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Pasando el rato...







El sábado pasado el Ro tuvo un cumpleaños. Ya desde que llegó la semana anterior del colegio con la invitación estuvo contando los días que faltaban para la fiesta. Así de entusiasmado estaba. Hasta fuimos juntos a comprar el regalo y, como se imaginarán, también tuve que comprarle algo a él, por lo que su entusiasmo estaba doblemente justificado.
El cumple se celebraba en un pelotero de la calle Inclán, no muy lejos de casa. Hacia allá vamos en un taxi, solos él y yo, ya que mi marido tenía un compromiso laboral impostergable.
Llegamos con la fiesta ya empezada, por lo que entramos, dejamos el regalo junto a todos los demás y antes de que me diera cuenta el Ro ya estaba jugando con sus compañeritos.
La madre del cumpleañero se me acercó y me invitó una bebida y unos bocaditos a la vez que me agradecía la concurrencia.
Algunos padres se instalaban en una mesa especialmente preparada para ellos, aunque otros dejaban a sus hijos y preguntaban por la hora de finalización para pasar luego a retirarlos. Yo fui de estos últimos, ya que tanto ruido me hacia doler la cabeza. Pero antes de irme, lógicamente le pregunté al Ro si se animaba a quedarse solo.
-Sí mami, andá, yo me quedo- me dice sin preocupación alguna.
-Cualquier cosa le avisas a la mamá de Leo (el agasajado) que ella me llama y vengo volando- le digo como para tranquilizarlo, pero él estaba más tranquilo que yo.
-Sí mami, dale- me insiste, más atento a sus juegos que a mí.
Recién entonces supe darme cuenta de lo rápido que crecen. Me resultaba increíble que ese bebito de ayer fuera este niño de hoy, ya tan seguro y decidido.
Le doy un beso y me despido hasta dentro de un rato. Salgo del pelotero y me quedo mirando un rato por la ventana, por si de repente se pone a extrañarme, pero no, lo veo jugando de lo más contento, olvidándose por completo de su mamá.
Ya estoy por irme, cuando un taxi se detiene junto al cordón de la vereda y asomándose por la ventanilla del pasajero, un tipo me pregunta si ahí se festeja el cumpleaños de Leandro M.
Le digo que sí, que es ahí. Le paga entonces al taxista y se baja con un nene de la edad del Ro al que reconozco como Santiago, de su mismo salón. A la que conozco es a Paula, la mamá, que es la que siempre lo lleva y lo retira, al papá no lo conocía, aunque por lo que sabía, a través de "radio pasillo", es que se habían separado en muy malos términos.
-Es que perdimos la invitación y no sabíamos bien dónde era, éste es el tercer pelotero en el que preguntamos- me explica como si hiciera falta.
-Suele pasar- le digo quitándole dramatismo a la situación, aunque sabiendo que los hombres son un desastre para esos temas.
-¿Crees que lo vayan a dejar entrar?- me pregunta con cierta preocupación.
-Hablá con la mamá de Leandro y explicale el problema, es la que está repartiendo bocaditos- le aconsejo, señalándosela por la ventana.
Siguiendo mi consejo entra al local y habla con la madre del cumpleañero, solucionando en cuestión de segundos un problema que él creía insalvable.
-Gracias, me salvaste- me dice al salir, tras dejar a su hijo jugando con los demás niños, el Ro incluido.
-Con la madre tenemos custodia compartida, y este fin de semana me toca a mí tenerlo- me explica -No me quiero imaginar lo que diría si le hacía perderse el cumpleaños, con lo entusiasmado que estaba-
Conocía a su ex de cruzármela en reuniones de padres, y aunque la había tratado poco, no me caía para nada bien, así que lo entendía a la perfección.
-El mío desde hace una semana que no para de hablar de lo mismo- coincido -La verdad es que yo también estaba ansiosa por que llegara la fecha del cumple, para que por lo menos se interese en otra cosa-
-Sí, por lo menos hasta el próximo cumpleaños-
-¡Jaja! Sí-
Casi por inercia empezamos a caminar para el mismo lado.
-Perdoná, yo te estoy siguiendo y no sé si tu marido te está esperando- comenta cuando llegamos a la esquina de 24 de Noviembre sin que ninguno sepa bien para dónde agarrar.
