Como dice el título nunca me pasó algo así. Esperaba el 102 en la parada de San José y Carlos Calvo, lo digo porque no es un recorrido que haga con demasiada frecuencia.
Un chico que pasa por ahí se detiene y me pregunta si ese colectivo lo deja en el Congreso. Le digo que sí, pero que lo tiene que tomar en Sáenz Peña. Como se me queda mirando le pregunto qué pasa, si tengo algo en la cara.
-¿Nos conocemos de algún lado?- me pregunta.
-No..., no creo- le respondo un tanto dudosa, ya que soy un desastre para las caras.
-Yo creo que sí- me insiste.
-Yo creo que no- le insisto yo, más atenta a la llegada de mi colectivo que a lo que él pueda decirme.
-¿Porque no vamos a tomar algo y tratamos de acordarnos de dónde nos conocemos?- me sugiere.
-Te agradezco la oferta pero no acostumbro aceptar invitaciones de desconocidos-
-Ya te dije que nos conocemos, solo que no nos acordamos de dónde, pero vas a ver que con un café y una charla se nos aclara todo-
Vuelvo a negar con la cabeza, siempre mirando hacia el lugar desde dónde debe venir el colectivo que estoy esperando.
-Hagamos una cosa, si en el próximo minuto tu colectivo no viene, me aceptás el café- me propone y sin que yo acepte nada empieza a contar.
Debo ser sincera y admitir que ya para entonces estaba deseando que el colectivo no viniera. El chico me gustaba, le digo chico porque era más joven que yo, de unos treinta y pocos años, rubiecito y con cara de sabérselas todas.
Justo cuándo se cumple el minuto llega un 102. Un par de personas que están en la fila suben, pero yo me quedo.
-Lo justo, vos ganaste así que te acepto el café- le digo.
No se las voy a hacer más larga, fuimos a tomar un café en un bar que está ahí nomás en la esquina, charlamos un rato y después de que quedó bien en claro que no nos conocíamos de nada, fuimos a un telo. Sí, tal como lo leen, directo a los bifes.
Quizás para ustedes sea normal irse a la cama con alguien a quién acaban de conocer, pero para mí era la primera vez que me acostaba con un completo extraño. Sabía únicamente lo que me había dicho, que se llamaba Fernando, que tenía 31 años y trabajaba en un banco cercano al lugar en dónde me había levantado. Ni siquiera sabía si estaba casado o tenía novia, aunque antes de entrar al telo le mandó un mensaje a alguien.
El telo quedaba en la siguiente cuadra, sobre Carlos Calvo, un lugar llamado Cedro Azul, según pude leer en el cartel mientras entrábamos por la cochera.
-Al final vamos a terminar conociéndonos- le digo al entrar a la habitación.
-¡Y muy bien!- exclama apoyándome por detrás.
Ya con esa primera apoyada sentí algo grande. Más todavía cuando me la empezó a frotar por todo el culo. Yo tenía pantalón así que podía sentir con absoluta nitidez la envergadura de lo que ése chico tenía entre las piernas.
Me doy la vuelta y nos besamos, sintiendo ahora la presión de su paquete contra mi vientre. Se lo toco por encima de la bragueta y de verdad les digo que si no salí corriendo en ese mismo instante fue porque no quería defraudarme a mí misma.
Desde que acepté ir a un telo con él tenía curiosidad por saber como respondería en una situación así. Nunca había entrado a un albergue transitorio con nadie que no fuera mi marido. Lo de mi vecino había sido algo totalmente distinto. Lo habíamos hecho una vez en mi casa, otra en la suya y hasta en una obra en construcción, y todos esos encuentros habían sido instigados por él. Así que ésta era en realidad la primera vez que estaba siendo infiel por decisión propia. Y eso me gustaba, ser yo la que decidiera irse a la cama.
El chico me resultaba simpático, agradable, y por lo que alcanzaba a notar, la tenía como la de un burro. Pero más allá de tamaños, lo esencial de todo esto es que así como estaba con él, podría haber estado con cualquier otro. Lo que realmente me estimulaba era esa sensación de sentirme deseada. De ser capaz de pararle la pija a un pendejo.
Mi marido nunca me dice un piropo ni un halago, y cuando hacemos el amor resulta todo un acontecimiento que se le ponga dura, lo cuál, obviamente, me genera cierta inseguridad respecto a lo atractiva que puedo seguir resultándole. Pero ahí estaba mi vecino y ahora éste chico para decirme que aún soy hermosa a los ojos de otros hombres y que mi cuerpo, pese al paso del tiempo, sigue siendo capaz de despertar pasiones.
