Escribo este relato de parada, porque no me puedo sentar. Mi vecino atacó de nuevo y cumplió su amenaza. Aunque para ser sincera fui yo la que le dejó la cola en bandeja.
Pero antes quiero presentarme, se me pasó hacerlo la otra vez.
Me llamo Julia, Julita para mis amigos. Lo de "cogelona" viene por lo que me dijo Pablo antes de irse ese día que me cogió por primera vez.
-¡Resultaste toda una cogelona, vecina!-
Tengo 45 años, veintidós de los cuáles los pasé casada con Juan Carlos, padre de mis tres hijos y chofer de colectivos de larga distancia. Nunca le puse los cuernos, hasta ahora, claro, lo cuál todavía me sigue sorprendiendo.
Como les contaba, esta vez se la hice fácil a mi vecino. Bueno, mucho más fácil que la otra vez.
En la parte de pasillo que me corresponde tengo varias macetas con plantas a las que no les presto demasiada atención que digamos. Sin embargo esta tarde salí a regarlas y a cambiarles la tierra. En realidad quería estar afuera para cuándo Pablo llegara. Ya habían pasado varios días de nuestro encuentro y de la promesa que me había hecho. Y la verdad es que con cada día que pasaba me iba poniendo más ansiosa.
Me iba a romper bien el orto. Textuales palabras. Al principio no quería saber nada. Después de que se fue aquella vez, escribí el relato, como una especie de desahogo, y ya más relajada me dije que nunca más. Que había sido una locura. Pero, pasó un día, pasaron dos, pasaron tres, y ya no me parecía tan loco lo que había hecho.
La verdad es que la pasé bomba. Lo disfruté como nunca. Jamás me habían cogido de esa manera, como a una puta, porque así me trató Pablo, como seguramente trata a la mayoría de las mujeres con las que se acuesta. Y ahí estaba yo, en plena era del #Metoo y del empoderamiento de la mujer queriendo convertirme en el juguete sexual de un vulgar machista.
Me había puesto short y blusa, cuestión de ser lo más explícita posible. Habré estado un par de horas entrando y saliendo de mi casa cada vez que escuchaba la puerta de la calle. Quería que pareciera un encuentro fortuito, una casualidad, que no se diera cuenta de que estaba desesperada por volver a encamarme con él.
Después de un rato vuelvo a escuchar el ruido de la puerta al cerrarse y salgo, haciendo como que remuevo la tierra de las macetas. Esta vez es él. Pablo. Se me eriza todo el cuerpo de solo sentir sus pasos y saber que me está mirando.
Estoy agachada, inclinada sobre las plantas, de forma que le debo de estar ofreciendo una buena panorámica de mi cola, como para que no se le olvide la promesa que me hizo.
Me hago la distraída, la que estoy en mi mundo, aunque estoy pendiente de sus movimientos.
Se acerca, siento ya sus pasos. Mi cuerpo reacciona a su presencia. Se me ponen duros los pezones y se me humedece la entrepierna. ¿Cómo puede ponerme así ese tipo?
Cuando me toca la cola me doy cuenta del porqué.
-¿Que hacés?- me levanto haciéndome la indignada.
-No me pude resistir, me quedé con las ganas de hacértela el otro día- me dice con una mirada de "si te agarro te parto en ocho".
-No me jodas Pablo- le digo dispuesta ya a entrar en mi casa. Al menos en apariencia.
Justo cuando quiero cerrar la puerta, me agarra del brazo y se mete conmigo. Me estampa contra la pared y metiéndome la rodilla por entre las piernas, me come la boca.
-No, pará, pará- le digo sacándomelo de encima con un empujón.
Se me queda mirando, amenazante, listo para saltarme encima de nuevo. El bulto que se le marca en la entrepierna me dice que ya no tengo escapatoria.
-Por favor, en cualquier momento llegan mis hijos- hago una pausa para tragar saliva y agrego -Mejor vamos a tu casa-
No dice nada, me agarra de la mano y me lleva con él, casi a la rastra. Subimos por la escalera, entramos a su departamento y vuelve a ponerme de espalda contra la pared. Ahora soy yo la que le busca la boca para comérsela, mientras siento como mete una mano dentro de mi short y me acaricia la concha. No me puse bombacha, así que sus dedos se hunden fácilmente dentro de mí.
