Siempre he tenido muy claro qué cosas haría en la cama con una chica y qué cosas no quiero hacer, y sin embargo, en ocasiones te ves arrastrado sin quererlo a una situación que resulta sorprendentemente agradable. Esta es la historia de cómo acabé haciendo una de esas cosas.Durante mis años en la universidad, siempre me buscaba algún trabajo veraniego. Como era buen nadador y sabía hacer primeros auxilios, muchas veces trabajaba en piscinas públicas en Sevilla o en pueblos cercanos, pero otras veces tenía que buscarme la vida ejerciendo de camarero e incluso disfrazándome de teletubbie para fiestas infantiles. Aquel verano tuve bastante suerte, y acabé en un campamento urbano al que los padres enviaban a los niños hasta la hora del almuerzo: pagaban bien, los niños estaban encantados de poder corretear todo el día y mi mayor preocupación era hacer juegos y poner tiritas si alguien se caía.Allí hice amistad con Fátima, una monitora de aproximadamente mi misma edad, cuyos enormes pechos cautivaron mis ojos desde el primer día que la vi. Era una chica alta, algo rellenita aunque ni mucho menos gorda, con una mirada tierna y de fingida inocencia que la hacía ideal para trabajar con niños... y conmigo. Nos llevábamos muy bien, bromeábamos bastante, y a la semana de empezar a trabajar ya quedábamos para tomarnos algo después de cerrar el campamento. A los quince días ya nos habíamos ido a la cama.Fátima me encantaba. Su cuerpo era increíblemente cálido, sumergir mi cabeza entre sus ... pechos era como entrar en las puertas del cielo, y la manera que tenía de abrazarme y besarme el cuello mientras me contoneaba dentro de ella me volvía loco; aún hoy no puedo evitar tener una erección al pensar en aquel cuerpo entregándose a mí. Mejor todavía, a mi nueva amiga tomaba la píldora, de tal modo que yo disfrutaba mucho más del sexo al sentir su piel desnuda contra la mía. Y sin embargo, había algo que no terminaba de llenarme con aquellos primeros encuentros que tuvimos. Notaba que ella no se dejaba llevar, y empecé a preocuparme de estar haciendo algo mal.Siempre he creído que los amantes deben hablar sobre lo que les gusta y no les gusta hacer, de las fantasías que tienen y aquellas otras que estarían dispuestos a cumplir a su pareja. Es por eso que le pregunté si yo estaba haciendo algo mal, o si acaso prefería que lo hiciéramos de alguna otra manera. Lo que me contó me sorprendió bastante: aunque disfrutaba muchísimo al ser penetrada, le costaba horrores tener un orgasmo de esa manera. Lo que a ella más le gustaba era que, inmediatamente después de que el chico se corriera, cuando se encontraba increíblemente excitada, el chico la “acabara”. Lo decía como con cierta vergüenza, y yo le dije que no tenía que tenerla, puesto que el objetivo era que ambos lo pasáramos bien. Le dije muy seguro que la siguiente vez yo la “acabaría”, pensando que con aquello ella quería decir que yo tenía que estimular su clítoris con mis dedos... pero me equivocaba completamente.
La
siguiente vez que nos vimos, la vi especialmente predispuesta. Yo también me sentía excitado ante la idea de que pudiésemos disfrutar de un orgasmo juntos, y no dudé en dedicarle tiempo a lamer sus redondos pezones, jugar con sus pechos maleables o azotar aquellas nalgas rollizas con una cómplice palmada que siempre le lograba robar un gemidito de placer y sorpresa. Fátima, por su parte, también jugó con mi pene, cuyos labios carnosos recorrieron con tal pasión que tuve que pedirle que parara, a riesgo de correrme allí mismo. También jugó con mis pezones, que le gustaba morder con fingida furia, arrancándome escalofríos que me hacían desear introducirme dentro de ella y no volver a despegarme de su vera. Su lengua, pícara, recorrió mi espalda, seduciéndome con escalofríos que no hacían otra cosa más que aumentar mis deseos de ella. Finalmente, introduje mi pene dentro de ella, y sentí tal humedad que no me costó nada introducirlo hasta el límite que nuestros cuerpos permitían: toda ella estaba abierta a mí.Caricias, besos y sucias palabras de complecidad nos acompañaron durante un buen rato, ahora interrumpidas por un gemido suyo, ahora ahogadas en mi garganta por una exclamación de placer mía. Finalmente no pude más y acabé derramándome dentro de ella, y una paz húmeda me llenó como cada vez que me corro dentro de una persona a la que deseo. No obstante, recordé mi promesa, y bajé mi cuerpo hasta su entrepierna, donde mis manos se dispusieron a buscar su clítoris. No ... obstante, ella tenía otra cosa en mente, porque agarró mi cabeza y suavemente, sin oposición por mi parte, la condujo hacia su vulva. No fue hasta que sentí el sabor de su sexo que comprendí realmente que lo que ella quería decir por “acabarla” era que se lo comiera con mi esperma dentro.El sexo había sido tan placentero, el sabor de su vulva tan excitante, que realmente no me importó. Mis labios sintieron cómo su cuerpo se estremecía, a la par que sus uñas arañaban suavemente mi nuca. Mi lengua se introdujo dentro de ella, y comencé a lamer de manera suave y pausada. Sus gemidos iban aumentado en intensidad, primero de manera casi imperceptible, pero poco a poco se convirtieron en un estruendo. Mi mano se levantó buscando sus labios con la intención de callarlos, pero por alguna razón acabaros apretando uno de sus pezones, algo que fue acogido con auténtico deleite a juzgar por la forma en que aumentó su cadencia de grititos.De repente me di cuenta de un sabor extraño que comenzaba a llenar mi boca. No me costó mucho comprender que lo que estaba saboreando era mi propio esperma, que salía de su vagina. Mi primer impulso fue retirarme, pero ella me agarró con fuerza, cerca del orgasmo, y mientras volvía a colocar mi rostro ante los labios de su vulva, me dijo: “Así, cómelo todo”. Aquello me excitó increíblemente, no sé si por el tono de mando en su voz o por el hecho de estar dándole tanto placer, pero reintroduje mi lengua e intenté olvidarme del sabor. De su boca salieron muchas
más frases, como “Límpiame enterita, nene” o “¿A que está rica tu leche?”, aunque llegado un momento los gemidos hicieron que fuera imposible entender lo que quería decirme.Tan pronto como se corrió, me di cuenta de que yo volvía a tener una erección. Intenté volver a introducirla dentro de ella, pero ella prefirió agarrarla con su mano y comenzar a masturbarme. Mientras lo hacía, besaba mis labios, y su lengua se deslizaba por mi rostro. Me sentía increíblemente pringoso, pero eso no apagaba mi ardor, antes al contrario, me sentía explorando una senda nueva que nunca antes había transitado. Finalmente, cuando notó que me iba a correr, colocó sus labios alrededor de mi pene y recibió toda la carga que solté. Fátima era una chica bastante justa: si yo me comía mi propia leche, ella no iba a ser menos. Nuestros cuerpos, agotados, eran un cúmulo de sensaciones y estremecimientos.Repetimos aquello algunas veces más. A todo se acostumbra uno, porque la idea de limpiar su vagina después de correrme acabó gustándome mucho, y es algo que todavía hoy hago cuando cojo confianza con algunas de mis compañeras de cama. A algunas les encanta.Fuente: xHamster
El relato pertenece a "MelkartXXI".
Relato Original: http://relatoseroticos-gratis.com/10847_mi-primer-creampie?pagina=3
Ojalá lo disfruten!
1 comentarios - Mi primer creampie!