Me llamo Alberto, tengo 38 años, llevo 15 años junto a María, la mujer que desde hace 13 años es mi esposa. Lo que voy a intentar redactar a continuación, son ni más ni menos que los distintos acontecimientos, tal como los recuerdo, que me llevaron a desear ser cornudo, incluyendo el proceso de aceptación, y el correspondiente planteo de la situación a mi amada esposa.
Somos un matrimonio como cualquier otro, con sus discrepancias y discusiones, pero hemos sabido superar cada uno de los obstáculos que la vida nos presentó.
Antes de conocernos, María había gozado de una vida sexual muy activa, pero no había tenido suerte en el amor. Sus relaciones se caracterizaron por ser ocasionales y en el mejor de los casos breves. Buscaba un novio, una relación estable que le permitiera proyectar a futuro, y afortunadamente para mi, no lo encontró.
Cuando la conocí, María era una gordita pelirroja de lindas facciones y tez blanca, cuyo atributo más llamativo para el común de los mortales y sobretodo para un obsesionado por las tetas como yo, era su imponente delantera. Debo reconocer que ese día hice un esfuerzo sobrehumano para que no me pezcara en medio de la charla con la vista perdida en su escote. Pero con el transcurrir de los
minutos, comencé a percibir otros atributos propios de su personalidad, que desviaron mi centro de atención de sus pechos, para concentrarme en esa conexión que se estaba generando entre ambos.
La charla era fluida, un tema llevaba a otro, y las horas pasaban sin que lo percibiéramos. De pronto me sentía como un desconocido, un tipo de pocas palabras como yo, hablando sin parar durante horas con total naturalidad. Era evidente que algo especial estaba sucediendo.
Al cabo de una semana, eramos prácticamente novios, pero de sexo... poco y nada. El temor que sentía por esa sensación de profunda conexión con otra persona, el miedo a resultar lastimado una vez más, realmente me paralizaba y no conseguía mantener una erección. Fueron días de muchos besos, muchas caricias, y bastante sexo oral, pero... el amigo se caía. Yo no entendía lo que pasaba, y ella mucho menos, pero ponía toda su buena voluntad para que me tranquilizara, y lograra cogerla como se merecía. En ese momento, un poco por autoboicotearme y otro poco pensando en su placer, llegue a plantearle que entendería si ella decidiera dejar de vernos o buscara satisfacción con otro hombre. Por supuesto, su respuesta fue que no necesitaba otro hombre, que sólo me quería a mi.
Todo fue cuestión de tiempo, de relajarme, y despojarme de la coraza que uno crea después de sufrir demasiado. A las dos semanas la situación era muy diferente, nos veíamos y nos sacábamos chispas, la ropa nos duraba poco tiempo en su lugar. Parecíamos conejos, llegué a contar hasta ocho polvos por día, y practicábamos sexo completo.
Pero no sólo lo practicábamos, sino que hablabamos mucho de sexo, además de mirar pornografía. Al principio le daba algo de vergüenza, pero rápidamente la perdió, y comenzó a consumirla hasta en mi ausencia. Por lo general elegíamos películas que incluyeran sexo anal, interracial, doble penetración, y gang bang. Así, lentamente, y sin darnos cuenta, se fueron despertando en nuestras mentes ciertos morbos y perversiones, dando lugar a situaciones muy placenteras para ambos.
Si bien disfrutábamos mucho del sexo, ella no lograba llegar al orgasmo, y con el transcurrir de los meses el tema comenzó a preocuparme, hasta el punto de volverse prácticamente una obsesión. Hablamos mucho al respecto, ella trataba siempre de que me relajara, diciéndome que no era tan importante, que se iba a dar solo, sin pensarlo. Pero la verdad es que a mi el tema me quitaba el sueño. En ese contexto, comenzó mi interés por su pasado, relaciones y experiencias.
Su primera reacción por supuesto fue negarse a hablar del tema, pero tanto insistí, que de a poco fue accediendo a largar data, al tiempo que percibía lo mucho que me excitaba saber.
Esas charlas en las que me relataba algunas de sus experiencias previas, sumadas a mis fantasías relacionadas con los trios H-M-H y gang bang, posiblemente hayan sido la chispa que encendió el fuego, o dicho de otra manera, el comienzo del proceso por el cual uno llega a la conclusión de que desea ser cornudo.
En ese momento quería... en realidad necesitaba saber absolutamente todo, con cuántos había garchado, con cuántos había acabado, quién había sido su mejor amante, quién la tenía más grande, etc...
