Dos meses después, tras unos cuantos litros de leche derramada, mi pequeño negocio iba viento en popa. Tenía a mis dos guarras (mi madre y la Fátima) trabajando a pleno rendimiento y vivía como un señor aprovechándome del sudor de sus respectivos coños.
El Moja se había convertido en un fiel ayudante y se encargaba de controlar el rendimiento de su madre, a la que había comenzado a follarse con asiduidad, para alegría de ambos. Fátima continuaba con sus antiguos clientes y con algunos nuevos que yo le había ido consiguiendo a través de una página de contactos de Internet, a cambio de una comisión. Trabajaba en su piso y también hacía encargos a domicilio. La verdad es que estaba encantada con el subidón de trabajo que había tenido desde que me la cepillé por primera vez y le propuse hacerme negocios juntos. Mi morita favorita le había pegado un buen arreón a la hipoteca y podía permitirse algunos lujos. Además, contaba con el apoyo de su hijo, que la trataba como una reina y, cómo no, con mi protección... y algún polvete que le iba echando, por lo menos una vez por semana.
En cuanto a mi madre, había demostrado ser un hacha buscando clientes por su cuenta y, sólo en el gimnasio, ya había hecho cuatro o cinco clientes fijos. Todos ellos chicos jóvenes y cachas, como a ella le gustaban, que le daban caña a lo bestia. Todas las mañanas iba al gimnasio para cultivar el cuerpo y mantener su tipazo y no volvía sin haber hecho un par de mamadas en las duchas o echado un kiki rápido en el baño. Yo, por mi parte, también le iba buscando trabajillos para las tardes, esos ratos en que no iba a la parroquia o al club cristiano ese que frecuentaba (dónde, por cierto, ya estaba haciendo de ojeadora para conseguirme algún chochete más para el harén). Le buscaba los clientes a través de la red o entre colegas de mis antiguas juergas cuando iba de putas, como Óscar, un viejo amiguete del ejército del que mamá se encoñó bastante y al que, al final, le cedí a mi tía, porque me dio la sensación de que se estaba encariñando mucho con mi progenitora. Pero eso es otra historia.
Los polvos de las tardes con los clientes, mamá los pegaba en casa de Fátima, así estaba yo cerca por si tenía algún problemilla, aunque siempre procuraba que cuando concertaba una cita, el Moja estuviese por el piso, discretamente escondido por si surgía algo.
En casa, la vida transcurría feliz y apacible. El cabrito de papá pasaba la mayor parte del tiempo en el trabajo, con lo que yo me convertía en el hombre de la casa. Cuando el cornudo no estaba, me dedicaba a tocarme los huevos (metafóricamente, es decir: a leer, ver la tele, mirar porno, o estar sentado sin hacer nada contemplando el cuerpazo de mi madre mientras hacía las tareas de la casa con su atuendo de porno-chacha) o a follarme a mi puta madre. No había día en que no se llevase un par de polvos.
Todos los días, al llegar, me tenía que entregar el dinerillo obtenido y darme un pormenorizado informe de cómo había ido la jornada, con pelos y señales. Eso me la empezaba a poner dura. Y luego, verla caminar por la casa, bamboleando su culazo me terminaba de poner el rabo como una piedra. Al final, indefectiblemente, acababa cazándola en un momento u otro y empotrándola en la primera esquina mientras me la follaba en plan bestia. O le hacía chupármela cómo si no hubiese un mañana. Ella parecía feliz como nunca. Aunque viniese de que le petasen el culo y se hubiese comido cinco rabos, cada vez que veía que mi entrepierna comenzaba a chorrear, acudía rauda a la llamada del deber y consumía su ración de semen familiar.
