-Confía en mi – Le susurró mientras le deslizaba un antifaz de seda negra sobre los ojos.
Ella suspiró. Cómo no iba a confiar en él. Eran amantes desde hacía años. Juntos habían explorado sus cuerpos. Juntos habían descubierto el buen sexo. Juntos habían realizado infinidad de fantasías.
Al volver del trabajo ese día habían acordado encontrarse. Él la paso a buscar y la llevo a un hotel, él le había pedido que llevara uno de sus conjuntos de lencería. No era nuevo, pero sí era el favorito de él. Al verlo, ella no había podido evitar recordar todas las veces que lo había llevado puesto y un escalofrío le había recorrido el cuerpo. Al llegar comprendió al instante el mensaje, se duchó y se preparó.
Al salir del baño el ambiente en la habitación era embriagador. Apenas un poco de luz que se colaba por las persianas bajadas. Él la había rodeado con los brazos y la había sentado en la cama.
-Confía en mi.
Tras ponerle el antifaz, la tumbó suavemente sobre la cama. Empezó a recorrerle el cuerpo con las manos, con unas caricias suaves y lentas que ella tan bien conocía, separando poco a poco sus muslos.
-Eres preciosa. – Dijo junto a su oído y comenzó a besarle el cuello. Eso hizo que se le erizara la piel y se le arqueara la espalda. Pocas cosas habían en el mundo que le excitara más que que le besaran el cuello, especialmente si la barba de días que él llevaba le raspaba ligeramente la piel. Él sabía perfectamente cuáles eran sus puntos débiles y los explotaba sin miramientos.
Poco a poco él se fue acercando a su boca y justo antes de empezar a besarla le dijo:
-Feliz cumpleaños, mi amor.
Y la besó con intensidad. Mientras sus lenguas jugaban, ella notó como otra lengua comenzaba a jugar en su concha. Al notarlo abrió mucho los ojos tras el antifaz, incapaz de ver nada.
-Sólo disfruta y déjate llevar.
Y eso hizo. La boca de su amante iba de su cuello a sus tetas, lamiendo unos pezones más que erectos, mordisqueándolos con suavidad y de vuelta su boca, mientras el otro se afanaba en su entrepierna. Ella no pudo evitar pensar que quien quiera que fuera sabía muy bien lo que hacía. La lamía con lentitud, dibujando formas con su lengua sobre su inflamado clítoris, succionándolo entre sus labios… No tardó en meterle un par de dedos también, haciendo que se moridera el labio para evitar largar una gran grito de placer.
Ella se estaba derritiendo entre aquellos dos chicos que solo estaban para hacerla disfrutar y, desde luego, que lo estaban consiguiendo. Por un instante pensó que aquel desconocido debía tener toda la cara llena de sus flujos, que si le besaba podría notar su propio sabor en la boca de él.
Cada vez estaba más excitada e incapaz de controlar su propio cuerpo, empezó a mover las caderas. Con una mano, cogió la cabeza del desconocido y lo apretó contra su concha. Quería notarlo con más intensidad, evitar que se escapara. Su amante, conocedor de sus orgasmos, se apartó de ella para dejarle que se moviera con libertad y se quedó a un lado viendo como ella se retorcía y gritaba acabando como nunca.
Tras dejarla unos momentos para que se recuperara, él le dio la vuelta y la puso a cuatro patas.
- Abre la boca, putita, que quiero disfrutar de esa boca tuya.
Ella la abrió y se metió toda su pija en la boca. Sabía que era la de él y no la del otro. Habría reconocido esa pija en cualquier lugar. Jugaba con su lengua, haciendo círculos para recorrerla entera y cuando la sacaba, la lamía despacio, succionando con suavidad cuando llegaba al frenillo, solo el tiempo preciso hasta oír su fuerte respiración, para volver a metérsela en la boca y seguir con el juego. Sabía que lo estaba volviendo loco con esa chupada, que hacerlo así de despacio lo estaba llevando a ese punto en el que uno deja de pensar y solo puede sentir, exactamente en el punto que estaba ella porque mientras se esforzaba en chupársela como a él le gustaba, otra pija se metió en su concha más que lubricada.
La sensación de sentirse completamente llena la invadió y su vagina se contrajo. Una de sus grandes fantasías se estaba haciendo realidad: tener dos pijas para ella sola, llenándola y volviéndola loca de placer.
El mete-saca que había comenzado de forma suave, se iba convirtiendo en autenticas embestidas mientras ella seguía chupando cada vez con más intensidad la pija de su amante. Antes de que éste terminara en su boca, no pudo evitar soltarla para gemir y gritar por el orgasmo tan bestial que le estaba proporcionando el desconocido. Era la segunda vez que acababa con aquel tipo entre sus piernas y pudo sentir, como el otro también acababa dentro de ella. Antes de que se hubiera recuperado, la pija de su amante se coló en su vagina y la cogió sin piedad, como si quisiera reivindicar su capacidad para hacer que ella acabará, reclamando su lugar en su concha que hasta hace un rato había sido territorio exclusivo suyo.
La embestidas fueron en aumento, y se acabaron los dos entre espasmos y gritos descontrolados.
Se desplomaron juntos sobre la cama y tardaron un rato en recuperar el aliento. Ella no se había quitado el antifaz en todo ese tiempo y cuando él se lo quitó estaban los dos solos en la habitación.
