No sé cuánto tiempo pasó hasta que me quedé dormido en la misma posición en la que me quedé cuando se fue Natalia. Me pareció que habría dormido horas cuando me despertaron los enfermeros para hacerme una revisión rutinaria de temperatura, tensión y reflejos. Me pusieron un goteo en una vía que había en mi brazo con algún tipo de relajante o somnífero puesto que, poco a poco pero de forma imparable me volví a quedar dormido hasta el día siguiente.
Cuando desperté estaba mi madre sentada a mi lado, preguntándome por cómo había pasado la noche, si tenía hambre y todas esas cosas. Ya se sabe, intentando normalizar una situación totalmente extraña para nosotros. Me contó que Natalia había vuelto pronto porque me habían puesto un goteo para dormir (por lo cual me enteré que estuvo vigilándome aun cuando yo no la había visto ni hecho caso). Mi madre consiguió que hablara con ella algo más que el día anterior aunque se encontró de nuevo con mi cerrojazo cuando intentaba, una vez más, interrogarme sobre qué me pasaba. A pesar de eso su ánimo no decayó y estuvo solícita y pendiente de mí en todo momento. Pero ni siquiera de esta forma consiguió que el día se me pasara rápido. Todo lo contrario. Tenía que vigilar que no me fuera de la lengua para que no sufriera más de lo que, seguro, por dentro llevaba ya la pobre.
El día siguiente fue mi padre el que no salió con el taxi para estar conmigo todo el día. Estuvo paseando conmigo por el ala del hospital (no me dejaban salir) mientras hablábamos. Él, sin embargo, no quiso saber qué me pasaba pero sí que hizo mucho hincapié en intentar “averiguar” si mis tendencias suicidas persistían. Estuvimos hablando un poquito más que con mi madre el día anterior y debió de notar que mis ganas de morir debían habérseme pasado. Ciertamente no iba a volver a intentarlo viendo de primera mano el sufrimiento que causaría, amplificado además por la culpabilidad que tendrían por no haber sido capaces de evitarlo.
Ese día decidí mi futuro. En vez de irme del mundo para siempre me tendría que bastar con alejarme de ellos. Viendo la tele, en una película un hombre se alistaba en la Legión Extranjera para huir de la justicia de su país. Yo haría algo similar. Decidí que me apuntaría al ejército a terminar mi carrera y a, valga el símil, hacer carrera en él a ser posible en algún sitio como embarcado en un barco, en una base o embajada fuera de España. Así me alejaría de todos pero sin hacerles daño.
Al día siguiente volvió mi madre contrariamente a lo que suponía, ya que yo imaginaba que iría Natalia. Me contó que dijo que estaba un poco cansada (aunque ella pensaba que estaba algo afectada aún) porque estaba muy seria pero que ya volvería a verme. A la pobre la di otra bofetada cuando recibió la noticia de mi decisión, cortándola la alegría que la debió dar mi padre ante mi actitud del día anterior. Me interrogó ahora en serio. Quiso saber sí o sí los motivos reales de esa decisión. Directamente no la contesté pero la dije que no estaba dispuesto a que ellos volvieran a pasarlo mal por mi culpa pero que las razones que me habían llevado a esa decisión no habían desaparecido, que eran reales y no comeduras de cabeza y que no veía otra alternativa que marcharme muy muy lejos. No para siempre pero sí para bastante tiempo. Mi madre se quedó callada, mirándome seria (no enfadada) e intentando evaluarme. Me preguntó si era una decisión firme, contestándola yo que quizás, y sólo con la mediación de un milagro, me lo replantearía.
Ese día ambos estuvimos más callados que la vez anterior. Mi madre me miraba calculadora durante todo el tiempo, haciendo notar mi ausencia de sentimientos. Esto lo dijo porque vimos la tele y en ningún momento, pese a ver programas ciertamente cómicos y también muy tristes, mi rostro permaneció totalmente inexpresivo, apático a cuanto me rodeaba. Incluso notó los momentos en los que parecía que veía la tele pero en realidad mi mente volaba por otros lugares (concretamente por el por qué no habría ido Natalia, si me odiaría, me vería aún más enfermo o qué).
Estuve ingresado una semana en el hospital, hasta que el psiquiatra dictaminó que no parecía un riesgo para mí mismo y, tras suscribir la medicación y dar las recomendaciones de alta, me fui con mis padres a casa. Desde aquel día no había vuelto a ver a mi hermana, creándome un desasosiego muy alto. Aunque pensaba que eso quizá fuera mejor. Si no la veía no tendría que retomar la “conversación” del hospital y podría ver tranquilamente las opciones para irme de casa. Mi padre no decía nada, aparentando que había “delegado” el problema a mi madre. Ella no había vuelto a sacar el tema. De hecho, me llamaba mucho la atención su mutismo. Y ya de Natalia no digo nada porque seguí sin verla aun estando ya en casa (pero no porque me esquivara sino porque no coincidimos).
Esto duró otros cuatro días, justo hasta el fin de semana. Me sorprendí cuando me dijeron mis padres que ellos no tenían más remedio que salir de casa todo el fin de semana y que me quedaría solo con Natalia así que, por favor, la hiciera caso y que no la diera problemas. Dicho y hecho, me dijeron esto el viernes por la noche y el sábado por la mañana se iban mis padres, quedándonos Natalia y yo solos. Ciertamente me chocaba mucho esta muestra de confianza o ese “desentenderse” de mis padres estando tan cerca la fecha de mi intento de suicidio, aun habiéndoles jurado y perjurado que no lo volvería a hacer.
Natalia y yo estábamos viendo cómo se marchaban mis padres cuando me dijo:
– Coque, vamos al salón. Tenemos que hablar muy seriamente. Y mucho.
– Creo que no deb… –me cortó tajante.
– No te lo he pedido. Si prefieres verlo así, es una orden. Tengo que hablar contigo y no puedo ya demorarlo ni un minuto más. Ya no puedo guardarlo dentro más tiempo…
Asentí. Sabía que en algún momento tenía que pasar y decidí coger el toro por los cuernos y hablar con ella. Al fin y al cabo, es mi Nata y pese a todo eso se lo debo al menos. Tan pronto nos sentamos en el sofá empecé a hablar.
– Bueno. Hablaremos pero, si me lo permites, déjame que empiece yo y que lo haga del tirón porque, si no, creo que seré incapaz de terminarlo.
– Bueno, vale. Te escucho. Luego hablaré yo.
– Gracias Nata. Lo primero que quiero decirte es que si piensas que intenté matarme por tu causa, que no por tu culpa, te lo tengo que admitir. Sé que te diste cuenta perfectamente el otro día, cuando se me escapó lo que no debía haberse sabido, y que imagino lo que estarás pensando de mí. Y tienes toda la razón. Nadie se desprecia más que yo por no haber sido capaz de separar el amor filial que te debía como hermano de lo demás. No podía más con todo ello y, quizás de forma cobarde, decidí no seguir sufriendo.
– ¿Desde cuándo…? –se quedó callada, invitándome a seguir.
– Creo que desde siempre. Cuando me di cuenta estuve pensando mucho tiempo y llegué a la conclusión que te quiero como mujer desde que tengo uso de razón. Ahora creo que si estaba siempre junto a ti era para, al menos en parte, sentirme a tu lado. Incluso las chicas que siempre me han llamado un poco la atención se te parecían, si no en el físico, sí en el carácter y en la forma de ser. Pero el punto de inflexión fue cuando, hace unos meses, te vi haciendo sexo con el gilipollas de tu ex. No es que te viera distinta en ese momento, aunque también. Es que me sentí… no sé explicarlo, como si me atenazara el pecho una garra helada. Al principio me cabreó su forma de tratarte pero, pocos días después, era una desazón más profunda. Me di cuenta que eras una mujer que pronto echaría a volar y que ya no sería yo quien estuviera a tu lado. Y eso me fue minando hasta que supe diferenciar el motivo que no era otro que el más básico de los sentimientos y es que te quería sólo para mí. Yo quería ser tu hombre y que tú fueras mi mujer y que nadie se metiera entre nosotros. Y a lo largo de estos meses ese sentimiento no ha hecho más que aumentar. Sé que no es posible y, ante la posibilidad de no tenerte, preferí no seguir… –la palabra “viviendo” se quedó muda en mis labios. Nata miraba mis ojos, expectante a mis palabras. – Pero he fallado y veo que no puedo ser responsable de otro disgusto como el que os he dado a todos. No puedo volver a ser tan canalla. Por eso he decidido que me iré lo más lejos que pueda, para intentar serenarme, y he decidido seguir la carrera en el ejército. Cuando pueda, me enteraré qué rama me interesa más para mis fines y me iré. Seguiremos en contacto pero espero que la distancia me ayude a mitigarlo.
Natalia me miraba. Por un lado me sentí mejor al poder sacarlo todo fuera pero, aun así, el sentimiento de culpa no me abandonaba, sumando además el de vergüenza y temor ante lo que pensara mi hermana. En conclusión, que seguía jodido y bien jodido…
– Ahora me toca a mí, ¿no? –asentí– Bien. Lo primero que tengo que decirte es que me has defraudado bastante. A pesar de conocerme de toda la vida, de saber que siempre has podido hablar conmigo de cualquier cosa, que podías contar conmigo y no lo has hecho. Tampoco me esperaba que fueras tan poco considerado con los que te quieren y que no te respetaras aunque sólo fuera por ellos. Y lo peor, que no tuvieras tan poco carácter como tomar la vía más cobarde. Conste que no digo la más fácil porque hace falta echarle huevos para quitarse la vida, pero es lo más fácil si lo comparas con sacar pecho y luchar por lo que quieres.