-No, vine en taxi, solo voy a dar una vuelta hasta que termine el cumple- le explico. 
-Yo lo mismo, ¿no te molesta que te acompañe?-
-Para nada, aunque soy del barrio no conozco muy bien esta zona, así que mejor si estoy acompañada- asiento.
-Entonces si vamos a ser compañeros de caminata mejor me presento, soy Lucio, como ya sabés papá de Santiago-
-Mariela, mamá de Rodrigo-
Nos saludamos con un beso, apenas un roce de nuestras mejillas, nada transgresor ni zarpado, pese a lo cual supe darme cuenta de que terminaría garchando con ese hombre. Esas cosas se saben, se intuyen. Y en mi caso particular, mi sexto sentido siempre resulta infalible.
No sé si a él le habrá pasado lo mismo, aunque me imagino que todo hombre tiene la fantasía de voltearse a la mamá de algún compañerito de colegio de su hijo, por lo menos las que están buenas, claro.
Yo jamás había tenido esa necesidad. Me he cruzado con papás tanto en las reuniones como a la entrada y salida del colegio, y aunque algunos me han saludado muy efusivamente, nunca me había sentido atraída por ninguno de ellos. Hasta ahora, claro, aunque no se trataba de una atracción propiamente dicha. Eso lo tenía bien en claro. Tenía más que ver con que disponía de algunas horas libres, y entre andar por ahí haciendo tiempo o echarme un polvo, bueno, ya sabemos cuál elección me parecía la más adecuada.
-Si encontramos un lugar, ¿me aceptarías un café?- me pregunta mientras cruzamos Chiclana, siguiendo siempre por 24.
-Sí claro, un café me vendría muy bien en este momento- acepto.
Sin que ninguno de los dos lo propusiera, llegamos a Brasil y doblamos a la izquierda.
-Por acá debe haber algo- sugiere Lucio.
-Es una avenida- coincido -Así que quizás haya aunque sea un barcito-
Y hay, pero no un bar ni una confitería, sino un telo. 
Casi en la esquina de la siguiente cuadra, aparece, como invitándonos a entrar,  un albergue transitorio: El Colorado. Casi como si estuviésemos pensando lo mismo, miramos el frente del telo, nos miramos entre nosotros y nos echamos a reír.
Risas nerviosas, cómplices, insinuantes...
-Si no fuera porque recién nos conocemos, te invitaría a entrar- me dice Lucio como queriendo hacer un chiste.
Lo miro sorprendida.
-¿Acaso hay una regla que dice por cuanto tiempo hay que conocer a una persona para invitarla a un telo?-
Mi réplica constituye prácticamente un alegato a favor de que se olvide de cualquier prejuicio y me invite a entrar.
Me mira con cautela, como tratando de discernir si hablo en serio o le estoy devolviendo la supuesta broma. Entonces se arma de valor y preparándose para lo que venga, me pregunta lo que ambos queremos escuchar:
-¿Entramos...?-
En ciertas situaciones no hace falta decir nada, con solo un gesto alcanza y sobra para expresar lo que se siente, y ésta era una de ellas.
Lo agarro de la mano, entrelazando mis dedos con los suyos y mirándolo con una sonrisa cómplice, avanzo junto con él hacia la puerta.
-Solo te pido una cosa- le digo antes de entrar -Que lo que pase acá, se quede acá-
-Quedate tranquila, soy un caballero- asiente.
Decido confiar en él, mi instinto me dice que puedo hacerlo, así que entramos.
 Ya en la habitación, mientras nos besamos, me acuerdo de su esposa, ex esposa mejor dicho, lamentando que se hayan separado, ya que me hubiese gustado que le pusiera bien los cuernos conmigo. Pero bueno, no se puede tener todo siempre...
Con modos suaves aunque firmes, Lucio me recuesta sobre la cama, quitándome de inmediato los zapatos, el pantalón y la bombacha, una común de algodón, nada sexy, ya que no tenía planeado encamarme, solo iba a llevar al Ro a un cumpleaños, pero ahí estaba, en un telo con el papá de uno de sus compañeritos.
Ya sin obstáculos de por medio, arremete contra mi sexo, lamiéndolo todo a lo largo, poniendo especial énfasis en ese botoncito hinchado y enrojecido, cuyas palpitaciones parecen tener el mismo ritmo e intensidad que las de mi corazón.
