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Arroz con leche (III)




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Deseo hacer un análisis detallado de lo que sentí en esos momentos.

No lo voy a negar: mis ojos se clavaron descaradamente en los pechos de Pamela, quien estaba sentada en el sofá del living, pero no había manera de no mirarlos.

Porque si Marisol emplea sostenes 34C para verse sexy y 36C para sentirse cómoda, Pamela usa este último con ambos fines.

Además, la camiseta verde clara le quedaba tan ceñida, que literalmente parecía tener  melones o flanes escondidos en sus pechos y que para envidia y odio de las otras mujeres, se mantienen parados, altaneros y desafiantes contra la gravedad.

Lo segundo que vi fue a mis pequeñas, durmiendo una a cada lado, con sus cabezas apoyadas sobre los muslos de Pamela y contribuyendo con que los pechos dePamela destacaran más, al estirar la camiseta.

Pero lo tercero que me di cuenta fue que Pamelita, mi hija, estaba durmiendo muy cómoda, apoyada en el muslo de Pamela, siendo que ella tiende a ser bastante arisca con los desconocidos.

Demás está decir que el rostro de Pamela al verme, era un semáforo de miradas furiosas.

“¡Por favor, ayúdame!” “¡Dices algo y te mato!” “¡Para de mirarme las tetas, so pervertido!” y sentimientos similares.

Aun así, me sorprendía ver a Pamela de esa manera, puesto que nunca había dejado fluir mi imaginación para visualizarla como madre y es que tanto para Marisol como para mí, estar atrapado como lo estaba Pamela es prácticamente una victoria, ya que como todos los niños, nuestras hijas son inquietas y con inagotables reservas de energía.

+ ¡Han jugado toda la tarde con ella!- me dijo Marisol al verme, trayendo a “nuestra ídolo” un vaso de refresco.

- ¡No pensé que te llevaras tan bien con los niños!

* ¡Ostias, que no es la primera vez que cuido críos!- rezongó la “Amazona española”.- Que ya mi tía Vero me pedía que hiciera de canguro con mi hermana… Violetica.

Al decir el nombre cariñoso de la medio-hermana que Pamela y Marisol comparten, me mandó una efímera mirada tierna, que se disipó contemplando las paredes, para disimular el rubor.

Y proseguimos conversando temas triviales, sin levantar demasiado la voz, para no despertarlas. No obstante, Pamela me tiraba miradas furibundas cuando me sorprendía observando su pecho.

* ¡Ostias, Marco, para ya de mirarme las tetas!-exclamó una vez que tuvo suficiente.

- ¡Lo siento, perdona!

Pero Marisol sonrió dulcemente y  agregó:

+¡Discúlpalo, prima! Pero tienes que admitir que tus pechos se ven bonitos… así, tan marcados y paraditos… ¡Tienes que perdonarlo! ¡Sabes que no lo hace con mala intención!

Sin embargo, tanto para Pamela como para mí nos quedaba extremadamente claro que Marisol los debió haber observado con mayor discreción que yo y quedó esa sensación latente que algo más quería hacer con ellos…

Al poco rato, mis pequeñas despertaron y un mundo de alegría embargó el living, al ver que había vuelto del trabajo. Jugué con ellas otro poco más, hasta que dio la hora de cenar.

Para mi mayor asombro, fue Pamela la que se ofreció leerles un cuento antes de dormir y mis hijas le siguieron tomadas de la mano hasta el dormitorio, mientras que Marisol y yo preparábamos la mesa para comer.

Y fue en esos momentos cuando vi los preparativos de Marisol...

Lo he conversado con mi esposa y puedo darme cuenta que no siempre le es fácil, dado que su lenguaje corporal la delata.

Para empezar, por alguna razón, he notado que Marisol tiende a estirar y soltar más su cuello cuando va a hacer este tipo de preguntas. Segundo, parpadea largo y más a menudo, riéndose a solas, probablemente fraguando una excusa para justificar sus acciones y tercero, son las miradas pícaras y suspiros profundos que me da cuando me ve, sabiendo que no le voy a fallar.

Aun así, el momento de la verdad no llega al instante. Generalmente, hay una conversación pasajera, pero llega un momento en donde inspira, se centra y la suelta…

+¿Sabes qué estaba pensando, mi amor? Estaba pensando que… como tú eres el único que sabe bien cómo es estar casado… a lo mejor, podrías estar con mi prima, un par de días.- sugirió mientras cenábamos.

