Cuando me desperté por la mañana, después de una estupenda noche de sexo, observé que Paloma dormía de costado con el culo dando hacia mí y que mi polla morcillona se había instalado de motu proprio en la rajada de sus nalgas. Descansado como estaba, y con todas mis fuerzas recuperadas, es fácil de entender que la morcillona se me pusiera otra vez larga, gorda y dura y que, más o menos instintivamente, la llevara hasta el punto de entrada de aquel apetecible culo e intentara penetrarlo. Lo malo fue que Paloma, advirtiendo la presión sobre su ojete, se despertó cabreada:
—A ver, Alberto, ¿cuántas veces tengo que decirte que no quiero que me la metas por el culo?
—Es que…
—¡No hables, cojones! ¡No hay excusa que valga! Te lo repito por última vez: si digo que no es que no, ¿te enteras?
—Ya, pero…
—¡Sin peros, niñato! Y te aviso: vuelve a intentar encularme y no pisarás nunca más esta casa ni me tocarás un pelo en toda tu vida.
Yo tenía entonces veinte años y mi tita Paloma cuarenta y cinco… Ella se había quedado sin marido tras el accidente de circulación de mi tío carnal Jorge, y varios meses después encontró consuelo en mí, su sobrinito, un chico «bueno y cariñoso», según ella, y yo diría más bien «un chico alto, bien dotado de genitales, que le daba polla con frecuencia». Ya se sabe: la familia siempre está ahí para ayudarte…
La reprimenda que me había echado Paloma no me preocupaba. Yo sabía cómo manejar aquellos cabreos-arrebatos suyos y cómo hacer las paces rápidamente. Tan pronto se volvió de lado en la cama yo me pegué a su cuerpo, haciéndole la cuchara, y estimulé su ego narcisista susurrándole al oído las cosas que le gustaba escuchar: que se conservaba muy bien, muy joven y muy guapa, y que estaba mega super buena.
—Perdona, tita, perdona… Es que se me cruzaron los cables… Estás tan buenorra que a veces mi polla va por libre y actúa sin mi consentimiento…
—No me digas, ¿te piensas que soy tonta o qué?
A la misma vez que le hablaba, le acariciaba las tetas y los pezones y le daba besitos y chupaditas en el cuello. Ese ritual previo le encantaba.
—Créeme, Paloma… Estás mucho mejor que mis amigas veinteañeras y mi polla, que lo sabe cómo nadie, se alborota sola al sentirte desnuda, al más leve contacto con tu piel.
—Eres un trapalero…
No sólo no rechazaba mis caricias, sino que daba señales de estar caliente. Remeneaba el culo para que sus nalgas masajearan mi polla, y a la inversa. Yo también le frotaba el coño y le palmeaba el clítoris. Eso ya la hacía suspirar y respirar entrecortadamente, pero yo también seguía hablándole al oído y chupándole el lóbulo de la oreja para excitarla al máximo:
—No te miento… Eres una mujer bandera, una mujer diez.
—Lo dices para engatusarme y llevarme al huerto.
—Es la verdad, tita… Por ti he renunciado a todas mis novietas… Me gustas en cantidad, me vuelves loquito.