¡Que ganas tengo de que me coja!
No se lo digo, pero puede verlo en mis ojos, sentirlo en mi cuerpo, porque enseguida me saca el shortcito, se baja el pantalón y trata de ponérmela, de nuevo sin protección. Como la vez pasada lo freno en seco, le vuelvo a decir que así no, y levantando el short del suelo, saco de uno de los bolsillos una tira de forros que había llevado por precaución. La experiencia me demostraba que no había estado tan errada.
-Te voy a dejar chueca de tanto cogerte- me dice mientras se pone uno de los forros.
Se posiciona de nuevo entre mis piernas, y ahora sí me la mete y entra a darme, sin que le importe un carajo magullarme la espalda por la violencia con que me hace rebotar contra la pared.
Levanto una pierna y la encajo en torno a su cintura, moviéndome con él en ese baile sexual que los dos improvisamos.
-¿Te gusta?- me pregunta, mirándome con los ojos desorbitados mientras se mueve dentro mío.
-¡Me encanta..., no me podés coger tan bien!- le digo, gimiendo como creo no haber gemido en toda mi vida. Incluso me estaba mojando como hace tiempo no me pasaba.
Me sentía tan puta ahí en el departamento de mi vecino, con el tipo fifándome de parados y contra la pared. No sé como explicarlo pero sentía que ése era mi lugar, que pese a lo que pudiera suponer, aquello no era un error. Que estar allí con él era lo que mejor podía pasarme en la vida.
Nos besamos y cuándo me saca la pija de la concha, se me escapa un chorrito de flujo como si fuera pis. Me agarra del brazo, siempre con sus modos tan bruscos, y me lleva a la pieza, acariciándome el culo por el camino. Los dedos que me va metiendo en el ojete me hacen temblar, no de miedo sino de ansiedad.
No me había olvidado de su promesa, de romperme bien el orto, pero aunque una debe andar con cuidado cuando te amenazan de esa manera, la verdad es que lo estaba deseando. Quería que me lo rompiera, aunque me muriera de dolor en el trámite.
En la pieza nos volvemos a besar, mordiéndonos los labios, chupándonos las lenguas, dándonos uno de esos besos que con mi marido, en 22 años de casados, no nos dimos nunca.
Luego de dejarme los labios empapados con su saliva, me sienta en el borde de la cama y me pone la pija justo enfrente. La tiene dura como una piedra, bien parada, con la cabeza hinchada y enrojecida.
Me pongo a chupársela, suavecito, saboreando más que chupando, pero Pablo parece tener gustos diferentes, ya que me agarra de la cabeza y como si maniobrara una moto, me la hace comer hasta más de la mitad. Obvio que al no estar acostumbrada a tal cantidad de carne, me ahogaba, pero él seguía, hundiéndome la verga hasta la tráquea.
Pese a lo brusco que es, me gusta comerle la chota. Contrariando cualquier lógica y razón, me resulta una experiencia por demás agradable. Hasta me sorprendía a mí misma queriendo comerle un trozo más pese a que ya tenía la boca llena.
Me la saca, me hace chuparle los huevos y poniéndome en cuatro, me palmea la cola, amasándome todo el traste. Luego me separa las nalgas y hundiendo la cara entre medio, me pasa la lengua a lo largo de todo el surco.
La forma que tiene de prepararme me resulta estimulante. Me escupe en el agujero y con los dedos me lubrica por dentro, expandiendo al máximo el interior de mi culito.
Yo lo que hago es cerrar los ojos y tratar de relajarme, para que sea menos doloroso. Hasta que siento algo duro y pesado apoyándose en la entrada. La sensación de que te están por romper el culo, es insuperable. Como esa propaganda de la tarjeta, no tiene precio. Nunca creí que llegaría a desear algo así, pero ahí estaba, ansiosa como una pendeja ante su primera vez.
Debió de haberme lubricado muy bien, porque cuándo quise darme cuenta ya tenía la cabeza adentro, con todo el resto empujando para entrar también. Ahí sí me empezó a doler y a arder, y me quemaba más y más a medida que se iba hundiendo en mí. Pero por más que le pidiera que me la saque, el tipo seguía hacia adelante, siempre hacia adelante, metiéndome un poco y otro poco, hasta que estuvo todo dentro de mí, llenándome en una forma que jamás creí posible. Pero ahí estaba, enculada por el hijo de puta de mi vecino.
