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Sonó el timbrecuando me estaba duchando, así que, tardé un poco en salir, liarme una toalla yabrir.
Allí estaba minueva vecina Cintia, con su hijo Hugo, una mole de casi dos metros de altura,tan grande como dulce. Hugo era muy tímido, así que cuando Cintia le pidió queme dijese un simple “hola”, éste lo hizo, luego bajó la mirada, se mordió lauña del dedo gordo y miró hacia atrás sonriendo.
— ¡Mira Ada,estoy un poco apurada, porque mi madre está enferma y quiero coger un vuelo loantes posible para volver a mi país! —me dijo entre lágrimas su madre, así queles hice pasar a mi casa para no seguir hablando en el pasillo, donde lasviejas del bloque a bien seguro que estaban ya espiando tras sus puertas.
Ya en el salónAda me explicó que su madre estaba muy enferma y que no le quedaba mucho tiempode vida, que la había llamado su hermano, pero que el viaje era muy caro parallevar a su hijo y no tenía dinero para ambos. La verdad es que me hubiesegustado poder ayudarla con lo del dinero, pero yo también andaba bastantecorta, pues con mi trabajo a media jornada y mi hija en la universidad a duraspenas llegaba a fin de mes.
Así que ambasllegamos a la conclusión de que lo mejor era que Hugo se quedase en mi casaunas semanas hasta que ella volviese de su país.
Hugo era unchico grande como ya he dicho y lo cierto es que no era muy listo, aunque teníael corazón tan grande como el pecho y era tremendamente entrañable. Mi hija yyo ya lo conocíamos desde hacía un año, en el que su madre se había mudado al pisocontiguo al nuestro.
Ada eradominicana y trabajaba al servicio de unos señores pudientes de la ciudad. Hugoa veces también trabajaba como jardinero en talleres para chicos especialescomo él.
A veces Adanecesitaba dejarlo con alguien, pero no se podía permitir pagar para que locuidasen, así que desde que nos conocimos me ofrecí para cuidarlo cuando ellalo necesitara. De esa manera nos habíamos conocido y también habíamos conocidoa su madre, con quien había compartido veladas inolvidables hablando de lavida, que tan duramente nos había tratado a ambas.
En el fondosentía un gran cariño por su madre, pues me parecía que era una gran persona yterminó por convertirse también en gran amiga.
Así que cuandome lo pidió no tuve objeción en quedarme con Hugo, dada la delicada situaciónde su madre.
Mi hijaCeleste llegó por la tarde y al ver a Hugo en casa pensó que, como tantasveces, su madre tenía que trabajar y se había quedado con nosotras, pues yaestaba en cierta medida acostumbrada.
Lo saludó y ledio un beso poniéndose de puntillas, este sonrió y se puso rojo, como yahiciera conmigo en la mañana.
Entonces nossentamos los tres en el salón y le expliqué la situación. Si de algo estoyorgullosa es de lo responsable que es mi hija, ella comprendió perfectamente ysupo que necesitaría de su ayuda para que se quedase con él en las mañanas queyo trabajaba y yo me ocuparía de él por las tardes.
Celeste eramuy buena con Hugo, jugaba con él y trataba de enseñarle cosas nuevas todo eltiempo. No en vano estudiaba magisterio por vocación y desde que conoció a Hugome confesó que quería estudiar educación especial, para trabajar con chicoscomo él.
De modo queesa noche cenamos los tres juntos.
Hugo erabastante grandote así que en esos días opté porque durmiese en mi cama dematrimonio yo me mudé a la habitación de mi hija, que disponía de dos camaspara cuando venía mi madre a vernos, ya que mi piso únicamente tenía doshabitaciones.
Tras la cenanos lavamos los dientes junto con Hugo en el cuarto de baño y este tuvonecesidad de hacer un pis así que me preguntó si podía hacerlo allí.
— ¡Porsupuesto! —dije yo abiertamente mientras Celeste y seguíamos frotándonos losdientes.
Entoncesocurrió algo que a ambas nos dejó pasmadas.
Hugo sacó supene y muy parsimoniosamente lo cogió y apuntó hacia el váter delante de él.Después un gran chorro comenzó a caer formando gran estrepito en el agua.
Yo creo queambas miramos al mismo tiempo, para ver el enorme pene de Hugo, saliendo por subragueta y cayendo como a plomo por entre sus piernas.
— ¡Qué grande!—exclamó Celeste ante mi mirada de desaprobación.
— ¡Por favorhija, sé más discreta! —dije yo dándole con el codo en su costado.
