Para que entiendan mejor y sepan qué pasó antes;
http://www.poringa.net/posts/relatos/3208390/Isabella-sabe-muy-bien-lo-que-hace.html
-¿Y bien, señor R…? ¿Cómo le fue en sus resultados? – Me pregunta la recepcionista al verme acercarme a ella-. Por su sonrisa parece que es apto para ser un donador.
-Más que apto, diría yo.
-No sea presumido- me reprocha ella, sin embargo en sus labios color carmín se dibuja una sonrisa cómplice-. Aunque me alegro de escuchar eso.
-Gracias- le contesto, mientras acerco mi cara a la de ella sobre el escritorio de la recepción. Aprovecho que el lugar está casi vacío para hacerlo-. Aunque necesito otra. Estaba viendo si podías ayudarme.
-Estaría encantada- en sus ojos verdes hay un destello de calentura, sin embargo, su gesto cambia a uno serio y resignado-. Pero tengo todavía trabajo que hacer…
-¿En serio? Vaya- le contesto ligeramente extrañado. Sin ceder, insisto-. Y… ¿no podrías zafarte unos cuantos minutos?
-Hmm- se limita a musitar Isabella mientras medita la propuesta. Pero, como era de esperarse, su profesionalidad se impone-. No lo creo. De verdad tengo que terminar. Quizás podría esperarme hasta las dos, cuando salgo a comer.
En ese momento mi ánimo se cayó junto con mi erección.
-¿Hasta las dos?- le pregunto, decepcionado-. Tengo que irme como mucho a la una y media.
-Hmm, ¿bueno, qué se le puede hacer?- Sus palabras suenan serias, y tras los lentes de montura roja sus ojos tienen una expresión seria y resignada- Desearía poder ayudarle, pero no puedo. Tendrá que hacerlo… usted solo.
Lanzo un suspiro de resignación.
-Bueno, creo que así será. Bueno, gracias de todas formas, Isabella.
-De nada, señor R…- me dedica una suave sonrisa, ligeramente decepcionada-. Que le vaya bien.
Su mirada vuelve al monitor, mientras yo me retiro derrotado al baño de hombres. Cruzo la recepción hacia el pasillo de la izquierda, cubierto de mármol lustroso y claro. Sin embargo, una idea cruza mi mente, por lo que regreso a grandes pasos hacia el escritorio.
-¿Se le ofrece algo más?- me pregunta Isabella sin levantar la mirada del monitor mientras teclea.
-La verdad es que sí- confieso, tratando de ocultar una sonrisa crispada de deseo. Le pido que se acerque con una seña. Ella, confundida, se levanta lentamente de su silla. Acerco mi boca a su oreja. Me es imposible aguantar un escalofrío al inhalar el perfume de su piel. Le susurro unas cuantas palabras al oído.
Isabella se retira un poco para verme a los ojos, manteniendo la compostura a pesar de que sus mejillas están sonrojadas.
-¿Aquí y ahora? ¿Es muy necesario?
-Pues… no es necesario, pero te lo agradecería mucho- le contesto, mientras sonrío con picardía. Estoy ateniéndome a lo que ella diga pero deseo que diga que sí al mismo tiempo-. Como tú quieras.
Isabella mira de un lado para otro, pensativa, mientras se muerde el labio inferior. Pasados unos segundos que se sienten como minutos ella empieza a levantarse de su silla nuevamente. Al final, hace un pulcro y calculado gesto de resignación, aunque la verdad es que también se la ve ansiosa, ligeramente caliente.
-Está bien- exclama mientras se desabotona los primeros cuatro botones de la blusa negra con dedos hábiles y metódicos-. Pero que sea rápido, por favor.
Frente a mí se encuentra la increíble recepcionista de la clínica reproductiva, casi tan alta como yo, con sus enormes pechos casi descubiertos, contenidos sólo por su brasier de encaje carmesí. En su rostro hay un gesto serio que trata de ocultar las sensaciones que le provoca el tacto de mis manos ávidas sobre sus tetas. Yo, por mi parte, estoy en las nubes. Me encanta la sensación suave pero firme de sus senos perfectos bajo mi palma. Le masajeo las tetas lo mejor que puedo, haciéndole honor al favor que ella me hace. Isabella me mira con sus serenos y verdes ojos. Está más sonrojada que antes pero guarda la compostura. En sus labios está una sonrisa ligera, pero lasciva.
-Oh, sí- murmura ella, haciéndose escuchar para prenderme más. Sabe muy bien cómo hacerlo-. Así, qué rico…
Las cosas suben de tono cuando mi mano derecha se introduce en la copa de su apretado sostén y extrae con pericia su teta izquierda. La recepcionista sólo puede hacer un gesto de sorpresa momentáneo, para después cerrar los ojos por el placer que le causa sentir mis dedos apresando y jugueteando con su delicioso pezón, rosado y erecto. Yo, por un momento, me desconecto de la realidad y me dedico sólo a disfrutar de las tetas perfectas de Isabella. Es sólo hasta el momento en que ella me toma suave pero firmemente de las muñecas que reacciono. La recepcionista retira mis manos y las baja hasta el escritorio. Yo sólo puedo ver a sus mamas perfectas, casi descubiertas, pero poco a poco me obligo a subir la vista. En los labios de la mujer labios hay una sonrisa crispada, pero en sus ojos hay decisión.
-Es suficiente- se limita a decir, como si reprendiera suavemente a un niño malcriado. Yo sólo puedo asentir. En mi entrepierna se ha levantado una poderosa y rugiente erección.
La recepcionista se reacomoda el brasier. En ese instante, el sonido de unos tacones acercándose resuena en el helado piso. Por un momento temo a que la atrapen con las tetas casi al aire, pero Isabella, haciendo gala de su habilidad metódica y pulcra termina por abotonarse la blusa y sentarse de nuevo en su silla antes de que su compañera recepcionista salga del pasillo de la derecha hacia la recepción y pueda vernos haciendo cualquier cosa (buena o mala) que no sea mirarnos como dos simples extraños.
-Ya regresé, ja, ja- le anuncia su compañera al sentarse de nuevo a su lado. Después se vuelve a mí para decirme cordialmente con una sonrisa-. Buenos días.
Yo le respondo de igual forma
-¿Y se le ofrece algo más?- Me inquiere Isabella seriamente. Actuando con naturalidad, pero mirándome intensamente.
-N-no, nada más- respondo tratando de sonar tranquilo-. Muchas gracias. Hasta luego.
Ambas mujeres se despiden de mí cordialmente.
Y sí. Así pasan varios minutos, mientras estoy encerrado en el higiénico cubículo del higiénico baño de mármol. Tal vez esté pajeandome sólo, pero al menos tuve un premio de consolación. Recordar la vista y el tacto de las tetas perfectas de la recepcionista me provoca un inmenso placer. Mi miembro está hecho un cálido diamante en mi mano. Recuerdo la mirada y los gestos complacidos de Isabella, aquellos que trató de ocultar pero que no pudo del todo. Ella está tan caliente como yo. Es una lástima que no hayamos podido concretar lo que estuve esperando por una semana. Pero bueno, ¿qué se le podía hacer?