—¡Hummm! No sé yo…
Decidí que era el momento de dar un salto cualitativo y pasar a la fase final del ritual preliminar, que básicamente consistía en chuparle las tetas y el clítoris…
—Tita, dame teta, quiero teta…
Esas palabras chorras, siempre la incendiaban… Se volvió hacia a mí en un pispás, se agarró una teta y me la metió en la boca. Se pirraba por hacer esto. Prefería darme la teta ella a que la agarrara yo, y lo hacía alternando, una ahora y después la otra, como si me amantara, y yo me ponía morado a chupetazos, lamidas, mordiditas, pespunteos, amasadas… Eran unas tetas para mi gusto perfectas, de tamaño mediano tirando a grandecitas con anchas areolas algo oscuras. Le dejé los pezones tiesos, empalmados, y entonces ella me metió un dedo en la boca y lo llevó hasta su pezón para que yo chupara dedo y pezón a la vez. Esa era una de sus manías, y justo la que indicaba que estaba llegando al punto de ebullición. Chupé otro poco más a ambos pezones en esas condiciones, y luego la coloqué boca arriba y me bajé hasta alcanzar su coño con mi boca. Allí le di algunos repasos a su clítoris, y se lo dejé casi tan erecto como sus pezones; luego ya me incorporé, enfilé la polla, y con un par de empujones se la metí toda en su ardiente coño. La verdad es que el coñito de tita Paloma era succionante, y debía tener cuidado para no correrme antes de la cuenta. Cambiando de ritmo varias veces conseguí aguantar lo debido y echarle un buen polvo, como lo prueba el hecho de que se corriera dos o tres veces. Mi corrida fue solo una, como es lógico, pero caudalosa, abundante. Su chocho debió quedársele tremendamente pringado de leche espesa y caliente. Cuando reposábamos boca arriba en la cama, después del polvazo, sentí orgullo de ver a mi tita recostada sobre mi pecho totalmente laxa, relajada y con cara de regocijo. Habíamos hecho las paces de maravilla…
Unos minutos después, tita Paloma se levantó y se fue derecha a la cocina mientras yo ganduleaba un poco más en la cama. Contentita como estaba, preparó un espléndido desayuno: café con leche, tostadas, bollería y zumo de naranja. Me puse como el Kiko y, claro, repuse mis fuerzas al cien por cien. Lógico que me envalentonara y sacara el tema:
—Tita, ahora que estás más tranquila, ¿puedo hacerte una pregunta sin que te enfades?
—Dispara…
—¿Por qué nunca aceptas que te folle el culo?
—Otra vez con la matraquilla… Es que eso duele, ¿te enteras?
—A la mayoría de las mujeres les gusta.
—Ya lo sabes tú, ¿no? ¿Acaso te has tirado a la mayoría de las mujeres?
—No, pero lo sé… Se sabe…
—¡Mentiras cochinas! El culo está preparado para que salgan cosas, no para que entren.
—Existen lubricantes estupendos y, por cierto, aquí mismo tengo uno que compré en la farmacia…
—Eres de lo que no hay.
—Escucha, tita: unto bien el ojete y me embadurno a tope la polla; luego te meto un trocito, la puntita nada más, y, si te duele, la saco y punto, pero si no te duele te la meto otro poco y se va probando, ¿entiendes?
—Entiendo que, si me dejo, me la meterás enterita, duela o no duela.
—Palabra que no, tita. Probemos, anda…
—No.
Su negativa esta vez había sido un «no» a secas, sin la reprimenda típica, y me pareció menos rotunda que las anteriores, cosa que me hacía albergar esperanzas de que por fin claudicara. Así que me levanté de la mesa y me fui hacia ella, la besé en la boca con lengua y me la llevé nuevamente al catre. Allí me centré en excitarla y para ello empleé mi mejor repertorio: palabras al oído; chupaditas y besos en lóbulo, cuello, tetas y pezones; succiones y lamitas al clítoris. Pronto la tuve caliente como un volcán, pero la sorpresa fue que esta vez ella misma me agarró el dedo corazón, lo llevó hasta su ojete y me convidó a que se lo metiera. Naturalmente que0 se lo metí todo lo que pude, sin que se quejara de nada, e incluso me dejó meterle otro dedo más, lo que tampoco le causó ningún daño pese a que se los metía y se los sacaba al modo de un folleteo. Lo hice así tratando de preparar el conducto para lo que pudiera pasar…
Y, sí, pasó lo que yo tanto deseaba. De repente la tita toma la iniciativa y me lo suelta a bocajarro:
—Alberto, vale, te dejo que me folles el culo con cuidadito si me prometes que me la sacarás si yo te pido que me la saques.