Me convencí de ello cuando el chico se saca el pantalón y pela lo que más bien parece una tercera pierna. Una cosa es sentirla y otra verla, la pija más grande de toda mi vida, que no fueron muchas, cierto, pero era más grande incluso que la de Pablo que ya me parecía enorme. Y encima, ésta ya estaba parada.
-Como te dicen, ¿trípode?- intento bromear, aunque la verdad es que sudaba la gota gorda.
Desnudos nos tiramos en la cama y volvemos a besarnos mientras nos frotamos y acariciamos.
¿De verdad me va a meter todo eso?, me digo a mí misma mientras se la toco, tratando de constatar la verdadera magnitud de todo aquello.
De verdad que es enorme, me doy cuenta cuando intento chupársela y apenas puedo meterme una parte en la boca. Para el resto utilizo la lengua y los labios, lamiéndola y besándola por los lados. Pero aunque estaba fuera de toda proporción, resultaba divertido intentar comerme más de lo que me era posible. Me comía lo que podía y luego me empujaba lo demás, hasta que me quedaba sin aire. Entonces la soltaba, aspiraba profundo y volvía a intentarlo, llegando a comerme, no sin esfuerzo, un trozo más que generoso.
Resulta increíble la naturaleza humana, porque siendo que él tenía una poronga de un tamaño muy por encima de lo normal, y yo una concha apretadita, poco habituada a las invasiones traumáticas, calzamos a la perfección.
Por la boca no me entraría, pero por la concha me la metió toda, así de grande, gorda y dura, rellenándome bien hasta el fondo, sorprendiéndome hasta a mí misma, ya que esperaba un dolor de aquellos cuando empezáramos con las acciones.
Lo cierto es que la concha se me lubricó de la forma adecuada, y se abrió como pimpollo en primavera, recibiendo toda esa carne recubierta en látex que de tan grande que era parecía no terminar de entrarme nunca.
Él estaba encima mío, entre mis piernas, por lo que nos besábamos mientras me la metía y sacaba, haciéndomela sentir hasta los ovarios.
Nunca me había sentido tan llena de verga, ni siquiera con mi vecino, era como si la pija se expandiera y ocupara cada rincón, pura carne y vigor.
Me estaba cojiendo un desconocido y yo me sentía en las nubes, mojándome como una adolescente, gimiendo como seguramente no había gemido en años.
Hacia tiempo que el sexo en mi matrimonio se había convertido en un simple trámite, algo que debíamos hacer porque estábamos casados y compartíamos la misma cama. Pero la pasión ya no existía. Sin embargo ahí estaba, en la cama de un telo, volviendo a sentir, igual que con mi vecino, ésa pasión que ya creía perdida.
Resultaba hasta emocionante, como sentirse viva de nuevo tras una larga agonía.
Por supuesto que pese a la diferencia de edad quién tenía más experiencia era él, por lo que me manejaba a su antojo, poniéndome en poses dignas de una actriz porno. Eso me encantaba, sentirme tan sexy. Me miraba en los espejos y no podía creer que fuera yo la que estaba en tal o cuál posición recibiendo semejante porongazo.
En cuatro parecía que me iba a romper la cajeta. Cada empujón me llegaba hasta el estómago, o eso me parecía de tan adentro que me la metía.
Estaba encima mío, sobre mi espalda, machacándome con fuerza. Yo había caído derrumbada sin poder soportar el peso de ambos sobre mis rodillas. Entonces me la sacó de la concha y empezó a tantearme el otro agujero.
Una cosa es que te metan semejante cantidad de carne por la concha, que es su conducto natural, y se dilata acorde a las exigencias, y otra muy distinta por el culo, y más uno recién estrenado como el mío. Pero que puedo decirles, la idea no me pareció del todo descabellada. Mas aún cuando me metió los dedos y hurgándome bien adentro, me preguntó si me gustaba por el culo.
No llegué a responderle, porque ya me la estaba metiendo, haciendo fuerza con todo el peso de su cuerpo. Me mordí los labios y aguanté, sintiendo como me iba entrando pese a la notable diferencia entre uno y otro. Nunca pensé que lo haría, pero le agradecía a Pablo por habérmelo roto, porque sino creo que todavía estaría internada en terapia intensiva y con pronóstico reservado.
La sensación de llenado a medida que me iba entrando me resultaba alucinante. En lo único que pensaba era en porque no lo había hecho antes. Dolía sí pero que gusto me daba.
No sé si me llegó a meter toda, creo que no, porque sino andaría en muletas. Igual lo que me metió alcanzó para llenarme, haciéndome sentir que me partía al medio cuando empezó a culiarme.
