Noches en la Ciudad de la Furia
[/size][/font][/color][/font]Capitulo 1
[/size][/font][/color][/font]Esta es una historia que en realidad sucedió entre un grupo de amigos. Sin embargo cuento todo en primera persona para ayudar a la narración.
Si bien algunas partes fueron reveladas a su servidor unos años después, trato de mantenerme lo más fiel posible a los relatos que los inspiran. Pero otros capítulos, y quizás los menos, son fantasía. Espero que les guste, es el primer relato... que subo a esta página.
Si es de su agrado, con gusto estaré subiendo más y más
Sebastián (1)
-Vamos, después te acerco en el auto- me dijo mi amigo, que también era el hijo del jefe.
Tenía 20 años y trabajaba como ayudante de cocina en un Restaurante de Belgrano en la Ciudad de Buenos Aires.
Había llegado a la Ciudad de la Furia hacía dos años ya, y unos meses atrás me habían llamado desde este Restaurante para trabajar.
Marcos, el hijo del dueño del restaurante, también era el encargado de mi turno y habíamos hecho una muy buena amistad junto con el cocinero y el mozo. Ninguno superaba los 23 años de edad.
Esa noche había una fiesta en la casa de Marcos, Javier, el cocinero, y Santiago, el mozo, ya habían confirmado. Yo estaba cansado así que tenía pocas ganas de ir, pero Marcos insistió y no me hice el de rogar tampoco, tenía poco de terminar una relación y quería despejarme.
Cuando llegamos a casa de Marcos dejamos nuestras cosas en su habitación y subimos a la terraza del edificio donde era la fiesta. Tomamos cerveza y un poco de fernet mientras Santiago nos hacia estallar de la risa con sus anecdotas.
Al tiempo llegaron amigas de la infancia de Marcos, fue cuando la vi. Pilar era una morocha de piel bronceada, con el rostro de rasgos delicados y unos labios perfectos. Parecía un sueño, y por tanto me pareció inalcanzable.
Seguí en nuestro rincon hablando entre nosotros cuando Javier me dio un codazo.
-Mira, boludo, la morocha está mirándote.
-Te mira a vos… o no.
Cuando me animé a mirarla me tiro una sonrisa que me dijo todo, aunque era medio lento para estas cosas, era obvio. Sonreí y cuando iba a encararla, Marcos me pidió ayuda con unos cajones de cerveza que había traído del trabajo.
Al volver me sentí demasiado incomodo para encararla, el “momento” había pasado.
Ella y sus amigas tenían que ir al cumpleaños de alguien, se prepararon y entonces decidí que tenía que intentarlo.
Bajaron en grupo, yo le pedí la llave del departamento a mi amigo con la excusa de que quería buscar algo en mi bolso de trabajo. Mientras bajaba nuestras miradas se cruzaron y ella volvió a sonreírme, miré a la puerta del departamento y ella asintió y volvió a integrarse el grupo.
Un piso abajo yo abrí la puerta y ellas iban un poco más abajo. Pilar se disculpó y les dijo que tenía que ir al baño. Dejé que pasara primero.
Una descarga de adrenalina y líbido me invadieron en ese momento. Todo su cuerpo me pareció un manjar delicioso. Ella se detuvo en media sala, tenía un cuerpo hermoso, un trasero redondo, ni grande ni chico, de una estatura promedio, vestida con una pollera negra ajustada y una blusa sin mangas de color mostaza claro.
Mi instinto me pidió destrozarle la ropa y tomarla en el sofá sin piedad.
Pero tenía que controlarme. Acaricié sus brazos y sentí sus nervios también. La tomé por la cintura luego, y ella me ofreció su cuello corriendo su cabello, acomodándolo en un sólo lado. La besé suavemente, escuchaba su respirar entre cortado, y suspiros ahogados. En ese momento el mundo desapareció para nosotros.
La abracé y ella tomó mis brazos también. Nuestros cuerpos se juntaron, y sentí el calor de sus glúteos en mi pelvis. Cruzamos nuestras miradas y nos fundimos en un beso. Mi excitación comenzaba a sentirse cada vez más grande y ella se acomodaba para sentirla mejor. Mis manos acariciaban su estomago por debajo de la remera, ella acompañaba mis movimientos con los suyos.
