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Mi Hijo el Chocolate que Puedo Desear, Pero no comer Parte 3

-¿Vamos?-

Él me sostuvo la puerta mientras yo pasaba y luego cerró con llave. Un pequeño error en nuestra comedia pues no se supone que él tenga llave de “mi” casa, jajaja. Pero está bien, podemos seguir jugando a la “segunda cita”.

Después me acompañó hasta la puerta del carro y abriéndola para mí. Al sentarme tuve la primera sospecha de que iba a pasar trabajo con la minifalda pues ésta se me subió tanto que estoy casi segura que le mostré las pantaletas a Miguel. Menos mal que éstas eran de color negro y no había mucha luz, pero en cualquier caso, mientras él daba la vuelta para entrar por su lado, aproveché para estirarme la falda para cubrir mis piernas. Bueno, algo de mis piernas pues definitivamente la falda era muy corta.

Luego de manejar por un largo trayecto, conversando animadamente, llegamos a nuestro destino. Un conjunto de locales nocturnos en los que se mezclaban restaurantes, discotecas y todo tipo de negocios de ese estilo.

Entramos en un restaurant de su escogencia y pronto estábamos sentados en una discreta mesa en una esquina más bien apartada del local. 

-¿Qué quieres beber?- me preguntó.

-No estoy segura ¿quizás una copa de vino blanco?-

-Me parece muy bien. Voy a pedir una botella- 

-¿Una botella? ¿No será demasiado?-

-Vamos a cenar y luego a bailar. Lo que tome se me habrá pasado para el momento en que vaya a manejar de nuevo-

-Tienes razón. Pidamos la carta de vinos-

Comenzamos la cena con un brindis y seguimos con una deliciosa entrada de paté de la casa para él y una sopa de cebolla para mi. Luego pedí un pescado, no recuerdo el nombre del plato, mientras él se comía un enorme pedazo de biftec. El vino nos había aligerado el ánimo y nos habíamos reído de lo lindo. Él me contaba cosas de sus clases y yo le contaba de mi trabajo. Algunas cosas creo que ya las sabía, pero el ánimo y el vino nos hacían reír como si las oyéramos por primera vez.

Cada vez que teníamos oportunidad, nos tomábamos de las manos, acariciándonos mutuamente como verdaderos enamorados. Lo que ciertamente parecía que fuéramos. De vez en cuando, también nos quedábamos viéndonos a los ojos sin hablar, leyendo nuestro amor en los ojos del otro.

No comimos postre pues no queríamos estar muy llenos. Nos esperaba una nueva travesura y era salir a bailar, lo que requería de un cuerpo ágil y no embarazado de demasiada comida. Simplemente nos quedamos en la mesa conversando y terminando de tomar la botella de vino.

Finalmente luego de pagar, nos paramos y salimos del restaurant, rumbo a una discoteca un par de locales más allá. Yo había tomado mucho más vino que él y me sentía ligera. Todas mis angustias olvidadas y feliz de tener una pareja que me llevaba a comer y a bailar.

Entramos en un local tipo latino, no sólo por el nombre “Bailaito” sino por el tipo de música que sonaba sin cesar: cumbias, merengues, bachata. No habíamos terminado de acomodarnos en una pequeña mesa en el lado derecho del local, cuando mis pies me picaban para salir a bailar.

Un mesonero se acercó enseguida y pedimos unos tragos. Yo pedí una copa de vino blanco, para seguir en la misma nota, mientras Miguel pidió una “cuba libre”. Yo lo miré preocupada por el límite alcohólico y que él era el que estaba manejado, pero sonriendo me dijo que probablemente no se lo iba a tomar, pero que había que cumplir con las apariencias.

Los tragos llegaron enseguida y mientras bebía un poco de mi copa, definitivamente un vino mucho peor que el que habíamos disfrutado en la cena, Miguel se sirvió mucha coca-cola en su cuba libre.