La confianza y la deshinibición, dieron lugar a frases y confesiones que quedaron grabadas en mi cabeza para siempre, generando una fuerte y extraña mezcla de celos, humillación y excitación.
Recuerdo como un día surgió el tema de los tamaños, y me confesó que la primera vez que me vió desnudo y en estado flaccido, pensó que hasta sus pequeños sobrinos la tenían más grande, pero que si bien era la más chica que había visto en estado de erección, la sorprendió como cambiaba de un estado a otro. Ese comentario, generó una conversación que la recuerdo de la siguiente manera:
Alberto: ...Si la mía es la más chica que viste... Cómo era la más grande?
María: No se... (entre risas, como quién se va acordando de una travesura), no se la medí, pero la primera vez que la ví me dió un poco de miedo.
A: Para tanto?
M: Por lo general, el que la tiene larga la tiene fina, y el que la tiene gruesa la tiene corta. Ese tipo tenía todo... muy larga, le llegaba casi a la rodilla, bastante gruesa, y tardaba mucho en acabar. Era muy gracioso verlo caminar después de eyacular, con la pija todavía dura, moviéndose hacia arriba y hacia abajo. Cada vez que lo veía, al día siguiente me costaba orinar, de lo irritada que me dejaba.
A: Era muy bruto?
M: No, nada que ver, fue de los más ubicados, una sola la vez lo tuve que tranquilizar porque se había sacado. Pasa que te hacia sentir muy llena, tenia una poronga terrible, y cada polvo duraba entre una hora y media y dos horas. Era un tipo más grande, de unos 30 y largos, vivía sólo en un monoambiente, posiblemente recién separado, sabía coger, se preocupaba por que la pases bien, tenía mucha fuerza, me movía para donde quería...
A: Cómo te cogía?
M: Nada raro amor, por momentos lento, por momentos más fuerte, lo que sí hablaba mucho. Me preguntaba mucho si me gustaba, si la quería más adentro, ese tipo de cosas. Al tipo le encantaba que lo cabalgue para poder ver desde abajo el movimiento de mis tetas, eso lo enloquecía, y yo me podía preparar para lo que seguía, jugando con la profundidad de la penetración.
A: Qué seguía?
M: Después de eso me ponía en cuatro, y me daba con todo, intercalando chirlos en la cola. Yo me la bancaba como una Señora.
A: Acababas?
M: No, la pasaba muy bien pero sólo eso, no acabe nunca con él a pesar de que hacia todo lo posible para que lo lograra.
A: Y si la pasabas bien por qué dejaste de verlo?
M: Lo deje de ver poco tiempo antes de conocerte a vos. Era bastante más grande que yo, quería una relación seria, me pedía que me quedara a dormir con él, y yo no quería más que sexo. No me veía con alguien más grande. Lo eliminé del Messenger cuando comenzamos a salir. Cada
vez que me veía conectada, me escribía para que fuera a la casa...
Las conversaciones sobre el afortunado tripode en cuestión, se reiteraron a lo largo de los años, aportando nuevos detalles de la corta pero intensa relación. A veces sin darnos cuenta y otras intencionalmente, pero por un motivo u otro, terminábamos hablando del Señor... no recuerda si su nombre era Nestor o Ernesto.
Sin ir más lejos, hace unas semanas, surgió en un grupo de whatsapp de amigas, una charla sobre el tema de los tamaños, haciendo foco en los micropenes. Por alguna razón me hizo el comentario, me preguntó algo, yo respondí escuetamente sin darle mayor trascendencia, hasta que me llamó la atención la sonrisa en su cara.
A: De qué te reís gordi?
M: Nada amor... (En una repisa detrás mio había quedado olvidado un aerosol de apresto para planchar). Me estoy acordando que era como el Klaro.
A: Qué amor? No te entiendo...
M: Que la pija de (Nestor? Ernesto?) era como el aerosol, y me parece que es bastante más ancho que 5 cm.
A: No me jodas... Es imposible.
M: Vos me vas a venir a decir a mi... Soy yo la que la vió y la tuvo adentro... Ese tipo era un deforme, parecía que tenía tres piernas, muerta le colgaba hasta casi la rodilla.
A: Y parada?
M: Crecía sólo en grosor y apuntaba al techo. La pija de ese Cristiano era una cosa de locos.
Varios años después de esta charla, en pleno acto, en la posición del misionero, me dijo literalmente "Amor... Disculpame pero no me gusta así, en esta posición no te siento". Luego de que acabamos ambos, me reconoció que por mi tamaño, en la única posición que realmente me siente es en cuatro. Lejos de ofenderme, lo acepté, y lo disfruté como una humillación.