Escucho que alguien abre la puerta principal del baño. Pierdo un poco la concentración al saber que no me encuentro solo en el lugar. Aun así mi miembro sigue enhiesto, por lo que sigo, pero con cautela. Unos pasos resuenan sobre el frío mármol. Es un sonido particularmente fuerte, que logra meterse dentro de mi cabeza, frustrando mi concentración. La imagen de Isabella se desdibuja de mi imaginación. Hago un esfuerzo por recobrarla; es un esfuerzo que funciona sólo cuando los pasos ceden. Sin embargo, no pasan ni diez segundo y ya han tocado a la puerta de mi cubículo. Estoy extrañado, pues hay al menos seis cubículos vacíos y elijen el precisamente el único que está...
-Ocupado- respondo irritado.
Para mi sorpresa, vuelven a tocar, esta vez con un poco más de insistencia, aumentando el número de golpes de tres a seis.
-¡Ocupado!- Repito ya molesto.
-Disculpe usted si lo interrumpo- responde una voz igualmente irritada detrás de la hoja de la puerta. La voz resuena dulcemente en las paredes blancas del lugar. Reconozco esa melodía y me cuesta creerlo-. No sabía que mi presencia era inoportuna. Si quiere puedo irme.
Abro la puerta. Mi mente ya había materializado la idea, pero igual me sorprendo al ver a Isabella parada frente a mí, de brazos cruzados, con cara seria pero arrebolada, ansiosa.
-Bueno, ¿se va a quedar parado sin hacer nada más?- me recrimina fingiendo enfado-. No tenemos mucho tiempo. Hay que hacerlo val...
Pero antes de que pueda terminar me abalanzo hacia ella, tomándola de la cintura. Comienzo a besarle los finos labios, alternando también con su cuello terso y claro. La beso con suavidad no carente de pasión. Ella me recibe con la misma ansiedad que yo. Sin embargo, sus besos siguen siendo calculados y metódicos. Su lengua sabe cuándo rozar la mía mientras yo no puedo evitar saborear y mordisquear sus labios con desenfreno. Yo pierdo las pocas reservas que me quedaban y enteramente le como la boca a besos e Isabella me corresponde de igual forma. La escucho suspirar lenta y plácidamente cuando mis manos masajean sus nalgas y sus abundantes pechos sobre la tela de su ropa. Sin embargo soy yo el que profiere un largo jadeo cuando siento los hábiles dedos de la mujer rodeando y acariciando mi miembro endurecido con pericia.
-Dios…- exclama ella en un gemebundo susurro-. ¿Cómo la tiene tan dura?
Sin responderle, comienzo a desabotonarle la blusa ansiosamente, resistiendo el impulso salvaje de simplemente tirar de la presa y desperdigar los botones por todas partes, como las cuentas de un collar roto. Así, sus magníficas tetas quedan prácticamente a mi disposición. Mi mano apresa su pecho izquierdo; lo masajeo, lo aprieto. Puedo sentir cómo cómo su corazón se acelera y su pezón se erecta a través de la delgada capa de encaje. Isabella jadea más profundamente, pero es en ese momento en que decide recobrar el control de la situación. Separa sus labios de los mío, para separarme de ella una vez más y retenerme con firmeza. Con lentitud de ensueño termina hincándose ante mí. Desde abajo me mira con intensidad y en sus labios se dibuja una ligera sonrisa maliciosa y profesional. Sin mediar palabra vuelve a tomar mi verga inflamada y a propinarle deliciosos y húmedos lengüetazos, que surcan desde la base y terminan hasta la punta del glande, donde se apropian y degustan las gotas de líquido preseminal que brotan de ahí. Con su otra mano masajea y acaricia mis testículos. La sensación es indescriptiblemente placentera. Mis jadeos son prueba de ello.
No pasa mucho tiempo para que la recepcionista introduzca mi miembro dentro de su dulce y cálida boca con una lentitud ávida. Me embarga la sensación estar tan adentro de su boca; siento incluso que le llega hasta la garganta. Me vuela la cabeza, porque ya no lo hace de manera ordenada y premeditada, sino que parece que se está llevando más por la calentura que por su propia naturaleza metódica. Y es así como Isabella termina comiéndome la verga. Lo poco que quedaba de su labial termina sobre mi falo. Yo sólo puedo jadear fuera de mí. Los hábiles y ávidos labios de la mujer succionan la vida de mí. Su tersa lengua se retuerce, recibiendo mi miembro de la mejor manera. Yo le acaricio la cara con mis dedos, pero estos terminan hundidos dentro de su perfumada cabellera de oro para tomarla de la cabeza y poder, prácticamente, cogerle la boca. Ella abre los ojos en sorpresa, pero no se retira. En medio del frenesí, me vuelvo hacia abajo y la miro. Ella tiene los ojos ligeramente enrojecidos y por las mejillas le corren gruesas lágrimas negras, cargadas de su rímel. Parece que ha contenido varias arcadas, pero en su rostro parece haber sólo una expresión lujuriosa y ávida. Sus ojos voltean a verme y la intensidad de la mirada me da escalofríos de placer. La llama de la lascivia arde con un fuego verde en su mirada.
Siento el orgasmo acercarse peligrosamente, pero aún no es tiempo. Quizás tengamos poco, pero hay que hacerlo valer.
Hago que detenga poco a poco, tomándola delicadamente de la barbilla. Ella sigue succionando mi miembro, pero al final lo deja ir, produciendo un ligero sonido de vacío. Le ayudo a incorporarse de nuevo.
-Creo… creo que sólo nos quedan quince minutos- me anuncia ella en un susurro agitado, recobrando el aliento. Isabella se limpia la saliva que le escurre por la barbilla con el dorso de la mano-. ¿Ya quiere acabar? Porque yo todavía aguanto mucho más…
Yo no respondo. No puedo. Simplemente la hago callar mientras volvemos a comernos la boca. Mi verga está más dura e hinchada que nunca. Deseo tanto ya metérsela, invadir su carne íntima con ella, desternillarnos de placer a punta de pijazos. Pero todavía no es momento. Ahora soy yo el que tiene hambre de ella.
Entre besos logro por fin liberar las generosas tetas de Isabella de las copas de su brasier. Me harto de acariciarlas y de pellizcar ligeramente sus pezones rosados y erectos de placer puro. Me encanta sentir cómo Isabella tiembla como imbuida en electricidad cada vez que la acaricio así. Así como contemplar el espectáculo de cómo su piel se eriza con cada roce de mis dedos. Entre besos me dedico a chuparle y besarle los pechos, mientras la recepcionista gime ligeramente. Tiembla cuando mordisqueo sus dulces pezones.
Poco a poco la acerco a la losa de mármol que constituye los lavabos del baño. Poco a poco Isabella me deja ser. Decide dejarse llevar por mí y sólo aferrarse a mis hombros. Yo, por mi parte, le alzo la entallada falda hasta la cintura, descubriendo sus tersas y firmes nalgas. Isabella jadea cuando mis dedos aprisionan la carne de su trasero y la amasan y acarician según mi antojo. Voy más allá y mis dedos hurgan entre sus tersos glúteos, acariciando y acercándose al húmedo rincón que yace en su entrepierna. La satisfacción me embarga al sentir que su tanga se encuentra prácticamente empapada. Tengo tal antojo por probar sus néctares que la tomo por las nalgas y cargándola la dejo sentada sobre los lavabos. Nos volvemos a mirar con la misma intensidad salvaje de antes. Ella se acomoda sobre la losa de mármol, reclinándose sabiendo qué es lo que le espera.
