Hoy les quiero hablar de Luis, Lucho para los amigos. Tachero. 35 años. Padre de 4 hijos, dos de un primer compromiso, dos del segundo, y un quinto en camino de la que sería su tercera esposa, aunque decir "esposa" sea un eufemismo, ya que no está casado con ninguna de ellas. Lo que se dice un tipo que no pierde el tiempo. Dónde pone el ojo, (en este caso la poronga), pone la bala, o mejor dicho, los espermatozoides.
Se trata de uno de mis asegurados, y aunque no es el dueño del taxi, sino uno de los peones, casi siempre viene él a la oficina. Al otro recordaba haberlo visto alguna que otra vez, pero por lo menos a mí nunca me había tocado atenderlo.
Al principio solo fue una relación meramente comercial, llegaba, me dictaba la patente, le cobraba y le extendía el recibo. Todo esto apenas matizado con un "Buenos días" ó " Buenas tardes", dependiendo del momento en que llegara. Nunca vino para otra cosa que no fuera pagar la cuota del seguro, nunca un accidente y mucho menos un robo, por lo que nuestros encuentros, breves, esporádicos, ocurrían apenas una vez por mes.
No sé cuándo fue que algo empezó a pasar, o mejor dicho, a pasarme, porque fui yo la que trataba de sacarle conversación cada vez que venía, a diferencia de anteriores ocasiones en las que me limitaba a saludarlo y a hacer alguna que otra observación respecto al clima, casi siempre por compromiso. Pero ahora, en éstas últimas oportunidades, no quería que se fuera tan pronto.
No crean que se trata de un potro irresistible, para nada, es lo más opuesto a un galán que puedan imaginarse, pero aún así había empezado a incitar ciertas emociones en mí. Llámenlo una cuestión de piel, calentura o como quieran, el caso es que el tipo empezó a gustarme.
Por lo que podía darme cuenta, a las demás chicas en la oficina no les pasaba lo mismo. Para ellas resultaba intrascendente. Un ser anónimo y olvidable, aunque cuando nos enteramos de la cantidad de hijos que había procreado, cada vez que venía solían hacer las mismas bromas:
"Que no te mire demasiado que te embaraza", o " No le des la mano que te hace mellizos ".
La última vez que vino se dio la circunstancia de que tenía que hacer una inspección a domicilio.
-Esta es la mía- me dije -es ahora o nunca-
Termino de cobrarle, le doy el recibo y entonces le digo:
-¿Estas libre? Porque tengo que hacer una inspección en...- busco la dirección en los papeles que tengo a un costado -Por Palermo, Santa Fe y Fitz Roy. Tendrías que llevarme y traerme, obvio que te pago el viaje y el tiempo que tengas que esperar-
No tenía ningún viaje programado, así que aceptó, haciéndome, sin saberlo, las cosas mucho más fáciles.
Mientras él me espera en el taxi, que tiene estacionado frente a la oficina, preparo toda la documentación correspondiente, y agarrando mi bolso aviso que me voy a realizar la tan oportuna inspección.
Las bromas de mis compañeras, que saben que voy a ir con el embarazador serial, no se hacen esperar.
Cruzo la calle, me subo al taxi, en el asiento de atrás, como cualquier pasajera y dándole la dirección precisa, le digo que ya podemos irnos. Durante el viaje apenas hablamos, por lo que me pongo a revisar mi celular.
Cuando llegamos, el dueño del auto no se encuentra. La esposa me dice que llegará en una hora, más o menos, por lo que no me queda otra que armarme de paciencia y esperarlo.
Vuelvo y le anunció a Lucho la noticia, diciéndole que si quiere se puede ir, que le pago el viaje y me vuelvo con otro taxi.
-Vine con vos, vuelvo con vos- me dice, con lo cual me termina por despejar cualquier duda que pudiera tener.
-Entonces no te preocupes que te voy a pagar hasta el último minuto de espera- le insisto.
Fue entonces que se me ocurrió una idea. ¿Ir a un telo? No, jajaja. Aunque no hubiese estado nada mal.
Pero como estábamos cerca le sugerí ir a la Costanera. Hacia tiempo que no iba, y no sé, pensé que quizás así dispondríamos de una mayor intimidad.
Cerca del club de pescadores, nos tomamos una gaseosa, mirando de un lado el río y del otro los aviones que llegan a Aeroparque. Estábamos hablando de bueyes perdidos, sentada ahora en el asiento de adelante, cuando sucedió. Nos miramos, riéndonos de un chiste que alguno había dicho, y en ese preciso instante, ambos supimos que debíamos hacerlo, que si lo dejábamos pasar, la magia de ese momento se perdería para siempre. Así que..., nos besamos.
Fue un beso largo, húmedo, cálido, apasionado. La traducción exacta de todas esas emociones que había comenzado a sentir en éste último tiempo.
Cuándo intenta tocarme una teta, le bajo enseguida la mano, pero lo hago más por un impulso, que por otra cosa.
Cuando nos separamos, la saliva de uno aún impregnando los labios del otro, me quedo mirando hacia adelante, hacia la vastedad del río, dándome cuenta, muy a mi pesar, que no se trató de un beso cualquiera.
En circunstancias normales le diría de ir a un telo, pero está claro que aquellas no son circunstancias normales.
-Creo que mejor volvemos, el tipo ya debe estar de vuelta- le digo seriamente, tratando de no mirarlo, mientras me acomodo la camisa allí en dónde intentó manosearme.
Durante el trayecto de vuelta a Santa Fe y Fitz Roy ninguno dice nada, y le agradezco profundamente ese silencio, ya que hay momentos en que lo mejor es no pronunciar palabra.
Hago la inspección, volvemos a la oficina y le pago el viaje, con toda la espera incluida. Cuando se va lo veo alejarse a través de la vidriera y es como si algo se desprendiera de mí.
