisiera despedirse.
-Te alcanzo hasta la oficina- me dice.
Acepto con apenas un gesto. Nos subimos al taxi, y mientras me abrocho el cinturón de la misma manera, como si estuviera en modo "slow motion", le digo:
-¿Sabés una cosa, Gurka?- me había gustado su apodo, le quedaba -La pasé muy bien esta tarde, ya sé que tenés que trabajar, yo también tendría que volver, pero..., no sé, me gustaría seguirla-
-¿Seguirla?- me mira sorprendido -¿Y cómo te gustaría seguirla?-
-¿A vos no se te ocurre nada?- le replico, mordiéndome el labio inferior en un gesto más que explícito y evidente.
Me mira la boca, luego los ojos.
-Bueno, ocurrir se me ocurren muchas cosas, pero no quisiera decirte algo fuera de lugar y arruinar el momento-
-No sé si es el vino o qué, pero creo que nada de lo que me digas me parecería fuera de lugar-
-¿Estás segura?-
-Muy segura- le confirmo, removiéndome excitada en el asiento.
Se inclina hacia mi lado y poniendo una mano sobre una de mis piernas, se la juega:
-Podríamos seguirla en un telo...-
Suelto un suspiro, uno de los tantos que tenía reservados para Lucho, y le digo:
-¡Que casualidad, yo estaba pensando en lo mismo...!-
Estoy de pollera, así que mete la mano por debajo y me acaricia la concha por encima de la ropa interior. A modo de respuesta, estiro una mano y le toco el paquete.
-Sacala...- le digo en un susurro.
Se baja el cierre del pantalón y se la saca ya armada. Se la agarro y se la aprieto levemente, para constatar su dureza. Y sí, está dura.
Deja que yo se la maneje a mi antojo y vuelve a meter la mano por entre el calor de mis muslos. Pese a que me le estoy regalando, no intenta traspasar por sí mismo el límite que le impone la bombacha, así que soy yo la que le agarra la mano y la mete por debajo del elástico, sintiendo ahora sí, sus dedos ásperos aunque cálidos, explorándome por dentro.
-¡Mmmm..., estás riquísima!- me dice, sacando los dedos y chupándoselos.
-A ver... Convidame...- le digo.
Vuelve a untar un poco de mi flujo íntimo y me lo da a probar. Le chupo los dedos con fruición, saboreando mi propia intimidad, y sí, tiene razón, estoy muy rica.
Su pija también ya comienza a estar pegajosa, por el juguito que se le derrama por los costados, pero aunque me muera de ganas, no da para chupársela arriba del auto.
Todavía estamos en el estacionamiento del restaurante, y no va a pasar mucho tiempo para que vengan a golpearnos el vidrio para preguntarnos porque nos demoramos.
-Mejor nos vamos- le digo entre medio de un suspiro, con el cuerpo prendido fuego.
El motivo por el que me había puesto en contacto con el Gurka, era porque Lucho me había contado que cada vez que se pasaban la posta en el taxi, éste lo entretenía largo rato contándole sus proezas sexuales. Y es que pese a estar casado, el Gurka resultaba ser terrible putañero, por lo que siempre tenía algo para contar. Y una vez le había dicho, a modo de confesión, que estando con una mina se había imaginado que estaba "con la tetona del seguro".
-No sabés las ganas que le tengo a esa concheta- había rematado la anécdota.
-Creo que se refería a vos- me aseguró Lucho en aquel momento, mientras se empalagaba con las tetas que su amigo apenas alcanzaba a imaginarse.
Por eso estaba convencida que si me encamaba con él, en alguno de esos relevos, le iba a contar que finalmente se garchó a la tetona del seguro. O sea, a mí.
Ése era el mensaje que iba a recibir Lucho de mi parte después de dos semanas de haberme ignorado por completo. Que me cogí a su compañero.
Al principio la idea se me ocurrió por puro despecho, pero después de haber estado con el Gurka, de haber hablado y de conocerlo más íntimamente, de verdad me entraron ganas de coger con él.