Pero lo ciertoes que ambas miramos cómo terminaba su pis y cómo luego parsimoniosamente cogíapapel y se limpiaba el glande, a medio cubrir por su prepucio. En cierto modoambas coincidimos en que “cosa” era digna de ver.
Luego lollevamos a su cuarto, lo ayudamos a ponerse el pijama y lo acostamos en micama.
Recuerdo queesa noche, mientras intentaba conciliar el sueño junto a mi hija en suhabitación, ambas comentamos lo ocurrido en el baño.
— ¡Jo mamá,has visto qué enorme la tiene! —dijo Celeste, quien tampoco podía dormir.
— Si Celeste,claro que la he visto, pero tienes que ser un poco más discreta en tusafirmaciones.
— Lo sé mamá,pero es que me salió del alma —dijo risueña.
— Bueno, puessí, admito que tiene una herramienta enorme, me he quedado tan impresionadacomo tú, la verdad —admití.
— ¡Jo mamá, laverdad es que enorme! —dijo Celeste repitiendo mis palabras.
— ¡Oye, eso yalo he dicho yo! —contesté riendo.
— Por ciertomamá, ¿te importa si soy un poco mala? Es que después de ver esa “cosa” creoque me he puesto un poco cachonda —me confesó Celeste.
Lo cierto esque mi relación con Celeste es muy íntima y no he dudado nunca en explicarlecosas como la masturbación o el sexo, eso ha hecho que estemos siempre muyunidas y me cuente todo y yo a ella también.
— Bueno hija,si te apetece, aunque no hagas mucho ruido, porque mañana tengo que madrugar,¿vale?
— ¡Ok mum!—exclamó Celeste, quien a veces se refería a mí en inglés como “mum”.
Traté deconciliar el sueño en vano y el pensar que celeste se acariciaba bajo lassábanas fue otra fuente de distracción para mí, así que casi sin darme cuentame hice las braguitas a un lado y yo también me entregué al goce solitario.
— Mamá, tútambién estás liada, ¿verdad? —mepreguntó poco después mi hija, atenta a los leves sonidos de roces que seescuchaban.
— BuenoCeleste, yo tampoco soy de piedra, ¿sabes?
— Está bienmamá, lo haremos juntas —dijo mientras arreciaba en sus frotes al saber que yoya no intentaba dormir sino otra cosa.
No tardé muchoen encontrar un punto aceptable de excitación, con mi sexo muy húmedo ylubricado. Me dediqué a acariciar mis labios mayores y menores, para terminar,penetrándome suavemente con una mano, mientras con la otra me frotaba elclítoris.
— ¿Te imaginasmontar a Hugo mamá? ¡Con esa herramienta dentro! —me confesó en medio del acto.
— ¡No seasobscena hija! ¡Es el hijo de Ada y no está bien! —le reproché yo escandalizada.
— ¡Vamos mamá,él también tiene derecho a gozar y nosotras con él! —rió burlona.
Lo cierto esque la sola mención de Hugo hizo que mis pensamientos se enfocasen en él yefectivamente me lo imaginara tumbado en mi cama y yo, como una profe sexual,sentándome sobre su herramienta, haciéndola entrar en mi interior y gozando deella.
— Bueno hija,puedes fantasear con eso, pero nada más, ¿entiendes? —le pregunté a sabiendasde que ésta sabía a lo que me refería.
— ¡Está bienmamá! ¡Oh, qué delicioso! —me confesó.
— A mí tambiénme está gustando —le dije yo.
Seguimos ambasgimiendo mientras nos acariciábamos, conscientes de lo que hacía la otra.
— Sabes mamá,me está gustando volver a hacerlo junto a ti, como cuando me explicabas en quéconsistía la masturbación femenina —me confesó de nuevo.
— ¿En serio?—dije yo sorprendida.
— Si, recuerdo“tus clases” y cómo me explicabas la mejor forma de acariciarme para alcanzarel orgasmo. También me acuerdo cuando lo hacíamos juntas, porque así a mi medaba menos vergüenza —recordó para mí.
Era cierto,Celeste era muy tímida en lo que al sexo se refiere y tuve que mostrarle comomasturbarse no era nada malo, sirviendo yo misma de ejemplo. Recuerdo cómo memiraba atónita cuando yo me masturbaba delante de ella en mi cama.
— Es ciertoCeleste, ahora que lo dices, me acuerdo también lo nerviosa que estaba yoexplicándote todo aquello de la masturbación, haciéndolo delante de ti para queno te sintieras avergonzada y la avergonzada era yo —le confesé.