Terminé devastada, no cabe otro término para describir el estado en que me dejó. Gocé unos buenos polvos, no lo niego, pero me hizo de goma.
-Ya me tengo que ir a casa- le digo tras una nueva acabada.
Me levanto, mareada todavía por ese último orgasmo, pero antes de pueda llegar adónde está mi ropa, se levanta también, me agarra fuerte y poniéndome contra un espejo, en posición de cacheo, me la vuelve a meter por el culo.
La culiada que me pega ahí de parados es como para reventar cuetes. Nunca me habían atendido así. Ni siquiera Pablo y eso que sus polvos me parecieron de los mejores. Pero lo de éste pendejo superaba todo.
Yo ya ni sabía por cuál acabada iba, había perdido la cuenta hacia rato, pero si sabía que ésa era la segunda vez que él acababa. La primera vez acabó en el forro, pero ahora, llegado el momento, me acabó encima de la cola.
Resulta extraño decir que aunque la pasamos bárbaro, no nos pasamos los números de teléfono, ni mail, ni siquiera Facebook. Él no me lo pidió ni yo se lo ofrecí.
Salimos del telo de nuevo por la cochera, me acompañó hasta la parada y cuándo vino el 102, nos despedimos con un beso como de amigos.
Durante el viaje me puse a escuchar música y fui recapitulando en todo lo que había pasado en esas últimas dos horas. Recién entonces me empecé a dar cuenta de lo raro que había sido todo. Como se había acercado insinuando que me conocía. ¿Podía ser que fuera de Poringa? Quizás las fotos que puse no fueron tan anónimas como supuse que serían. Además me di cuenta también en ese momento que cuando me dijo: Te gusta por el culo, no fue en un tono de pregunta sino de confirmación, como si ya supiera que me lo habían roto y me había gustado.
No sé, quizás sean ideas mías, porque si hubiera sido de Poringa, ya una vez que estuvimos en el telo me lo podría haber dicho. Igual me queda la duda. Lástima que no me avivé antes, porque se lo habría preguntado.
Por último, un llamado a la solidaridad, si sos el chico que me levantó el otro día en San José y Carlos Calvo, mandame un mensaje privado. Tengo ganas de volver a verte.
Este pantalón tenía puesto cuando me apoyaste en el telo. ¿Te acordás?
Y esta es la cola que rompiste esa tarde, todavía te siento.
Un chico que pasa por ahí se detiene y me pregunta si ese colectivo lo deja en el Congreso. Le digo que sí, pero que lo tiene que tomar en Sáenz Peña. Como se me queda mirando le pregunto qué pasa, si tengo algo en la cara.
-¿Nos conocemos de algún lado?- me pregunta.
-No..., no creo- le respondo un tanto dudosa, ya que soy un desastre para las caras.
-Yo creo que sí- me insiste.
-Yo creo que no- le insisto yo, más atenta a la llegada de mi colectivo que a lo que él pueda decirme.
-¿Porque no vamos a tomar algo y tratamos de acordarnos de dónde nos conocemos?- me sugiere.
-Te agradezco la oferta pero no acostumbro aceptar invitaciones de desconocidos-
-Ya te dije que nos conocemos, solo que no nos acordamos de dónde, pero vas a ver que con un café y una charla se nos aclara todo-
Vuelvo a negar con la cabeza, siempre mirando hacia el lugar desde dónde debe venir el colectivo que estoy esperando.
-Hagamos una cosa, si en el próximo minuto tu colectivo no viene, me aceptás el café- me propone y sin que yo acepte nada empieza a contar.
Debo ser sincera y admitir que ya para entonces estaba deseando que el colectivo no viniera. El chico me gustaba, le digo chico porque era más joven que yo, de unos treinta y pocos años, rubiecito y con cara de sabérselas todas.
Justo cuándo se cumple el minuto llega un 102. Un par de personas que están en la fila suben, pero yo me quedo.
-Lo justo, vos ganaste así que te acepto el café- le digo.
No se las voy a hacer más larga, fuimos a tomar un café en un bar que está ahí nomás en la esquina, charlamos un rato y después de que quedó bien en claro que no nos conocíamos de nada, fuimos a un telo. Sí, tal como lo leen, directo a los bifes.
Quizás para ustedes sea normal irse a la cama con alguien a quién acaban de conocer, pero para mí era la primera vez que me acostaba con un completo extraño. Sabía únicamente lo que me había dicho, que se llamaba Fernando, que tenía 31 años y trabajaba en un banco cercano al lugar en dónde me había levantado. Ni siquiera sabía si estaba casado o tenía novia, aunque antes de entrar al telo le mandó un mensaje a alguien.