Otro de los motivos por los cuales María no lograba llegar al orgasmo, era mi incapacidad para controlar la eyaculación, que en algunos casos era precoz. Esta situación es muy disimulable, y probablemente no represente un problema en sí cuando en la juventud el período refractario es de apenas unos minutos, pero se agrava a medida que pasan los años y ese tiempo comienza a incrementarse.
Como consecuencia de esto, se tornaron cada vez más habituales los reproches, cuando yo perdía la cabeza y me deslechaba por un movimiento, una palabra, una frase, y la dejaba con el orgasmo en la puerta.
Este problema lo resolvimos en cierta medida prolongando el juego previo, usando mucho los dedos y la lengua, retrasando la penetración. Hasta que un día, en mi afán porque experimentara una doble penetración, decidí comprar un consolador de los más pequeños. Su tamaño no era nada de otro mundo, pero si bastante más grueso, y apenas más largo que mi pija, aproximadamente 16 cm. x 5 cm.
Recuerdo que la primera vez que lo usamos, acabe como un hijo de puta en el preciso instante en que le metía la cabeza de ese pedazo de goma, quizás imaginando que era una verga de verdad. Ella se sintió algo incomoda, no emitió sonido alguno mientras duro el acto, sólo disfrutó en silencio, fue un momento realmente extraño.
Tiempo después, me confirmó que se había sentido rara con otro objeto distinto a mi, pero que lo había disfrutado tanto que un día mientras yo trabajaba no se aguantó, y tuvo un orgasmo muy intenso con ese "amigo de goma" que la hacía sentir bien llena.
Con los años, ese consolador pasó a formar parte habitual de nuestro sexo, después de revelarnos que María era multiorgásmica. La penetración con ese pedazo de goma que se hace sentir, junto con la estimulación clitorial, logran que María alcance un orgasmo tras otro, hasta perder la cuenta y quedar completamente exhausta.
Como se imaginarán, si a los 20 y pico me costaba satisfacerla naturalmente, ya casi pisando los 40 y siendo ella multi, me resulta imposible seguirle el ritmo sin ayuda del "amigo de goma", pero aspiro en el mediano plazo a que ella logre dar ese paso decisivo, el inicial, que nos abra las puertas de un nuevo mundo por descubrir en pareja.
Continuará...
Somos un matrimonio como cualquier otro, con sus discrepancias y discusiones, pero hemos sabido superar cada uno de los obstáculos que la vida nos presentó.
Antes de conocernos, María había gozado de una vida sexual muy activa, pero no había tenido suerte en el amor. Sus relaciones se caracterizaron por ser ocasionales y en el mejor de los casos breves. Buscaba un novio, una relación estable que le permitiera proyectar a futuro, y afortunadamente para mi, no lo encontró.
Cuando la conocí, María era una gordita pelirroja de lindas facciones y tez blanca, cuyo atributo más llamativo para el común de los mortales y sobretodo para un obsesionado por las tetas como yo, era su imponente delantera. Debo reconocer que ese día hice un esfuerzo sobrehumano para que no me pezcara en medio de la charla con la vista perdida en su escote. Pero con el transcurrir de los
minutos, comencé a percibir otros atributos propios de su personalidad, que desviaron mi centro de atención de sus pechos, para concentrarme en esa conexión que se estaba generando entre ambos.
La charla era fluida, un tema llevaba a otro, y las horas pasaban sin que lo percibiéramos. De pronto me sentía como un desconocido, un tipo de pocas palabras como yo, hablando sin parar durante horas con total naturalidad. Era evidente que algo especial estaba sucediendo.
Al cabo de una semana, eramos prácticamente novios, pero de sexo... poco y nada. El temor que sentía por esa sensación de profunda conexión con otra persona, el miedo a resultar lastimado una vez más, realmente me paralizaba y no conseguía mantener una erección. Fueron días de muchos besos, muchas caricias, y bastante sexo oral, pero... el amigo se caía. Yo no entendía lo que pasaba, y ella mucho menos, pero ponía toda su buena voluntad para que me tranquilizara, y lograra cogerla como se merecía. En ese momento, un poco por autoboicotearme y otro poco pensando en su placer, llegue a plantearle que entendería si ella decidiera dejar de vernos o buscara satisfacción con otro hombre. Por supuesto, su respuesta fue que no necesitaba otro hombre, que sólo me quería a mi.
