Siempre tuve complejo de pija pequeña, no sé si mis 14 cms. dan la media nacional, o si es verdad que el tamaño no importa; pero, lo cierto es que hubiese preferido una buena verga, de al menos, 20 cms. a ganarme el gordo de navidad.
Puede que este complejo influyera en la sensación que siempre me quedaba después de coger con mi mujer de que ésta no había quedado convenientemente satisfecha, pese a que me considero un artista comiendo conchas. Muchas veces me desperté agobiado tras una pesadilla en la que se garchaban a mi mujer y disfrutaba más que nunca la muy guarra. Noemí, mi esposa, es una mujer de 39 años de muy buen ver. Tiene buenas tetas, aunque un poco caídas después de tres embarazos, y, sobre todo, un culo imponente, como para sembrar nabos. Es una madurita apetecible que cuando se pone minifaldas todavía pone caliente a más de uno que anda salido por ahí.
Nuestra vida sexual puede considerarse normal (un par de polvos a la semana), y he logrado, después de varios años de insistencia, que mi mujer me la chupara, aunque cuando lleva un rato chupando o cuando sale líquido preseminal, siempre le dan arcadas y deja inmediatamente de hacerlo. De francés "bebido" nada, por tanto. Tampoco conseguí nunca, en quince años de matrimonio y varios más de experiencia prematrimonial, cogerle su culo, tan sólo alguna vez alcancé a introducirle mi dedo índice en el ano, teniéndolo que retirar rápidamente al decirme que tenía mucho dolor.
Noemí, eso sí, se deja comer el concha todas las veces, dice que tengo una lengua maestra, y eso me hace sentir halagado por una parte y agobiado por otra, pues siempre se refiere a mi lengua, nunca a mi pija de 14 cms. Noemí me dice que tiene buenas acabadas, aunque tampoco nunca conseguí cogerla más de una vez en un día.
Soy empresario de la construcción y Noemí desde hace algunos meses me acompaña al trabajo, haciendo labores de secretaria. Ha ido adquiriendo experiencia en este tiempo, tanta que ya hace sola algunos presupuestos y que, incluso, controla la evolución de algunas obras. El negocio nos va muy bien y en este momento tenemos en la provincia de Málaga más de cinco obras en marcha. A veces pido a Noemí que vaya sola a algunas obras, dividiéndonos así el trabajo. Mis encargados, al principio, tuvieron reparos en admitir a una mujer dirigiendo sus tareas, pero, poco a poco, van confiando en ella, y se dejan gobernar. Especialmente me llamó la atención el cambio de aptitud de Raúl y su cuadrilla, que hacen una reforma en Torremolinos y que de parar la obra al principio no admitiendo los consejos de mi mujer, han pasado a no dar más la lata, hasta el punto de no saber nada de ellos desde hace algunas semanas. Noemí se encargaba todos los días de dirigir la reforma.
Hace una semana me decidí a visitar la obra de reforma de Torremolinos, por sorpresa, quería conocer la evolución de la misma y no avisé a mi mujer, pues se enfadaba cuando seguía sus pasos, pues parece que no confiaba en ella, según luego me regañaba. Así que esperé a las seis de la tarde, cuando todos los obreros dan de mano, y me fui a la obra. Era la reforma de un local comercial para un supermercado, más de 1.000 metros cuadrados, y nos quedaban sólo dos meses de plazo para terminarla. Cuando llegué, la puerta de acceso a la obra estaba cerrada y ya se había ido todo el mundo. O eso creía yo, pues oía de fondo un ruido muy raro, de varias personas, que procedía de la obra. Como nadie me esperaba, y tenía copia de las llaves de acceso, me colé con sigilo en el local, a ver qué estaban haciendo. Al final, en una de las habitaciones, todavía en bruto, parece que había una luz tenue y, a medida que me aproximaba, era más fácil distinguir los sonidos, jadeos extraños por una parte, risa y alboroto por otro. Las paredes de la habitación todavía estaban en ladrillo tosco, con algunos boquetes por los que se podía ver el interior, y a uno de ellos me asomé, descubriendo una escena que por poco provoca mi desmayo:
Raúl estaba apretando con Noemí, los dos de pié. Mi mujer con las tetas al aire y su minifalda subida hasta la cintura. Tres obreros más de la cuadrilla miraban la escena sentados en una esquina de la habitación y bebiendo cervezas, mientras que otro, de pie, se pajeaba contemplando la escena.