Luego me sacó a bailar. Nunca había bailado con él, pero confiaba en que mis habilidades no se me hubiesen olvidado y pudiera adaptarme a sus pasos. Él paso un brazo por mi espalda y tomando mi mano derecha en la suya. Yo hice lo propio, apoyando mi mano izquierda en su hombro y empezamos a movernos. Para mi sorpresa, luego de unos momentos de duda por mi parte, empezamos a deslizarnos por la pista sin mayores dificultades. Sonaba un merengue, por lo que los movimientos eran muy simples y él parecía saberlos bien.

Poco a poco él fue tomando confianza y empezó a acelerar los movimientos, aparte de dar pasos más largos. Yo fluía sin ningún problema y ante la más ligera indicación de su cuerpo moviéndose hacia algún lado, yo respondía acorde. Así bailamos un largo tiempo, 4 o 5 canciones. No podíamos conversar mucho porque le música lo impedía, pero yo estaba cada vez más feliz, bailando con él.

-¿Quieres descansar?- me preguntó acercando su boca a mi oído, lo que me hizo estremecer al sentir sus labios rozando mi oreja.

-Bueno. Dame unos minutos. Además tengo que ir al baño-

Miguel me condujo a la mesa y luego de tomar un sorbo de mi copa, me dirigí al baño. El loca estaba full y la pista de baile también. Había personas en todas partes y muchas de ellas no sólo bailaban, sino que algunas se besaban y se acariciaban en los pasillos oscuros. Después de hacer mis necesidades, me arreglé un poco en el espejo, desde donde pude ver el reflejo de dos muchachas unidas en un beso profundo en uno de los apartados que estaba abierto. -Los tiempos modernos- pensé.

Al regresar a la mesa, Miguel estaba distraído viendo a la gente bailar, tomando su cuba despacio.

-Hay mucha gente- le dije.

-Si- respondió sonriéndome y dándome un beso en el cuello que me hizo estremecer de nuevo.

-Vi a una pareja de muchachas besándose en el baño- le dije acercando mi boca a su oreja para que me pudiera oír y luego mordiéndole el lóbulo.

-Ay- dijo riendo y luego respondió a su ves acercando su boca a mi oreja de nuevo -Si y yo he visto varias parejas de hombres o no sé, cómo llamarlos-

Me había pasado el brazo por la espalda para acercarse a mi y yo me dejé llevar, con lo que quedé pegada a él. Mi teta derecha contra su pecho. Mmmm.

-Vamos a bailar otra vez- me dijo en la oreja al tiempo que me la besaba ligeramente.

La música seguía alegre en la misma onda que antes, merengues y cosas de eso. Ahora la pista me pareció que estaba más llena y tuvimos que bailar un poco más pegados, lo que con la práctica que llevábamos no era ningún problema. Sus pasos seguían siendo largos y yo giraba contra sus piernas haciendo que de vez en cuando mi entrepierna se restregara contra él de una forma muy agradable.

Luego, al terminar esa canción, bajaron la intensidad de las luces de la pista un poco más y una lenta canción de Juan Luis Guerra empezó a sonar por las cornetas. Yo le solté la mano que agarraba la suya y se la pasé por el cuello, agarrando mi otra mano. El hizo lo propio, pasando su mano por mi espalda, abrazándome por la cintura. Indefectiblemente eso hizo que nuestros cuerpos se pegaran completamente. Mis tetas se aplastaron contra su pecho y mi vientre contra sus caderas. 

Pronto sentí como su güevo se endurecía contra mi vientre, mientras mis pezones también se erguían ante el roce de nuestros cuerpos moviéndose al ritmo de la lenta música. Los pocos movimientos laterales que podíamos hacer en la pista de baile llena de gente hacía que me restregara divinamente contra su güevo, lo que me hacia excitarme más. Yo tenía mi cabeza apoyada contra su mejilla, pues la diferencia de alturas me impedía apoyar mi mejilla, pero entonces Miguel bajó su cabeza y empezó a recorrerme el cuello besándome y acariciándomelo con sus labios. Yo no podía sino estremecerme con cada beso y apretarlo más contra mi. Finalmente no pude más y levanté mi cabeza hacia él, lo que él entendió que quería decirle algo, pero yo no quería hablar. En lo que estuvo a mi alcance, busqué sus labios y lo empecé a besar. Pero no bastaba, las caricias de su cuerpo restregándose contra el mío, el calor de los otros cuerpos tropezándose contra nosotros, el vino… hizo que abriera la boca y con la lengua buscara la suya. El se dio cuenta inmediatamente y abrió sus labios. Mi lengua se introdujo ansiosa en su boca y comencé a jugar con la suya. Un juego de abrazos y caricias en la profundidad de su boca. 

