AVISO para quines esperaban esta parte o vienen de leer las anteriores:
Por problemas con el pendrive donde guardo los relatos, además de mi alejamiento unco del tema escribir erótico, trabajo, crisis y vueltas de la vida, es que pasó año y largo hasta que hoy encontré el archivo. Pido perdón a quienes lo esperaron, también por los horrores que pueda tener: lo copié como lo encontré, no creo que corregirlo hoy pueda resolver omisiones y tpoco el ánimo es el mismo, por lo que pienso es más natural como quedó en ese entonces.
Lee las dos partes anteriores:
poder de la sonrisa UNO (1)
poder de la sonrisa DOS (2)
El final...
Pasó el día de rutina de ambos, y a mitad de la siguiente jornada, entre mensajes, nos poníamos al día del trabajo, nos intercambiamos fotos nuestras, del cielo, de cosas de la cotidianeidad. Tonteras, excusas para mantenernos conectados.
Yo continué con mis paseos, trabajos freelance y visitas a museos, shopping y bares. Había cafeterías que me impactaron por su exquisito olor a café, refinado gusto, escondidos en callecitas super ocultas, entre edificios, subiendo la escalera, girando por el pasillo, en la tercer puerta. Entrás, pasás a la otra habitación - después del living de recepción - y entre muestras de arte, pintores con sus lienzos, tenés un barista que te deleita con un capuchino.
No sé si ese tipo habrá estudiado, habrá sido su subsistencia o herencia familiar después que cayó la cortina de hierro, si era un espía de la guerra fría o qué, por su mirada y su poco diálogo, aunque sí amable y firme, atendiendo entre tazas todas diferentes que tintineaban a cualquier lado donde se moviera. El vapor de la máquina no dejaba de salir, de empañar los vidrios, de espesar ese ambiente cálido que contrastaba con el frío externo.
Y a los minutos, sentías el contacto de la cerámica con la mesa de madera gastada. Ese golpe con el ruido también rústico, te despertaba del ensueño y te ponía frente a una taza de café caliente, que podías tomar con tus manos: eso sí era real. Bestialmente decorado, deliciosamente equilibrado y espumosamente suave en el tacto con los labios, amable con el paladar y las caricias que sentís cuando baja por la garganta, como besos en el cuello y cerrando los ojos.
Ella aterrizó regresando desde una ciudad a dos horas de vuelo de Moscú. No me preocupaba su demora en responder, en definitiva, sólo le había compartido una foto de mí con el café entre manos. La rubia nórdica, a la que le pedí me sacara la foto más sensual que pudiera, se mordió el labio e hizo como 5 capturas o más, y cuando me devolvió el equipo me tomó la mano, y con la otra me acarició el rostro, mientras decía que era muy afortunada la destinataria. ¿Tanto se notaba?
Elegí la que observé mejor, la retoqué sólo un poquito para mejorar los contrastes, que por tanta luz artificial y reflejos, necesitaban resaltar... o resaltarme. Como fuera, no tenía que enamorar a nadie. ¿O sí? ¿Y si me pedía quedarme? ¿Me quedaría? ¿Qué sería de nosotros como amantes más que temporales?
Esa atmósfera acogedora me hacía pensar.
- ¡Cuanto atractivo!
- Me hacés sonrojar.
- ¿Dónde estás?
- Me vine a un café que me recomendaron, a leer un rato, a trabajar con la notebook, a pensar y a la vez no pensar nada. ¡Podría quedarme a vivir en este lugar!
- ¿Estás indeciso? ¿Podría colaborar a convencerte?
Hice una pausa. Era demasiada casualidad, y no era ninguna conexión mental.
- ¿En dónde estás? ¿No me invitas? Yo recien llego, agotada, pero cruzaría la ciudad para verte un ratito.
- ¿Te estás enamorando, por eso querés que me quede?
- No es algo que pueda expresar en mensaje. Y la diferencia de idiomas, y cultura, quizás no me permitirían hacerlo adecuadamente. Pero sé que te irás, y no lo sufriré. Y lo comprendo. Y así lo acepté desde el primer día. Por que siento que te amo, pero es físico, es psíquico, y a la vez momentáneo. Podés confiar, quedate tranquilo.