El telo quedaba en la siguiente cuadra, sobre Carlos Calvo, un lugar llamado Cedro Azul, según pude leer en el cartel mientras entrábamos por la cochera.
-Al final vamos a terminar conociéndonos- le digo al entrar a la habitación.
-¡Y muy bien!- exclama apoyándome por detrás.
Ya con esa primera apoyada sentí algo grande. Más todavía cuando me la empezó a frotar por todo el culo. Yo tenía pantalón así que podía sentir con absoluta nitidez la envergadura de lo que ése chico tenía entre las piernas.
Me doy la vuelta y nos besamos, sintiendo ahora la presión de su paquete contra mi vientre. Se lo toco por encima de la bragueta y de verdad les digo que si no salí corriendo en ese mismo instante fue porque no quería defraudarme a mí misma.
Desde que acepté ir a un telo con él tenía curiosidad por saber como respondería en una situación así. Nunca había entrado a un albergue transitorio con nadie que no fuera mi marido. Lo de mi vecino había sido algo totalmente distinto. Lo habíamos hecho una vez en mi casa, otra en la suya y hasta en una obra en construcción, y todos esos encuentros habían sido instigados por él. Así que ésta era en realidad la primera vez que estaba siendo infiel por decisión propia. Y eso me gustaba, ser yo la que decidiera irse a la cama.
El chico me resultaba simpático, agradable, y por lo que alcanzaba a notar, la tenía como la de un burro. Pero más allá de tamaños, lo esencial de todo esto es que así como estaba con él, podría haber estado con cualquier otro. Lo que realmente me estimulaba era esa sensación de sentirme deseada. De ser capaz de pararle la pija a un pendejo.
Mi marido nunca me dice un piropo ni un halago, y cuando hacemos el amor resulta todo un acontecimiento que se le ponga dura, lo cuál, obviamente, me genera cierta inseguridad respecto a lo atractiva que puedo seguir resultándole. Pero ahí estaba mi vecino y ahora éste chico para decirme que aún soy hermosa a los ojos de otros hombres y que mi cuerpo, pese al paso del tiempo, sigue siendo capaz de despertar pasiones.
Me convencí de ello cuando el chico se saca el pantalón y pela lo que más bien parece una tercera pierna. Una cosa es sentirla y otra verla, la pija más grande de toda mi vida, que no fueron muchas, cierto, pero era más grande incluso que la de Pablo que ya me parecía enorme. Y encima, ésta ya estaba parada.
-Como te dicen, ¿trípode?- intento bromear, aunque la verdad es que sudaba la gota gorda.
Desnudos nos tiramos en la cama y volvemos a besarnos mientras nos frotamos y acariciamos.
¿De verdad me va a meter todo eso?, me digo a mí misma mientras se la toco, tratando de constatar la verdadera magnitud de todo aquello.
De verdad que es enorme, me doy cuenta cuando intento chupársela y apenas puedo meterme una parte en la boca. Para el resto utilizo la lengua y los labios, lamiéndola y besándola por los lados. Pero aunque estaba fuera de toda proporción, resultaba divertido intentar comerme más de lo que me era posible. Me comía lo que podía y luego me empujaba lo demás, hasta que me quedaba sin aire. Entonces la soltaba, aspiraba profundo y volvía a intentarlo, llegando a comerme, no sin esfuerzo, un trozo más que generoso.
Resulta increíble la naturaleza humana, porque siendo que él tenía una poronga de un tamaño muy por encima de lo normal, y yo una concha apretadita, poco habituada a las invasiones traumáticas, calzamos a la perfección.
Por la boca no me entraría, pero por la concha me la metió toda, así de grande, gorda y dura, rellenándome bien hasta el fondo, sorprendiéndome hasta a mí misma, ya que esperaba un dolor de aquellos cuando empezáramos con las acciones.
Lo cierto es que la concha se me lubricó de la forma adecuada, y se abrió como pimpollo en primavera, recibiendo toda esa carne recubierta en látex que de tan grande que era parecía no terminar de entrarme nunca.
Él estaba encima mío, entre mis piernas, por lo que nos besábamos mientras me la metía y sacaba, haciéndomela sentir hasta los ovarios.
Nunca me había sentido tan llena de verga, ni siquiera con mi vecino, era como si la pija se expandiera y ocupara cada rincón, pura carne y vigor.
Me estaba cojiendo un desconocido y yo me sentía en las nubes, mojándome como una adolescente, gimiendo como seguramente no había gemido en años.