Mientras, las manos de Miguel habían encontrado el pequeño espacio entre mi blusa y mi falda y los dedos de su mano derecha se habían introducido por ahí y me acariciaban la piel desnuda de mi espalda.

Yo me estaba derritiendo en medio de este erótico asalto a mis sentidos, mi vientre contra su duro güevo, mis pezones contra su pecho, mi espalda con sus dedos y lo más importante, nuestras lenguas enzarzadas en un interminable juego de caricias. 

Perdí la noción del tiempo y la música me empujaba de un lado a otro, sin saber cuando acababa una canción y cuando comenzaba otra. Al final, el tuntún de un nuevo merengue nos indicó que el lapso de música lenta había terminado y volvían los brincos.

Reluctantes, nos separamos. Con los labios ardiendo de todos los besos que nos habíamos dado y la piel excitada de las caricias, nos tambaleamos camino a la mesa. Me bebí la copa de vino de un solo trago, mientras él bebía apenas un sorbo de la cuba libre, temiendo por su nivel alcohólico. 

Por unos momentos nos quedamos en silencio, pero luego me acerqué a él abrazándolo de lado, y acercando mis labios a su oreja, le susurré: 

-Me encantó sentirte- terminando con un beso húmedo en su oreja.

El se estremeció y tuvo que retirar su cabeza para mirarme con los ojos inyectados de amor y deseo. Luego acercó sus labios a mi oreja e igualmente me susurró:

-A mi también me encantó y no quiero separarme de ti nunca- dijo intentando besarme a su vez en la oreja, pero yo volteé rápidamente la cara y busqué su boca con la mía y comenzamos a besarnos de nuevo.

Mientras lo hacíamos, él apoyó su mano derecha en mi muslo desnudo, comenzando a subir poco a poco. Me estremecí de placer pero no me podía decidir detenerlo. Sólo cuando sus dedos empezaron a meterse bajo mi falda, decidí que era suficiente, con lo que le tomé la mano con la mía y se la levanté, poniéndola en mi cadera mientras seguíamos besándonos.

Su mano se quedó un rato quieta, pero luego comenzó a subir. Esta vez a mis tetas. No quise o no pude detenerlo y cuando me apretó deliciosamente la teta izquierda con la mano, no pude sino gemir de placer.

Seguimos besándonos por un largo rato, mientras él me acariciaba, pero cuando su mano empezó a bajar y llegó a mis muslos otra vez, lo detuve y le pedí que bailáramos otra vez.

Reluctante, dejó su mano en mi muslo por unos segundos, muy cerca de mis pantaletas, luego la subió y la deslizó por encima de mis vulva rápidamente, mientras se levantaba para ir a bailar. Por un instante no me pude mover, con la sensación de sus dedos en mi cuerpo haciéndome temblar de placer. Pero allí estaba él parado, esperando por mi, así que me compuse y me dispuse a bailar.

Pasamos mucho rato en la pista, bailando con la alegre música latina. Igual que antes, los merengues, las cumbias y otras cuyo nombre no recuerdo animaron nuestros cuerpos a deslizarse por la pista de baile. Una diferencia con respecto a la vez anterior era que cuando la música lo permitía, me pegaba mucho a su cuerpo y deslizaba mi entrepierna contra sus caderas o contra sus muslos, lo que me enviaba oleadas de placer directamente a mi clítoris. Yo estaba, por supuesto, mojada a más no poder y cualquier cosa que me rozara la vulva era divino. Obviamente él seguía duro y yo procuraba mantenerlo así pegándome a él también a cada rato.