Raúl besaba a mi mujer con frenesí, como queriéndole comer la lengua, le chupaba la boca mientras con las dos manos la aproximaba hacia sí agarrándola por el culo. De pronto le comía la boca con violencia, como pasaba a chuparle el cuello o a comerle las tetas, manteniendo siempre bien agarrado el culo, apretando y separando los cachetes de mi mujer.
- Cogete a esa putona, Raúl, cogela bien que ahora vamos nosotros. Así, así, señora Noemí, vamos a cogerte mejor que el cornudo de tu marido. Ja, ja, ja…, y no paraban de beber cerveza a gañote y de decir improperios.
Raúl, de pronto, apartó las dos manos del culo de mi mujer y las llevó hasta sus hombros. El dedo pulgar de la mano derecha lo metió en la boca de Noemí, que lo chupaba como un caramelo, con una cara de ramera que jamás le había visto, mientras que con la mano izquierda empujaba el hombro hacia abajo, provocando que Noemí se pusiera en cuclillas. De pronto, la cara de mi mujer estaba ante el paquete impresionante de Raúl, que, aunque llevaba pantalones americanos, hacía ver un enorme bulto que, sin duda, mi mujer conocía muy bien por la confianza con la que abría su portañuela e introducía una de sus manos. De la bragueta de Raúl salió una pija de considerable tamaño, mucho más grande que la mía, descapullada, sobre la que Noemí se avalanzó despavorida. Me sorprendió el comportamiento de Noemí, que a duras penas quería comerme la pija, cuando chupaba con gula el enorme capullo que se le mostró delante. Noemí engullía la pija de Raúl con maestría, sin duda había aprendido mucho en los últimos meses. Se introducía en la boca los casi 20 cms. de Raúl para luego sacarla completamente y hacer como si se pintara los labios. Daba lametazos, escupía la pija antes de introducírsela otra vez casi entera, recorría el tronco de Raúl hasta su base, casi haciendo perder el equilibrio del encargado que todavía tenía los pantalones por los tobillos, besaba los huevos sudados de Raúl, se los metía en la boca y los chupaba como una loca. Raúl jadeaba y disfrutaba, haciéndome un cabronazo, y mi mujer no paraba de darle placer con su lengua. Noemí agarró la pija de Raúl por su base con las dos manos y empezó a hacerle una paja de campeonato a mi encargado mientras mantenía el capullo en la boca, dando lenguetazos, cuyos chasquidos yo escuchaba a la perfección, a pesar del jaleo que armaban los tres cerveceros mirones. De pronto Raúl comenzó a tensar los muslos y los gemelos poniéndose de puntillas y lanzando un aullido que rompió mi corazón. Estaba corriéndose en la boca de mi mujer, con abundancia, tanta que Noemí abría la boca y apenas podía contener la leche del encargado que salía a borbotones inundando la boca, la cara, incluso el pelo de mi mujer, que estaba echa una verdadera guarra, y que disfrutaba con lo que hacía. Mientras Raúl se relajaba y quedaba exhausto, mi mujer le limpiaba la pija divinamente, como queriendo dar vida nuevamente a la serpiente que tenía delante.
