De regreso de Uruguay no sacamos mucho el tema porque la experiencia había sido fuerte y todavía nos daba algo de rubor discutirla abiertamente. Pero era innegable que había encendido algo nuevo en nosotros y que estábamos cambiando. Más que sexo en la pareja, lo que nos calentaba ahora era masturbarnos hablando de las aventuras de Ceci, producirla para que saliera bien sexy al trabajo o a la calle e imaginar nuevas experiencias. Y estaba todo bien: ni ella lo cuestionaba demasiado, concentrada en gozar, ni yo hacía problema alguno, disfrutando de la hotwife que siempre había deseado, asumiéndome poco a poco como cornudo, y excitándome como nunca.
El jueves por la mañana me dijo que al día siguiente tenía una fiesta del trabajo y que quería que yo fuese, pero ella iría sola un rato antes, a tomar unos tragos con sus compañeros. Me mandó a comprar lencería nueva (elegí un conjunto bordó bien finito, con un poco encaje, y agregué a cuenta mía unas sandalias al tono de taco muy alto, súper sensuales, que sabía le realzarían los músculos de las pantorrillas y todavía más la cola). El viernes por la tarde dejamos a los chicos en casa de mi suegra y nos dedicamos a prepararla. Ceci se bañó, le pasé sus cremas, le pinté de violeta oscuro las uñas de manos y pies, y la perfumé mientras ella, juguetona, me atizaba preguntándome si pensaba que a sus compañeros les gustaría el conjuntito nuevo de ropa interior, o el color de las uñas, o los aros que había elegido, y yo me iba calentando. La ayudé a maquillarse con tonos oscuros, le até el pelo en una colita, la ayudé a ponerse el vestido morado, bastante apretado, que la verdad le marcaba todo, y cuando recibió un mensaje en el celular me dio un beso y salió resplandeciente, diciéndome que me esperaba a las once.
Miré por la ventana mientras se iba. Me pareció que en el taxi había alguien más pero no llegué a ver bien. Se fue. Contando cada segundo hasta la hora me masturbé dos veces. Finalmente me vestí, pedí otro taxi y fui a la fiesta. Al llegar al centro (era en el dúplex de uno de sus compañeros de oficina) el clima era bastante cool:luces bajas, jazz, buena comida. No tardé demasiado en encontrarla. Me presentó como “mi pareja” a Sebastián, el dueño de casa, un chico bastante joven, flaco, simpático, que me dijo que Ceci le había hablado mucho de mí: por un instante me pareció advertir un gesto, pero pasó y nos pusimos a conversar con la gente.
Como era frecuente últimamente, mi mujer estaba realmente preciosa: las sandalias le hacían lucir las largas piernas, que ahora no tenía problemas en mostrar a través del tajo del vestido, y los breteles apenas podían contener sus pechos: pero sobre todo estaba suelta, segura, confiada, erótica, charlando apenas lo justo con las mujeres pero bromeando y riendo con todos los tipos que le revoleteaban alrededor a ella y a otras también. De vez en cuando me miraba y de vez en cuando, también, me parecía captar algún guiño de complicidad con Sebastián, que a cada rato traía unos tragos. En un momento me pareció que él le acariciaba la espalda, pero no llegué a estar seguro. Mirándome de reojo, Ceci reía dejando la mano en su pecho un segundo de más cuando recibía un trago, o le festejaba alguna broma, y luego la retiraba jugando con la ambigüedad, sabiendo que me ponía loco.
Mientras un compañero de Ceci me daba conversación, noté que Sebastián le elogiaba los aros y que ella se corría el pelo para lucirlos, exhibiendo su cuello, casi descarada, y que él hacía que los apreciaba rozándole la oreja y el cuello con un dedo. Ella me sonrió y me mandó un besito mientras el pesado de su compañero me hinchaba la paciencia con las mil y una pavadas sobre el mundo de la cerveza artesanal y yo me quería matar. Noté de pronto que Ceci había desaparecido. Pero no podía cómo sacármelo de encima sin parecer un maleducado. A la media hora, como la cosa se volvía insoportable, pretexté que necesitaba ir al baño y lo dejé. Di una vuelta y no la vi, así que me atreví a subir la escalera hacia el piso superior.