-¿Desea probarme?- me pregunta lentamente, como si fueras un sueño. Sin embargo es una pregunta retórica-. Hágalo, por favor. Pruébeme.
Sus piernas se separan suavemente mientras su mano derecha desciende por su pubis y retira a un lado su húmeda tanga carmesí. Es una invitación que acepto complacido y con premura. Mi cabeza se hunde entre las piernas de Isabella. Mis hombros le sirven de apoyo a sus piernas en vilo, mientras que mi legua hace su trabajo sobre su vulva inflamada y chorreante. Comienzo lamiendo y besando sus ingles, acercándome poco a poco a sus labios hinchados, suculentos, los cuales beso y chupo con sensualidad, con pasión. Paso por lengüetear su vagina, hundiendo la lengua en su dulce y cálida hendidura suavemente, una y otra vez. Degusto los dulces néctares de su coño con sumo placer, mientras Isabella se deshace en grititos ahogados y gemidos complacidos. Su mano se posa en mi cabeza, y es ella hora la que se aferra de mis cabellos, haciendo que hunda más entre sus piernas, como si deseara que fuera parte de ella de una jodida vez.
Recorro su vulva con mi lengua de arriba abajo, siguiendo el compás de los gemidos de Isabella, así como la dirección que sus caderas me indiquen. Es así cuando me dispongo a comenzar a lamer su hinchado clítoris describiendo ligeros círculos, que hacen jadear a Isabella fuera de sí. Comienzo a lengüetearle más ávidamente aquél botón de carne creado sólo para dar placer, mientras mis dedos acarician y se introducen en su interior. La mujer comienza a temblar y a retorcerse ligeramente. Sus piernas son como una prensa, comprimiendo mi cabeza como si quisieran aplastarla. Su mano empuja más hacia su entrepierna mi cabeza. Casi no puedo respirar. Su tersa carne cubre casi toda mi cara. Sus cortos y ligeros vellos púbicos me hacen cosquillas en la nariz. Pero no cedo. Le sigo dando todo el placer que mi legua pueda dar. Si muero dándole un orgasmo a esta mujer, será una muy buena muerte.
-¡Ah, sí! Ahí, por favor. Siga… ¡Siga!- exclama ella entre jadeos entrecortados. Los músculos de Isabella comienzan a tensarse poco a poco, como los resortes de un mecanismo que esté a punto de dispararse. Después de un par de minutos y varias lamidas después, Isabella profiere un gritito entrecortado y su cuerpo se deshace y se retuerce imbuido por la corriente orgásmica. La recepcionista aprieta mi cabeza con sus poderosas piernas, pero yo lo recibo con gusto. Poco a poco me libera, conforme al temblor del orgasmo va retirándose. Ya una vez libre, la miro. Sus mejillas están arreboladas, y a pesar de que trata de guardar la compostura, una sonrisa crispada y calenturienta se dibuja en los finos labios de la mujer.
No hay qué decir. Sabemos que esto no se ha terminado aún. Mi verga está más dura que antes y deseo poseerla ya en ese instante. Así que sin darle tregua me poso entre sus piernas y nos besamos con la misma pasión. Isabella absorbe con ansia su propia esencia de mis labios. Mientras nuestros cuerpos se aferran aprovecho para tomarla de nuevo por las nalgas y volverla a dejar en el piso. Después, sin ninguna ceremonia, hago que se volteé y que se doble, recostando su torso sobre la losa de mármol. Ella se sabe vulnerada en esa posición, pero poco le importa. Lo desea tanto como yo. Me mira a través del reflejo del espejo que hay frente a ella.
-¿Ya por fin me lo va a dar?- me pregunta ella con un susurro, mientras se pasa la lengua por su labios sensuales y finos- Ya démelo, por favor. No me haga esperar más…
-Te voy a dar para que tengas toda la semana- le respondo mientras me poso detrás y comienzo a acariciarle la cola. Le bajo la tanga hasta los tobillos con premura. El panorama de su culo perfecto expuesto llena mi mente extasiada con más deseo carnal. Tengo de nuevo el impulso de lamerle el coño y saborear su esencia. Y así vuelvo a hundir la cabeza entre sus nalgas, saboreando su carne íntima una vez más mientras ella vuelve a deshacerse en gemidos. Me doy cuenta con gusto de que de nuevo está completamente inundada. Es tal mi gusto que comienzo a lamerle también su pequeño ano con fruición. Isabella sólo se estremece, sintiendo la expectativa en la carne.
No puedo postergarlo más. Extraigo el condón de mi bolsillo, para después bajarme el pantalón y el bóxer hasta la rodilla. Mi verga se mece y cuelga completamente parada entre mis pernas. Me pongo el preservativo con ansiedad, y antes de introducirme en Isabella le suelto una nalgada que llena con su chasquido las oquedades del baño. Isabella grita de dolor y sorpresa, pero antes de que termine de quejarse la mitad de mi verga ya ha desaparecido dentro de ella. Está tan mojada que no es difícil penetrarla.
-Aaaaaaay… Uy, sí…- exclama Isabella invadida por la lujuria mientras la penetro por detrás. Y no está sola. Yo también jadeo al sentirme rodeado por el cálido y apretado interior de su vagina. Por fin. Ese era el momento que había esperado tanto después de una semana de aguantar, fantaseando. Por fin está pasando. Y es tan delicioso como pensé que iba a ser. Probablemente mejor de lo que creí.
Comienzo a cogerla despacio, dándole rítmicos caderazos que ella recibe con deleite. Ella mece de arriba abajo sus caderas, haciendo más deliciosa la experiencia. No pasa mucho tiempo para que los suaves caderazos trastornen en embestidas cada vez más potentes. Isabella y yo gemimos al unísono, casi siendo capaces de sentir el placer del otro en la carne propia. Nuestros cuerpos chocan con cada embestida, y comienza a sonar aquel particular sonido de palmeo carnal que tanto me enloquece. Estamos imbuidos en un loco frenesí copulatorio, tan profundo, tan íntimo, tan primitivo que es difícil describirlo. Sólo sé que no alcanzaré mi propio placer si primero no la hago estallar en un éxtasis orgásmico. Y tengo la sensación de que ella piensa exactamente lo mismo que yo. Me aferro a sus caderas como si me aferrara a la vida.
-Oh, vaya…- Dice una voz a nuestra derecha.
En medio de nuestro frenesí orgásmico no escuchamos que la puerta del baño se ha abierto. Parado y con cara bobalicona de no saber qué hacer, un tipo de barba y camiseta gris nos mira completamente impactado. Tanto Isabella como yo lo volvemos a ver, pero no nos detenemos. Seguimos cogiendo y gimiendo con tal ímpetu como si no estuviera un completo desconocido enfrente de nosotros. A su vez, el tipo no sabe cómo actuar.
-Yo… yo lo siento- se limita a decir, titubeante, mientras nos mira completamente sacado de onda. Finalmente, después de unos segundos, sale del baño y cierra la puerta. Sin embargo, Isabella y yo estamos tan metidos en el momento que apenas lo notamos y seguimos follando salvajemente, como si no hubiera sucedido nada.
