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Orgías -- capítulo 1 y 2

Esta es otra historia que tenía aquí, pero perdí mi cuenta y pff, para qué les cuento. Disfruten ! la estoy editando para que quede mejor

Adán sintió el calor del tequila resbalando por su garganta e hizo una mueca de disgusto. No le gustaba la bebida, ni las discotecas, pero Gabriela había insistido tanto en que él viniera, que al final no tuvo ni cómo resistirse. Siempre había sido un poco sumiso a su hermana mayor desde que eran niños. Gabriela era muy autoritaria y tierna al mismo tiempo, una combinación rara que dejaba a más de un hombre un tanto extrañado cuando la tenía entre sus brazos, y si había hombre que conocía mejor a Gabriela, ese era Adán.

La música y las luces causaban estragos en la mente poética del hombre, que ya estaba sintiendo los mareos por el tequila. Miró con detenimiento a las chicas que estaban allí, todas en minifalda y bailando sexy, tocándose entre sí. Vio piernas fuertes. Pechos firmes y melenas encrespadas. Una en particular le llamó la atención. Se trataba de un pedazo de mujer sumamente atractiva, con un corto vestido gris apretado. El par de nalgas estaba fuertemente aprisionado y se movían libres con el hilo de la tanga en medio, seguramente. Las piernas torneadas giraban sobre zapatos de tacón medio y la cabellera morena y abundante también se mecía suavemente.

Adán se le quedó mirando un largo rato y sintió cómo su cuerpo reaccionaba al imaginarse metido en la apretada vagina de esa mujer. Vio cómo el hombre la tomaba de las caderas y le acariciaba la espalda. Otro tipo, que bailaba con una chica diferente, no perdió el tiempo y le dio una discreta nalgada a la exuberante morena. Esta se giró rápidamente con una vuelta y siguió bailando. Luego volvió a girar mientras las manos le recorrían el vientre y pasaban discretamente por sus pechos estrujados

Entonces Adán se sonrojó. La mujer que le había provocado era Gabriela. Ella tenía veintisiete años apenas, y ya era una joya rebosante de lujuria y sensualidad. Adán se sintió culpable. Sólo un poco.

La canción terminó y las parejas regresaron a sus mesas. Adán vio que Gabriela se despedía con un beso de pico en los labios de su pareja y éste se iba por otro lado. Observó el gracioso bamboleo de sus senos. Gabi no usaba sujetador, tenía un buen volumen en el busto. Además tenía la piel deliciosamente bronceada y sus dientes eran muy blancos.

— ¡UF! Estoy agotada ¿me viste bailar?

— Sí. Te manosearon por todos lados.

Gabriela le guiñó un ojo.

—Así son ellos. Déjalos. ¿Tienes idea de cuánto me gustan los chicos?

—Creo que la tengo— respondió Adán, sonriéndole y mirando discretamente el subir y bajar de los pechos de su hermana, que recuperaba la respiración—. Este sitio no me gusta. Hay mucho ruido.

—No seas marica— le dijo ella, acariciándole el brazo. Había un brillo de ángel en Gabriela—. Baila conmigo la siguiente canción y nos vamos ¿vale? Mañana tengo que dar clases.

—Eh...

Adán se vio metido entre la gente, con su hermana que le llevaba de la mano hasta la pista de baile. Gabriela empezó a danzar para él, restregando sus pechos en la espalda de su hermano, abrazándole y rodeándole el vientre.

— Estoy se baila sexy ¿eh?

—Eres mi hermana.

—¿Y? Soy una mujer. Es normal que te provoque.

Un hombre cerca de él se rió como indicándole lo perdedor que era por no aprovechar a la sensual morena que tenía para él.

Adán, atormentado, empezó a moverse y a tomar a Gabriela de la cintura. Sintió el suave vestido moverse y ella enredó sus brazos en el cuello de él mientras le besaba los hombros y le presionaba el pectoral con sus pechos. Adán tragó saliva. Comenzaba a excitarse. Cuando Gabi bebía, cambiaba su forma de ser y no le importaba seducir a cualquier cosa con la que pudiera follar. Pero sólo cuando bebía. Sin el alcohol, era una bonita y dedicada maestra, que daba clases de historia y gramática en una escuela privada.