Por las noches dormíamos juntos en la cama de matrimonio. Solíamos ver alguna peli guarra o vídeos cachondos de internet. También grababa nuestros polvos en vídeo y, después, nos recreábamos mirando nuestras hazañas sexuales. Inevitablemente acabábamos enrollándonos, para, después, dormir como benditos. Al día siguiente, la rutina se repetía inalterable, hasta que, cada tres semanas, aparecía el cornudo en casa y la cosa se animaba, porque teníamos que follar a escondidas, con una dosis de morbo adicional. Le hacía ponerse los mini pijamillas ridículos y soportar los absurdos comentarios del viejo: “Mari, que estás engordando mucho...”, ¡Ja, ja! Menudo capullo... no se enteraba de nada. ¡La leche de macho no engorda, gilipollas! ¡Es baja en calorías!
Cuando el cabrito estaba en casa, me gustaba tenerla siempre cachonda y provocarla todo el puto día, para fijarme como crecía la mancha de humedad en su entrepierna. Le decía que me dejase las braguitas llenas de flujos en la cesta de la ropa sucia del baño y me hacía un buen pajote con ellas, dejándolas empapadas de leche. Después le mandaba que fuese a lamerlas, lo que hacía con la puerta abierta mientras yo la observaba desde mi habitación, sobándome el rabo. Después, ya limpitas de semen, se las ponía. Ella, feliz de la vida, me hacía caso a todo.
Por las mañanas, cuando desayunábamos, yo en pijama, para perrear todo el día, el viejo con su traje de ver la tele (no hacía otra cosa, el muy capullo), y mamá, con sus leggins del gimnasio y su camisetita técnica, marcando tetazas, solía darle a escondidas un condón lleno de leche acabada de extraer que la puta guarra vertía sobre su café sin que lo viese el cornudo. Mamá se lo bebía ansiosa y después exclamaba un “¡Aaaah, vitaminas!”, llena de satisfacción. Yo me reía y, el cornudo, despistado, nos miraba con cara rara, sin saber de qué iba la cosa.
En cuanto teníamos ocasión nos dábamos un pico, y, cuando el viejo estaba apalancado en el sofá mirando la tele, a sus espaldas, nos pegábamos morreos de escándalo metiéndonos mano como posesos. También solía acudir a la cocina, “para echar una mano a mamá” le decía al viejo. Le echaba un polvo rápido o me la chupaba mientras oíamos la tele de fondo. Más de una vez estuvo el maricón a punto de pillarnos, pero está claro que la diosa fortuna ayuda a los audaces.
En realidad, me lo pasaba mucho mejor cuando estaba el viejo en casa, era más divertido y morboso. Y lo mejor eran las noches. No todas, pero por lo menos una o dos veces, mientras él dormía, mamá se escapaba del lecho nupcial y venía a hacerme una visita. Aprovechaba los días en que le cocinaba una cena pesada y plomiza, bien regada de vino, de las que exigen una buena digestión. Mi padre se quedaba frito en el sillón, momento que nosotros aprovechábamos en el sofá, tapados por una mantita ligera, para empezar a ponernos a tono. Nos pajeábamos mutuamente y, a veces la hacía chupármela, mientras le metía un dedo en el culo, vigilando que el viejo no se despertase. Más de una vez me corrí así y le hice tragárselo todo, más que nada para no manchar el sofá, ja, ja... A ella le encantaba. Incluso en una ocasión en que mi padre parecía catatónico, había bebido el sólo casi una botella de Rioja y se había zampado un entrecot de medio kilo, me la follé allí mismo en el sofá frente al maricón durmiendo la mona. Silenciosamente, hice a la puta empalarse sobre mi rabo y, marcando el ritmo, le llene el coño de leche en cinco minutos.
Aunque lo normal era que en el sofá sólo tuviéramos un precalentamiento. Lo bueno venía luego. Primero me iba yo a la cama, después ella se encargaba, a duras pena, de despertar al cornudo y arrastrarlo al catre matrimonial. Una vez allí, y tras comprobar que empezaba a roncar, salía de la habitación, contigua a la mía, y, dejando la puerta un poco abierta para oír cualquier ruido si despertaba, aparecía en mi cuarto, en pelota picada y con el pijamita en la mano para ponérselo al salir. Al verla se me ponía el rabo como el pescuezo de un cantaor y, no tardaba ni cinco segundos en tenerla mirando a Cuenca y con la polla enterrada en su culo. Ella gemía flojito, aunque a veces se le escaba algún grito... Por suerte el viejo no se despertó nunca. Una o dos horas después la mandaba a su cuarto a dormir, con todos sus agujeros bien llenos de leche. La nutrición es muy importante para la gente que hacer mucho deporte.
