Aunque sería uno de los días más tristes de mi vida, había decidido no llorar, y recordar a mi tío con alegría.
Luego de velarlo toda la noche, compartiendo recuerdos entre familiares y amigos, escuchando algunas grabaciones que había hecho, salimos todos hacia el cementerio, en dónde, como dijo el cura durante la misa, sería su última morada física, porque su espíritu ya estaba en la eternidad. Claro que yo sabía que mi tío siempre estaría conmigo, dentro de mí, no solo en mis recuerdos, sino también en mi cuerpo y en mi alma.
Había tratado de contenerme, de mantenerme fuerte para ser el apoyo de mi tía Edith que estaba devastada, pero cuando la tierra comenzó a caer sobre el cajón ya no pude más y me largué a llorar, soltando todo lo que había estado reteniendo desde que me llegó la noticia de su fallecimiento. El que estaba ahí, en ese ataúd, a punto de quedar sepultado para siempre no solo era mi tío y mi amante, sino también el gran amor de mi vida.
Los días posteriores a su muerte fueron los más terribles de toda mi vida. Me parecía increíble que ya no pudiera llamarlo, ni mandarle un mensaje. Su ausencia se hacía sentir a cada momento, en cada paso que daba.
A una semana exacta de su muerte fui a visitar su tumba, sola, sin todo el cortejo de familiares y amigos que que habían estado cuando lo sepultaron.
Me agache para dejar las flores sobre la losa y me puse a llorar de nuevo. Había llorado bastante durante esos días, a escondidas, para evitar tener que explicar porque la pérdida de un tío me provocaba tanto dolor.
En medio del llanto siento una mano que se apoya en mi hombro a modo de consuelo. Me doy la vuelta y veo a un hombre mayor que no conozco, que me tiende un pañuelo. Lo recibo, me seco las lágrimas y le doy las gracias por el gesto.
Para mi sorpresa se queda junto a mí, frente a la lápida de mi tío, rindiéndole en silencio un sentido tributo.
-¿Usted es..., fue amigo de Carlos?- le pregunto sonándome todavía los mocos.
-Braulio, un gran amigo y colega- se presenta -Lamentablemente no pude estar en su entierro, me llegó tarde la noticia-
-Yo soy Mariela, su sobrina-
Nos estrechamos las manos y juntos rezamos una plegaria. Luego nos despedimos solemnemente y salimos del cementerio, caminando despacio, ya que él evidencia una leve renguera.
-Lo invito a tomar un café- le propongo entonces.
Subimos a mi auto y vamos a una confitería del centro de San Justo.
-¿Te importa si pido una ginebrita?- me pregunta cuando se acerca el mozo para tomarnos el pedido.
Mientras él se toma su ginebra y yo mi café cortado, me cuenta que es uruguayo y que conoció a mi tío durante unas presentaciones que había hecho en Montevideo durante los ochenta.
-Nunca conocí a otro cantante como él- le digo.
-Cantor, no cantante, cantor de tangos- me aclara.
Estuve como dos horas escuchando las anécdotas que me contaba.
-Tu tío era un mujeriego tremendo, un seductor infalible- me decía como si no lo supiera -Mina a la que le ponía el ojo, mina que caía en sus redes-
Al momento de despedirnos agarra una servilleta y se pone a anotar algo.
-Tomá- me dice al dármela -Ésta es mi dirección en Montevideo, si alguna vez vas de visita, pasá a verme, tengo muchas fotos de aquella época con tu tío-
Pasaron dos, tres semanas de aquel encuentro y yo seguía de luto, incapaz de encontrar consuelo alguno. Ni siquiera me había interesado tener sexo, ni con mi marido ni con nadie.
Fue entonces que decidí hacerle una visita a aquel hombre que había compartido tantos buenos momentos con mi tío. Quizás si conocía un poco más del pasado artístico de mi tío podría cerrar esa herida y seguir adelante con mi vida.
Sin decirle nada a nadie, me tomé el día libre y me fui a Puerto Madero. En la estación de Buquebus compré un pasaje para el buque que salía ocho y quince. Nueve y media llegamos a Colonia y de ahí en ómnibus hasta Montevideo. Llegué casi a la una. Era un viajecito pero se trataba de algo que tenía que hacer. Por algo, desde el más allá, mi tío nos había juntado frente a su tumba.
En la terminal Tres Cruces me tomé un taxi hasta la dirección que me había anotado Braulio en la servilleta. En el barrio de Cordón, tal como supo informarme el taxista.
Cuando llegamos pago el viaje, me bajo del taxi y me quedo un rato parada frente a la puerta de esa casa en la calle Eduardo Acevedo frente a un edificio que se parece al de nuestras Aguas Argentinas en la avenida Córdoba.
Finalmente me decido y toco el timbre. Desde la ventana del primer piso se asoma él, Braulio, y pregunta quién es. Al principio no me reconoce, quizás porque está sin anteojos.
-Soy yo, la sobrina de Carlos .... (el apellido de mi tío)-
-Ah, que sorpresa, ahí bajo a abrirte-
Cuando me abre se está terminando de abrochar la camisa, ya que, como me diría después, lo agarré a punto de dormir la siesta.
