You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Diario de una polla humana para un coño divino (PREFACIO)

LA HISTORIA QUE LEERÁS A CONTINUACIÓN ESTÁ BASADA EN HECHOS REALES. LOS NOMBRES DE LOS PERSONAJES, SIN EMBARGO, HAN SIDO CAMBIADOS PARA PRESERVAR SU IDENTIDAD REAL. 


PREFACIO


Decir que la vida da muchas vueltas es un cliché literario, pero lo es también en la vida real. No obstante, hasta los temas más utilizados y las historias a las que con mayor frecuencia nos han acostumbrado pueden tener un giro inesperado. Un tópico más: la realidad siempre supera la ficción, y ese es el motivo por el que leerás esta historia; no porque tengas ante ti un best seller sobre fantasías eróticas para amas de casa sexualmente insatisfechas, sino porque los acontecimientos de este relato podrían sucederle a cualquiera. 

A mí me sucedieron.

Y créeme, lector, soy una persona de lo más normal que vivió (y sigue viviendo) con auténtico asombro, profundo éxtasis y puro placer aquello de lo que voy a hablarte. 

De vueltas con los tópicos, supongo que la mejor forma de empezar es por el principio. Pero, ¿cuál es el principio? ¿Lo hubo alguna vez? ¡Ah! No es tan fácil contar una historia. No obstante, mi trabajo como narrador no es relevante; lo que de verdad importa es tu trabajo como lector. Y lo primero que vas a leer es la frase que da comienzo a continuación.

Mi nombre es Alberto (¿recuerdas la advertencia previa a donde pone “PREFACIO”? ¿Sí? Pues eso). Tengo veintisiete años (esto sí es real), y conocí a Sandra, a quien debo el hecho de poder darle forma a esta historia, cuando yo solo contaba con unas tiernas trece primaveras. 

Ocurrió un día en que fui a visitar a Andrés, apenas unos meses más joven que yo, compañero de clase en el instituto y amigo desde hacía poco, pero cuya fuerte amistad todavía perdura en el presente. No puedo decirte cuál fue el motivo que llevó a Andrés a invitarme a su casa, aunque sospecho que tenía que ver con nuestra común afición a la lectura y los videojuegos, tal vez una excusa para enseñarme sus libros y charlar sobre el tema. 

Lo que sí recuerdo con claridad fue la vez que la vi a ella. Andrés y yo estábamos en su dormitorio, donde tenía todas sus cosas. Charlábamos sobre Harry Potter, saga literaria que en aquella época estaba en boca de todos y de la que éramos (y somos) fanáticos acérrimos. Entonces alguien tocó la puerta. Andrés exclamó un seco:

-¿Qué?

Y alguien al otro lado, una voz suave y femenina, preguntó:

-¿Puedo pasar?

-¡Estoy con un amigo!-se quejó Andrés con el típico desdén que solo se le puede dirigir a alguien de tu misma sangre.

-Solo será un momento-rogó la voz que traspasaba la puerta.

Andrés suspiró, resignado.

-Está bien. Pasa.

La puerta se abrió. Por la abertura, de no más de medio metro, asomó la cabeza de una mujer joven. Recuerdo que lo primero que pensé nada más verla es que era preciosa, pero cuando asomó todo el cuerpo mis palabras mentales dejaron de ser tan suaves. En su lugar, exclamé para mis adentros: ¡qué buena está!

Su cabellera negra, ondulada y abundante le caía suelta hasta mitad de la espalda, sin que esto le restara luz a un rostro de rasgos dulces y tez clara. Aquellos ojos castaños, grandes y expresivos eran para volverse loco, aunque lo que por aquel entonces me llamó más la atención (propio de un adolescente) fueron las formas de su cuerpo. Era alta, alrededor de un metro setenta y cinco, delgada, pero con unas curvas que hacían que te mareases incluso estando sobrio. El pecho se le marcaba bajo una camiseta de tirantes, y unos pantalones de pijama muy cortos no dejaban lugar a la imaginación acerca de sus largas piernas níveas. 

Me sonrió. Sus dientes blancos relucieron bajo sus labios rosados y sexys. 

-Alberto, esta es mi hermana Sandra. Sandra, él es mi amigo Alberto. ¿Se puede saber qué quieres?-inquirió Andrés, con tono malhumorado. 

-¡Hola, Alberto! ¿Qué tal?

Yo no respondí. Estaba embelesado. Creo que debí poner cara de idiota, pero no estoy seguro de eso. Tampoco recuerdo qué quería Sandra, pero en cuanto se marchó le pregunté a mi amigo cuántos años tenía su hermana.

-Veintiuno.

Suspiré. Ocho años más que yo. Todo un mundo. Para un chico de trece años, una mujer que acaba de iniciar su andadura por la tercera década de su vida es como una especie de diosa de los mitos a la que solo se puede tener acceso mediante fantasías y fábulas. 

Recuerdo que más tarde, en días y semanas posteriores, comenté a mis otros amigos que había conocido a la hermana de Andrés. Algunos ya la habían visto antes que yo, y todos coincidimos en gran medida en cuanto a la clase de cosas que le haríamos si tuviéramos oportunidad de llevarlas a cabo. ¡Muchachos ingenuos! 

¿O no tan ingenuos? 

Como he dicho al principio, la vida da muchas vueltas. Debes creerlo, porque hace pocos días, después de catorce años, me fui de fiesta a solas con aquella diosa (ahora dotada de una concepción más terrenal) y, en un momento dado, me pidió que le tocara las tetas. 

***

Si quieres saber cómo continúa la historia, solo tienes que seguirme. Por favor, no te vayas sin dejar antes tu comentario y tu puntuación. Espero que hayas disfrutado de este pequeño aperitivo; los platos que están por venir serán mucho más fuertes. ¡Gracias![/size]

0 comentarios - Diario de una polla humana para un coño divino (PREFACIO)