Con el tiempo me fui planteando hacer algo de publicidad para ampliar el negocio. Tenía pensado hacer un blog y anunciar a las putas allí, y se me ocurrió filmar un vídeo bien guarro de las dos líderes de la futura cuadrilla, Fátima y mamá. Después haría un buen montaje, pixelaría un poco las caras y lo colgaría en la red, con las tarifas, los teléfonos de contacto y demás.
Una mañana, una de las semanas que no estaba mi padre, se lo empecé a contar a mi madre mientras retozábamos en la cama. Ella me escuchaba atentamente mientras empezaba a sobarse el coño. Está claro que el tema la ponía cachonda. Le conté mis planes al completo. Lo del piso para montar el picacero ya se lo había dicho. Tenía bastante pasta ahorrada e instalaría allí a las dos guarras, pero siempre con vistas a ampliar el negocio. Sería más cómodo tener un sitio más discreto que el piso de Fátima. Y menos comprometido. Algunos vecinos empezaban a mosquearse con el trasiego de tíos por la escalera. La verdad es que andaban despistadillos, una vez oí a uno hablando en el ascensor y pensaba que el tema era de tráfico de droga o algo similar. Está claro que sospechaban del Moja y no de la Fátima, siempre con el pañuelito en la cabeza y esa sonrisa beatífica, quién iba a pensar que era una comepollas de primer nivel y tenía un culo que valía un imperio...
El piso ya lo tenía localizado, había encargado las camas y pensaba montar un buen antro para putas aficionadas. Ahora sólo se trataba de tirar el lazo a alguna cerda más y echar a rodar el negocio. Pero también había que hacer publicidad en serio, y ahí entraba el vídeo que había propuesto a mi madre. Con Fátima ya había hablado y estaba encantada con el asunto, me contó que un día, mientras esperaban un cliente para mi madre en su piso, ya estuvieron medio enrollándose para hacer un poco de precalentamiento. Al parecer mi madre le pidió que le revisase bien el coño, por si no lo llevaba bien depilado (todavía andaba a vueltas con el láser y le quedaban zonas sin depilar todavía, que se hacía a la cera). La Fátima, evidentemente, ante un pastel de ese calibre decidió aprovechar la coyuntura y pegarle una buena comida de chichi. Y mamá, más feliz que todas las cosas, le devolvió el favor tras correrse como una leona. Acababan de terminar su primer polvete lésbico y estaban abrazadas morreándose y compartiendo el sabor de sus respectivos chochos cuando llamó a la puerta el cliente de mamá y les cortó el rollo. Desde aquel día ambas tenían el tema pendiente.
Mi idea era más completa: hacer un cuarteto conmigo, el Moja y las dos guarras. Yo lo filmaría con cuatro cámaras fijas, una en cada esquina de la habitación, y una pequeña que iría usando de vez en cuando para algún primer plano. Después haría un montaje largo de una horita, para consumo interno y otro de quince minutos con las caras pixeladas para colgarlo en la web y captar clientes entre los fans de las maduras jamonas.
Cuando tuve el piso medio arreglado preparé la grabación y quedé allí una tarde con el Moja y su madre. Yo llevaría a mamá en el coche y haríamos la filmación. Coincidió con una de las semanas en las que teníamos al cornudo en casa y hubo que contarle un cuento chino: que iba a acompañar a mamá con el coche a un centro social de las afueras para un asunto de la parroquia y que luego la recogería cuando acabase. El viejo debía vivir en la parra, como de costumbre. Aunque era más bien que no apartaba la mirada de la tele. Porque el caso es que no se dio cuenta de la pinta de auténtico putón que tenía la zorra de su mujer cuando salió de casa. Un atuendo que no era el más adecuado para hacer obras benéficas. A no ser que la obra benéfica de la que hablamos sea comer una polla o dejarse dar por el culo por alguien que necesite vaciar sus cojones.
