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El Marqués de Sade en el siglo XXI

Introducción: En realidad, y para no defraudar a mis lectores, les anticipo que este no es propiamente un relato erótico, sino una irónica amable "PROTESTA" contra los gerenciadores de esta querida página web, por haberme censurado el último relato que publiqué, en los siguientes muy amables pero amenazadores términos : 
@Gergal hace 1 mesHola!

Lamento contarte que tu post titulado papi mi hermano me molesta (ID: 3364627) ha sido eliminado.

Causa: Relato con menores la próxima pierdes la cuenta

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Muchas gracias por entender!

Obviamente, jamás publicaría una foto pedófila o algo que promoviera actos de ese tipo, porque soy abogado penalista y sé que es un delito, y prefiero estar del "lado de afuera de Devoto" -viejo chiste cuando yo precisamente vivía en ese barrio), y no tras las rejas. Pero lo que las mentes "políticamente correctas" que pululan por Internet no distinguen (aunque Freud lo haya enseñado hace más de un siglo) es que una cosa es la FANTASÍA y otra la REALIDAD. Incluso el Código Penal Argentino no castiga "actos mentales fantasiosos", sino "actos cometidos" o como sumo "de peligro", si ese acto esta tipificado por ley. Pero bue, "LAS IDEAS NO SE MATAN", como sabiamente aseveró Sarmiento rumbo al exilio chileno. Es por ello que hoy no postearé un cuento mío, sino tan sólo las dos primeras páginas de una novela intitulada "JUSTINE o LOS INFORTUNIOS DE LA VIRTUD", escrito por Donatien Alphonse François de Sade -más conocido como el Marqués de ídem- y publicado nada menos que en 1788, un año antes de la Revolución Francesa. Que la infanta Justine y sus peripecias hayan sido censuradas en el siglo XVIII y el pobre Marqués internado en un manicomio es comprensible -quizás- hace ya tres siglos, perohoy se pueden leer sus obras completas -Y GRATIS Y AL ALCANCE DE CUALQUIERA- en esta benemérita INTERNET. Les paso el link de esta novela, para acicatearlos a perder el miedo a la "alta literatura" https://www.elejandria.com/libro/justine-o-los-infortunios-de-la-virtud/marques-de-sade/463. Dicho esto, basta de cháchara y conozcamos los inicios de la niña Justine. Y ESPERO QUE AL POBRE MARQUÉS DE SADE PORINGA NO LO CENSURE, JA, JA...

