Todo hombre -o mujer- tiene al menos un vicio.
Yo tengo varios, es cierto, pero hoy voy a contar uno solo.
Mi vicio lo satisfago en ese horario de la mañana que va desde que dejo a mis hijos en el colegio y más o menos las diez, en que ya no tengo más remedio que enfrentar la calle, porque no puedo demorar más mi llegada a la oficina.
Mi vicio matutino es sencillo Con el mate de la mañana, reviso qué fue lo que ocurrió en Poringa durante la noche. Ver con qué se entretuvieron. Casi siempre pasa lo mismo: muchachas que muestran sus tetas, sus culos o sus conchas, ofreciéndose. Señoras que muestran fotos de sus polvos con sus maridos, o novios, o, en algunos casos, las más atrevidas, con sus amantes. Alguna que otra que, como yo, tiene la costumbre de Onan como vicio.
Pero ayer fue distinto.
Y por eso merece ser contado en este relato urgente que no puede pasar de hoy, para que sea contado.
Es que una de las pendejas más lindas de la página publicó un shout muy sugestivo, sin foto, sin nada, sólo un aviso:
“Estoy en Buenos Aires, y en quince minutos me subo al subte… tendré remera blanca y calza negra, deseo con furia que un poringuero me apoye”.
¡Quién fuera el suertudo! Pensé.
También pensé que, por la provocación de esta muñeca, me tenía que cuidar como nunca en el subte de apoyar a alguien, no sea cosa de terminar linchado en el anden por acosador.
Rumiando esos pensamientos, salí a la calle, bastante caliente -porque el comentario de la muñequita rosario me había turbado a punto tal, que no pude, valga el juego de palabras, masturbarme.
La luz de la mañana me puso otra vez en el camino, ya concentrado en la agenda que debía enfrentar en el trabajo de allí en más.
Traspuse el molinete de la Estación Pugliese, y vi que el anden estaba atestado de gente. No era raro, todos los días estaba igual.
Mi estrategia es siempre la misma: me paro en el lugar donde ya se que se va a abrir la puerta, y dejo que me empujen los de atrás. Me dejo empujar, poniendo mi cuerpo como peso muerto, dibujo una sonrisa en mi cara, murmuro un “disculpe”, y trato de acomodarme para el viaje de unos veinte minutos que me dejará en el centro de la ciudad.
Trato de acomodarme de un modo que no moleste a nadie. A mí no me importa el roce con la gente. Ya estoy acostumbrado. Y si lo pensás objetivamente, es un asco, pero como todos los días pasa lo mismo, hay que actuar como dice el dicho: “relájate y goza”. Me tocarán un poco el culo. Después de todo, hasta puede llegar a ser una experiencia sensual.
Todo es cuestión de actitud.
Pero ayer, ya lo dije, fue distinto, y por eso merece ser contado de este modo urgente.
Todo mi cuerpo quedó detrás de una chica preciosa, morocha, de enormes curvas y delgada. Y extrañamente, no se sintió molesta al sentir todo mi torso en su espalda.
Murmuré el “disculpas” de todas las mañanas, y ella se dio vuelta, mostrándome la sonrisa más enorme y sensual de las que tuviera memoria.
Y miren que soy un tipo grande, con bastante rodaje.
Pero esa boca provocó acelerar mi pulso.
No solo por lo bella. Sino porque hubo algo en su gesto que parecía una invitación.
Empezó a rodar el tren, y con la curva que toma antes de llegar a la Estación Angel Gallardo, me empujaron y apoyé mi mano en la cintura de mi compañera de viaje.
Ya era mi compañera de viaje porque estábamos muy pegados.
Y nuevamente, una sonrisa enorme. Pude ver su piercing en la nariz, y un adorno que provocó que mi corazón diera un vuelco: un collar con un escudo de Rosario Central.
No podía ser.
Era ella.
Soy un hombre grande, y ya nada me sorprende. O casi nada. Pero tenía frente a mí, pegada a mi cuerpo, a la rosarina que minutos antes había pedido a gritos en la página de los posteos sensuales, la experiencia de ser apoyada por alguno de los vecinos de ese barrio virtual.
