Finalmente, después de tantas idas y venidas, llegó el día. Nos juntamos con los vendedores en la escribanía, les entregamos el cheque correspondiente y firmamos la escritura. El departamento ya era nuestro. Teníamos un nuevo hogar.
Con mi marido decidimos celebrar el acontecimiento con una cena muy especial, matizada con velas, flores y un vino de selección que le habían regalado en una de las bodegas que representa.
Mi suegra se había llevado al Ro hasta el otro día, para que pudiéramos realizar los trámites de compra-venta sin preocupaciones, por lo que teníamos toda esa noche para nosotros dos solos.
Cenamos, bebimos y , por supuesto, hicimos el amor, el programa completo.
No sé si sería por el éxito de la operación inmobiliaria, o porque le está yendo realmente bien con su nuevo emprendimiento, pero mi marido estaba especialmente motivado, como hacia tiempo no lo veía.
Ya habíamos terminado de cenar, así que recojo los platos y me dispongo a servir el postre.
-¿Que te parece una copa más de vino?- me pregunta mi marido.
-Dale- le digo.
Ya habíamos abierto la segunda botella, por lo que ambos estábamos algo achispados.
Sirve la bebida, se levanta con las dos copas en las manos y se acerca dónde estoy parada, junto a la mesada, sirviendo frutillas con crema.
Me da mi copa, la golpea suavemente con la suya (chin-chin), y con su rostro muy cerca del mío, enfatiza con la voz un tanto pastosa:
-¡Por nuestro nuevo hogar!-
-¡Por nuestro nuevo hogar!- coincido y a modo de brindis, en vez de tomarnos el vino, nos besamos.
Pese a los años que estamos juntos, pese a compartir la cama todos los días, pese a la rutina y a mis infidelidades, cuando sus labios tocan los míos sigo sintiendo esa electricidad que me eriza hasta el último vello del cuerpo.
Dejo mi copa a un lado y me envuelvo en él, absorbiendo su aliento mezclado con el intenso sabor del malbec mendocino.
Cuándo apretábamos, incluso estando de novios, mi marido nunca fue de meterme mano. Siempre fue muy respetuoso en ese sentido. A lo sumo me tocaba una teta por encima de la ropa, pero suave y fugazmente, como si se hubiese equivocado de sitio.
Por supuesto que a mí me gusta que me metan los dedos por todos los agujeros, (bueno, no solo los dedos), aunque después de doce años de matrimonio y casi dos de noviazgo, sé muy bien que con él debo respetar ciertos convencionalismos.
Sin embargo, como ya dije, esta vez mi marido estaba mucho más lascivo que de costumbre.
Dejando su copa junto a la mía, me baja los breteles del vestido y soltándome el broche del corpiño, me descubre los pechos para besármelos con encendido furor.
-No es el postre que había preparado, pero si te gustan...- le digo entregándome por completo a su inesperada voracidad.
-¡Deliciosas! ¡Mejor que cualquier postre!- exclama volviéndome a chupar los pezones.
Pienso que tras ese inusual arranque de lujuria, me va a tomar de la mano y llevar a la cama, para la habitual sesión de sexo conyugal, que consiste en metérmela, acabar y quedarse dormido, pero me mantiene ahí, aprisionada contra la mesada, sin evidencia de querer moverse.
Cuando vuelve a besarme, apoyándome todo su cuerpo, alcanzo a sentir la agradable dureza que le abulta la bragueta, formando una más que prominente carpa.
Me gustaría sacarle la pija afuera y chupársela en la forma que tanto me gusta, tragándomela toda, pero ¿como explicarle ciertas cosas que aprendí con otros hombres?
Por eso no se la chupo, ni él tampoco me pide que lo haga.
Al principio de nuestra relación solía chupársela, pero de forma suave, tranquila, sin arrebatarme. Una típica mamada conyugal. Ahora ni tan siquiera eso. Quizás esa sea la razón por la que cuando estoy con otro hombre me resulta imposible prescindir del sexo oral.
Con la mirada inyectada de lujuria y alcohol, mi marido me quita el vestido por encima de la cabeza, me hace a un lado la bombacha, y sacándose él mismo la pija, me sienta sobre la mesada y me la mete, cogiéndome ahí mismo, en el medio de la cocina.
Lo siento tan duro, tan enérgico, tan vibrante que tengo un orgasmo ni bien empieza a cogerme.
¡Paren las rotativas, por favor! ¡Me eche un polvo con mi marido! Ese momento debería quedar guardado para la posteridad. Y ni siquiera tuve que esforzarme. Vino solito, silencioso, casi sin anunciarse, pero cuando llegó, el mundo todo se desvaneció a mi alrededor.
Quedé sin conciencia por unos segundos, pero cuándo volví en mí, mi marido ya me la había sacado y tomándome de la mano me llevaba hacia la sala, con la bombacha y los zapatos todavía puestos.