El segundo piso estaba alfombrado, así que caminé lentamente por la penumbra sin hacer ruido, sabiendo además que la música y el sonido de la fiesta cubrían mis pisadas. Me pareció sentir una risa ahogada de Ceci. Di unos pasos sigilosos y me acerqué a una puerta entreabierta. La corrí sólo lo suficiente como para poder ver dentro de la habitación, apenas iluminada por un velador lateral. Lo primero que sentí fueron los gemidos de mi esposa. Sebastián la tenía en cuatro patas sobre la cama, levantándole elvestido y corriéndole la tanga para montarla mientras ella se agarraba desesperada del dosel de la cama. Le daba cada vez más duro y Ceci se tensaba de placer mientras él le tiraba con una mano la colita del pelo hacia atrás, besándola de a ratos y de a ratos mordiéndole la parte de atrás del cuello, o de las orejas, y con la otra mano manejándola de la cintura para darle bien duro. Más que los gemidos de mi esposa, lo que se oía eran los golpes cada vez más potentes de la ingle del pendejo sobre la cola de Ceci, que se abría cada vez dejándose servir como una perra. Sebastián aceleró y ella apenas contenía los gemidos mientras las tetas le bamboleaban. Él le pegó un chirlo en la colay le dio más fuerte aún, mientras Ceci decía “¡sí, sí, así!” y aullaba sordamente:“¡no puedo más, no p…!”, y mientras ella aullaba él le deba los últimos embates, la daba vuelta sobre la cama y le lanzaba un chorro impresionante en la cara y en la boca, untándoselo morbosamente por todo el rostro con la mano mientras resollaba por el esfuerzo y la puta de mi esposa le lamía la pija enrojecida para saborear cada gota de semen.
Sólo entonces se dieron cuenta de que, asombrado,perplejo, yo los miraba desde la puerta con la boca abierta. Mientras Ceci seguía tirada en la cama, recuperando la respiración con el vestido corrido, los ojos cerrados y la cara llena de leche, Sebastián me sonrió, se cerró la bragueta y besó a mi esposa en la boca, con lengua, durante varios segundos, y luego me dio una palmada en el hombro al pasar por al lado mío para bajar a la fiesta.
El jueves por la mañana me dijo que al día siguiente tenía una fiesta del trabajo y que quería que yo fuese, pero ella iría sola un rato antes, a tomar unos tragos con sus compañeros. Me mandó a comprar lencería nueva (elegí un conjunto bordó bien finito, con un poco encaje, y agregué a cuenta mía unas sandalias al tono de taco muy alto, súper sensuales, que sabía le realzarían los músculos de las pantorrillas y todavía más la cola). El viernes por la tarde dejamos a los chicos en casa de mi suegra y nos dedicamos a prepararla. Ceci se bañó, le pasé sus cremas, le pinté de violeta oscuro las uñas de manos y pies, y la perfumé mientras ella, juguetona, me atizaba preguntándome si pensaba que a sus compañeros les gustaría el conjuntito nuevo de ropa interior, o el color de las uñas, o los aros que había elegido, y yo me iba calentando. La ayudé a maquillarse con tonos oscuros, le até el pelo en una colita, la ayudé a ponerse el vestido morado, bastante apretado, que la verdad le marcaba todo, y cuando recibió un mensaje en el celular me dio un beso y salió resplandeciente, diciéndome que me esperaba a las once.
Miré por la ventana mientras se iba. Me pareció que en el taxi había alguien más pero no llegué a ver bien. Se fue. Contando cada segundo hasta la hora me masturbé dos veces. Finalmente me vestí, pedí otro taxi y fui a la fiesta. Al llegar al centro (era en el dúplex de uno de sus compañeros de oficina) el clima era bastante cool:luces bajas, jazz, buena comida. No tardé demasiado en encontrarla. Me presentó como “mi pareja” a Sebastián, el dueño de casa, un chico bastante joven, flaco, simpático, que me dijo que Ceci le había hablado mucho de mí: por un instante me pareció advertir un gesto, pero pasó y nos pusimos a conversar con la gente.