Bajé la cabeza. No podía mantenerla erguida y mirándola a los ojos. Si bien era un palo sobre otro palo hacia mi persona, no puedo negar que tuviera toda la razón. Yo mismo ya me había dado antes ese discurso. No pude decir más que un lacónico “Lo sé” y seguir aguantando el chaparrón de Natalia.
– No te voy a decir que esto sea una cosa normal. Tampoco es que sea extraño pero sí es inusual. Pero eso ahora no me importa. Lo único que quiero es que me jures por lo más sagrado que consideres que nunca te dejarás rendir así otra vez y que lucharás contra todo y todos por nosotros.
¡Espera? ¡¡¿Qué?!! No he podido oír bien lo que acaba de decir Natalia o lo he sacado de padre, madre y hasta de abuela. La cara que debo tener tiene que ser de pánfilo total porque Nata no puede evitar, a pesar de la tensión que leo en sus ojos, en sonreír ante mí. Es que debo parecer tonto con la mandíbula descolgada y ojiplático total…
– Q… ¿Qué? ¿Cómo? Debo haberte entendido mal. ¿Quieres decir que…?
– Mira Coque. Estos días, si tú has estado pensando, yo no me he quedado a la zaga. No te voy a decir que me dejaste totalmente bloqueada, porque menudo mazazo me diste, hermanito. Pero, aunque no lo quería creer al principio, me he dado cuenta que a mí me ha pasado algo muy parecido. Siempre has sido mi compañero en todo y creo que he generado una dependencia a ti. Te quiero mucho, y no te puedes imaginar qué sentí cuando te encontré como lo hice. Lo primero que pensé es que te perdía y no podía pensar en que no estuvieras más a mi lado, como siempre… sentí pánico a verme sola. Estoy de acuerdo que es algo anormal, pero he tenido tiempo de documentarme y las relaciones entre hermanos no son tampoco tan raras aunque, por razones obvias, sí se suelen mantener ocultas. Y he llegado a la conclusión que quiero estar a tu lado, que ciertamente nadie me querrá nunca jamás en la vida más que tú y que, aunque nunca me lo había planteado, yo también te quiero a ti con un sentimiento que va más allá del amor filial entre hermanos.
Esto lo dijo mientras acariciaba mi cara con ternura. Nadie se puede siquiera imaginar el efecto balsámico para mi ánimo que aquella sutil caricia ejerció sobre mí. Suspirando profundamente sólo pude cerrar los ojos y ladear la cabeza hacia su mano, algo que no evitó que surgieran dos lágrimas que Natalia quitó tan tiernamente como me acariciaba. Al abrir los ojos su cara me pareció que iluminaba como el sol, con una dulce sonrisa y un gesto tranquilo que me llegó hasta la más profunda fibra de mi ser. También yo subí mis manos para acariciar una mejilla y el cuello, sintiendo el cálido tacto de su piel en la punta de mis dedos, cerrando ella a su vez los ojos.
No puedo calcular el tiempo que estuvimos acariciándonos dulcemente, sin prisas ni nervios. Lo hicimos por la cara, cuello, brazos, costados,… hasta que fue inevitable que nuestros cuerpos se fundieran en un abrazo mientras seguíamos con las caricias. Sin prisas. Ese momento era para los dos y teníamos todo el tiempo del mundo para disfrutar del tacto del cuerpo amado. Pero que nadie piense mal porque en ningún momento nuestras caricias traspasaron el umbral hacia lo sexual. Ya llegaríamos a eso. Ahora sólo queríamos sentirnos mutuamente, como no habíamos estado en los últimos meses por mi comportamiento. ¡Dios mío, cuánto tiempo echando de menos el cariño de mi Nata!
Evidentemente seguimos hablando. Y, por supuesto, la juré que nadie en el mundo (más que ella) la separaría de mi lado, que estaríamos juntos hasta que ella quisiera. En ningún momento dejamos que mantener el contacto con el otro, bien cogiéndonos de las manos, bien acariciándonos, bien abrazándonos. Hasta que llegó el momento en que nuestros labios se juntaron. La suavidad de los suyos me embriagó de amor e incluso nos hizo estremecer a ambos (hasta en eso nos parecíamos). Recorríamos la cara mientras nos besábamos en un beso tierno de amantes. Tampoco soy capaz de saber con certeza el tiempo que nos estuvimos besando. Tampoco importaba nada el tiempo en ese momento. Sólo sé que, tras un rato, Nata se sentó a horcajadas sobre mí para seguir con el beso, aprovechando ambos para aumentar la superficie que nuestras manos acariciaban. Tampoco sé en qué momento perdimos la dirección vertical. En un momento de lucidez me di cuenta que estábamos tumbados en el sofá, Nata sobre mí, mientras nos besábamos.
Tras un rato (¿cuánto de largo?) Nata se incorporó un poco, mirándome con sus dos luceros de ojos y un gesto sosegado, preguntándome.
– ¿Qué? ¿Cómo te sientes?
– En la gloria. Nunca creí que llegara este momento y ahora soy feliz. Y te juro que te haré tan feliz como lo soy yo aunque me cueste la vida.
– Por favor, no pongas esa comparación. En nuestro caso puede tener otro significado. –aunque me reprendió con gesto dulce, ahí quedó dicho.
– Tienes la boca atascada de razón. –la dije– ¿Qué te parece “aunque me cueste sangre, sudor y lágrimas”.
– Un poco melodramático, pero me puede valer. Pero no me refería sólo a eso. ¿Te sientes preparado para dar el siguiente paso? –me preguntó un poquito seria.
– Soy muy tonto porque no sé a cuál te refieres. –la respondí francamente sorprendido.
– ¿Quieres hacerme el amor? –se puso un poco roja a pesar de la determinación de sus palabras.
– Pues no lo sé sinceramente, porque nunca creí siquiera que llegara ni a besarte…
Natalia se puso de pie a mi lado y extendió el brazo, llamándome con la mano a que se la cogiera, cosa que hice. Tiró de mí para que me levantara y con paso lento, pero decidido, me llevó a su habitación.
De pie delante de su cama me cogió las manos y las llevo a sus pechos, acariciándoselos ella misma. Noté que sus pezones se iban endureciendo a pesar de estar por en medio una camiseta y un sujetador que noté que era de los que tenían la copa con un ligero relleno. Cuando se cercioró que ya la acariciaba yo solo, llevando sus manos a la espalda, soltó el broche del sujetador y, cogiendo la camiseta por abajo, se sacó ambas prendas por la cabeza dejando sus pechos desafiantes a las leyes de la gravedad frente a mí. No hizo falta que volviera a cogerme las manos. Yo mismo volví a tomar sus libres pechos mientras volvía a besarla. Sólo que esta vez, quizá por el aumento de la pasión que empezábamos a sentir, nuestras lenguas sí se unieron en su particular baile de amor, enroscándose entre ellas dulcemente, sin prisa, pero con ardor y sobre todo, sentimiento.
Mientras yo acariciaba sus pechos y pellizcaba sus picudos pezones, ella se dedicó a bajarme el pantalón que llevaba, arrastrando con él mi bóxer, dejando exhibido mi endurecido pene que empezó a acariciar con mimo y delicadeza. ¡¡Dios, qué sensación!! No sólo el morbo del momento, no. Era ella. Nata me estaba llevando al País de las Maravillas. Todo era por ser ella mi partenaire. Imité sus movimientos, soltando torpemente el botón de sus vaqueros bajándoselos y también arrastrando su tanguita. Ella me terminó de quitar la parte de arriba de la ropa para quedar los dos en igualdad de condiciones, o sea, desnudos por completo.
Delicadamente, empujando sobre mi pecho, Natalia me tumbó sobre su cama, poniéndose encima de mí. Llevó su mano derecha hacia mi tieso miembro y lo guió a la entrada de su gruta, insertándolo lentamente pero hasta el final, cuando nuestros vellos púbicos hicieron contacto. Mi hermana tenía un poquito de pelo, digo yo porque al no tener novio no querría depilárselo entero como solía hacer, algo que a mí me daba igual. Aunque reconozco que en ese momento me encantó la sensación de sus cortos pelitos clavándose sobre mí.
Nos movíamos acompasadamente, despacio (no había prisa alguna) y gozando de la sensación del contacto de nuestros mutuos sexos. Notando nuestro calor. Percibiendo la humedad. Seguíamos besándonos como si el mundo se fuera a acabar no tuviéramos que darnos todos los besos antes que sucediese. Natalia se movía sobre mi polla y al estar apoyada sobre las manos, no podía acariciarme. Pero yo no tenía ese problema. Mis manos no paraban quietas acariciando sus pechos, espalda, cuello, enredando lo dedos en su pelo que caía al lado de su hermosa cara casi llegando a la mía, sus laterales con movimientos desde las axilas hasta donde podía tocar sus piernas, su duro culito,… Es decir, la tocaba a toda ella, rasguñando con las uñas para incrementar la sensación. Y debía surtir efecto porque notaba perfectamente cada respingo que daba Nata al ejercer más presión sobre mi polla en su interior. Al estar tan centrado en las caricias me permitía “distraerme” un poco y no dejar que mi orgasmo llegará tan rápido como lo hizo con Natalia. Gimiendo bajito (sí, nosotros somos más bien silenciosos) noté perfectamente la llegada de su placer como llega un coche a toda velocidad por una autopista. Primero empecé a ver sus señales, viendo cómo se acercaba cada vez más rápido hasta que el cuerpo de Nata se tensó sobre el mío, arqueando la espalda y apretándome de tal manera que precipitó el mío al poco tiempo.
