Nuestros hijitos, a la salida de la escuela, en lugar de venir a casa, dormirían con mis padres esa noche. Miguel, mi marido, estaba de viaje desde unos cuantos días y tardaría otros tantos en regresar.
La noche anterior había recordado la sabia frase que dice así: “tranquila chicuela que a falta de sexo tenés a manuela”.
Me desvestí, salté en la cama e, inicialmente, comencé a pellizcarme y retorcer los pezones, luego, mientras la mano derecha resbaló por la panza hacia la concha, la izquierda levantó una teta hacia la boca. La lengua le dio la bienvenida al pezón duro que le venía ofrecido y, los dedos comenzaron a masajear el entrepiernas. Entré en un estado parecido a un trance cuando mis, hábiles manos trazaban pequeños círculos alrededor del, hinchado, clítoris. La otra mano se dividía entre las dos tetas. Por fin, los dedos hundidos en la concha fueron dos y se movieron febrilmente, adentro y afuera, remedando una cogida. La ola del orgasmo se desparramó dentro de mí.
Fue apenas un paliativo para mi síndrome de abstinencia sexual. En la tarde del día siguiente, de regreso del trabajo, ante el tiempo trascurrido sin verle la cara a Dios, cuando estaba considerando la idea de llamar un amigo, un exnovio o salir a la pesca de un nuevo festejante, el alivio a mi trastorno provocado por la suspensión brusca de la dosis habitual de vergas, cayó desde el cielo (de arriba del alto tapial o pared -7 metros-que separa nuestro jardín del terreno lindero).
En realidad, tocó el timbre e ingresó por la puerta de calle. Fui a atender, como estaba, con una camisita, sin corpiño, tanga y una pollerita de lanilla, ajustada, extremadamente corta:
-¡Hola! ¿Todo bien? Soy, Enrique, uno de los encargados de las canchitas de futbol de al lado –
-Si, si, te tengo visto, ¿Sucede algo?-
Varias veces, por las tardes, de paso hacia la panadería, a una cuadra de distancia, lo había “detectado” y lo vi, fichándome sin mucho disimulo.
-Disculpa la molestia, anoche, una pelota se coló en el ángulo entre la red vertical y la de arriba de techo y cayó de vuestro lado. Quería recuperarla antes que empiecen los turnos reservados -
-No la sentí rebotar. Tampoco la vi las veces que salí al jardín hoy.-
Enrique es grandote, calculo mide casi 1,90, de muy buen físico, mejor semblante, bronceado, sonrisa desfachatada y avasallante. Muy agradable y atractivo, en síntesis.
Le seguí la mirada que caía en el abundante escote y las protuberancias de los pezones, sin corpiño que los disimulase, de mi camisita. Vislumbré la posibilidad. Tuve que contenerme para no tocarme.
-Mi nombre es Laura, Pasá, voy a traer la pelota……. debe estar entre los arbustos…… no están los chicos ni mi marido…… mejor, vení vos también para ayudarme a encontrarla.-
Con el comentario, intercalado, le dejé en claro que estábamos solos los dos.
En el jardín, a la tercera agachada mía, sin doblar las rodillas y con la cola apuntando hacia él, supuestamente para inspeccionar los arbustos, pero con la intención de mostrarle mi culo aprovechando la cortedad del vestidito que lo cubría, sentí su mano apoyada en una de mis piernas y subiendo. Al levantarme y poner derecho mi cuerpo, él me levantó la pollerita a la cintura, hizo que girara enfrentándolo y, con ambas manos, en mis glúteos, me apoyó con la espalda contra el tronco de un árbol, bajó la cabeza y me besó en los labios. Yo no pude hacer otra cosa que pagar, con igual brío, el agasajo. Enrique me abrazó y apretó fuerte contra él, separó sus labios de los míos y recorrió, con ellos, mi cuello del hombro hacia el oído, mientras sus manos desabotonaron mi blusa y rodearon mis tetas, desnudas.