Cuando ya no podía más del cansancio, le pedí que paráramos. Así pues, nos dirigimos a nuestra mesa, donde nos encontramos que otra pareja ocupaba las otra parte de la mesa. Los saludamos amablemente y nos sentamos. Entonces noté que la pareja era un poco extraña, era evidentemente una pareja gay, que nos devolvieron el saludo alegremente. Con ellos tan cerca me sentí un poco cohibida a seguir con nuestros besos y caricias de antes, así que simplemente descansamos, terminando los tragos que teníamos.

-¿Quieres otro?- me preguntó Miguel al oído y aprovechando como antes para mesarme en la oreja.

-Jajaja- me reí por las cosquillas que me produjo el beso, pero entonces le respondí de la misma forma en su oído

-No, ya tengo suficiente. ¿Y tú?- besándole después el cuello desde la oreja hasta el borde de la camisa.

-Yo tampoco quiero más- respondió él, buscando mi boca para besarme.

Yo miré a la pareja enfrente de nosotros, pero ellos estaban también en lo suyo, besándose apasionadamente, por lo que dejé que Miguel me besara en la boca.

Al cabo de unos segundos, sentí que su mano derecha subía otra vez por mi pierna y abrí los ojos para ver a la pareja de enfrente. Nada que ver, ellos seguían besándose y acariciándose al igual que nosotros. Así pues no sólo dejé que Miguel empezara a acariciarme mi “cosita”, sino que mi mano buscó entre sus piernas y por segunda vez le agarré el güevo. Ahora sin prisas. Tal como la primera vez me di cuenta de que la tenía muy grande y, tal como lo había sentido toda la noche, muy dura. La tela de su pantalón era muy delgada, probablemente de lino, lo que me permitió agarrárselo con comodidad y apretarlo. Era tan gorda que no podía abarcarlo con mi mano, lo que me asustó un poco. ¡Era mucho más grande que king-kong! Despacio subí y bajé la mano, masturbándolo y gimió de placer. Mientras, él me acariciaba a mi, aunque un poco torpemente. Obviamente se notaba su poca experiencia.

Nuevamente cambió la música y se puso lenta. Entonces lo invité a bailar de nuevo.

-¿Vamos a bailar?- le dije al oido.

-Claro- 

Entonces, al levantarse de la silla, se quejó un poco: -¡Auch!-

-¿Qué te pasa?- le pregunté alarmada.

-No sé- me dijo -de repente me dolieron los testículos-

-¿Te dolieron las bolas? ¿Te golpeaste?-

-No, no me golpeé- respondió parado a mi lado -Simplemente me dolieron de repente. Pero no me hagas caso, vamos a bailar-

Salimos a la pista y empezamos a bailar abrazados como antes, pero se le notaba la incomodidad. Su güevo seguía parado apretado contra mi vientre, pero aparentemente el movimiento siguiendo la música le hacía rozar las bolas y le dolía.

De pronto me acordé. A su padre le sucedía cuando estábamos empezando a salir. Después de pasar mucho tiempo excitado, aparentemente le producían una congestión de semen o algo así. Usualmente se le pasaba solo, pero la mejor forma de que le pasara era… dejando salir el semen. -Ups- pensé -creo que voy a tener que hacer algo para aliviarlo- lo que me hizo tomar una decisión.

-¿Cómo vás?- le pregunté mientras bailábamos.

Él me miró y trató de disimular: -Mejor-

Pero se le veía que estaba incómodo.

-Está bien. Vamos a dejar de bailar, que no lo estás pasando bien-

-Pero yo quiero estar contigo- protestó.

-Y yo quiero estar contigo, mi amor- le respondí besándolo en la boca. 

Cuando el beso terminó, continué diciéndole: -Pero no sufriendo así. Vamos a la casa que yo tengo un remedio para eso-

-¿Tienes un remedio?- dijo él separándose de mi y dejando de bailar.