— ¿En seriomum? ¡Jo, qué recuerdos! —añadió acelerando sus caricias—. Podrías contarme másde aquellas sesiones, ¡me pone mucho recordar! —dijo.
— ¡Oh sí!Recuerdo que estaba muy nerviosa mientras me acariciaba delante de ti, inclusorecuerdo que tú me acariciabas los pechos suavemente mientras yo te explicabaque eso también ayudaba. Recuerdo que cuando empezaste a pellizcarme lospezones sentí escalofríos y eso me ayudó a relajarme y excitarme más.
— ¿Ah sí mum?¡Yo también me acuerdo de que cuando llegó mi turno tú me hiciste lo mismo ytambién me excitó sentir tus caricias en mis pezones! ¡Luego bajaste la mano yllegaste hasta mi sexo y me rozaste los labios vaginales y esto me hizo sentirescalofríos! ¡Creo que ya estoy a punto mum!
— ¿En serio?¡Ya no me acordaba de eso! —dije yo, arreciando también en mis caricias, puestambién estaba disfrutando del recuerdo compartido con ella.
— ¡Oh si mum!También me rozaste el ano, ¿sabes? Esto me desconcertó y provocó que mecorriese delante de ti. ¡Oh ya no puedo esperar más mum, me voy! —dijo Celestecomenzando a dar pequeños gritos mientras gemía.
— ¡Oh siCeleste, que rico! Yo también recuerdo ese primer orgasmo tuyo, temblaste comoun junco, estremeciéndote mientras la brisa te doblaba. ¡Yo también me voy contigo hija! —dije yoentregándome a mi particular orgasmo.
Nuestrasrespiraciones agitadas se fueron acompasando con el paso de los segundos yfinalmente todo fue silencio.
— ¡Qué bienmamá! Me encanta tenerte de compañera de cuarto.
— ¡A mítambién hija! —le confesé recreándome en las caricias finales hacia mi sexo.
Por fin elsueño me venció y esa noche recuerdo que tuve más sueños húmedos.
PD.: Soy Zorro Blanco 2003, autor de novelas eróticas, si te gustan mis relatos, búscame en mi blog, soy facil de encontrar.
Sonó el timbrecuando me estaba duchando, así que, tardé un poco en salir, liarme una toalla yabrir.
Allí estaba minueva vecina Cintia, con su hijo Hugo, una mole de casi dos metros de altura,tan grande como dulce. Hugo era muy tímido, así que cuando Cintia le pidió queme dijese un simple “hola”, éste lo hizo, luego bajó la mirada, se mordió lauña del dedo gordo y miró hacia atrás sonriendo.
— ¡Mira Ada,estoy un poco apurada, porque mi madre está enferma y quiero coger un vuelo loantes posible para volver a mi país! —me dijo entre lágrimas su madre, así queles hice pasar a mi casa para no seguir hablando en el pasillo, donde lasviejas del bloque a bien seguro que estaban ya espiando tras sus puertas.
Ya en el salónAda me explicó que su madre estaba muy enferma y que no le quedaba mucho tiempode vida, que la había llamado su hermano, pero que el viaje era muy caro parallevar a su hijo y no tenía dinero para ambos. La verdad es que me hubiesegustado poder ayudarla con lo del dinero, pero yo también andaba bastantecorta, pues con mi trabajo a media jornada y mi hija en la universidad a duraspenas llegaba a fin de mes.
Así que ambasllegamos a la conclusión de que lo mejor era que Hugo se quedase en mi casaunas semanas hasta que ella volviese de su país.
Hugo era unchico grande como ya he dicho y lo cierto es que no era muy listo, aunque teníael corazón tan grande como el pecho y era tremendamente entrañable. Mi hija yyo ya lo conocíamos desde hacía un año, en el que su madre se había mudado al pisocontiguo al nuestro.
Ada eradominicana y trabajaba al servicio de unos señores pudientes de la ciudad. Hugoa veces también trabajaba como jardinero en talleres para chicos especialescomo él.
A veces Adanecesitaba dejarlo con alguien, pero no se podía permitir pagar para que locuidasen, así que desde que nos conocimos me ofrecí para cuidarlo cuando ellalo necesitara. De esa manera nos habíamos conocido y también habíamos conocidoa su madre, con quien había compartido veladas inolvidables hablando de lavida, que tan duramente nos había tratado a ambas.