La inspección fue un miércoles. Jueves feriado, viernes me tomo el día y aún así no dejo de pensar en él, lamentándome una y otra vez por no habérmelo cogido. El fin de semana me lo paso de mal humor, peleándome con mi marido por cualquier cosa. Igual, con peleas y todo, hicimos el amor, más de una vez, aunque no me calmé para nada, ya que mi cuerpo, mi sexo, ansiaba a otro hombre.
El lunes ya no aguanté más y apenas llego a la oficina busco sus datos personales y lo llamo al celular.
Le digo que tengo otra inspección para hacer, lo cuál es cierto, si está disponible para hacer el viaje. Me dice que sí, por lo que me pasa a buscar por la oficina.
Apenas lo veo agarro mi bolso, los papeles de la inspección y salgo. Me subo a su taxi, esta vez del lado del acompañante y lo saludo con un beso en la mejilla.
-¿Te molesta si antes pasamos por mi casa?- le pregunto apenas se pone en marcha -Es que tengo que cambiarme de ropa, mirá- agrego mostrándole una insignificante mancha de birome que a propósito me había hecho en la camisa.
-Mis compañeras quisieron prestarme una, pero (abarcando mis pechos con las manos) ninguna me cerraba-
Por supuesto no tuvo problema, así que vamos a mi casa. Cuando llegamos, me bajo y al ver que él se queda tras el volante dispuesto a esperarme, le digo:
-¿No venís?-
Me mira sorprendido.
-Dale, vení acompañame, de paso mientras me cambio te tomás un café- le insisto.
Obvio que acepta, así que se baja del taxi y juntos cruzamos la calle.
-Tengo una cafetera nueva, una Nespresso, me la regaló mi marido para nuestro aniversario, hace unos capuchinos deliciosos- le cuento mientras abro la puerta y atravesamos el lobby, dejándole bien en claro que soy una mujer casada y con un matrimonio fuertemente consolidado.
Entramos al departamento, lo invito a que se siente y le preparo uno de mis tan publicitados capuchinos.
-¿Y, que te parece? Delicioso, ¿no?- le digo, sentándome a su lado -Aunque debo confesar que es más mérito de la máquina que mío-
-Está muy rico, te hizo un buen regalo tu marido- coincide.
-Sí, la verdad es que en ése aspecto no tengo que reprocharle nada- admito.
Bebemos otro sorbo de nuestras respectivas tazas, y dejando la mía a un costado, me decido a hablarle.
-Vos y y yo empezamos algo el otro día...- le digo, en obvia alusión al beso que dejamos trunco en la Costanera.
Me acerco todavía más y poniendo la mano sobre una de sus piernas, agrego:
-Me gustaría terminarlo...-
Tal parece que él piensa lo mismo, porque ahí nomás se me echa encima y me besa, bueno..., nos besamos, porque yo no me quedo atrás. Enredando los brazos alrededor de su cuello, abro la boca dejando que su lengua se junte con la mía, librando entre ambas una cálida y jugosa batalla.
Esta vez cuando me agarra las tetas no me resisto, por el contrario, dejo que me las toque por sobre la ropa, entregándome por completo a sus apasionadas y lúbricas caricias.
Cuando ya no me puedo contener más, me levanto y agarrándolo de la mano lo llevó a mi dormitorio, que luce inmaculado, ya que todos los días, antes de irme a trabajar, me gusta hacer la cama y arreglar cualquier desorden.
Habitualmente con mi marido solemos comenzar la semana con un mañanero, pero ese lunes, en el que ya tenía decidido garcharme al taxista, lo evité simulando estar indispuesta. Quería tener mis feromonas bien cargadas. Hacía ya casi una semana que estaba con ganas de coger con Lucho, así que imagínense.
Lo abrazo y entre besos y caricias, le confieso:
-El otro día me quedé con las ganas de ir a un telo-
-Debí haberte llevado- asiente, y sin agregar nada más me vuelve a besar, con toda la boca, voraz, jugoso, apasionado.
Caemos en la cama, sin dejar de besarnos, de tocarnos, de saborearnos, utilizando todos los sentidos para disfrutar al máximo hasta el más suave roce.
Me le subo encima, apretando las piernas en torno a su cuerpo, y agarrándole las manos las llevo hacia mis pechos.
-Querías tocármelas el otro día..., acá las tenés..., son tuyas...- le digo, incitándolo a que me acaricie sin freno ni control.
Por supuesto que lo hace, me acaricia, me toca, sobándomelas a través de la ropa, sintiendo como se endurecen y palpitan bajo el influjo de sus dedos.
Me saco la camisa, la misma que manché a propósito con tinta de birome, me saco también el corpiño, y soltándome el pelo me entrego mansita a sus caricias.
Por entre mis piernas, puedo sentir ya la inflamación, el rugir de la bestia, la hecatombe a punto de desencadenarse.
Me refriego contra esa hinchazón, mojándome toda de solo sentir aquello que tanto anhelaba.
Le desabrocho entonces el pantalón y la saco afuera. Dura, mojada, caliente. Se la meneo arriba y abajo, sintiéndola engordar más todavía.
Con razón tiene tantos hijos, pienso al tenerla bien agarrada. Es una pija hermosa, de ésas que quisieras tener adentro siempre. Larga, robusta, curvada en la punta, con la cabeza sobresaliendo como un hongo, roja, casi violácea de tanta sangre acumulada.
Me agacho y le paso la lengua por todo el glande, resbalando hacia abajo, hacia la estructura principal, que parece vibrar en una frecuencia apenas perceptible. Sigo más abajo todavía y le beso los huevos, se los chupo, empalagándome con esos bombones peludos que ya están hirviendo de calentura. Se los chupo con fuerza y los suelto con un incitante ¡PLOP! Así varias veces, hasta dejarlos empapados de saliva. Entonces vuelvo a subir, trazando con la lengua un sendero de baba que se chorrea espesamente por todo su contorno.
Llego arriba, a la cima de mi mundo y se la como pedazo a pedazo, dilatando la garganta para ir dándole la mejor cabida posible, hasta que me sorprende una arcada.