Pero en ese momento no estaba la escuela. Gabriela revoloteaba alrededor de su hermano y le tocaba los sólidos bíceps y olía el perfume natural que se desprendía de Adán. Sonrió cuando su hermano le tocó cuidadosamente la espalda baja y luego le dio un tierno apretón a sus nalgas.

—Auch, no tan fuerte, hermanito.

—Lo siento —aventuró Adán, y ella se sintió irresistiblemente atraída por la inseguridad de su hermano.

Cuando eran niños, Gabriela siempre afligió a Adán quitándole juguetes o molestándole en más de una ocasión. Con el tiempo, esa relación no había cambiado y ella todavía se divertía viéndole sufrir.

La canción terminó.

— Bien, ahora nos vamos —urgió Adán y ella suspiró, cansada.

Estaban en el estacionamiento yendo hacia el coche cuando el hombre con el que Gabi había bailado salió. A Adán le parecía un tipo como todos los demás: guapo, de un metro ochenta y bronceado. Era como la pareja perfecta de su hermana.

—Casi no te alcanzo —le dijo, tomándola de la cintura. Gabriela le besó con la lengua y se giró a su hermano menor.

—¿Puede venir esta noche? —suplicó—. Sólo una noche.

—Bien... —aprobó él, que pagaba el departamento y por lo tanto sólo él autorizaba quién podía ir como invitado.

Adán se sentó atrás, como el chico inocente, mientras Gabriela conducía. Desde donde estaba, pudo ver las flamantes piernas de su hermana y la fea mano de Pablo acariciándolas. Un temor de celos le recorrió, pero se dispuso a callar y se esforzó por sentir pena por Pablo. Si quedaba enamorado de Gabi, esta sólo lo mandaría a la mierda, luego de usarlo como un pedazo de carne para darse placer.

Llegaron hasta el apartamento y subieron por las escaleras. Un olor a cigarro siempre embebía el aire de ese edificio, que era tan viejo como el hombre que vendía periódicos allá abajo. La puerta chilló cuando la abrieron y Gabi pasó rápidamente, llevando a Pablo de la mano hasta el dormitorio.

—¿No cenarás algo? — le preguntó Adán con un grito.

— ¡Creo que estaré satisfecha esta noche —rió Gabriela antes de meterse al cuarto.

Gabriela, todavía tocada por el tequila, tiró a Pablo a la cama y se subió en él. Se quitó el vestido con rápidos movimientos, revelando unos hermosos pechos de pezones cafés, grandes y naturales a los que su amante se pegó de inmediato. Las manos de su conquista le recorrieron las piernas y las nalgas, apartándolas y tirando del hilo de la tanga de encaje. Gabi suspiró de placer y bajó con la lengua por todo su cuello.

—Condones —dijo y salió desnuda del cuarto. Tenía condones en el botiquín del baño. Tomó uno y volvió rápidamente antes de que Adán la viera.

Pablo ya estaba desnudo. Gabi casi suelta el condón al ver el tamaño minúsculo de su miembro y ahogó una risita para no ofenderlo. Se aproximó, quitándose la tanga.

Gabriela le dio el condón a su pareja y se apresuró a chupar. Echó a un lado su cabello cenizo y abrió los labios. La polla le entró fácilmente. Había probado tantas a lo largo de su vida sexual, y la sensación todavía se le antojaba indescriptiblemente placentera. Le gustaba sentir que ella dominaba a cualquier sujeto con un simple beso en el lugar adecuado. Se apresuró a embarrarlo con su saliva, a tantear el glande con la lengua. Notaba el calor que desprendía su sexo, la forma en la que su cuerpo se exasperaba pidiendo a gritos el orgasmo.

Pablo miraba sumamente caliente la escena de esa sensual mujer disfrutando de su cuerpo con dedicación. La lengua mojada se le enredaba sobre la piel. Cerró los ojos y llevó la mano a la nuca de Gabriela para empujarla. La chica engulló hasta la base y lo dejó cubierto de saliva.

A continuación se colocó el condón. Gabriela deslizó los labios en una expresión de lujuria y se sentó encima de él. Pablo notó la presión de su estrecha hendidura y el cálido abrazo que recibió. La tomó de los pechos, amasó sus puntas y las pellizcó. Hizo reír a la mujer, que, apoyada en su pecho, le cabalgaba con fuerza y le besaba con la lengua, intercambiando delgados hilos de saliva azucarada.