-Perdoná que no te haya avisado pero me dejaste solo tu dirección, sin ningún número de teléfono- me disculpo por la interrupción.
-La verdad no creí que te tomarías la molestia de venir, pero que bueno que lo hayas hecho, me alegra que estés aquí-
Subimos por la escalera hasta el primer piso, él con una persistente renguera, por lo que tuve que adecuarme a su paso.
-¿Te tomás unos mates?- me pregunta al entrar en el departamento.
-Sí dale, me van a venir bien unos buenos mates uruguayos- le digo dejando el bolso y la campera encima del sofá.
-Nunca te pregunté si estabas casado- le digo mientras doy una vuelta por la sala mirando alrededor -me di cuenta antes de tocar el timbre, no hubiera querido traerte problemas si me atendía una mujer-
-Vivo solo desde hace mucho- me confirma desde la cocina, aunque sin precisar si es soltero, viudo o separado -Tengo una hija, pero vive en Italia. El marido es futbolista, juega en un club de la segunda de allá-
Mientras se calienta el agua regresa conmigo a la sala y me muestra una vitrina donde tiene fotos enmarcadas de su época de oro. Debo admitir que, al igual que mi tío, era un churro bárbaro, y si no me hubiese dicho que era él ni siquiera habría creído que se trataba de la misma persona que tenía enfrente. Está bien que ahora tiene casi sesenta, pero aparte de la edad, la vida nocturna había hecho estragos en su semblante.
Mientras tomamos mate sentados en el sofá de la sala, me alcanza una caja de zapatos repleta de fotos de aquella época, en la que compartía escenario con mi tío tanto en la noche porteña como en la Montevideana. Me pongo a verlas con toda la emoción a flor de piel y entonces descubro una que me hace revivir recuerdos de un tiempo en el que creí que no podía ser más feliz. Estaba mi tío en ese programa de tangos que me mostró en vídeo la primera vez que me hizo el amor en su casa. Compartía la foto con el conductor del programa. Se lo veía tan vivo, tan radiante que no me aguanté y me puse a lagrimear. Braulio se acercó para consolarme, rodeándome los hombros con un brazo y entonces todo se me vino encima. Fue como si recién me diera cuenta de que mi tío ya no estaría más conmigo. Nunca más. Que jamás volvería a disfrutar de sus besos ni a sentir su sexo dentro de mí. Pero que de alguna manera la vida me estaba dando la oportunidad de despedirme de él como me hubiese gustado. Mediante Braulio. Por eso lo besé. Fue apenas apoyar mis labios en los suyos, ya que enseguida se apartó sorprendido (¿o intimidado?) por mi reacción.
-Por favor, no me rechaces- le digo con los ojos empañados por las lágrimas.
-No te rechazo, es que no quisiera aprovecharme de un momento así, en que estás tan sensible-
-Aprovechate...- le insisto y vuelvo a besarlo -No te voy a reprochar nada-
Esta vez no se aparta, por lo que nuestras bocas se unen en un beso jugoso, cálido y apasionado. Por la forma en que se mueve su lengua dentro de mi boca me doy cuenta de que me tenía ganas desde hace rato, quizás desde que me dió su pañuelo en el cementerio. En cuanto a mí..., me recuerda tanto a mi tío que me derrito entre sus brazos, tratando de volver a sentir esa pasión que solo él era capaz de proporcionarme.
Dispuesto a complacer mi pedido (de aprovecharse) se levanta, me toma de la mano e igual que mi tío tantos años atrás, cuándo todavía era una adolescente, me conduce a su cuarto.
Entramos, caminando despacio debido a su renguera. La cama está deshecha, quizás sin hacer todavía desde que se levantó por la mañana.
Se acerca a la ventana que da a la calle y cierra las cortinas. Sin dejar que se de la vuelta, me acerco por detrás y lo abrazo, pegando mi cuerpo al suyo, mis pechos presionando contra su espalda. Tengo los pezones ya bien paraditos, así que debe sentir la dureza de los mismos.
-¡Te deseo..., te deseo mucho!- le digo en un susurro.
Se lo digo a él, pero es como si le hablara a mi tío.
Entonces se da la vuelta y volvemos a besarnos, abrazados ésta vez, frotándonos los cuerpos, como buscando encajarnos el uno dentro del otro.
Mirándome con ojos que expresan incredulidad y sorpresa por partes iguales, Braulio me quita la blusa y el corpiño, tomándose un momento para contemplar y admirar mis pechos desnudos. Creo que no fue sino hasta ese momento, en que me vio las tetas y pudo tocármelas, que se dio cuenta de que de verdad estábamos a punto de coger.
Para refrendar aún más esa sensación, me siento en el borde de la cama, le acaricio la bragueta, jugueteando con el macizo abultamiento que se le formó por debajo, y mirándolo sumisamente, comienzo a desabrocharle el pantalón. Cuando éste cae al suelo, le acaricio el bulto por encima del calzoncillo, sintiéndolo con mayor nitidez, duro, crecido, palpitante, apenas contenido por la ropa interior.
