La empresa me había dado la comisión de ajustar la participación de un proveedor en un importante proyecto de ingeniería.
La del proveedor, era, calificada, pero de plantel reducido. Mis interlocutores eran Silvia, con el auxilio eventual de Raúl, su marido, o de otros, según el tema a tratar.
Silvia era una linda señora, rubia, ojos gris verdoso, alta, cuerpo esbelto dotado para despertar el interés de más de un hombre.
Inicialmente, sola o acompañada, se mantuvo sobria y distante. A transcurrir de la tercera semana, entre los áridos asuntos técnicos, aparecieron intercalados diálogos amenos, chistes triviales y osados, también. Con el correr de los días, en presencia del marido y/o de otros colegas comencé a captar miradas disimuladas y sugerentes de Silvia que, en los intervalos de tiempo a solas conmigo, se volvieron provocativas, excitantes.
Después de dudarlo un poco:
-Silvia ¿Qué tal si te invito a tomar algo, después del trabajo?-
Sus ojos delataban que estaba dispuesta, pero:
-¿Y, después que?-
-No disimulés: sabés perfectamente a qué me refiero.-
Tardó unos segundos en decir no, pero si:
-Juan, no puedo,….. estoy día y noche con Raúl, también a la salida del trabajo,…. necesito tejer algo,…. no es sencillo-
Intercambiamos números de celulares.
A la noche, de pura casualidad, nos encontramos en un shopping, mi esposa Maru, yo, Silvia, Carla, su hermana, y Raúl. Más allá de las presentaciones y una breve charla de cortesía no pasó nada. De rescatar: Carla muy parecida a Silvia, 3 años mayor que ésta, pero con sus atributos en plenitud.
El día siguiente, cuando quedamos a solas en la oficina:
-¿Y Silvia, se te ocurrió algo…. para…?-
No me dejó completar la pregunta:
-¡Siii! Mañana juega Boca por no se qué copa, a partir de las 7:00 de la tarde. Raúl se instala frente a la tele, con los pibes. ¿Vos podes “gambetearla” a tu esposa, por un par de horas?-
-¡Claro que puedo!-
-Arreglé con Carla, mi hermana, que, si le confirmo, me llama por teléfono y, con la excusa de un malestar, me pide que vaya a su casa-
Agregó que la hermana tenía un departamento amueblado para alquilar, desocupado y cerca del suyo. Me dio la dirección, dijo que me esperaba ahí y que, al llegar, tocase el timbre del encargado que estaría avisado.
-¿Qué querés tomar, así lo llevo?- le dije.
-Olvidate, algo hay en la heladera y en la alacena. Carla va, algunas veces. - respondió.
Al abrir la puerta del departamento, apareció vistiendo una camisola blanca semitransparente, lentes fotosensibles y unas chinelas de taco alto. Nos besamos por primera vez, suavemente, caminó hasta el sofá, se quitó los lentes, la camisola y quedó en conjunto de corpiño y tanga, diminuto turquesa. Se sentó se deshizo de las chinelas y desde esa posición relajada, antes que me sentara a su lado, dijo:
-Estoy un poco tensa, Juan. Me hace falta un buen masaje.-
Se acostó boca abajo dejando a mi vista sus glúteos redondeados, abrió las piernas y se acomodó la tanga, metiéndola bien dentro de la zanja del culo. Después se desprendió el corpiño y murmuró:
-Haceme el favor, poneme un chorrito de aceite del envase que está sobre la mesita y masajeame.
Me acerqué al sofá, tomé el frasquito, con la etiqueta “Lubricante Aceite Comestible Masaje M,,, ” le apliqué un poco sobre su espalda perfecta y comencé a extenderlo sobre su piel, con ambas manos, desde el cuello, hombros, espalda, nalgas, hasta los muslos, acompañado por los gemidos de placer de ella.
Silvia giró sobre sí misma, dejando el corpiño sobre el respaldo del sofá, y mostrándome las tetas, pidió que también la masajease por delante. Con una sonrisa lujuriosa en mi boca y una erección gigante en el pantalón comencé a untar su abdomen, subí las manos a sus senos, que al tacto eran suaves y firmes, invertí el movimiento, metí una mano dentro de la tanguita y le “masajeé” la concha, mientras, simultáneamente, me arrodillé en el piso y comencé a besarla con lascivia, en la boca y en las tetas. En el paladar percibí un sabor a almendras amargas del aceite, con el que se las había untado.