Tomé más café. Y volvió a sonar el teléfono. Esta vez era una foto de ella, saliendo del aeropuerto, por tomar el Aero Express, el tren eléctrico que conecta los aeropuertos en las afueras de la ciudad con el centro y diferentes líneas de metro. Decidí mandarle sólo una ubicación de Whatsapp, y en cierta forma, "que sea lo que Dios quiera". Debía terminar unas cosas del trabajo, que la diferencia horaria me beneficiaba para adelantar.
La música suave del lugar, aunque a la vez movida, y extrañamente agradable. El aroma de la pintura, entre óleos, acuarelas, acrílicos y témperas, las vestimentas rasgadas y manchadas. El barista que me miraba ya más agradable, acariciando su barba, acercándome otro café por cortesía de la casa, y la expositora que acomodaba sus prendas modernas, más la nieve que era copiosa y luego espera, y más tarde suave, hacían que mis ojos fueran una ventana a algo diferente. Estaba en un sillón, computadora entre mis manos, y me sentía pleno.
Estaba, ahí sentado, y en cuestión que pasó el tiempo, oí unos pasos que me hicieron salir de ese trance creativo, y elevé la vista, mientras sonaba esta música...
link: https://youtu.be/L7L8hko4ExU
Podés creerme. Podés creerlo. No te juzgo, ni me juzgues. Yo también dudé hasta hoy si esto sucedió. Pero, lo concreto, es que real o no, imaginario o fáctico, es que decidí convencerme de lo que sentí y viví. Quizás entre sueños, sensaciones, obnubilado. Drogado no estaba, y el café tampoco envenenado.
Ella estaba ahí. Estaba parada, impactante y radiante. Se paró en el marco de la puerta. En línea recta nos separaban 20 pasos. Estaba vestida con una simple musculosa negra y un jean que no era para nada ajustado, como si la había stalkeado en redes sociales y algunas sesiones de fotos que había hecho. Pero, sobre todo de eso pero sin taparle nada, vestía en la sencillez de las preguntas, tenía puesta mucha seguridad.
Eso me volaba el cerebro, me estallaba la cabeza de arriba y la de abajo. Una mujer que además de un cuerpo adorable, tenía una mente seductora. Hizo una pose, pero sobre todo, me regaló una sonrisa que era magia. Y todo se acompañaba de ese ambientes calurosamente climatizados, aún cuando hacía -15 grados, permitía cosas a las que no estaba acostumbrado.
Caminó en línea recta, sin dudarlo ni esquivar el paso, acompañando la conexión recta del espacio con la mirada. Me intimidaba y me atraía. Era como dos images que se conectan, sin tocarse, obligados por leyes que van más allá de su entendimiento. Yo no reaccioné, sólo por reflejo cerré la computadora y la aparté en un costado, pero no hice más en esos segundos eternos.
Me miró desde arriba, y yo seguía sentado. Me sonrió de nuevo, y entrelazo sus dedos en mi pelo. Acariciándome, me sentí obligado a cerrar los ojos y flexionar el cuello entre sus caricias. Sentí que suavemente me invitaba en ese movimiento a acercarme, sin levantarme. Corrí suavemente con mis manos su remera, levantándola, liberando su abdomen y dándole besos. Y nada me importaba, aún estando rodeados de más gente que parecía no reparar en lo extraño de estos dos atrevidos.
El barista subió la música, bajó las luces sobre la zona central del amplio salón, y continuó puliendo las tazas. Nos estaba invitando a más.
Ella hizo el paso que le faltaba y ya encimada a mi cuerpo, se sentó en mis piernas, abrazándome, dejándose besar el cuello, apretándome sus pechos y donde la remera quería salir arrancada en cualquier momento por las manos inquietas. Pero no sabía si podía hacerlo. Hasta que ella, retirándose hacia atrás, colgándose con esfuerzo y quedando sobre el vacío que generaba entre el sillón y el suelo, empezó a levantarla recorriendo con una de sus manos desde la entrepierna hacia el borde del corpiño, como marcando una invitación...
La agarré de su cintura, y me puse en posición contraria, ahora besándole de nuevo la panza, el ombligo, hasta el límite con los pechos, y sintiendo ya que su pelvis jugaba rozando el espacio que nos separaba, buscando más contacto, y acomodándome satisfací ese deseo. Volvió a moverse, acomodándose más recta, y con ambas manos se liberó de la musculosa negra, quedando su torso sólo cubierto por el encaje negro de su sencilla lencería de diario. Me tomó de la cara, y me comió la boca como ella sabía a hacerlo.