Como era frecuente últimamente, mi mujer estaba realmente preciosa: las sandalias le hacían lucir las largas piernas, que ahora no tenía problemas en mostrar a través del tajo del vestido, y los breteles apenas podían contener sus pechos: pero sobre todo estaba suelta, segura, confiada, erótica, charlando apenas lo justo con las mujeres pero bromeando y riendo con todos los tipos que le revoleteaban alrededor a ella y a otras también. De vez en cuando me miraba y de vez en cuando, también, me parecía captar algún guiño de complicidad con Sebastián, que a cada rato traía unos tragos. En un momento me pareció que él le acariciaba la espalda, pero no llegué a estar seguro. Mirándome de reojo, Ceci reía dejando la mano en su pecho un segundo de más cuando recibía un trago, o le festejaba alguna broma, y luego la retiraba jugando con la ambigüedad, sabiendo que me ponía loco.
Mientras un compañero de Ceci me daba conversación, noté que Sebastián le elogiaba los aros y que ella se corría el pelo para lucirlos, exhibiendo su cuello, casi descarada, y que él hacía que los apreciaba rozándole la oreja y el cuello con un dedo. Ella me sonrió y me mandó un besito mientras el pesado de su compañero me hinchaba la paciencia con las mil y una pavadas sobre el mundo de la cerveza artesanal y yo me quería matar. Noté de pronto que Ceci había desaparecido. Pero no podía cómo sacármelo de encima sin parecer un maleducado. A la media hora, como la cosa se volvía insoportable, pretexté que necesitaba ir al baño y lo dejé. Di una vuelta y no la vi, así que me atreví a subir la escalera hacia el piso superior.
El segundo piso estaba alfombrado, así que caminé lentamente por la penumbra sin hacer ruido, sabiendo además que la música y el sonido de la fiesta cubrían mis pisadas. Me pareció sentir una risa ahogada de Ceci. Di unos pasos sigilosos y me acerqué a una puerta entreabierta. La corrí sólo lo suficiente como para poder ver dentro de la habitación, apenas iluminada por un velador lateral. Lo primero que sentí fueron los gemidos de mi esposa. Sebastián la tenía en cuatro patas sobre la cama, levantándole elvestido y corriéndole la tanga para montarla mientras ella se agarraba desesperada del dosel de la cama. Le daba cada vez más duro y Ceci se tensaba de placer mientras él le tiraba con una mano la colita del pelo hacia atrás, besándola de a ratos y de a ratos mordiéndole la parte de atrás del cuello, o de las orejas, y con la otra mano manejándola de la cintura para darle bien duro. Más que los gemidos de mi esposa, lo que se oía eran los golpes cada vez más potentes de la ingle del pendejo sobre la cola de Ceci, que se abría cada vez dejándose servir como una perra. Sebastián aceleró y ella apenas contenía los gemidos mientras las tetas le bamboleaban. Él le pegó un chirlo en la colay le dio más fuerte aún, mientras Ceci decía “¡sí, sí, así!” y aullaba sordamente:“¡no puedo más, no p…!”, y mientras ella aullaba él le deba los últimos embates, la daba vuelta sobre la cama y le lanzaba un chorro impresionante en la cara y en la boca, untándoselo morbosamente por todo el rostro con la mano mientras resollaba por el esfuerzo y la puta de mi esposa le lamía la pija enrojecida para saborear cada gota de semen.
Sólo entonces se dieron cuenta de que, asombrado,perplejo, yo los miraba desde la puerta con la boca abierta. Mientras Ceci seguía tirada en la cama, recuperando la respiración con el vestido corrido, los ojos cerrados y la cara llena de leche, Sebastián me sonrió, se cerró la bragueta y besó a mi esposa en la boca, con lengua, durante varios segundos, y luego me dio una palmada en el hombro al pasar por al lado mío para bajar a la fiesta.
3 comentarios - Aventuras cuckold 11