-Hola Damián-
-¡Mariela!-
-¿Te agarro ocupado?-
-No, para nada, tanto tiempo que no hablamos, decime-
-Te llamo porque me voy a mudar dentro de unos días y quería que me hicieras un presupuesto para pintar el departamento nuevo-
-¿Cuando te mudás?-
-Tiene que ser antes de fin de mes, ya vendimos el que estamos ocupando ahora, el que vos conocés y tenemos que entregarlo antes de esa fecha-
-Ahora estoy con un trabajo grande, un edificio, pero si todo va bien lo termino esta semana, ¿te parece que me pase a comienzos de la próxima?-
-¿Antes no podés?-
-Podría hacerme una escapada para ver el lugar, pero si me contratás no voy a poder empezar hasta el 21 o el 22, si te digo antes te estaría mintiendo-
-Ya estás contratado Damián, solo quiero tener una idea de lo que voy a gastar-
-¿No vas a pedir otros presupuestos?-
-Para nada, sos mi primera y única opción-
-Te lo agradezco, entonces... (revisando su agenda seguramente), ¿te parece el próximo lunes, el 14, a la una? Aprovecho mi hora de almuerzo para ir a verte-
-Me parece bien, te mando la dirección por wasap-
-Perfecto, la espero-
-......-
-......-
-Me va a gustar verte-
-A mí también...-
La conversación está transcripta tal cuál sucedió. La grabé para no olvidarme de ningún detalle, ni siquiera de una coma, aunque tendrán que imaginarse los silencios y las expresiones.
Corto y le mando la dirección por wasap, poniéndole al final una seguidilla de besos y corazoncitos.
La llamada la hice el día después de la erotizante cena que había tenido con mi marido, en la que decidimos pintar el nuevo departamento. Lamentablemente en ese momento Damián estaba con demasiado trabajo, algo de una obra por Avellaneda, por lo que tuvieron que pasar algunos días antes de que pudiera pasar para hacer el dichoso presupuesto.
Le había dicho a mi marido que yo podía encargarme, obvio, para estar a solas con Damián, pero pese a mi insistencia decidió acompañarme.
-No quiero que te estafen- me dijo.
¿Como decirle que Damián sería incapaz de cobrarme un solo peso de más? Al contrario, tendría que insistirle para que me cobre lo que correspondía.
Cuando llegamos al edificio, Damián ya nos está esperando en la calle, fumando, con su inseparable agenda en la mano. Mientras mi marido estaciona el auto, trato de mirarlo sin revelar todo lo que ese hombre incita en mí.
Está como siempre, flaco, desgarbado, con el pelo engominado hacia atrás. Lo único distinto es un recio bigote que ya deseo sentir rozándome por esos lugares en dónde siempre estará grabado a fuego su nombre.
Bajamos del auto y nos acercamos. Lo saludo apenas con un apretón de manos y lo presento con mi marido. Ni se imaginan lo que me provoca sentir el roce de su piel. No llega a ser ni siquiera una caricia, pero mis hormonas se enloquecen y alborotan.
Entramos al departamento y le mostramos los diferentes ambientes, comentándole las ideas que tenemos para cada uno de ellos. No queremos todo del mismo color, sino que cada lugar tenga su propia tonalidad.
-Este va a ser el cuarto de Rodrigo, nuestro hijo y lo que me gustaría es un color celeste suave...- le comento, haciendo lo imposible por no sucumbir ante el influjo de su mirada.
Cuando llegamos al que será mi dormitorio, mi marido se excusa para atender una llamada, saliendo al pasillo y dejándonos peligrosamente a solas.
Cuando escucho que se ha alejado lo suficiente, me acerco a Damián y con un susurro sexy, le digo:
-Y digame señor pintor, ¿el presupuesto viene con pintada de leche incluida?-
Se me humedece la tanga de solo estar cerca suyo.
-Por favor Mary, ahora no que tu marido puede volver en cualquier momento- me advierte al notar que estoy más cerca de lo aconsejable.