- ¡Por fin te tengo!!! …. Ni te imaginás las ganas que me venían de meterte mano, cada vez que pasabas frente a las canchitas, …- murmuró en mi oído.
Le respondí que era bienvenido, no de palabra, sino con mi mano apretando su bulto crecido.
Él, correspondió, con su mano acariciando mi concha y susurró:
-¡Me la das?-
Lo miré en los ojos, trasparentando, en los míos, mi excitación.
Me sorprendió, al separarse de mí, sacar su celular del bolsillo trasero de su pantalón, y escucharlo enviar un mensaje de voz: “Nico, voy a llegar más tarde, por un imprevisto……”
Para concretar el “imprevisto” volvió a besarme, me sacó la blusita y la pollera y, así en tanguita, me levantó, me llevó junto a nuestra hamaca de jardín de 4 cuerpos de largo, tiró sobre el césped la colchoneta y me acostó.
Le sugerí entrar en la casa. Se negó con la cabeza. Se soltó el pantalón que resbaló a sus pies, se quitó la camisa, se liberó de zapatillas y pantalón, que quedaron sobre el césped. Parado, frente a mis piernas abiertas en V, se bajó el slip. Por fin, después de un par de semanas, volvía a contemplar una verga parada. ¡Y que verga!! ¡Un lujo!!! Me sentí feliz con el descubrimiento. Sin otra ceremonia, él se arrodilló me sacó la bombacha, volvió a separar mis piernas, se montó encima de mí y tomó entre sus labios un pezón, chupándolo gentilmente, para, luego hacer otro tanto con el otro. Con una mano le agarré fuertemente la verga y la enfrenté a la concha. Él empujó y, fácilmente, me la ensartó hasta el fondo y se abocó a cogerme con vehemencia. Unas cuantas, gloriosas, embestidas después no pude dejar de proclamar mi goce:
¡Ohhh, Dios mioooo Enrique…… estoy gozando como loca…… seguí cogiéndome….., no aflojés-
Siguió cogiéndome con violencia, mi culo rebotaba, sobre la goma pluma de la colchoneta, con cada golpe de verga. Disfrutaba plenamente ser cogida de ese modo y tuve el regalo un par de puntos altos placer, hasta que:
-¡Estoy por acabar….., Laurita- susurró entre dientes.
-¡Acabame adentro!!..... ¡Dale!!!...... ¡Llename de leche!!- sentí las explosiones de su esperma adentro y me entregué, arrollada, por el orgasmo final.
Descansamos un rato, mimándonos acostados de costado y enfrentados por lo estrecho de la colchoneta. Me sorprendió el tono de voz, autoritario, con que me replicó al proponerle que nos vistamos:
-¡Es inútil que te vistas para después desnudarte nuevamente dentro de un minuto!!-
Desnudos, cada uno con sus prendas en la mano, entramos en la casa, me llevó al dormitorio matrimonial – que le indiqué cual era- y, luego de sendas incursiones en el baño de la suite, parado al lado de la cama, yo sentada al borde de la misma:
-Ahora Laura, mamame. Estoy seguro que tu boca es tan deliciosa como tu conchita. Quiero comprobarlo-
Choqueada, a medias, por sus modales, no dije nada y me metí la verga en la boca. Se la chupé con goce muy vivo unos minutos y percibiendo sus gemidos. De pronto sentí su mano en mi nuca y comenzó a oscilar sus caderas para cogerme la boca. Me sofocaba cuando me la metía hasta la garganta, pero me encantaba.
-Te gusta dejarte coger en la boca…. ¿No es cierto?….. lo sé desde la primera vez que te vi.-
Obvio, por lo que tenía en la boca, no pude responder. Él elevó, un punto más, su desfachatez:
-Quiero ver mi semen, chorreando, en tu linda carita…. pero….. lo dejo para otro día-
Me tomó de la cintura y me subió a la cama:
-Ponete en pose perrito- me ordenó, se arrodilló detrás de mí, hundió su verga en mi concha, me agarró del cabello y se entregó de lleno a cogerme con ardor y entra y sale acelerado y violento.