Los escalofríos le corrían por la columna vertebral. Gabi salió de sí y empezó a moverse con más intensidad. Sus nalgas temblaron con cada sacudida. No era una mujer con un trasero exorbitante. Su principal atractivo eran sus piernas, largas y firmes como la de las jugadoras de voleibol. Había sido una buena rematadora en sus años de preparatoria y todavía conservaba mucha fuerza en el tren inferior. Sus pechos eran su segunda cualidad, dejando de lado su hermosa cara, la que más les gustaba a los hombres.

Gabriela mordió con más fuerza la punta de su pecho y luego echó la cabeza para atrás. Esto alzaba sus maravillosos senos y les adoptaba de una espléndida forma geométrica curvilínea. Movía las caderas de una forma gloriosa a la vez que apretaba su clítoris para disfrutar más a su pareja.

El orgasmo no tardó en llegar. Pablo sintió su simiente descargar dentro del condón y Gabi también percibió el orgasmo del hombre cuando subieron sus pulsaciones y la verga se estremeció dentro de ella. Poco después, se liberó y le quitó el condón a Pablo. Tomó su pene, que estaba poniéndose flácido, y se lo chupó con renovadas fuerzas en un intento por hacer que se le volviera a parar, aunque no sucedió.

Se limpió la boca y se recostó al lado de su cita hasta que él se quedó dormido. Era un hombre que estaba algo borracho y lógicamente no soportó el cansancio a causa de la tremenda fiera que se lo había follado.

Se vistió con una bata de seda y salió del dormitorio. Pensó en ir a ver a su hermano, pero antes se metió a la ducha y se dio un buen baño de agua tibia para quitarse el sudor y los fluidos. Cuando fue por Adán, lo encontró dormido.

—Buenas noches, hermanito —le dijo con ternura y le miró un momento embelesada, como una madre que ve dormir a su criatura.


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Adán se despertó con una gran erección tensándole los bóxers. La cabeza le dolía un poco, a pesar de que no había bebido mucho en la discoteca. En comparación con su hermana, que era una gran y refinada bebedora, conocedora de grandes vinos y otras delicias, él estaba más habituado a la cerveza suave y a uno que otro cigarrillo ocasional.

Se metió a la ducha para despertar por completo y luego fue a ver a Gabriela, encontrándose con que su cuarto estaba vacío. Se había ido a trabajar y Pablo tampoco estaba, aunque la tanga de Gabi seguía tirada en el suelo. Murmurando maldiciones, Adán fue a por la cesta de ropa y empezó a recoger la ropa de su hermana mayor. Metió la tanga y el corpiño, también el vestido, los shorts y una gran variedad de sostenes de encaje, alguno más pequeño que otro, y los llevó a la lavadora.

Después preparó algo de comer y miró entusiasmado el reloj. Tenía algo especial pensando para aquella mañana: le declararía a Joana su gusto por ella y le invitaría a dar un paseo por el parque.

Se vistió con sus mejores ropas, casuales y pulcras, y salió del departamento. Eran las once de la mañana cuando llegó hasta el pequeño restaurante donde trabajaba la muchacha. Un sitio al que casi no iban clientes, hasta entrada la noche.

En la mesa de siempre le estaban esperando Mary y Gerardo, una pareja de amigos a los que venía conociendo desde hacía dos años. La mujer era de baja estatura, con una piel olivácea y una cara redonda y bonita. Gerardo era su esposo y le sacaba una altura de media cabeza a Adán. Era tan guapo como él y solían reunirse los fines de semana para mirar los partidos por televisión y beber algunas cervezas.

—¿Todo está listo para la declaración?— le preguntó Mary, con una coqueta sonrisa.

—Espero que sí.

—Todo irá bien, Adán. Sólo dile lo que sientes— Gerardo siempre sacaba alguna frase chunga de novela barata para decir. Era un gran lector, especialmente del género erótico.

Él y su esposa estaban entre las parejas más liberales que Adán conocía, y si seguía juntándose con ellos, era sólo porque le traía muchas ganas a Mary y a su hermoso trasero de gimnasio. Le atraía sólo sexualmente, claro. Su interés era, en esos momentos, la pelirroja de Joana. Camarera, de menos de veinticinco años, había cautivado a Adán desde que le sirvió un café, dos meses atrás.