El caso es que había hecho vestirse a mi guarra con una mini bastante cortita, de esas que si te agachas un pelín se te ve el ojete. Algo que en su caso era bastante fácil, porque llevaba un tanga de hilo dental que se le metía en el culo hasta tensarse en su agujerito marrón. Unos zapatos de tacón de aguja que hacían menear sus nalgas insinuantemente y un top muy ajustado que sus tetazas pugnaban por reventar. Vamos, que iba hecha una monjita.
Bajando en el ascensor le pegue un buen morreo, diciéndole:
-¡Pero qué pinta de puta guarra tienes, cerda!
Ella sonreía angelical y me metía la lengua hasta la garganta, apretándome el paquete y abriendo bien las piernas para que le sobase el culazo a fondo.
Ya en el parking seguimos con el show y le tuve que dar un par de cachetes para que parase.
-¡Joder, puta, aguanta un poco que me vas a hacer correr antes de tiempo!
Se calmó un poco, pero cuando estaba conduciendo, ni corta, ni perezosa, se quitó el cinturón de seguridad e, inclinándose sobre mí, me bajo la bragueta y empezó a mamarme el rabo con avidez. ¡Cualquiera diría que hacía meses que no follábamos! Y me la había tirado dos veces el día anterior...
-¡Para ya, joder, que nos vamos a matar!
Pero nada, insistía tozuda, hasta que, finalmente, tuve que buscar un lugar discreto y pararme el arcén para dejarle completar el trabajo. He de reconocer que la traté con un poco de dureza, porque me había puesto de mala leche tener que parar. Pero a ella no pareció importarle, a fin de cuentas le molaba el rollo duro y que le diesen caña.
Así que empecé a apretarle bien la cabeza mientras me chupaba la polla, hasta que la boca tocaba mis huevos y empezaba a babear como una cerda.
-¡Esto es lo que quieres! ¿No, puta? ¡Pues chupa, puerca, chupa, hasta los huevos! ¡Asquerosa cerda! Mira que hacerme parar... Eres una guarra de la hostia...
Le levantaba y le bajaba la cabeza como si fuese una muñeca, tirándole del pelo sin compasión. Ella gemía y babeaba a un tiempo y se dejaba hacer. Mientras, había bajado una de sus manos y empezaba a acariciarse el coñito.
-¿Te gusta, eh? ¿Te gusta esto?
-Mmmmmm... –ella gemía sin poder hablar, con la polla en su garganta
Yo empecé a moverle el tarro con una mano y con la otra le palmeaba el culo y le empecé a meter un dedillo en el ojete, cuando estaba a punto de correrme, como solía hacer habitualmente. Ella lo notó y supo que subía la cuajada. Empezó a agitarse más rápido, esperando la leche. Yo me corrí como un animalucho, apretando su cabeza y dejando que el esperma resbalase directamente por su garganta camino del estómago. Luego esperé un minuto, mientras el rabo iba perdiendo grosor en su boca. Ella se dejó hacer, relajándose, también acababa de correrse y ya parecía más tranquila.
-Ya está – dije soltándola.- Ya tienes lo que querías, zorra.
-¡Gracias, Marcos! – me respondió, limpiándose los morros con la mano. Con la cara y el peinado hechos un cromo. –Eres un cielo... Luego tengo una sorpresa para ti...
Me dejó un poco intrigado, pero se nos hacía tarde y no le pregunté. Levanté su cabeza, cogida por los pelos y acerqué su cara babeante para escupirle un par de veces. Ella se dejó hacer sumisa. Le restregué bien la saliva por toda la cara y, después, la empujé hacia su asiento mientras me abrochaba los pantalones.