Mi verga está tan dentro de Isabela que ella no hace más que gemir y jadear completamente extasiada. Nos fundimos en uno solo. Yo la embisto con fuerza, haciendo cimbrar la carne de sus nalgas. Estoy tan cerca de venirme. No creo poder aguantar más, pero no puedo evitar seguir cogiendo con aquella espectacular mujer.
-¡Ay, sí! Así, sigue por favor. Sigue, carajo…- Exclama Isabella, dándose el dudoso lujo de llenar el baño con sus gritos. Fue un movimiento poco calculado y poco metódico, que no sería propio de ella en situaciones normales. Pero creo que en ese punto ya no importaba-. Uy, sí… Sí… ¡Aaaay!
En ese preciso instante el cuerpo de la recepcionista vuelve a convulsionar ante el torrente de energía orgásmica que la invade súbitamente. Incluso las piernas le comienzan a temblar tanto que le flaquean. Si no fuera porque la sostengo del vientre y el pecho, habría caído de rodillas sobre el duro piso. Pero ella sólo se limita a exclamar y proferir melódicos gemidos de éxtasis, saboreando el dulce y primitivo gusto del orgasmo. Mientras, yo le doy los últimos embates antes de sacársela completamente.
-¡Ah! Q-qué rico…- se queja Isabella quedamente. Sigue temblando- Mis… mis piernas… Ay, dios…
Y nos quedamos así por un rato: yo detrás de ella, sujetándola; ella aferrándose a mis brazos, mientras respira entrecortadamente. Suelta unas pequeñas risitas mezcladas con jadeos cuando comienzo a besarle el cuello.. Poco a poco ella se recupera del orgasmo hasta que puede ponerse bien de pie y enderezarse. Es ahí cuando Isabella se deshace de mi abrazo firmemente, para finalmente volverse al frente mío; en su rostro tiene una expresión serena y satisfecha, completamente profesional. Ha recuperado la compostura después del desenfreno.
Sin mediar más palabra que los que nuestras miradas pueden decir, la mujer me da un beso húmedo, lascivo, pero bien calculado, que anuncia que ya es hora de terminar. Isabella alarga su brazo izquierdo y toma el frasco estéril que reposaba ahí mismo en la losa de mármol.
Y bueno, sí, por fin terminamos, pero vaya forma de concluir. Isabella se posa detrás de mí y alargando uno de sus brazos comienza a masturbarme fieramente mientras que con su otra mano sostiene el reciente de plástico frente a mi verga enhiesta, que está a punto de chorrear todo la leche que había guardado para la recepcionista. Y así, las manos habilidosas de Isabella consiguen que tenga un poderoso orgasmo que me hace temblar tanto como ella, arrojando un poderoso y abundante chorro de esperma al fondo del recipiente. Jadeo y gruño invadido por un inmenso placer, mientras la mujer gime y exclama de sorpresa al contemplar la cantidad de semen que dejo en el frasco.
-De nuevo una buena muestra- declara con voz ligeramente impresionada, mientras se aleja de mí y cierra el frasco-. Es una lástima que se quede en el fresco y no sobre mí.
Me lanza una mirada cómplice, seductora. Esa mirada me mata y creo que lo hará siempre. No puedo evitar besarla con pasión una última vez. Isabella me recibe con el mismo deseo. Pasado un minuto, ella se retira con firmeza de mí. Sostiene mis brazos, evitando cualquier caricia que inicie algo que no podamos acabar.
-Hemos terminado- me dice ella con una sonrisa satisfecha y serena.
Nos vestimos con prisa. Han pasado veinte minutos de la hora que Isabella tenía prevista.
-¿No tendrás ningún problema?- le inquiero.
-No creo, la verdad- me contesta mientras se baja la falda, mirándose al espejo-. Le pedí a mi compañera que me cubriera por un rato en lo que hacía una entrega- hace con los dedos la seña de comillas-. Y casi nunca llego tarde, entonces creo que esta vez me la pasará.
Terminamos de colocarnos la ropa como debe ser. Yo sólo me arreglo el pantalón, pero de nuevo Isabella me sorprende, pues se ha limpiado, lavado la cara y vuelto a maquillar en un santiamén. Viste de nuevo de manera tan pulcra que es difícil creer que se ha echado un polvo hacía un par de minutos. De nuevo yo me siento más desarreglado que ella.
-Bueno, ya sabe qué hacer- comienza a indicarme Isabella de manera mesurada y profesional, frente a mí, mientras señala el frasco con la muestra-. Entregue el frasco a la enfermera y con eso ya sería todo.
-Perfecto- le contesto-. Muchas gracias, Isabella.
-No hay por qué- replica la mujer con una cordial sonrisa en sus labios-. Gracias a usted.
Pasado eso, ella me guiña el ojo de manera cómplice.
-Bueno, tengo que irme ya- anuncia Isabella-. Hasta luego, R…
-Hasta luego, Isabella- le contesto con una sonrisa-. Cuídate
Ella me sonríe a su vez. Luego da la media vuelta y se dirige a la puerta mientras sus tacones negros resuenan en el piso, llenando el espacio con su presencia.
-Oh, casi lo olvido- anuncia ella, volviéndose de nuevo hacia mí. Acto seguido me lanza algo que llevaba agarrado en la mano derecha desde hacía raro-. Un pequeño recuerdo.
Lo atrapo en el aire y lo miro maravillado. Luego me vuelvo a Isabella, que me observa con divertida malicia, seductora y profesional.
-Es para que no se olvide de mí- de nuevo me guiña el ojo y finalmente se vuelve para salir del baño, no sin antes decir-. Cuídese.
Y así sale ella, mientras miro de nuevo la tanga carmesí de la mujer, la cual me ha obsequiado. Yo me quedo de una pieza, completamente maravillado.
Al salir del baño me siento invadido por un muy buen humor. Como cuando tus expectativas se cumplen e incluso puedes decir que fueron superadas. Así me siento. Incluso cuando llego con la enfermera que me recrimina la tardanza no puedo ocultar mi estado de ánimo.
-Disculpe usted- le digo con una sonrisa velada-. Es que soy de buen aguante, si usted entiende.
Y sin pensarlo mucho le guiño un ojo. La mujer me mira como confundida, y pasmada, pero ligeramente sonrojada.
-Eso sería todo, joven- es lo único que puede decirme.
-Muchas gracias.
Me dirijo a la salida de la clínica. Antes de salir puedo ver a Isabella a lo lejos. Está platicando con el tipo que nos encontró cogiendo en el baño. El tipo de la playera gris y la barba. Verlos platicar me trae recuerdos de la semana pasada, de cómo empezó todo lo que había pasado. Y la verdad no puedo hacer nada más que sonreír mientras veo cómo ella y el tipo se alejan y se adentran y se pierden en el pasillo de la izquierda de la recepción. Al parecer Isabella va a tener un día largo, y me alegra que ella pueda darse ese placer. Después de todo, ella sabe muy bien qué quiere hacer y con quién hacerlo. Pero sobre todo, Isabella sabe muy bien lo que hace.