Demasiada pija.
La suelto, respiro hondo y vuelvo a intentarlo.
Me la empujo hasta lo más profundo, haciendo unos ruidos guturales debido al amontonamiento de carne. Pero no me detengo, sigo comiendo, tragando, devorando hasta que mi labio inferior llega a tocarle los huevos.
Cuando ya la tengo toda adentro de la boca, latiendo, hinchándose, aplastándome las amigdalas, hundo la nariz en su esponjosa mata de pendejos y aspiro profundamente, llenándome los pulmones con el denso aroma de su virilidad.
Al soltársela le dejo caer encima una pesada y abundante escupida, mezcla de saliva y juguito preseminal.
Se la agarro entonces por los huevos y me pongo a chupársela, ávida, golosa, entusiasta, disfrutando de esa turgencia que tan bien se adhiere a mis labios.
La cara de Lucho resplandece de satisfacción, con esa sonrisa de feliz cumpleaños que me confirma que la mamada está cumpliendo su objetivo.
Con la boca sabiendo a pija, me levanto y busco la suya para besarlo. No me evade. Eso me gusta, que quiera besarme pese a que acabo de chupársela. A mí me gusta besar después de que me la chupan, es cuándo un beso resulta más delicioso, por eso no me freno y le lleno la boca con mi lengua.
Mientras nos besamos, estiro un brazo y del segundo cajón de la mesa de luz, la que está del lado en que duerme mi marido, saco un forro y se lo pongo.
Termino de desnudarme de la cintura para abajo y pasando una pierna por encima de su cuerpo, me le subo a caballito, ensartándome con todas mis ganas en esa poronga que ya se había convertido en mi obsesión.
Entre jadeos disfruto cada pedazo que se hunde en mí, dejándome avasallar por esa virilidad extrema que parece adueñarse de cada hormona de mi cuerpo.
Lucho me agarra de la cintura y se mueve hacia arriba, fluyendo libremente a través de mi sexo, llenándome en forma tanto física como emocional.
La cama es nuestro altar y nosotros los devotos fieles de una religión que nos tiene como la encarnación de sus Dioses.
Me inclino y lo beso un largo rato, saboreando sus labios, su lengua, mientras la hinchazón de su verga se hace más pronunciada. Aún a través del látex puedo sentir la textura de la piel, el contorno de las venas, el calor que irradia y contagia a cada rincón de mi sexo.
Yo acabo primero, echándome un polvo que me sacude hasta la última vértebra del cuerpo. Me echo hacia atrás, arqueando la espalda y apoyando las manos en sus piernas, suelto un grito con el que libero de una vez por todas esa tensión, esas ganas, esa calentura que venía acumulando desde que nos besamos en la Costanera.
-¡¡¡Oh, mi Dios...!!!- me estremezco, vaciando sobre su vientre el denso elixir de mi pasión.
Mientras yo me quedo ahí, exhalando los suspiros más apasionados, Lucho me agarra de la cintura y me bombea con todo, haciendo que mis tetas se sacudan con locura, arremetiendo con ese ímpetu con el que, seguro, debe haber concebido todos sus hijos.
Su orgasmo también resulta explosivo, liberando por su parte un grito primal y eufórico, rebosante de satisfacción.
Empapados en sudor, agitados, con los cuerpos aún temblorosos, nos quedamos ahí acostados, en la cama que comparto todas las noches con mi marido, besándonos, acariciándonos, saboreándonos de todas las formas posibles.
-¿Querés tomar algo?- le pregunto luego de un rato, sabiendo que aquello no había sido nada más que un delicioso entremés.
-Una cerveza estaría bien- asiente.
Me levanto y así desnuda voy a la cocina, volviendo enseguida con dos Budweiser, la marca que toma mi marido. Me acuesto de nuevo a su lado y abriendo las botellas, bebemos y charlamos como si la vida hubiese hecho un paréntesis y ya nada importara, más que nosotros dos.
Disponemos de tiempo, mi marido vuelve tarde por la noche y mi suegra pasa a buscar al Ro por el colegio para llevarlo a su clase de natación.
Los besos se reinician casi sin que nos demos cuenta, con el mismo fervor de antes, pero ahora con el sabor de la cerveza impregnando nuestras bocas.
Enseguida me mete los dedos dentro de la concha, a la vez que yo le agarro la pija y se la meneo, mojándome toda la palma de la mano con la deliciosa savia de su virilidad.
Nos cogemos de nuevo, ahora sin forro.
-¿No te vas a cuidar?- le pregunto mientras se acomoda encima mío, por entre mis piernas, enfilando su oscilante erección hacia mi sexo otra vez húmedo y caliente.
-¿Querés que me cuide?- replica demorando el tan ansiado puntazo.
-¡No!- le digo, tan segura de mi respuesta que yo misma le agarro la pija y la guío sin dilaciones hacia mi interior.
Me derrito de placer al sentirla entrar así, en carne viva, sin la prisión del látex, fuerte, poderosa, implacable. La "hacedora de hijos" fluyendo por todo mi interior, adueñándose de todo mi ser, apropiándose hasta de mi alma.
El garche que me pega, es como para levantarse y aplaudir de pie hasta que se te pongan coloradas las manos. Pero no puedo ni quiero levantarme, ya que estoy debajo suyo, disfrutando esos ensartes que me golpean en lo más profundo, haciendo que la vida sea aún más maravillosa.
-¡Haceme la cola...!- le pido, enfatizando mis palabras con un jugoso y encendido beso.
-¿Estás segura?- me pregunta sin dejar de cogerme.
-¡Quiero ser tuya por completo!- le aseguro.
Ahora me besa él a mí, me saca la pija de un tirón y me da la vuelta.
Primero me dilata con los dedos y abundante saliva, para luego sí, entrar a culearme de una manera que hasta ahora me duelen los intestinos.
Se tira encima mío, acostado prácticamente sobre mi cuerpo, haciendo de mi ojete el receptor de todos sus ataques.