Mientras tanto, el obrero que de pie se pajeaba viendo a mi mujer y a Raúl, se acercó rápidamente a mi mujer, y también ofreció su pija a la boca de Noemí que nada más abrirla recibió otra descarga tan abundante como la del encargado. El obrero lanzaba trallazos de leche que cubrían la cara de mi mujer, que aunque lo intentaba, no conseguía captarlos todos con su boca. Allí estaba Noemí, mi mujer, que casi todas las veces se hacía conmigo la estrecha, de rodillas en la obra recibiendo leche a raudales, con las tetas al aire, la falda zafada y el pelo y la cara llenos de semen, con una cara desencajada, pidiendo más guerra, como una putona en celo. Cuando mi mujer hubo terminado de mamar, Raúl y el otro se apartaron a una esquina para beber una cerveza, y los tres obreros que antes observaban, se reían y decían improperios, se pusieron de pie y se dirigieron al centro de la habitación, donde Noemí estaba todavía de rodillas.
- Ven, levántate putita, que esto todavía no ha sido nada, le decía uno de los obreros ofreciéndole la mano para que mi mujer se pusiera de pie.
Mientras, los otros dos obreros, cogían dos bidones de la obra y separándolos un par de metros colocaban en lo alto varios tablones de madera, creando como una mesa rudimentaria que les llegaría a la altura de la cintura. Noemí se puso de pie y el obrero que la alzó se fue con la mano directamente a su concha, separándole la tanguita, y metiendo un par de dedos en su chocho. Mi mujer debía estar muy mojada y caliente, pues los dedos entraron con mucha facilidad y las bragas se veían chorreando.El obrero, con dos dedos en el chocho, le tiraba del pelo hacia atrás y acercaba su boca al oído diciéndole cosas guarras que todos escuchábamos.
- Cómo me gustas jefecita. Hoy te vamos a partir el culo, lo sabes, te vamos a coger bien cogida, y tu maridito de los cuernos no va a poder entrar por la puerta. Ah, jefa, y después de cogerte quiero que me des un anticipo, sabes. Pídele dinero al cornudo de tu marido para nosotros, que todos lo días vamos a darte tu ración de pija, como te mereces.
El obrero acercó a mi mujer hasta la zona de los tablones, tirándole de los pelos y le ordenó:
- Ahora desnúdate enterita para nosotros y danos un besito en la pija, putona, que lo estás deseando.
Noemí se quitó la falda y la tanguita quedándose únicamente en tacones, mientras que los tres obreros apostados enfrente se deshacían de sus pantalones y camisetas. Estaban sucios y sudados del día de trabajo y se movían sus hermosas pijas apuntando a mi mujer. El que lideraba el grupo, tenía una pija de enormes dimensiones, unos 25 cms. diría yo (qué envidia), con un capullo oscuro y un calibre impresionante. Era una pija de campeonato que apuntaba al cielo con potencia. Los otros dos también calzaban buenas pijas, una de unos 18 cms. y otra de más de 20 cms. Sin duda, mi mujer se iba a dar el lote, la muy putita. Se agachó y comenzó a chupar el mástil de 25 cms, pajeándolo al mismo tiempo. Los otros dos obreros se aproximaron, y mi mujer comenzó también a propinarles lengüetazos en sus respectivos capullos. Cuando las pijas estaban en plenitud de acción, el dueño de la superverga, que dominaba a mi mujer dijo:
- Vamos a darle su merecido a esta putita, compañeros.
Entonces mi mujer, que, sin duda, no era la primera vez que hacía esto, se subió a los tablones alzando el culo y poniendo su concha chorreante a la altura del porongo de 25 cms. El obrero no hizo mucho esfuerzo para clavar entera la pija en el concha de mi mujer, mientras que Noemí jadeaba como nunca la había escuchado y se inclinaba hacia atrás comiéndose al mismo tiempo las pijas de los otros dos obreros, entre lamentos y quejidos de placer. La enorme pija del obrero penetraba a mi mujer con potencia hasta que mi mujer tuvo las primeras convulsiones. Estaba corriéndose como una loca y no dejaba de comerse las otras dos pijas. Cuando mi mujer se hubo corrido el obrero sacó su pija de 25 cms. y comenzó a refregar su capullo en el clítoris de mi mujer, que seguía entonces corriéndose sin parar. Los otros dos obreros excitados comenzaron a eyacular abundantemente en la cara y la boca de mi mujer, que aguantaba los lechazos y que se derretía de gusto con la pija que acariciaba su clítoris y que demostraba tener mucho aguante.