-¡Joder, cerda, eres la hostia! De verdad, si no fueses mi madre, te iba a dejar tirada en este puto descampado, que es lo que te mereces... –estaba un poco cabreado, aunque, en el fondo, me sentía orgulloso de haberla convertido en una puta tan entusiasta.
Ella se limpiaba la cara con un kleenex, mirándose en el espejito del coche y sonriendo ante mis palabras.
-Anda ya, cabroncete... Si tú te lo has pasado mejor que yo. – dijo – Nunca serías capaz de dejar tirada a tu pobre mamá... ¿Quién te iba a comer el rabo mejor que yo, eh?
Yo, al final, no pude evitar reírme y acerqué mi cara para darle un pico, que se convirtió en un intenso morreo que, increíblemente, volvió a ponerme la polla durilla.
-¡Para ya, cerdita, para ya! Que al final me voy a quedar sin leche para la peli... –le dije, separándome de ella y arrancando el coche.- Vamos al piso, cagando leches, que aquellos dos nos esperan y son capaces de empezar sin nosotros...
-Lo dudo...-me respondió mamá –La Fátima sabe bien que como empiece sin mí, se queda sin la comida de coño que le debo...
Arranqué y partimos para el pisito.
Al llegar recibimos las quejas de Fátima y el Moja, aunque al ver el pelo revuelto de mamá, ya supusieron lo que había pasado por el camino y, sonriendo, Fátima nos dijo:
-¡Vaya, había prisa por empezar, eh!
Fátima nos esperaba vestida con un sujetador de encaje negro, medias de rejilla y unas braguitas tanga de encaje, también negras. Estaba maquillada, muy de puta y balanceaba su culazo al ritmo de unos tacones de infarto. El Moja, que ya estaba en pelotas, tenía la picha colgandera y en fase de crecimiento. Parece que ellos también habían estado haciendo su precalentamiento. En la televisión tenían puesta una peli porno que parecía una recopilación de faciales a estrellas porno maduritas. Un buen fondo de pantalla para ir entrando en el tema.
Tras los saludos de rigor y los besitos de presentación, mamá se quitó su vestido y se quedó también con un conjunto de lencería adecuado para la ocasión. Yo me desnudé y preparé los equipos de grabación. Monté un par de cámaras con un trípode a ambos lados del sofá, para hacer la primera parte del vídeo y empecé con una especie de presentación que quería que hiciesen las putillas. Inicialmente pensé en que se pusiesen un apodo profesional, para trabajar de guarra, pero luego me dije que, a fin de cuentas, Mari y Fátima, son tan comunes y vulgares que tienen más gracia que Sandra o Vanessa... y, además, así no nos liaríamos durante el rodaje si nos equivocábamos al llamar a alguna de ellas, Moja o yo. El caso es que senté a las dos putas en el sofá y las hice presentarse:
-Hola, amigos, me llamo Mari, tengo 48 años y soy puta. Soy una puta vocacional. No es una cuestión de necesidad, ni nada que se le parezca. Hago esto porque me gusta. Me gusta follar, me gusta chupar pollas y tragarme la leche. Me gusta que me coman el coño y que me lo follen fuerte y con ganas. Me gusta que me rompan el culo con una polla gorda y hermosa, como la de mi macho. Me gusta que me escupan cuando me están follando y que me calienten el pandero y la cara. Me gusta llenarme con las babas de una buena mamada y que mi macho me las restriegue por la cara. Me gusta que me sobe el culo y me meta sus dedos en el ojete. Me gusta chuparlos luego y compartir el sabor con Fátima, la otra puta de mi macho. Me gusta poner los cuernos a mi marido y ganar dinero comiendo pollas o follando para que mi macho esté contento conmigo y me regale su rabo... Me gusta todo eso y más... Y ahora, mi amiga Fátima y yo os haremos una demostración de lo que somos capaces y de lo que sabemos hacer. Y para ello nos ayudará su hijo, Mohamed, un antiguo amante mío y mi macho, Marcos. Mi macho, mi amante y mi hijo.