Ahora lo mío pasaba de ser un simple capricho, la venganza de una despechada, a convertirse en pura, genuina calentura.
Así que fuimos al telo de la vuelta. No me gusta decir esto porque puede parecer que me la creo, pero el Gurka estaba como un chico en Disneylandia, como si estuviera cumpliendo su máximo anhelo. Por supuesto no me lo dijo, pero se le notaba en la cara, en la sonrisa de feliz cumpleaños que tenía.
Lucho me lo había dicho, pero ahi, en el telo, por la forma en que me besaba y por como me acariciaba, me di cuenta realmente de las ganas que me tenía.
Estábamos en la cama, sin desvestirnos todavía, comiéndonos a besos, sin apurarnos, disfrutando de la calidez de nuestras bocas.
Hay tipos que enseguida van a los bifes, que son capaces de cogerte con la ropa puesta. Si me toca uno de esos, me resigno, pero a mí me encantan los jueguitos previos, los besos, la caricias, las lamiditas, y por suerte el Gurka era de los míos.
Me disfrutó completita, hasta puedo decir que no hay parte de mi cuerpo que no haya recorrido con su lengua. En especial la conchita, a la que le dedicó todos los honores.
Quizás me repita como en otros relatos, pero ¡que bien me la chupó! Hasta entonces creía que era mi ex suegro el que mejor me había chupado la concha, pero el Gurka le disputa merecidamente el primer puesto y creo que hasta lo supera.
Como no querer agasajarlo de la misma forma, si me estaba haciendo un desastre ahí abajo. Así que hacemos un 69, yo montada encima suyo, chupándole rabiosamente la pija, mientras él me sigue chupando a mí.
¡¡¡Locura total...!!!
Me deja con la concha pidiendo a gritos un buen garche.
Con su sabor aún impregnando mis labios, me levanto y me tiendo de costado. Sin dejar de mirarme con esa fascinación que no puede evitar ni disimular, el Gurka agarra uno de los preservativos que están sobre la mesa de noche y se lo pone. Se recuesta tras de mí y con una erección que parece comprimir todo el ímpetu de su cuerpo, me avanza por detrás y me coge de cucharita.
Mientras me bombea a quemarropa, me abraza fuerte, manteniéndome bien pegada a su cuerpo, como si temiera que en cualquier momento fuera a salir corriendo. Pero no hay otro lugar donde quiera estar más que ahí, entre sus brazos, bien abrochada, sintiendo como con cada empuje el placer se vuelve más intenso y gratificante.
Me entrego por completo a ese hombre que, hasta un rato antes, solo era una referencia lejana. Alguien que había sido nombrado, como al pasar, por un amante en una de esas tantas charlas que se tienen después del sexo.
Amasándome las carnes con entusiasmo, el Gurka me voltea la cara y me mete la lengua en la boca. Me sigue cogiendo sin pausa, sin darme ni un solo respiro, cosa que yo no le pido, aunque me gustaría que de a ratos, solo de a ratos, bajará un poco el ritmo para poder besarnos con tranquilidad, como dos enamorados.
Sin dejar que me la saque, me le subo encima, así como estoy, dándole la espalda, y lo empiezo a cabalgar, metiéndomela ahora yo hasta los huevos, llenándome bien la concha con su verga.
Desde abajo el Gurka me acaricia las tetas, me las amasa, me las aprieta, me retuerce los pezones, presionándolos, como si quisiera sacarme leche.
Miro hacia abajo, a esa zona de intensa fricción, y veo como el clítoris sobresale por entre los labios, gordo, húmedo, enrojecido. Me lo toco, y es como si un rayo me atravesará desde la coronilla hasta las plantas de los pies. Y ahí, acabo. Estallo y me desplomo sobre su cuerpo como si de verdad hubiera recibido una descarga eléctrica
Me quedo quieta, con todo adentro, disfrutando entre ahogados jadeos ese orgasmo de alto voltaje, y es el Gurka quién se empieza a mover ahora, impetuoso, irrefrenable, rompiéndome la concha a puro pijazo.