No podía dejar de abrazarla de la cintura, de sentir mis brazos rodeando su cuerpo y ajustados a su contorno como deseando unirme en algo simbólico. Se acercó a mi oído y me dijo:
- Conocía este lugar, de hecho, vine no sólo porque también amo su ambiente. Este sillón siempre me provocó cosas que nunca pude cumplir...
- Eso que te provoca, ¿lo podemos hacer?
- Depende cuál sea tu límite. Tenemos permiso...
- ¿Y si hoy y ahora no sintiera que tengo algún límite?
- El barista, que es dueño, ya me autorizó a que seamos libres. Le mandé un mensaje en camino...
No aguanté. La agarré de la cola, la arrimé más, y con la otra mano recorrí toda la espalda hacia arriba, donde la tomé del hombro contrario y la acerqué lo más que podía para besarla otra vez.
Cuando respiramos, entre tanta euforia, me sacó la remera y no sentí frío. Por el contrario. Parecía que además de bajar las luces, subir la música, había también climatizado adecuándose al momento. Y estábamos sólo separados por las prendas de abajo y un corpiño que era diferente al que le conocía, era menos delicado, de uso diario, pero le quedaba igual de impactante.
Se levantó, manteniendo el contacto con sus dedos en mi barbilla. Y se sacó lo que quedaba de ropa, quedándose sólo con la vedetina, blanca, bien ajustada, y que marcaba suavemente sus labios mínimamente separados ya de excitación y humedad. Estaba ella radiante, y estábamos rodeados de unas seis personas. Pero nadie dejaba de hacer sus actividades. Sí, buscando entre las caras, observé alguna mirada pícara, alguna sonrisa cómplice, pero nadie se inmutaba.
Ahora, me extendía una mano, y sin decir nada, me invitaba a cambiar las posiciones... tenía ganas de bajar, de complacerla, de mimarla ante tantas sensaciones. Ese era el amor al que yo me refería, cuando es más que sexo, que chuparle la concha, es abrazarla, es sentirse pleno, y aún sin alcanzar el orgasmo. Es mirarla y se te afloje una lágrima, es adorarla y no sólo por deseo.
Mientras la besaba entre las caderas, las piernas y muslos, acercándome a los bordes de la vedetina, donde rozaba suave, como generando ese contacto más esperado, más... y concentrado en provocar, sentí unos pasos que sin distraerme, me demostraron la excitación de la libertad y lo bizarro. El barista se acercaba, sin detenerse, lo podía observar en la visión periférica, y traía una taza con mucha espuma de leche. Sentía el olor a leche, tan característico, y se la ofrecía acercándola directo a su boca, sin pedir permiso.
Ella, con las manos apoyada a 45 grados sobre el sillón, abierta de piernas y expuesta, con la boca entreabierta, seguía mirándome amí allí abajo haciendo estragos en la espera de profundizar... pero sorbió lo que le ofrecían, manchando sus labios con la espesa espuma, y relamiéndose mientras conectabamos las miradas. El sabor, seguramente endulzado por demás, la hizo conectarse con algún recuerdo o simplemente volver a relamerse por lo relajante y empalagosa. Y en un segundo sorbo, más abundante, cerró los ojos y jugó a tragar despacio, mirando ahora al cielorraso, y dejándose llevar.
El atrevimiento del dueño del bar no me había asustado, sí quizás parecido extraño, y mientras volvía a su barra, decidí limpiarle lo que quedaba de espuma en la boca. El acercamiento forzado ponía en contacto mi pecho con su entrepierna, y sentía ese calor tan cercano y fogoso, que me invitó a decidirme y bajarle lo que le quedaba de ropa íntima.
Cómo sigue la rutina hoy, a 15.000km, donde nos prometemos repetirlo:
Después de las aventuras en su departamento, tuvimos un lado más romántico y salvaje de despedida. Hasta el día de hoy, ella continúa con su novio, pero todas las semanas me dedica en su día libre unos minutos al recuerdo, cuando se toca en el jacuzzi. Me envía audios obscenos, que me hacen temblar la memoria y me ponen la pija re dura.
Por razones obvias del idioma, leyó las versiones traducidas, y aún así, me relató que le encantaron. Y hasta se atrevió de compartirlas con una amiga suya, latina. Colombiana más específicamente. Y quizás eso de puntapié a un relato en tercera persona, porque me dejaron re caliente con lo que me contaron.