La presentación quedó estupenda. Enfoqué a mamá en un primer plano de su cara que luego fui abriendo para que se viese todo su cuerpo, sentada en el sofá con las piernas abiertas y acariciándose el chochete sobre las bragas y, al lado, una Fátima, sonriente que la imitaba.
Después, Fátima se presentó a sí misma de un modo parecido y, al terminar, empezaron a besarse. Se fueron desnudando una a la otra y comenzaron un show lésbico de alto voltaje que nos puso cardiacos a Moja y a mí.
No tardamos mucho en unirnos a la fiesta. Tras dejarlas culminar un orgasmo mutuo, acudimos al sofá, rabo en ristre para dar de mamar a nuestras madres. Ellas, encantadas, se amorraron al pilón y fuimos alternando de una guarra a otra durante unos minutos. Después, le indiqué al Moja que nos tocaba sentarnos a nosotros y nos acomodamos en el sofá, poniendo a las putas de rodillas y nos follamos sus cabezas en plan cañero. Cuando ya teníamos los rabos bien babeados, decidí hacer una pausa y mandé a mi madre a por un par de cervezas.
-Toca comida de ojete, mientras vemos este vídeo. –le dije. En pantalla se veía una recopilación de anales a negras culonas, bastante excitante y decidí tomarlo con calma. De hecho, no hacía ni media hora que acababa de correrme y no tenía prisa por volver a hacerlo.
Mamá volvió con las birras, le di una a Moja, y tras ponernos cómodos en el sofá, pusimos a las putas a comernos el culo. Eran unas auténticas adictas a los ojetes de macho y, mientras lamían, nos iban meneando las pollas con sus manitas. Nosotros comentábamos las imágenes del televisor, mientras bebíamos tranquilamente y de vez en cuando cambiábamos de pareja. Mi madre era muy buena comiendo culos, pero, la verdad, es que en este tema, Fátima era extraordinaria. Ponía ganas, interés y cariño. Meneaba la lenguecita como una lombriz y saboreaba a fondo todo el ojete, los huevos y la base del rabo. Introducía su lengua tiesa e intentaba follar el culo. Una sensación muy buena y agradable. De hecho, le lancé un par de escupitajos de agradecimiento que ella tragó con entusiasmo.
-¡Muy bien, Fátima! Eres la mejor... en esto. Si sigues así, luego te petaré el culo. Que sé bien lo que te gusta mi polla.
Ella me miraba agradecida y redoblaba sus esfuerzos. Mi madre, al oírme, se ponía celosa y, cuando le tocaba hacerlo a ella, la imitaba. Suplía su falta de técnica con esfuerzo y entusiasmo, lo cual es siempre de agradecer. Yo, lógicamente, estaba encantado y saboreaba feliz la cerveza. Y el Moja, ni te cuento.
Al cabo de un rato agarré a mi madre de los pelos y le indiqué al Moja que hiciese lo mismo con la suya y al grito de “¡Cambio de tercio!” las arrastramos a la habitación donde tenía montadas las cámaras. Una en cada esquina de la cama king size de 2 por 2 metros.
-¡Vamos zorras, a cuatro patas y con el culo en pompa! –grité.
Ambas, obedientes y con chillidos de satisfacción se colocaron en la cama tal y como les había pedido y empezamos a follarlas, cada uno a su respectiva madre, ambos de pie y con ellas arrodilladas en la cama.
Mientras las penetrábamos ellas, carita con carita, jadeaban ante las embestidas y, al cabo de un momento, se giraron y comenzaron a morrearse. Para facilitarles la tarea, le dije al Moja que cambiase a su madre de postura y nos fuimos cada uno a un lado de la cama, con lo que sus caras quedaban enfrentadas.
En un momento dado agarré la melena de mi madre y, al estirarla de los pelos, descubrí algo en la parte de atrás del cuello. Era un precioso tatuaje de una polla tiesa. En ese momento supe a qué se refería con lo de la sorpresa, cuando días atrás le hizo una foto a mi tranca tiesa. Yo pegué un berrido de satisfacción y orgullo y, clavando el rabo hasta los huevos en su culazo, le estiré la cabeza hasta que arqueó el cuerpo y acerqué su cuello para mordisquearlo con avidez, como una loba agarrando a sus cachorrillos. Ella gritó cuando le clave el rabo, pero enseguida empezó a ronronear satisfecha y me dijo, contenta:
-¡Sabía que te encantaría Marcos!
