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El castigo

Los acontecimientos se precipitaron después denuestro último encuentro juntos con sus amigos en la cabaña de la montaña. Lasvacaciones, que deberían haber sido de placer, terminaron por ser demasiadoamargas para ella y para mí y, en el viaje de vuelta, ni nos hablamos ni nosmiramos a la cara. Ella estaba enfadada, muy enfadada por lo mal que le habíatratado y por dar pie a una orgía sucia y repugnante, mientras que yo estabamuerto de vergüenza y de arrepentimiento. Cuando volvimos a la ciudad perdimoscasi por completo el contacto. De no ser por las reuniones familiares, nisiquiera nos hubiéramos vuelto a ver y, aun a pesar de ellas, nuestra relaciónfue tan fría como yo ya temía que iba a ser. Mis padres se dieron cuenta delcambio de actitud, pero ella siempre lo achacó a la ansiedad del trabajo y yo,por mi parte, a la ansiedad de los estudios. No tenía mucho que ver, los dosseguíamos igual que siempre, pero cada uno por su lado. Cuando nos reuníamos,todo era distinto y lanzamos esas excusas como unas mentiras piadosas para queno nos descubrieran y pasarlo peor de lo que ya lo estábamos pasando.
Al principio me sentí mal, cuando nos veíamos encasa de nuestros familiares tenía miedo de verla, otras veces me enfadaba suactitud. Al fin y al cabo, ella misma había producido que yo entrara en aquelestúpido bucle de orgías y encuentros en solitario a los que nunca se negó,sino que, más bien, los fomentó. Pasado el tiempo, me fui olvidando un poco dela vergüenza y empecé a sentir otras necesidades. Esta situación me llevó a unagran abstinencia sexual. No tenía ganas de nada, si se me insinuaba algunacompañera le daba largas y creo que ni el pene se ponía duro por las mañanas.Me tire casi un año sin hacerme una paja. ¡Un año! Estaba cargado, ya no podíamás y necesitaba aliviarme de alguna forma. Había días que, estudiando, mecansaba y me acariciaba para excitarme, otras veces me despertaba con ganas decorrerme y la mayoría de días intentaba ver porno, pero en todas las ocasionesse me venía la imagen de mi tía cubierta de los meados de sus amigos y losmíos, mirándome con cara de reproche y casi con ganas de llorar. Me enfadaba.Después de eso se me cortaba el rollo y no tenía más ganas de pensar en porno oen nada erótico.
Poneos en mi lugar. Os habéis tirado a una personade vuestra familia, a la que queréis y con la que tenéis buena relación, ellaha disfrutado con el incesto y, por no controlar, metéis la pata y perdéis casitodo el contacto y no podéis correros ni haceros una paja porque ella estásiempre en vuestra mente. A veces me daban ganas de golpear una puerta o tiraralgo al suelo. Otras veces, si me pillaba en bajo estado de ánimo, cogía elteléfono, marcaba el número y deseaba pedirle perdón, pero no terminaba dedarle al botón de llamada. Me parecía ridículo y no hubiera sabido qué decir.Lo que pasó después no ayudó mucho a mejorar la cosa. Llegó el verano y, conél, el calor. En mi casa habíamos estado de obras, ampliando el salón ycerrando un cuarto vacío, y mi familia se prestó a ayudarnos a recoger eldesastre y a limpiar un poco. Todos aparecieron con ropa vieja, de estar porcasa, y después los invitamos a comer. Mi tía vino con un vestido claro ylargo, pero tan gastado que se transparentaba en algunas zonas y dejabaentrever el tanga y el sujetador. Por supuesto, eso era demasiado para mí. Porlo demás, no hubo más novedades de que esa. Intenté no acercarme a ella, si nopuede que no respondiera de mis actos. Al terminar la jornada de limpieza ydejar la casa más o menos decente, mi tía se me acercó, a solas:
-Mira, creo que tenemos que hablar. Lo que hicisteaquel día en la montaña no estuvo bien. Lo sabes, ¿no? -como no supe responder,la dejé hablar- No estoy cómoda con el silencio entre los dos, así que lo mejorserá que aclaremos las cosas. Pásate mañana por mi casa, esto no va a quedarasí.
Se despidió y me dejó así, temiendo una represaliaque no sabía muy bien por dónde iba a salir. En fin. Llegó el día siguiente yme di un paseo por la ciudad hasta llegar a su apartamento, sin ninguna gana deentrar, no quiero engañar a nadie. Me recibió una sonrisa, no sé si cortés oalegre, con el mismo vestido del día anterior y me invitó a pasar. Pasó untiempo sin que dijéramos nada, creo que ninguno sabíamos cómo abordar lacuestión que nos llevaba allí, pero al final ella se decidió.