Gracias por leer.
http://www.poringa.net/posts/relatos/3208390/Isabella-sabe-muy-bien-lo-que-hace.html
-¿Y bien, señor R…? ¿Cómo le fue en sus resultados? – Me pregunta la recepcionista al verme acercarme a ella-. Por su sonrisa parece que es apto para ser un donador.
-Más que apto, diría yo.
-No sea presumido- me reprocha ella, sin embargo en sus labios color carmín se dibuja una sonrisa cómplice-. Aunque me alegro de escuchar eso.
-Gracias- le contesto, mientras acerco mi cara a la de ella sobre el escritorio de la recepción. Aprovecho que el lugar está casi vacío para hacerlo-. Aunque necesito otra. Estaba viendo si podías ayudarme.
-Estaría encantada- en sus ojos verdes hay un destello de calentura, sin embargo, su gesto cambia a uno serio y resignado-. Pero tengo todavía trabajo que hacer…
-¿En serio? Vaya- le contesto ligeramente extrañado. Sin ceder, insisto-. Y… ¿no podrías zafarte unos cuantos minutos?
-Hmm- se limita a musitar Isabella mientras medita la propuesta. Pero, como era de esperarse, su profesionalidad se impone-. No lo creo. De verdad tengo que terminar. Quizás podría esperarme hasta las dos, cuando salgo a comer.
En ese momento mi ánimo se cayó junto con mi erección.
-¿Hasta las dos?- le pregunto, decepcionado-. Tengo que irme como mucho a la una y media.
-Hmm, ¿bueno, qué se le puede hacer?- Sus palabras suenan serias, y tras los lentes de montura roja sus ojos tienen una expresión seria y resignada- Desearía poder ayudarle, pero no puedo. Tendrá que hacerlo… usted solo.
Lanzo un suspiro de resignación.
-Bueno, creo que así será. Bueno, gracias de todas formas, Isabella.
-De nada, señor R…- me dedica una suave sonrisa, ligeramente decepcionada-. Que le vaya bien.
Su mirada vuelve al monitor, mientras yo me retiro derrotado al baño de hombres. Cruzo la recepción hacia el pasillo de la izquierda, cubierto de mármol lustroso y claro. Sin embargo, una idea cruza mi mente, por lo que regreso a grandes pasos hacia el escritorio.
-¿Se le ofrece algo más?- me pregunta Isabella sin levantar la mirada del monitor mientras teclea.
-La verdad es que sí- confieso, tratando de ocultar una sonrisa crispada de deseo. Le pido que se acerque con una seña. Ella, confundida, se levanta lentamente de su silla. Acerco mi boca a su oreja. Me es imposible aguantar un escalofrío al inhalar el perfume de su piel. Le susurro unas cuantas palabras al oído.
Isabella se retira un poco para verme a los ojos, manteniendo la compostura a pesar de que sus mejillas están sonrojadas.
-¿Aquí y ahora? ¿Es muy necesario?
-Pues… no es necesario, pero te lo agradecería mucho- le contesto, mientras sonrío con picardía. Estoy ateniéndome a lo que ella diga pero deseo que diga que sí al mismo tiempo-. Como tú quieras.
Isabella mira de un lado para otro, pensativa, mientras se muerde el labio inferior. Pasados unos segundos que se sienten como minutos ella empieza a levantarse de su silla nuevamente. Al final, hace un pulcro y calculado gesto de resignación, aunque la verdad es que también se la ve ansiosa, ligeramente caliente.
-Está bien- exclama mientras se desabotona los primeros cuatro botones de la blusa negra con dedos hábiles y metódicos-. Pero que sea rápido, por favor.
Frente a mí se encuentra la increíble recepcionista de la clínica reproductiva, casi tan alta como yo, con sus enormes pechos casi descubiertos, contenidos sólo por su brasier de encaje carmesí. En su rostro hay un gesto serio que trata de ocultar las sensaciones que le provoca el tacto de mis manos ávidas sobre sus tetas. Yo, por mi parte, estoy en las nubes. Me encanta la sensación suave pero firme de sus senos perfectos bajo mi palma. Le masajeo las tetas lo mejor que puedo, haciéndole honor al favor que ella me hace. Isabella me mira con sus serenos y verdes ojos. Está más sonrojada que antes pero guarda la compostura. En sus labios está una sonrisa ligera, pero lasciva.
-Oh, sí- murmura ella, haciéndose escuchar para prenderme más. Sabe muy bien cómo hacerlo-. Así, qué rico…
Las cosas suben de tono cuando mi mano derecha se introduce en la copa de su apretado sostén y extrae con pericia su teta izquierda. La recepcionista sólo puede hacer un gesto de sorpresa momentáneo, para después cerrar los ojos por el placer que le causa sentir mis dedos apresando y jugueteando con su delicioso pezón, rosado y erecto. Yo, por un momento, me desconecto de la realidad y me dedico sólo a disfrutar de las tetas perfectas de Isabella. Es sólo hasta el momento en que ella me toma suave pero firmemente de las muñecas que reacciono. La recepcionista retira mis manos y las baja hasta el escritorio. Yo sólo puedo ver a sus mamas perfectas, casi descubiertas, pero poco a poco me obligo a subir la vista. En los labios de la mujer labios hay una sonrisa crispada, pero en sus ojos hay decisión.
-Es suficiente- se limita a decir, como si reprendiera suavemente a un niño malcriado. Yo sólo puedo asentir. En mi entrepierna se ha levantado una poderosa y rugiente erección.
La recepcionista se reacomoda el brasier. En ese instante, el sonido de unos tacones acercándose resuena en el helado piso. Por un momento temo a que la atrapen con las tetas casi al aire, pero Isabella, haciendo gala de su habilidad metódica y pulcra termina por abotonarse la blusa y sentarse de nuevo en su silla antes de que su compañera recepcionista salga del pasillo de la derecha hacia la recepción y pueda vernos haciendo cualquier cosa (buena o mala) que no sea mirarnos como dos simples extraños.
-Ya regresé, ja, ja- le anuncia su compañera al sentarse de nuevo a su lado. Después se vuelve a mí para decirme cordialmente con una sonrisa-. Buenos días.
Yo le respondo de igual forma
-¿Y se le ofrece algo más?- Me inquiere Isabella seriamente. Actuando con naturalidad, pero mirándome intensamente.
-N-no, nada más- respondo tratando de sonar tranquilo-. Muchas gracias. Hasta luego.
Ambas mujeres se despiden de mí cordialmente.
Y sí. Así pasan varios minutos, mientras estoy encerrado en el higiénico cubículo del higiénico baño de mármol. Tal vez esté pajeandome sólo, pero al menos tuve un premio de consolación. Recordar la vista y el tacto de las tetas perfectas de la recepcionista me provoca un inmenso placer. Mi miembro está hecho un cálido diamante en mi mano. Recuerdo la mirada y los gestos complacidos de Isabella, aquellos que trató de ocultar pero que no pudo del todo. Ella está tan caliente como yo. Es una lástima que no hayamos podido concretar lo que estuve esperando por una semana. Pero bueno, ¿qué se le podía hacer?