-¿Ahora no quiere decir que después sí?- le insisto sin alejarme todavía.
-Mary...-
-Quiero que elijas el color para mi cuarto- le digo entonces -Así pienso en vos cada vez que haga el amor con mi marido-
Doy el paso atrás justo cuando el aludido regresa a la habitación.
Damián se voltea simulando revisar la textura de la pared, aunque estoy segura que lo hace para ocultar una inoportuna erección.
-Lo siento pero tengo que irme, me reclaman del trabajo- se disculpa mi marido -¿Ya elegiste el color para nuestro cuarto?-
-Eso va a ser una sorpresa- le contesto, sonriéndole cómplice a Damián.
-Bueno, entonces creo que ya está todo, ¿no? Falta nada más que nos haga el presupuesto-
-Esta misma noche se los mando por wasap-
-¿Y cuando puede empezar?-
-Ahora mismo, como le dije a su señora, estoy terminando un trabajo, así que pienso que para la semana entrante ya voy a estar desocupado-
-¿Trabaja usted solo?-
-Tengo un par de ayudantes-
-¿Podría hacerlo solo? No quiero demasiada gente entrando y saliendo del departamento- intervengo yo, aunque mi interés iba por otro lado.
Una vez que empezara a pintar, pensaba visitarlo con asiduidad, por lo que no quería ninguna intromisión. Nada ni nadie que pudiera evitar nuestros encuentros.
-Mirá que con ayuda va a terminar mucho más rápido- trata de frustrarme mi marido.
Por suerte Damián, quizás imaginando lo que tengo en mente, interviene en mi ayuda.
-No hay problema, puedo trabajar solo, y por el tiempo no se preocupen que va a estar terminado mucho antes de fin de mes-
-Entonces no se diga más nada, estoy seguro de que vas a hacer un buen trabajo- expresa mi marido estrechándole la mano, impaciente ya por ir a atender sus negocios.
Me ilusiona quedarme a solas con Damián y sacarme con una buena revolcada esas ganas que su sola presencia ha sabido incitarme. Pero cuando mi marido se disculpa por tener que irse tan precipitadamente, Damián me sorprende preguntándole si lo puede alcanzar hasta la estación del subte, que está a unas cinco, seis cuadras de donde estamos. Mi marido le dice que si, ya que le queda de paso.
Me quedo pasmada, absorta, atribulada.
Se me cae el alma al piso, no puedo creer que justo él este dejando pasar semejante oportunidad, teniéndome ahí, caliente y lubricada. Lo miro hasta con bronca, quizás por eso trata de disculparse de alguna forma.
-También tengo que volver al trabajo-
No sé ustedes, pero yo por más trabajo que tenga, si tengo ganas de coger, cojo. No hay pretexto que valga. Las excusas no se inventaron para el sexo.
Por eso me daban ganas de mandarlo a la mierda y decirle que ya no iba a pintar nada, que se quedaba todo como estaba. Pero estando mi marido ahí, no podía ponerme despechada.
-¿Te alcanzo a tu trabajo?- me pregunta mi esposo cuando todavía no salgo de ese estado de confusión e incredulidad que me provoca la repentina deserción del pintor.
-No gracias, me quedo un rato y después me vuelvo a casa- le digo tratando de sonreír lo mejor que puedo para ocultar el resentimiento que le guardo a ambos.
Después de semejante desplante no quería verlo a Damián ni en figuritas, pero además no quería ir con ellos porque estar tan cerca suyo sin poder tocarlo, me haría enloquecer.
Me despido de mi marido con un beso y de Damián con un frío apretón de manos. Obvio que al estrechársela lo fulmino con la mirada, haciéndole saber que se la haría pagar tarde o temprano.
Cuando se van cierro la puerta y empiezo a dar vueltas como una fiera enjaulada. ¿Y ahora? ¿Que hago con la calentura que tengo encima?
No entiendo como pudo dejarme así. Le hubiera resultado tan fácil quedarse y llenarme de polvos.
