El fruto del trabajo, fuera del País, fue el mejor de los placeres.
Después de la cena, la primera noche en el extranjero por trabajo, nos demoramos en el bar del hotel para charlar, terminados los temas laborales, sobrevinieron los personales. Ella me agrada mucho. Con un par de copas, en mi haber, dije:
-Sabés, trabajamos “un montón”, nos merecemos un tiempo extra recreativo, …., juntos…. los dos-
Me miró, como desconcertada alzando una ceja. Estaba entendiendo por dónde quería ir.
-En especial porque estamos lejos de casa.- continué
Me interrumpió, no parecía escandalizada:
-Sí ... supongo ... ¿Distancia como excusa, para la voz de la conciencia, y traicionar a tu esposa a la ligera? ... ¡¡¡Son todos iguales !!! ..-
Redoblé la apuesta:
-No es una cuestión de lealtad... estamos lejos de casa, de nuestros afectos... un poco de calor humano... un cálido abrazo en la noche para matar la soledad...ayuda.-
Se sonrojó, pero no fue un arrebato de pudor o vergüenza:
-¡Talvez, así sea! ¿Pero no te parece un poco mañosa tu forma de insinuarte? -
Ahí sonó su celular... antes de contestar, me miró y se despidió con un gesto, supuestamente, distante:
-Hasta mañana.- se levantó y se fue.
Me quedé en el bar, pensando si había hecho bien en darle a entender, a Patricia mi jefa, mis ganas de tener relaciones amorosas, con ella.
Me dirigí a mi habitación, tranquilo (ella había estado lejos de mostrar indignación, real o fingida, por la propuesta) y resignado (la noche la pasaría solo, durmiéndome mirando televisión).
Acababa de salir de la ducha cuando escuché golpecitos en la puerta del cuarto. Terminé de secarme y fui a abrir, cubriendo mi desnudez, con el toallón enrollado a la cintura..
Me sorprendió ver a Patricia de pie frente a la puerta. Me miró de pies a cabeza con una sonrisa de superioridad y sorna. Entró sin esperar que la invitase
-¿Vos también, como yo, te vas a dormir vestido sólo con dos gotas de perfume?-
La miré, en silencio atontado, mientras me arreglaba el cabello con las manos.
-Disculpame que te dejé, con la palabra en la boca en el bar. Me llamó mi marido y ¿Sabés lo que pasó? Después de ponernos al día sobre nuestras cosas, se despidió, insólitamente, diciéndome ¡No trabajes solamente, distraete, divertite!! ¿No es de locos?- mientras hablaba no me quitaba los ojos de encima, parecía que el espectáculo era de su agrado.
-¡Está todo bien!¡No me molestó que te fueras!....¿Te quedas a tomar una copa?- respondí.
-¡Claro que sí! ¡Permiso! - y se fue al frigobar por la botella y las dos copas. Las dejó sobre la mesita frente al sofá y sirvió el licor, levantó una y me ofreció la otra.
Amagué ir hacia el baño.
-¿Adonde vas? -
-A ponerme algo encima.-
-Vení, sentate a mi lado. El hecho que sea tu jefa no te debe cohibir.-
Enseguida agregó, para mi sorpresa:
-Vine para “distraerme y divertirme” Vos me lo propusiste y mi marido me dijo que es saludable para mi….. y aquí estoy por un poco de calor humano... por un cálido abrazo para matar la soledad...¡Tengo ganas de co…. digo, de hacer el amor! …. No es para meterte presión…. pero, soy muyyy exigente. ¡Dalé sentate!-
Ni bien me senté en el sofá, dejó el vaso, se levantó, se apartó de la mesita, se quitó la pollera, dejándola deslizarse por las caderas... me dio la espalda y también se desabrochó la blusa.
Vi como la blusa se deslizaba a lo largo de los hombros para terminar en el suelo. Se quedó unos segundos quieta, como si estuviera posando para ser admirada.
Y admiré: las suaves curvas de mujer consciente de su sensualidad, de hembra sexy ... muy sexy. Las medias negras, autosostén, con la delgada costura que parecía indicar la ruta al placer, los dos glúteos redondos y suaves enmarcados por la diminuta bombacha.
Me paré y acerqué a sus espaldas.
Se dio vuelta sonriendo complacida, ...mientras quedé hipnotizado, con los ojos clavados en el corpiño, que a duras penas, contenía los pechos que lo abultaban, introdujo una mano debajo de la toalla, me rodeó la verga, de marera suave pero decidida, como palpándole la rigidez,
-¡Interesante!- susurró
Luego, de unos pocos movimientos lentos simulando masturbarme, palpó mis testículos
¡Uhmmm parecen cargaditos!!!-
Quedó atrás la cuasi-parálisis que me había provocado su inesperada irrupción en el cuarto.