Si alguien me hubiera dicho solo unos días atrás que mi vecino del piso de arriba sería el que estrenaría ese nuevo acceso a mi cuerpo, me le habría reído en la cara. No hubiese concebido que algo así fuera siquiera posible. Pero ahora, con toda su carne adentro, sentía que era el indicado. Que él y solo él se merecía inaugurarme la colectora.
Mientras me empezaba a culear me iba dando cuenta que ya no podría volver de eso. Que lo que estaba haciendo ya no tenía vuelta atrás. Me estaba entregando a ese hombre en la forma más completa que puede entregarse una mujer. Ese hombre me estaba haciendo algo que no me había hecho nunca nadie, ni siquiera mi marido. Y quieras o no, algo así crea una comunión especial entre dos personas.
Ya tengo el culo roto, Pablo me lo rompió, y por lo que alcanzaba a notar, parecía empeñado en no dejar ningún vestigio de virginidad, abriéndomelo bien abierto, culeándome con enviones cada vez más largos y profundos.
El dolor inicial ya había cedido, aunque persistía una leve molestia, me imagino que esperable cuándo se trata de una rotura cómo esa. Mientras él me culea, llevo una mano a mi entrepierna y me pajeo, enganchándome a sus movimientos. El placer es inmediato. La mejor acabada de toda mi vida. Por lejos.
Me quedo desarmada, gimiendo, la cara contra el colchón, los dedos aún pegados a mi clítoris, sintiendo como todo el peso de su cuerpo golpea contra el mío.
El guacho me sigue dando, no para, me surte como si el mío fuera el único culo del mundo.
-¡Movete puta, reventate el orto con mi pija!- me dice frenando de repente los ensartes.
Me empiezo a mover yo entonces, ensartándome en esa tercera pierna suya que parece no bajar nunca su tamaño.
Cuando está por acabar, se saca el forro y pegando un alarido, me eyacula en toda la espalda y la cola, siento la leche llegándome hasta la nuca.
-¡Que cogelona hija de puta, como me exprimiste!- me dice tumbándose a mi lado -Veni, dame una chupadita-
Con el culo todavía en llamas me acomodo entre sus piernas y le paso la lengua a lo largo y a lo ancho, sorbiendo los restos de esperma que le chorrean por los lados. Esta vez me deja que se la chupe a mi manera, sin apurarme ni exigirme que me coma más de lo que mi boca puede soportar.
Lo increíble es que aunque acaba de echarme un polvo, soltando una buena cantidad de leche, la pija del tipo sigue dura y parada.
Sin que me diga nada le pongo otro forro y me le subo encima. Me la meto por la cachucha y de cuclillas empiezo a montarlo.
-¡Así cogeloncita..., garchame que leche hay de sobra!-
Nos echamos otro polvo, los dos juntos esta vez, estallando en un mismo jadeo.
Caigo sobre su cuerpo, mis tetitas contra su pecho, su verga todavía pulsando dentro mío. Le busco la boca y lo beso. Me agarra de la cola, me aprieta con fuerza y empieza a moverse ahora él. Cogiéndome con un ritmo bestial, sacudiéndome las cachas con cada empuje. Fue tremendo, hasta perdí la cuenta de los polvos que me eché, pero fueron varios.
Así fue como a los 45 vine a descubrir que soy multiorgásmica.
Cuando volví a casa dos de mis hijos ya estaban.
-¿Y mamá, la comida?- me apuró uno de ellos.
Menos mal que son adolescentes y no me dan pelota, porque sino se hubieran dado cuenta del lamentable estado en que había llegado.
-Ya voy querido, enseguida les preparo algo rico- les digo y aprovechando que están distraídos con sus celulares me voy a cambiar de ropa y a arreglarme un poco.
Les di de comer y me fui a mi cuarto a escribir lo que pasó, de parada, porque cada vez que trato de sentarme siento una punzada en el ojete que me hace levantar enseguida.
Me imagino que después de esto ya no me va a dejar en paz, yo tampoco quiero que lo haga, obvio. Por primera vez en mi vida estoy disfrutando realmente del sexo. Y hasta creo que con él estoy teniendo orgasmos de verdad, y no meros simulacros como los que tengo con mi marido. Así que ahora sí, estoy segura de que habrá una próxima.