Lo que está claro es que no voy a quedarme ahí aguantándome las ganas. No señor. Agarro mi cartera y salgo a la calle, de cacería, como tantas otras veces.
A la siguiente cuadra del edificio, de la vereda de enfrente, hay un taller de motos. Dos muchachos están conversando en la puerta. Juro por Dios que me hubiera entregado a ellos si no fuera que justo en ese momento les llega un cliente.
Ya estaba avanzando hacia ellos, segura y decidida. Hasta se me había ocurrido la forma de encararlos. Pero no pudo ser.
Lo único que me queda es seguir caminando.
Tengo ganas de coger y creo que se me nota, no debo tardar demasiado en encontrar lo que estoy buscando. Sin embargo me taconeo varias cuadras sin que nadie se me acerque y me haga esa propuesta que estoy decidida a aceptar sin importar de quién se trate.
Esa sería mi mejor venganza contra Damián, echarme un polvo en su honor con un completo desconocido.
Había pensado en llamar a alguno de mis tantos "amigarch", pero no quería parecer tan desesperada. Lo estaba, claro, pero una tiene su dignidad, carajo, por lo que prefería humillarme ante un extraño que con alguien que ya conocía.
Camino pqor Caseros, casi llegando al Banco Ciudad, cuándo escucho que alguien me toca bocina. Podría tratarse de cualquiera que intenta atraer mi atención, pero el sonido me parece vagamente familiar.
Antes de cruzar Zavaleta me volteo para ver de quién se trata y ahí lo veo, saludándome. La camioneta blanca y la caja celeste con el anuncio de cargas aéreas y terrestres a todo el País, con el logo de JetPaq me resultan inconfundibles.
-¡Hola Rubia! ¿Te alcanzo a algún lado?-
En la esquina de mi casa hay una empresa de transporte que trabaja con Andreani y Aerolíneas Argentinas. La camioneta es de ahí. La conozco de hace tiempo, y al tipo que la conduce también, aunque solo de vista, claro. Un sujeto que se parece al Sandro de los últimos años, ya en decadencia, o mejor dicho, al peor imitador de Sandro en un mal día.
Cuando me veía sola, siempre me tocaba bocina y me decía algo, como en ese momento, pronunciando ese "Rubia" con un dejo por demás lascivo. Claro que cuando estaba con mi marido o mi hijo permanecía inmutable, como si jamás me hubiese registrado.
Y ahora estaba ahí, como si el destino por fin le hubiera hecho un guiño.
Sabía que no era lo más conveniente meterme con un tipo cuyo trabajo está solo a unos metros de mi casa. Y encima donde trabajan varios tipos más, todos fleteros, por lo que la posibilidad de que se vaya de boca y les cuente que se garchó a la rubia del edificio de la esquina era algo por demás posible.
Pero..., ¡estaba a punto de mudarme! Unos pocos días más y estaría viviendo en otro lado. Cerca de ahí pero ya no tendría la obligación de pasar frente a la empresa de transporte cada vez que salía de casa. Así que quedar como la puta de la cuadra no representaba de verdad un problema.
Me acerco entonces a la camioneta, y con esa sensualidad que exhala mi cuerpo siempre que estoy caliente, le digo:
-Si vas para la empresa, ¿podrías alcanzarme hasta mi casa?-
Es la primera vez que me acerco y le hablo, por lo que el tipo tarda unos segundos en reaccionar, sorprendido por mi repentina cordialidad.
-Si claro, subite que voy para ahí- asiente.
Luego me confesaría que en realidad iba para otro lado, pero que por nada del mundo se hubiera perdido tal oportunidad.
Me subo del lado del acompañante, y agradeciéndole el favor me abrocho el cinturón, asegurándome de que la tira quede justo entre medio de mis pechos, para que al ajustarla, se me abulten mucho más todavía.