Escucho que alguien abre la puerta principal del baño. Pierdo un poco la concentración al saber que no me encuentro solo en el lugar. Aun así mi miembro sigue enhiesto, por lo que sigo, pero con cautela. Unos pasos resuenan sobre el frío mármol. Es un sonido particularmente fuerte, que logra meterse dentro de mi cabeza, frustrando mi concentración. La imagen de Isabella se desdibuja de mi imaginación. Hago un esfuerzo por recobrarla; es un esfuerzo que funciona sólo cuando los pasos ceden. Sin embargo, no pasan ni diez segundo y ya han tocado a la puerta de mi cubículo. Estoy extrañado, pues hay al menos seis cubículos vacíos y elijen el precisamente el único que está...
-Ocupado- respondo irritado.
Para mi sorpresa, vuelven a tocar, esta vez con un poco más de insistencia, aumentando el número de golpes de tres a seis.
-¡Ocupado!- Repito ya molesto.
-Disculpe usted si lo interrumpo- responde una voz igualmente irritada detrás de la hoja de la puerta. La voz resuena dulcemente en las paredes blancas del lugar. Reconozco esa melodía y me cuesta creerlo-. No sabía que mi presencia era inoportuna. Si quiere puedo irme.
Abro la puerta. Mi mente ya había materializado la idea, pero igual me sorprendo al ver a Isabella parada frente a mí, de brazos cruzados, con cara seria pero arrebolada, ansiosa.
-Bueno, ¿se va a quedar parado sin hacer nada más?- me recrimina fingiendo enfado-. No tenemos mucho tiempo. Hay que hacerlo val...
Pero antes de que pueda terminar me abalanzo hacia ella, tomándola de la cintura. Comienzo a besarle los finos labios, alternando también con su cuello terso y claro. La beso con suavidad no carente de pasión. Ella me recibe con la misma ansiedad que yo. Sin embargo, sus besos siguen siendo calculados y metódicos. Su lengua sabe cuándo rozar la mía mientras yo no puedo evitar saborear y mordisquear sus labios con desenfreno. Yo pierdo las pocas reservas que me quedaban y enteramente le como la boca a besos e Isabella me corresponde de igual forma. La escucho suspirar lenta y plácidamente cuando mis manos masajean sus nalgas y sus abundantes pechos sobre la tela de su ropa. Sin embargo soy yo el que profiere un largo jadeo cuando siento los hábiles dedos de la mujer rodeando y acariciando mi miembro endurecido con pericia.
-Dios…- exclama ella en un gemebundo susurro-. ¿Cómo la tiene tan dura?
Sin responderle, comienzo a desabotonarle la blusa ansiosamente, resistiendo el impulso salvaje de simplemente tirar de la presa y desperdigar los botones por todas partes, como las cuentas de un collar roto. Así, sus magníficas tetas quedan prácticamente a mi disposición. Mi mano apresa su pecho izquierdo; lo masajeo, lo aprieto. Puedo sentir cómo cómo su corazón se acelera y su pezón se erecta a través de la delgada capa de encaje. Isabella jadea más profundamente, pero es en ese momento en que decide recobrar el control de la situación. Separa sus labios de los mío, para separarme de ella una vez más y retenerme con firmeza. Con lentitud de ensueño termina hincándose ante mí. Desde abajo me mira con intensidad y en sus labios se dibuja una ligera sonrisa maliciosa y profesional. Sin mediar palabra vuelve a tomar mi verga inflamada y a propinarle deliciosos y húmedos lengüetazos, que surcan desde la base y terminan hasta la punta del glande, donde se apropian y degustan las gotas de líquido preseminal que brotan de ahí. Con su otra mano masajea y acaricia mis testículos. La sensación es indescriptiblemente placentera. Mis jadeos son prueba de ello.
No pasa mucho tiempo para que la recepcionista introduzca mi miembro dentro de su dulce y cálida boca con una lentitud ávida. Me embarga la sensación estar tan adentro de su boca; siento incluso que le llega hasta la garganta. Me vuela la cabeza, porque ya no lo hace de manera ordenada y premeditada, sino que parece que se está llevando más por la calentura que por su propia naturaleza metódica. Y es así como Isabella termina comiéndome la verga. Lo poco que quedaba de su labial termina sobre mi falo. Yo sólo puedo jadear fuera de mí. Los hábiles y ávidos labios de la mujer succionan la vida de mí. Su tersa lengua se retuerce, recibiendo mi miembro de la mejor manera. Yo le acaricio la cara con mis dedos, pero estos terminan hundidos dentro de su perfumada cabellera de oro para tomarla de la cabeza y poder, prácticamente, cogerle la boca. Ella abre los ojos en sorpresa, pero no se retira. En medio del frenesí, me vuelvo hacia abajo y la miro. Ella tiene los ojos ligeramente enrojecidos y por las mejillas le corren gruesas lágrimas negras, cargadas de su rímel. Parece que ha contenido varias arcadas, pero en su rostro parece haber sólo una expresión lujuriosa y ávida. Sus ojos voltean a verme y la intensidad de la mirada me da escalofríos de placer. La llama de la lascivia arde con un fuego verde en su mirada.
Siento el orgasmo acercarse peligrosamente, pero aún no es tiempo. Quizás tengamos poco, pero hay que hacerlo valer.
Hago que detenga poco a poco, tomándola delicadamente de la barbilla. Ella sigue succionando mi miembro, pero al final lo deja ir, produciendo un ligero sonido de vacío. Le ayudo a incorporarse de nuevo.
-Creo… creo que sólo nos quedan quince minutos- me anuncia ella en un susurro agitado, recobrando el aliento. Isabella se limpia la saliva que le escurre por la barbilla con el dorso de la mano-. ¿Ya quiere acabar? Porque yo todavía aguanto mucho más…
Yo no respondo. No puedo. Simplemente la hago callar mientras volvemos a comernos la boca. Mi verga está más dura e hinchada que nunca. Deseo tanto ya metérsela, invadir su carne íntima con ella, desternillarnos de placer a punta de pijazos. Pero todavía no es momento. Ahora soy yo el que tiene hambre de ella.
Entre besos logro por fin liberar las generosas tetas de Isabella de las copas de su brasier. Me harto de acariciarlas y de pellizcar ligeramente sus pezones rosados y erectos de placer puro. Me encanta sentir cómo Isabella tiembla como imbuida en electricidad cada vez que la acaricio así. Así como contemplar el espectáculo de cómo su piel se eriza con cada roce de mis dedos. Entre besos me dedico a chuparle y besarle los pechos, mientras la recepcionista gime ligeramente. Tiembla cuando mordisqueo sus dulces pezones.
Poco a poco la acerco a la losa de mármol que constituye los lavabos del baño. Poco a poco Isabella me deja ser. Decide dejarse llevar por mí y sólo aferrarse a mis hombros. Yo, por mi parte, le alzo la entallada falda hasta la cintura, descubriendo sus tersas y firmes nalgas. Isabella jadea cuando mis dedos aprisionan la carne de su trasero y la amasan y acarician según mi antojo. Voy más allá y mis dedos hurgan entre sus tersos glúteos, acariciando y acercándose al húmedo rincón que yace en su entrepierna. La satisfacción me embarga al sentir que su tanga se encuentra prácticamente empapada. Tengo tal antojo por probar sus néctares que la tomo por las nalgas y cargándola la dejo sentada sobre los lavabos. Nos volvemos a mirar con la misma intensidad salvaje de antes. Ella se acomoda sobre la losa de mármol, reclinándose sabiendo qué es lo que le espera.