-Quiero enseñarte algo. Ven -me llevó hasta el bañoy me sentó en una silla de madera.
Mi tía siempre me había parecido una persona rara,simpática, pero de costumbres particulares. No sabía por qué me llevaba al bañoy me sentaba en una silla que más incómoda no la podían fabricar. Descubría pormomentos que ella tenía su propia forma de hacer las cosas y solucionar losproblemas. Me ató las manos al respaldo y las piernas a las patas de la silla,mientras yo me quejaba constantemente.
-No me hace ninguna gracia esto. He venido ahablar, no a hacer el gilipollas -le dije, frustrado.
Como no me callaba, terminó por amordazarmetambién. Surrealista. Pensé que su plan era dejarme ahí un buen rato sinmoverme y sin hablar para pagar por el daño que pudiera causarle en el últimoencuentro íntimo. Salió del baño y apagó la luz, dejándome totalmente aoscuras. Tardó algunos minutos en volver, pero entró a oscuras. Escuché ruidocerca de mí, pero apenas le presté atención, más concentrado en desenredarme yescapar de allí que de lo que estuviera haciendo la loca de mi tía. Cuandoencendí la luz, tuve que echarme a reír. Me había sentado frente a la ducha,pero no le di más importancia, era un lugar como otro cualquiera. Cuando volvía ver, ella estaba de pie en el plato de ducha, pero a ambos lados, pegadas conventosas sobre los azulejos, había dos pollas de juguete de considerabletamaño, una blanca y otra negra, a mi derecha. Ella se rio también. ¿Quépretendía con eso? Como si me hubiera leído el pensamiento, cuando dejó dereír, me respondió.
-Llevo un tiempo pensando en cómo castigarte por loque me hiciste. Creo que ya he encontrado la forma adecuada.
Me miró, mordiéndose el labio inferior. Esta vez síque denoté diversión en su sonrisa obscena. Se bajó los tirantes del vestido,hasta que sólo quedara sujeto por la costura del sujetador y dejando a la vistaun precioso canalillo, luego se agachó (lo que aumentó la visión de sus pechos,algo caídos por la edad, pero que aún se mantenían perfectos para mi gusto,blancos de piel y blandos al tacto) y se subió el vestido hasta sacarlo desdearriba y quedarse vestida tan sólo con lo que llevaba de ropa interior. Todoesto lo hizo sin caer en erotismos ni en provocaciones, como algo rutinario. Sedesvistió de la misma forma que lo hubiera hecho para ducharse. Lo que hizodespués fue muy sencillo: se puso a cuatro patas y, con la cara más seductoraque podía, se fue acercando a mí como una gatita en celo, y llegó hasta mientrepierna. Alargó la mano derecha y me acarició, abrió la bragueta, quitó elbotón y tiró de los pantalones hacia abajo. Cuando se encontró con el obstáculode los calzoncillos se puso de rodillas y, con ambas manos, tiró con fuerzahasta que se oyó un crujido y la tela se rasgó. Me dolió. Al romperse, la gomagolpeó mis testículos y un escalofrío me atravesó todo el cuerpo, quisecomprobar si sangraba, pero al tirar de las manos recordé que estaba atado.
-Eres una zorra. Tú empezaste a comerme la polla,la fiesta la empezaste tú -fue lo que intenté decir, claro que ella entenderíaun simple balbuceo a través de la mordaza. Sonrió y siguió a lo suyo.
Frotó sus manos con mis partes, otra vez. Acercó lacara y me olió la polla, como si fuera un perro, se puso de pie y se inclinósobre mi entrepierna, lo suficiente para que mi polla entrara en contacto consus pechos, que ella sabía que yo adoraba, y después me dio un beso en la boca,largo y húmedo. Yo ya no podía más. Llegaba un año sin correrme, después detanto tiempo mi polla resurgió de una forma tremenda, nunca la había tenido tandura ni los huevos tan hinchados. Ahora tenía a mi tía allí, al alcance de mimano, parecía que dispuesta a darme placer, pero no tenía forma de agarrarla yponerla contra la pared o el suelo para apagar mi fuego. Ella sólo bromeaba. Legustaba jugar. Y sabía que yo estaba sufriendo.