Pero antes quiero presentarme, se me pasó hacerlo la otra vez.
Me llamo Julia, Julita para mis amigos. Lo de "cogelona" viene por lo que me dijo Pablo antes de irse ese día que me cogió por primera vez.
-¡Resultaste toda una cogelona, vecina!-
Tengo 45 años, veintidós de los cuáles los pasé casada con Juan Carlos, padre de mis tres hijos y chofer de colectivos de larga distancia. Nunca le puse los cuernos, hasta ahora, claro, lo cuál todavía me sigue sorprendiendo.
Como les contaba, esta vez se la hice fácil a mi vecino. Bueno, mucho más fácil que la otra vez.
En la parte de pasillo que me corresponde tengo varias macetas con plantas a las que no les presto demasiada atención que digamos. Sin embargo esta tarde salí a regarlas y a cambiarles la tierra. En realidad quería estar afuera para cuándo Pablo llegara. Ya habían pasado varios días de nuestro encuentro y de la promesa que me había hecho. Y la verdad es que con cada día que pasaba me iba poniendo más ansiosa.
Me iba a romper bien el orto. Textuales palabras. Al principio no quería saber nada. Después de que se fue aquella vez, escribí el relato, como una especie de desahogo, y ya más relajada me dije que nunca más. Que había sido una locura. Pero, pasó un día, pasaron dos, pasaron tres, y ya no me parecía tan loco lo que había hecho.
La verdad es que la pasé bomba. Lo disfruté como nunca. Jamás me habían cogido de esa manera, como a una puta, porque así me trató Pablo, como seguramente trata a la mayoría de las mujeres con las que se acuesta. Y ahí estaba yo, en plena era del #Metoo y del empoderamiento de la mujer queriendo convertirme en el juguete sexual de un vulgar machista.
Me había puesto short y blusa, cuestión de ser lo más explícita posible. Habré estado un par de horas entrando y saliendo de mi casa cada vez que escuchaba la puerta de la calle. Quería que pareciera un encuentro fortuito, una casualidad, que no se diera cuenta de que estaba desesperada por volver a encamarme con él.
Después de un rato vuelvo a escuchar el ruido de la puerta al cerrarse y salgo, haciendo como que remuevo la tierra de las macetas. Esta vez es él. Pablo. Se me eriza todo el cuerpo de solo sentir sus pasos y saber que me está mirando.
Estoy agachada, inclinada sobre las plantas, de forma que le debo de estar ofreciendo una buena panorámica de mi cola, como para que no se le olvide la promesa que me hizo.
Me hago la distraída, la que estoy en mi mundo, aunque estoy pendiente de sus movimientos.
Se acerca, siento ya sus pasos. Mi cuerpo reacciona a su presencia. Se me ponen duros los pezones y se me humedece la entrepierna. ¿Cómo puede ponerme así ese tipo?
Cuando me toca la cola me doy cuenta del porqué.
-¿Que hacés?- me levanto haciéndome la indignada.
-No me pude resistir, me quedé con las ganas de hacértela el otro día- me dice con una mirada de "si te agarro te parto en ocho".
-No me jodas Pablo- le digo dispuesta ya a entrar en mi casa. Al menos en apariencia.
Justo cuando quiero cerrar la puerta, me agarra del brazo y se mete conmigo. Me estampa contra la pared y metiéndome la rodilla por entre las piernas, me come la boca.
-No, pará, pará- le digo sacándomelo de encima con un empujón.
Se me queda mirando, amenazante, listo para saltarme encima de nuevo. El bulto que se le marca en la entrepierna me dice que ya no tengo escapatoria.
-Por favor, en cualquier momento llegan mis hijos- hago una pausa para tragar saliva y agrego -Mejor vamos a tu casa-
No dice nada, me agarra de la mano y me lleva con él, casi a la rastra. Subimos por la escalera, entramos a su departamento y vuelve a ponerme de espalda contra la pared. Ahora soy yo la que le busca la boca para comérsela, mientras siento como mete una mano dentro de mi short y me acaricia la concha. No me puse bombacha, así que sus dedos se hunden fácilmente dentro de mí.
¡Que ganas tengo de que me coja!