-¿Desea probarme?- me pregunta lentamente, como si fueras un sueño. Sin embargo es una pregunta retórica-. Hágalo, por favor. Pruébeme.
Sus piernas se separan suavemente mientras su mano derecha desciende por su pubis y retira a un lado su húmeda tanga carmesí. Es una invitación que acepto complacido y con premura. Mi cabeza se hunde entre las piernas de Isabella. Mis hombros le sirven de apoyo a sus piernas en vilo, mientras que mi legua hace su trabajo sobre su vulva inflamada y chorreante. Comienzo lamiendo y besando sus ingles, acercándome poco a poco a sus labios hinchados, suculentos, los cuales beso y chupo con sensualidad, con pasión. Paso por lengüetear su vagina, hundiendo la lengua en su dulce y cálida hendidura suavemente, una y otra vez. Degusto los dulces néctares de su coño con sumo placer, mientras Isabella se deshace en grititos ahogados y gemidos complacidos. Su mano se posa en mi cabeza, y es ella hora la que se aferra de mis cabellos, haciendo que hunda más entre sus piernas, como si deseara que fuera parte de ella de una jodida vez.
Recorro su vulva con mi lengua de arriba abajo, siguiendo el compás de los gemidos de Isabella, así como la dirección que sus caderas me indiquen. Es así cuando me dispongo a comenzar a lamer su hinchado clítoris describiendo ligeros círculos, que hacen jadear a Isabella fuera de sí. Comienzo a lengüetearle más ávidamente aquél botón de carne creado sólo para dar placer, mientras mis dedos acarician y se introducen en su interior. La mujer comienza a temblar y a retorcerse ligeramente. Sus piernas son como una prensa, comprimiendo mi cabeza como si quisieran aplastarla. Su mano empuja más hacia su entrepierna mi cabeza. Casi no puedo respirar. Su tersa carne cubre casi toda mi cara. Sus cortos y ligeros vellos púbicos me hacen cosquillas en la nariz. Pero no cedo. Le sigo dando todo el placer que mi legua pueda dar. Si muero dándole un orgasmo a esta mujer, será una muy buena muerte.
-¡Ah, sí! Ahí, por favor. Siga… ¡Siga!- exclama ella entre jadeos entrecortados. Los músculos de Isabella comienzan a tensarse poco a poco, como los resortes de un mecanismo que esté a punto de dispararse. Después de un par de minutos y varias lamidas después, Isabella profiere un gritito entrecortado y su cuerpo se deshace y se retuerce imbuido por la corriente orgásmica. La recepcionista aprieta mi cabeza con sus poderosas piernas, pero yo lo recibo con gusto. Poco a poco me libera, conforme al temblor del orgasmo va retirándose. Ya una vez libre, la miro. Sus mejillas están arreboladas, y a pesar de que trata de guardar la compostura, una sonrisa crispada y calenturienta se dibuja en los finos labios de la mujer.
No hay qué decir. Sabemos que esto no se ha terminado aún. Mi verga está más dura que antes y deseo poseerla ya en ese instante. Así que sin darle tregua me poso entre sus piernas y nos besamos con la misma pasión. Isabella absorbe con ansia su propia esencia de mis labios. Mientras nuestros cuerpos se aferran aprovecho para tomarla de nuevo por las nalgas y volverla a dejar en el piso. Después, sin ninguna ceremonia, hago que se volteé y que se doble, recostando su torso sobre la losa de mármol. Ella se sabe vulnerada en esa posición, pero poco le importa. Lo desea tanto como yo. Me mira a través del reflejo del espejo que hay frente a ella.
-¿Ya por fin me lo va a dar?- me pregunta ella con un susurro, mientras se pasa la lengua por su labios sensuales y finos- Ya démelo, por favor. No me haga esperar más…
-Te voy a dar para que tengas toda la semana- le respondo mientras me poso detrás y comienzo a acariciarle la cola. Le bajo la tanga hasta los tobillos con premura. El panorama de su culo perfecto expuesto llena mi mente extasiada con más deseo carnal. Tengo de nuevo el impulso de lamerle el coño y saborear su esencia. Y así vuelvo a hundir la cabeza entre sus nalgas, saboreando su carne íntima una vez más mientras ella vuelve a deshacerse en gemidos. Me doy cuenta con gusto de que de nuevo está completamente inundada. Es tal mi gusto que comienzo a lamerle también su pequeño ano con fruición. Isabella sólo se estremece, sintiendo la expectativa en la carne.
No puedo postergarlo más. Extraigo el condón de mi bolsillo, para después bajarme el pantalón y el bóxer hasta la rodilla. Mi verga se mece y cuelga completamente parada entre mis pernas. Me pongo el preservativo con ansiedad, y antes de introducirme en Isabella le suelto una nalgada que llena con su chasquido las oquedades del baño. Isabella grita de dolor y sorpresa, pero antes de que termine de quejarse la mitad de mi verga ya ha desaparecido dentro de ella. Está tan mojada que no es difícil penetrarla.
-Aaaaaaay… Uy, sí…- exclama Isabella invadida por la lujuria mientras la penetro por detrás. Y no está sola. Yo también jadeo al sentirme rodeado por el cálido y apretado interior de su vagina. Por fin. Ese era el momento que había esperado tanto después de una semana de aguantar, fantaseando. Por fin está pasando. Y es tan delicioso como pensé que iba a ser. Probablemente mejor de lo que creí.
Comienzo a cogerla despacio, dándole rítmicos caderazos que ella recibe con deleite. Ella mece de arriba abajo sus caderas, haciendo más deliciosa la experiencia. No pasa mucho tiempo para que los suaves caderazos trastornen en embestidas cada vez más potentes. Isabella y yo gemimos al unísono, casi siendo capaces de sentir el placer del otro en la carne propia. Nuestros cuerpos chocan con cada embestida, y comienza a sonar aquel particular sonido de palmeo carnal que tanto me enloquece. Estamos imbuidos en un loco frenesí copulatorio, tan profundo, tan íntimo, tan primitivo que es difícil describirlo. Sólo sé que no alcanzaré mi propio placer si primero no la hago estallar en un éxtasis orgásmico. Y tengo la sensación de que ella piensa exactamente lo mismo que yo. Me aferro a sus caderas como si me aferrara a la vida.
-Oh, vaya…- Dice una voz a nuestra derecha.
En medio de nuestro frenesí orgásmico no escuchamos que la puerta del baño se ha abierto. Parado y con cara bobalicona de no saber qué hacer, un tipo de barba y camiseta gris nos mira completamente impactado. Tanto Isabella como yo lo volvemos a ver, pero no nos detenemos. Seguimos cogiendo y gimiendo con tal ímpetu como si no estuviera un completo desconocido enfrente de nosotros. A su vez, el tipo no sabe cómo actuar.
-Yo… yo lo siento- se limita a decir, titubeante, mientras nos mira completamente sacado de onda. Finalmente, después de unos segundos, sale del baño y cierra la puerta. Sin embargo, Isabella y yo estamos tan metidos en el momento que apenas lo notamos y seguimos follando salvajemente, como si no hubiera sucedido nada.