La señora de Lorsange, entonces llamada Juliette, y de un carácter e inteligencia prácticamente tan formados como a los treinta años ––edad que alcanzaba en el momento que arranca la historia que vamos a relatar––, sólo pareció sensible al placer de ser libre, sin meditar un instante en las crueles desgracias que habían roto sus cadenas. A Justine, con doce años de edad como ya hemos dicho, su carácter sombrío y melancólico le hizo percibir mucho mejor todo el horror de su situación. Dotada de una ternura y una sensibilidad sorprendentes, en lugar de la maña y sutileza de su hermana sólo contaba con una ingenuidad y un candor que presagiaba que cayera en muchas trampas. Esta joven sumaba a tantas cualidades una fisonomía dulce, absolutamente diferente de aquella con que la naturaleza había embellecido a Juliette; de igual manera que se percibía el artificio, la astucia, la coquetería en los rasgos de ésta, se admiraba el pudor, la decencia y la timidez en la otra; un aire de virgen, unos grandes ojos azules, llenos de sentimiento y de interés, una piel deslumbrante, un talle grácil y flexible, una voz conmovedora, unos dientes de marfil y los más bellos cabellos rubios, así era el retrato de esta encantadora menor, cuyas gracias ingenuas y rasgos delicados superan nuestros pinceles. Les dieron a ambas veinticuatro horas para abandonar el convento, dejándoles la tarea de instalarse, con sus cien escudos, donde se les antojara. Juliette, encantada de ser su propia dueña, quiso por un momento enjugar las lágrimas de Justine, viendo después que no lo conseguiría, comenzó a reñirla en vez de consolarla; le dijo, con una filosofía muy superior a su edad, que en este mundo sólo había que afligirse por lo que nos afectaba personalmente; que era posible encontrar en sí misma unas sensaciones fisicas de una voluptuosidad harto intensa como para poder apagar todos los afectos morales cuyo choque podría ser doloroso; que era absolutamente esencial poner en práctica este procedimiento dado que la verdadera sabiduría consistía infinitamente más en doblar la suma de los placeres que en multiplicar la de las penas... En una palabra, que nada había que no se debiera hacer para borrar en uno mismo esta pérfida sensibilidad, de la que únicamente se aprovechan los demás, mientras que a uno sólo le aporta pesares. Pero difícilmente se endurece un buen corazón, pues resiste a los razonamientos de una mala cabeza, consolándose en sus propios goces de las falsas brillanteces de una mente instruida. Utilizando otros recursos, Juliette dijo entonces a su hermana que, con la edad y la cara que una y otra tenían, era imposible que se murieran de hambre. Citó a la hija de una de sus vecinas, quien, habiéndose escapado de la casa paterna, estaba hoy ricamente mantenida y mucho más dichosa, sin duda, que si hubiera seguido en el seno de su familia; que había que dejar de creer que era el matrimonio lo que hacía feliz a una joven; que, cautiva bajo las leyes del himeneo, sólo tendría, a cambio de muchos malos humores que soportar, una levísima dosis de placeres; mientras que, entregadas al libertinaje, podrían siempre asegurarse del humor de los amantes, o consolarse de él mediante el número de éstos. Justine sintió horror de tales discursos; dijo que prefería la muerte a la ignominia y, pese a las nuevas peticiones que le formuló su hermana, se negó insistente mente a vivir con ella en cuanto la vio decidida a una conducta que la hacía estremecerse. Por consiguiente, las dos jóvenes se separaron, sin ninguna promesa de volver a verse, dado que sus intenciones se revelaban tan diferentes. Juliette que, según pretendía, se convertiría en una gran dama, ¿accedería a recibir a una muchacha cuyas inclinaciones, virtuosas pero humildes, podrían deshonrarla? Y por su parte, ¿Justine aceptaría poner en peligro sus costumbres con la compañía de una criatura perversa, que acabaría siendo víctima de la crápula y del desenfreno público? Ambas se dieron, pues, un eterno adiós, y ambas abandonaron el convento al día siguiente. Mimada desde su infancia por la costurera de su madre, Justine cree que esta mujer será sensible a su desdicha; la visita, le comunica sus infortunios, le pide trabajo... Pero casi no la reconoce y la despiden duramente. ––¡Oh, cielos! ––dice la pobre criatura––, íes preciso que los primeros pasos que doy por el mundo estén ya marcados por la desgracia! Esta mujer me quería antes, ¿por qué me rechaza hoy? ¡Ay!, porque soy huérfana y pobre; porque ya no tengo recursos en el mundo, y sólo se aprecia a las personas por las ayudas y los agrados que se espera recibir de ellas. Justine, llorosa, visita a su sacerdote; le describe su estado con el enérgico candor de su edad... Llevaba un vestidito blanco; sus hermosos cabellos descuidadamente recogidos bajo una gran cofia; su seno apenas insinuado, oculto debajo de dos o tres varas de gasa; su linda cara algo pálida a causa de las penas que la devoraban; algunas lágrimas caían de sus ojos y les conferían aún mayor expresión. ––Me veis, señor... ––le dijo al santo eclesiástico––, sí, me veis en una situación muy lamentable para una joven; he perdido a mi padre y mi madre... El cielo me los arrebata en la edad en que más necesitaba su
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ayuda... Han muerto arruinados, señor; no tenemos nada... Eso es todo lo que me han dejado ––prosiguió, mostrando sus doce luises––... y ni un rincón donde reposar mi pobre cabeza... Os apiadaréis de mí, ¿verdad, señor? Sois ministro de la religión, y la religión siempre fue la virtud de mi corazón; en nombre del Dios que adoro y del que sois la voz, decidme, como un segundo padre, ¿qué debo hacer... qué tengo que ser? El caritativo sacerdote contestó, examinando a Justine, que la parroquia estaba muy cargada; que era difícil que pudiera hacerse cargo de nuevas limosnas, pero que, si Justine quería servirle, si quería trabajar duro, siempre habría en su cocina un pedazo de pan para ella. Y, mientras le decía eso, el intérprete de los dioses le había pasado la mano bajo la barbilla, dándole un beso excesivamente mundano para un hombre de Iglesia. Justine, que le había entendido demasiado bien, le rechazó diciéndole: ––Señor, yo no os pido limosna ni un puesto de criada; hace demasiado poco que he abandonado un estado por encima del que puede hacer desear esas dos mercedes para verme reducida a implorarlas; solicito los consejos que mi juventud y mis desgracias necesitan, y queréis hacérmelos comprar tal vez demasiado caros. El pastor, avergonzado de verse descubierto, rápidamente expulsó a la joven criatura, y la desdichada Justine, dos veces rechazada en el primer día en que se vio condenada al aislamiento, entra en una casa en la que ve un cartel, alquila un pequeño apartamento amueblado en la quinta planta, lo paga de antemano, y en él se entrega a unas lágrimas aún más amargas por lo sensible que es y porque su pequeño orgullo acaba de ser cruelmente maltratado.

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