Me invita un cigarrillo, pero como no fumo, se lo rechazo. Enciende uno y desnudándome con la mirada, me dice:
-Por fin te tengo arriba de la chata...-
-¡Jaja!- me rio -¿Porqué por fin?-
-Porque desde hace mucho que tenía ganas de tenerte así, sentadita al lado-
-Nunca me invitaste a subir- le digo como reclamándole.
-Es que siempre te veo con tu hijo o con tu marido, es tu marido el flaco ése, ¿no?-
-Sí, es mi marido- asiento.
-Ya ves, pero te prometo que a partir de ahora cuando te vea sola te voy a invitar a dar una vuelta-
-Mirá que te tomo la palabra- le digo con una incitante sonrisa.
-Tomame todo lo que quieras- replica burlón.
Estamos a solo unas pocas cuadras, por lo que llegamos enseguida. Me deja justo en la puerta de mi edificio. Le doy de nuevo las gracias, me bajo de la camioneta, cierro la puerta, pero antes de alejarme le digo algo que de seguro no esperaba.
-¿Te gustaría entrar a tomar algo? Como agradecimiento por el aventón-
-¡Claro que me gustaría!- exclama incrédulo -Estaciono la camioneta y estoy con vos-
Delante del edificio está prohibido estacionar, así que la deja unos metros más adelante. Se baja y cruza la calle subiéndose el pantalón. Una imagen por demás patética. Pero mi decisión ya estaba tomada.
Cuando entramos al edificio, yo adelante, él por detrás, me doy cuenta por el reflejo de los vidrios como me mira el culo, como si estuviera a punto de comérmelo.
-¿Agua, café o algo más fuerte?- le pregunto ya en casa mientras se acomoda en el sofá.
-Si me acompañás, algo más fuerte-
Sirvo entonces un par de whiskys y me siento a su lado, bien cerca. Le doy su vaso y brindamos.
-Todavía no sé tu nombre- me dice luego del primer sorbo.
Le saco entonces el vaso de entre los dedos, lo dejo a un costado junto al mío, y reclinándome sobre su encendido cuerpo, lo beso en la boca.
-Rubia me parece bien- le digo sintiendo aún su saliva impregnando mis labios.
Me mira obnubilado, como si el Cielo se hubiese abierto ante él y fuera testigo privilegiado de la Gran Revelación.
Esta vez no tarda nada en reaccionar, me agarra con sus manazas de la cintura, me sube encima suyo, y me come la boca.
Ya está. No hay vuelta atrás. Lo único que me queda es entregarme y disfrutarlo.
-Entonces Rubia, podés decirme Gitano- me dice en un susurro, entre ávidos chupones y lengüetazos.
¡Gitano! Vaya sorpresa.
Manteniéndome siempre bien sujeta contra su cuerpo, como si creyera que fuera a escaparme, el Gitano me muerde las tetas por encima de la ropa, a la vez que yo trato de llegar a su bragueta para tantear la situación. Su verga parece irrefrenable por debajo del pantalón, alzándose cada vez que se la aprieto.
Estoy de pollera, por lo que le resulta fácil hundir su mano en la parte inferior de mi tanguita, contagiándome el calor de su tacto.
Luego desciende y me acaricia los labios de la concha con su dedo mayor hasta que se desliza dentro sin la menor resistencia, resbalando por entre mis fluidos íntimos. Con su pulgar, juguetea con mi clítoris mientras yo me froto contra su mano, intensa, agresivamente, hasta llegar al orgasmo.
No creí que pudiera acabar tan rápido, no con ese sujeto, pero ahí estoy, gozando entre sus brazos.
Nos desnudamos casi con urgencia, como si nos quemara la ropa.
-No sabés lo que fantasee con éstas tetas- me dice mientras me las vuelve a morder, esta vez, sin obstáculo alguno.
Estoy tan caliente que no me importa que me deje marcas. Incluso dejo que me chuponee el cuello, nada que no pueda solucionar más tarde con un poco de maquillaje.
Su verga ya está en modo "on", (vergón), por lo que se la agarro con las dos manos y sin dejar de masajearla, me lleno la boca con ella, haciéndole una mamada con la cual todavía debe de estar soñando.