Dos chicas, un champagne y este último relato... FIN.
Por problemas con el pendrive donde guardo los relatos, además de mi alejamiento unco del tema escribir erótico, trabajo, crisis y vueltas de la vida, es que pasó año y largo hasta que hoy encontré el archivo. Pido perdón a quienes lo esperaron, también por los horrores que pueda tener: lo copié como lo encontré, no creo que corregirlo hoy pueda resolver omisiones y tpoco el ánimo es el mismo, por lo que pienso es más natural como quedó en ese entonces.
Lee las dos partes anteriores:
poder de la sonrisa UNO (1)
poder de la sonrisa DOS (2)
El final...
Pasó el día de rutina de ambos, y a mitad de la siguiente jornada, entre mensajes, nos poníamos al día del trabajo, nos intercambiamos fotos nuestras, del cielo, de cosas de la cotidianeidad. Tonteras, excusas para mantenernos conectados.
Yo continué con mis paseos, trabajos freelance y visitas a museos, shopping y bares. Había cafeterías que me impactaron por su exquisito olor a café, refinado gusto, escondidos en callecitas super ocultas, entre edificios, subiendo la escalera, girando por el pasillo, en la tercer puerta. Entrás, pasás a la otra habitación - después del living de recepción - y entre muestras de arte, pintores con sus lienzos, tenés un barista que te deleita con un capuchino.
No sé si ese tipo habrá estudiado, habrá sido su subsistencia o herencia familiar después que cayó la cortina de hierro, si era un espía de la guerra fría o qué, por su mirada y su poco diálogo, aunque sí amable y firme, atendiendo entre tazas todas diferentes que tintineaban a cualquier lado donde se moviera. El vapor de la máquina no dejaba de salir, de empañar los vidrios, de espesar ese ambiente cálido que contrastaba con el frío externo.
Y a los minutos, sentías el contacto de la cerámica con la mesa de madera gastada. Ese golpe con el ruido también rústico, te despertaba del ensueño y te ponía frente a una taza de café caliente, que podías tomar con tus manos: eso sí era real. Bestialmente decorado, deliciosamente equilibrado y espumosamente suave en el tacto con los labios, amable con el paladar y las caricias que sentís cuando baja por la garganta, como besos en el cuello y cerrando los ojos.
Ella aterrizó regresando desde una ciudad a dos horas de vuelo de Moscú. No me preocupaba su demora en responder, en definitiva, sólo le había compartido una foto de mí con el café entre manos. La rubia nórdica, a la que le pedí me sacara la foto más sensual que pudiera, se mordió el labio e hizo como 5 capturas o más, y cuando me devolvió el equipo me tomó la mano, y con la otra me acarició el rostro, mientras decía que era muy afortunada la destinataria. ¿Tanto se notaba?
Elegí la que observé mejor, la retoqué sólo un poquito para mejorar los contrastes, que por tanta luz artificial y reflejos, necesitaban resaltar... o resaltarme. Como fuera, no tenía que enamorar a nadie. ¿O sí? ¿Y si me pedía quedarme? ¿Me quedaría? ¿Qué sería de nosotros como amantes más que temporales?
Esa atmósfera acogedora me hacía pensar.
- ¡Cuanto atractivo!
- Me hacés sonrojar.
- ¿Dónde estás?
- Me vine a un café que me recomendaron, a leer un rato, a trabajar con la notebook, a pensar y a la vez no pensar nada. ¡Podría quedarme a vivir en este lugar!
- ¿Estás indeciso? ¿Podría colaborar a convencerte?
Hice una pausa. Era demasiada casualidad, y no era ninguna conexión mental.
- ¿En dónde estás? ¿No me invitas? Yo recien llego, agotada, pero cruzaría la ciudad para verte un ratito.
- ¿Te estás enamorando, por eso querés que me quede?
- No es algo que pueda expresar en mensaje. Y la diferencia de idiomas, y cultura, quizás no me permitirían hacerlo adecuadamente. Pero sé que te irás, y no lo sufriré. Y lo comprendo. Y así lo acepté desde el primer día. Por que siento que te amo, pero es físico, es psíquico, y a la vez momentáneo. Podés confiar, quedate tranquilo.