Allí, a pocos metros de donde habíamos cenado, me pone en cuatro sobre el piso de madera, con una alfombrita para mis rodillas, y desde atrás me la empalma con renovada solvencia. Me agarra fuerte de las caderas, y con la bombacha corrida a un costado me somete a un delicioso y estimulante bombeo.
-¡Ahhhh... Ahhhhhhh... Ahhhhhhhhh!-
Acabo de nuevo. El segundo orgasmo que tengo en cuestión de minutos con mi marido. Si no es récord le pasa raspando.
Me sorprende lo mucho que dura. ¿Se habrá tomado un viagra sin decirme?
Lo normal en su caso es que tras unos pocos embistes, me acabe y listo, pero contrariando la habitualidad sigue duro y firme, sin apaciguar el ritmo.
En total estado de gracia, me la saca, se sienta en el sofá y me invita a que me suba encima. Ahora sí me saco la bombacha y me acomodo sobre sus piernas, de frente, ensartándome en esa revitalizada herramienta que me seguía sorprendiendo gratamente.
Me muevo arriba y abajo, apoyándome en sus hombros, sacudiéndole las tetas por toda la cara. Él me agarra con las dos manos por la cola, hundiendo los dedos en mis nalgas y me acompaña en la cabalgata, moviéndose también desde abajo.
"¡Por Dios, que aguante, que no acabe todavía que viene el tercero!".
Ese es mi deseo, la posibilidad de hacer historia. De poder decir con orgullo que me eché tres al hilo con mi esposo.
¿Qué mujer con casi diez años de matrimonio puede decir lo mismo? Se trata de algo infrecuente, esporádico, algo que sucede de a cuenta gotas. No hablo de los tres al hilo sino incluso de uno solo.
No suelo tener orgasmos con mi marido. Hace tiempo que había dejado de tenerlos, lo cuál me resulta inexplicable, ya que con otros hombres puedo llegar a gozar más de una vez. Sin embargo ahí estaba, a punto de hacer un triplete.
Ya podía sentir su cercanía, el feroz galope en mis entrañas, el vértigo, ese vacío que se te hace en la panza y que te envuelve y arrastra.
Nuestros gemidos aumentan, se intensifican, haciendo que parezcamos amantes en vez de marido y mujer.
Puedo sentir el placer electrificando cada célula de mi cuerpo, pero decido esperarlo. Se merece que acabe con él. Así que me aguanto, me aguanto y me aguanto, hasta que...
Mi marido estalla en jadeos aún más exaltados y me suelta la leche adentro. Apenas lo siento me dejo ir yo también, mezclando mi orgasmo con el suyo, gozando los dos al mismo tiempo, un mismo polvo. Indistinto, único. Un mismo placer elevado al cuadrado.
Nos quedamos un buen rato ahí, abrazados, temblando por el impacto de aquello que no nos ocurre tan seguido. O a decir verdad, no nos ocurre nunca.
Cuando nos soltamos, nos quedamos recostados en el sofá, los dos desnudos, abrazados, mi cara contra su pecho, aspirando el aroma de su piel.
-Ya vamos a tener que empezar con la mudanza- me comenta tras recuperar el aliento.
-Antes hay que pintar, no me gusta mucho el color que tiene- le digo.
-Las próximas semanas voy a estar con bastante trabajo, no voy a poder ocuparme, ¿y si pintamos después?- sugiere.
-Siempre es mejor pintar antes, después se hace más complicado, además yo puedo ocuparme- le digo.
-¿En serio? ¿No te vas a atrasar con tu trabajo?-
-Para nada, además conozco a un pintor excelente. Ya hizo algunos trabajos en la oficina, así que te aseguro que es de lo mejor- lo tranquilizo.
-Entonces no se habla más, pedile un presupuesto y que empiece cuanto antes-
-Tengo su tarjeta en la oficina, así que mañana mismo lo llamo-
Acababa de echarme tres al hilo con mi marido, hasta sentía todavía en mi cuerpo los espasmos de ese último orgasmo y aún así ya estaba pensando en mi próxima infidelidad.
No fue algo premeditado, lo aseguro. Cuando le dije a mi marido de pintar ni siquiera había pensado en Damián. Simplemente que el color con el que nos fue entregado el departamento no me gustaba. Íbamos a entrar en nuestro nuevo hogar, así que los colores también debían ser nuevos.
Recién cuando él estuvo de acuerdo, me acordé de Damián.
Pero eso ya sería mañana. Ahora quería seguir disfrutando de mi marido y de las caricias que suele prodigarme siempre después de hacer el amor, cuando la sensibilidad de la piel es mucho mayor. Esas sí son exclusividad suya.
Por lo menos hasta que le pida el presupuesto al pintor...
20 comentarios - Tres al hilo...
Buen relato van diez puntos.
te dejo 10 , un beso atorrantita