Me mojo enseguida, lubricando mis partes íntimas con ese flujo que parece impregnarlo todo con su agradable densidad. Siento la lengua de Lucio introducirse como una pala por entre mis abultados labios para sorber cada gota de tan acaramelado fluido.
Cierro los ojos y soltando una profusa amalgama de gemidos y jadeos, me bajo las mangas de la blusa, me levanto el corpiño y me pellizco las tetas, retorciéndome los pezones, estirándomelos como si fueran chupetes de goma.
La calentura es tanta que necesito desfogarme de todas las formas posibles.
Ahora, junto con la lengua, el papá de Santi introduce un par de dedos, presionándolos de tal forma que me provoca una violenta eyaculación. 
Puro flujo, pura calentura.
Siento como si tuviera una bola de fuego ardiendo en mi interior, haciéndose más y más grande cada vez, amenazando con consumirme en cuerpo y alma si no hago nada por detenerla.
-¡Cogeme...!- le pido a Lucio apenas con un susurro ahogado. 
Quiero decirle más pero no puedo, los gemidos se amontonan en mi garganta de tal forma que apenas puedo pronunciar una sola palabra, la cuál repito una y otra y otra vez como una letanía:
-¡Cogeme...! ¡¡Cogeme...!!-
Cuando pronuncio el último "cogeme", abro los ojos y lo veo de pie frente a mí, ya con el preservativo puesto, ostentando una erección de esas que te convencen de que aquello, pese a lo que algunos quieran suponer, no puede ser un error.
Así como estoy echada, se acomoda entre mis piernas, me pasea la punta de la pija por toda la hendidura, y acomodándola en su estuche natural, me la manda a guardar bien hasta los pelos. Bueno, en realidad no hasta los pelos, ya que tiene afeitada toda esa parte, por lo que sería más acertado decir que me la mandó a guardar hasta los huevos. 
Dura, pletórica, rebosante de vigor, me la mete hasta el fondo y dejándola adentro el tiempo suficiente para que mi carne se ajuste a su carne, me empieza a coger con unos modos suaves y atemperados, como si tuviera la concha de porcelana y no quisiera darme fuerte para no rompérmela.
Lo agarro con las dos manos por las nalgas y acoplándome a sus movimientos, le marco yo misma el ritmo.
-¡Fuerte..., dame fuerte...!-
Ahora sí, con renovados bríos, me garcha como a mí me gusta, con la fuerza de una topadora, siempre para adelante, retrocediendo solo para avanzar con más ímpetu todavía.
Nos besamos con lengua y todo mientras nuestros sexos se funden y colisionan, urgentes, apasionados, adueñándose el uno del otro.
Esos son los momentos en que la infidelidad, el engaño, vale la pena. Cuando el placer se esparce por todo tu cuerpo, arrebatándote la razón, el sentido común y hasta la noción del tiempo. Nada más importa que ESE momento, tan único y distinto cada vez, durante el cuál la supremacía de los sentidos prevalece por encima de cualquier otra sensación.
El mundo se deshace a nuestro alrededor, dando vueltas y vueltas, cobrando distintas formas, hasta que una explosión compartida nos devuelve a la realidad.
Sé que para la mayoría de las mujeres no es tan fácil tener un orgasmo, ni digamos uno en perfecta sintonía con el de tu amante. Pero en mi caso, siempre acabo junto a mi hombre, como si las agujas de nuestros relojes sexuales estuvieran perfectamente sincronizados, pese a que seamos un par de desconocidos.
Luego de ese primer polvo llamo a la mamá de Leandro y le pregunto por el cumpleaños. Ya rompieron la piñata y ahora están disfrutando de un show de súperhéroes.
-Parece que tenemos tiempo para la revancha- le digo dejando el celular para agarrarle la pija, que todavía está hinchada y predispuesta a más.
Le doy una larga e incitante chupada, le pongo el forro y me le subo encima, disfrutando de nuevo esa sensación de apertura y llenado que vuelve a colocarme en aquel sitial de honor del cuál jamás quisiera prescindir.
Me muevo arriba y abajo, agitándole las tetas delante de la cara, incitándolo a que me las chupe y muerda, mientras me deslizo en esa barra incandescente que se apodera de todos mis sentidos.