En el fondosentía un gran cariño por su madre, pues me parecía que era una gran persona yterminó por convertirse también en gran amiga.
Así que cuandome lo pidió no tuve objeción en quedarme con Hugo, dada la delicada situaciónde su madre.
Mi hijaCeleste llegó por la tarde y al ver a Hugo en casa pensó que, como tantasveces, su madre tenía que trabajar y se había quedado con nosotras, pues yaestaba en cierta medida acostumbrada.
Lo saludó y ledio un beso poniéndose de puntillas, este sonrió y se puso rojo, como yahiciera conmigo en la mañana.
Entonces nossentamos los tres en el salón y le expliqué la situación. Si de algo estoyorgullosa es de lo responsable que es mi hija, ella comprendió perfectamente ysupo que necesitaría de su ayuda para que se quedase con él en las mañanas queyo trabajaba y yo me ocuparía de él por las tardes.
Celeste eramuy buena con Hugo, jugaba con él y trataba de enseñarle cosas nuevas todo eltiempo. No en vano estudiaba magisterio por vocación y desde que conoció a Hugome confesó que quería estudiar educación especial, para trabajar con chicoscomo él.
De modo queesa noche cenamos los tres juntos.
Hugo erabastante grandote así que en esos días opté porque durmiese en mi cama dematrimonio yo me mudé a la habitación de mi hija, que disponía de dos camaspara cuando venía mi madre a vernos, ya que mi piso únicamente tenía doshabitaciones.
Tras la cenanos lavamos los dientes junto con Hugo en el cuarto de baño y este tuvonecesidad de hacer un pis así que me preguntó si podía hacerlo allí.
— ¡Porsupuesto! —dije yo abiertamente mientras Celeste y seguíamos frotándonos losdientes.
Entoncesocurrió algo que a ambas nos dejó pasmadas.
Hugo sacó supene y muy parsimoniosamente lo cogió y apuntó hacia el váter delante de él.Después un gran chorro comenzó a caer formando gran estrepito en el agua.
Yo creo queambas miramos al mismo tiempo, para ver el enorme pene de Hugo, saliendo por subragueta y cayendo como a plomo por entre sus piernas.
— ¡Qué grande!—exclamó Celeste ante mi mirada de desaprobación.
— ¡Por favorhija, sé más discreta! —dije yo dándole con el codo en su costado.
Pero lo ciertoes que ambas miramos cómo terminaba su pis y cómo luego parsimoniosamente cogíapapel y se limpiaba el glande, a medio cubrir por su prepucio. En cierto modoambas coincidimos en que “cosa” era digna de ver.
Luego lollevamos a su cuarto, lo ayudamos a ponerse el pijama y lo acostamos en micama.
Recuerdo queesa noche, mientras intentaba conciliar el sueño junto a mi hija en suhabitación, ambas comentamos lo ocurrido en el baño.
— ¡Jo mamá,has visto qué enorme la tiene! —dijo Celeste, quien tampoco podía dormir.
— Si Celeste,claro que la he visto, pero tienes que ser un poco más discreta en tusafirmaciones.
— Lo sé mamá,pero es que me salió del alma —dijo risueña.
— Bueno, puessí, admito que tiene una herramienta enorme, me he quedado tan impresionadacomo tú, la verdad —admití.
— ¡Jo mamá, laverdad es que enorme! —dijo Celeste repitiendo mis palabras.
— ¡Oye, eso yalo he dicho yo! —contesté riendo.
— Por ciertomamá, ¿te importa si soy un poco mala? Es que después de ver esa “cosa” creoque me he puesto un poco cachonda —me confesó Celeste.
Lo cierto esque mi relación con Celeste es muy íntima y no he dudado nunca en explicarlecosas como la masturbación o el sexo, eso ha hecho que estemos siempre muyunidas y me cuente todo y yo a ella también.
— Bueno hija,si te apetece, aunque no hagas mucho ruido, porque mañana tengo que madrugar,¿vale?
— ¡Ok mum!—exclamó Celeste, quien a veces se refería a mí en inglés como “mum”.
Traté deconciliar el sueño en vano y el pensar que celeste se acariciaba bajo lassábanas fue otra fuente de distracción para mí, así que casi sin darme cuentame hice las braguitas a un lado y yo también me entregué al goce solitario.
— Mamá, tútambién estás liada, ¿verdad? —mepreguntó poco después mi hija, atenta a los leves sonidos de roces que seescuchaban.
— BuenoCeleste, yo tampoco soy de piedra, ¿sabes?