Ella suspiró. Cómo no iba a confiar en él. Eran amantes desde hacía años. Juntos habían explorado sus cuerpos. Juntos habían descubierto el buen sexo. Juntos habían realizado infinidad de fantasías.
Al volver del trabajo ese día habían acordado encontrarse. Él la paso a buscar y la llevo a un hotel, él le había pedido que llevara uno de sus conjuntos de lencería. No era nuevo, pero sí era el favorito de él. Al verlo, ella no había podido evitar recordar todas las veces que lo había llevado puesto y un escalofrío le había recorrido el cuerpo. Al llegar comprendió al instante el mensaje, se duchó y se preparó.
Al salir del baño el ambiente en la habitación era embriagador. Apenas un poco de luz que se colaba por las persianas bajadas. Él la había rodeado con los brazos y la había sentado en la cama.
-Confía en mi.
Tras ponerle el antifaz, la tumbó suavemente sobre la cama. Empezó a recorrerle el cuerpo con las manos, con unas caricias suaves y lentas que ella tan bien conocía, separando poco a poco sus muslos.
-Eres preciosa. – Dijo junto a su oído y comenzó a besarle el cuello. Eso hizo que se le erizara la piel y se le arqueara la espalda. Pocas cosas habían en el mundo que le excitara más que que le besaran el cuello, especialmente si la barba de días que él llevaba le raspaba ligeramente la piel. Él sabía perfectamente cuáles eran sus puntos débiles y los explotaba sin miramientos.
Poco a poco él se fue acercando a su boca y justo antes de empezar a besarla le dijo:
-Feliz cumpleaños, mi amor.
Y la besó con intensidad. Mientras sus lenguas jugaban, ella notó como otra lengua comenzaba a jugar en su concha. Al notarlo abrió mucho los ojos tras el antifaz, incapaz de ver nada.
-Sólo disfruta y déjate llevar.
Y eso hizo. La boca de su amante iba de su cuello a sus tetas, lamiendo unos pezones más que erectos, mordisqueándolos con suavidad y de vuelta su boca, mientras el otro se afanaba en su entrepierna. Ella no pudo evitar pensar que quien quiera que fuera sabía muy bien lo que hacía. La lamía con lentitud, dibujando formas con su lengua sobre su inflamado clítoris, succionándolo entre sus labios… No tardó en meterle un par de dedos también, haciendo que se moridera el labio para evitar largar una gran grito de placer.
Ella se estaba derritiendo entre aquellos dos chicos que solo estaban para hacerla disfrutar y, desde luego, que lo estaban consiguiendo. Por un instante pensó que aquel desconocido debía tener toda la cara llena de sus flujos, que si le besaba podría notar su propio sabor en la boca de él.
Cada vez estaba más excitada e incapaz de controlar su propio cuerpo, empezó a mover las caderas. Con una mano, cogió la cabeza del desconocido y lo apretó contra su concha. Quería notarlo con más intensidad, evitar que se escapara. Su amante, conocedor de sus orgasmos, se apartó de ella para dejarle que se moviera con libertad y se quedó a un lado viendo como ella se retorcía y gritaba acabando como nunca.
Tras dejarla unos momentos para que se recuperara, él le dio la vuelta y la puso a cuatro patas.
- Abre la boca, putita, que quiero disfrutar de esa boca tuya.
Ella la abrió y se metió toda su pija en la boca. Sabía que era la de él y no la del otro. Habría reconocido esa pija en cualquier lugar. Jugaba con su lengua, haciendo círculos para recorrerla entera y cuando la sacaba, la lamía despacio, succionando con suavidad cuando llegaba al frenillo, solo el tiempo preciso hasta oír su fuerte respiración, para volver a metérsela en la boca y seguir con el juego. Sabía que lo estaba volviendo loco con esa chupada, que hacerlo así de despacio lo estaba llevando a ese punto en el que uno deja de pensar y solo puede sentir, exactamente en el punto que estaba ella porque mientras se esforzaba en chupársela como a él le gustaba, otra pija se metió en su concha más que lubricada.
La sensación de sentirse completamente llena la invadió y su vagina se contrajo. Una de sus grandes fantasías se estaba haciendo realidad: tener dos pijas para ella sola, llenándola y volviéndola loca de placer.
El mete-saca que había comenzado de forma suave, se iba convirtiendo en autenticas embestidas mientras ella seguía chupando cada vez con más intensidad la pija de su amante. Antes de que éste terminara en su boca, no pudo evitar soltarla para gemir y gritar por el orgasmo tan bestial que le estaba proporcionando el desconocido. Era la segunda vez que acababa con aquel tipo entre sus piernas y pudo sentir, como el otro también acababa dentro de ella. Antes de que se hubiera recuperado, la pija de su amante se coló en su vagina y la cogió sin piedad, como si quisiera reivindicar su capacidad para hacer que ella acabará, reclamando su lugar en su concha que hasta hace un rato había sido territorio exclusivo suyo.
La embestidas fueron en aumento, y se acabaron los dos entre espasmos y gritos descontrolados.
Se desplomaron juntos sobre la cama y tardaron un rato en recuperar el aliento. Ella no se había quitado el antifaz en todo ese tiempo y cuando él se lo quitó estaban los dos solos en la habitación.
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