Su pelvis golpea contra mis nalgas, PLAP PLAP PLAP, cada vez que me la mete bien adentro, dura y caliente como un fierro al rojo vivo.
Los dos gritamos, jadeamos, suspiramos, revolcándonos en el sudor de nuestros cuerpos, hambrientos el uno del otro, prendiéndonos fuego en nuestra propia hoguera de pasión.
Me acaba en el culo, con tanta fuerza que siento los lechazos fluyendo a borbotones.
Se queda adentro un buen rato, respirándome en la nuca, exhausto, agitado, descargando en el interior de mi culito hasta la última gota de semen.
Ya es casi mediodía, así que luego de ese nuevo y gratificante polvo que compartimos, le propongo comer algo..., para recargar energías.
Levanto su camisa del suelo, me la pongo, conservando conmigo el aroma de su piel, y me dirijo a la cocina. Él viene tras de mí, en bolas, con la verga oscilando tentadora entre sus piernas.
Caliento lasaña que quedó del día anterior, preparada obviamente por mi adorada suegra, y la sirvo acompañada de sendas copas de vino blanco.
Mientras comemos me cuenta del otro chofer del taxi, el que suele ir a la oficina cuando él no puede, y que según dice, está caliente conmigo.
-Siempre que hacemos el cambio de turno me cuenta sus aventuras, pero el otro día viene y me dice que estuvo con una mina que mientras se la garchaba se imaginaba que estaba con la tetona del seguro. Así me dice, la tetona del seguro, y remata diciendo, no sabés las ganas que le tengo a esa concheta...- hace una pausa como para dejarme asimilar la anécdota, y agrega: -Creo que se refería a vos-
-Así que tu amigo cree que soy una concheta- me hago la indignada.
-Es un loco lindo, le dicen Gurka porque estuvo en Malvinas. Terrible putañero, la mitad del sueldo o más se lo debe gastar en trolas-
Ah, entonces por eso me tiene ganas, pienso, si le gustan las trolas...
Cuándo terminamos de comer levanto los platos, las copas, bebo un último sorbo de vino y de pie a su lado, le digo:
-Ahora viene el postre...-
Me abro la camisa, la dejó caer al suelo y desnuda me recuesto sobre la mesa, abriéndome de piernas para ofrecerle mi sexo hinchado, jugoso, palpitante.
Tengo la concha que me chorrea de ganas, y aunque ya me cogió dos veces, una tercera me resulta indispensable.
Con tanta o más hambre que yo, Lucho se arrodilla en el piso de la cocina y enterrando la cara entre mis muslos, me la chupa con absoluto deleite.
La forma en que utiliza la lengua, los labios y hasta los dientes, hace que me estremezca de placer y que me siga mojando como una adolescente.
Con la cara empapada por el flujo de mi concha, se levanta y me refriega la poronga por todo el tajo, arriba y abajo, punteándome con especial dedicación el clítoris, que ya está bien duro y entumecido.
Cuando me la mete, arqueo la espalda, dejándome atravesar hasta lo más profundo, disfrutando de como se va expandiendo en mi interior, ocupando con su virilidad hasta el último espacio disponible.
Gruesa, dura, imponente, cada resquicio le pertenece, sobre todo cuando me agarra de las piernas y me aniquila a combazos, uno detrás de otro, fuertes, enérgicos, implacables, llenándome de pija y placer.
Me está cogiendo sobre la misma mesa en la que todas las noches comparto la cena con mi familia. Y aunque sé que, de alguna forma, estoy deshonrando el ámbito familiar, siento que mi encuentro con Luis no se merecía quedar relegado a la clandestinidad de un albergue transitorio.
Desde que nos besamos en la Costanera, que quería tenerlo en mi cama, en mi zona de confort, allí dónde no soy una puta más, sino una mujer que ama y se deja amar.
Dejándome la pija toda adentro, me levanta y encajando mis piernas alrededor de su cuerpo, comienza a andar conmigo en brazos.
Salimos de la cocina, atravesamos el pasillo cuyas paredes están decoradas con cantidad de fotos familiares y volvemos al dormitorio. Sin sacármela me tiende sobre la cama y echándose encima, me coge de una forma suave, amorosa, casi conyugal.
Lo miro a los ojos y comprendo que me está haciendo el amor, el sexo fuerte, impetuoso, desaforado, parece haber cedido ante los sentimientos.
Me uno a él en esa cabalgata apasionada, a esa delicia que compartimos y que hacemos extensiva a cada rincón de nuestra anatomía. Porque el amor no se hace solo con el sexo, sino con todo el cuerpo, con todos los sentidos y podríamos decir que hasta con el alma.
Llegamos juntos al clímax, mezclándonos, fusionándonos, amalgamando en mi interior mi esencia y la suya, la simbiosis perfecta del placer que compartimos.
Es en ese momento, al salir del trance amoroso, que se da cuenta que me está acabando adentro y me mira preocupado.
-Está todo bien...- lo tranquilizo -Llename de leche que quiero sentirte...-
No, no me olvido que estoy con un embarazador patológico, pero necesito que el placer sea completo. Qué la intensidad de aquel momento quede marcada a fuego en mis entrañas.
Siempre he sido un poco hombre en el sexo, después de un polvo me levanto y me voy, no soy de quedarme acaramelada susurrando frases de amor. Una vez que la calentura pasó, pasó también el enamoramiento. Pero con Lucho es distinto.
Quería que se quedara conmigo, quería dormir con él, despertar con él y volver a hacer el amor una y mil veces.
En varios relatos he afirmado que con otros cojo, pero que con mi marido hago el amor. Creo que Lucho se suma a esa acotada lista de hombres con los cuáles el sexo trasciende lo puramente físico para convertirse en una experiencia cuasi religiosa, mística, emocional. Esas raras excepciones que demuestran que por más trola que sea, también tengo mi corazoncito.
Ya eran casi las cuatro de la tarde cuando se fue, no sin antes besarnos como si partiera a la guerra y yo me quedara como su amante sufrida y abandonada. Que era realmente como me sentía.