- Ahora voy a cogerte el culito, putita. Te gusta mi pija verdad?, pues ya nunca tendrás que hacer esfuerzo para cagar, puesto que te voy a romper el culo. Seguro que el cornudo de tu marido nunca te ha garchado como yo te voy a coger.
El obrero cogió por la cintura a mi mujer, que todavía escupía leche a raudales, y la puso a cuatro patas en la mesa, para comerle el culo con muchas ganas. Yo creo que Noemí se corría de gusto otra vez. El obrero, mientras le comía el culo a mi mujer, llevaba la mano a su boca y a su cara, coleccionando restos de leche de las acabadas de sus compañeros, y metía la leche en el culito de mi mujer para que le sirviera de lubricante, metiendo primero un dedo, luego dos, hasta tres, sin que la puta de mi mujer rechistara; todo lo contrario, echaba el culo hacia atrás como queriendo que esos dedos la penetraran más profundamente.Cuando el culo de Noemí estaba bien lubricado, el obrero cogió en brazos a mi mujer y la puso de rodillas a cuatro en el suelo, como una perrita. Se dispuso detrás de ella agachándose y apuntó al orificio anal de mi mujer que chorreaba saliva y leche. Yo pensaba que ese porongo no lo aguantaría Noemí, pero, sin embargo, resistió estoicamente. Sólo dio un gritito de sufrimiento cuando el obrero apretaba su capullo con fuerza contra el esfínter anal de mi mujer. Pero una vez que traspasó la barrera, el obrero introdujo poquito a poco su enorme pija en el culo de mi mujer, que lo movía en círculos y gritaba más y más como poseída.
El culo de mi mujer estaba tan estrechito que, sin duda, esto haría que el obrero, con su enorme porongo de 25 cms. se corriera pronto en las entrañas de mi mujer, dejándose entonces caer sobre ella y comiéndole la nuca en ese momento. Noemí cayó también sobre el suelo con la cara de lado, desencajada, mirando hacia donde yo miraba por un boquete. Estaba guarra, muy guarra, con el pelo pegajoso, todo el maquillaje corrido, la cara llena de leche, y un enorme obrero, sudoroso y satisfecho, sobre su espalda, con una pija de 25 cms, en su culo que había sido la delicia de mi mujer.Pronto todos los obreros y Raúl el encargado comenzaron a recoger, mientras mi mujer continuaba en el suelo, yaciente, totalmente salida, corrida, satisfecha. El obrero del superporongo hizo una seña a los otros y todos se acercaron en corro a mi mujer que, sabiendo lo que le esperaba, se volvió y se tumbó entonces boca arriba.
- Y ahora, una duchita calentita, para que el cornudo de tu maridito no piense que has garchado en la obra.
Las cinco pijas apuntaban al cuerpo de mi mujer, comenzando a mear sobre ella durante un buen rato. Noemí solo cerraba los ojos y retozaba en el suelo encantada, como si de verdad fuera una ducha relajante lo que le ofrecían los obreros. Aquella tarde descubrí que en casa tenía toda una puta, un putón verbenero, que sí que disfrutaba con la pijas grandes, con lo que yo no podía darle. Pensé entonces en irrumpir en la habitación en obras y provocar un escándalo, pero opté finalmente por salir nuevamente con sigilo e irme llorando y desesperado.
Llevé al coche hasta un descampado y recordando las escenas que había vivido, comencé a ponerme cachondo y me hice una paja de campeonato.
Desde entonces, Noemí dirige casi todas las obras, siendo el encanto de todos los encargados y obreros de la cuadrilla. Eso sí, he tenido que subir el sueldo varias veces a toda la plantilla y todas las noches, cuando vuelve a casa, me deja olisquearle el concha y comérselo, notando yo unos sabores raros, que cada vez me gustan más, y que ella comenta que son producto de los desarreglos hormonales propios de su edad.