Después del beso se volvió a la ducha y se puso derodillas flanqueada por las pollas de juguete. El baño no era ni romántico nierótico, era un lugar bastante cutre, pero la visión de mi tía semi-desnuda locambiaba todo. El tanga negro no conjuntaba con el sostén blanco de encaje yeste último no hacía contraste con la piel blanca de mi tía, pero yo empecé a fijarmeen algunos lunares que pintaban su pecho y sus piernas, blancas, largas y bienformadas, con la piel aún tersa. La calentura de los otros encuentros me habíaevitado ver que mi tía era una gran mujer, de belleza clásica y un cuerpoperfecto. Hasta ese momento, me había limitado a disfrutar de su cuerpo, afollármelo sin reparos y a hacerle todas las guarradas que se me ocurrían parasometerla y casi humillarla y resulta que en realidad estaba jugando al sexocon una diosa de mi familia a la que no supe valorar. Este hecho me puso máscachondo todavía, pero me quedé quieto y en silencio para seguir contemplandoel espectáculo, si ella estaba dispuesta a seguir.
Por supuesto, lo estaba, y después de un rato enesa postura y mirándome como quien te arrancaría la ropa sin pensárselo dosveces, alargó los dos brazos y con las manos sujetó las pollas colgadas de lapared. El sujetador subió y el canalillo de las tetas se marcó más. Al darsecuenta que no resbalaban bien, se llevó las manos a la lengua y las mojó consaliva para que la paja al juguete fuera más efectiva. Eso, junto con el sudor,fueron el lubricante que hizo que la masturbación empezara rápido y sin muchosmiramientos. Ella tenía pinta también de estar cachonda y, si no, era una granactriz. De vez en cuando miraba a los dos miembros que colgaban de la pared yencogía las cejas o torcía el rostro, como si tuviera un orgasmo todavíasilencioso. Sólo escuchaba algún que otro quejido y el contacto con elplástico. Me quedé con los ojos abiertos cuando vi que, de la polla negra, sedesprendía un chorro de un líquido blancuzco y viscoso que le cayó directamentesobre la espalda, porque en ese momento vigilaba la paja de la blanca. Entoncescortó la caricia de la polla negra y se centró sólo en la blanca, que seresistía a correrse. Se puso frente a ella y yo la vi de perfil esmerarse pordar placer a un juguete, mientras el mío parecía crecer por momentos. Ellautilizó las dos manos, todo su cuerpo se estremecía con el contacto delplástico, hasta que la llevó al límite y la misma sustancia viscosa salió de lapolla y le cubrió parte de la cara y chorreó por entre las tetas. Hizo un gestode sorpresa, se echó para atrás y aspiró aire. Volvió a mirarme a la cara,mientras se frotaba todo ese líquido por las partes afectadas de su cuerpo, sechupó la mano mojada y se relamió los labios, sin ser suficiente para estarlimpia. No sabía qué era aquel líquido, aunque en algunos videos porno lo habíavisto salir en los glory-hole. Tampocome imaginaba a qué sabía, pero ella disfrutaba al beberlo.
Se puso frente a la polla negra y se pasó lapuntita por los pechos, primero sobre el sostén y luego debajo de él en unaperfecta cubana que yo hubiera disfrutado más, seguro. Consciente de laincomodidad, con el miembro entre sus tetas, llevó las manos a la espaldacubierta de ese “moco” y se abrió el sujetador, se lo sacó y sus tetas quedarontotalmente liberadas, así como la polla que tomó impulso hacia arriba, sindespegarse de la pared. Ahora me fijé en los pezones medianos, pequeños casidentro de sus pechos enormes, rosados y erectos. Se sujetó las tetas con ambasmanos, como si un brazo no pudiera con el peso de las dos, y empezó a lamer lapolla negra con ganas, primero metiéndose en la boca sólo la puntita y luegoavanzando poco a poco, hasta que le entró en toda la garganta y vi como elmiembro le hacía engordar el cuello cuando llegaba hasta el final. Ella subíalos ojos, los ponía en blanco y se ahogaba, mantenía la posición y cuando nopodía respirar se la sacaba de la boca y le daba dos o tres lametones hasta querecuperaba el aire. Con esa mamada tan bestia más de una vez la vi con laslágrimas saltadas y con saliva que le manchaba toda la cara por el esfuerzo demeterse ese rabo dentro. Por un momento llegué a pensar que se había olvidadode la blanca. La negra volvió a correrse, esta vez cuando la tenía dentro de laboca, así que sólo vi el líquido viscoso cuando ella lo escupió sobre el pechoy fue bajando como un río hasta gotear en sus piernas, que no se salvaron delbaño de semen falso. Tras esta corrida, quise creer que le gustaba más el saborde la polla negra que el de la blanca, porque le había quitado el privilegio deestar en su boca. Se levantó y se quitó el tanga, me lo lanzó a la cara, perocayó sobre mi pene, que no estaba para bromas, y se puso a cuatro patas. Con almano buscó el punto y se metió la polla blanca por su lindo coño. Levantó unpoco las rodillas para que le entrara bien, en ese momento se dio cuenta de quehabía calculado mal la distancia y lo había pegado más alto de la cuenta. Dehaber podido, hubiera sonreído. Ella estaba más incómoda, pero en esa posturasus tetas parecían aún más grandes colgando del pecho y tocando el suelolevemente comprimidas.