Cuando acaba, se queda fundido en mí, jadeante, haciéndome sentir a través del forro la violencia de su eyaculación.
¡Que delicia! ¡Que placer! Los dos quedamos como ¡Guauuuuuuu!, impresionados por esa intensidad que parecía habernos arrancado de nuestros cuerpos y revoleado por los aires.
Se saca el forro repleto de leche, lo tira en el tacho que está a un costado y nos tumbamos de nuevo en la cama, está vez frente a frente y nos besamos. Esos besos que te das cuándo sentís que el sexo fue IM-PRE-SIO-NAN-TE.
Estamos un buen rato comiéndonos las bocas, jugueteando con las lenguas, hasta que le digo:
-Quiero sentirte por la cola-
Obvio que no se lo tengo que pedir dos veces. Me pongo en cuatro, y mientras él se coloca otro preservativo, yo misma me voy relajando con los dedos el anillo exterior del culo, esa parte que recibe todo el empuje y la presión.
Primero me coge un rato por la concha, y cuando ya la tiene bien lubricada con el caldito que me hierve adentro, pega el cambiazo.
Hundo la cara en la almohada, disfrutando entre fuertes jadeos las punzadas que siento cuando me la empieza a clavar por el culo.
Mi estrechez no le opone resistencia, se abre plácida y gustosa, dándole el cobijo que tanto necesita.
Me la entierra toda entera, completita, presionándome bien los huevos contra los glúteos, haciéndome sentir como los tiene de gordos.
Se monta sobre mis nalgas, me agarra de las caderas y entra a culearme, sacándola toda para volver a entrarme de nuevo hasta el fondo.
Me desgarra hasta el alma con cada empuje, colapsándome de placer, haciendo de mi culito el objetivo de todos sus impactos.
Grito, gruño, aullo, me desarmo de placer, aguantando todo el peso de su cuerpo, sintiendo que me puntea hasta el corazón con cada estocada.
Cuando me doy cuenta que se está por venir, me froto yo misma contra las sábanas. No puedo meter la mano y pajearme porque me tiene sepultada contra el colchón, así que empujada por sus embestidas le dejo al frotamiento lo que tendrían que hacer mis dedos.
El placer es inmediato.
Unos cuántos empujones más y acabamos al unísono, los gemidos de uno mezclados con los del otro, su cuerpo derrumbado sobre el mío, inyectándome, pese a la contención del látex, esa ebullición que me resulta tan gratificante.
Nos quedamos un rato ahí, deshechos, agitados, dejando que esa sensación de gozo y bienestar se vaya filtrando por cada conducto de nuestros cuerpos.
Si la cogida había sido una Gloria, la culeada fue una Obra Maestra.
Ya ni siquiera me acordaba de Lucho.
-Mirá que estuve con minas que saben moverse en la cama, pero como vos ninguna- me dice sin animarse a mencionar la palabra "putas".
De nuevo nos quedamos charlando en la cama, él fumando un cigarrillo, y yo acariciándole el pecho, cubierto de vello entrecano, escuchando divertida las mil y un anécdotas que había vivido arriba del taxi.
Luego nos duchamos, juntos por supuesto, y salimos del telo, conmigo sentada en el asiento de atrás, como cualquier pasajera.
Me deja a una prudente distancia de la oficina y nos despedimos, no sé hasta cuando.
Me consta que el Gurka le terminó contando a Lucho del encuentro que tuvimos, porque recibí un mensaje suyo, ahora sí, preguntándome si era cierto.
No le respondí ni pienso hacerlo. Que se quede con la duda. Aunque me hubiera gustado haber estado ahí y escuchar cuándo el Gurka se lo decía, para ver su reacción.