Me he vuelto un cornudo consentido, ¿me estaré volviendo también maricón?, cualquier día salgo yo también a buscar una pija de 25 cms. que resuelva mi curiosidad, y, sobre todo, mi complejo de pija pequeña.
www.relatosgusbecker.blogspot.com
Puede que este complejo influyera en la sensación que siempre me quedaba después de coger con mi mujer de que ésta no había quedado convenientemente satisfecha, pese a que me considero un artista comiendo conchas. Muchas veces me desperté agobiado tras una pesadilla en la que se garchaban a mi mujer y disfrutaba más que nunca la muy guarra. Noemí, mi esposa, es una mujer de 39 años de muy buen ver. Tiene buenas tetas, aunque un poco caídas después de tres embarazos, y, sobre todo, un culo imponente, como para sembrar nabos. Es una madurita apetecible que cuando se pone minifaldas todavía pone caliente a más de uno que anda salido por ahí.
Nuestra vida sexual puede considerarse normal (un par de polvos a la semana), y he logrado, después de varios años de insistencia, que mi mujer me la chupara, aunque cuando lleva un rato chupando o cuando sale líquido preseminal, siempre le dan arcadas y deja inmediatamente de hacerlo. De francés "bebido" nada, por tanto. Tampoco conseguí nunca, en quince años de matrimonio y varios más de experiencia prematrimonial, cogerle su culo, tan sólo alguna vez alcancé a introducirle mi dedo índice en el ano, teniéndolo que retirar rápidamente al decirme que tenía mucho dolor.
Noemí, eso sí, se deja comer el concha todas las veces, dice que tengo una lengua maestra, y eso me hace sentir halagado por una parte y agobiado por otra, pues siempre se refiere a mi lengua, nunca a mi pija de 14 cms. Noemí me dice que tiene buenas acabadas, aunque tampoco nunca conseguí cogerla más de una vez en un día.
Soy empresario de la construcción y Noemí desde hace algunos meses me acompaña al trabajo, haciendo labores de secretaria. Ha ido adquiriendo experiencia en este tiempo, tanta que ya hace sola algunos presupuestos y que, incluso, controla la evolución de algunas obras. El negocio nos va muy bien y en este momento tenemos en la provincia de Málaga más de cinco obras en marcha. A veces pido a Noemí que vaya sola a algunas obras, dividiéndonos así el trabajo. Mis encargados, al principio, tuvieron reparos en admitir a una mujer dirigiendo sus tareas, pero, poco a poco, van confiando en ella, y se dejan gobernar. Especialmente me llamó la atención el cambio de aptitud de Raúl y su cuadrilla, que hacen una reforma en Torremolinos y que de parar la obra al principio no admitiendo los consejos de mi mujer, han pasado a no dar más la lata, hasta el punto de no saber nada de ellos desde hace algunas semanas. Noemí se encargaba todos los días de dirigir la reforma.
Hace una semana me decidí a visitar la obra de reforma de Torremolinos, por sorpresa, quería conocer la evolución de la misma y no avisé a mi mujer, pues se enfadaba cuando seguía sus pasos, pues parece que no confiaba en ella, según luego me regañaba. Así que esperé a las seis de la tarde, cuando todos los obreros dan de mano, y me fui a la obra. Era la reforma de un local comercial para un supermercado, más de 1.000 metros cuadrados, y nos quedaban sólo dos meses de plazo para terminarla. Cuando llegué, la puerta de acceso a la obra estaba cerrada y ya se había ido todo el mundo. O eso creía yo, pues oía de fondo un ruido muy raro, de varias personas, que procedía de la obra. Como nadie me esperaba, y tenía copia de las llaves de acceso, me colé con sigilo en el local, a ver qué estaban haciendo. Al final, en una de las habitaciones, todavía en bruto, parece que había una luz tenue y, a medida que me aproximaba, era más fácil distinguir los sonidos, jadeos extraños por una parte, risa y alboroto por otro. Las paredes de la habitación todavía estaban en ladrillo tosco, con algunos boquetes por los que se podía ver el interior, y a uno de ellos me asomé, descubriendo una escena que por poco provoca mi desmayo:
Raúl estaba apretando con Noemí, los dos de pié. Mi mujer con las tetas al aire y su minifalda subida hasta la cintura. Tres obreros más de la cuadrilla miraban la escena sentados en una esquina de la habitación y bebiendo cervezas, mientras que otro, de pie, se pajeaba contemplando la escena.