-Si. Vamos-

Sin pasar ni siquiera por nuestra mesa, nos dirigimos hacia la puerta de la discoteca. Cada vez había más gente dentro, pero eso ya no era nuestro problema. Miguel caminaba un poco raro, seguramente por el dolor en las bolas. Yo me apretaba contra él, asegurándome de restregar mis tetas contra su brazo, lo que seguramente no era lo más adecuado para su “congestión”.

Me senté en el carro y la falda se me subió casi hasta la cintura, pero cuando iba a arreglármela me sentí sexy y decidí dejar que me viera las piernas, lo que realmente no ayudaba en su problema, pero me hacía sentir bien a mi. Mientras manejaba, le tomé la mano libre y puse ambas en mi regazo, muy cerca de mi vientre, donde mi vagina seguía produciendo gran cantidad de fluidos.

Al llegar a la casa, él me abrió la puerta del carro y yo salí del carro rozando mi cuerpo contra el suyo sin apenas poder contenerme. Luego caminamos hasta la puerta.

-Gracias por esta agradable velada- le dije abrazándolo ante la puerta.

Él se quedó un poco confundido, habiendo olvidado que se trataba de una “cita”, pero luego recordó.

-No, gracias a ti, Elvira-

Entonces nos abrazamos y nos besamos en la boca por varios minutos. Yo sentía que él seguía duro y que probablemente le dolían las bolas todavía, por lo que no prolongué mucho más el beso.

-Buenas noches- le dije entonces viéndolo a los ojos.

-Buenas noches-

Pasé por el quicio de la puerta y luego me volteé de nuevo hacia él:

-Hola hijo, pasa-

El se quedó un instante en la puerta, intentando cambiar de modo “pareja” a modo “hijo”, pero entonces entró, dándome un beso en la mejilla.

-Hola mamá, gracias por esperarme tan tarde-

-Pasa, pasa- le dije cerrando la puerta detrás de él.

-Me dijo Elvira que tienes un problemita-

-Oh… si-

-Ok. Ya lo vamos a resolver. Vamos a la sala-

Caminé abrazado a él hacia la sala, tal como había caminado al salir de la discoteca, lo que no se cuadraba muy bien con el cambio de modo, pero era tan rico sentir sus brazos musculosos…

-Siéntate en el sofá y ponte cómodo- le dije.

El hizo lo que le dije y yo me arrodillé frente a él.

-¿Qué haces?- preguntó extrañado.

-No te preocupes, déjame a mi, que yo sé cómo aliviar ese dolor que te está molestando-

Entonces procedí a quitarle los zapatos y las medias. El se dejó hacer pacientemente. Luego me quité mis zapatos, subiéndome también un poco la falda para poder moverme más cómodamente. El me miraba con curiosidad.

Arrodillada entre sus piernas, agarré la correa de su pantalón y empecé a abrirla.

-¿Qué haces?- volvió a preguntar.

-Ten confianza- le respondí -y déjame quitarte los pantalones… y los interiores también-

Obedientemente me dejó hacer, levantando el culo para que pudiese sacarle el pantalón y los interiores. Incómodo se puso las manos sobre el güevo tapándoselo modestamente.

Entonces le agarré las manos y se las quité.

-Lo que tienes- le dije -es una congestión. Tienes tus conductos seminales llenos de fluidos, de semen específicamente, y hasta que lo expulses…-

El me miraba un poco asombrado, al mismo tiempo que esperanzado.

Entonces le agarré el duro güevo con las dos manos. Tal como había sentido antes, lo tenía grande, más grande que su padre. ¡Y duro! Parecía imposible que se le hubiese puesto tan duro. Con razón le dolían las bolas.

Le empujé las piernas un poco para los lados para tener más espacio y acerqué mis labios, dándole un beso en la punta.

-Ohhh- gimió.

Moví las manos un poco arriba y abajo. Era tan grueso que casi no lo podía abarcar con los dedos, pero igual lo masturbé un poco. Luego volví a besarle la cabeza que estaba roja y congestionada.