Hacia tiempo que el sexo en mi matrimonio se había convertido en un simple trámite, algo que debíamos hacer porque estábamos casados y compartíamos la misma cama. Pero la pasión ya no existía. Sin embargo ahí estaba, en la cama de un telo, volviendo a sentir, igual que con mi vecino, ésa pasión que ya creía perdida.
Resultaba hasta emocionante, como sentirse viva de nuevo tras una larga agonía.
Por supuesto que pese a la diferencia de edad quién tenía más experiencia era él, por lo que me manejaba a su antojo, poniéndome en poses dignas de una actriz porno. Eso me encantaba, sentirme tan sexy. Me miraba en los espejos y no podía creer que fuera yo la que estaba en tal o cuál posición recibiendo semejante porongazo.
En cuatro parecía que me iba a romper la cajeta. Cada empujón me llegaba hasta el estómago, o eso me parecía de tan adentro que me la metía.
Estaba encima mío, sobre mi espalda, machacándome con fuerza. Yo había caído derrumbada sin poder soportar el peso de ambos sobre mis rodillas. Entonces me la sacó de la concha y empezó a tantearme el otro agujero.
Una cosa es que te metan semejante cantidad de carne por la concha, que es su conducto natural, y se dilata acorde a las exigencias, y otra muy distinta por el culo, y más uno recién estrenado como el mío. Pero que puedo decirles, la idea no me pareció del todo descabellada. Mas aún cuando me metió los dedos y hurgándome bien adentro, me preguntó si me gustaba por el culo.
No llegué a responderle, porque ya me la estaba metiendo, haciendo fuerza con todo el peso de su cuerpo. Me mordí los labios y aguanté, sintiendo como me iba entrando pese a la notable diferencia entre uno y otro. Nunca pensé que lo haría, pero le agradecía a Pablo por habérmelo roto, porque sino creo que todavía estaría internada en terapia intensiva y con pronóstico reservado.
La sensación de llenado a medida que me iba entrando me resultaba alucinante. En lo único que pensaba era en porque no lo había hecho antes. Dolía sí pero que gusto me daba.
No sé si me llegó a meter toda, creo que no, porque sino andaría en muletas. Igual lo que me metió alcanzó para llenarme, haciéndome sentir que me partía al medio cuando empezó a culiarme.
Terminé devastada, no cabe otro término para describir el estado en que me dejó. Gocé unos buenos polvos, no lo niego, pero me hizo de goma.
-Ya me tengo que ir a casa- le digo tras una nueva acabada.
Me levanto, mareada todavía por ese último orgasmo, pero antes de pueda llegar adónde está mi ropa, se levanta también, me agarra fuerte y poniéndome contra un espejo, en posición de cacheo, me la vuelve a meter por el culo.
La culiada que me pega ahí de parados es como para reventar cuetes. Nunca me habían atendido así. Ni siquiera Pablo y eso que sus polvos me parecieron de los mejores. Pero lo de éste pendejo superaba todo.
Yo ya ni sabía por cuál acabada iba, había perdido la cuenta hacia rato, pero si sabía que ésa era la segunda vez que él acababa. La primera vez acabó en el forro, pero ahora, llegado el momento, me acabó encima de la cola.
Resulta extraño decir que aunque la pasamos bárbaro, no nos pasamos los números de teléfono, ni mail, ni siquiera Facebook. Él no me lo pidió ni yo se lo ofrecí.
Salimos del telo de nuevo por la cochera, me acompañó hasta la parada y cuándo vino el 102, nos despedimos con un beso como de amigos.
Durante el viaje me puse a escuchar música y fui recapitulando en todo lo que había pasado en esas últimas dos horas. Recién entonces me empecé a dar cuenta de lo raro que había sido todo. Como se había acercado insinuando que me conocía. ¿Podía ser que fuera de Poringa? Quizás las fotos que puse no fueron tan anónimas como supuse que serían. Además me di cuenta también en ese momento que cuando me dijo: Te gusta por el culo, no fue en un tono de pregunta sino de confirmación, como si ya supiera que me lo habían roto y me había gustado.
No sé, quizás sean ideas mías, porque si hubiera sido de Poringa, ya una vez que estuvimos en el telo me lo podría haber dicho. Igual me queda la duda. Lástima que no me avivé antes, porque se lo habría preguntado.
Por último, un llamado a la solidaridad, si sos el chico que me levantó el otro día en San José y Carlos Calvo, mandame un mensaje privado. Tengo ganas de volver a verte.
Este pantalón tenía puesto cuando me apoyaste en el telo. ¿Te acordás?
Y esta es la cola que rompiste esa tarde, todavía te siento.
5 comentarios - Nunca me pasó
Excelente relato, dejo 10