Raúl besaba a mi mujer con frenesí, como queriéndole comer la lengua, le chupaba la boca mientras con las dos manos la aproximaba hacia sí agarrándola por el culo. De pronto le comía la boca con violencia, como pasaba a chuparle el cuello o a comerle las tetas, manteniendo siempre bien agarrado el culo, apretando y separando los cachetes de mi mujer.
- Cogete a esa putona, Raúl, cogela bien que ahora vamos nosotros. Así, así, señora Noemí, vamos a cogerte mejor que el cornudo de tu marido. Ja, ja, ja…, y no paraban de beber cerveza a gañote y de decir improperios.
Raúl, de pronto, apartó las dos manos del culo de mi mujer y las llevó hasta sus hombros. El dedo pulgar de la mano derecha lo metió en la boca de Noemí, que lo chupaba como un caramelo, con una cara de ramera que jamás le había visto, mientras que con la mano izquierda empujaba el hombro hacia abajo, provocando que Noemí se pusiera en cuclillas. De pronto, la cara de mi mujer estaba ante el paquete impresionante de Raúl, que, aunque llevaba pantalones americanos, hacía ver un enorme bulto que, sin duda, mi mujer conocía muy bien por la confianza con la que abría su portañuela e introducía una de sus manos. De la bragueta de Raúl salió una pija de considerable tamaño, mucho más grande que la mía, descapullada, sobre la que Noemí se avalanzó despavorida. Me sorprendió el comportamiento de Noemí, que a duras penas quería comerme la pija, cuando chupaba con gula el enorme capullo que se le mostró delante. Noemí engullía la pija de Raúl con maestría, sin duda había aprendido mucho en los últimos meses. Se introducía en la boca los casi 20 cms. de Raúl para luego sacarla completamente y hacer como si se pintara los labios. Daba lametazos, escupía la pija antes de introducírsela otra vez casi entera, recorría el tronco de Raúl hasta su base, casi haciendo perder el equilibrio del encargado que todavía tenía los pantalones por los tobillos, besaba los huevos sudados de Raúl, se los metía en la boca y los chupaba como una loca. Raúl jadeaba y disfrutaba, haciéndome un cabronazo, y mi mujer no paraba de darle placer con su lengua. Noemí agarró la pija de Raúl por su base con las dos manos y empezó a hacerle una paja de campeonato a mi encargado mientras mantenía el capullo en la boca, dando lenguetazos, cuyos chasquidos yo escuchaba a la perfección, a pesar del jaleo que armaban los tres cerveceros mirones. De pronto Raúl comenzó a tensar los muslos y los gemelos poniéndose de puntillas y lanzando un aullido que rompió mi corazón. Estaba corriéndose en la boca de mi mujer, con abundancia, tanta que Noemí abría la boca y apenas podía contener la leche del encargado que salía a borbotones inundando la boca, la cara, incluso el pelo de mi mujer, que estaba echa una verdadera guarra, y que disfrutaba con lo que hacía. Mientras Raúl se relajaba y quedaba exhausto, mi mujer le limpiaba la pija divinamente, como queriendo dar vida nuevamente a la serpiente que tenía delante.
Mientras tanto, el obrero que de pie se pajeaba viendo a mi mujer y a Raúl, se acercó rápidamente a mi mujer, y también ofreció su pija a la boca de Noemí que nada más abrirla recibió otra descarga tan abundante como la del encargado. El obrero lanzaba trallazos de leche que cubrían la cara de mi mujer, que aunque lo intentaba, no conseguía captarlos todos con su boca. Allí estaba Noemí, mi mujer, que casi todas las veces se hacía conmigo la estrecha, de rodillas en la obra recibiendo leche a raudales, con las tetas al aire, la falda zafada y el pelo y la cara llenos de semen, con una cara desencajada, pidiendo más guerra, como una putona en celo. Cuando mi mujer hubo terminado de mamar, Raúl y el otro se apartaron a una esquina para beber una cerveza, y los tres obreros que antes observaban, se reían y decían improperios, se pusieron de pie y se dirigieron al centro de la habitación, donde Noemí estaba todavía de rodillas.