Joana se aproximó con el menú. Los tres amigos eran algo así como sus clientes favoritos, sobre todo porque Adán siempre le dejaba buenas propinas para mostrar ver su interés, el cual ella ignoraba.

—Buenos días. Les traje el menú, aunque sé que siempre piden lo mismo.

A Adán le pareció que se veía más hermosa.

—Buenos días, Joana. Gracias por ser siempre tan servicial.

—Me gustaría... pedir algo más —dijo Adán, tratando de no mirar las hermosas pecas que recorrían el pecho de la camarera—, es más bien, eh, un pastel de chocolate.

—Claro, cariño. Ahora mismo te traigo una rebanada.

Joana fue a la cocina y volvió luego de unos minutos, durante los cuales Adán se la pasó mirando cómo Mary y su esposo se besaban y se daban arrumacos llenos de amor. Se preguntó cómo serían los dos en la cama y qué clase de cosas podrían hacer juntos, al calor de sus cuerpos.

La camarera regresó pronto, dejó los cafés y le puso a Adán el trozo de pastel. Esbozó una sonrisa y se alejó, momento en el que Adán decidió sacar del bolso de su camisa un pequeño anillo.

— ¿Vas a pedirle matrimonio? —le preguntó Mary, intrigada.

—No. Pero me pareció un buen detalle. ¡Camarera!

Joana regresó con una sutil sonrisa.

—¿Sí?

—Creo que hay algo en mi pastel. Mira.

—Veamos.

Encontró el anillo guardado entre las capas de chocolate. La sonrisa servicial se le borró y miró a Adán con confusión. Éste deslizó un labio y le tomó de ambas manos. Se puso de pie.

— Joana... desde que te conocí, me has gustado mucho y quería preguntarte si te parecería salir conmigo a tomar un...

—Pero... Adán, es decir, señor, yo soy casada.

—¿Qué?

—Y estoy en mi segundo mes de embarazo.

Adán sintió cómo se le comprimía el corazón y la cara se le tornaba roja. Abochornado, se sentó. Joana comprendió que ese no era el mejor momento de estar ahí, y regresó a la cocina rápidamente.

Mary y Gerardo se quedaron de piedra, mirando cómo los ojos perdidos de su pobre amigo se tornaban vidriosos. Sintieron pena por él. No había forma de saber que Joana estaba casada. Era una muy buena camarera que atendía siempre con cariño y por eso, Adán había confiado en que había química entre los dos. Claro que hasta ese momento, nadie se había dado cuenta de esa verdad.

Abatido, Adán se limpió los ojos.

— Bueno... creo que mejor comemos. El pastel está... rico.

Mary resopló. Conocía la historia de Adán y del fiasco de prometida que tuvo. El pobre se había enamorado de las mujeres menos indicadas y no necesitaba sufrir tanto. Además, Adán le gustaba. Era un chico alto, de buen carácter y apasionado, casi poético, con buen cuerpo y un bulto interesante en los pantalones.

Estiró la mano y tomó a Adán del brazo.

— Oye, tranquilo.

—Creo que a partir de ahora ya no habrá más mujeres para mí. Sólo me concentraré en el sexo. Al diablo con todo.

La pareja vio cómo su amigo se levantaba de la mesa y salía sin decir nada a cambio.

—¿Crees que esté bien, amor? —quiso saber Mary.

—Pues... sí. Pobre, pero las cosas mejorarán.

De repente la mujer tuvo una buena idea.

—¿Deberíamos... invitarle a una de nuestras reuniones?

—No creo que Adán sea esa clase de persona.

—Pero de seguro se la pasará bien ¿no crees? Es nuestro amigo. Merece que le ayudemos a olvidarse de lo malo.

Gerardo reflexionó un momento. En efecto, una gran amistad les unía a los tres, y cuando ellos se deprimieron cuando se enteraron de que Mary tenía problemas para concebir, Adán y Gabriela les fueron de mucho apoyo y les consolaron. A los amigos no se les deja así, a la deriva. Miró a su mujer y le besó la punta de la nariz.

— Vamos a preguntarle.