Pamela quedó estupefacta.

* ¡Carajos, Mari! ¿Hasta cuándo sigues con tus guarradas?

Pero de la misma manera que ella se había preparado, yo ya tenía mi refutación lista.

- ¡No, no podemos! ¡Están las niñas!

+¿Por qué no?- insistió mi mujer, con un rostro sorprendido y sulfurado.

Pamela permaneció callada y con sus ojos bien abiertos, escuchando expectante nuestra conversación.

- ¿Quieres que la llamen “mamá” también?

+¿Por qué no?- Insistió de nuevo Marisol,  cada vez, más desafiante.

Me empezaba a irritar su testarudez…

- Porque no quiero que se confundan.- le respondo, con una mirada tan desafiante como la suya.- Son pequeñas y están en la edad que pueden entender.

Marisol dio un rechisto soberano.

+¡Ay, amor! ¿Crees que lo hago por mí?

Tal vez, habría sido más convincente sin ese largo parpadeo que le siguió…

- ¡Tú sabes que en la cama, es solamente sexo!-respondí, atravesando su mentira y haciendo que Pamela me mirase desconcertada.- Estar casado significan muchas cosas más…

Marisol trataba de calmarme, puesto que me estaba saliendo de sus manos.

+¡Ay, amor, tranquilízate, por favor! ¡Será por unos días! ¡Por favor, te lo pido!

Pero lo que me estaba pidiendo, me sobrepasaba. Tal vez, fue producto del estrés de mi trabajo o de los sentimientos que tengo por Pamela, pero al final, terminé colapsando en llanto.

- ¡No, no me lo pidas! ¡Te lo ruego!- repliqué, soltando mis primeras lágrimas.

Tanto Marisol como Pamela se asombraron, porque no lloro a menudo.

+¿Por qué no?- preguntó Marisol, ya más preocupada y dejando un poco su juego.

Y en la forma más melodramática que me salió, le espeté…

- ¡Porque la amo, Marisol! ¡Amo a Pamela y tengo miedo de perderte!

Una onda expansiva e invisible afectó a ambas. Pamela permanecía callada, incómoda y ruborizada, al escuchar abiertamente mis sentimientos.

- ¡Tengo miedo a que tener algo con ella, me olvide de ti y te deje!

Pero a pesar de la revelación, Marisol me miraba de una forma inexplicablemente comprensiva, cálida y serena.

+¡Ay, amor! ¡No me vas a olvidar! ¡Te conozco y sé que me quieres!... pero mi prima… también busca lo que tú y yo tenemos… y no quiero que se equivoque… ¡Por favor, mi amor, ayúdale!

Y esa imagen se me quedó grabada en la memoria.

Nunca había visto a Marisol más bonita que en esos momentos: sus ojos verdes eran cálidos, su hablar pausado y suave y una profundidad en su mirada que denotaba una madurez sorprendente e increíble, que me hacía pensar que hablaba con el mismo Buda.

Me acarició y me tranquilizó como una madre y yo, ya no pude refutar. Ni siquiera me encargué de recoger la mesa, porque de alguna manera, nos envió a Pamela y a mí al dormitorio matrimonial.

* ¡Carajos, Marco! ¿Cómo que le obedeces todavía en sus guarradas?- me dijo con tono irritado, soltando el bolso con su ropa al lado de la cama.

- Yo tampoco lo entiendo, pero a ella le gusta.

* ¡Pero, joder! ¡Podrías decirle que no!- replicó la exaltada “Amazona española”.- Podrías inventarle una mentira… algo… y no encamarte con cada guarra…

Ese comentario me hizo reaccionar y mirar a Pamela ya más repuesto.

- ¡No, no puedo!- respondí, sonriendo más calmado.-Marisol me conoce bien cuando miento y tú sabes cómo se pone cuando alguien lo hace…

Pamela quedó desconcertada con mi respuesta, porque sabía que en esos momentos, le decía la verdad.

- Además, a Marisol le gusta que lo haga… porque dice que con cada chica que  estoy, pues la vuelvo a enamorar.

* ¡Pero ostias, tío, que eso es lo que más me jode!- respondió la “Amazona española”, a medio exaltar.- Que si tú fueras mi marido, no aguantaría que ninguna tía te mirara…

Nuestros ojos se encontraron y por algún motivo, la chispa amorosa entre nosotros me hizo acordarme fugazmente de Susana, la gemela argentina-italiana que conocimos un par de veranos atrás.

