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la seducción del novio de mi amiga

Mi compañera de trabajo Julieta salía con un tipo que se llama Luciano. Él era alto, delgado, tenía la cabeza llena de rulos y una muy linda espalda. Desde el comienzo pensé que era muy simpático, pero empecé a sentirme atraída por él hace un año, cuando coincidimos en un voluntariado y trabajamos juntos.
Me llamó la atención que aconsejaba a otros compañeros no empezar relaciones serias, insistía que la soltería es el mejor estado… Cuando le recordé su noviazgo con mi amiga, hacía comentarios como que no iba a durar. Pues no fue cierto: hoy llevan juntos ya dos años. En ocasiones llegaba frustrado y se quejaba de mi amiga, hasta que le hice notar que siempre hacía comentarios negativos, y le pedí que me diga cinco cosas positivas de su novia para no quedarme siempre con el relato de malos momentos. No encontró ni una.
Estaba enamorado, otra justificación no se me ocurría. Se quejaba mucho pero no se alejaba.
En esas conversaciones me preguntaba por qué no tenía ni buscaba novio, no entendía que pueda estar satisfecha siendo soltera y, en ocasiones, se “burlaba” de mí frente a otros por estar sola.
Julieta festejó su cumpleaños en casa de una amiga en común, que tiene amplio parque y parrilla. El menú era asado para todos y los invitados llevábamos bebidas para compartir. Hice una torta para el postre.
Sobraba bebida, como se imaginarán.
Después de haber comido, un grupo estaba tocando la guitarra y cantando, en otra zona había música de Spotify y varias parejas bailaban, y en la terraza estábamos un grupo compartiendo un cigarrillo natural. Desde ahí veíamos a todos los que estaban abajo, a través de una pared de plantas que la dueña de casa había alineado en la cornisa a forma de seguridad. Éramos seis: cuatro chicos, la dueña de casa y yo. De pronto fuimos siete porque subió Luciano. Vi a través de las hojas que su novia estaba cantando con el grupo de las guitarras. Seguimos pasando los cigarrillos, haciendo chistes que probablemente no eran tan divertidos como nos parecían en ese momento. Llegó un momento en el que fue suficiente para mí, y fui a buscarme el vaso de caipiroska que había dejado en el suelo contra la baranda de plantas.
Me senté a mirar las hojas verdes y las estrellas brillantes, disfrutando el efecto relajante y la posibilidad de no estar pensando en la vida real y poder apreciar el momento. No sé cuánto tiempo pasó pero mi trago estaba casi vacío cuando Luciano se sentó a mi lado.
-Escuchala. –Le digo, oyendo la voz de su novia un poco desafinada.
Él sonrío pero no dijo nada.
Después de varios minutos de silencio cómodo, se inclinó sobre mí, haciendo que contenga la respiración de la sorpresa. Tomó el vaso que tenía a mi lado y, aún con su cuerpo inclinado sobre mí, me preguntó:
-¿Me convidás?
Asentí, un poco atolondrada. Él volvió a su posición a mi lado, relajado, y se terminó mi trago.
En la terraza no quedaba nadie.
Luciano dejó el vaso a un lado haciendo que los hielos tintineen. Con la misma mano tomó el borde de mi vestido, una especie de solero de noche, sosteniéndolo entre sus dedos para apreciar la textura.
-Me gusta esto, como te queda.
-Gracias… de vez en cuando hay que cambiar. –Siempre uso pantalones.
-Siempre estás muy linda.
-Capaz consigo novio y todo. –Me reí, pero él no.
Demasiada tensión. Me puse de pie, dándole un segundo para que suelte mi vestido.
-No te vayas. –Me dijo.
-No me voy. –Caminé hacia el otro extremo de la terraza, donde había baranda de cemento, y me apoyé mirando a la calle. Necesitaba la distancia.
El calor en mi espalda es lo que me permitió saber que me había seguido. Apenas deslizó sus dedos por mi oreja izquierda, corriéndome el pelo para despejarla. Dejó su mano apoyada en mi hombro y lo siguiente que sentí fue su aliento cuando me susurra:
-Pienso mucho en vos.