En casa, Adán empezó a romper las fotos que se había tomado con Joana. Él, Mary, Gerardo y la camarera aparecían en varias, sonriendo después de celebrar alguna cena o simplemente una selfie tomada de la nada. Las arrojó todas al bote de la basura y se sentó en el borde de la cama, pensando en cómo sacar de su pecho todo el deshonor por el rechazo. Maldijo al esposo de Joana, pero sabía que estaba comportándose como un niño.

Más tarde llamaron a la puerta. Mary y Gerardo entraron.

—¿Qué les trae por aquí? —les preguntó, sirviéndoles un café.

—Adán... —habló Mary, muy sonrojada—. Queremos proponerte... si quieres, que asistas a una reunión especial. Tú ya sabes que nosotros somos... una pareja algo liberal.

—¿Qué quieren decir?

Gerardo intervino.

—Existe un lugar al que Mary y yo vamos. Allí hacen reuniones... del tipo swinger. Una fiesta swinger es cuando...

—Sé lo que es —farfulló Adán. Había visto esa sección en sus páginas porno.

—Puedes relacionarte con cualquiera sin temor al rechazo o al desamor —le animó Mary.

Adán sabía que era cuestión de tiempo para que sus amigos le invitaran a una de esas prácticas sexuales. La verdad es que no le importaba el sexo en estos momentos, ni las mujeres. Sólo quería dedicarse a su vida y olvidar que el amor existía.

—Puedes hacerlo con Mary, claro —Gerardo pareció adivinar sus pensamientos y Adán se sonrojó.

***

Gabriela había terminado de apuntar los deberes de la clase de historia en la pizarra, y se sentó tranquilamente a revisar las tareas que sus alumnos le habían entregado. El grupo estaba sumido en un controlado desorden. Trabajaban en equipo y ella paseó su mirada para ver que todos estuvieran haciendo sus actividades. Notó que Juan, un muchachito precoz y el más pervertido del salón, estaba embobado mirándole las piernas por debajo del escritorio. Gabriela sonrió y cruzó los muslos, intentando bloquear su mirada, pero sus firmes pantorrillas sólo despertaron un mayor interés en los jóvenes.

—Maestra, terminé el resumen —Esteban, un chico rubio y el más alto de la clase se aproximó a Gabi y le mostró la libreta. Mientras ella lo revisaba, notó que la mirada verde del muchacho se paseaba concienzudamente por el canalito entre sus pechos.

Llevaba una blusa de oficina, como sugería el reglamento, pero el modesto volumen de sus senos tensaba la tela y el sostén apretujaba sus carnes firmemente.

—Si me sigues mirando los pechos, vas a seguir haciendo trabajos malos— le dijo a su alumno con una coqueta sonrisa en sus labios rojos. Le colocó una F de nota, y Esteban se fue, agradecido por la mirada radiante de su maestra y el bonito espectáculo a la vista.

Flor, la jefa de grupo, miraba a Gabi con el ceño fruncido desde su lugar. No le caía bien en lo absoluto la maestra de historia, sobre todo porque sus alumnos conocían su Facebook y le daban like a sus fotos, en especial a las más coquetas que subía.

Consideraba a Gabi como una perversa que miraba con lascivia a los chicos, especialmente a Esteban, quien casualmente era el chico que a ella le gustaba.

De un momento a otro, un hombre alto, bien parecido, con la camisa arremangada y una barba de candado, llamó al salón. A Flor le chispearon los ojos cuando vio a la profesora acercarse a su papá. Julio venía seguido a hablar con Gabi, supuestamente para preguntar sobre el rendimiento de su hija, aunque en realidad sólo iba para coquetearle a la maestra.

— Tu futura mamá —le bromeó una de sus amigas.

—¡Cállate! —gruñó Flor, viendo cómo su papá le entregaba a Gabriela una cajita de chocolates y ella le sonreía abiertamente. Después de eso, Julio le hacía un saludo a su hija y se iba, sin siquiera hablar con ella—. Voy a destruirla —prometió Flor, furiosa con su maestra—, voy a destruirla y se va a arrepentir de todo.

Adán estaba hecho un manojo de nervios. Le habían citado a las cinco de la tarde, bastante temprano para su gusto. Esperaba a que su hermana llegara pronto para pedirle el dinero de su parte de la renta, pero cuando dieron las cuatro y media, supo que no llegaría. Le dejó una nota en la mesa, agarró su abrigo y salió rápidamente del edificio.