Abrí la boca y me lo metí. Tuve que abrir más, porque no era fácil. Pasé mi lengua por toda la cabeza y ahora fui yo la que se estremeció de placer.

Poco a poco fui cogiendo confianza y mientras lo seguía masturbando con las dos manos, me iba introduciendo más y más en la boca. Tenía mucho cuidado en no tocarle las bolas, ya que sabía que era allí donde más le dolía.

El gemía despacio, con el cuerpo echado hacia atrás y los ojos cerrados, concentrado en mis administraciones. Yo traté varias veces de hacer contacto visual con él, pero era inútil, estaba más allá del mundo.

No llevaba mucho tiempo mamándole el güevo y pronto me di cuenta que estaba próximo a acabar. No en vamos llevábamos horas acariciándonos y besándonos.

Me concentré en mis caricias y en pasarle la lengua por todas partes, cuando él empezó a ponerse rígido y me preparé para recibir su semen en mi boca.

-AAAAAAHHHHHHH- gimió.

El primer chorro fue tan duro y copioso que me sorprendió. Cayó directo en mi garganta y casi me atraganto. Inmediatamente me lo saqué un poco y puse la lengua de forma tal que los siguientes chorros chocaban con ésta y me daba tiempo de tragármelos tanto como podía, aunque al final no pude con todo y una parte se me chorreó por el borde la la boca.

Cuando Miguel terminó de acabar, le repasé todo el güevo limpiándolo y luego me incorporé del suelo, recogí la falda hasta dejar mis piernas libres y me subí al sofá poniendo una rodilla a cada lado de su cadera, para luego acostarme sobre él. Entonces empecé a darle besos por toda la cara, evitando su boca por si le molestaba el sabor a semen que yo tenía, pero a él no le importó y agarrándome la cara, me hizo besarlo en la boca.

Por los siguientes minutos seguimos besándonos, mientras yo lentamente me restregaba contra su cuerpo. Él había acabado pero yo no y estaba ardiendo. 

Entonces él me abrazó duro y sujetándome, me hizo girar hasta quedar debajo de él. Una vez que él estuvo arriba, empezó a su vez, a besarme por todos lados, para luego comenzar a deslizarse hacia abajo. Me cubrió de besos las tetas, siempre por sobre mi ropa, porque no me había desnudado aparte de subirme la falda. 

Luego siguió bajando, besándome el vientre hasta que él quedó arrodillado entre mis piernas. Desde allí comenzó con sus besos a recorrer mi piel alrededor de mis pantaletas. 

-Mmmm- gemía yo, estremeciéndome de placer con el contacto de sus labios entre mis muslos.

Volvió a subir sus labios hasta mi vientre, mientras con sus manos me agarró las pantaletas y empezó a bajármelas. Yo estaba tan excitada que no pude adivinar que tenía que levantar el culo del sofá, por lo que él tuvo que pedírmelo:

-¿Me ayudas?- dijo mirándome. Yo me le quedé viendo sin entender lo que quería, con todo lo obvio que podía ser, por lo que él volvió a halar las pantaletas.

-¡A claro¡- respondí con la voz temblorosa de la excitación.

Miguel me bajó las pantaletas y por primera vez quedé desnuda frente a él. Me sentía un poco rara, pero estaba tan caliente que no pensé sino en el calor que sentía y las ganas de que él me comiera toda.

Cuando sentí su lengua en mi conchita, me estremecí y gemí:

-¡Aaaaahhhh! ¡Siiiiiii!-

El comenzó a lamerme de una forma un poco torpe. Era obvio que era la primera vez que se comía a una mujer. Su lengua me recorría toda, pero iba demasiado rápido y demasiado superficialmente.

-Espera, espera- le dije sujetándole la cabeza para dirigir sus movimientos -tienes que moverte más despacio. Metiendo la lengua por todas partes y en especial en mi clítoris-

-Siiii- gemí cuando, haciéndome caso, comenzó a acariciarme allí.