Luego me tomó de la mano y me llevo hacia el baño, antes de acompañarla hasta ahí, saque un condón que había en uno de los bolsillos de mi bolso.
Cerró la puerta y me sacó la remera, besó mi pecho, mientras con sus manos intentaba desprenderme el pantalón. Llegó mi turno y le saque la blusa, dos hermosos pechos me sorprendieron. La besé y con una mano logré desprender el corpiño negro que usaba. Terminé de sacarme el pantalón, la volteé de un tirón y subí su pollera hasta que mis dedos tocaron su bombachita. Le bajé la diminuta y molesta prenda hasta la mitad de sus muslos
Ese hermoso culo se respingaba para mi, apoyé mi falo todavía cubierto por el boxer y se lo restregué a nuestro ritmo lascivo. La besaba y la acariciaba desde los pechos hasta su pelvis. Ella se aferraba a mí excitándose cada vez más. Al cabo de unos minutos donde el frenesí nos desbordaba y pensé que mi trozo de carne iba a explotar de la rigidez, ella giró, se arrodillo frente a mí y me bajo el bóxer.
Tomó el tronco de mi pene con su pequeña y cálida mano examinándola detenidamente. Después llevo el glande a su boca y sentí un espasmo de placer al tocar su lengua, al sentir sus labios suaves.
Comenzó a chupar primero suavemente y fue subiendo el ritmo de a poco. La humedad de su boca era celestial. Sus manos la ayudaban, de a tanto me masturbaba, mientras que con su boca jugaba con mis huevos. Sentí su deseos de complacer los míos con cada caricia de su lengua. Intentó meter todo el tronco y yo la ayudaba con mis manos, se atragantó y me llenó de saliva.
Con una caricia en las manos le propuse cambiar de posición.
Ella se puso de pie y yo la besé apretando sus senos con mis manos, sentí la dureza de sus pezones y no dudé en llevarlos a mi boca. Su respiración marcada por la excitación me encendía. Me arrodillé frente a ella y termine de bajar su ropa interior.
Besé su monte de Venus que estaba totalmente depilado. Fui bajando centímetro a centímetro con mis labios pegados a su piel. Cuando llegué al génesis de sus labios, los separé con mi lengua hasta alcanzar su clítoris. Ella estalló en un gemido al llegar a su pequeño órgano.
Subió una pierna hasta mi hombro para dejarme vía libre a toda su vulva.
Estaba muy húmeda y yo la saboreaba. Llené mi boca de sus jugos. Metía mi lengua en ella para que salieran todos, y eso le encantaba. Con mis dedos me ayudaba a correr el prepucio para jugar con su crecido e inflamado clítoris. Eso le gustaba más. Luego alterné entre mordiscos suaves, chupones y lamidas por todo su sexo. Ella estaba al borde del clímax.
Unos minutos más tarde apretó mi cabeza con su entrepierna y sentí sus temblores.
Después de su orgasmo me incorporé y la besé para que ella también saboreara sus fluidos.
Se dio media vuelta y se inclinó pidiéndome que la penetré. Me puse el condón rápidamente, acomodé el glande en la entrada de su vagina, empujé con suavidad hasta la mitad, aunque por la humedad no había mucho resistencia. Retrocedí un poco y luego empujé hasta el final, fue cuando ella soltó un gemido más fuerte, cosa que me excito hasta hacerme perder los estribos. Cogí su húmeda sexualidad hasta empapar nuestras entrepiernas con sus fluidos, que a esa altura brotaban de a mares. Sus piernas empezaron a temblar, sus rodillas a doblarse.
Luego me hizo sentar sobre la tapa del inodoro y ella se acomodó frente a mi. Me cabalgó de manera extraordinaria, escuchaba el golpe de mis testículos con sus nalgas en cada penetración. Nos abrazamos en esa posición.
Acabé aferrado a su piel y ella aferrada a mi. Nos miramos unos minutos sin decirnos nada (no hacía falta, toda palabra dicha en ese momento en realidad sobraba), ella me acariciaba y yo a ella. La fiebre de a poco se alejaba y el miedo de volver a “la realidad” crecía por cada milésima de segundo que se nos iba. Nos limpiamos, nos vestimos y nos dimos un último beso tierno. Nos despedimos con la promesa de volver a encontrarnos. Ella bajo por las escaleras, yo subí.
Ah, por cierto… yo soy Sebastián.
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