En medio de otro poderoso orgasmo, refulgente e intenso, me bajo de encima suyo y echándome a un lado, me pongo en cuatro, con la cola bien levantada y las tetas colgándome pesadamente.
Sin perder ni un segundo, Lucio viene hacia mí, con una erección de esas que debería figurar en cualquier muestrario de vergas. 
Me coloca la punta entre los gajos y agarrándome bien de las caderas, me vuelve a llenar con su carne, embistiéndome a continuación con unas descargas vibrantes y encendidas. 
El PLAP-PLAP-PLAP de nuestros cuerpos chocando parece seguir el mismo ritmo de la música que suena por los parlantes.
Una delicia intensa y envolvente vuelve a arrancarme de la faz de la Tierra y a elevarme al Séptimo Cielo. Otro orgasmo. Una oleada de placer que me sumerge en un festival de sensaciones tan sublimes como arrolladoras.
Mientras me entrego al disfrute, Lucio me sigue cogiendo, con más ímpetu cada vez, golpeando su cuerpo contra el mío, violento, indómito, salvaje.
Entra y sale en toda su aguerrida extensión, prodigándome un sinfín de incitante emociones.
Ya al borde del colapso me agarra de los pelos, como si fuera la crin de una yegua y me monta desaforado, gritando, aullando, remeciéndome hasta la última vértebra de la columna. 
Yo ya estoy empapada de placer, con el flujo chorreándome por los muslos, el clítoris titilando de excitación, el corazón galopándome a mil por hora.
Una última descarga y dejándomela bien clavada, se deja ir, puedo sentir la explosión y los estremecimientos que le sacuden el cuerpo.
Nos quedamos durante un buen rato ahí, derrumbados, entre profusos y exaltados suspiros, sudorosos los dos, temblando todavía debido al impacto de los sucesivos orgasmos que tuvimos.
El sonido de un mensaje recibido me devuelve a la realidad. Es de la mamá del cumpleañero.
"Ya estamos cortando la torta, si no te apurás te quedas sin porción".
Le aviso a Lucio que el cumpleaños ya está por terminar, por lo que nos levantamos y nos damos una ducha rápida, en la que no faltan besos ni caricias.
Aunque estamos cerca, al salir del telo tomamos un taxi, claro que para evitar rumores, él se baja una cuadra antes, mientras yo sigo hasta la misma puerta del pelotero.
Retiro al Ro que está de lo más contento con su porción de torta, las golosinas de la piñata y los souvenires del cumple. Le agradezco a la mamá por la invitación y con el mismo taxi nos volvemos a casa. 
No me quedo para ver a Lucio. No me interesa. Ya me ayudó a pasar el rato, ¿para qué más?...
























 



14 comentarios - Pasando el rato...

Argie_Arch
Gran realto. Se nota ese toque femenino y delicado para escribir, y no por eso es menos caliente! Te empeizo a seguir de ahora en adelante
ldrja
El sueño de todo padre, una genia
juste
Últimamente parece q son polvos sin trascendencia, donde están tus amigos, tus historias largas? Aun asi siempre me la pones dura jaja, besote
gallo7553
Lo mismo.digo muchos personajes anonimos falta mas amigos parientes del.barrio mas chanchadas
rosex62
WHHHOOOOUUUUUUUUUU, que historia más caliente por dioossss, me hiciste parar la pija!!!!!!
hijodelnegro
Como siempre marita me la dejas dura como una piedra. Genial como nos tenes acostumbrados!!!!
facujoss
Impecable como todos sus relatos!
Bass_07
ya te deje puntos marita preciosa! sueño con que alguna vez se me de con vos asi de casualidad jaja
gust7387
Como siempre excelente tus relatos
jorgecba339
Como siempre me dejas pasmado con tus relatos mari besos y seguí así
borracho_tuerto
Excelente y cachondo relato como ya nos tienes acostumbrados querida Mary...FELICITACIONES!!


Pasando el rato...
Daniel_patacon
Me encanto este relato! muestra lo puta que eres, asi de rico y encedida estas es divino demaisado! todo casual saciando tus ganas! besos nena! me encantan tus relatos te sigo desde ahce mucho