Tomé más café. Y volvió a sonar el teléfono. Esta vez era una foto de ella, saliendo del aeropuerto, por tomar el Aero Express, el tren eléctrico que conecta los aeropuertos en las afueras de la ciudad con el centro y diferentes líneas de metro. Decidí mandarle sólo una ubicación de Whatsapp, y en cierta forma, "que sea lo que Dios quiera". Debía terminar unas cosas del trabajo, que la diferencia horaria me beneficiaba para adelantar.
La música suave del lugar, aunque a la vez movida, y extrañamente agradable. El aroma de la pintura, entre óleos, acuarelas, acrílicos y témperas, las vestimentas rasgadas y manchadas. El barista que me miraba ya más agradable, acariciando su barba, acercándome otro café por cortesía de la casa, y la expositora que acomodaba sus prendas modernas, más la nieve que era copiosa y luego espera, y más tarde suave, hacían que mis ojos fueran una ventana a algo diferente. Estaba en un sillón, computadora entre mis manos, y me sentía pleno.
Estaba, ahí sentado, y en cuestión que pasó el tiempo, oí unos pasos que me hicieron salir de ese trance creativo, y elevé la vista, mientras sonaba esta música...
link: https://youtu.be/L7L8hko4ExU
Podés creerme. Podés creerlo. No te juzgo, ni me juzgues. Yo también dudé hasta hoy si esto sucedió. Pero, lo concreto, es que real o no, imaginario o fáctico, es que decidí convencerme de lo que sentí y viví. Quizás entre sueños, sensaciones, obnubilado. Drogado no estaba, y el café tampoco envenenado.
Ella estaba ahí. Estaba parada, impactante y radiante. Se paró en el marco de la puerta. En línea recta nos separaban 20 pasos. Estaba vestida con una simple musculosa negra y un jean que no era para nada ajustado, como si la había stalkeado en redes sociales y algunas sesiones de fotos que había hecho. Pero, sobre todo de eso pero sin taparle nada, vestía en la sencillez de las preguntas, tenía puesta mucha seguridad.
Eso me volaba el cerebro, me estallaba la cabeza de arriba y la de abajo. Una mujer que además de un cuerpo adorable, tenía una mente seductora. Hizo una pose, pero sobre todo, me regaló una sonrisa que era magia. Y todo se acompañaba de ese ambientes calurosamente climatizados, aún cuando hacía -15 grados, permitía cosas a las que no estaba acostumbrado.
Caminó en línea recta, sin dudarlo ni esquivar el paso, acompañando la conexión recta del espacio con la mirada. Me intimidaba y me atraía. Era como dos images que se conectan, sin tocarse, obligados por leyes que van más allá de su entendimiento. Yo no reaccioné, sólo por reflejo cerré la computadora y la aparté en un costado, pero no hice más en esos segundos eternos.
Me miró desde arriba, y yo seguía sentado. Me sonrió de nuevo, y entrelazo sus dedos en mi pelo. Acariciándome, me sentí obligado a cerrar los ojos y flexionar el cuello entre sus caricias. Sentí que suavemente me invitaba en ese movimiento a acercarme, sin levantarme. Corrí suavemente con mis manos su remera, levantándola, liberando su abdomen y dándole besos. Y nada me importaba, aún estando rodeados de más gente que parecía no reparar en lo extraño de estos dos atrevidos.
El barista subió la música, bajó las luces sobre la zona central del amplio salón, y continuó puliendo las tazas. Nos estaba invitando a más.
Ella hizo el paso que le faltaba y ya encimada a mi cuerpo, se sentó en mis piernas, abrazándome, dejándose besar el cuello, apretándome sus pechos y donde la remera quería salir arrancada en cualquier momento por las manos inquietas. Pero no sabía si podía hacerlo. Hasta que ella, retirándose hacia atrás, colgándose con esfuerzo y quedando sobre el vacío que generaba entre el sillón y el suelo, empezó a levantarla recorriendo con una de sus manos desde la entrepierna hacia el borde del corpiño, como marcando una invitación...
La agarré de su cintura, y me puse en posición contraria, ahora besándole de nuevo la panza, el ombligo, hasta el límite con los pechos, y sintiendo ya que su pelvis jugaba rozando el espacio que nos separaba, buscando más contacto, y acomodándome satisfací ese deseo. Volvió a moverse, acomodándose más recta, y con ambas manos se liberó de la musculosa negra, quedando su torso sólo cubierto por el encaje negro de su sencilla lencería de diario. Me tomó de la cara, y me comió la boca como ella sabía a hacerlo.