El orgasmo me trastornó a tal punto que lo grité:
-¡Ahhhhhh…..Enriqueeee……. me estás haciendo acabar….. otra vezzzzzzz!!!-
Terminó, alborotado también, yo me dejé caer en el colchón, él se sentó, respiró profundamente varias veces, miró el reloj y bajó de la cama.
-Nico, mi compañero me va a matar…… permiso me ducho y me voy –
Salió del baño vestido, se agachó para besarme y, mirándome a los ojos:
-¡No terminé contigo, belleza, ……., la seguimos- y se fue.
Transcurridos unos cuantos minutos, pensando en lo ocurrido, caí en la cuenta que la pelota, que dio inicio al despelote gozoso con el vecino, había quedado olvidada.
Enseguida se me ocurrió que la tal pelota extraviada no existía, que había sido un artificio sagaz, de Enrique para seducirme. Lo descarté recordando que fui yo, con mis agachadas mañosas, que lo había instigado a la acción.
Lo confirmé, a la tarde del día siguiente, cuando mis nenes encontraron en el jardín el balón reglamentario.
Cuando, más tarde sonó el timbre y abrí la puerta de calle:
-¡Hola! ¿Todo bien? Soy, Enrique, uno de los encargados..- se interrumpió al ver en mi mano la propicia pelota.
-La encontraron, hace un ratito, los nenes, detrás de un arbusto-
Captó el mensaje de que no estaba sola en casa, pero sabía que mi marido seguía ausente. Con voz apenas perceptible:
-Te paso debajo de la puerta un papelito con mi número de celular. Cuando se duerman los pendejos, mándame un wathsapp- agarró la pelota, levantó la voz para agradecer y se la llevó.
A las 21:30 le avisé. De las 22:00 a pasadas las 24:00 estuvimos cogiendo.
Antes que regresase Miguel, repetimos tres veces.
La noche anterior había recordado la sabia frase que dice así: “tranquila chicuela que a falta de sexo tenés a manuela”.
Me desvestí, salté en la cama e, inicialmente, comencé a pellizcarme y retorcer los pezones, luego, mientras la mano derecha resbaló por la panza hacia la concha, la izquierda levantó una teta hacia la boca. La lengua le dio la bienvenida al pezón duro que le venía ofrecido y, los dedos comenzaron a masajear el entrepiernas. Entré en un estado parecido a un trance cuando mis, hábiles manos trazaban pequeños círculos alrededor del, hinchado, clítoris. La otra mano se dividía entre las dos tetas. Por fin, los dedos hundidos en la concha fueron dos y se movieron febrilmente, adentro y afuera, remedando una cogida. La ola del orgasmo se desparramó dentro de mí.
Fue apenas un paliativo para mi síndrome de abstinencia sexual. En la tarde del día siguiente, de regreso del trabajo, ante el tiempo trascurrido sin verle la cara a Dios, cuando estaba considerando la idea de llamar un amigo, un exnovio o salir a la pesca de un nuevo festejante, el alivio a mi trastorno provocado por la suspensión brusca de la dosis habitual de vergas, cayó desde el cielo (de arriba del alto tapial o pared -7 metros-que separa nuestro jardín del terreno lindero).
En realidad, tocó el timbre e ingresó por la puerta de calle. Fui a atender, como estaba, con una camisita, sin corpiño, tanga y una pollerita de lanilla, ajustada, extremadamente corta:
-¡Hola! ¿Todo bien? Soy, Enrique, uno de los encargados de las canchitas de futbol de al lado –
-Si, si, te tengo visto, ¿Sucede algo?-
Varias veces, por las tardes, de paso hacia la panadería, a una cuadra de distancia, lo había “detectado” y lo vi, fichándome sin mucho disimulo.