Cuando llegó a la casa de los swingers, vio que se trataba de una gran residencia ubicada en una zona privilegiada de la ciudad. Mary, vestida con una cortísima minifalda, le estaba esperando en la entrada. Le dio un beso en los labios con tanta pasión que Adán se quedó de piedra.

—Ven. Te estamos esperando.

—¿Les dijiste que vendría?

—Sí. Todos lo saben.

Adán no era bueno con las multitudes y se quedó paralizado cuando vio a veintitrés personas allí, en la sala. Mary se apresuró a presentarle y le sonrieron con sencillez. La vista de Adán estaba puesta en las mujeres del lugar. Todas eran guapísimas, con la piel cremosa o bronceada, vestidas con atuendos cortos y bonitos. Olía delicioso, como a flores de otoño. Algunas bebían copas de coñac o vino tinto. Eran gente refinada, bonita y de rostros simétricos. Se sintió un poco feo en comparación con ellos, pero la idea de que pronto podría degustar a todas las chicas de allí si quisiera, hizo que sus pantalones se tensaran.

—Vamos a comenzar —le dijo un hombre a la multitud. Se extendió un pequeño grito y todos brindaron. A continuación marcharon hasta un salón espacioso.

Adán fue el último en entrar. Había tres camas grandísimas, y dos sofás y varias colchas y almohadas en el piso. Las paredes estaban pintadas de rojo. Luces amarillas colgaban de los muros y telas de seda adornaban las columnas de mármol que sostenían el techo. Sonaba una música suave, erótica. Los chasquidos de los besos empezaron a hacerse oíbles.

La polla del hombre reaccionó más al ver a una pelirroja sacarse el sujetador y rebelar pechos impresionantes, de pezones rosados y acaramelados. Él mismo empezó a quitarse la camisa y los pantalones, quedándose sólo en calzoncillos. De repente una chica morena de ojos azules le tomó de la mano y se lo llevó en medio de los que estaban en el piso.

En menos de diez minutos, el noventa por ciento de los swingers ya estaban desnudos, incluido Adán. La morena le había bajado los pantalones, y en medio de una sonrisa, se había metido su miembro a la boca. La chica no debía tener más de veinte años, un pecho pequeño, pero generosos muslos. Acomodada entre las piernas de Adán, le practicaba una felación mientras otro hombre se acomodaba tras ella y empezaba a penetrarla.

Adán buscó a Mary y la encontró completamente desnuda. Su pene lanzó una gota de esperma al ver que ella se le acercaba a gatas y con lujuria.

—¿Te diviertes?

—Sí...

—Perfecto... — le dijo ella, y se apresuró a besarle.

Adán le correspondió. La morena, de nombre Susy, chupaba y le masturbaba al mismo tiempo. Se sacaba el glande sólo para gemir, a la vez que el hombre que estaba atrás se hundía entre sus pliegues.

A la derecha, dos chicas con las piernas completamente abiertas recibían la atención de Gerardo. Las mujeres estaban afeitadas, suaves y mojadas. Ellas se besaban fogosamente y Adán extendió sus labios hacia ellas, que sonrieron y también le besaron. Mary había hallado un sitio junto a Susy, y mientras la morena le seguía dando placeres, Mary se buscó un sitio y empezó a lamer los pesados testículos de su amigo.

Estela, una voluptuosa madre de familia que venía con su amante, le tocó el hombro a Adán.

—¿Quieres probar? —le preguntó.

Adán se pegó a ella, saboreando el néctar que brotaba de entre sus piernas. Alzó la vista y vio que Carlos, otro de los hombres, le estaba zampando el pene entre los labios.

Gerardo abrió las piernas de Maya y vio el piercing que tenía en el clítoris. Empezó a penetrarla rápidamente mientras Andrea, de sonrisa jovial, le abría el sexo a su amiga. A dos metros de ellos, sobre la cama, Patricia y Antonio hacían un 69 invertido. La verga se clavaba en la garganta de la chica mientras éste le comía el sexo con rapidez y le tanteaba el trasero.

Mary se recostó y separó las piernas, permitiendo que el corazón de Adán temblara de emoción. El hombre se acomodó entre sus rodillas, la levantó un poco sosteniéndole de los muslos y hundió su virilidad en ella. Nada más sentir su humedad, gran parte de su psique se estremeció y casi creyó que eyacularía en ese momento.