Y si bien soy un guerrero de mil batallas, muchas de las cuales es bueno decir, he perdido, no soy una persona que tenga este tipo de suerte. Soy de remar, no de que me caigan del cielo oportunidades.
No usualmente. Ayer si.
En la Estación Medrano, entró más gente, como si eso fuera posible, pero cuando hay cariño, siempre entra uno más. Y quedé, inevitablemente, apretando con mi pelvis la cola de esta mujer, que lejos de amilanarse, volcó su cuello para atrás y apoyó su nuca en mi hombro.
No había ninguna duda
-¿Brenda?
-Me encontraste, lindo
-Soy, desde hoy, un hombre de suerte, le dije, mientras sostenía con mis dos manos sus caderas, y empecé a sentir sobre mi pija, el sutil baile más sensual que haya recibido jamás. Movimientos que solo nosotros dos sentimos, y que terminaron en el exacto momento en que el vagón abrió sus puertas, frente a la Estación Carlos Gardel, cuando la morocha me agarró la mano y, prácticamente, me obligó a bajar.
El mundo se detuvo entre las estaciones más tangueras de Buenos Aires, y nos miramos a los ojos por primera vez.
Hundí mi lengua en su boca, sin más preámbulos, y fui correspondido por su boca, y por sus manos que rodearon mi cuello.
Supe, en ese momento, que esa mañana no iría a trabajar.
Quizás mañana pueda contar lo que está ocurriendo en este momento, en que nuestros cuerpos desnudos están recuperando el aliento.
Pero era urgente contar hoy con lo que pasó ayer.
Tan urgente, como imposible contar ahora, lo que está ocurriendo en este momento, ni lo que ocurrirá de aquí en más, ahora, que su boca busca mi entrepierna y me devora.
Yo tengo varios, es cierto, pero hoy voy a contar uno solo.
Mi vicio lo satisfago en ese horario de la mañana que va desde que dejo a mis hijos en el colegio y más o menos las diez, en que ya no tengo más remedio que enfrentar la calle, porque no puedo demorar más mi llegada a la oficina.
Mi vicio matutino es sencillo Con el mate de la mañana, reviso qué fue lo que ocurrió en Poringa durante la noche. Ver con qué se entretuvieron. Casi siempre pasa lo mismo: muchachas que muestran sus tetas, sus culos o sus conchas, ofreciéndose. Señoras que muestran fotos de sus polvos con sus maridos, o novios, o, en algunos casos, las más atrevidas, con sus amantes. Alguna que otra que, como yo, tiene la costumbre de Onan como vicio.
Pero ayer fue distinto.
Y por eso merece ser contado en este relato urgente que no puede pasar de hoy, para que sea contado.
Es que una de las pendejas más lindas de la página publicó un shout muy sugestivo, sin foto, sin nada, sólo un aviso:
“Estoy en Buenos Aires, y en quince minutos me subo al subte… tendré remera blanca y calza negra, deseo con furia que un poringuero me apoye”.
¡Quién fuera el suertudo! Pensé.
También pensé que, por la provocación de esta muñeca, me tenía que cuidar como nunca en el subte de apoyar a alguien, no sea cosa de terminar linchado en el anden por acosador.
Rumiando esos pensamientos, salí a la calle, bastante caliente -porque el comentario de la muñequita rosario me había turbado a punto tal, que no pude, valga el juego de palabras, masturbarme.
La luz de la mañana me puso otra vez en el camino, ya concentrado en la agenda que debía enfrentar en el trabajo de allí en más.
Traspuse el molinete de la Estación Pugliese, y vi que el anden estaba atestado de gente. No era raro, todos los días estaba igual.
Mi estrategia es siempre la misma: me paro en el lugar donde ya se que se va a abrir la puerta, y dejo que me empujen los de atrás. Me dejo empujar, poniendo mi cuerpo como peso muerto, dibujo una sonrisa en mi cara, murmuro un “disculpe”, y trato de acomodarme para el viaje de unos veinte minutos que me dejará en el centro de la ciudad.