—Claro, tita, claro… Descuida… Te trataré como a una reina…
Increíble… pero cierto: ¡Paloma me pedía que la sodomizara! Sin perder ni un segundo, no sea que se arrepintiera, enseguida pillé el lubricante que tenía en la mesa de noche, le embadurné bien el ojete y me di igualmente en la polla. Supuse que no me iba a resultar fácil meterla en un orificio tan chiquito y tan estrecho, pero no. Después de un primer intento fallido, ya en el segundo logré meterle el glande y hasta tres o cuatro centímetros más. No protestó nada en absoluto, pero aun así preferí no forzar los acontecimientos y fui metiéndosela más poquito a poquito, a cuentagotas, para que aquel culo abrasador se fuera acostumbrado a mi verga. La cosa marchaba tan bien que hasta me animé a preguntar lo que nunca se debe preguntar en estos casos…
—¿Te duele, tita?
—Un poco, sí, pero sigue metiéndola suave a ver si aguanto…
Y seguí metiéndosela, claro, y segundos después ya se la había clavado toda, enterita, hasta el tope que marcaban mis huevos golpeteando en su coño. Por unos momentos temí que las cosas se fueran a complicar, pero finalmente no pasaron a mayores:
—Me estás matando, cabrón… Siento que me partes en dos… Creo que deberías sacarla…
—¿Queeeeé? ¿A estas alturas me vienes con esas, Paloma? Yo me estoy quieto otro poco y verás que enseguida se te pasa la molestia…
—Eso no es lo que acordamos…
No era lo que acordamos, pero funcionó… Al minuto ya estaba entrando y saliendo de su culo con cierta normalidad; primero suavecito, despacio, y luego ya más fuerte, duro, sin miramientos. A ella se le notaba gozar de la enculada, sobre todo cuando le masajeaba el clítoris al mismo tiempo que se la metía hasta las entrañas…
—¡Qué gusto, nene! ¡Qué gusto! ¡Dale, dale!
Me corrí y pienso que ella también se corrió. Por primera vez le descargué un montón de leche en lo más adentro que pude de su culo, y me pareció que Paloma me soltó algún flujo vaginal extra en la mano que masajeaba su coño y su clítoris… Al día de hoy tengo la impresión de que mi tita se ha hecho media adicta al sexo anal, pero yo sigo prefiriendo follarle el coño si bien me gusta darle por atrás de vez en cuando. En eso estamos… La vida es corta y hay que disfrutarla a tope. Y lo dicho: la familia siempre está ahí para echarte un cable…
—A ver, Alberto, ¿cuántas veces tengo que decirte que no quiero que me la metas por el culo?
—Es que…
—¡No hables, cojones! ¡No hay excusa que valga! Te lo repito por última vez: si digo que no es que no, ¿te enteras?
—Ya, pero…
—¡Sin peros, niñato! Y te aviso: vuelve a intentar encularme y no pisarás nunca más esta casa ni me tocarás un pelo en toda tu vida.
Yo tenía entonces veinte años y mi tita Paloma cuarenta y cinco… Ella se había quedado sin marido tras el accidente de circulación de mi tío carnal Jorge, y varios meses después encontró consuelo en mí, su sobrinito, un chico «bueno y cariñoso», según ella, y yo diría más bien «un chico alto, bien dotado de genitales, que le daba polla con frecuencia». Ya se sabe: la familia siempre está ahí para ayudarte…
La reprimenda que me había echado Paloma no me preocupaba. Yo sabía cómo manejar aquellos cabreos-arrebatos suyos y cómo hacer las paces rápidamente. Tan pronto se volvió de lado en la cama yo me pegué a su cuerpo, haciéndole la cuchara, y estimulé su ego narcisista susurrándole al oído las cosas que le gustaba escuchar: que se conservaba muy bien, muy joven y muy guapa, y que estaba mega super buena.
—Perdona, tita, perdona… Es que se me cruzaron los cables… Estás tan buenorra que a veces mi polla va por libre y actúa sin mi consentimiento…
—No me digas, ¿te piensas que soy tonta o qué?
A la misma vez que le hablaba, le acariciaba las tetas y los pezones y le daba besitos y chupaditas en el cuello. Ese ritual previo le encantaba.