-Ahh… mierda -fue su primer quejido.
Cerró los ojos y ella hacía el trabajo de meter ysacar el miembro a su gusto, primero despacio, hasta que su coño se acostumbróa la penetración, y después fue acelerando el paso, por lo que empezó a gritarmás y más.
-Uhh… uhh… DIOS… Joder…
Yo sentía que mi respiración se aceleraba cuandoveía eso. Me veía con fuerzas de levantarme, incluso atado, y empotrarla ahímismo, sin delicadeza y sin querer durar demasiado, sólo para disfrutar.
Cuando llevaba un rato dándose placer en su coño,se estiró un poco más para llegar hasta el otro miembro y volver a lamerlo. Lavi cerrar los ojos con fuerzas y ahogar con la polla de la boca un gran gritoy, cuando quise ver qué le pasaba, un hilillo de semen viscoso le bajaba porlas piernas y el cubría la entre pierna. Aun así, ella seguía con la follada yla mamada, como si no le importara demasiado. Su culo impactaba con la pared enraras ocasiones, pero toda su carne se movía, por supuesto menos que suspreciosas tetas que bailaban ante mí de adelante hacia atrás con una seducciónque no necesitaba, porque yo ya estaba atrapado.
La cara me ardía. Por un lado, sentía placer de vera mi tía en esa situación, pero por otro lado estaba tan cachondo que podríahaberme dado fiebre si no llegaba a derramarme sobre alguien. Ella se diocuenta y, aunque cruel para el castigo (que reconocía demasiado enrevesado),también quiso ser buena a medias. Después de que la polla blanca volviera aderramarse dentro de ella y de que la negra lo hiciera bañando su cara, estabademasiado cansada para continuar con el juego. Al ponerse de rodillas y lamersetodo el líquido viscoso que le corría por el cuerpo le temblaban las piernas ylos brazos, tenía cara de haber hecho un gran esfuerzo. Por la raja de su coñotodavía se desprendía semen falso. Eso me dio asco, pero estaba dispuesto aperdonárselo.
Tuve que darle pena. La miraría con cara de perroapaleado o algo así, porque me miró con compasión y se acercó hacia mí, sevolvió a poner de rodillas frente a mi polla y me acarició con mucho carió lasuperficie de mi polla. Yo la tenía muy cerca, oliendo a saliva, sudor y semenfalso, mojada entera. No tuvo que hacer mucho trabajo. No llegó ni aagarrármela, sólo fueron un par de caricias lo que duré entero. Enseguida meempecé a correr, manchando toda la camiseta y sin que una gota le salpicara aella. Fue tan humillante, que me puse a llorar. Esa corrida fue menosvictoriosa de lo que yo hubiera planeado.
Después me desató de la silla y me quitó lamordaza.
-Ya está. Si no tienes prisa dame la camiseta, lalavamos y luego te la llevas, ¿vale?
De pronto, le entró un instinto casi maternal queno encajaba nada con el espectáculo que acababa de ofrecerme. Estaba enfadadocon ella, pero en el fondo sabía que me merecía aquel castigo. Yo no dije nada,no me quedaban fuerzas después de la humillación y del calor contenido.
Me quité la camiseta entre temblores y ella me lalavó.
Así quiso mi tía compensar la humillación por laque yo la hice pasar cuando estábamos de viaje y de esta forma tan pocoplacentera (según por donde se mire) me corrí por primera vez después de unaño. Ese día no tuve ganas de preguntarme si habría más encuentros con ella osi tendrían el mismo carácter. No tenía ganas. No sé… a lo mejor el tiempo dabaotras razones para volver a vernos con intimidad.


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Bueno, pues aquí os dejo una nueva entrega de mis historias con mi tía. Dadle amor al post, con puntos o comentarios, que siempre ayudan. Disfrutadlo.
Si hacéis buenos comentarios os iré subiendo las partes que quedan. Cuando suba el último, irá con una sorpresa en forma de fotos.

1 comentarios - El castigo

Si-Nombre +1
Excelente muy bueno gracias por compartir