No sé cómo seguirá nuestra historia de ahora en más, lo que si sé es que lo que hicimos esa tarde en mi casa, en mi cama, no fue sexo sino amor...
Se trata de uno de mis asegurados, y aunque no es el dueño del taxi, sino uno de los peones, casi siempre viene él a la oficina. Al otro recordaba haberlo visto alguna que otra vez, pero por lo menos a mí nunca me había tocado atenderlo.
Al principio solo fue una relación meramente comercial, llegaba, me dictaba la patente, le cobraba y le extendía el recibo. Todo esto apenas matizado con un "Buenos días" ó " Buenas tardes", dependiendo del momento en que llegara. Nunca vino para otra cosa que no fuera pagar la cuota del seguro, nunca un accidente y mucho menos un robo, por lo que nuestros encuentros, breves, esporádicos, ocurrían apenas una vez por mes.
No sé cuándo fue que algo empezó a pasar, o mejor dicho, a pasarme, porque fui yo la que trataba de sacarle conversación cada vez que venía, a diferencia de anteriores ocasiones en las que me limitaba a saludarlo y a hacer alguna que otra observación respecto al clima, casi siempre por compromiso. Pero ahora, en éstas últimas oportunidades, no quería que se fuera tan pronto.
No crean que se trata de un potro irresistible, para nada, es lo más opuesto a un galán que puedan imaginarse, pero aún así había empezado a incitar ciertas emociones en mí. Llámenlo una cuestión de piel, calentura o como quieran, el caso es que el tipo empezó a gustarme.
Por lo que podía darme cuenta, a las demás chicas en la oficina no les pasaba lo mismo. Para ellas resultaba intrascendente. Un ser anónimo y olvidable, aunque cuando nos enteramos de la cantidad de hijos que había procreado, cada vez que venía solían hacer las mismas bromas:
"Que no te mire demasiado que te embaraza", o " No le des la mano que te hace mellizos ".
La última vez que vino se dio la circunstancia de que tenía que hacer una inspección a domicilio.
-Esta es la mía- me dije -es ahora o nunca-
Termino de cobrarle, le doy el recibo y entonces le digo:
-¿Estas libre? Porque tengo que hacer una inspección en...- busco la dirección en los papeles que tengo a un costado -Por Palermo, Santa Fe y Fitz Roy. Tendrías que llevarme y traerme, obvio que te pago el viaje y el tiempo que tengas que esperar-
No tenía ningún viaje programado, así que aceptó, haciéndome, sin saberlo, las cosas mucho más fáciles.
Mientras él me espera en el taxi, que tiene estacionado frente a la oficina, preparo toda la documentación correspondiente, y agarrando mi bolso aviso que me voy a realizar la tan oportuna inspección.
Las bromas de mis compañeras, que saben que voy a ir con el embarazador serial, no se hacen esperar.
Cruzo la calle, me subo al taxi, en el asiento de atrás, como cualquier pasajera y dándole la dirección precisa, le digo que ya podemos irnos. Durante el viaje apenas hablamos, por lo que me pongo a revisar mi celular.
Cuando llegamos, el dueño del auto no se encuentra. La esposa me dice que llegará en una hora, más o menos, por lo que no me queda otra que armarme de paciencia y esperarlo.
Vuelvo y le anunció a Lucho la noticia, diciéndole que si quiere se puede ir, que le pago el viaje y me vuelvo con otro taxi.
-Vine con vos, vuelvo con vos- me dice, con lo cual me termina por despejar cualquier duda que pudiera tener.
-Entonces no te preocupes que te voy a pagar hasta el último minuto de espera- le insisto.
Fue entonces que se me ocurrió una idea. ¿Ir a un telo? No, jajaja. Aunque no hubiese estado nada mal.
Pero como estábamos cerca le sugerí ir a la Costanera. Hacia tiempo que no iba, y no sé, pensé que quizás así dispondríamos de una mayor intimidad.
Cerca del club de pescadores, nos tomamos una gaseosa, mirando de un lado el río y del otro los aviones que llegan a Aeroparque. Estábamos hablando de bueyes perdidos, sentada ahora en el asiento de adelante, cuando sucedió. Nos miramos, riéndonos de un chiste que alguno había dicho, y en ese preciso instante, ambos supimos que debíamos hacerlo, que si lo dejábamos pasar, la magia de ese momento se perdería para siempre. Así que..., nos besamos.
Fue un beso largo, húmedo, cálido, apasionado. La traducción exacta de todas esas emociones que había comenzado a sentir en éste último tiempo.
Cuándo intenta tocarme una teta, le bajo enseguida la mano, pero lo hago más por un impulso, que por otra cosa.
Cuando nos separamos, la saliva de uno aún impregnando los labios del otro, me quedo mirando hacia adelante, hacia la vastedad del río, dándome cuenta, muy a mi pesar, que no se trató de un beso cualquiera.
En circunstancias normales le diría de ir a un telo, pero está claro que aquellas no son circunstancias normales.
-Creo que mejor volvemos, el tipo ya debe estar de vuelta- le digo seriamente, tratando de no mirarlo, mientras me acomodo la camisa allí en dónde intentó manosearme.
Durante el trayecto de vuelta a Santa Fe y Fitz Roy ninguno dice nada, y le agradezco profundamente ese silencio, ya que hay momentos en que lo mejor es no pronunciar palabra.
Hago la inspección, volvemos a la oficina y le pago el viaje, con toda la espera incluida. Cuando se va lo veo alejarse a través de la vidriera y es como si algo se desprendiera de mí.
La inspección fue un miércoles. Jueves feriado, viernes me tomo el día y aún así no dejo de pensar en él, lamentándome una y otra vez por no habérmelo cogido. El fin de semana me lo paso de mal humor, peleándome con mi marido por cualquier cosa. Igual, con peleas y todo, hicimos el amor, más de una vez, aunque no me calmé para nada, ya que mi cuerpo, mi sexo, ansiaba a otro hombre.