Mis terminales nerviosas se pusieron en alerta inmediata. Me di cuenta que estaba inmóvil, congelada.
-En momentos en que no debería pienso en vos. Todo el tiempo pienso en vos.
Su mano bajó por mi hombro y me acarició el brazo con el dorso de su mano, muy suavemente. Vi mis nudillos en la baranda, blancos de la fuerza que estaba haciendo para no reaccionar.
-¿No vas a decir nada? –Sus labios se posaron detrás de mi oreja, disparando desde ahí un escalofrío que me recorrió la columna vertebral y bajó hasta mis pies.
Lo notó, y dio un paso al frente, de forma que su entrepierna grande y rígida se apoyó en el centro de mi cola. Abrí un poco las piernas sin poder controlarlo.
-Decime que te pasa lo mismo.
Me di vuelta para responder –no sé qué– pero no estaba lista para esa mirada llena de urgencia, de deseo. Me puse en puntas de pie para alcanzar su boca. Apenas apoyé los labios, y llevé mis manos a su pelo, a sus hermosos rulos, y las enterré ahí. Sin dejar de mirarnos, él volvió a apoyarse en mí, y la necesidad me hizo levantar la pierna derecha y enredarla en la suya, para que el contacto fuese más directo. Volví a besarlo, y su boca se abrió para dejar entrar mi lengua, que de pronto solo quería explorarlo, lamerlo, chuparlo. Su mano fue inmediatamente a mi cola, donde se quedó subiendo y bajando, con los dedos ahuecando la raya hasta donde podían con la barrera del vestido. Su otra mano estaba en mi nuca, acariciándome el cuello y manteniendo la presión de nuestras bocas. Nuestras lenguas encontraron un ritmo que nuestros cuerpos pretendían imitar con el roce, pero sobraba la ropa.
Una explosión de risas desde la fiesta rompió el hechizo.
Bajé mi pierna y con mis manos lo empujé hacia atrás.
-Pará… -Le dije, apoyando mis dedos en su boca hinchada. –No podemos.
-Sí, sí que podemos. -Me agarró la mano y, deliberadamente, me lamió la muñeca, haciéndome temblar visiblemente. -¿Ves?
-Pero…
-Dale. Si los dos queremos esto hace rato.
Caminé hacia las plantas, él no me soltó la mano. Espié y vi que abajo seguía todo normal. Luciano se movió detrás de mí, y entonces sentí aire en mi cola, porque me levantó el vestido.
-¡Qué hacés! –Susurré.
-Shhhhh… -Me dijo desde abajo. –Fijate que no venga nadie. Y no grites.
-Luciano…
-Mirá el culo que tenés… -Apretó mis cachetes y me bajó la tanga de un tirón.
Involuntariamente me llevé la mano a la boca, y me concentré en mirar que nadie se dé cuenta de lo que pasaba ahí.
Su aliento caliente llegó antes de que sus labios pero igual no estaba preparada cuando los sentí chuparme ahí directamente. Pasó la lengua por mis labios y mi clítoris, seguramente ya asomado, respondió latiendo. Abrí un poco más las piernas y me oí gemir. El abandonó un segundo ese beso tan íntimo y me mordió la cola, me besó las piernas, su barba marcando un caminito de fuego hasta volver a chuparme los labios, que abre con sus dedos para llegar mejor a mi clítoris, que ya se enamoró de su lengua. Me lamía, chupaba, mordía despacito y un poco fuerte… yo necesitaba ambas manos para sostenerme de pie, y casi tiré una maceta tratando de aferrarme.
Se rió y me agarró las muñecas.
-Vení acá.
Me arrodilló frente a él y lo besé como si quisiera tragármelo. Lo empujé hacia el suelo hasta que al fin se acostó, una de sus manos aún jugando entre mis piernas y la otra en mi cuello. Con una pierna a cada lado de su cintura, empecé a bajar con mi boca, besando su mandíbula, lamiendo su cuello, abrí su camisa y mordí un poco sus pezones, los soplé y lamí escuchando su respiración agitada y el sonido de mi nombre con su voz.