Tal vez, fue porque ella también es más racional.

Me sorprendí cuando abrió su bolso, ya que sacó su camisón rosado de tirantes y lo miró delante de ella, trayéndome recuerdos de las tantas experiencias que compartimos.

- Pamela, ¿Qué es lo que quieres?- pregunté nuevamente afligido.

* ¡Carajos, tío, que no quiero nada!

Pero yo permanecía serio…

- De todas las prendas para dormir que tienes, ¿Trajiste este?- le pregunté, tomándoselo de las manos.

Pamela apenas podía reaccionar y el aroma de su piel y crema llegó hasta mi nariz.

* Que ese… es mi favorito.- respondió incómoda.

Y nuevamente, le pregunté con el corazón adolorido…

- ¡Por favor, Pamela! ¡Dime qué quieres de mí!¿Quieres que hagamos el amor? ¿Que tengamos sexo? ¡Por favor, dímelo!

Y en un gesto maravilloso, más linda y tierna que todas las veces que le vi, trató de contener la filtración en su nariz con su puño y liberó sus lágrimas.

* ¡No lo sé, Marco, no lo sé!- Luego, acarició mi rostro y me miró enternecida con sus profundas y oscuras aceitunas.- Estoy con Juan… pero pienso en ti… y no puedo… no puedo…

Se dejó caer en la cama, sentada, intentando recomponerse y la imité, manteniendo la distancia.

* ¡Marco, yo quiero a Juan!- prosiguió ella, con muchas lágrimas.- Él es guay y me hace reír… pero cuando me besa…

Y sus ojos se posaron suavemente en mí.

* No es como tú…- prosiguió, riendo y llorando ala vez.- Y cuando cogemos, tampoco es lo mismo… (Sonrió otro poco entre sus lágrimas) Juan tiene una buena polla… pero cuando tú y yo cogíamos…

Le acaricié el rostro y le interrumpí:

- ¿Hasta cuándo te das cuenta que hacíamos el amor?

Y el beso que siguió fue espontaneo. Le explicaba a Marisol que, a pesar de tener un cuerpo cautivador, desnudar a Pamela siguió un proceso de ansiedad: hacían más de 2 años que no estábamos juntos y que sin importar que sus pechos o su trasero me vuelven locos, la necesitaba a ella.

Su blusa salió volando en 2 tiempos y esos enormes zepelines, cubiertos por un sostén rosado eléctrico, se destacaban ante el contraste de su bronceada piel.

Sus pantalones, bastante ajustados para decir, escondían una preciosa y sensual tanga, del mismo color que el sostén, que con un delgado y fino triangulo cubría su feminidad depilada.

Para ella, en cambio, desnudarme fue todo un suplicio: mi camisa tenía varios botones, que entre tantos besos y abrazos, no podía desabrochar bien; Lo mismo pasaba con el cinturón, por lo que tuvimos que rodar un poco y hasta eventualmente, tuve que ayudarle, de mi desesperación por penetrarla.

Mas cuando esto ocurrió, fue casi mágico: a medida que me abría paso entre sus pliegues, podía sentir verdaderas ondas y fluidos sobre mi glande (Pamela es extremadamente sensible y multi-orgásmica), hasta que logré meterla hasta la mitad.

Por supuesto que ni ella ni yo tomamos consideración en preservativos, ya que éramos amantes que se volvían a reencontrar, hasta que en uno de los más sublimes ronroneos, dejó escapar un vacilante y tímido:

* ¡Cariño!

Quedé absorto y detuve completamente mis movimientos…

* ¿Qué… pasa?- preguntó extrañada por la situación.

- Nada. Que es la primera vez que me dices “cariño”…

Una vez más, se puso roja de vergüenza y adorable, para retomar su actitud recia de“Amazona española”.

* ¡Carajos! Que era solo porque lo estaba disfrutando… pero si te molesta tanto que te lo diga… pues, me quedo callada.

- ¡No, no! ¡Al contrario!- repliqué con desesperación.- Es que se sintió tan bien, que quería pedirte si me lo decías de nuevo.

Y una vez más, Pamela buscaba engañarme con su orgullo…

* ¡Ostias, Marco, joder! ¡Que no ha sido nada!¡Entiéndelo!

- ¿Se lo dices a Juan, también?