Le aparté el cabello de su cuello, la abracé y comencé a besarla y a acariciarla a lo largo de los brazos, las caderas, las nalgas... ella suspiró y buscó mis labios con los suyos.
Comencé a acariciar sus tetas, las apreté a través de las tazas del corpiño... mientras continuaba besándola en el cuello y susurrando lo que me gustaba.
Lentamente posó una mano sobre mi mejilla, acercó sus labios a los míos en un beso breve pero intenso, sonrió, me quitó el toallón, desabrochó su corpiño y buscó mi verga, ya totalmente erguida, presionando su bombacha sobre ella.
Mis manos resbalaron hacia arriba y volvieron a bajar remplazando las dos copas de la prenda íntima. Sus tetas, suaves pero no demasiado, llenaron mis manos, claramente naturales, no afectadas por los embarazos. Las masajeé lentamente, apretándolas un poco. Su piel era incandescente, los pezones durísimos.
Me asaltó un deseo voyeur inédito: quise mirarle las tetas. Retiré las manos y clavé la vista... eran perfectas... el peso, propio, empujando hacia abajo no las deformaba ... los pezones eran oscuros, gruesos ... con puntos prominentes.
Susurrándome, me dijo:
-¿Qué te parecen? ... ¿las imaginabas así?-
-La verdad que no. Son una “uvita”-respondí, mientras que con un dedo dibujé líneas invisibles alrededor de los pezones.
Sonrió, apretó su pecho contra el mío, me dio un beso, esta vez largo y apasionado... uno de esos besos llenos de deseo... y se ubicó al lado de la cama.
Arregló el cabello, luego introdujo, lentamente, sus dedos bajo el elástico de la bombacha, con un movimiento lento y continúo, la deslizó hasta sacarla por sus tobillos, se quitó las sandalias y se tendió en la cama.
Me arrodillé en el colchón frente a sus piernas, se las acaricié haciendo resbalar las manos sobre las medias
Estiró un brazo y puso una mano en mi cabeza. Me dejé guiar donde ella quería, entre sus piernas abiertas de par en par: al pubis.
Lo tenía completamente depilado, un hermoso monte de venus, grandes labios hinchados y carnosos. Me apretó la cara sobre su sexo, metí manos en sus nalgas y comencé a lamer salvajemente.
Arqueó su espalda y emitió gemidos de agradecimiento mientras, con la lengua, le apartaba los grandes labios para alcanzar los pequeños y el clítoris, y, con dos dedos humedecidos, le hacía cosquilla en el agujerito anal.
Me obligué a dar por terminados los prolegómenos de la cogida, me ubiqué encima de ella, con la boca busqué sus labios. Esta vez su beso fue largo y apasionado, parecía querer chuparme el alma.
Con la verga en la mano, inicié un recorrido por afuera de la concha, subía y bajaba rozándola suavemente, con el glande. Temblaba de pacer. No me dejó que siguiera con el juego, estaba frenética, afirmada en sus pies en el colchón, empujó con desesperación, hacia arriba, introduciendo mi miembro en su cueva incendiada. Ahí sí, comencé a cogerla sin más firuletes. Estaba hecha un volcán: gimió, suspiró, gritó, movió de modo alucinante su pubis, de tanto en tanto contraía, deliciosamente, la cachucha alrededor de la verga provocándome un placer estupendo. Me arrancó un sinnúmero de bufidos, gruñidos y sonidos de todo tipo. Las acabadas fueron, lujuriosa y aparatosa la de ella, un derrame de semen y de voces, la mía.
Me desplomé a su lado, exhausto. Al cabo de un buen rato en reposo, nos higienizamos y, de regreso a la cama, Patricia, trajo las copitas, previamente, servidas y brindamos.
En toda mi vida sexual lícita e ilícita, fueron contadas las cogidas tan soberbias como la primera que tuvimos esa noche de desenfreno. Al dejar el hotel, de regreso a casa, la había montado, en tres noches consecutivas, ocho alucinantes veces más y nos habíamos higienizado mutuamente bajo la ducha entre polvo y polvo, igual cantidad de veces. Pero, sin dudas, la primera cogida fue superlativa y resiste cualquier comparación, con las precedentes con otras mujeres.
Si alguien, antes de emprender ese viaje de trabajo, me hubiese sugerido que iba a hacer el amor con Patricia, mi jefa, y que sería tan gratificante habría pensado que estaba desquiciado o con exceso de copas.
Vista la mutua satisfacción, de regreso al País y a la rutina, hubo otras pocas experiencias “espontáneas”, improvisadas o programadas con cuidado.