El lunes ya no aguanté más y apenas llego a la oficina busco sus datos personales y lo llamo al celular.
Le digo que tengo otra inspección para hacer, lo cuál es cierto, si está disponible para hacer el viaje. Me dice que sí, por lo que me pasa a buscar por la oficina.
Apenas lo veo agarro mi bolso, los papeles de la inspección y salgo. Me subo a su taxi, esta vez del lado del acompañante y lo saludo con un beso en la mejilla.
-¿Te molesta si antes pasamos por mi casa?- le pregunto apenas se pone en marcha -Es que tengo que cambiarme de ropa, mirá- agrego mostrándole una insignificante mancha de birome que a propósito me había hecho en la camisa.
-Mis compañeras quisieron prestarme una, pero (abarcando mis pechos con las manos) ninguna me cerraba-
Por supuesto no tuvo problema, así que vamos a mi casa. Cuando llegamos, me bajo y al ver que él se queda tras el volante dispuesto a esperarme, le digo:
-¿No venís?-
Me mira sorprendido.
-Dale, vení acompañame, de paso mientras me cambio te tomás un café- le insisto.
Obvio que acepta, así que se baja del taxi y juntos cruzamos la calle.
-Tengo una cafetera nueva, una Nespresso, me la regaló mi marido para nuestro aniversario, hace unos capuchinos deliciosos- le cuento mientras abro la puerta y atravesamos el lobby, dejándole bien en claro que soy una mujer casada y con un matrimonio fuertemente consolidado.
Entramos al departamento, lo invito a que se siente y le preparo uno de mis tan publicitados capuchinos.
-¿Y, que te parece? Delicioso, ¿no?- le digo, sentándome a su lado -Aunque debo confesar que es más mérito de la máquina que mío-
-Está muy rico, te hizo un buen regalo tu marido- coincide.
-Sí, la verdad es que en ése aspecto no tengo que reprocharle nada- admito.
Bebemos otro sorbo de nuestras respectivas tazas, y dejando la mía a un costado, me decido a hablarle.
-Vos y y yo empezamos algo el otro día...- le digo, en obvia alusión al beso que dejamos trunco en la Costanera.
Me acerco todavía más y poniendo la mano sobre una de sus piernas, agrego:
-Me gustaría terminarlo...-
Tal parece que él piensa lo mismo, porque ahí nomás se me echa encima y me besa, bueno..., nos besamos, porque yo no me quedo atrás. Enredando los brazos alrededor de su cuello, abro la boca dejando que su lengua se junte con la mía, librando entre ambas una cálida y jugosa batalla.
Esta vez cuando me agarra las tetas no me resisto, por el contrario, dejo que me las toque por sobre la ropa, entregándome por completo a sus apasionadas y lúbricas caricias.
Cuando ya no me puedo contener más, me levanto y agarrándolo de la mano lo llevó a mi dormitorio, que luce inmaculado, ya que todos los días, antes de irme a trabajar, me gusta hacer la cama y arreglar cualquier desorden.
Habitualmente con mi marido solemos comenzar la semana con un mañanero, pero ese lunes, en el que ya tenía decidido garcharme al taxista, lo evité simulando estar indispuesta. Quería tener mis feromonas bien cargadas. Hacía ya casi una semana que estaba con ganas de coger con Lucho, así que imagínense.
Lo abrazo y entre besos y caricias, le confieso:
-El otro día me quedé con las ganas de ir a un telo-
-Debí haberte llevado- asiente, y sin agregar nada más me vuelve a besar, con toda la boca, voraz, jugoso, apasionado.
Caemos en la cama, sin dejar de besarnos, de tocarnos, de saborearnos, utilizando todos los sentidos para disfrutar al máximo hasta el más suave roce.
Me le subo encima, apretando las piernas en torno a su cuerpo, y agarrándole las manos las llevo hacia mis pechos.
-Querías tocármelas el otro día..., acá las tenés..., son tuyas...- le digo, incitándolo a que me acaricie sin freno ni control.
Por supuesto que lo hace, me acaricia, me toca, sobándomelas a través de la ropa, sintiendo como se endurecen y palpitan bajo el influjo de sus dedos.
Me saco la camisa, la misma que manché a propósito con tinta de birome, me saco también el corpiño, y soltándome el pelo me entrego mansita a sus caricias.
Por entre mis piernas, puedo sentir ya la inflamación, el rugir de la bestia, la hecatombe a punto de desencadenarse.
Me refriego contra esa hinchazón, mojándome toda de solo sentir aquello que tanto anhelaba.
Le desabrocho entonces el pantalón y la saco afuera. Dura, mojada, caliente. Se la meneo arriba y abajo, sintiéndola engordar más todavía.
Con razón tiene tantos hijos, pienso al tenerla bien agarrada. Es una pija hermosa, de ésas que quisieras tener adentro siempre. Larga, robusta, curvada en la punta, con la cabeza sobresaliendo como un hongo, roja, casi violácea de tanta sangre acumulada.
Me agacho y le paso la lengua por todo el glande, resbalando hacia abajo, hacia la estructura principal, que parece vibrar en una frecuencia apenas perceptible. Sigo más abajo todavía y le beso los huevos, se los chupo, empalagándome con esos bombones peludos que ya están hirviendo de calentura. Se los chupo con fuerza y los suelto con un incitante ¡PLOP! Así varias veces, hasta dejarlos empapados de saliva. Entonces vuelvo a subir, trazando con la lengua un sendero de baba que se chorrea espesamente por todo su contorno.
Llego arriba, a la cima de mi mundo y se la como pedazo a pedazo, dilatando la garganta para ir dándole la mejor cabida posible, hasta que me sorprende una arcada.
Demasiada pija.
La suelto, respiro hondo y vuelvo a intentarlo.
Me la empujo hasta lo más profundo, haciendo unos ruidos guturales debido al amontonamiento de carne. Pero no me detengo, sigo comiendo, tragando, devorando hasta que mi labio inferior llega a tocarle los huevos.