Sé que en ésta historia soy yo la equivocada, porque su alejamiento no fue a causa de otra mujer, o porque ya se hubiera cansado de mí, sino por su hijo. El que, luego me enteré, había nacido con cierto problemita respiratorio que había complicado el parto. Pero bueno, en tal circunstancia, lo mejor es que esté con su familia y no poniéndole los cuernos a la mujer que todavía está convaleciendo en un hospital. Esa es mi sincera opinión, más allá del despecho que pueda llegar a sentir.
Aunque más allá de mis culpas e inseguridades, el motivo de tan prolongado silencio fue que su esposa había dado a luz. Lo cuál yo sabía que podía suceder en cualquier momento, ya que estaba bordeando los nueve meses, pero que de forma inconsciente había decidido ignorar.
No me gustaba hablar de sus hijos, ni de su actual esposa, ni de sus ex. Cuándo estábamos juntos, solo éramos él y yo, aislados de todo y de todos. El resto del mundo no existía.
Creía que teníamos una relación perfecta, esa química especial que encontrás solo con determinadas personas, sin reproches ni demandas, solo la satisfaccion que encontrábamos juntos en una cama. Pero..., al parecer había un pero. Y ése pero era su hijo recién nacido.
Después de casi dos semanas, la primera respuesta que recibo es una foto de un bebé rozagante, y un mensaje.
"Se llama Ariel, pesó dos kilos setecientos".
Faltaba nomás que me mandé la foto de la mamá del nene y del resto de sus hijos, y la hacía completa.
Hice lo mismo que él, no le respondí. Borré el mensaje con foto incluída y traté de olvidarme, pero aunque mi cabeza hacia el esfuerzo, mi sexo, mi intimidad toda, se resistía.
Esa mañana, mientras me duchaba, me masturbé recordando los momentos que pasamos juntos, y eso que la noche anterior había hecho el amor con mi marido. Pero no había nada que me consolara, ni siquiera los encuentros con mi ex suegro que, aunque me dejaban satisfecha, no alcanzaban para desterrar de mi cuerpo el recuerdo de Lucho.
Extrañaba sus besos, sus caricias, la forma en que su verga se amoldaba a mi interior.
Era como si mi concha hubiese generado una dependencia de su pija, y ya ninguna otra me resultase suficiente.
Así que al llegar a la oficina insistí con los llamados y mensajes, pero resultaron inútiles. Estaba en otra. Lo único que me respondió fue que estaba ocupado. Que ya me devolvería el llamado. Imagínense...
Fue entonces que me acordé de una de las tantas charlas posteriores al sexo que tuvimos, en la que habló de un amigo suyo, con el que compartía el taxi. El Gurka, así le decían porque era ex combatiente de Malvinas.
Busqué en la computadora los datos del auto, y ahí estaban, los nombres de los dos choferes habilitados. Uno era Luis Alberto Mero...., o sea Lucho, y el otro, Carlos Daniel Ragu...., que tenía que ser el Gurka. Por lo menos la edad coincidía. 55 años.
Si las cuentas no me fallaban, debía de tener dieciocho en 1982, el año en que yo nací, por lo que era muy probable que hubiese estado en la guerra, así que debía ser él.
Busco su número y lo llamo. Le digo que por un error en la base de datos, necesito scanear de nuevo toda su documentación y de paso actualizar las fotos del taxi. Por suerte no se queja ni nada, y me dice que va a pasar por la oficina al mediodía. No debe ser muy puntual, porque llegó pasadas las dos. Un tipo alto, grandote, que representa cabalmente la edad que indica su documento de identidad. Como dato pintoresco, lleva el pelo largo atado en una colita, aunque exhiba una pronunciada calvicie en la parte de arriba.
Lo atiendo muy cordialmente, como a todos mis asociados, y le invito un café mientras vuelvo a copiar toda su documentación, tanto la personal como la del auto. Luego salimos a la calle para tomarle las fotos al vehículo.
Estoy fotografiando el interior, cuándo me dice:
-Disculpame la demora, pero me desocupé hace un rato nomás, ni siquiera tuve tiempo para almorzar-
-Estamos empatados entonces, porque yo tampoco almorcé- lo cuál era cierto, ya que por la abstinencia de Lucho ni ganas de comer tenía.