No podía dejar de abrazarla de la cintura, de sentir mis brazos rodeando su cuerpo y ajustados a su contorno como deseando unirme en algo simbólico. Se acercó a mi oído y me dijo:
- Conocía este lugar, de hecho, vine no sólo porque también amo su ambiente. Este sillón siempre me provocó cosas que nunca pude cumplir...
- Eso que te provoca, ¿lo podemos hacer?
- Depende cuál sea tu límite. Tenemos permiso...
- ¿Y si hoy y ahora no sintiera que tengo algún límite?
- El barista, que es dueño, ya me autorizó a que seamos libres. Le mandé un mensaje en camino...
No aguanté. La agarré de la cola, la arrimé más, y con la otra mano recorrí toda la espalda hacia arriba, donde la tomé del hombro contrario y la acerqué lo más que podía para besarla otra vez.
Cuando respiramos, entre tanta euforia, me sacó la remera y no sentí frío. Por el contrario. Parecía que además de bajar las luces, subir la música, había también climatizado adecuándose al momento. Y estábamos sólo separados por las prendas de abajo y un corpiño que era diferente al que le conocía, era menos delicado, de uso diario, pero le quedaba igual de impactante.
Se levantó, manteniendo el contacto con sus dedos en mi barbilla. Y se sacó lo que quedaba de ropa, quedándose sólo con la vedetina, blanca, bien ajustada, y que marcaba suavemente sus labios mínimamente separados ya de excitación y humedad. Estaba ella radiante, y estábamos rodeados de unas seis personas. Pero nadie dejaba de hacer sus actividades. Sí, buscando entre las caras, observé alguna mirada pícara, alguna sonrisa cómplice, pero nadie se inmutaba.
Ahora, me extendía una mano, y sin decir nada, me invitaba a cambiar las posiciones... tenía ganas de bajar, de complacerla, de mimarla ante tantas sensaciones. Ese era el amor al que yo me refería, cuando es más que sexo, que chuparle la concha, es abrazarla, es sentirse pleno, y aún sin alcanzar el orgasmo. Es mirarla y se te afloje una lágrima, es adorarla y no sólo por deseo.
Mientras la besaba entre las caderas, las piernas y muslos, acercándome a los bordes de la vedetina, donde rozaba suave, como generando ese contacto más esperado, más... y concentrado en provocar, sentí unos pasos que sin distraerme, me demostraron la excitación de la libertad y lo bizarro. El barista se acercaba, sin detenerse, lo podía observar en la visión periférica, y traía una taza con mucha espuma de leche. Sentía el olor a leche, tan característico, y se la ofrecía acercándola directo a su boca, sin pedir permiso.
Ella, con las manos apoyada a 45 grados sobre el sillón, abierta de piernas y expuesta, con la boca entreabierta, seguía mirándome amí allí abajo haciendo estragos en la espera de profundizar... pero sorbió lo que le ofrecían, manchando sus labios con la espesa espuma, y relamiéndose mientras conectabamos las miradas. El sabor, seguramente endulzado por demás, la hizo conectarse con algún recuerdo o simplemente volver a relamerse por lo relajante y empalagosa. Y en un segundo sorbo, más abundante, cerró los ojos y jugó a tragar despacio, mirando ahora al cielorraso, y dejándose llevar.
El atrevimiento del dueño del bar no me había asustado, sí quizás parecido extraño, y mientras volvía a su barra, decidí limpiarle lo que quedaba de espuma en la boca. El acercamiento forzado ponía en contacto mi pecho con su entrepierna, y sentía ese calor tan cercano y fogoso, que me invitó a decidirme y bajarle lo que le quedaba de ropa íntima.
Cómo sigue la rutina hoy, a 15.000km, donde nos prometemos repetirlo:
Después de las aventuras en su departamento, tuvimos un lado más romántico y salvaje de despedida. Hasta el día de hoy, ella continúa con su novio, pero todas las semanas me dedica en su día libre unos minutos al recuerdo, cuando se toca en el jacuzzi. Me envía audios obscenos, que me hacen temblar la memoria y me ponen la pija re dura.
Por razones obvias del idioma, leyó las versiones traducidas, y aún así, me relató que le encantaron. Y hasta se atrevió de compartirlas con una amiga suya, latina. Colombiana más específicamente. Y quizás eso de puntapié a un relato en tercera persona, porque me dejaron re caliente con lo que me contaron.
Dos chicas, un champagne y este último relato... FIN.
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