Ya estuve con suficientes hombres mayores como para saber que a veces la edad no se corresponde con el vigor y afortunadamente ésta era una de ellas, porque al bajarle el calzoncillo la verga de Braulio pega un salto y tras un par de sacudidas, se queda apuntándome a la cara, con una firmeza que debió de sorprenderlo a él mismo.
No me lo dijo en ese momento sino después, pero hacía bastante tiempo que no estaba con una mujer. Antes solía visitarlo una acompañante, para "destaparle las cañerías", según sus propias palabras, pero hacía ya más de seis meses que no la veía. Así que estaba con los huevos llenos, me di cuenta antes de que me lo dijera al pasarles la lengua por encima y sentirlos tan entumecidos.
Siempre lamiendo subo por el aparato principal, y llegando a la punta, le doy un sonoro beso en todo el glande. Se estremece al sentirlo.
Le agarro entonces la pija por la base, empuñándola, y se la chupo con todas mis ganas, más aún que de costumbre, saboreando cada trozo, llenándome hasta la garganta con esa añeja virilidad que parece engordar y endurecerse mucho más entre mis labios.
De a ratos me la saco de la boca y me la paso por sobre las tetas, frotándomela, para luego volver a chupársela, comiéndomela casi hasta los huevos.
La forma en que el viejo cantor gime, los gestos que hace, evidencian lo mucho que lo complace la mamada.
Dejándosela toda empapada de saliva, me saco el resto de la ropa, de la cintura para abajo y tendiéndome de espalda en la cama, me abro de piernas, ofreciéndole mi concha húmeda y abierta para que ahora él me chupe a mí.
Debo certificar que lo hace de maravilla, dedicándole a toda la zona, por dentro y por fuera, los buenos oficios de su lengua, ejerciendo la presión necesaria en esas partes en dónde la sensibilidad resulta ser más intensa.
Sentía que me mojaba y que todo ahí abajo se me prendía fuego.
-¡Cogeme...!- le pido suplicante.
Me da una última lamida, se levanta y con la pija aún firme y robustecida, se me pone encima, su cuerpo sobre el mío, penetrándome en una forma que me hace delirar de placer.
-Espero acordarme como se hace- bromea antes de empezar a cogerme.
Acabo como una yegua apenas lo tengo adentro. Me mojo tanto que siento como las sábanas se humedecen debajo mío.
Él me sigue dando, pero aunque se desliza con fluidez, la intensidad inicial va en declive, hasta que, sin haber acabado todavía, me la saca y se echa a un costado, suspirando agotado.
Dispuesta a no dejar pasar el momento, me hago un ovillito a su lado y le vuelvo a chupar la pija, que sigue dura y apuntando al techo. Hasta le doy besitos y largas lamidas en esa zona por debajo de los huevos que solo cuando estoy muy MUY caliente me dedico a saborear. Entonces me le subo encima, a caballito, y poniéndomela adentro con mi propia mano, me voy sentando sobre esa "en-verga-dura" que ahora sí parece llenarme en una forma mucho más satisfactoria.
Apoyo las manos en su pecho y me muevo, arriba, abajo, hacia los lados, cabalgando al cantor de tangos que me mira con una mezcla de fascinación y lujuria, y aunque mis pechos se sacuden delante de su cara, pesados, tentadores, él me mira a los ojos. En ningún momento pierde el contacto visual, que yo sí interrumpo cuando llego al orgasmo y cerrando los ojos me entrego a un disfrute de esos que te dejan un buen rato fuera de toda sintonía.
Mientras yo me ahogo en ese trance de gozo y placer, Braulio me agarra fuerte de las nalgas y empieza a moverse, dentro y fuera, dentro y fuera, bombeándome con un ímpetu que parece brotarle de lo más íntimo y profundo. Entonces se detiene, ahora sí cierra los ojos, y exhalando un ronco jadeo, me acaba adentro. Siento la leche llenándome como un torrente vivo y tonificante, el mágico elixir de la vida derramándose en su cauce natural.
Me derrumbo sobre su cuerpo, extasiada, frotándome plácidamente contra su piel ajada por los años.
-Y pensar que cuando llegaste estaba por dormir la siesta- me dice con una divertida sonrisa.
Luego del polvo me queda apenas tiempo para darme una ducha, ya que debo volver para embarcarme. Me despido de Braulio con unos besos por demás efusivos, prometiéndole una nueva visita muy pronto.
A las diez y media ya estaba de regreso en Buenos Aires, trayendo como souvenir varias fotos de mi tío que Braulio me había obsequiado.
La excusa que le di a mi marido fue que tuve que viajar de forma urgente a La Plata para resolver algunos temas económicos con los principales gerentes de la Compañía. Por el momento que está atravesando el país, no resulta extraño que una empresa se vea inmersa en la vorágine financiera que nos aqueja día a día, por lo que la excusa resultó más que creíble.
Para mi próximo viaje ya veré que excusa me invento...
19 comentarios - El cantor...
van 10 nena
Leyendo me tuve que tocar...
+10 sin dudar
Buen relato, van puntos.