—Créeme, Paloma… Estás mucho mejor que mis amigas veinteañeras y mi polla, que lo sabe cómo nadie, se alborota sola al sentirte desnuda, al más leve contacto con tu piel.
—Eres un trapalero…
No sólo no rechazaba mis caricias, sino que daba señales de estar caliente. Remeneaba el culo para que sus nalgas masajearan mi polla, y a la inversa. Yo también le frotaba el coño y le palmeaba el clítoris. Eso ya la hacía suspirar y respirar entrecortadamente, pero yo también seguía hablándole al oído y chupándole el lóbulo de la oreja para excitarla al máximo:
—No te miento… Eres una mujer bandera, una mujer diez.
—Lo dices para engatusarme y llevarme al huerto.
—Es la verdad, tita… Por ti he renunciado a todas mis novietas… Me gustas en cantidad, me vuelves loquito.
—¡Hummm! No sé yo…
Decidí que era el momento de dar un salto cualitativo y pasar a la fase final del ritual preliminar, que básicamente consistía en chuparle las tetas y el clítoris…
—Tita, dame teta, quiero teta…
Esas palabras chorras, siempre la incendiaban… Se volvió hacia a mí en un pispás, se agarró una teta y me la metió en la boca. Se pirraba por hacer esto. Prefería darme la teta ella a que la agarrara yo, y lo hacía alternando, una ahora y después la otra, como si me amantara, y yo me ponía morado a chupetazos, lamidas, mordiditas, pespunteos, amasadas… Eran unas tetas para mi gusto perfectas, de tamaño mediano tirando a grandecitas con anchas areolas algo oscuras. Le dejé los pezones tiesos, empalmados, y entonces ella me metió un dedo en la boca y lo llevó hasta su pezón para que yo chupara dedo y pezón a la vez. Esa era una de sus manías, y justo la que indicaba que estaba llegando al punto de ebullición. Chupé otro poco más a ambos pezones en esas condiciones, y luego la coloqué boca arriba y me bajé hasta alcanzar su coño con mi boca. Allí le di algunos repasos a su clítoris, y se lo dejé casi tan erecto como sus pezones; luego ya me incorporé, enfilé la polla, y con un par de empujones se la metí toda en su ardiente coño. La verdad es que el coñito de tita Paloma era succionante, y debía tener cuidado para no correrme antes de la cuenta. Cambiando de ritmo varias veces conseguí aguantar lo debido y echarle un buen polvo, como lo prueba el hecho de que se corriera dos o tres veces. Mi corrida fue solo una, como es lógico, pero caudalosa, abundante. Su chocho debió quedársele tremendamente pringado de leche espesa y caliente. Cuando reposábamos boca arriba en la cama, después del polvazo, sentí orgullo de ver a mi tita recostada sobre mi pecho totalmente laxa, relajada y con cara de regocijo. Habíamos hecho las paces de maravilla…
Unos minutos después, tita Paloma se levantó y se fue derecha a la cocina mientras yo ganduleaba un poco más en la cama. Contentita como estaba, preparó un espléndido desayuno: café con leche, tostadas, bollería y zumo de naranja. Me puse como el Kiko y, claro, repuse mis fuerzas al cien por cien. Lógico que me envalentonara y sacara el tema:
—Tita, ahora que estás más tranquila, ¿puedo hacerte una pregunta sin que te enfades?
—Dispara…
—¿Por qué nunca aceptas que te folle el culo?
—Otra vez con la matraquilla… Es que eso duele, ¿te enteras?
—A la mayoría de las mujeres les gusta.
—Ya lo sabes tú, ¿no? ¿Acaso te has tirado a la mayoría de las mujeres?
—No, pero lo sé… Se sabe…
—¡Mentiras cochinas! El culo está preparado para que salgan cosas, no para que entren.
—Existen lubricantes estupendos y, por cierto, aquí mismo tengo uno que compré en la farmacia…
—Eres de lo que no hay.
—Escucha, tita: unto bien el ojete y me embadurno a tope la polla; luego te meto un trocito, la puntita nada más, y, si te duele, la saco y punto, pero si no te duele te la meto otro poco y se va probando, ¿entiendes?