Hizo fuerza para vencer mi resistencia, se sentó y:
-…. Por favor, parate, Juancito….. -
Lo hice, excitado e intrigado a la vez. Ella con una mirada de gata, me aflojó la hebilla del cinturón, abrió la bragueta, me bajó pantalón y slip, tomó con su mano derecha la verga tiesa y se la puso en la boca. Cerré los ojos y me dediqué a gozar.
Luego de un rato de jugar con el pene en la boca hasta llevarme al punto máximo de excitación se incorporó, me tomó de la mano y amagó querer llevarme a otro lado:
-¡Esperá, así no puedo caminar!- me senté me quité pantalón y calzoncillo de los tobillos, zapatos y medias. Me guió hasta el dormitorio. Una vez allí me comió la boca con una lengua ansiosa y desesperada, un buen rato, al fin, se sacó la tanguita, tomó mi rostro entre sus manos y, con tono de ruego:
-¡Matame a vergazos!-
Caí encima de ella en la cama, el glande abrió los labios inundados de su concha y comencé a embestirla, a hincarle mi carne dura en su cuerpo de hembra deliciosa. Y mientras la cogía, ella me aferraba los cabellos, gemía como viajando en una marea de placer, los ojos fijos en el cielo raso, una sonrisa brillando en sus labios exteriorizando el goce burbujeando en sus venas y cada célula de su cuerpo. Estalló en un orgasmo de gritos salvajes, de aullidos, mientras todo su vientre era una tormenta, su mirada extraviada y la concha al rojo vivo. Ya sin margen para dilatar el orgasmo, saqué rápidamente la verga y me subí a horcajadas sobre ella para ponérsela en la boca. Recibió sorprendida aquel regalo húmedo, enrojecido y palpitante, que se metió en su boca soltando chorros de semen que ella saboreó y tragó con hambre.
Quedamos los dos, tendidos en la cama, recuperando el aliento.
Compartimos una cerveza helada en el sofá del living y conversamos, por primera vez, esa noche.
-…. Me duele que me ignore, día tras día, y me haga el amor muy de vez en cuando…. y con poca o nada de pasión….. –
Por eso, dijo, quiso probar algo distinto, de lo soso del marido y tomó la iniciativa, conmigo, desbordada por el deseo de hembra “carenciada” de goce sexual.
De regreso al dormitorio, reanudamos los juegos, como usar mi lengua para lamerle la concha, chupársela, untarle el culo con mi saliva, chupárselo y besárselo.
-Viste que lindo gusto tiene el aceite…… Supongo que, ……. Para vos…… mucho más, saboreándolo ahí- murmuró ella entre gemidos y suspiros.
No estaba equivocada: aceite aromatizado y humores de hembra caliente, igual a mezcla explosiva.
Durante el tiempo restante, hasta las dos horas que le daba de margen el partido de futbol, hubo otra cogida en pose cucharita y una entrega, de ella en cuatro patas, a la intrusión anal de mi verga, que se me antojó poderosa, esa noche. Las dos eyaculaciones, con su permiso, fueron en sus partes íntimas.
Con Silvia ya enfundada en un jean y una blusa muy elegantes, y yo, de nuevo vestido como había llegado, la acompañé hasta la puerta, a la espera de un radio taxi y nos despedimos con un intenso beso.
A la mañana siguiente, reanudamos el trabajo, con la corrección y la cortesía de siempre. En los lapsos de tiempo, sin la presencia de terceros, apenas aludimos a lo sucedido la noche precedente. Pero….
Al otro día, a solas, me dejó atónito, pasmado:
-Juan, le conté a Carla, lo “bomba” que lo pasé contigo….. ¿Sabés que? Le gustaría que la “visites” a ella en el departamento. Si estás dispuesto, voy a ser yo la que haga la llamada para que ella, cuente con el pretexto para salir de casa por un par de horas-
Como ya dije, Carla era muy parecida a Silvia, 3 años mayor que ésta, pero con sus atributos en plenitud.
Y resultó, tanto o más, calentona que su hermana menor.