Cuando ya la tengo toda adentro de la boca, latiendo, hinchándose, aplastándome las amigdalas, hundo la nariz en su esponjosa mata de pendejos y aspiro profundamente, llenándome los pulmones con el denso aroma de su virilidad.
Al soltársela le dejo caer encima una pesada y abundante escupida, mezcla de saliva y juguito preseminal.
Se la agarro entonces por los huevos y me pongo a chupársela, ávida, golosa, entusiasta, disfrutando de esa turgencia que tan bien se adhiere a mis labios.
La cara de Lucho resplandece de satisfacción, con esa sonrisa de feliz cumpleaños que me confirma que la mamada está cumpliendo su objetivo.
Con la boca sabiendo a pija, me levanto y busco la suya para besarlo. No me evade. Eso me gusta, que quiera besarme pese a que acabo de chupársela. A mí me gusta besar después de que me la chupan, es cuándo un beso resulta más delicioso, por eso no me freno y le lleno la boca con mi lengua.
Mientras nos besamos, estiro un brazo y del segundo cajón de la mesa de luz, la que está del lado en que duerme mi marido, saco un forro y se lo pongo.
Termino de desnudarme de la cintura para abajo y pasando una pierna por encima de su cuerpo, me le subo a caballito, ensartándome con todas mis ganas en esa poronga que ya se había convertido en mi obsesión.
Entre jadeos disfruto cada pedazo que se hunde en mí, dejándome avasallar por esa virilidad extrema que parece adueñarse de cada hormona de mi cuerpo.
Lucho me agarra de la cintura y se mueve hacia arriba, fluyendo libremente a través de mi sexo, llenándome en forma tanto física como emocional.
La cama es nuestro altar y nosotros los devotos fieles de una religión que nos tiene como la encarnación de sus Dioses.
Me inclino y lo beso un largo rato, saboreando sus labios, su lengua, mientras la hinchazón de su verga se hace más pronunciada. Aún a través del látex puedo sentir la textura de la piel, el contorno de las venas, el calor que irradia y contagia a cada rincón de mi sexo.
Yo acabo primero, echándome un polvo que me sacude hasta la última vértebra del cuerpo. Me echo hacia atrás, arqueando la espalda y apoyando las manos en sus piernas, suelto un grito con el que libero de una vez por todas esa tensión, esas ganas, esa calentura que venía acumulando desde que nos besamos en la Costanera.
-¡¡¡Oh, mi Dios...!!!- me estremezco, vaciando sobre su vientre el denso elixir de mi pasión.
Mientras yo me quedo ahí, exhalando los suspiros más apasionados, Lucho me agarra de la cintura y me bombea con todo, haciendo que mis tetas se sacudan con locura, arremetiendo con ese ímpetu con el que, seguro, debe haber concebido todos sus hijos.
Su orgasmo también resulta explosivo, liberando por su parte un grito primal y eufórico, rebosante de satisfacción.
Empapados en sudor, agitados, con los cuerpos aún temblorosos, nos quedamos ahí acostados, en la cama que comparto todas las noches con mi marido, besándonos, acariciándonos, saboreándonos de todas las formas posibles.
-¿Querés tomar algo?- le pregunto luego de un rato, sabiendo que aquello no había sido nada más que un delicioso entremés.
-Una cerveza estaría bien- asiente.
Me levanto y así desnuda voy a la cocina, volviendo enseguida con dos Budweiser, la marca que toma mi marido. Me acuesto de nuevo a su lado y abriendo las botellas, bebemos y charlamos como si la vida hubiese hecho un paréntesis y ya nada importara, más que nosotros dos.
Disponemos de tiempo, mi marido vuelve tarde por la noche y mi suegra pasa a buscar al Ro por el colegio para llevarlo a su clase de natación.
Los besos se reinician casi sin que nos demos cuenta, con el mismo fervor de antes, pero ahora con el sabor de la cerveza impregnando nuestras bocas.
Enseguida me mete los dedos dentro de la concha, a la vez que yo le agarro la pija y se la meneo, mojándome toda la palma de la mano con la deliciosa savia de su virilidad.
Nos cogemos de nuevo, ahora sin forro.
-¿No te vas a cuidar?- le pregunto mientras se acomoda encima mío, por entre mis piernas, enfilando su oscilante erección hacia mi sexo otra vez húmedo y caliente.
-¿Querés que me cuide?- replica demorando el tan ansiado puntazo.
-¡No!- le digo, tan segura de mi respuesta que yo misma le agarro la pija y la guío sin dilaciones hacia mi interior.
Me derrito de placer al sentirla entrar así, en carne viva, sin la prisión del látex, fuerte, poderosa, implacable. La "hacedora de hijos" fluyendo por todo mi interior, adueñándose de todo mi ser, apropiándose hasta de mi alma.
El garche que me pega, es como para levantarse y aplaudir de pie hasta que se te pongan coloradas las manos. Pero no puedo ni quiero levantarme, ya que estoy debajo suyo, disfrutando esos ensartes que me golpean en lo más profundo, haciendo que la vida sea aún más maravillosa.
-¡Haceme la cola...!- le pido, enfatizando mis palabras con un jugoso y encendido beso.
-¿Estás segura?- me pregunta sin dejar de cogerme.
-¡Quiero ser tuya por completo!- le aseguro.
Ahora me besa él a mí, me saca la pija de un tirón y me da la vuelta.
Primero me dilata con los dedos y abundante saliva, para luego sí, entrar a culearme de una manera que hasta ahora me duelen los intestinos.
Se tira encima mío, acostado prácticamente sobre mi cuerpo, haciendo de mi ojete el receptor de todos sus ataques.
Su pelvis golpea contra mis nalgas, PLAP PLAP PLAP, cada vez que me la mete bien adentro, dura y caliente como un fierro al rojo vivo.