No se lo digo, pero puede verlo en mis ojos, sentirlo en mi cuerpo, porque enseguida me saca el shortcito, se baja el pantalón y trata de ponérmela, de nuevo sin protección. Como la vez pasada lo freno en seco, le vuelvo a decir que así no, y levantando el short del suelo, saco de uno de los bolsillos una tira de forros que había llevado por precaución. La experiencia me demostraba que no había estado tan errada.
-Te voy a dejar chueca de tanto cogerte- me dice mientras se pone uno de los forros.
Se posiciona de nuevo entre mis piernas, y ahora sí me la mete y entra a darme, sin que le importe un carajo magullarme la espalda por la violencia con que me hace rebotar contra la pared.
Levanto una pierna y la encajo en torno a su cintura, moviéndome con él en ese baile sexual que los dos improvisamos.
-¿Te gusta?- me pregunta, mirándome con los ojos desorbitados mientras se mueve dentro mío.
-¡Me encanta..., no me podés coger tan bien!- le digo, gimiendo como creo no haber gemido en toda mi vida. Incluso me estaba mojando como hace tiempo no me pasaba.
Me sentía tan puta ahí en el departamento de mi vecino, con el tipo fifándome de parados y contra la pared. No sé como explicarlo pero sentía que ése era mi lugar, que pese a lo que pudiera suponer, aquello no era un error. Que estar allí con él era lo que mejor podía pasarme en la vida.
Nos besamos y cuándo me saca la pija de la concha, se me escapa un chorrito de flujo como si fuera pis. Me agarra del brazo, siempre con sus modos tan bruscos, y me lleva a la pieza, acariciándome el culo por el camino. Los dedos que me va metiendo en el ojete me hacen temblar, no de miedo sino de ansiedad.
No me había olvidado de su promesa, de romperme bien el orto, pero aunque una debe andar con cuidado cuando te amenazan de esa manera, la verdad es que lo estaba deseando. Quería que me lo rompiera, aunque me muriera de dolor en el trámite.
En la pieza nos volvemos a besar, mordiéndonos los labios, chupándonos las lenguas, dándonos uno de esos besos que con mi marido, en 22 años de casados, no nos dimos nunca.
Luego de dejarme los labios empapados con su saliva, me sienta en el borde de la cama y me pone la pija justo enfrente. La tiene dura como una piedra, bien parada, con la cabeza hinchada y enrojecida.
Me pongo a chupársela, suavecito, saboreando más que chupando, pero Pablo parece tener gustos diferentes, ya que me agarra de la cabeza y como si maniobrara una moto, me la hace comer hasta más de la mitad. Obvio que al no estar acostumbrada a tal cantidad de carne, me ahogaba, pero él seguía, hundiéndome la verga hasta la tráquea.
Pese a lo brusco que es, me gusta comerle la chota. Contrariando cualquier lógica y razón, me resulta una experiencia por demás agradable. Hasta me sorprendía a mí misma queriendo comerle un trozo más pese a que ya tenía la boca llena.
Me la saca, me hace chuparle los huevos y poniéndome en cuatro, me palmea la cola, amasándome todo el traste. Luego me separa las nalgas y hundiendo la cara entre medio, me pasa la lengua a lo largo de todo el surco.
La forma que tiene de prepararme me resulta estimulante. Me escupe en el agujero y con los dedos me lubrica por dentro, expandiendo al máximo el interior de mi culito.
Yo lo que hago es cerrar los ojos y tratar de relajarme, para que sea menos doloroso. Hasta que siento algo duro y pesado apoyándose en la entrada. La sensación de que te están por romper el culo, es insuperable. Como esa propaganda de la tarjeta, no tiene precio. Nunca creí que llegaría a desear algo así, pero ahí estaba, ansiosa como una pendeja ante su primera vez.
Debió de haberme lubricado muy bien, porque cuándo quise darme cuenta ya tenía la cabeza adentro, con todo el resto empujando para entrar también. Ahí sí me empezó a doler y a arder, y me quemaba más y más a medida que se iba hundiendo en mí. Pero por más que le pidiera que me la saque, el tipo seguía hacia adelante, siempre hacia adelante, metiéndome un poco y otro poco, hasta que estuvo todo dentro de mí, llenándome en una forma que jamás creí posible. Pero ahí estaba, enculada por el hijo de puta de mi vecino.