—Entiendo que, si me dejo, me la meterás enterita, duela o no duela.
—Palabra que no, tita. Probemos, anda…
—No.
Su negativa esta vez había sido un «no» a secas, sin la reprimenda típica, y me pareció menos rotunda que las anteriores, cosa que me hacía albergar esperanzas de que por fin claudicara. Así que me levanté de la mesa y me fui hacia ella, la besé en la boca con lengua y me la llevé nuevamente al catre. Allí me centré en excitarla y para ello empleé mi mejor repertorio: palabras al oído; chupaditas y besos en lóbulo, cuello, tetas y pezones; succiones y lamitas al clítoris. Pronto la tuve caliente como un volcán, pero la sorpresa fue que esta vez ella misma me agarró el dedo corazón, lo llevó hasta su ojete y me convidó a que se lo metiera. Naturalmente que0 se lo metí todo lo que pude, sin que se quejara de nada, e incluso me dejó meterle otro dedo más, lo que tampoco le causó ningún daño pese a que se los metía y se los sacaba al modo de un folleteo. Lo hice así tratando de preparar el conducto para lo que pudiera pasar…
Y, sí, pasó lo que yo tanto deseaba. De repente la tita toma la iniciativa y me lo suelta a bocajarro:
—Alberto, vale, te dejo que me folles el culo con cuidadito si me prometes que me la sacarás si yo te pido que me la saques.
—Claro, tita, claro… Descuida… Te trataré como a una reina…
Increíble… pero cierto: ¡Paloma me pedía que la sodomizara! Sin perder ni un segundo, no sea que se arrepintiera, enseguida pillé el lubricante que tenía en la mesa de noche, le embadurné bien el ojete y me di igualmente en la polla. Supuse que no me iba a resultar fácil meterla en un orificio tan chiquito y tan estrecho, pero no. Después de un primer intento fallido, ya en el segundo logré meterle el glande y hasta tres o cuatro centímetros más. No protestó nada en absoluto, pero aun así preferí no forzar los acontecimientos y fui metiéndosela más poquito a poquito, a cuentagotas, para que aquel culo abrasador se fuera acostumbrado a mi verga. La cosa marchaba tan bien que hasta me animé a preguntar lo que nunca se debe preguntar en estos casos…
—¿Te duele, tita?
—Un poco, sí, pero sigue metiéndola suave a ver si aguanto…
Y seguí metiéndosela, claro, y segundos después ya se la había clavado toda, enterita, hasta el tope que marcaban mis huevos golpeteando en su coño. Por unos momentos temí que las cosas se fueran a complicar, pero finalmente no pasaron a mayores:
—Me estás matando, cabrón… Siento que me partes en dos… Creo que deberías sacarla…
—¿Queeeeé? ¿A estas alturas me vienes con esas, Paloma? Yo me estoy quieto otro poco y verás que enseguida se te pasa la molestia…
—Eso no es lo que acordamos…
No era lo que acordamos, pero funcionó… Al minuto ya estaba entrando y saliendo de su culo con cierta normalidad; primero suavecito, despacio, y luego ya más fuerte, duro, sin miramientos. A ella se le notaba gozar de la enculada, sobre todo cuando le masajeaba el clítoris al mismo tiempo que se la metía hasta las entrañas…
—¡Qué gusto, nene! ¡Qué gusto! ¡Dale, dale!
Me corrí y pienso que ella también se corrió. Por primera vez le descargué un montón de leche en lo más adentro que pude de su culo, y me pareció que Paloma me soltó algún flujo vaginal extra en la mano que masajeaba su coño y su clítoris… Al día de hoy tengo la impresión de que mi tita se ha hecho media adicta al sexo anal, pero yo sigo prefiriendo follarle el coño si bien me gusta darle por atrás de vez en cuando. En eso estamos… La vida es corta y hay que disfrutarla a tope. Y lo dicho: la familia siempre está ahí para echarte un cable…
1 comentarios - mi tia viuda