Los dos gritamos, jadeamos, suspiramos, revolcándonos en el sudor de nuestros cuerpos, hambrientos el uno del otro, prendiéndonos fuego en nuestra propia hoguera de pasión.
Me acaba en el culo, con tanta fuerza que siento los lechazos fluyendo a borbotones.
Se queda adentro un buen rato, respirándome en la nuca, exhausto, agitado, descargando en el interior de mi culito hasta la última gota de semen.
Ya es casi mediodía, así que luego de ese nuevo y gratificante polvo que compartimos, le propongo comer algo..., para recargar energías.
Levanto su camisa del suelo, me la pongo, conservando conmigo el aroma de su piel, y me dirijo a la cocina. Él viene tras de mí, en bolas, con la verga oscilando tentadora entre sus piernas.
Caliento lasaña que quedó del día anterior, preparada obviamente por mi adorada suegra, y la sirvo acompañada de sendas copas de vino blanco.
Mientras comemos me cuenta del otro chofer del taxi, el que suele ir a la oficina cuando él no puede, y que según dice, está caliente conmigo.
-Siempre que hacemos el cambio de turno me cuenta sus aventuras, pero el otro día viene y me dice que estuvo con una mina que mientras se la garchaba se imaginaba que estaba con la tetona del seguro. Así me dice, la tetona del seguro, y remata diciendo, no sabés las ganas que le tengo a esa concheta...- hace una pausa como para dejarme asimilar la anécdota, y agrega: -Creo que se refería a vos-
-Así que tu amigo cree que soy una concheta- me hago la indignada.
-Es un loco lindo, le dicen Gurka porque estuvo en Malvinas. Terrible putañero, la mitad del sueldo o más se lo debe gastar en trolas-
Ah, entonces por eso me tiene ganas, pienso, si le gustan las trolas...
Cuándo terminamos de comer levanto los platos, las copas, bebo un último sorbo de vino y de pie a su lado, le digo:
-Ahora viene el postre...-
Me abro la camisa, la dejó caer al suelo y desnuda me recuesto sobre la mesa, abriéndome de piernas para ofrecerle mi sexo hinchado, jugoso, palpitante.
Tengo la concha que me chorrea de ganas, y aunque ya me cogió dos veces, una tercera me resulta indispensable.
Con tanta o más hambre que yo, Lucho se arrodilla en el piso de la cocina y enterrando la cara entre mis muslos, me la chupa con absoluto deleite.
La forma en que utiliza la lengua, los labios y hasta los dientes, hace que me estremezca de placer y que me siga mojando como una adolescente.
Con la cara empapada por el flujo de mi concha, se levanta y me refriega la poronga por todo el tajo, arriba y abajo, punteándome con especial dedicación el clítoris, que ya está bien duro y entumecido.
Cuando me la mete, arqueo la espalda, dejándome atravesar hasta lo más profundo, disfrutando de como se va expandiendo en mi interior, ocupando con su virilidad hasta el último espacio disponible.
Gruesa, dura, imponente, cada resquicio le pertenece, sobre todo cuando me agarra de las piernas y me aniquila a combazos, uno detrás de otro, fuertes, enérgicos, implacables, llenándome de pija y placer.
Me está cogiendo sobre la misma mesa en la que todas las noches comparto la cena con mi familia. Y aunque sé que, de alguna forma, estoy deshonrando el ámbito familiar, siento que mi encuentro con Luis no se merecía quedar relegado a la clandestinidad de un albergue transitorio.
Desde que nos besamos en la Costanera, que quería tenerlo en mi cama, en mi zona de confort, allí dónde no soy una puta más, sino una mujer que ama y se deja amar.
Dejándome la pija toda adentro, me levanta y encajando mis piernas alrededor de su cuerpo, comienza a andar conmigo en brazos.
Salimos de la cocina, atravesamos el pasillo cuyas paredes están decoradas con cantidad de fotos familiares y volvemos al dormitorio. Sin sacármela me tiende sobre la cama y echándose encima, me coge de una forma suave, amorosa, casi conyugal.
Lo miro a los ojos y comprendo que me está haciendo el amor, el sexo fuerte, impetuoso, desaforado, parece haber cedido ante los sentimientos.
Me uno a él en esa cabalgata apasionada, a esa delicia que compartimos y que hacemos extensiva a cada rincón de nuestra anatomía. Porque el amor no se hace solo con el sexo, sino con todo el cuerpo, con todos los sentidos y podríamos decir que hasta con el alma.
Llegamos juntos al clímax, mezclándonos, fusionándonos, amalgamando en mi interior mi esencia y la suya, la simbiosis perfecta del placer que compartimos.
Es en ese momento, al salir del trance amoroso, que se da cuenta que me está acabando adentro y me mira preocupado.
-Está todo bien...- lo tranquilizo -Llename de leche que quiero sentirte...-
No, no me olvido que estoy con un embarazador patológico, pero necesito que el placer sea completo. Qué la intensidad de aquel momento quede marcada a fuego en mis entrañas.
Siempre he sido un poco hombre en el sexo, después de un polvo me levanto y me voy, no soy de quedarme acaramelada susurrando frases de amor. Una vez que la calentura pasó, pasó también el enamoramiento. Pero con Lucho es distinto.
Quería que se quedara conmigo, quería dormir con él, despertar con él y volver a hacer el amor una y mil veces.
En varios relatos he afirmado que con otros cojo, pero que con mi marido hago el amor. Creo que Lucho se suma a esa acotada lista de hombres con los cuáles el sexo trasciende lo puramente físico para convertirse en una experiencia cuasi religiosa, mística, emocional. Esas raras excepciones que demuestran que por más trola que sea, también tengo mi corazoncito.
Ya eran casi las cuatro de la tarde cuando se fue, no sin antes besarnos como si partiera a la guerra y yo me quedara como su amante sufrida y abandonada. Que era realmente como me sentía.
No sé cómo seguirá nuestra historia de ahora en más, lo que si sé es que lo que hicimos esa tarde en mi casa, en mi cama, no fue sexo sino amor...
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