Mi verga está tan dentro de Isabela que ella no hace más que gemir y jadear completamente extasiada. Nos fundimos en uno solo. Yo la embisto con fuerza, haciendo cimbrar la carne de sus nalgas. Estoy tan cerca de venirme. No creo poder aguantar más, pero no puedo evitar seguir cogiendo con aquella espectacular mujer.
-¡Ay, sí! Así, sigue por favor. Sigue, carajo…- Exclama Isabella, dándose el dudoso lujo de llenar el baño con sus gritos. Fue un movimiento poco calculado y poco metódico, que no sería propio de ella en situaciones normales. Pero creo que en ese punto ya no importaba-. Uy, sí… Sí… ¡Aaaay!
En ese preciso instante el cuerpo de la recepcionista vuelve a convulsionar ante el torrente de energía orgásmica que la invade súbitamente. Incluso las piernas le comienzan a temblar tanto que le flaquean. Si no fuera porque la sostengo del vientre y el pecho, habría caído de rodillas sobre el duro piso. Pero ella sólo se limita a exclamar y proferir melódicos gemidos de éxtasis, saboreando el dulce y primitivo gusto del orgasmo. Mientras, yo le doy los últimos embates antes de sacársela completamente.
-¡Ah! Q-qué rico…- se queja Isabella quedamente. Sigue temblando- Mis… mis piernas… Ay, dios…
Y nos quedamos así por un rato: yo detrás de ella, sujetándola; ella aferrándose a mis brazos, mientras respira entrecortadamente. Suelta unas pequeñas risitas mezcladas con jadeos cuando comienzo a besarle el cuello.. Poco a poco ella se recupera del orgasmo hasta que puede ponerse bien de pie y enderezarse. Es ahí cuando Isabella se deshace de mi abrazo firmemente, para finalmente volverse al frente mío; en su rostro tiene una expresión serena y satisfecha, completamente profesional. Ha recuperado la compostura después del desenfreno.
Sin mediar más palabra que los que nuestras miradas pueden decir, la mujer me da un beso húmedo, lascivo, pero bien calculado, que anuncia que ya es hora de terminar. Isabella alarga su brazo izquierdo y toma el frasco estéril que reposaba ahí mismo en la losa de mármol.
Y bueno, sí, por fin terminamos, pero vaya forma de concluir. Isabella se posa detrás de mí y alargando uno de sus brazos comienza a masturbarme fieramente mientras que con su otra mano sostiene el reciente de plástico frente a mi verga enhiesta, que está a punto de chorrear todo la leche que había guardado para la recepcionista. Y así, las manos habilidosas de Isabella consiguen que tenga un poderoso orgasmo que me hace temblar tanto como ella, arrojando un poderoso y abundante chorro de esperma al fondo del recipiente. Jadeo y gruño invadido por un inmenso placer, mientras la mujer gime y exclama de sorpresa al contemplar la cantidad de semen que dejo en el frasco.
-De nuevo una buena muestra- declara con voz ligeramente impresionada, mientras se aleja de mí y cierra el frasco-. Es una lástima que se quede en el fresco y no sobre mí.
Me lanza una mirada cómplice, seductora. Esa mirada me mata y creo que lo hará siempre. No puedo evitar besarla con pasión una última vez. Isabella me recibe con el mismo deseo. Pasado un minuto, ella se retira con firmeza de mí. Sostiene mis brazos, evitando cualquier caricia que inicie algo que no podamos acabar.
-Hemos terminado- me dice ella con una sonrisa satisfecha y serena.
Nos vestimos con prisa. Han pasado veinte minutos de la hora que Isabella tenía prevista.
-¿No tendrás ningún problema?- le inquiero.
-No creo, la verdad- me contesta mientras se baja la falda, mirándose al espejo-. Le pedí a mi compañera que me cubriera por un rato en lo que hacía una entrega- hace con los dedos la seña de comillas-. Y casi nunca llego tarde, entonces creo que esta vez me la pasará.
Terminamos de colocarnos la ropa como debe ser. Yo sólo me arreglo el pantalón, pero de nuevo Isabella me sorprende, pues se ha limpiado, lavado la cara y vuelto a maquillar en un santiamén. Viste de nuevo de manera tan pulcra que es difícil creer que se ha echado un polvo hacía un par de minutos. De nuevo yo me siento más desarreglado que ella.
-Bueno, ya sabe qué hacer- comienza a indicarme Isabella de manera mesurada y profesional, frente a mí, mientras señala el frasco con la muestra-. Entregue el frasco a la enfermera y con eso ya sería todo.
-Perfecto- le contesto-. Muchas gracias, Isabella.
-No hay por qué- replica la mujer con una cordial sonrisa en sus labios-. Gracias a usted.
Pasado eso, ella me guiña el ojo de manera cómplice.
-Bueno, tengo que irme ya- anuncia Isabella-. Hasta luego, R…
-Hasta luego, Isabella- le contesto con una sonrisa-. Cuídate
Ella me sonríe a su vez. Luego da la media vuelta y se dirige a la puerta mientras sus tacones negros resuenan en el piso, llenando el espacio con su presencia.
-Oh, casi lo olvido- anuncia ella, volviéndose de nuevo hacia mí. Acto seguido me lanza algo que llevaba agarrado en la mano derecha desde hacía raro-. Un pequeño recuerdo.
Lo atrapo en el aire y lo miro maravillado. Luego me vuelvo a Isabella, que me observa con divertida malicia, seductora y profesional.
-Es para que no se olvide de mí- de nuevo me guiña el ojo y finalmente se vuelve para salir del baño, no sin antes decir-. Cuídese.
Y así sale ella, mientras miro de nuevo la tanga carmesí de la mujer, la cual me ha obsequiado. Yo me quedo de una pieza, completamente maravillado.
Al salir del baño me siento invadido por un muy buen humor. Como cuando tus expectativas se cumplen e incluso puedes decir que fueron superadas. Así me siento. Incluso cuando llego con la enfermera que me recrimina la tardanza no puedo ocultar mi estado de ánimo.
-Disculpe usted- le digo con una sonrisa velada-. Es que soy de buen aguante, si usted entiende.
Y sin pensarlo mucho le guiño un ojo. La mujer me mira como confundida, y pasmada, pero ligeramente sonrojada.
-Eso sería todo, joven- es lo único que puede decirme.
-Muchas gracias.
Me dirijo a la salida de la clínica. Antes de salir puedo ver a Isabella a lo lejos. Está platicando con el tipo que nos encontró cogiendo en el baño. El tipo de la playera gris y la barba. Verlos platicar me trae recuerdos de la semana pasada, de cómo empezó todo lo que había pasado. Y la verdad no puedo hacer nada más que sonreír mientras veo cómo ella y el tipo se alejan y se adentran y se pierden en el pasillo de la izquierda de la recepción. Al parecer Isabella va a tener un día largo, y me alegra que ella pueda darse ese placer. Después de todo, ella sabe muy bien qué quiere hacer y con quién hacerlo. Pero sobre todo, Isabella sabe muy bien lo que hace.
Gracias por leer.
2 comentarios - Isabella sabe muy bien cómo prenderme...