En todos los casos, me despidió más o menos así:
-No vemos mañana… por favor se puntual …. -
Después de la cena, la primera noche en el extranjero por trabajo, nos demoramos en el bar del hotel para charlar, terminados los temas laborales, sobrevinieron los personales. Ella me agrada mucho. Con un par de copas, en mi haber, dije:
-Sabés, trabajamos “un montón”, nos merecemos un tiempo extra recreativo, …., juntos…. los dos-
Me miró, como desconcertada alzando una ceja. Estaba entendiendo por dónde quería ir.
-En especial porque estamos lejos de casa.- continué
Me interrumpió, no parecía escandalizada:
-Sí ... supongo ... ¿Distancia como excusa, para la voz de la conciencia, y traicionar a tu esposa a la ligera? ... ¡¡¡Son todos iguales !!! ..-
Redoblé la apuesta:
-No es una cuestión de lealtad... estamos lejos de casa, de nuestros afectos... un poco de calor humano... un cálido abrazo en la noche para matar la soledad...ayuda.-
Se sonrojó, pero no fue un arrebato de pudor o vergüenza:
-¡Talvez, así sea! ¿Pero no te parece un poco mañosa tu forma de insinuarte? -
Ahí sonó su celular... antes de contestar, me miró y se despidió con un gesto, supuestamente, distante:
-Hasta mañana.- se levantó y se fue.
Me quedé en el bar, pensando si había hecho bien en darle a entender, a Patricia mi jefa, mis ganas de tener relaciones amorosas, con ella.
Me dirigí a mi habitación, tranquilo (ella había estado lejos de mostrar indignación, real o fingida, por la propuesta) y resignado (la noche la pasaría solo, durmiéndome mirando televisión).
Acababa de salir de la ducha cuando escuché golpecitos en la puerta del cuarto. Terminé de secarme y fui a abrir, cubriendo mi desnudez, con el toallón enrollado a la cintura..
Me sorprendió ver a Patricia de pie frente a la puerta. Me miró de pies a cabeza con una sonrisa de superioridad y sorna. Entró sin esperar que la invitase
-¿Vos también, como yo, te vas a dormir vestido sólo con dos gotas de perfume?-
La miré, en silencio atontado, mientras me arreglaba el cabello con las manos.
-Disculpame que te dejé, con la palabra en la boca en el bar. Me llamó mi marido y ¿Sabés lo que pasó? Después de ponernos al día sobre nuestras cosas, se despidió, insólitamente, diciéndome ¡No trabajes solamente, distraete, divertite!! ¿No es de locos?- mientras hablaba no me quitaba los ojos de encima, parecía que el espectáculo era de su agrado.
-¡Está todo bien!¡No me molestó que te fueras!....¿Te quedas a tomar una copa?- respondí.
-¡Claro que sí! ¡Permiso! - y se fue al frigobar por la botella y las dos copas. Las dejó sobre la mesita frente al sofá y sirvió el licor, levantó una y me ofreció la otra.
Amagué ir hacia el baño.
-¿Adonde vas? -
-A ponerme algo encima.-
-Vení, sentate a mi lado. El hecho que sea tu jefa no te debe cohibir.-
Enseguida agregó, para mi sorpresa:
-Vine para “distraerme y divertirme” Vos me lo propusiste y mi marido me dijo que es saludable para mi….. y aquí estoy por un poco de calor humano... por un cálido abrazo para matar la soledad...¡Tengo ganas de co…. digo, de hacer el amor! …. No es para meterte presión…. pero, soy muyyy exigente. ¡Dalé sentate!-
Ni bien me senté en el sofá, dejó el vaso, se levantó, se apartó de la mesita, se quitó la pollera, dejándola deslizarse por las caderas... me dio la espalda y también se desabrochó la blusa.
Vi como la blusa se deslizaba a lo largo de los hombros para terminar en el suelo. Se quedó unos segundos quieta, como si estuviera posando para ser admirada.
Y admiré: las suaves curvas de mujer consciente de su sensualidad, de hembra sexy ... muy sexy. Las medias negras, autosostén, con la delgada costura que parecía indicar la ruta al placer, los dos glúteos redondos y suaves enmarcados por la diminuta bombacha.
Me paré y acerqué a sus espaldas.
Se dio vuelta sonriendo complacida, ...mientras quedé hipnotizado, con los ojos clavados en el corpiño, que a duras penas, contenía los pechos que lo abultaban, introdujo una mano debajo de la toalla, me rodeó la verga, de marera suave pero decidida, como palpándole la rigidez,
-¡Interesante!- susurró
Luego, de unos pocos movimientos lentos simulando masturbarme, palpó mis testículos
¡Uhmmm parecen cargaditos!!!-
Quedó atrás la cuasi-parálisis que me había provocado su inesperada irrupción en el cuarto.