Sigo con las fotos, y cuándo terminó le digo como si nada:
-¿Sabés qué? Tendríamos que ir a comer juntos, a cargo de la Compañía, si estás libre, claro-
¿Acaso me iba a decir que no? La oferta era demasiado tentadora como para rechazarla.
-¿La Compañía paga?- se sorprende.
-Tomalo como una compensación por hacerte perder éstas horas de trabajo- le confirmo.
-Sí me acompañás, obvio que acepto-
-¡Buenísimo! Con esto ya terminamos, ¿porque no me esperás acá a la vuelta, en la plaza? Busco la cartera y estoy en cinco- le digo, chequeando la hora.
-Con tal de comer con vos, te espero el tiempo que quieras- repone mirándome de una forma que revela que a quién quiere comerse es a mí.
Vuelvo a la oficina, agarro la cartera y aviso que salgo a almorzar. En la plaza, frente a los juegos infantiles, me espera el Gurka, fumando un cigarrillo. Me subo al auto y, aunque no habían pasado ni diez minutos desde que nos vimos, lo saludo con un beso en la mejilla, lo cual lo toma por sorpresa, ya que no soy de saludar a los socios de esa manera.
A sugerencia mía vamos a un restaurante que no voy a nombrar porque está cerca de mi trabajo. Yo pido una ensalada de hojas verdes con una presa de pollo a la plancha, él un bife de chorizo a punto con papas fritas, ambos platos acompañados con vino de la casa.
Mientras comemos vamos charlando de diferentes temas, incluso me cuenta de su tiempo en la guerra, de cómo le afectó, no solo física sino también psicológicamente, de porque le dicen Gurka y hasta me cuenta algunas anécdotas que le ocurrieron arriba del taxi.
Ésto último me da pie para incursionar en el tema que más me interesa.
-¿Y cómo te va con el taxi con toda esta crisis que estamos viviendo?- le pregunto entrando ya en situación.
-Y la verdad, como el traste, con los aumentos, los piquetes, pero la voy remando-
-Ustedes son dos, ¿no? Deben tener el taxi laburando todo el día-
-Si, somos dos, pero ahora se me está complicando con los horarios, porque el otro chófer tuvo familia y hace unos cuántos días que no se aparece, por eso hoy no llegué a la hora que te dije-
-Ah Luis, sí, ya me acuerdo, la última vez que vino a pagar el seguro la esposa estaba a punto, ya casi para internarse- me hago como si me hubiera acordado de repente -¿Salió todo bien?-
-Si, alguna pequeña complicación pero nada grave, por eso estuvo perdido unos días, para estar con la mujer-
-Que bien, estará feliz de ser papá-
-Bueno, ya es el quinto que tiene, y todos varones-
-Jaja, ya tiene para un equipo de fútbol cinco- me río, aunque por dentro se me retuerce la panza.
-¿Postre o café?- nos pregunta la chica que nos atiende.
Ambos nos decidimos por el café.
Seguimos charlando como dos viejos amigos que vuelven a encontrarse después de estar un largo tiempo distanciados. Ya no hablamos de Lucho, sino de otros temas que me resultan más amenos.
Cuando terminamos, pago la cuenta con la tarjeta corporativa, nos levantamos y salimos al frío porteño. Sin decir nada caminamos hacia el estacionamiento tan lentamente que parecería que ninguno de los dos quisiera despedirse.
-Te alcanzo hasta la oficina- me dice.
Acepto con apenas un gesto. Nos subimos al taxi, y mientras me abrocho el cinturón de la misma manera, como si estuviera en modo "slow motion", le digo:
-¿Sabés una cosa, Gurka?- me había gustado su apodo, le quedaba -La pasé muy bien esta tarde, ya sé que tenés que trabajar, yo también tendría que volver, pero..., no sé, me gustaría seguirla-
-¿Seguirla?- me mira sorprendido -¿Y cómo te gustaría seguirla?-
-¿A vos no se te ocurre nada?- le replico, mordiéndome el labio inferior en un gesto más que explícito y evidente.