Quedó pasmada y con unos enormes ojos de sorpresa…

* ¡Por supuesto que no se lo digo a Juan, carajos!- replicó una vez más, la “Amazona española”.- Solo lo dije… porque lo estaba gozando… es todo.

Le tomé una mano y se la besé, haciendo que enrojeciera de nuevo.

- ¡Por favor, dilo una vez más!- le imploré, mirándola fijamente a los ojos.

Lo pensó unos segundos, rechistó y tras dar un suspiro, me dijo un cálido:

* ¡Cariño!

La empecé a bombear una vez más, besándonos con un verdadero fervor.

Pamela se dejaba ir, dándome a escuchar la palabra que tanto anhelaba de sus labios y que era recompensada con una profunda estocada de mi parte.

Porque durante todo ese tiempo que fuimos amantes, hacíamos el amor de una forma enfurecida, donde casi siempre, era ella la dueña de la situación.

Sin embargo, en esos momentos, Pamela estaba tan necesitada de mí, que bajó esa infranqueable guardia y me hallaba, por primera vez, haciéndole el amor a Pamela y considerándola igual que una novia, de la misma manera que lo hice en su tiempo con Marisol.

* ¡Ahhh, cariño! ¡Ahhhh, cariño! ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Mi amor!- me empezó a decir, retomando ese olvidado sentimiento.

Y por un segundo, pensé en pedirle que guardase silencio, dado que nuestras paredes no aíslan el sonido y no quería que nuestra vecina Sarah me reclamase o se diera cuenta que los gemidos no eran los de mi mujer.

Pero el hecho que los senos de Pamela rebotaran tanto y que su feminidad me apretase y succionara tanto de mí, me hacía perder el sentido lógico de mis pensamientos.

Recuerdo que sus muslos eran firmes, gruesos, carnosos y suaves y que esa manera de menearse, como una verdadera guerrera salida desde el mismísimo Wallhalla, me hacía desvariar.

Sus pechos, incólumes al asedio de cientos de amantes, rebotaban hacia arriba y hacia abajo, con completa libertad y el rostro de Pamela no podía reflejar más gozo, acariciándose sensualmente el cabello y el cuello con sus manos.

* ¡Uhm! ¡Cariño! ¡Joder! ¡Qué buena polla tienes!- me dijo, dando un exacerbado beso, tan rico como ella.

Pero sentir sus dilatados pezones, revoloteando húmedos sobre mi pecho, generó una corriente eléctrica en mis manos, que no dudaron ni medio instante en manosearlos a destajo.

* ¡Guarro!- sentenció ella, con esa mirada divina y sensual que me martirizaba.- ¡Sigues siendo el pervertido guarro… obsesionado con mis tetas!

Y tuve que voltearla, ante semejante afrenta.

- ¡No, mujer!- respondí, bombeándola con perfidia y haciéndole cerrar los ojos del placer. - ¿Hasta cuándo les dices tetas a tus pechos?

Y eso le dio una acabada memorable, que le hizo suspirar más y más…

Para estas alturas, ya la forzaba a fondo y era un verdadero calvario no acabar, puesto que la sensualidad y sensaciones que me producía Pamela distaban mucho para hacerlas controlables.

- ¡Pamela, me quiero venir! ¡Me quiero venir! ¡No aguanto más, belleza!

Y de la misma manera que su “cariño” me hechizó, Pamela tuvo un orgasmo suave y prolongado, al escucharme decir eso.

* ¡Vente, cariño! ¡Vente y lléname otra vez!¡Anda, tío! ¡Suelta ya tu picha hermosa y lléname una vez más, mi amor! ¡Dale!¡Dale! ¡Dale!... ¡Ahhhhh!... ¡Ostias!... ¡Carajos, cariño!... ¡Cuánta leche tenían tus huevos, mi amor!... ¡Vacíalos!... ¡Vacíalos más, mi vida!... ¡Qué gozo, mi cielo!... ¡Qué cogida! ¡Qué cogida!

Yo estaba casi exhausto. Mi acabada había sido tan cuantiosa y explosiva, que colindaba con el sopor previo al sueño.

- Pamela… ¿Hasta cuándo vas a entender que tú y yo no cogemos?

Nos besamos un poco más, manoseándonos discretamente hasta que volví a recuperarme. 


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1 comentarios - Arroz con leche (III)

alekil +1
No me digas q la embarazaste tambien? Jajajaja
metalchono
Esperemos que no... saludos y gracias por comentar.