La del proveedor, era, calificada, pero de plantel reducido. Mis interlocutores eran Silvia, con el auxilio eventual de Raúl, su marido, o de otros, según el tema a tratar.
Silvia era una linda señora, rubia, ojos gris verdoso, alta, cuerpo esbelto dotado para despertar el interés de más de un hombre.
Inicialmente, sola o acompañada, se mantuvo sobria y distante. A transcurrir de la tercera semana, entre los áridos asuntos técnicos, aparecieron intercalados diálogos amenos, chistes triviales y osados, también. Con el correr de los días, en presencia del marido y/o de otros colegas comencé a captar miradas disimuladas y sugerentes de Silvia que, en los intervalos de tiempo a solas conmigo, se volvieron provocativas, excitantes.
Después de dudarlo un poco:
-Silvia ¿Qué tal si te invito a tomar algo, después del trabajo?-
Sus ojos delataban que estaba dispuesta, pero:
-¿Y, después que?-
-No disimulés: sabés perfectamente a qué me refiero.-
Tardó unos segundos en decir no, pero si:
-Juan, no puedo,….. estoy día y noche con Raúl, también a la salida del trabajo,…. necesito tejer algo,…. no es sencillo-
Intercambiamos números de celulares.
A la noche, de pura casualidad, nos encontramos en un shopping, mi esposa Maru, yo, Silvia, Carla, su hermana, y Raúl. Más allá de las presentaciones y una breve charla de cortesía no pasó nada. De rescatar: Carla muy parecida a Silvia, 3 años mayor que ésta, pero con sus atributos en plenitud.
El día siguiente, cuando quedamos a solas en la oficina:
-¿Y Silvia, se te ocurrió algo…. para…?-
No me dejó completar la pregunta:
-¡Siii! Mañana juega Boca por no se qué copa, a partir de las 7:00 de la tarde. Raúl se instala frente a la tele, con los pibes. ¿Vos podes “gambetearla” a tu esposa, por un par de horas?-
-¡Claro que puedo!-
-Arreglé con Carla, mi hermana, que, si le confirmo, me llama por teléfono y, con la excusa de un malestar, me pide que vaya a su casa-
Agregó que la hermana tenía un departamento amueblado para alquilar, desocupado y cerca del suyo. Me dio la dirección, dijo que me esperaba ahí y que, al llegar, tocase el timbre del encargado que estaría avisado.
-¿Qué querés tomar, así lo llevo?- le dije.
-Olvidate, algo hay en la heladera y en la alacena. Carla va, algunas veces. - respondió.
Al abrir la puerta del departamento, apareció vistiendo una camisola blanca semitransparente, lentes fotosensibles y unas chinelas de taco alto. Nos besamos por primera vez, suavemente, caminó hasta el sofá, se quitó los lentes, la camisola y quedó en conjunto de corpiño y tanga, diminuto turquesa. Se sentó se deshizo de las chinelas y desde esa posición relajada, antes que me sentara a su lado, dijo:
-Estoy un poco tensa, Juan. Me hace falta un buen masaje.-
Se acostó boca abajo dejando a mi vista sus glúteos redondeados, abrió las piernas y se acomodó la tanga, metiéndola bien dentro de la zanja del culo. Después se desprendió el corpiño y murmuró:
-Haceme el favor, poneme un chorrito de aceite del envase que está sobre la mesita y masajeame.
Me acerqué al sofá, tomé el frasquito, con la etiqueta “Lubricante Aceite Comestible Masaje M,,, ” le apliqué un poco sobre su espalda perfecta y comencé a extenderlo sobre su piel, con ambas manos, desde el cuello, hombros, espalda, nalgas, hasta los muslos, acompañado por los gemidos de placer de ella.
Silvia giró sobre sí misma, dejando el corpiño sobre el respaldo del sofá, y mostrándome las tetas, pidió que también la masajease por delante. Con una sonrisa lujuriosa en mi boca y una erección gigante en el pantalón comencé a untar su abdomen, subí las manos a sus senos, que al tacto eran suaves y firmes, invertí el movimiento, metí una mano dentro de la tanguita y le “masajeé” la concha, mientras, simultáneamente, me arrodillé en el piso y comencé a besarla con lascivia, en la boca y en las tetas. En el paladar percibí un sabor a almendras amargas del aceite, con el que se las había untado.