-Pero ahora tienes que dejar que descanse un poco y lamerme en otras partes…-

-Ajaaa…. asiiií…- iba diciéndole mientras él iba aprendiendo dónde me gustaba más.

Demasiado pronto ya no pude hablar más y me concentré en el orgasmo que avanzaba a pasos agigantados. Entonces Miguel se concentró en mi clítoris, deslizando su lengua por la cabecita al tiempo que lo chupaba.

-AAAAAAAHHHHHHH- gemí cuando explotó mi orgasmo. El orgasmo más poderos que haya tenido nunca. El continuaba chupándome por lo que tuve que empujarle la cabeza para que no lo hiciera más pues estaba muy sensible. Mientras, nuevas oleadas de placer me hacían estremecer.

-AAAAAAAHHHHHHH- seguía gimiendo -SIIIIIIII-

Cuando Miguel sintió que el orgasmo había pasado, se levantó y se acostó sobre mi, besándome por toda la cara y la boca. Yo apenas podía respirar, pero estaba tan feliz que no me importaba.

De pronto sentí una presión en mi vulva y me dí cuenta de que ¡era el güevo de Miguel!

-No, no, no…- comencé a protestar cuando su gran cabeza ya se había abierto paso en mi cuerpo.

-Nooooo….. aaaahhhh- gemí sintiendo cómo su güevo avanzaba dentro de mi, abriéndome, poseyéndome…

Abrí mis ojos para verlo y vi que tenía los ojos cerrados, concentrado en su propio placer. 

Pronto el güevo se detuvo y retrocedió un poco, para volver de nuevo a entrar. Yo no había terminado de acabar y ahora su güevo me hacía acercarme de nuevo al orgasmo. En respuesta, levanté mis piernas y las enrollé detrás de su espalda, lo que levantó mi vulva e hizo que me penetrara completamente.

-AAAAAAHHHHH- gemí al sentirlo profundamente encajado dentro.

-OOOOOHHHHH- gimió él, inundado de placer.

Pasaron unos segundos sin que nos moviéramos, pero poco a poco yo comencé a menear mis caderas al tiempo que él empezó a sacar y a meterme el güevo. Los movimientos eran tímidos al comienzo, como probando, pero pronto adquirimos confianza y él empezó a bombearme literalmente con ese enorme miembro. La cabeza me llegaba tan profundamente que mi útero y mi vagina se tuvieron que acomodar, pero al mismo tiempo, el placer era tan grande que no sólo no me molestaba, sino que yo empujaba con mis caderas para hacerlo entrar más adentro.

Ambos habíamos acabado pocos minutos antes, por lo que ni él ni yo sentíamos prisa por terminar, así que nos dispusimos a tirar con toda la tranquilidad del mundo. A los 10 minutos, sin embargo, él empezó a dar muestras de cansancio, por lo que le dije:

-Vamos a girarnos un poco para que te puedas apoyar mejor-

Entonces desentrabé mis piernas de su espalda y él me lo sacó el güevo, lo que me produjo una especie de vacío. Pero inmediatamente me acomodé en sofá de lado y lo invité a metérmelo de nuevo.

Él se acomodó entre mis piernas y yo le agarré el güevo para guiarlo. Cuando se inclinó hacia adelanta, yo le puse la cabeza en mi entrada y el se dejó caer sobre mi, empujándolo hasta el fondo de nuevo. Volví a amarrarlo con mis piernas sobre su espalda y volvimos a agarrar el ritmo.

Seguíamos gimiendo al compás de cada arremetida:

-AAAAHHH- gemía yo y -OOOOHHH- gemía él, cada vez que llegaba al fondo.

Sus bolas me golpeaban mi culo cada vez y la parte de arriba de su güevo me rozaba el clítoris al apretarse contra mi vulva.

Pronto sentí cómo mi orgasmo empezaba a formarse allí donde su güevo me golpeaba por dentro, pero quería esperar a que él estuviese listo, lo que no tardó mucho. Sus gemidos empezaron a cambiar de tono y sus movimientos a perder eficacia, lo que me indicaba que estaba perdiéndose en su mundo de placer.