-Disculpa la molestia, anoche, una pelota se coló en el ángulo entre la red vertical y la de arriba de techo y cayó de vuestro lado. Quería recuperarla antes que empiecen los turnos reservados -
-No la sentí rebotar. Tampoco la vi las veces que salí al jardín hoy.-
Enrique es grandote, calculo mide casi 1,90, de muy buen físico, mejor semblante, bronceado, sonrisa desfachatada y avasallante. Muy agradable y atractivo, en síntesis.
Le seguí la mirada que caía en el abundante escote y las protuberancias de los pezones, sin corpiño que los disimulase, de mi camisita. Vislumbré la posibilidad. Tuve que contenerme para no tocarme.
-Mi nombre es Laura, Pasá, voy a traer la pelota……. debe estar entre los arbustos…… no están los chicos ni mi marido…… mejor, vení vos también para ayudarme a encontrarla.-
Con el comentario, intercalado, le dejé en claro que estábamos solos los dos.
En el jardín, a la tercera agachada mía, sin doblar las rodillas y con la cola apuntando hacia él, supuestamente para inspeccionar los arbustos, pero con la intención de mostrarle mi culo aprovechando la cortedad del vestidito que lo cubría, sentí su mano apoyada en una de mis piernas y subiendo. Al levantarme y poner derecho mi cuerpo, él me levantó la pollerita a la cintura, hizo que girara enfrentándolo y, con ambas manos, en mis glúteos, me apoyó con la espalda contra el tronco de un árbol, bajó la cabeza y me besó en los labios. Yo no pude hacer otra cosa que pagar, con igual brío, el agasajo. Enrique me abrazó y apretó fuerte contra él, separó sus labios de los míos y recorrió, con ellos, mi cuello del hombro hacia el oído, mientras sus manos desabotonaron mi blusa y rodearon mis tetas, desnudas.
- ¡Por fin te tengo!!! …. Ni te imaginás las ganas que me venían de meterte mano, cada vez que pasabas frente a las canchitas, …- murmuró en mi oído.
Le respondí que era bienvenido, no de palabra, sino con mi mano apretando su bulto crecido.
Él, correspondió, con su mano acariciando mi concha y susurró:
-¡Me la das?-
Lo miré en los ojos, trasparentando, en los míos, mi excitación.
Me sorprendió, al separarse de mí, sacar su celular del bolsillo trasero de su pantalón, y escucharlo enviar un mensaje de voz: “Nico, voy a llegar más tarde, por un imprevisto……”
Para concretar el “imprevisto” volvió a besarme, me sacó la blusita y la pollera y, así en tanguita, me levantó, me llevó junto a nuestra hamaca de jardín de 4 cuerpos de largo, tiró sobre el césped la colchoneta y me acostó.
Le sugerí entrar en la casa. Se negó con la cabeza. Se soltó el pantalón que resbaló a sus pies, se quitó la camisa, se liberó de zapatillas y pantalón, que quedaron sobre el césped. Parado, frente a mis piernas abiertas en V, se bajó el slip. Por fin, después de un par de semanas, volvía a contemplar una verga parada. ¡Y que verga!! ¡Un lujo!!! Me sentí feliz con el descubrimiento. Sin otra ceremonia, él se arrodilló me sacó la bombacha, volvió a separar mis piernas, se montó encima de mí y tomó entre sus labios un pezón, chupándolo gentilmente, para, luego hacer otro tanto con el otro. Con una mano le agarré fuertemente la verga y la enfrenté a la concha. Él empujó y, fácilmente, me la ensartó hasta el fondo y se abocó a cogerme con vehemencia. Unas cuantas, gloriosas, embestidas después no pude dejar de proclamar mi goce:
¡Ohhh, Dios mioooo Enrique…… estoy gozando como loca…… seguí cogiéndome….., no aflojés-
Siguió cogiéndome con violencia, mi culo rebotaba, sobre la goma pluma de la colchoneta, con cada golpe de verga. Disfrutaba plenamente ser cogida de ese modo y tuve el regalo un par de puntos altos placer, hasta que:
-¡Estoy por acabar….., Laurita- susurró entre dientes.