Todo fue cuestión de tiempo, de relajarme, y despojarme de la coraza que uno crea después de sufrir demasiado. A las dos semanas la situación era muy diferente, nos veíamos y nos sacábamos chispas, la ropa nos duraba poco tiempo en su lugar. Parecíamos conejos, llegué a contar hasta ocho polvos por día, y practicábamos sexo completo.
Pero no sólo lo practicábamos, sino que hablabamos mucho de sexo, además de mirar pornografía. Al principio le daba algo de vergüenza, pero rápidamente la perdió, y comenzó a consumirla hasta en mi ausencia. Por lo general elegíamos películas que incluyeran sexo anal, interracial, doble penetración, y gang bang. Así, lentamente, y sin darnos cuenta, se fueron despertando en nuestras mentes ciertos morbos y perversiones, dando lugar a situaciones muy placenteras para ambos.
Si bien disfrutábamos mucho del sexo, ella no lograba llegar al orgasmo, y con el transcurrir de los meses el tema comenzó a preocuparme, hasta el punto de volverse prácticamente una obsesión. Hablamos mucho al respecto, ella trataba siempre de que me relajara, diciéndome que no era tan importante, que se iba a dar solo, sin pensarlo. Pero la verdad es que a mi el tema me quitaba el sueño. En ese contexto, comenzó mi interés por su pasado, relaciones y experiencias.
Su primera reacción por supuesto fue negarse a hablar del tema, pero tanto insistí, que de a poco fue accediendo a largar data, al tiempo que percibía lo mucho que me excitaba saber.
Esas charlas en las que me relataba algunas de sus experiencias previas, sumadas a mis fantasías relacionadas con los trios H-M-H y gang bang, posiblemente hayan sido la chispa que encendió el fuego, o dicho de otra manera, el comienzo del proceso por el cual uno llega a la conclusión de que desea ser cornudo.
En ese momento quería... en realidad necesitaba saber absolutamente todo, con cuántos había garchado, con cuántos había acabado, quién había sido su mejor amante, quién la tenía más grande, etc...
La confianza y la deshinibición, dieron lugar a frases y confesiones que quedaron grabadas en mi cabeza para siempre, generando una fuerte y extraña mezcla de celos, humillación y excitación.
Recuerdo como un día surgió el tema de los tamaños, y me confesó que la primera vez que me vió desnudo y en estado flaccido, pensó que hasta sus pequeños sobrinos la tenían más grande, pero que si bien era la más chica que había visto en estado de erección, la sorprendió como cambiaba de un estado a otro. Ese comentario, generó una conversación que la recuerdo de la siguiente manera:
Alberto: ...Si la mía es la más chica que viste... Cómo era la más grande?
María: No se... (entre risas, como quién se va acordando de una travesura), no se la medí, pero la primera vez que la ví me dió un poco de miedo.
A: Para tanto?
M: Por lo general, el que la tiene larga la tiene fina, y el que la tiene gruesa la tiene corta. Ese tipo tenía todo... muy larga, le llegaba casi a la rodilla, bastante gruesa, y tardaba mucho en acabar. Era muy gracioso verlo caminar después de eyacular, con la pija todavía dura, moviéndose hacia arriba y hacia abajo. Cada vez que lo veía, al día siguiente me costaba orinar, de lo irritada que me dejaba.
A: Era muy bruto?
M: No, nada que ver, fue de los más ubicados, una sola la vez lo tuve que tranquilizar porque se había sacado. Pasa que te hacia sentir muy llena, tenia una poronga terrible, y cada polvo duraba entre una hora y media y dos horas. Era un tipo más grande, de unos 30 y largos, vivía sólo en un monoambiente, posiblemente recién separado, sabía coger, se preocupaba por que la pases bien, tenía mucha fuerza, me movía para donde quería...
A: Cómo te cogía?
M: Nada raro amor, por momentos lento, por momentos más fuerte, lo que sí hablaba mucho. Me preguntaba mucho si me gustaba, si la quería más adentro, ese tipo de cosas. Al tipo le encantaba que lo cabalgue para poder ver desde abajo el movimiento de mis tetas, eso lo enloquecía, y yo me podía preparar para lo que seguía, jugando con la profundidad de la penetración.
A: Qué seguía?
M: Después de eso me ponía en cuatro, y me daba con todo, intercalando chirlos en la cola. Yo me la bancaba como una Señora.
A: Acababas?
M: No, la pasaba muy bien pero sólo eso, no acabe nunca con él a pesar de que hacia todo lo posible para que lo lograra.