Cuando llegué a sus pantalones, toqué con cuidado el botón porque la tela estaba tirante hacia adelante por la presión que ejercía su erección desde adentro. Logré liberarla y al fin conocerla, parada, gruesa con las venas marcadas y un color intenso profundizado por el momento. Pero cuando abrí la boca, Luciano me detuvo.
-Pará, pará… vení acá.
No entendía, pero se sentó y me tomó de la cadera, mostrándome qué hacer. Giré entonces, dudando un poco porque nunca había hecho esto, pero volví a montarlo, solo que con mi cabeza sobre su erección y mi entrepierna sobre su boca.
Al fin, entonces, pude llevármela a la boca. Antes lamí todo su tronco, saboreando su sabor salado, y besé la punta con toda la saliva que había generado con solo verla lista para mí. Cuando la metí en mi boca sentí que él metió dos de sus dedos adentro mío, y su lengua volvió a mi clítoris. No me quedó más que responder a lo que sentía. Mi cuerpo se movía y chupaba su erección tratando de replicar las olas de placer que estaba sintiendo, mientras mis manos subían y bajaban acompañando lo que entraba y salía de mi boca, mojándose con mi propia saliva. Sentía que estaba cabalgando su boca, mientras él crecía y crecía cada vez más, caliente, duro y suave. Chupé fuerte y lo sentí temblar. Sus dedos y lengua salieron de mi cuerpo.
-Pará, pará que acabo. –Me dijo.
Me di vuelta para mirarlo y le dije:
-Acabá que me la quiero tragar.
Sus ojos se agrandaron y yo volví a metérmela en la boca, ya dejando la delicadeza.
-La puta madre. –Dijo ahogado, y su boca me atacó desaforada, así que aumenté mi intensidad porque si liberaba la mía, iba a gritar. Lo chupé una, dos, tres veces, y cuando empezó a convulsionarse por su descarga siento que sumó otro dedo adentro mío, y sus dientes me raspan y era yo quien liberaba toda su carga, todos mis jugos salieron y se deslizaron por mi pierna y su cara. Su semen caliente golpeó el fondo de mi garganta y no quería atragantarme, por lo que tragué, tragué, tragué hasta que no quedaba nada más que lamerlo hasta limpiarlo. Él también comenzó a usar su lengua con una delicadeza que después de lo anterior no creí posible.
Cuando estuve satisfecha con mi trabajo de limpieza y sentí que las piernas ya me servían de nuevo, se lo acomodé y le cerré el pantalón. Él estaba besándome la cola, y su lengua furtiva pasó por mi ano, haciendo que me incorpore de pronto.
-Ey, ¿qué pasó? –Me dijo, apoyándose en su codo mientras me ponía de pie. Me costó, débil del orgasmo que acababa de tener. Se paró para ayudarme, pero no lo dejé. -¿Qué pasa? –Repitió.
Se oyeron risas y la voz clara de su novia que dijo no sé qué.
Levanté mi dedo, para que preste atención.
-Eso. Acomodate.
-No, no, esto no terminó.
-Nosotros terminamos más que bien. –Le hago notar. Busco mi tanga en el suelo, ¿se habrá volado? ¡La puta madre!
Me pasé las manos por la cara, por el pelo, tratando de emprolijarme. Lo miré, él no hacía nada, solo me miraba. Tenía la ropa de cualquier manera y los labios brillantes de mi orgasmo.
Entonces, se metió la mano en el bolsillo y sacó mi tanga. Me la mostró, se la llevó a la nariz y olió. Volví a sentirme débil, a la merced del deseo. Se la guardó otra vez en el bolsillo, se pasó  el dorso de la mano por la boca y se fue hacia la escalera.
Busqué mi vaso y usé el agua del hielo derretido para limpiarme la cara. Me quedé en la terraza no sé cuánto tiempo.


autor:loli

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