Me mira la boca, luego los ojos.
-Bueno, ocurrir se me ocurren muchas cosas, pero no quisiera decirte algo fuera de lugar y arruinar el momento-
-No sé si es el vino o qué, pero creo que nada de lo que me digas me parecería fuera de lugar-
-¿Estás segura?-
-Muy segura- le confirmo, removiéndome excitada en el asiento.
Se inclina hacia mi lado y poniendo una mano sobre una de mis piernas, se la juega:
-Podríamos seguirla en un telo...-
Suelto un suspiro, uno de los tantos que tenía reservados para Lucho, y le digo:
-¡Que casualidad, yo estaba pensando en lo mismo...!-
Estoy de pollera, así que mete la mano por debajo y me acaricia la concha por encima de la ropa interior. A modo de respuesta, estiro una mano y le toco el paquete.
-Sacala...- le digo en un susurro.
Se baja el cierre del pantalón y se la saca ya armada. Se la agarro y se la aprieto levemente, para constatar su dureza. Y sí, está dura.
Deja que yo se la maneje a mi antojo y vuelve a meter la mano por entre el calor de mis muslos. Pese a que me le estoy regalando, no intenta traspasar por sí mismo el límite que le impone la bombacha, así que soy yo la que le agarra la mano y la mete por debajo del elástico, sintiendo ahora sí, sus dedos ásperos aunque cálidos, explorándome por dentro.
-¡Mmmm..., estás riquísima!- me dice, sacando los dedos y chupándoselos.
-A ver... Convidame...- le digo.
Vuelve a untar un poco de mi flujo íntimo y me lo da a probar. Le chupo los dedos con fruición, saboreando mi propia intimidad, y sí, tiene razón, estoy muy rica.
Su pija también ya comienza a estar pegajosa, por el juguito que se le derrama por los costados, pero aunque me muera de ganas, no da para chupársela arriba del auto.
Todavía estamos en el estacionamiento del restaurante, y no va a pasar mucho tiempo para que vengan a golpearnos el vidrio para preguntarnos porque nos demoramos.
-Mejor nos vamos- le digo entre medio de un suspiro, con el cuerpo prendido fuego.
El motivo por el que me había puesto en contacto con el Gurka, era porque Lucho me había contado que cada vez que se pasaban la posta en el taxi, éste lo entretenía largo rato contándole sus proezas sexuales. Y es que pese a estar casado, el Gurka resultaba ser terrible putañero, por lo que siempre tenía algo para contar. Y una vez le había dicho, a modo de confesión, que estando con una mina se había imaginado que estaba "con la tetona del seguro".
-No sabés las ganas que le tengo a esa concheta- había rematado la anécdota.
-Creo que se refería a vos- me aseguró Lucho en aquel momento, mientras se empalagaba con las tetas que su amigo apenas alcanzaba a imaginarse.
Por eso estaba convencida que si me encamaba con él, en alguno de esos relevos, le iba a contar que finalmente se garchó a la tetona del seguro. O sea, a mí.
Ése era el mensaje que iba a recibir Lucho de mi parte después de dos semanas de haberme ignorado por completo. Que me cogí a su compañero.
Al principio la idea se me ocurrió por puro despecho, pero después de haber estado con el Gurka, de haber hablado y de conocerlo más íntimamente, de verdad me entraron ganas de coger con él.
Ahora lo mío pasaba de ser un simple capricho, la venganza de una despechada, a convertirse en pura, genuina calentura.
Así que fuimos al telo de la vuelta. No me gusta decir esto porque puede parecer que me la creo, pero el Gurka estaba como un chico en Disneylandia, como si estuviera cumpliendo su máximo anhelo. Por supuesto no me lo dijo, pero se le notaba en la cara, en la sonrisa de feliz cumpleaños que tenía.
Lucho me lo había dicho, pero ahi, en el telo, por la forma en que me besaba y por como me acariciaba, me di cuenta realmente de las ganas que me tenía.