La ventaja que tuve al suceder así es que mi orgasmo fue un “medio orgasmo” como los llamó yo. ¿Qué quiero decir? Sencillo; sí me corrí pero no con todo lo que almacenaba en mi interior, siendo además un poco más flojo que los normales. Pero como me conozco, sé que si no aumento la sensación se me bajaría igual, algo que no quería que ocurriera puesto que, lo que de verdad era mi deseo, quería dar el máximo placer a mi mujer…
¡Sí! ¡Qué coño, mi mujer…! Nata ya era mi mujer y lo sería para siempre. Y queriendo “marcar territorio”, masculinamente hablando, empecé a moverme con saña y velocidad en el interior de ella. Al estar todavía bajo los efectos de su propio placer Natalia no pudo defenderse de mi ataque, teniendo que limitarse a seguir gimiendo y gozando de mi movimiento en su interior. Me llevé la grata sorpresa de ver que mi amada volvía a culminar una vez más sólo que esta vez pareció quedarse en el momento álgido o a sufrir varios orgasmos consecutivos de nivel medio (lo digo así porque ni siquiera ella es capaz de diferenciarlo). Su placer, una vez más, se tradujo en un aumento de la presión de su vagina sobre mi congestionado miembro, que no tuvo más remedio que liberar ya el resto del semen de mi interior, chapoteando con la mezcla de nuestros elixires y haciendo que, al notarlo, estallara la explosión definitiva en el cuerpo de mi querida hermanita. Poniendo los ojos en blanco y engarfiando las uñas sobre mi pecho soltó una especie de mugido o gran exhalación, cayendo totalmente inerte sobre mí que trataba como podía de volver a recuperar un ritmo respiratorio normal. Nuestros cuerpos se hallaban totalmente sudados pero satisfechos.
Tumbándose a mi lado se giró sobre su costado, mirándome con infinita ternura y amor, totalmente correspondido por mi lado. No hablamos. Nos dimos unos tiernos besos y, sin darnos apenas cuenta, nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro.
Desperté varias horas después de la mejor forma posible, con el cuerpo desnudo de Natalia abrazado al mío propio. Su cara de paz me maravilló. Es una belleza siempre pero era la primera vez que la tenía dormida tan cerca y tan hermosa como se la veía en este momento. Si aún quedaba algo en mi cuerpo que no la amara, esto había sido corregido al verla de semejante guisa.
La estuve mirando embelesado durante un buen rato hasta que por fin abrió sus preciosos ojos color esmeralda. Os juro por lo más sagrado que la sonrisa que me dedicó haría fundir el acero más templado. ¡Dios, qué guapa es mi niña! (creo que me estoy repitiendo, ¿no?). Volvimos a besarnos y a hacernos arrumacos. Aunque me sentía feliz, aún me quedaba una pequeña duda que me roía por dentro.
– ¿Nata, te arrepientes de lo que hemos hecho o… no sé, algo?
– No. Si me quedaba algún tipo de reparo se ha esfumado por completo. Te juro que lo que me has hecho sentir al hacerme el amor no lo había sentido nunca. Y no me refiero al sexo, sino a todo. El polvo que me has echado ha sido el mejor de toda mi vida pero el sentimiento que he tenido mientras lo hacíamos no lo sentí nunca. Ahora mismo, si me preguntaran, sólo podría decir que me siento plena a tu lado, que no deseo nada más en la vida que seguir a tu lado. Y te juro que lo que diga cualquiera me la trae al fresco.
Oírla decir eso me despejó cualquier duda. Y mi determinación era la misma. Ahora que nuestros sentimientos estaban claros y perfectamente definidos, NADA sería capaz de separarnos, sólo la muerte e incluso, sobre eso, tenía mis dudas.
– ¿Cómo se lo vamos a contar a nuestros padres? Estoy seguro de lo que quiero y de que nada podrá ya separarme de ti.
– Bueno, no te preocupes de eso por ahora. –me dijo con una enigmática sonrisa que me hizo pensar que ella ya tenía la solución para ese tema.– Lo que tienes que hacer ahora es volver a amarme, hombre mío.
Y diciendo eso se abrazó de nuevo a mí, volviendo a comerme los labios con los suyos y buscando mi lengua con la suya. Había pasado el suficiente tiempo como para recargar mi “arma amatoria” que volvió a ponerse igual de dura que el asta de una bandera. Natalia dejó mi boca y bajó a mi pecho, dándome tiernos mordiscos a mis pezoncillos que se endurecieron por sus caricias. Siguió bajando por el suave vello de mi pecho hasta que llegó a mi entrepierna. Ante mi sorpresa y ningún tipo de consideración, se embutió mi falo hasta que llegó a su garganta de igual manera a como hicimos el amor anteriormente. Es decir, sin prisas pero con decisión y sin importarle que estuviera algo sucia por nuestro encuentro anterior.
Subía y bajaba de forma sensual, usando su lengua para estimular el trozo de pene que mamaba en cada momento. Cuando llegaba a su tope sacaba un poco la lengua para acariciar la polla que no era capaz de comerse sin dejar de mirarme a los ojos. Cuando sus labios llegaban hasta el glande cuando retrocedía, con sus carnosos labios hacía como si me diera un chupetón y luego relamía la rajita de mi polla con la lengua. Os juro que es la visión más erótica que se puede tener en la vida. No me dejó hacerla nada y siguió con esas maniobras. ¿Y quién es el guapo que aguanta el tipo ante tamaña mamada? Yo, desde luego, no. La aguanté apenas 5 minutos antes de llegar al punto de no retorno. Intenté que se quitara ante mi inminente orgasmo pero no me dejó. Volvió a hacer lo de los chupones sobre mi glande dejando el máximo de boca libre para recibir mi leche, que sin tardanza empezó a salir a borbotones llenando su cavidad. Puedo decir sin exagerar que sentía casi que se me iba la vida en cada trallazo de leche que salía de mis huevos. Conté seis disparos en total, cuatro fuertes y dos devastadores (los dos primeros) que hicieron que me tensara como la cuerda de una ballesta.
Cuando Natalia comprobó que ya no salía nada de mí, abrió la boca enseñándome la isla que hacía su lengua en el mar de mi leche y, guiñándome un ojo, se lo tragó todo haciendo más ruido del característico. Menuda mamada.
Ahora era mi turno, claro. La besé notando aún el sabor de mi leche en su boca y, mientras lo hacía, conseguí que se tumbara sobre la cama, situándome yo encima. Al igual que ella dejé sus labios para ir bajando por el resto de sus puntos erógenos. Esto queda muy bien escrito pero os recuerdo que los puntos sensibles de las mujeres son bastantes más que los de los hombres. Traducción, mucho trabajo por mi parte pero… bendito trabajo.
Primero jugueteé con los lóbulos de sus orejas, echándola suaves ráfagas de aliento sobre los oídos cuando estaban bien mojados, provocando en ella escalofríos y que se la pusiera la carne de gallina. Para que no fuese muy monótono y por su cercanía también jugué con su cuello de la misma forma. Natalia ya jadeaba quedamente ante mis caricias. A todo esto, empecé a acariciar y a jugar con sus pechos (que descubrí que son más sensibles de lo normal), dando pequeños pellizquitos en los pezones o arañando con suavidad los mismos con las uñas, volviendo loca a Natalia.
Cambié de caricias, dedicándome a su vientre mientras seguía trabajando los pechos con las manos, metiendo la lengua en su ombligo aumentando sus escalofríos (sí, reconozco que fui un poquito cabroncete) mientras la acariciaba los costados y el vientre alternativamente. Así estuve hasta que me pidió ronca de placer que no la hiciera sufrir más y, como buen chico, sus deseos fueron órdenes.
Enterré mi voraz lengua en su coñito, embriagándome con el fuerte licor que destilaba entre la excitación del momento y el conjunto de nuestros fluidos de la anterior vez. Lejos de sentir asco me pareció el más sabroso de los elixires. Alternaba las caricias a su clítoris con introducciones de mi lengua en el interior de su vulva, en un movimiento de imitación de estar recolectando, haciendo que sus gemidos se tornaran sincopados. Viendo que estaba muy excitada y que me sería fácil volverla loca, me centré en suaves caricias en su botón de placer, sin forzarlo ni apretarlo en exceso, simultaneando con la introducción de, primero uno y después dos, dedos en su interior, buscando su punto G al que localicé por sus rugosidades. Fue automático. Moví con rapidez los dedos de izquierda a derecha sobre su punto G mientras mi lengua se enroscaba sobre su clítoris, sorbiendo con delicadeza pero con decisión.