Mary soltó un jadeo. Gerardo miró a su esposa unida deliciosamente a otro hombre y reanudó sus embestidas para con Maya, que chillaba mientras sus pechos se bamboleaban dulcemente.

—Y eso que aún no pruebas a nuestra estrella —le dijo un hombre a Adán.

—¿A caso la hay?

— Sí... pero no vino a la reunión. Hombre, ella es maravillosa. No sólo es buena en la cama, sino que es una dulzura de lo mejor.

—Es la diosa de por aquí —le dijo Carlos.

Las mujeres se habían colocado sobre un largo sofá y platicaban amistosamente. Sus piernas separadas exponían sus deliciosas carnes a sus compañeros, quienes hacían fila para degustar aquel manjar de mieles que las chicas ofrecían.

Adán estaba feliz, pronto sería su turno. Iría a por la vagina de Mary, que a leguas parecía ser la más experimentada de todo el grupo de mujeres. No le daba asco lamer un sexo que ya había sido tocado por otro hombre. En ese momento, no tenía por qué sentirse avergonzado.

De repente la puerta del salón se abrió. Los hombres giraron las cabezas (ambas), pero sólo a Adán le brillaron los ojos.

Había caído un ángel del cielo. La mujer joven que estaba allí no parecía encajar con los estándares humanos, según vio él. Llevaba un vestido floreado, apenas por encima de las rodillas, cuando todas las otras mujeres habían venido con minifaldas y escotes. Los finos tirantes mostraban unos hombros pequeños y delgados. Tenía zapatos de tacón bajo, una humilde cantidad de pulseritas en las muñecas. El escote cuadrado del vestido dejaba entre ver un par de apretujados senos de piel clara. El pelo, entre rubio y pálido, le caía en suaves ondulaciones detrás de la espalda. Los ojos verdes destellaban una alegría juvenil.

— Aquí está —dijo Pablo—. La reina del swinger.

—¡Oigan! — protestó la chica, dando un zapatazo de frustración.

Su voz era tierna y dócil, de esas que causan placer al oírlas reír. Las delicadas y simétricas facciones de su rostro, labios pequeños, nariz respingona y hoyuelos en ambas mejillas le conferían un aire casi divino—. No se vale, comenzaron sin mí...

—Llegas tarde, como casi siempre —le dijo Mary, caminando hacia ella.

— No fue mi culpa. Tuve unos problemas que atender antes de salir del trabajo.

Adán estaba estupefacto ante la belleza de la mujer. Parecía ser la más joven de todas, casi una adolescente todavía.

Riendo, la chica nueva le dio un beso de pico a Mary y se dio la vuelta. Mary, amigable, le ayudó a abrirse el vestido. La espalda perfilada de la reina era muy blanca y limpia. Llevaba un sujetador rosado, y una pequeña tanga de color rojo.

Luego Mary le desabrochó el sujetador. La mujer se giró, sonriendo mientras dejaba caer la prenda. Sus pechos eran de una perfección tal que para Adán podían ser incluso mejores que los de todas las presentes. Eran firmes y levantados, con las puntitas rosáceas mirando un poco hacia arriba. Tenía un lunar en el derecho. El ombligo, más abajo, llevaba un delicado brillante. Se sacó la tanga y mostró una vagina tan dulce y lisa como la de una dama que se ha quedado congelada en la infancia.

Delicadamente, la reina dobló sus ropas y las metió en un bolso que había dejado a un lado. Se pasó el cabello rubio por detrás de las orejas y corrió, con sus pechos rebotando graciosamente, al final de la fila junto a las otras mujeres y se sentó en el sofá.

— ¿Cómo se llama esa mujer?

—Es la reina —dijo Carlos.

— Sí... pero quiero saber su nombre.

—Se llama Rebeca

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Listo! ¿Les gustó? dejenmelo saber en sus comentarios! que tal si me brindan unos cinco o seis comentarios (pueden ser mas) y me animan a subir la siguiente parte.
saludos!

4 comentarios - Orgías -- capítulo 1 y 2

tauroboy-nsfw
Y yo esperando a la hermana jajajjaja muy bueno...