— Está bienmamá, lo haremos juntas —dijo mientras arreciaba en sus frotes al saber que yoya no intentaba dormir sino otra cosa.
No tardé muchoen encontrar un punto aceptable de excitación, con mi sexo muy húmedo ylubricado. Me dediqué a acariciar mis labios mayores y menores, para terminar,penetrándome suavemente con una mano, mientras con la otra me frotaba elclítoris.
— ¿Te imaginasmontar a Hugo mamá? ¡Con esa herramienta dentro! —me confesó en medio del acto.
— ¡No seasobscena hija! ¡Es el hijo de Ada y no está bien! —le reproché yo escandalizada.
— ¡Vamos mamá,él también tiene derecho a gozar y nosotras con él! —rió burlona.
Lo cierto esque la sola mención de Hugo hizo que mis pensamientos se enfocasen en él yefectivamente me lo imaginara tumbado en mi cama y yo, como una profe sexual,sentándome sobre su herramienta, haciéndola entrar en mi interior y gozando deella.
— Bueno hija,puedes fantasear con eso, pero nada más, ¿entiendes? —le pregunté a sabiendasde que ésta sabía a lo que me refería.
— ¡Está bienmamá! ¡Oh, qué delicioso! —me confesó.
— A mí tambiénme está gustando —le dije yo.
Seguimos ambasgimiendo mientras nos acariciábamos, conscientes de lo que hacía la otra.
— Sabes mamá,me está gustando volver a hacerlo junto a ti, como cuando me explicabas en quéconsistía la masturbación femenina —me confesó de nuevo.
— ¿En serio?—dije yo sorprendida.
— Si, recuerdo“tus clases” y cómo me explicabas la mejor forma de acariciarme para alcanzarel orgasmo. También me acuerdo cuando lo hacíamos juntas, porque así a mi medaba menos vergüenza —recordó para mí.
Era cierto,Celeste era muy tímida en lo que al sexo se refiere y tuve que mostrarle comomasturbarse no era nada malo, sirviendo yo misma de ejemplo. Recuerdo cómo memiraba atónita cuando yo me masturbaba delante de ella en mi cama.
— Es ciertoCeleste, ahora que lo dices, me acuerdo también lo nerviosa que estaba yoexplicándote todo aquello de la masturbación, haciéndolo delante de ti para queno te sintieras avergonzada y la avergonzada era yo —le confesé.
— ¿En seriomum? ¡Jo, qué recuerdos! —añadió acelerando sus caricias—. Podrías contarme másde aquellas sesiones, ¡me pone mucho recordar! —dijo.
— ¡Oh sí!Recuerdo que estaba muy nerviosa mientras me acariciaba delante de ti, inclusorecuerdo que tú me acariciabas los pechos suavemente mientras yo te explicabaque eso también ayudaba. Recuerdo que cuando empezaste a pellizcarme lospezones sentí escalofríos y eso me ayudó a relajarme y excitarme más.
— ¿Ah sí mum?¡Yo también me acuerdo de que cuando llegó mi turno tú me hiciste lo mismo ytambién me excitó sentir tus caricias en mis pezones! ¡Luego bajaste la mano yllegaste hasta mi sexo y me rozaste los labios vaginales y esto me hizo sentirescalofríos! ¡Creo que ya estoy a punto mum!
— ¿En serio?¡Ya no me acordaba de eso! —dije yo, arreciando también en mis caricias, puestambién estaba disfrutando del recuerdo compartido con ella.
— ¡Oh si mum!También me rozaste el ano, ¿sabes? Esto me desconcertó y provocó que mecorriese delante de ti. ¡Oh ya no puedo esperar más mum, me voy! —dijo Celestecomenzando a dar pequeños gritos mientras gemía.
— ¡Oh siCeleste, que rico! Yo también recuerdo ese primer orgasmo tuyo, temblaste comoun junco, estremeciéndote mientras la brisa te doblaba. ¡Yo también me voy contigo hija! —dije yoentregándome a mi particular orgasmo.
Nuestrasrespiraciones agitadas se fueron acompasando con el paso de los segundos yfinalmente todo fue silencio.
— ¡Qué bienmamá! Me encanta tenerte de compañera de cuarto.
— ¡A mítambién hija! —le confesé recreándome en las caricias finales hacia mi sexo.
Por fin elsueño me venció y esa noche recuerdo que tuve más sueños húmedos.
PD.: Soy Zorro Blanco 2003, autor de novelas eróticas, si te gustan mis relatos, búscame en mi blog, soy facil de encontrar.
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