Natalia llegó a un orgasmo fortísimo. Pero en su punto álgido seguí con mis maniobras, aumentando la fuerza de la lengua y añadiendo un movimiento de follada al que ya tenían mis dedos. El resultado para ella fue demoledor. Soltó de su interior una cantidad de jugos que parecía que se orinaba en lugar de correrse amén de tensarse como una vara. Bajé la intensidad de mis caricias para que reposara y disfrutara de las últimas dos corridas. Era delicioso verla como estaba, con un intenso rubor en la piel, la frente con un poco de sudor y con una sonrisa de felicidad.
Cuando se calmó un poco, mirándome con ojos que presagiaban más lujuria todavía, se volvió a meter mi pene en la boca para volver a ponerlo en forma, algo difícil puesto ya había conseguido “secarme” previamente y mi miembro no pasaba del estado morcillón. Y así se lo hice notar.
– No vas a conseguir que se ponga dura en un buen rato. Me has destrozado antes y necesito descansar un poco. –la dije poniendo cara forzada de cansancio, intentando aumentar la convicción de mis palabras.
– No te lo crees ni tú. Voy a follarte otra vez y quiero volver a sentirme llena de tu leche.
– Bueno. Si quieres conseguir agujetas en los mofletes… –sonreí pícaramente.
– No sabes todavía con quien te la estás jugando, “nenito”.
Volvió a la carga. Al estar mi polla sólo morcillona se la metió toda entera en la boca, manteniéndola profundamente mientras me miraba a la cara. La imagen era súper excitante… pero seguía sin empalmarme por completo. Natalia intentó otra jugada. Empezó a alternar la mamada con comerse mis huevos. Los metía en la boca, acariciándolos con la lengua, primero uno, luego el otro… Eso sí que tengo que reconocer que no me lo habían hecho nunca y que me estaba volviendo loco. Mi pene reaccionó un poco, tornándose más duro pero sin llegar a su esplendor.
Entonces Natalia hizo su jugada definitiva. Alternó ya las caricias a mi polla y huevos con jugar con su lengua en mi ano, empapando mi ojete. Aunque no lo vi en el momento, también se encargó de lubricarse el dedo anular. Volvió a meterse la polla en la boca, hasta el fondo, y mientras me miraba a los ojos me empezó a penetrar con su dedo por el culo. No sabía que mi hermana sabría buscar el famoso punto “P” de los hombres pero, esa maniobra decantaba que buscaba estimular mi próstata desde el interior de mi ano. Y lo logró. Dándome un gusto nunca antes experimentado mi falo llegó a su máximo esplendor (y si fuera posible diría que incluso parecía haber crecido y engrosado). Natalia siguió un poco más con la estimulación hasta que consideró que ya valía y, una vez más, apuntó con mi pene en su vagina y se acuchilló de un tirón hasta el fondo. Además lo hizo no medio tumbada encima de mí, como antes, sino en cuclillas consiguiendo mayor movilidad. La sujeté por sus caderas y culo para evitar que se pudiera salir mi pajarito de tan cálido nido y ayudarla con los movimientos amatorios.
Ésta vez sí que fue un polvo salvaje del todo. Natalia saltaba sobre mi polla parando cuando se juntaban nuestros cuerpos y cuando mi polla estaba a punto de salirse de su interior. Buscando, además, aumentar su placer no paraba de estimularse el clítoris hasta que noté que estaba a punto de correrse. Pero yo ya, presa de la pasión, necesitaba tomarla de otra forma. La bajé de encima de mí e hice que se pusiera en la posición de perrito. Poniéndome tras ella, me metí dentro hasta los huevos, iniciando una follada desbocada. La encantó esta postura porque ya no gemía tan quedamente como antes sino que lo hacía de forma alta, sin gritar pero sí más audible. Seguía estimulando su clítoris porque notaba que, de vez en cuando, aprovechaba también para llegar a mis huevos y acariciarlos cuando se unía mi pubis al suyo. Poco tiempo después se desataron nuestros orgasmos. En este caso Natalia sólo tuvo uno pero bastante largo y fuerte (según me dijo ella) que coincidió cuando la poca leche que quedaba en mí rellenó por última vez su vagina.
Ambos estábamos exhaustos. Pero felices, muy felices. Nos volvimos a abrazar y a comernos a besos mientras nuestros cuerpos (y la habitación en general) emanaban un olor a sexo fuerte. ¿Cómo no iba a ser así si estábamos pringosos de arriba abajo? Cogidos de la mano nos dirigimos a la ducha dejando abierta la ventana para ventilar la habitación. En ella (la ducha me refiero) seguimos besándonos mientras nos frotábamos mutuamente nuestros cuerpos con las manos, pasando de las esponjas (lo siento Bob) y dejando pasar las palabras ya que eran innecesarias. Sólo teníamos que besarnos y mirarnos.
Así estuvimos todo el fin de semana hasta que volvieron nuestros padres. Y me vais a permitir que dejé el resto de lo que ocurrió sólo para nosotros dos, más que nada porque sería repetir muchas veces lo anterior.
Cuando volvieron nuestros padres yo estaba nervioso, por no decir que acojonado vivo. Natalia, sin embargo, aparentaba estar tranquila e incluso divertida por mi acojone. Nada más entrar por la puerta y besarnos ambos, mi madre dijo.
– Bueno. Parece que han ido las cosas bien por aquí. Os veo muy buena pinta a los dos. –esto último lo dijo con un énfasis especial mientras me miraba. Algo debió notar y me empezaron a dar las mil cosas en pensar que mi madre detectara algo antes de que me diera tiempo a pensar cómo les venderíamos la moto. Pero ante mi asombro, Natalia se me adelantó.
– Bien. Muy bien de hecho. Coque y yo lo hemos arreglado todo y ya te puedo decir que está todo encarrilado.
– ¿Entonces? –mi madre hizo esta pregunta con cara un poco ansiosa.
– Bueno. Ya se le ha pasado toda la caraja a éste –me señaló– y no se va a ir a ningún sitio. Por lo menos no sin su pareja…
Sudores cayeron por mi frente, amén de estar con la boca abierta y los ojos como platos ante el desparpajo de mi hermana aunque ya fue mi madre la que terminó de rematarme.
– Entonces se puede decir que sois pareja formal, ¿no?
– Sí, mamá. Hemos definido de forma clara nuestros sentimientos y ambos son correspondidos. Y ese fue el problema de Coque, que no lo afrontó bien y no me dijo nada. Si no, nada habría pasado.
– Bueno. No puedo decir que me haga muy feliz la situación, pero dado lo ocurrido creo que es la menos mala de todas las opciones. Sólo necesitaremos un poco de tiempo tu padre y yo para hacernos a la idea pero, desde ahora, deciros que tenéis nuestro apoyo y comprensión. Ante todo deseamos la felicidad de nuestros hijos y si para ello es necesario esto, que así sea. Dadme un beso los dos.
A pesar de estar pétreo al entender lo que se había hablado, no pude hacer otra cosa que abrazarme a los dos, a mi madre y a mi padre, mientras mis lágrimas salían libres. Sí, reconozco que seré un poco llorón pero reconoced que la situación es muy muy muy fuerte. Ahora sí me sentía liberado y sólo me faltaba que mi hermana se abrazara a nosotros, cosa que hizo a un gesto mío, llorando los cuatro.
Puedo decir muchas de las cosas que nos dijimos en esa tarde de domingo pero, para no hacer ya más largo aún este relato, decir sólo que me enteré que mi hermana se lo contó a mi madre cuando se me escapó decirla que la quería. Estuvieron hablando mucho y, con la ayuda de mi madre, Natalia también consiguió aclarar sus propios sentimientos. De hecho, fue un ardid de mi madre el dejarnos el fin de semana para poder hablarlo todo aunque no se esperaba que al final fuese todo tan rápido. Hemos quedado en que ambos terminaremos nuestras carreras y, en cuanto podamos, nos iremos a vivir juntos a un piso en otro barrio donde no nos conozcan para poder hacer vida de pareja. Pensamos en cambiar de ciudad pero no es necesario al ser grande y tampoco queríamos separarnos de nuestros padres. Con un poco de tiempo se hicieron a la idea y dentro de casa nos tratan como si fuéramos una pareja normal, cosa que agradecemos ya que bastante debemos disimular día a día.
También hemos llegado a un pequeño acuerdo con ellos. Siempre que mantenemos relaciones lo hacemos cuando ellos no están en consideración a lo que podrían sentir. Aunque también reconozco que ambos procuran dejarnos “el camino libre” bastantes veces. Natalia se ha destapado como una auténtica fiera. La gusta todo a la jodía y, en cuanto me pilla por banda, me deja más escurrido que la ropa del tendedero en verano. Descubrió que la gustaba que a veces la tratara más bruscamente, como si fuera una puta barata, con humillaciones verbales y sexo duro, incluyendo el sexo anal (que la encantó cuando lo probó). Aunque también es cierto que, después de toda la fogosidad, la última relación que mantenemos es lo que se llama “hacer el amor” con toda su extensión. Es el polvete más largo, tranquilo y placentero puesto que somos capaces de estar una hora con él, buscando sólo el contacto de nuestros cuerpos y la unión de nuestras almas.
Al final, después de todo, puedo decir que sé que seré el hombre más feliz de la tierra junto a mi mujer que no es otra que mi dulce, preciosa, cariñosa e increíble hermanita Natalia. Y sabré esforzarme para conseguir también su felicidad… hasta que la muerte nos separé y quizá más allá.