A: Y si la pasabas bien por qué dejaste de verlo?
M: Lo deje de ver poco tiempo antes de conocerte a vos. Era bastante más grande que yo, quería una relación seria, me pedía que me quedara a dormir con él, y yo no quería más que sexo. No me veía con alguien más grande. Lo eliminé del Messenger cuando comenzamos a salir. Cada
vez que me veía conectada, me escribía para que fuera a la casa...
Las conversaciones sobre el afortunado tripode en cuestión, se reiteraron a lo largo de los años, aportando nuevos detalles de la corta pero intensa relación. A veces sin darnos cuenta y otras intencionalmente, pero por un motivo u otro, terminábamos hablando del Señor... no recuerda si su nombre era Nestor o Ernesto.
Sin ir más lejos, hace unas semanas, surgió en un grupo de whatsapp de amigas, una charla sobre el tema de los tamaños, haciendo foco en los micropenes. Por alguna razón me hizo el comentario, me preguntó algo, yo respondí escuetamente sin darle mayor trascendencia, hasta que me llamó la atención la sonrisa en su cara.
A: De qué te reís gordi?
M: Nada amor... (En una repisa detrás mio había quedado olvidado un aerosol de apresto para planchar). Me estoy acordando que era como el Klaro.
A: Qué amor? No te entiendo...
M: Que la pija de (Nestor? Ernesto?) era como el aerosol, y me parece que es bastante más ancho que 5 cm.
A: No me jodas... Es imposible.
M: Vos me vas a venir a decir a mi... Soy yo la que la vió y la tuvo adentro... Ese tipo era un deforme, parecía que tenía tres piernas, muerta le colgaba hasta casi la rodilla.
A: Y parada?
M: Crecía sólo en grosor y apuntaba al techo. La pija de ese Cristiano era una cosa de locos.
Varios años después de esta charla, en pleno acto, en la posición del misionero, me dijo literalmente "Amor... Disculpame pero no me gusta así, en esta posición no te siento". Luego de que acabamos ambos, me reconoció que por mi tamaño, en la única posición que realmente me siente es en cuatro. Lejos de ofenderme, lo acepté, y lo disfruté como una humillación.
Otro de los motivos por los cuales María no lograba llegar al orgasmo, era mi incapacidad para controlar la eyaculación, que en algunos casos era precoz. Esta situación es muy disimulable, y probablemente no represente un problema en sí cuando en la juventud el período refractario es de apenas unos minutos, pero se agrava a medida que pasan los años y ese tiempo comienza a incrementarse.
Como consecuencia de esto, se tornaron cada vez más habituales los reproches, cuando yo perdía la cabeza y me deslechaba por un movimiento, una palabra, una frase, y la dejaba con el orgasmo en la puerta.
Este problema lo resolvimos en cierta medida prolongando el juego previo, usando mucho los dedos y la lengua, retrasando la penetración. Hasta que un día, en mi afán porque experimentara una doble penetración, decidí comprar un consolador de los más pequeños. Su tamaño no era nada de otro mundo, pero si bastante más grueso, y apenas más largo que mi pija, aproximadamente 16 cm. x 5 cm.
Recuerdo que la primera vez que lo usamos, acabe como un hijo de puta en el preciso instante en que le metía la cabeza de ese pedazo de goma, quizás imaginando que era una verga de verdad. Ella se sintió algo incomoda, no emitió sonido alguno mientras duro el acto, sólo disfrutó en silencio, fue un momento realmente extraño.
Tiempo después, me confirmó que se había sentido rara con otro objeto distinto a mi, pero que lo había disfrutado tanto que un día mientras yo trabajaba no se aguantó, y tuvo un orgasmo muy intenso con ese "amigo de goma" que la hacía sentir bien llena.
Con los años, ese consolador pasó a formar parte habitual de nuestro sexo, después de revelarnos que María era multiorgásmica. La penetración con ese pedazo de goma que se hace sentir, junto con la estimulación clitorial, logran que María alcance un orgasmo tras otro, hasta perder la cuenta y quedar completamente exhausta.
Como se imaginarán, si a los 20 y pico me costaba satisfacerla naturalmente, ya casi pisando los 40 y siendo ella multi, me resulta imposible seguirle el ritmo sin ayuda del "amigo de goma", pero aspiro en el mediano plazo a que ella logre dar ese paso decisivo, el inicial, que nos abra las puertas de un nuevo mundo por descubrir en pareja.
Continuará...
10 comentarios - Los inicios del cornudo que llevo dentro
saludos