-Me faaaltaaa pocooo- me dijo arrastrando las palabras.

-Daaamelooo todooo- le respondí -acaaabaaa dentrooo de miii- le respondí.

-Perooo-

-No te preocuuupees- le dije besándolo en la boca.

Eso bastó para que él se decidiera y pocos instantes después empujó con todas sus fuerzas y sentí cómo su semen se vaciaba en mi vientre. Sentirlo acabar dentro de mi causó que yo acabara también y enseguida sentí mi cuerpo explotando de placer nuevamente.

Después de 5 o 6 embates de su güevo llenando mi vientre Miguel colapsó sobre mi, donde aproveché para abrazarlo duro mientras mi orgasmo seguía haciéndome temblar de placer.

Poco a poco fuimos recuperando la respiración y el cerebro comenzó a funcionarnos de nuevo. Miguel se levantó de sobre mi, a donde había caído al final de la cogida y se echó a un lado en el sofá.

-Eso fue… maravilloso- dijo jadeando todavía un poco.

-Si, mi amor. Fue maravilloso- le respondí besándolo en los labios.

Él entonces se inclinó sobre mi y empezamos de nuevo a besarnos en la boca con pasión. Solo que sin la angustia de querernos coger.

Al cabo de un rato le dije:

-Mejor será que me levante porque hay un líquido saliéndome que pudiera manchar el sofá-

-Hablando de líquido… yo iba a sacarlo cuando…- dijo él.

-Si, ya sé, pero no es necesario. La regla me debe bajar mañana por lo que estoy protegida en este momento.

A él se le iluminó la cara diciendo:

-¿Estas protegida ahora?-

-Si. Podemos hacerlo sin problemas-

-Uhhh… ¿podemos irnos al cuarto?-

-Jajaja. Cómo se ve que tienes sólo 21 años. ¿Ya tienes ganas?-

-Bueno… puedo esperar un poco… ¿cómo 5 minutos?-

-Jajaja. No van a ser más. Yo tengo que limpiarme e irnos a un lugar más cómodo- le respondí mientras me cubría el vientre con las pantaletas para evitar que se me saliera todo al levantarme.

-Ve tu también a limpiarte y nos vemos en mi cama-

Cuando salí del baño, Miguel estaba acostado en mi cama, cubierto con sólo una sábana. Sobre su vientre la sábana mostraba que ya lo tenía parado y listo para una nueva ronda.

En la mañana volvimos a hacerlo una vez más, pero luego, mientras me bañaba me bajó el período y tuvimos que suspender los planes de pasarnos el día en la cama tirando. Él insistía en cogerme aún con la regla, pero yo lo disuadí porque en general me siento un poco decaída en esos días.

El martes fui al médico ginecólogo que me revisó completamente, encontrándome en perfecto estado. Aproveché para pedirle que me recetara unas pastillas anticonceptivas porque esta “saliendo” con un hombre maravilloso. Él se sonrió y me colocó más bien un dispositivo intrauterino. 

Una vez resuelto ese “problemita” Miguel y yo nos convertimos en amantes fijos. Dormíamos en mi cama y hacíamos el amor todas las noches y los fines de semana varias veces también.

Para evitar problemas, Miguel aceptó una beca para continuar sus estudios en Inglaterra y cerrando la casa, nos fuimos juntos. Allá se inscribió en la universidad y aprovechando que teníamos el mismo apellido, yo me convertí es su “esposa”. Han pasado 20 años desde entonces y todavía estamos en Inglaterra, viviendo felices.

2 comentarios - Mi Hijo el Chocolate que Puedo Desear, Pero no comer Parte 3

jorvac164 +1
Un final acorde con lo que se merecía la historia.El polvo que se echaron fue de antología.excelente relato.Van 10 y saludos desde Puerto Madryn,Patagonia Argentina !!!
Maeztred
Muchas gracias😀😀😀
Un saludo a ti tambien desde Argentina, SF.
et178282
Que cosa hermosa una peliculla un video con este guion