Cuando desperté estaba mi madre sentada a mi lado, preguntándome por cómo había pasado la noche, si tenía hambre y todas esas cosas. Ya se sabe, intentando normalizar una situación totalmente extraña para nosotros. Me contó que Natalia había vuelto pronto porque me habían puesto un goteo para dormir (por lo cual me enteré que estuvo vigilándome aun cuando yo no la había visto ni hecho caso). Mi madre consiguió que hablara con ella algo más que el día anterior aunque se encontró de nuevo con mi cerrojazo cuando intentaba, una vez más, interrogarme sobre qué me pasaba. A pesar de eso su ánimo no decayó y estuvo solícita y pendiente de mí en todo momento. Pero ni siquiera de esta forma consiguió que el día se me pasara rápido. Todo lo contrario. Tenía que vigilar que no me fuera de la lengua para que no sufriera más de lo que, seguro, por dentro llevaba ya la pobre.
El día siguiente fue mi padre el que no salió con el taxi para estar conmigo todo el día. Estuvo paseando conmigo por el ala del hospital (no me dejaban salir) mientras hablábamos. Él, sin embargo, no quiso saber qué me pasaba pero sí que hizo mucho hincapié en intentar “averiguar” si mis tendencias suicidas persistían. Estuvimos hablando un poquito más que con mi madre el día anterior y debió de notar que mis ganas de morir debían habérseme pasado. Ciertamente no iba a volver a intentarlo viendo de primera mano el sufrimiento que causaría, amplificado además por la culpabilidad que tendrían por no haber sido capaces de evitarlo.
Ese día decidí mi futuro. En vez de irme del mundo para siempre me tendría que bastar con alejarme de ellos. Viendo la tele, en una película un hombre se alistaba en la Legión Extranjera para huir de la justicia de su país. Yo haría algo similar. Decidí que me apuntaría al ejército a terminar mi carrera y a, valga el símil, hacer carrera en él a ser posible en algún sitio como embarcado en un barco, en una base o embajada fuera de España. Así me alejaría de todos pero sin hacerles daño.
Al día siguiente volvió mi madre contrariamente a lo que suponía, ya que yo imaginaba que iría Natalia. Me contó que dijo que estaba un poco cansada (aunque ella pensaba que estaba algo afectada aún) porque estaba muy seria pero que ya volvería a verme. A la pobre la di otra bofetada cuando recibió la noticia de mi decisión, cortándola la alegría que la debió dar mi padre ante mi actitud del día anterior. Me interrogó ahora en serio. Quiso saber sí o sí los motivos reales de esa decisión. Directamente no la contesté pero la dije que no estaba dispuesto a que ellos volvieran a pasarlo mal por mi culpa pero que las razones que me habían llevado a esa decisión no habían desaparecido, que eran reales y no comeduras de cabeza y que no veía otra alternativa que marcharme muy muy lejos. No para siempre pero sí para bastante tiempo. Mi madre se quedó callada, mirándome seria (no enfadada) e intentando evaluarme. Me preguntó si era una decisión firme, contestándola yo que quizás, y sólo con la mediación de un milagro, me lo replantearía.
Ese día ambos estuvimos más callados que la vez anterior. Mi madre me miraba calculadora durante todo el tiempo, haciendo notar mi ausencia de sentimientos. Esto lo dijo porque vimos la tele y en ningún momento, pese a ver programas ciertamente cómicos y también muy tristes, mi rostro permaneció totalmente inexpresivo, apático a cuanto me rodeaba. Incluso notó los momentos en los que parecía que veía la tele pero en realidad mi mente volaba por otros lugares (concretamente por el por qué no habría ido Natalia, si me odiaría, me vería aún más enfermo o qué).
Estuve ingresado una semana en el hospital, hasta que el psiquiatra dictaminó que no parecía un riesgo para mí mismo y, tras suscribir la medicación y dar las recomendaciones de alta, me fui con mis padres a casa. Desde aquel día no había vuelto a ver a mi hermana, creándome un desasosiego muy alto. Aunque pensaba que eso quizá fuera mejor. Si no la veía no tendría que retomar la “conversación” del hospital y podría ver tranquilamente las opciones para irme de casa. Mi padre no decía nada, aparentando que había “delegado” el problema a mi madre. Ella no había vuelto a sacar el tema. De hecho, me llamaba mucho la atención su mutismo. Y ya de Natalia no digo nada porque seguí sin verla aun estando ya en casa (pero no porque me esquivara sino porque no coincidimos).
Esto duró otros cuatro días, justo hasta el fin de semana. Me sorprendí cuando me dijeron mis padres que ellos no tenían más remedio que salir de casa todo el fin de semana y que me quedaría solo con Natalia así que, por favor, la hiciera caso y que no la diera problemas. Dicho y hecho, me dijeron esto el viernes por la noche y el sábado por la mañana se iban mis padres, quedándonos Natalia y yo solos. Ciertamente me chocaba mucho esta muestra de confianza o ese “desentenderse” de mis padres estando tan cerca la fecha de mi intento de suicidio, aun habiéndoles jurado y perjurado que no lo volvería a hacer.
Natalia y yo estábamos viendo cómo se marchaban mis padres cuando me dijo:
– Coque, vamos al salón. Tenemos que hablar muy seriamente. Y mucho.
– Creo que no deb… –me cortó tajante.
– No te lo he pedido. Si prefieres verlo así, es una orden. Tengo que hablar contigo y no puedo ya demorarlo ni un minuto más. Ya no puedo guardarlo dentro más tiempo…
Asentí. Sabía que en algún momento tenía que pasar y decidí coger el toro por los cuernos y hablar con ella. Al fin y al cabo, es mi Nata y pese a todo eso se lo debo al menos. Tan pronto nos sentamos en el sofá empecé a hablar.
– Bueno. Hablaremos pero, si me lo permites, déjame que empiece yo y que lo haga del tirón porque, si no, creo que seré incapaz de terminarlo.
– Bueno, vale. Te escucho. Luego hablaré yo.
– Gracias Nata. Lo primero que quiero decirte es que si piensas que intenté matarme por tu causa, que no por tu culpa, te lo tengo que admitir. Sé que te diste cuenta perfectamente el otro día, cuando se me escapó lo que no debía haberse sabido, y que imagino lo que estarás pensando de mí. Y tienes toda la razón. Nadie se desprecia más que yo por no haber sido capaz de separar el amor filial que te debía como hermano de lo demás. No podía más con todo ello y, quizás de forma cobarde, decidí no seguir sufriendo.
– ¿Desde cuándo…? –se quedó callada, invitándome a seguir.
– Creo que desde siempre. Cuando me di cuenta estuve pensando mucho tiempo y llegué a la conclusión que te quiero como mujer desde que tengo uso de razón. Ahora creo que si estaba siempre junto a ti era para, al menos en parte, sentirme a tu lado. Incluso las chicas que siempre me han llamado un poco la atención se te parecían, si no en el físico, sí en el carácter y en la forma de ser. Pero el punto de inflexión fue cuando, hace unos meses, te vi haciendo sexo con el gilipollas de tu ex. No es que te viera distinta en ese momento, aunque también. Es que me sentí… no sé explicarlo, como si me atenazara el pecho una garra helada. Al principio me cabreó su forma de tratarte pero, pocos días después, era una desazón más profunda. Me di cuenta que eras una mujer que pronto echaría a volar y que ya no sería yo quien estuviera a tu lado. Y eso me fue minando hasta que supe diferenciar el motivo que no era otro que el más básico de los sentimientos y es que te quería sólo para mí. Yo quería ser tu hombre y que tú fueras mi mujer y que nadie se metiera entre nosotros. Y a lo largo de estos meses ese sentimiento no ha hecho más que aumentar. Sé que no es posible y, ante la posibilidad de no tenerte, preferí no seguir… –la palabra “viviendo” se quedó muda en mis labios. Nata miraba mis ojos, expectante a mis palabras. – Pero he fallado y veo que no puedo ser responsable de otro disgusto como el que os he dado a todos. No puedo volver a ser tan canalla. Por eso he decidido que me iré lo más lejos que pueda, para intentar serenarme, y he decidido seguir la carrera en el ejército. Cuando pueda, me enteraré qué rama me interesa más para mis fines y me iré. Seguiremos en contacto pero espero que la distancia me ayude a mitigarlo.
Natalia me miraba. Por un lado me sentí mejor al poder sacarlo todo fuera pero, aun así, el sentimiento de culpa no me abandonaba, sumando además el de vergüenza y temor ante lo que pensara mi hermana. En conclusión, que seguía jodido y bien jodido…
– Ahora me toca a mí, ¿no? –asentí– Bien. Lo primero que tengo que decirte es que me has defraudado bastante. A pesar de conocerme de toda la vida, de saber que siempre has podido hablar conmigo de cualquier cosa, que podías contar conmigo y no lo has hecho. Tampoco me esperaba que fueras tan poco considerado con los que te quieren y que no te respetaras aunque sólo fuera por ellos. Y lo peor, que no tuvieras tan poco carácter como tomar la vía más cobarde. Conste que no digo la más fácil porque hace falta echarle huevos para quitarse la vida, pero es lo más fácil si lo comparas con sacar pecho y luchar por lo que quieres.