Si alguien me hubiera dicho solo unos días atrás que mi vecino del piso de arriba sería el que estrenaría ese nuevo acceso a mi cuerpo, me le habría reído en la cara. No hubiese concebido que algo así fuera siquiera posible. Pero ahora, con toda su carne adentro, sentía que era el indicado. Que él y solo él se merecía inaugurarme la colectora.
Mientras me empezaba a culear me iba dando cuenta que ya no podría volver de eso. Que lo que estaba haciendo ya no tenía vuelta atrás. Me estaba entregando a ese hombre en la forma más completa que puede entregarse una mujer. Ese hombre me estaba haciendo algo que no me había hecho nunca nadie, ni siquiera mi marido. Y quieras o no, algo así crea una comunión especial entre dos personas.
Ya tengo el culo roto, Pablo me lo rompió, y por lo que alcanzaba a notar, parecía empeñado en no dejar ningún vestigio de virginidad, abriéndomelo bien abierto, culeándome con enviones cada vez más largos y profundos.
El dolor inicial ya había cedido, aunque persistía una leve molestia, me imagino que esperable cuándo se trata de una rotura cómo esa. Mientras él me culea, llevo una mano a mi entrepierna y me pajeo, enganchándome a sus movimientos. El placer es inmediato. La mejor acabada de toda mi vida. Por lejos.
Me quedo desarmada, gimiendo, la cara contra el colchón, los dedos aún pegados a mi clítoris, sintiendo como todo el peso de su cuerpo golpea contra el mío.
El guacho me sigue dando, no para, me surte como si el mío fuera el único culo del mundo.
-¡Movete puta, reventate el orto con mi pija!- me dice frenando de repente los ensartes.
Me empiezo a mover yo entonces, ensartándome en esa tercera pierna suya que parece no bajar nunca su tamaño.
Cuando está por acabar, se saca el forro y pegando un alarido, me eyacula en toda la espalda y la cola, siento la leche llegándome hasta la nuca.
-¡Que cogelona hija de puta, como me exprimiste!- me dice tumbándose a mi lado -Veni, dame una chupadita-
Con el culo todavía en llamas me acomodo entre sus piernas y le paso la lengua a lo largo y a lo ancho, sorbiendo los restos de esperma que le chorrean por los lados. Esta vez me deja que se la chupe a mi manera, sin apurarme ni exigirme que me coma más de lo que mi boca puede soportar.
Lo increíble es que aunque acaba de echarme un polvo, soltando una buena cantidad de leche, la pija del tipo sigue dura y parada.
Sin que me diga nada le pongo otro forro y me le subo encima. Me la meto por la cachucha y de cuclillas empiezo a montarlo.
-¡Así cogeloncita..., garchame que leche hay de sobra!-
Nos echamos otro polvo, los dos juntos esta vez, estallando en un mismo jadeo.
Caigo sobre su cuerpo, mis tetitas contra su pecho, su verga todavía pulsando dentro mío. Le busco la boca y lo beso. Me agarra de la cola, me aprieta con fuerza y empieza a moverse ahora él. Cogiéndome con un ritmo bestial, sacudiéndome las cachas con cada empuje. Fue tremendo, hasta perdí la cuenta de los polvos que me eché, pero fueron varios.
Así fue como a los 45 vine a descubrir que soy multiorgásmica.
Cuando volví a casa dos de mis hijos ya estaban.
-¿Y mamá, la comida?- me apuró uno de ellos.
Menos mal que son adolescentes y no me dan pelota, porque sino se hubieran dado cuenta del lamentable estado en que había llegado.
-Ya voy querido, enseguida les preparo algo rico- les digo y aprovechando que están distraídos con sus celulares me voy a cambiar de ropa y a arreglarme un poco.
Les di de comer y me fui a mi cuarto a escribir lo que pasó, de parada, porque cada vez que trato de sentarme siento una punzada en el ojete que me hace levantar enseguida.
Me imagino que después de esto ya no me va a dejar en paz, yo tampoco quiero que lo haga, obvio. Por primera vez en mi vida estoy disfrutando realmente del sexo. Y hasta creo que con él estoy teniendo orgasmos de verdad, y no meros simulacros como los que tengo con mi marido. Así que ahora sí, estoy segura de que habrá una próxima.
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