Estábamos en la cama, sin desvestirnos todavía, comiéndonos a besos, sin apurarnos, disfrutando de la calidez de nuestras bocas.
Hay tipos que enseguida van a los bifes, que son capaces de cogerte con la ropa puesta. Si me toca uno de esos, me resigno, pero a mí me encantan los jueguitos previos, los besos, la caricias, las lamiditas, y por suerte el Gurka era de los míos.
Me disfrutó completita, hasta puedo decir que no hay parte de mi cuerpo que no haya recorrido con su lengua. En especial la conchita, a la que le dedicó todos los honores.
Quizás me repita como en otros relatos, pero ¡que bien me la chupó! Hasta entonces creía que era mi ex suegro el que mejor me había chupado la concha, pero el Gurka le disputa merecidamente el primer puesto y creo que hasta lo supera.
Como no querer agasajarlo de la misma forma, si me estaba haciendo un desastre ahí abajo. Así que hacemos un 69, yo montada encima suyo, chupándole rabiosamente la pija, mientras él me sigue chupando a mí.
¡¡¡Locura total...!!!
Me deja con la concha pidiendo a gritos un buen garche.
Con su sabor aún impregnando mis labios, me levanto y me tiendo de costado. Sin dejar de mirarme con esa fascinación que no puede evitar ni disimular, el Gurka agarra uno de los preservativos que están sobre la mesa de noche y se lo pone. Se recuesta tras de mí y con una erección que parece comprimir todo el ímpetu de su cuerpo, me avanza por detrás y me coge de cucharita.
Mientras me bombea a quemarropa, me abraza fuerte, manteniéndome bien pegada a su cuerpo, como si temiera que en cualquier momento fuera a salir corriendo. Pero no hay otro lugar donde quiera estar más que ahí, entre sus brazos, bien abrochada, sintiendo como con cada empuje el placer se vuelve más intenso y gratificante.
Me entrego por completo a ese hombre que, hasta un rato antes, solo era una referencia lejana. Alguien que había sido nombrado, como al pasar, por un amante en una de esas tantas charlas que se tienen después del sexo.
Amasándome las carnes con entusiasmo, el Gurka me voltea la cara y me mete la lengua en la boca. Me sigue cogiendo sin pausa, sin darme ni un solo respiro, cosa que yo no le pido, aunque me gustaría que de a ratos, solo de a ratos, bajará un poco el ritmo para poder besarnos con tranquilidad, como dos enamorados.
Sin dejar que me la saque, me le subo encima, así como estoy, dándole la espalda, y lo empiezo a cabalgar, metiéndomela ahora yo hasta los huevos, llenándome bien la concha con su verga.
Desde abajo el Gurka me acaricia las tetas, me las amasa, me las aprieta, me retuerce los pezones, presionándolos, como si quisiera sacarme leche.
Miro hacia abajo, a esa zona de intensa fricción, y veo como el clítoris sobresale por entre los labios, gordo, húmedo, enrojecido. Me lo toco, y es como si un rayo me atravesará desde la coronilla hasta las plantas de los pies. Y ahí, acabo. Estallo y me desplomo sobre su cuerpo como si de verdad hubiera recibido una descarga eléctrica
Me quedo quieta, con todo adentro, disfrutando entre ahogados jadeos ese orgasmo de alto voltaje, y es el Gurka quién se empieza a mover ahora, impetuoso, irrefrenable, rompiéndome la concha a puro pijazo.
Cuando acaba, se queda fundido en mí, jadeante, haciéndome sentir a través del forro la violencia de su eyaculación.
¡Que delicia! ¡Que placer! Los dos quedamos como ¡Guauuuuuuu!, impresionados por esa intensidad que parecía habernos arrancado de nuestros cuerpos y revoleado por los aires.
Se saca el forro repleto de leche, lo tira en el tacho que está a un costado y nos tumbamos de nuevo en la cama, está vez frente a frente y nos besamos. Esos besos que te das cuándo sentís que el sexo fue IM-PRE-SIO-NAN-TE.