Bajé la cabeza. No podía mantenerla erguida y mirándola a los ojos. Si bien era un palo sobre otro palo hacia mi persona, no puedo negar que tuviera toda la razón. Yo mismo ya me había dado antes ese discurso. No pude decir más que un lacónico “Lo sé” y seguir aguantando el chaparrón de Natalia.
– No te voy a decir que esto sea una cosa normal. Tampoco es que sea extraño pero sí es inusual. Pero eso ahora no me importa. Lo único que quiero es que me jures por lo más sagrado que consideres que nunca te dejarás rendir así otra vez y que lucharás contra todo y todos por nosotros.
¡Espera? ¡¡¿Qué?!! No he podido oír bien lo que acaba de decir Natalia o lo he sacado de padre, madre y hasta de abuela. La cara que debo tener tiene que ser de pánfilo total porque Nata no puede evitar, a pesar de la tensión que leo en sus ojos, en sonreír ante mí. Es que debo parecer tonto con la mandíbula descolgada y ojiplático total…
– Q… ¿Qué? ¿Cómo? Debo haberte entendido mal. ¿Quieres decir que…?
– Mira Coque. Estos días, si tú has estado pensando, yo no me he quedado a la zaga. No te voy a decir que me dejaste totalmente bloqueada, porque menudo mazazo me diste, hermanito. Pero, aunque no lo quería creer al principio, me he dado cuenta que a mí me ha pasado algo muy parecido. Siempre has sido mi compañero en todo y creo que he generado una dependencia a ti. Te quiero mucho, y no te puedes imaginar qué sentí cuando te encontré como lo hice. Lo primero que pensé es que te perdía y no podía pensar en que no estuvieras más a mi lado, como siempre… sentí pánico a verme sola. Estoy de acuerdo que es algo anormal, pero he tenido tiempo de documentarme y las relaciones entre hermanos no son tampoco tan raras aunque, por razones obvias, sí se suelen mantener ocultas. Y he llegado a la conclusión que quiero estar a tu lado, que ciertamente nadie me querrá nunca jamás en la vida más que tú y que, aunque nunca me lo había planteado, yo también te quiero a ti con un sentimiento que va más allá del amor filial entre hermanos.
Esto lo dijo mientras acariciaba mi cara con ternura. Nadie se puede siquiera imaginar el efecto balsámico para mi ánimo que aquella sutil caricia ejerció sobre mí. Suspirando profundamente sólo pude cerrar los ojos y ladear la cabeza hacia su mano, algo que no evitó que surgieran dos lágrimas que Natalia quitó tan tiernamente como me acariciaba. Al abrir los ojos su cara me pareció que iluminaba como el sol, con una dulce sonrisa y un gesto tranquilo que me llegó hasta la más profunda fibra de mi ser. También yo subí mis manos para acariciar una mejilla y el cuello, sintiendo el cálido tacto de su piel en la punta de mis dedos, cerrando ella a su vez los ojos.
No puedo calcular el tiempo que estuvimos acariciándonos dulcemente, sin prisas ni nervios. Lo hicimos por la cara, cuello, brazos, costados,… hasta que fue inevitable que nuestros cuerpos se fundieran en un abrazo mientras seguíamos con las caricias. Sin prisas. Ese momento era para los dos y teníamos todo el tiempo del mundo para disfrutar del tacto del cuerpo amado. Pero que nadie piense mal porque en ningún momento nuestras caricias traspasaron el umbral hacia lo sexual. Ya llegaríamos a eso. Ahora sólo queríamos sentirnos mutuamente, como no habíamos estado en los últimos meses por mi comportamiento. ¡Dios mío, cuánto tiempo echando de menos el cariño de mi Nata!
Evidentemente seguimos hablando. Y, por supuesto, la juré que nadie en el mundo (más que ella) la separaría de mi lado, que estaríamos juntos hasta que ella quisiera. En ningún momento dejamos que mantener el contacto con el otro, bien cogiéndonos de las manos, bien acariciándonos, bien abrazándonos. Hasta que llegó el momento en que nuestros labios se juntaron. La suavidad de los suyos me embriagó de amor e incluso nos hizo estremecer a ambos (hasta en eso nos parecíamos). Recorríamos la cara mientras nos besábamos en un beso tierno de amantes. Tampoco soy capaz de saber con certeza el tiempo que nos estuvimos besando. Tampoco importaba nada el tiempo en ese momento. Sólo sé que, tras un rato, Nata se sentó a horcajadas sobre mí para seguir con el beso, aprovechando ambos para aumentar la superficie que nuestras manos acariciaban. Tampoco sé en qué momento perdimos la dirección vertical. En un momento de lucidez me di cuenta que estábamos tumbados en el sofá, Nata sobre mí, mientras nos besábamos.
Tras un rato (¿cuánto de largo?) Nata se incorporó un poco, mirándome con sus dos luceros de ojos y un gesto sosegado, preguntándome.
– ¿Qué? ¿Cómo te sientes?
– En la gloria. Nunca creí que llegara este momento y ahora soy feliz. Y te juro que te haré tan feliz como lo soy yo aunque me cueste la vida.
– Por favor, no pongas esa comparación. En nuestro caso puede tener otro significado. –aunque me reprendió con gesto dulce, ahí quedó dicho.
– Tienes la boca atascada de razón. –la dije– ¿Qué te parece “aunque me cueste sangre, sudor y lágrimas”.
– Un poco melodramático, pero me puede valer. Pero no me refería sólo a eso. ¿Te sientes preparado para dar el siguiente paso? –me preguntó un poquito seria.
– Soy muy tonto porque no sé a cuál te refieres. –la respondí francamente sorprendido.
– ¿Quieres hacerme el amor? –se puso un poco roja a pesar de la determinación de sus palabras.
– Pues no lo sé sinceramente, porque nunca creí siquiera que llegara ni a besarte…
Natalia se puso de pie a mi lado y extendió el brazo, llamándome con la mano a que se la cogiera, cosa que hice. Tiró de mí para que me levantara y con paso lento, pero decidido, me llevó a su habitación.
De pie delante de su cama me cogió las manos y las llevo a sus pechos, acariciándoselos ella misma. Noté que sus pezones se iban endureciendo a pesar de estar por en medio una camiseta y un sujetador que noté que era de los que tenían la copa con un ligero relleno. Cuando se cercioró que ya la acariciaba yo solo, llevando sus manos a la espalda, soltó el broche del sujetador y, cogiendo la camiseta por abajo, se sacó ambas prendas por la cabeza dejando sus pechos desafiantes a las leyes de la gravedad frente a mí. No hizo falta que volviera a cogerme las manos. Yo mismo volví a tomar sus libres pechos mientras volvía a besarla. Sólo que esta vez, quizá por el aumento de la pasión que empezábamos a sentir, nuestras lenguas sí se unieron en su particular baile de amor, enroscándose entre ellas dulcemente, sin prisa, pero con ardor y sobre todo, sentimiento.
Mientras yo acariciaba sus pechos y pellizcaba sus picudos pezones, ella se dedicó a bajarme el pantalón que llevaba, arrastrando con él mi bóxer, dejando exhibido mi endurecido pene que empezó a acariciar con mimo y delicadeza. ¡¡Dios, qué sensación!! No sólo el morbo del momento, no. Era ella. Nata me estaba llevando al País de las Maravillas. Todo era por ser ella mi partenaire. Imité sus movimientos, soltando torpemente el botón de sus vaqueros bajándoselos y también arrastrando su tanguita. Ella me terminó de quitar la parte de arriba de la ropa para quedar los dos en igualdad de condiciones, o sea, desnudos por completo.
Delicadamente, empujando sobre mi pecho, Natalia me tumbó sobre su cama, poniéndose encima de mí. Llevó su mano derecha hacia mi tieso miembro y lo guió a la entrada de su gruta, insertándolo lentamente pero hasta el final, cuando nuestros vellos púbicos hicieron contacto. Mi hermana tenía un poquito de pelo, digo yo porque al no tener novio no querría depilárselo entero como solía hacer, algo que a mí me daba igual. Aunque reconozco que en ese momento me encantó la sensación de sus cortos pelitos clavándose sobre mí.
Nos movíamos acompasadamente, despacio (no había prisa alguna) y gozando de la sensación del contacto de nuestros mutuos sexos. Notando nuestro calor. Percibiendo la humedad. Seguíamos besándonos como si el mundo se fuera a acabar no tuviéramos que darnos todos los besos antes que sucediese. Natalia se movía sobre mi polla y al estar apoyada sobre las manos, no podía acariciarme. Pero yo no tenía ese problema. Mis manos no paraban quietas acariciando sus pechos, espalda, cuello, enredando lo dedos en su pelo que caía al lado de su hermosa cara casi llegando a la mía, sus laterales con movimientos desde las axilas hasta donde podía tocar sus piernas, su duro culito,… Es decir, la tocaba a toda ella, rasguñando con las uñas para incrementar la sensación. Y debía surtir efecto porque notaba perfectamente cada respingo que daba Nata al ejercer más presión sobre mi polla en su interior. Al estar tan centrado en las caricias me permitía “distraerme” un poco y no dejar que mi orgasmo llegará tan rápido como lo hizo con Natalia. Gimiendo bajito (sí, nosotros somos más bien silenciosos) noté perfectamente la llegada de su placer como llega un coche a toda velocidad por una autopista. Primero empecé a ver sus señales, viendo cómo se acercaba cada vez más rápido hasta que el cuerpo de Nata se tensó sobre el mío, arqueando la espalda y apretándome de tal manera que precipitó el mío al poco tiempo.
