Ceci abrió los ojos y me miró, con una sonrisa encantadora, aletargada, casi ingenua, como si no tuviera la cara brillosa por el semen, y susurró: “¡Hola, amor...!”. Se paró, mirándose en el espejo, sexy, acomodándose el vestido y la tanga, y me preguntó si estaba linda y me gustaba. Le dije que estaba preciosa y me dio un beso que me hizo sentir el gusto ácido de la leche de Sebastián, mientras me ponía su corpiño en la mano. Luego sentimos unas voces y unos pasos y, riéndose como una nena traviesa de cinco años, me empujó al vestidor de la habitación. Alguien entró. Yo estaba un poco nervioso porque el vestidor no tenía puerta y pensaba que me verían, pero la luz tenue del velador del otro lado del cuarto hacía que no se viera nada desde la habitación y yo quedara en penumbras.
“¿Cómo andás, bombón?”, dijo la voz desde donde yo no alcanzaba a ver. “Te estuve buscando toda la noche”, agregó, y le pasó un trago. Mi esposa tomó un sorbo:“Estuve un rato con Sebas”. El tipo rió: “Sí, me contó, y también que está el cornudito”. Y, al adelantarse, apareció en mi campo de visión mientras tomaba a mi mujer y la besaba apasionadamente y ella le agarraba la cabeza con las dos manos para sentir mejor su lengua. Él la dio vuelta rápidamente, la paró contra un espejo en forma de cruz, con los brazos bien abiertos, y la manoseó obscena, descaradamente, mientras mi mujer se dejaba separando bien las piernas, presentándole bien el culazo que explotaba en ese vestido apretado mientras él la besaba desde atrás. “No puede ser tan puta”, pensé, mientras el tipo le desabrochaba el cuello del vestido, que cayó hasta la cintura, y le manoseaba bien las tetas apoyándola, frotándola, haciéndole sentir lo que debía ser su erección, y yo sentía en la oscuridad que la perra de mi esposa se contoneaba de placer.
El tipo la dio vuelta y la tiró sobre la cama de espaldas. Ella se agitó: “Pará, pará, que está mi marid…”, pero él la cortó y se le tiró encima mientras le abría las piernas a la fuerza y le lamía las tetas. “Pará, pará, papi…”, decía, pero era obvio que no lo decía convencida y de hecho, lejos de detenerse, el tipo se encendía más y le lamía el cuerpo entero mientras ella se arqueaba en éxtasis y yo oía su gemido gatuno cuando de golpe la penetró. “Que venga a ver cómo te garcho”, rió, mientras comenzaba a moverse dándole algo de tiempo a Ceci para adaptarse a la rigidez de su pija. Loco de excitación yo mordía el corpiño para no hacer ruido, pero me asomé un poco y pude ver cómo él la inmovilizaba apretándole un brazo sobre la cama con una mano y el cuello con la otra: “Si ya estás toda mojada, putita”, gruñó. Y comenzó a bombear lentamente, acelerando de a poco, sabiendo lo que hacía, lamiéndole las tetas erectas y luego mirándola a los ojos para gozar de cómo la hacía gemir y retorcerse, mientras mi esposa se abría para sentirlo más adentro y pasó de "resistirse" a rodearle la cintura con las piernas, con los tacos en el aire, moviendo la cadera rítmicamente para sentir mejor su verga, arañándole laespalda y jadeando de placer mientras ese tipo la cogía cada vez más fuerte y la hacía suya dominándola por completo. Mi mujer resoplaba, entrecortada, “¡me llenás…!” y él aceleraba sin piedad hasta que explotaron explotaron juntos besándose en un aullido ronco.
Yo no me movía y ni me animaba a respirar. Al ratito él, con aire satisfecho, susurró: “Sos hermosa”. Y siguieron besándose. Luego ella le dijo en voz bajita que bajara y que iría en cuanto se compusiera un poco. Escuché los pasos del tipo alejándose entre la música de la fiesta. Se había cogido a mi esposa y no le había visto la cara. Salí a la luz. Ella ya estaba parada, arreglándose el vestido, y mientras me besaba con su maquillaje corrido me dijo “te amo”, me agarró la mano y la puso en su entrepierna abierta, empapada, caliente, todavía palpitante, para que yo sintiera la leche que le chorreaba por la pierna.
“¿Cómo andás, bombón?”, dijo la voz desde donde yo no alcanzaba a ver. “Te estuve buscando toda la noche”, agregó, y le pasó un trago. Mi esposa tomó un sorbo:“Estuve un rato con Sebas”. El tipo rió: “Sí, me contó, y también que está el cornudito”. Y, al adelantarse, apareció en mi campo de visión mientras tomaba a mi mujer y la besaba apasionadamente y ella le agarraba la cabeza con las dos manos para sentir mejor su lengua. Él la dio vuelta rápidamente, la paró contra un espejo en forma de cruz, con los brazos bien abiertos, y la manoseó obscena, descaradamente, mientras mi mujer se dejaba separando bien las piernas, presentándole bien el culazo que explotaba en ese vestido apretado mientras él la besaba desde atrás. “No puede ser tan puta”, pensé, mientras el tipo le desabrochaba el cuello del vestido, que cayó hasta la cintura, y le manoseaba bien las tetas apoyándola, frotándola, haciéndole sentir lo que debía ser su erección, y yo sentía en la oscuridad que la perra de mi esposa se contoneaba de placer.
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Yo no me movía y ni me animaba a respirar. Al ratito él, con aire satisfecho, susurró: “Sos hermosa”. Y siguieron besándose. Luego ella le dijo en voz bajita que bajara y que iría en cuanto se compusiera un poco. Escuché los pasos del tipo alejándose entre la música de la fiesta. Se había cogido a mi esposa y no le había visto la cara. Salí a la luz. Ella ya estaba parada, arreglándose el vestido, y mientras me besaba con su maquillaje corrido me dijo “te amo”, me agarró la mano y la puso en su entrepierna abierta, empapada, caliente, todavía palpitante, para que yo sintiera la leche que le chorreaba por la pierna.
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