-¡Acabame adentro!!..... ¡Dale!!!...... ¡Llename de leche!!- sentí las explosiones de su esperma adentro y me entregué, arrollada, por el orgasmo final.
Descansamos un rato, mimándonos acostados de costado y enfrentados por lo estrecho de la colchoneta. Me sorprendió el tono de voz, autoritario, con que me replicó al proponerle que nos vistamos:
-¡Es inútil que te vistas para después desnudarte nuevamente dentro de un minuto!!-
Desnudos, cada uno con sus prendas en la mano, entramos en la casa, me llevó al dormitorio matrimonial – que le indiqué cual era- y, luego de sendas incursiones en el baño de la suite, parado al lado de la cama, yo sentada al borde de la misma:
-Ahora Laura, mamame. Estoy seguro que tu boca es tan deliciosa como tu conchita. Quiero comprobarlo-
Choqueada, a medias, por sus modales, no dije nada y me metí la verga en la boca. Se la chupé con goce muy vivo unos minutos y percibiendo sus gemidos. De pronto sentí su mano en mi nuca y comenzó a oscilar sus caderas para cogerme la boca. Me sofocaba cuando me la metía hasta la garganta, pero me encantaba.
-Te gusta dejarte coger en la boca…. ¿No es cierto?….. lo sé desde la primera vez que te vi.-
Obvio, por lo que tenía en la boca, no pude responder. Él elevó, un punto más, su desfachatez:
-Quiero ver mi semen, chorreando, en tu linda carita…. pero….. lo dejo para otro día-
Me tomó de la cintura y me subió a la cama:
-Ponete en pose perrito- me ordenó, se arrodilló detrás de mí, hundió su verga en mi concha, me agarró del cabello y se entregó de lleno a cogerme con ardor y entra y sale acelerado y violento.
El orgasmo me trastornó a tal punto que lo grité:
-¡Ahhhhhh…..Enriqueeee……. me estás haciendo acabar….. otra vezzzzzzz!!!-
Terminó, alborotado también, yo me dejé caer en el colchón, él se sentó, respiró profundamente varias veces, miró el reloj y bajó de la cama.
-Nico, mi compañero me va a matar…… permiso me ducho y me voy –
Salió del baño vestido, se agachó para besarme y, mirándome a los ojos:
-¡No terminé contigo, belleza, ……., la seguimos- y se fue.
Transcurridos unos cuantos minutos, pensando en lo ocurrido, caí en la cuenta que la pelota, que dio inicio al despelote gozoso con el vecino, había quedado olvidada.
Enseguida se me ocurrió que la tal pelota extraviada no existía, que había sido un artificio sagaz, de Enrique para seducirme. Lo descarté recordando que fui yo, con mis agachadas mañosas, que lo había instigado a la acción.
Lo confirmé, a la tarde del día siguiente, cuando mis nenes encontraron en el jardín el balón reglamentario.
Cuando, más tarde sonó el timbre y abrí la puerta de calle:
-¡Hola! ¿Todo bien? Soy, Enrique, uno de los encargados..- se interrumpió al ver en mi mano la propicia pelota.
-La encontraron, hace un ratito, los nenes, detrás de un arbusto-
Captó el mensaje de que no estaba sola en casa, pero sabía que mi marido seguía ausente. Con voz apenas perceptible:
-Te paso debajo de la puerta un papelito con mi número de celular. Cuando se duerman los pendejos, mándame un wathsapp- agarró la pelota, levantó la voz para agradecer y se la llevó.
A las 21:30 le avisé. De las 22:00 a pasadas las 24:00 estuvimos cogiendo.
Antes que regresase Miguel, repetimos tres veces.
7 comentarios - Cayó la pelota y arrastró mi bombacha.