La ventaja que tuve al suceder así es que mi orgasmo fue un “medio orgasmo” como los llamó yo. ¿Qué quiero decir? Sencillo; sí me corrí pero no con todo lo que almacenaba en mi interior, siendo además un poco más flojo que los normales. Pero como me conozco, sé que si no aumento la sensación se me bajaría igual, algo que no quería que ocurriera puesto que, lo que de verdad era mi deseo, quería dar el máximo placer a mi mujer…
¡Sí! ¡Qué coño, mi mujer…! Nata ya era mi mujer y lo sería para siempre. Y queriendo “marcar territorio”, masculinamente hablando, empecé a moverme con saña y velocidad en el interior de ella. Al estar todavía bajo los efectos de su propio placer Natalia no pudo defenderse de mi ataque, teniendo que limitarse a seguir gimiendo y gozando de mi movimiento en su interior. Me llevé la grata sorpresa de ver que mi amada volvía a culminar una vez más sólo que esta vez pareció quedarse en el momento álgido o a sufrir varios orgasmos consecutivos de nivel medio (lo digo así porque ni siquiera ella es capaz de diferenciarlo). Su placer, una vez más, se tradujo en un aumento de la presión de su vagina sobre mi congestionado miembro, que no tuvo más remedio que liberar ya el resto del semen de mi interior, chapoteando con la mezcla de nuestros elixires y haciendo que, al notarlo, estallara la explosión definitiva en el cuerpo de mi querida hermanita. Poniendo los ojos en blanco y engarfiando las uñas sobre mi pecho soltó una especie de mugido o gran exhalación, cayendo totalmente inerte sobre mí que trataba como podía de volver a recuperar un ritmo respiratorio normal. Nuestros cuerpos se hallaban totalmente sudados pero satisfechos.
Tumbándose a mi lado se giró sobre su costado, mirándome con infinita ternura y amor, totalmente correspondido por mi lado. No hablamos. Nos dimos unos tiernos besos y, sin darnos apenas cuenta, nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro.
Desperté varias horas después de la mejor forma posible, con el cuerpo desnudo de Natalia abrazado al mío propio. Su cara de paz me maravilló. Es una belleza siempre pero era la primera vez que la tenía dormida tan cerca y tan hermosa como se la veía en este momento. Si aún quedaba algo en mi cuerpo que no la amara, esto había sido corregido al verla de semejante guisa.
La estuve mirando embelesado durante un buen rato hasta que por fin abrió sus preciosos ojos color esmeralda. Os juro por lo más sagrado que la sonrisa que me dedicó haría fundir el acero más templado. ¡Dios, qué guapa es mi niña! (creo que me estoy repitiendo, ¿no?). Volvimos a besarnos y a hacernos arrumacos. Aunque me sentía feliz, aún me quedaba una pequeña duda que me roía por dentro.
– ¿Nata, te arrepientes de lo que hemos hecho o… no sé, algo?
– No. Si me quedaba algún tipo de reparo se ha esfumado por completo. Te juro que lo que me has hecho sentir al hacerme el amor no lo había sentido nunca. Y no me refiero al sexo, sino a todo. El polvo que me has echado ha sido el mejor de toda mi vida pero el sentimiento que he tenido mientras lo hacíamos no lo sentí nunca. Ahora mismo, si me preguntaran, sólo podría decir que me siento plena a tu lado, que no deseo nada más en la vida que seguir a tu lado. Y te juro que lo que diga cualquiera me la trae al fresco.
Oírla decir eso me despejó cualquier duda. Y mi determinación era la misma. Ahora que nuestros sentimientos estaban claros y perfectamente definidos, NADA sería capaz de separarnos, sólo la muerte e incluso, sobre eso, tenía mis dudas.
– ¿Cómo se lo vamos a contar a nuestros padres? Estoy seguro de lo que quiero y de que nada podrá ya separarme de ti.
– Bueno, no te preocupes de eso por ahora. –me dijo con una enigmática sonrisa que me hizo pensar que ella ya tenía la solución para ese tema.– Lo que tienes que hacer ahora es volver a amarme, hombre mío.
Y diciendo eso se abrazó de nuevo a mí, volviendo a comerme los labios con los suyos y buscando mi lengua con la suya. Había pasado el suficiente tiempo como para recargar mi “arma amatoria” que volvió a ponerse igual de dura que el asta de una bandera. Natalia dejó mi boca y bajó a mi pecho, dándome tiernos mordiscos a mis pezoncillos que se endurecieron por sus caricias. Siguió bajando por el suave vello de mi pecho hasta que llegó a mi entrepierna. Ante mi sorpresa y ningún tipo de consideración, se embutió mi falo hasta que llegó a su garganta de igual manera a como hicimos el amor anteriormente. Es decir, sin prisas pero con decisión y sin importarle que estuviera algo sucia por nuestro encuentro anterior.
Subía y bajaba de forma sensual, usando su lengua para estimular el trozo de pene que mamaba en cada momento. Cuando llegaba a su tope sacaba un poco la lengua para acariciar la polla que no era capaz de comerse sin dejar de mirarme a los ojos. Cuando sus labios llegaban hasta el glande cuando retrocedía, con sus carnosos labios hacía como si me diera un chupetón y luego relamía la rajita de mi polla con la lengua. Os juro que es la visión más erótica que se puede tener en la vida. No me dejó hacerla nada y siguió con esas maniobras. ¿Y quién es el guapo que aguanta el tipo ante tamaña mamada? Yo, desde luego, no. La aguanté apenas 5 minutos antes de llegar al punto de no retorno. Intenté que se quitara ante mi inminente orgasmo pero no me dejó. Volvió a hacer lo de los chupones sobre mi glande dejando el máximo de boca libre para recibir mi leche, que sin tardanza empezó a salir a borbotones llenando su cavidad. Puedo decir sin exagerar que sentía casi que se me iba la vida en cada trallazo de leche que salía de mis huevos. Conté seis disparos en total, cuatro fuertes y dos devastadores (los dos primeros) que hicieron que me tensara como la cuerda de una ballesta.
Cuando Natalia comprobó que ya no salía nada de mí, abrió la boca enseñándome la isla que hacía su lengua en el mar de mi leche y, guiñándome un ojo, se lo tragó todo haciendo más ruido del característico. Menuda mamada.
Ahora era mi turno, claro. La besé notando aún el sabor de mi leche en su boca y, mientras lo hacía, conseguí que se tumbara sobre la cama, situándome yo encima. Al igual que ella dejé sus labios para ir bajando por el resto de sus puntos erógenos. Esto queda muy bien escrito pero os recuerdo que los puntos sensibles de las mujeres son bastantes más que los de los hombres. Traducción, mucho trabajo por mi parte pero… bendito trabajo.
Primero jugueteé con los lóbulos de sus orejas, echándola suaves ráfagas de aliento sobre los oídos cuando estaban bien mojados, provocando en ella escalofríos y que se la pusiera la carne de gallina. Para que no fuese muy monótono y por su cercanía también jugué con su cuello de la misma forma. Natalia ya jadeaba quedamente ante mis caricias. A todo esto, empecé a acariciar y a jugar con sus pechos (que descubrí que son más sensibles de lo normal), dando pequeños pellizquitos en los pezones o arañando con suavidad los mismos con las uñas, volviendo loca a Natalia.
Cambié de caricias, dedicándome a su vientre mientras seguía trabajando los pechos con las manos, metiendo la lengua en su ombligo aumentando sus escalofríos (sí, reconozco que fui un poquito cabroncete) mientras la acariciaba los costados y el vientre alternativamente. Así estuve hasta que me pidió ronca de placer que no la hiciera sufrir más y, como buen chico, sus deseos fueron órdenes.
Enterré mi voraz lengua en su coñito, embriagándome con el fuerte licor que destilaba entre la excitación del momento y el conjunto de nuestros fluidos de la anterior vez. Lejos de sentir asco me pareció el más sabroso de los elixires. Alternaba las caricias a su clítoris con introducciones de mi lengua en el interior de su vulva, en un movimiento de imitación de estar recolectando, haciendo que sus gemidos se tornaran sincopados. Viendo que estaba muy excitada y que me sería fácil volverla loca, me centré en suaves caricias en su botón de placer, sin forzarlo ni apretarlo en exceso, simultaneando con la introducción de, primero uno y después dos, dedos en su interior, buscando su punto G al que localicé por sus rugosidades. Fue automático. Moví con rapidez los dedos de izquierda a derecha sobre su punto G mientras mi lengua se enroscaba sobre su clítoris, sorbiendo con delicadeza pero con decisión.
Natalia llegó a un orgasmo fortísimo. Pero en su punto álgido seguí con mis maniobras, aumentando la fuerza de la lengua y añadiendo un movimiento de follada al que ya tenían mis dedos. El resultado para ella fue demoledor. Soltó de su interior una cantidad de jugos que parecía que se orinaba en lugar de correrse amén de tensarse como una vara. Bajé la intensidad de mis caricias para que reposara y disfrutara de las últimas dos corridas. Era delicioso verla como estaba, con un intenso rubor en la piel, la frente con un poco de sudor y con una sonrisa de felicidad.