Le aparté el cabello de su cuello, la abracé y comencé a besarla y a acariciarla a lo largo de los brazos, las caderas, las nalgas... ella suspiró y buscó mis labios con los suyos.
Comencé a acariciar sus tetas, las apreté a través de las tazas del corpiño... mientras continuaba besándola en el cuello y susurrando lo que me gustaba.
Lentamente posó una mano sobre mi mejilla, acercó sus labios a los míos en un beso breve pero intenso, sonrió, me quitó el toallón, desabrochó su corpiño y buscó mi verga, ya totalmente erguida, presionando su bombacha sobre ella.
Mis manos resbalaron hacia arriba y volvieron a bajar remplazando las dos copas de la prenda íntima. Sus tetas, suaves pero no demasiado, llenaron mis manos, claramente naturales, no afectadas por los embarazos. Las masajeé lentamente, apretándolas un poco. Su piel era incandescente, los pezones durísimos.
Me asaltó un deseo voyeur inédito: quise mirarle las tetas. Retiré las manos y clavé la vista... eran perfectas... el peso, propio, empujando hacia abajo no las deformaba ... los pezones eran oscuros, gruesos ... con puntos prominentes.
Susurrándome, me dijo:
-¿Qué te parecen? ... ¿las imaginabas así?-
-La verdad que no. Son una “uvita”-respondí, mientras que con un dedo dibujé líneas invisibles alrededor de los pezones.
Sonrió, apretó su pecho contra el mío, me dio un beso, esta vez largo y apasionado... uno de esos besos llenos de deseo... y se ubicó al lado de la cama.
Arregló el cabello, luego introdujo, lentamente, sus dedos bajo el elástico de la bombacha, con un movimiento lento y continúo, la deslizó hasta sacarla por sus tobillos, se quitó las sandalias y se tendió en la cama.
Me arrodillé en el colchón frente a sus piernas, se las acaricié haciendo resbalar las manos sobre las medias
Estiró un brazo y puso una mano en mi cabeza. Me dejé guiar donde ella quería, entre sus piernas abiertas de par en par: al pubis.
Lo tenía completamente depilado, un hermoso monte de venus, grandes labios hinchados y carnosos. Me apretó la cara sobre su sexo, metí manos en sus nalgas y comencé a lamer salvajemente.
Arqueó su espalda y emitió gemidos de agradecimiento mientras, con la lengua, le apartaba los grandes labios para alcanzar los pequeños y el clítoris, y, con dos dedos humedecidos, le hacía cosquilla en el agujerito anal.
Me obligué a dar por terminados los prolegómenos de la cogida, me ubiqué encima de ella, con la boca busqué sus labios. Esta vez su beso fue largo y apasionado, parecía querer chuparme el alma.
Con la verga en la mano, inicié un recorrido por afuera de la concha, subía y bajaba rozándola suavemente, con el glande. Temblaba de pacer. No me dejó que siguiera con el juego, estaba frenética, afirmada en sus pies en el colchón, empujó con desesperación, hacia arriba, introduciendo mi miembro en su cueva incendiada. Ahí sí, comencé a cogerla sin más firuletes. Estaba hecha un volcán: gimió, suspiró, gritó, movió de modo alucinante su pubis, de tanto en tanto contraía, deliciosamente, la cachucha alrededor de la verga provocándome un placer estupendo. Me arrancó un sinnúmero de bufidos, gruñidos y sonidos de todo tipo. Las acabadas fueron, lujuriosa y aparatosa la de ella, un derrame de semen y de voces, la mía.
Me desplomé a su lado, exhausto. Al cabo de un buen rato en reposo, nos higienizamos y, de regreso a la cama, Patricia, trajo las copitas, previamente, servidas y brindamos.
En toda mi vida sexual lícita e ilícita, fueron contadas las cogidas tan soberbias como la primera que tuvimos esa noche de desenfreno. Al dejar el hotel, de regreso a casa, la había montado, en tres noches consecutivas, ocho alucinantes veces más y nos habíamos higienizado mutuamente bajo la ducha entre polvo y polvo, igual cantidad de veces. Pero, sin dudas, la primera cogida fue superlativa y resiste cualquier comparación, con las precedentes con otras mujeres.
Si alguien, antes de emprender ese viaje de trabajo, me hubiese sugerido que iba a hacer el amor con Patricia, mi jefa, y que sería tan gratificante habría pensado que estaba desquiciado o con exceso de copas.
Vista la mutua satisfacción, de regreso al País y a la rutina, hubo otras pocas experiencias “espontáneas”, improvisadas o programadas con cuidado.
En todos los casos, me despidió más o menos así:
-No vemos mañana… por favor se puntual …. -
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