-Mirá que no tengo forros, eh...- le advierto tras dejársela dura y lubricada.
Despreocupado agarra su pantalón y del bolsillo trasero saca una tira de preservativos.
-¡Un guerrero siempre debe andar armado!- exclama agitándolos delante mío.
Le quito la tira de la mano, abro uno de los sobres y le pongo yo misma el látex sobre la piel, para luego treparme en el sofá y abriéndome de piernas, acomodarme encima de las suyas.
Me separo los labios de la concha y así de cuclillas, desciendo y me ensartó en él, clavándome toda su pija bien hasta los huevos.
El suspiro que suelta el Gitano al sentirse dentro mío me conmueve y emociona.
Apoyo la manos en sus hombros y me muevo, acomodándome, brindándole una mayor apertura, lo que le arranca más exclamaciones de placer.
Me agarra con firmeza de la cintura y me chupa las tetas mientras yo me muevo arriba y abajo, disfrutando de esa gordura que parece llenarme por completo.
Acabo casi enseguida, la calentura que tengo encima es tanta que no puedo sostenerle el ritmo y me desarmo en un potente orgasmo, cayendo rendida entre sus peludos brazos.
Él todavía no acaba, así que agarrándome fuerte de la cola empieza a moverse hacia arriba, metiéndome cada combazo que me sacude hasta el huesito dulce con cada golpe de su pelvis.
Cuando finalmente tiene su orgasmo, me mantiene bien sujeta contra su cuerpo, totalmente hundido en mí, disfrutando no solo del calor de mi piel, sino también del fuego que irradia mi sexo.
-¡Sos divina...!- exclama en pleno goce, mirándome con ojos que expresan una emoción franca y sincera.
Sin salirme todavía de su abrazo de oso lo beso en la boca, recorriéndole todo el paladar con la lengua.
Eso era lo que quería, lo que tanto necesitaba, un polvo. Tendría que haberme considerado satisfecha, darle las gracias y despedirme hasta nunca. Pero por algún motivo, me levanto, lo tomo de la mano, y pasando por encima de nuestra ropa que está tirada en el suelo, me lo llevo a mi habitación.
-No te olvides de los forros- le digo antes de atravesar la puerta.
El Gitano vuelve al sofá, agarra la tira de preservativos, y con la pija de nuevo parada, regresa conmigo, dándome una agradable palmadita en la cola.
Entramos a mi cuarto y nos tiramos en la cama, besándonos y frotándonos lascivamente, metiéndonos manos por todos lados, sin dejar ningún lugar por explorar.
De repente me pone de espalda y manejándome con sus grandes manos, me separa las piernas y se zambulle de cabeza entre ellas, prodigándome un húmedo lengüetazo a lo largo de toda la concha.
Me estremezo y lo agarro de los pelos, disfrutando de la tremenda chupada que me pega a continuación. Su boca me absorbe los labios y el clítoris, devorándome, haciéndome temblar, arrancándome esa humedad que se extiende, pegajosa y fragante, por toda mi intimidad.
Yo también le chupo la pija, más largamente esta vez, dejándome atravesar la garganta por toda esa mole de carne que parece haberse engrosado mucho más que antes.
Con la lengua se la recorro toda, arriba y abajo, llegando incluso hasta esa parte sensible que está entre las bolas y el culo.
Su dureza, su vigor no puede ser más imponente.
Le pongo otro forro y me le subo a caballito. Me ensarto la pija de una sola sentada y lo empiezo a cabalgar, ávida y lujuriosa, inyectándome placer con cada movimiento.
Durante los primeros momentos el Gitano me deja llevar a mí el ritmo, pero luego, cuando su líbido se vuelve incontrolable, toma el mando y hundiendo los dedos en mis glúteos, me somete a un delicioso y acelerado bombeo.
Mis pechos vuelven a caer prisioneros de su boca, que me los chupa y muerde con agresiva fruición.