Cuando se calmó un poco, mirándome con ojos que presagiaban más lujuria todavía, se volvió a meter mi pene en la boca para volver a ponerlo en forma, algo difícil puesto ya había conseguido “secarme” previamente y mi miembro no pasaba del estado morcillón. Y así se lo hice notar.
– No vas a conseguir que se ponga dura en un buen rato. Me has destrozado antes y necesito descansar un poco. –la dije poniendo cara forzada de cansancio, intentando aumentar la convicción de mis palabras.
– No te lo crees ni tú. Voy a follarte otra vez y quiero volver a sentirme llena de tu leche.
– Bueno. Si quieres conseguir agujetas en los mofletes… –sonreí pícaramente.
– No sabes todavía con quien te la estás jugando, “nenito”.
Volvió a la carga. Al estar mi polla sólo morcillona se la metió toda entera en la boca, manteniéndola profundamente mientras me miraba a la cara. La imagen era súper excitante… pero seguía sin empalmarme por completo. Natalia intentó otra jugada. Empezó a alternar la mamada con comerse mis huevos. Los metía en la boca, acariciándolos con la lengua, primero uno, luego el otro… Eso sí que tengo que reconocer que no me lo habían hecho nunca y que me estaba volviendo loco. Mi pene reaccionó un poco, tornándose más duro pero sin llegar a su esplendor.
Entonces Natalia hizo su jugada definitiva. Alternó ya las caricias a mi polla y huevos con jugar con su lengua en mi ano, empapando mi ojete. Aunque no lo vi en el momento, también se encargó de lubricarse el dedo anular. Volvió a meterse la polla en la boca, hasta el fondo, y mientras me miraba a los ojos me empezó a penetrar con su dedo por el culo. No sabía que mi hermana sabría buscar el famoso punto “P” de los hombres pero, esa maniobra decantaba que buscaba estimular mi próstata desde el interior de mi ano. Y lo logró. Dándome un gusto nunca antes experimentado mi falo llegó a su máximo esplendor (y si fuera posible diría que incluso parecía haber crecido y engrosado). Natalia siguió un poco más con la estimulación hasta que consideró que ya valía y, una vez más, apuntó con mi pene en su vagina y se acuchilló de un tirón hasta el fondo. Además lo hizo no medio tumbada encima de mí, como antes, sino en cuclillas consiguiendo mayor movilidad. La sujeté por sus caderas y culo para evitar que se pudiera salir mi pajarito de tan cálido nido y ayudarla con los movimientos amatorios.
Ésta vez sí que fue un polvo salvaje del todo. Natalia saltaba sobre mi polla parando cuando se juntaban nuestros cuerpos y cuando mi polla estaba a punto de salirse de su interior. Buscando, además, aumentar su placer no paraba de estimularse el clítoris hasta que noté que estaba a punto de correrse. Pero yo ya, presa de la pasión, necesitaba tomarla de otra forma. La bajé de encima de mí e hice que se pusiera en la posición de perrito. Poniéndome tras ella, me metí dentro hasta los huevos, iniciando una follada desbocada. La encantó esta postura porque ya no gemía tan quedamente como antes sino que lo hacía de forma alta, sin gritar pero sí más audible. Seguía estimulando su clítoris porque notaba que, de vez en cuando, aprovechaba también para llegar a mis huevos y acariciarlos cuando se unía mi pubis al suyo. Poco tiempo después se desataron nuestros orgasmos. En este caso Natalia sólo tuvo uno pero bastante largo y fuerte (según me dijo ella) que coincidió cuando la poca leche que quedaba en mí rellenó por última vez su vagina.
Ambos estábamos exhaustos. Pero felices, muy felices. Nos volvimos a abrazar y a comernos a besos mientras nuestros cuerpos (y la habitación en general) emanaban un olor a sexo fuerte. ¿Cómo no iba a ser así si estábamos pringosos de arriba abajo? Cogidos de la mano nos dirigimos a la ducha dejando abierta la ventana para ventilar la habitación. En ella (la ducha me refiero) seguimos besándonos mientras nos frotábamos mutuamente nuestros cuerpos con las manos, pasando de las esponjas (lo siento Bob) y dejando pasar las palabras ya que eran innecesarias. Sólo teníamos que besarnos y mirarnos.
Así estuvimos todo el fin de semana hasta que volvieron nuestros padres. Y me vais a permitir que dejé el resto de lo que ocurrió sólo para nosotros dos, más que nada porque sería repetir muchas veces lo anterior.
Cuando volvieron nuestros padres yo estaba nervioso, por no decir que acojonado vivo. Natalia, sin embargo, aparentaba estar tranquila e incluso divertida por mi acojone. Nada más entrar por la puerta y besarnos ambos, mi madre dijo.
– Bueno. Parece que han ido las cosas bien por aquí. Os veo muy buena pinta a los dos. –esto último lo dijo con un énfasis especial mientras me miraba. Algo debió notar y me empezaron a dar las mil cosas en pensar que mi madre detectara algo antes de que me diera tiempo a pensar cómo les venderíamos la moto. Pero ante mi asombro, Natalia se me adelantó.
– Bien. Muy bien de hecho. Coque y yo lo hemos arreglado todo y ya te puedo decir que está todo encarrilado.
– ¿Entonces? –mi madre hizo esta pregunta con cara un poco ansiosa.
– Bueno. Ya se le ha pasado toda la caraja a éste –me señaló– y no se va a ir a ningún sitio. Por lo menos no sin su pareja…
Sudores cayeron por mi frente, amén de estar con la boca abierta y los ojos como platos ante el desparpajo de mi hermana aunque ya fue mi madre la que terminó de rematarme.
– Entonces se puede decir que sois pareja formal, ¿no?
– Sí, mamá. Hemos definido de forma clara nuestros sentimientos y ambos son correspondidos. Y ese fue el problema de Coque, que no lo afrontó bien y no me dijo nada. Si no, nada habría pasado.
– Bueno. No puedo decir que me haga muy feliz la situación, pero dado lo ocurrido creo que es la menos mala de todas las opciones. Sólo necesitaremos un poco de tiempo tu padre y yo para hacernos a la idea pero, desde ahora, deciros que tenéis nuestro apoyo y comprensión. Ante todo deseamos la felicidad de nuestros hijos y si para ello es necesario esto, que así sea. Dadme un beso los dos.
A pesar de estar pétreo al entender lo que se había hablado, no pude hacer otra cosa que abrazarme a los dos, a mi madre y a mi padre, mientras mis lágrimas salían libres. Sí, reconozco que seré un poco llorón pero reconoced que la situación es muy muy muy fuerte. Ahora sí me sentía liberado y sólo me faltaba que mi hermana se abrazara a nosotros, cosa que hizo a un gesto mío, llorando los cuatro.
Puedo decir muchas de las cosas que nos dijimos en esa tarde de domingo pero, para no hacer ya más largo aún este relato, decir sólo que me enteré que mi hermana se lo contó a mi madre cuando se me escapó decirla que la quería. Estuvieron hablando mucho y, con la ayuda de mi madre, Natalia también consiguió aclarar sus propios sentimientos. De hecho, fue un ardid de mi madre el dejarnos el fin de semana para poder hablarlo todo aunque no se esperaba que al final fuese todo tan rápido. Hemos quedado en que ambos terminaremos nuestras carreras y, en cuanto podamos, nos iremos a vivir juntos a un piso en otro barrio donde no nos conozcan para poder hacer vida de pareja. Pensamos en cambiar de ciudad pero no es necesario al ser grande y tampoco queríamos separarnos de nuestros padres. Con un poco de tiempo se hicieron a la idea y dentro de casa nos tratan como si fuéramos una pareja normal, cosa que agradecemos ya que bastante debemos disimular día a día.
También hemos llegado a un pequeño acuerdo con ellos. Siempre que mantenemos relaciones lo hacemos cuando ellos no están en consideración a lo que podrían sentir. Aunque también reconozco que ambos procuran dejarnos “el camino libre” bastantes veces. Natalia se ha destapado como una auténtica fiera. La gusta todo a la jodía y, en cuanto me pilla por banda, me deja más escurrido que la ropa del tendedero en verano. Descubrió que la gustaba que a veces la tratara más bruscamente, como si fuera una puta barata, con humillaciones verbales y sexo duro, incluyendo el sexo anal (que la encantó cuando lo probó). Aunque también es cierto que, después de toda la fogosidad, la última relación que mantenemos es lo que se llama “hacer el amor” con toda su extensión. Es el polvete más largo, tranquilo y placentero puesto que somos capaces de estar una hora con él, buscando sólo el contacto de nuestros cuerpos y la unión de nuestras almas.
Al final, después de todo, puedo decir que sé que seré el hombre más feliz de la tierra junto a mi mujer que no es otra que mi dulce, preciosa, cariñosa e increíble hermanita Natalia. Y sabré esforzarme para conseguir también su felicidad… hasta que la muerte nos separé y quizá más allá.
2 comentarios - Hermana, Compañera, Amiga y Mujer - 2
Me gustan estos relatos donde se desarrolla más el lado sentimental de una relación incestuosa.