Estamos un buen rato comiéndonos las bocas, jugueteando con las lenguas, hasta que le digo:
-Quiero sentirte por la cola-
Obvio que no se lo tengo que pedir dos veces. Me pongo en cuatro, y mientras él se coloca otro preservativo, yo misma me voy relajando con los dedos el anillo exterior del culo, esa parte que recibe todo el empuje y la presión.
Primero me coge un rato por la concha, y cuando ya la tiene bien lubricada con el caldito que me hierve adentro, pega el cambiazo.
Hundo la cara en la almohada, disfrutando entre fuertes jadeos las punzadas que siento cuando me la empieza a clavar por el culo.
Mi estrechez no le opone resistencia, se abre plácida y gustosa, dándole el cobijo que tanto necesita.
Me la entierra toda entera, completita, presionándome bien los huevos contra los glúteos, haciéndome sentir como los tiene de gordos.
Se monta sobre mis nalgas, me agarra de las caderas y entra a culearme, sacándola toda para volver a entrarme de nuevo hasta el fondo.
Me desgarra hasta el alma con cada empuje, colapsándome de placer, haciendo de mi culito el objetivo de todos sus impactos.
Grito, gruño, aullo, me desarmo de placer, aguantando todo el peso de su cuerpo, sintiendo que me puntea hasta el corazón con cada estocada.
Cuando me doy cuenta que se está por venir, me froto yo misma contra las sábanas. No puedo meter la mano y pajearme porque me tiene sepultada contra el colchón, así que empujada por sus embestidas le dejo al frotamiento lo que tendrían que hacer mis dedos.
El placer es inmediato.
Unos cuántos empujones más y acabamos al unísono, los gemidos de uno mezclados con los del otro, su cuerpo derrumbado sobre el mío, inyectándome, pese a la contención del látex, esa ebullición que me resulta tan gratificante.
Nos quedamos un rato ahí, deshechos, agitados, dejando que esa sensación de gozo y bienestar se vaya filtrando por cada conducto de nuestros cuerpos.
Si la cogida había sido una Gloria, la culeada fue una Obra Maestra.
Ya ni siquiera me acordaba de Lucho.
-Mirá que estuve con minas que saben moverse en la cama, pero como vos ninguna- me dice sin animarse a mencionar la palabra "putas".
De nuevo nos quedamos charlando en la cama, él fumando un cigarrillo, y yo acariciándole el pecho, cubierto de vello entrecano, escuchando divertida las mil y un anécdotas que había vivido arriba del taxi.
Luego nos duchamos, juntos por supuesto, y salimos del telo, conmigo sentada en el asiento de atrás, como cualquier pasajera.
Me deja a una prudente distancia de la oficina y nos despedimos, no sé hasta cuando.
Me consta que el Gurka le terminó contando a Lucho del encuentro que tuvimos, porque recibí un mensaje suyo, ahora sí, preguntándome si era cierto.
No le respondí ni pienso hacerlo. Que se quede con la duda. Aunque me hubiera gustado haber estado ahí y escuchar cuándo el Gurka se lo decía, para ver su reacción.
Sé que en ésta historia soy yo la equivocada, porque su alejamiento no fue a causa de otra mujer, o porque ya se hubiera cansado de mí, sino por su hijo. El que, luego me enteré, había nacido con cierto problemita respiratorio que había complicado el parto. Pero bueno, en tal circunstancia, lo mejor es que esté con su familia y no poniéndole los cuernos a la mujer que todavía está convaleciendo en un hospital. Esa es mi sincera opinión, más allá del despecho que pueda llegar a sentir.
20 comentarios - Despechada...
Me encanta la historia, pero no es solo eso, sino que además está muy bien escrito. Transmitir esa calentura es algo realmente admirable.
Gracias!!
geniales tus relatos como siempre
Como no puede ser de otra, van 10 puntos..
PD: No pierdo las esperanzas... Besos de un Santiagueño...