Tengo los pezones entumecidos de tan excitada que estoy, y cada vez que me los toca me provoca un estremecimiento.
Nos besamos, nos chupamos, nos mordemos, mientras nuestros cuerpos se encastran el uno en el otro, con tanta pasión que corremos el riesgo de prendernos fuego si nos seguimos frotando de esa manera.
Totalmente posesivo y dominante, el Gitano me maneja a su antojo, poniéndome del derecho y el revés para cogerme desde todos los ángulos posibles.
Me tiene en cuatro, toda abierta y mojada, cuando ya no puede aguantarse más y se echa un polvo de esos que serviría para repoblar el mundo ante cualquier amenaza de extinción.
No sé de donde le sale tanta leche siendo que antes ya había acabado una buena cantidad, pero me agrada sentir esa calidez y efusividad que me transmite pese a la contención del preservativo.
Caemos rendidos los dos, entre plácidos suspiros, deseando alargar ese momento lo más que nos sea posible.
Resultó ser todo un tapado éste Gitano, una de esas sorpresas que te da a veces la vida sin que siquiera te lo imagines.
Iba a ser solo un polvo, algo rápido, como para sacarme las ganas y vengarme de Damián, pero ahí estábamos, en mi cama, yendo ya por el segundo y sin ganas, por lo menos de mi parte, de que se fuera.
-Me gustaría metértela sin forro- me dice cuando se le pone dura de nuevo.
Me cuido tomando anticonceptivos, y estoy en mi semana de descanso, por lo que no, no puede cogerme sin forro. Sin embargo...
-Ahora no me estoy cuidando, pero si no tenés problema...- le digo y poniéndome de costado, me abro las nalgas ofreciéndole el agujero de mi culo.
Al Gitano le brillan los ojos. Me dedica una sonrisa lobuna y pegándose a mi espalda, dirige su verga, que parece estar incluso más hinchada, hacia su apretado objetivo. Me pone la punta en la entrada y empuja. Obviamente no cede a la primera. La tiene demasiado gorda. Pero con un poco de paciencia y bastante saliva, la suya y la mía, alcanza a metérmela, llenándome apenas con la mitad de su portentoso volumen.
Me agarra de la cadera y se mueve, adelante y atrás, metiéndome un poco más cada vez, hasta que consigue clavármela toda, abriéndome bien el culo con cada ensarte.
Para estar más cómoda y brindarle un mayor campo de acción, me echo boca abajo, de modo que él se me sube encima, pegado a mi espalda, y sosteniéndose con brazos y piernas, se hunde en mí con un ímpetu demoledor.
Metiendo una mano por debajo de mi cuerpo me acaricio yo misma el clítoris, masturbándome al mismo ritmo con que su pelvis se adosa a mis nalgas.
Siento sus jadeos excitados, el contacto directo con su piel, y aunque sé que está a punto de acabar, no le pido que se retire. Por el contrario, enlazo mi brazo libre alrededor de su cuello y agarrándolo por su greñuda y grasienta melena, lo mantengo pegado a mí.
Unas cuántas clavadas más y aparte de sus gemidos, lo que siento ahora es el desborde de su leche tibia y espesa, la cual fluye tan abundante que sus dos acabadas anteriores parecen apenas un aperitivo.
Se derruma pesadamente sobre mí y entre exaltados suspiros, me confiesa:
-Es la primera vez que le acabo en el culo a una mina...-
Para mí no es la primera vez, obvio, pero me resulta particularmente gratificante sentir su leche recorriendo los conductos más intimos de mi cuerpo.
No había depositado demasiada esperanza en lo que podría suceder entre el Gitano y yo, pero me había sorprendido gratamente. Tanto que hasta le había entregado la cola..., ¡y sin forro!
Y todo por la culpa de Damián, que calentó la pava, pero no se tomó el mate...
22 comentarios - Sorpresas te da la vida...
y que suerte la del gitano encontrarte justo en ese momento, se saco la grande!
Podrías poner alguna fotito más tuya en el perfil, no???
Buen post, van diez puntos.,