- Ven, levántate putita, que esto todavía no ha sido nada, le decía uno de los obreros ofreciéndole la mano para que mi mujer se pusiera de pie.
Mientras, los otros dos obreros, cogían dos bidones de la obra y separándolos un par de metros colocaban en lo alto varios tablones de madera, creando como una mesa rudimentaria que les llegaría a la altura de la cintura. Noemí se puso de pie y el obrero que la alzó se fue con la mano directamente a su concha, separándole la tanguita, y metiendo un par de dedos en su chocho. Mi mujer debía estar muy mojada y caliente, pues los dedos entraron con mucha facilidad y las bragas se veían chorreando.El obrero, con dos dedos en el chocho, le tiraba del pelo hacia atrás y acercaba su boca al oído diciéndole cosas guarras que todos escuchábamos.
- Cómo me gustas jefecita. Hoy te vamos a partir el culo, lo sabes, te vamos a coger bien cogida, y tu maridito de los cuernos no va a poder entrar por la puerta. Ah, jefa, y después de cogerte quiero que me des un anticipo, sabes. Pídele dinero al cornudo de tu marido para nosotros, que todos lo días vamos a darte tu ración de pija, como te mereces.
El obrero acercó a mi mujer hasta la zona de los tablones, tirándole de los pelos y le ordenó:
- Ahora desnúdate enterita para nosotros y danos un besito en la pija, putona, que lo estás deseando.
Noemí se quitó la falda y la tanguita quedándose únicamente en tacones, mientras que los tres obreros apostados enfrente se deshacían de sus pantalones y camisetas. Estaban sucios y sudados del día de trabajo y se movían sus hermosas pijas apuntando a mi mujer. El que lideraba el grupo, tenía una pija de enormes dimensiones, unos 25 cms. diría yo (qué envidia), con un capullo oscuro y un calibre impresionante. Era una pija de campeonato que apuntaba al cielo con potencia. Los otros dos también calzaban buenas pijas, una de unos 18 cms. y otra de más de 20 cms. Sin duda, mi mujer se iba a dar el lote, la muy putita. Se agachó y comenzó a chupar el mástil de 25 cms, pajeándolo al mismo tiempo. Los otros dos obreros se aproximaron, y mi mujer comenzó también a propinarles lengüetazos en sus respectivos capullos. Cuando las pijas estaban en plenitud de acción, el dueño de la superverga, que dominaba a mi mujer dijo:
- Vamos a darle su merecido a esta putita, compañeros.
Entonces mi mujer, que, sin duda, no era la primera vez que hacía esto, se subió a los tablones alzando el culo y poniendo su concha chorreante a la altura del porongo de 25 cms. El obrero no hizo mucho esfuerzo para clavar entera la pija en el concha de mi mujer, mientras que Noemí jadeaba como nunca la había escuchado y se inclinaba hacia atrás comiéndose al mismo tiempo las pijas de los otros dos obreros, entre lamentos y quejidos de placer. La enorme pija del obrero penetraba a mi mujer con potencia hasta que mi mujer tuvo las primeras convulsiones. Estaba corriéndose como una loca y no dejaba de comerse las otras dos pijas. Cuando mi mujer se hubo corrido el obrero sacó su pija de 25 cms. y comenzó a refregar su capullo en el clítoris de mi mujer, que seguía entonces corriéndose sin parar. Los otros dos obreros excitados comenzaron a eyacular abundantemente en la cara y la boca de mi mujer, que aguantaba los lechazos y que se derretía de gusto con la pija que acariciaba su clítoris y que demostraba tener mucho aguante.