Hizo fuerza para vencer mi resistencia, se sentó y:
-…. Por favor, parate, Juancito….. -
Lo hice, excitado e intrigado a la vez. Ella con una mirada de gata, me aflojó la hebilla del cinturón, abrió la bragueta, me bajó pantalón y slip, tomó con su mano derecha la verga tiesa y se la puso en la boca. Cerré los ojos y me dediqué a gozar.
Luego de un rato de jugar con el pene en la boca hasta llevarme al punto máximo de excitación se incorporó, me tomó de la mano y amagó querer llevarme a otro lado:
-¡Esperá, así no puedo caminar!- me senté me quité pantalón y calzoncillo de los tobillos, zapatos y medias. Me guió hasta el dormitorio. Una vez allí me comió la boca con una lengua ansiosa y desesperada, un buen rato, al fin, se sacó la tanguita, tomó mi rostro entre sus manos y, con tono de ruego:
-¡Matame a vergazos!-
Caí encima de ella en la cama, el glande abrió los labios inundados de su concha y comencé a embestirla, a hincarle mi carne dura en su cuerpo de hembra deliciosa. Y mientras la cogía, ella me aferraba los cabellos, gemía como viajando en una marea de placer, los ojos fijos en el cielo raso, una sonrisa brillando en sus labios exteriorizando el goce burbujeando en sus venas y cada célula de su cuerpo. Estalló en un orgasmo de gritos salvajes, de aullidos, mientras todo su vientre era una tormenta, su mirada extraviada y la concha al rojo vivo. Ya sin margen para dilatar el orgasmo, saqué rápidamente la verga y me subí a horcajadas sobre ella para ponérsela en la boca. Recibió sorprendida aquel regalo húmedo, enrojecido y palpitante, que se metió en su boca soltando chorros de semen que ella saboreó y tragó con hambre.
Quedamos los dos, tendidos en la cama, recuperando el aliento.
Compartimos una cerveza helada en el sofá del living y conversamos, por primera vez, esa noche.
-…. Me duele que me ignore, día tras día, y me haga el amor muy de vez en cuando…. y con poca o nada de pasión….. –
Por eso, dijo, quiso probar algo distinto, de lo soso del marido y tomó la iniciativa, conmigo, desbordada por el deseo de hembra “carenciada” de goce sexual.
De regreso al dormitorio, reanudamos los juegos, como usar mi lengua para lamerle la concha, chupársela, untarle el culo con mi saliva, chupárselo y besárselo.
-Viste que lindo gusto tiene el aceite…… Supongo que, ……. Para vos…… mucho más, saboreándolo ahí- murmuró ella entre gemidos y suspiros.
No estaba equivocada: aceite aromatizado y humores de hembra caliente, igual a mezcla explosiva.
Durante el tiempo restante, hasta las dos horas que le daba de margen el partido de futbol, hubo otra cogida en pose cucharita y una entrega, de ella en cuatro patas, a la intrusión anal de mi verga, que se me antojó poderosa, esa noche. Las dos eyaculaciones, con su permiso, fueron en sus partes íntimas.
Con Silvia ya enfundada en un jean y una blusa muy elegantes, y yo, de nuevo vestido como había llegado, la acompañé hasta la puerta, a la espera de un radio taxi y nos despedimos con un intenso beso.
A la mañana siguiente, reanudamos el trabajo, con la corrección y la cortesía de siempre. En los lapsos de tiempo, sin la presencia de terceros, apenas aludimos a lo sucedido la noche precedente. Pero….
Al otro día, a solas, me dejó atónito, pasmado:
-Juan, le conté a Carla, lo “bomba” que lo pasé contigo….. ¿Sabés que? Le gustaría que la “visites” a ella en el departamento. Si estás dispuesto, voy a ser yo la que haga la llamada para que ella, cuente con el pretexto para salir de casa por un par de horas-
Como ya dije, Carla era muy parecida a Silvia, 3 años mayor que ésta, pero con sus atributos en plenitud.
Y resultó, tanto o más, calentona que su hermana menor.
1 comentarios - Dos hermanas compinchadas.