Trato de acomodarme de un modo que no moleste a nadie. A mí no me importa el roce con la gente. Ya estoy acostumbrado. Y si lo pensás objetivamente, es un asco, pero como todos los días pasa lo mismo, hay que actuar como dice el dicho: “relájate y goza”. Me tocarán un poco el culo. Después de todo, hasta puede llegar a ser una experiencia sensual.
Todo es cuestión de actitud.
Pero ayer, ya lo dije, fue distinto, y por eso merece ser contado de este modo urgente.
Todo mi cuerpo quedó detrás de una chica preciosa, morocha, de enormes curvas y delgada. Y extrañamente, no se sintió molesta al sentir todo mi torso en su espalda.
Murmuré el “disculpas” de todas las mañanas, y ella se dio vuelta, mostrándome la sonrisa más enorme y sensual de las que tuviera memoria.
Y miren que soy un tipo grande, con bastante rodaje.
Pero esa boca provocó acelerar mi pulso.
No solo por lo bella. Sino porque hubo algo en su gesto que parecía una invitación.
Empezó a rodar el tren, y con la curva que toma antes de llegar a la Estación Angel Gallardo, me empujaron y apoyé mi mano en la cintura de mi compañera de viaje.
Ya era mi compañera de viaje porque estábamos muy pegados.
Y nuevamente, una sonrisa enorme. Pude ver su piercing en la nariz, y un adorno que provocó que mi corazón diera un vuelco: un collar con un escudo de Rosario Central.
No podía ser.
Era ella.
Soy un hombre grande, y ya nada me sorprende. O casi nada. Pero tenía frente a mí, pegada a mi cuerpo, a la rosarina que minutos antes había pedido a gritos en la página de los posteos sensuales, la experiencia de ser apoyada por alguno de los vecinos de ese barrio virtual.
Y si bien soy un guerrero de mil batallas, muchas de las cuales es bueno decir, he perdido, no soy una persona que tenga este tipo de suerte. Soy de remar, no de que me caigan del cielo oportunidades.
No usualmente. Ayer si.
En la Estación Medrano, entró más gente, como si eso fuera posible, pero cuando hay cariño, siempre entra uno más. Y quedé, inevitablemente, apretando con mi pelvis la cola de esta mujer, que lejos de amilanarse, volcó su cuello para atrás y apoyó su nuca en mi hombro.
No había ninguna duda
-¿Brenda?
-Me encontraste, lindo
-Soy, desde hoy, un hombre de suerte, le dije, mientras sostenía con mis dos manos sus caderas, y empecé a sentir sobre mi pija, el sutil baile más sensual que haya recibido jamás. Movimientos que solo nosotros dos sentimos, y que terminaron en el exacto momento en que el vagón abrió sus puertas, frente a la Estación Carlos Gardel, cuando la morocha me agarró la mano y, prácticamente, me obligó a bajar.
El mundo se detuvo entre las estaciones más tangueras de Buenos Aires, y nos miramos a los ojos por primera vez.
Hundí mi lengua en su boca, sin más preámbulos, y fui correspondido por su boca, y por sus manos que rodearon mi cuello.
Supe, en ese momento, que esa mañana no iría a trabajar.
Quizás mañana pueda contar lo que está ocurriendo en este momento, en que nuestros cuerpos desnudos están recuperando el aliento.
Pero era urgente contar hoy con lo que pasó ayer.
Tan urgente, como imposible contar ahora, lo que está ocurriendo en este momento, ni lo que ocurrirá de aquí en más, ahora, que su boca busca mi entrepierna y me devora.
22 comentarios - Ayer fue un día de suerte
con un poco de paciencia vas a saber quién es.
la bella rosarina posiblemente se cope, y recoja el guante
(gracias)
Siempre es un gusto que usted pase y diga estas cosas exageradas!!!
Abrazo de gol desde la docta!!! 😉
ella aparece y desaparece ... pero siempre está
el mito continua!
más que fantasía... una aventura!