- Ahora voy a cogerte el culito, putita. Te gusta mi pija verdad?, pues ya nunca tendrás que hacer esfuerzo para cagar, puesto que te voy a romper el culo. Seguro que el cornudo de tu marido nunca te ha garchado como yo te voy a coger.
El obrero cogió por la cintura a mi mujer, que todavía escupía leche a raudales, y la puso a cuatro patas en la mesa, para comerle el culo con muchas ganas. Yo creo que Noemí se corría de gusto otra vez. El obrero, mientras le comía el culo a mi mujer, llevaba la mano a su boca y a su cara, coleccionando restos de leche de las acabadas de sus compañeros, y metía la leche en el culito de mi mujer para que le sirviera de lubricante, metiendo primero un dedo, luego dos, hasta tres, sin que la puta de mi mujer rechistara; todo lo contrario, echaba el culo hacia atrás como queriendo que esos dedos la penetraran más profundamente.Cuando el culo de Noemí estaba bien lubricado, el obrero cogió en brazos a mi mujer y la puso de rodillas a cuatro en el suelo, como una perrita. Se dispuso detrás de ella agachándose y apuntó al orificio anal de mi mujer que chorreaba saliva y leche. Yo pensaba que ese porongo no lo aguantaría Noemí, pero, sin embargo, resistió estoicamente. Sólo dio un gritito de sufrimiento cuando el obrero apretaba su capullo con fuerza contra el esfínter anal de mi mujer. Pero una vez que traspasó la barrera, el obrero introdujo poquito a poco su enorme pija en el culo de mi mujer, que lo movía en círculos y gritaba más y más como poseída.
El culo de mi mujer estaba tan estrechito que, sin duda, esto haría que el obrero, con su enorme porongo de 25 cms. se corriera pronto en las entrañas de mi mujer, dejándose entonces caer sobre ella y comiéndole la nuca en ese momento. Noemí cayó también sobre el suelo con la cara de lado, desencajada, mirando hacia donde yo miraba por un boquete. Estaba guarra, muy guarra, con el pelo pegajoso, todo el maquillaje corrido, la cara llena de leche, y un enorme obrero, sudoroso y satisfecho, sobre su espalda, con una pija de 25 cms, en su culo que había sido la delicia de mi mujer.Pronto todos los obreros y Raúl el encargado comenzaron a recoger, mientras mi mujer continuaba en el suelo, yaciente, totalmente salida, corrida, satisfecha. El obrero del superporongo hizo una seña a los otros y todos se acercaron en corro a mi mujer que, sabiendo lo que le esperaba, se volvió y se tumbó entonces boca arriba.
- Y ahora, una duchita calentita, para que el cornudo de tu maridito no piense que has garchado en la obra.
Las cinco pijas apuntaban al cuerpo de mi mujer, comenzando a mear sobre ella durante un buen rato. Noemí solo cerraba los ojos y retozaba en el suelo encantada, como si de verdad fuera una ducha relajante lo que le ofrecían los obreros. Aquella tarde descubrí que en casa tenía toda una puta, un putón verbenero, que sí que disfrutaba con la pijas grandes, con lo que yo no podía darle. Pensé entonces en irrumpir en la habitación en obras y provocar un escándalo, pero opté finalmente por salir nuevamente con sigilo e irme llorando y desesperado.
Llevé al coche hasta un descampado y recordando las escenas que había vivido, comencé a ponerme cachondo y me hice una paja de campeonato.
Desde entonces, Noemí dirige casi todas las obras, siendo el encanto de todos los encargados y obreros de la cuadrilla. Eso sí, he tenido que subir el sueldo varias veces a toda la plantilla y todas las noches, cuando vuelve a casa, me deja olisquearle el concha y comérselo, notando yo unos sabores raros, que cada vez me gustan más, y que ella comenta que son producto de los desarreglos hormonales propios de su edad.
Me he vuelto un cornudo consentido, ¿me estaré volviendo también maricón?, cualquier día salgo yo también a buscar una pija de 25 cms. que resuelva mi curiosidad, y, sobre todo, mi complejo de pija pequeña.
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