Continuamos taladrando, el Moja y yo. Las guarras empezaron a gemir como posesas. Ellas, simultáneamente, se acariciaban el coñito. Creo que se debieron correr un par de veces. Yo empezaba a estar cansado y quería correrme, pero antes, quería petarle el culo a Fátima, tal y como le había prometido, así que le indique a Moja que se follase a mamá:
-Moja, cabroncete, sube a la cama y fóllate el culo de mi puta madre, que lo está deseando.
-Síiiii... -dijo ella ansiosa. -¡Vamos cabrón!
Moja subió a la cama y la ensartó a lo bestia, al tiempo que ella pegaba un chillido. Yo hice lo mismo con Fátima y me encontré follándomela a lo bruto por el culo, con la cara de mi madre pegada, mientras el Moja hacía lo mismo con ella. Al verla allí, jadeando, decidí taparle de vez en cuando los morros con la polla. La sacaba del culo de la mora, para que me la chupase cada pocos minutos.
-¡Toma, puta asquerosa! ¡Saborea el culo de tu amiga, cerda!
Ella chupaba con avaricia y, al sacársela, babeaba con ganas, momento en el que le metía los dedos en la boca o la cogía de los pelos para levantar su cabeza y que pudiese recibir mis salivazos. El Moja no tardó en imitarme. Seguimos un rato con este jueguecito hasta que decidí que había llegado el momento de dar el premio a nuestras princesitas. Así que apunté la polla a la cara de mi madre y empecé a regarla con una espesa ración de semen calentito y recién extraído.
-¡Ni se te ocurre tragarte una gota, cerda! Te quiero bien puerca para el vídeo...
Cogí la cámara y filme su cara llena de babas y esperma, con los ojos vidriosos y una sonrisa de atontada.
-¡Saluda a la cámara! ¡Di hola, puta cerda...!
-¡Holaa...! –dijo tímidamente y con voz entrecortada.
Fátima, se encontraba en la misma tesitura y cogí a ambas de los pelos y las puse juntas al borde de la cama, con sus caritas junta, embadurnadas de leche, sudorosas y con la melena revuelta.
-¡Ahora, cerditas, ya podéis limpiaros las caras mutuamente! Y que no quede ni una gota. ¡Que la leche de macho no hay que desperdiciarla!
Rápidamente, mientras registraba, cámara en ristre, la escena para la posteridad, se giraron y empezaron a lamerse las caras. Tanto mamá, como Fátima parecían felices y el Moja y yo contemplábamos la escena encantados de nuestro excelente trabajo cinematográfico.
-Después de esto nos dan un Óscar... –dijo el Moja.
-Seguro, socio, seguro. –respondí.
Estuvieron lamiéndose un buen rato y, tras tener sus caras inmaculadas, siguieron con un profundo morreo y un abrazo mientras se tocaban los coños mutuamente.
-¡Menudas fieras! Parece que no han tenido bastante... –dije yo, entre las risas de todos.
Fui a la nevera a por otra birra y dejé al Moja con la cámara mientras las chicas culminaban el polvete lésbico. Afortunadamente no tardaron mucho, porque ya se iba haciendo tarde.
Después de una reparadora ducha, nos vestimos y cada pareja partió a su dulce hogar.
Mamá y yo, al llegar, encontramos al cornudo tal y como lo habíamos dejado, apalancado en el sillón, con las piernas sobre la mesita y mirando concursos de la tele. Nos saludó sin apenas girar la cara de la pantalla. Yo, viendo el panorama, aproveché para manosear el culo de la zorra, bajo la falda, e intenté meterle el dedo en el ano. A lo que ella respondió con un respingo y una risita. El maricón miró un momento, pero no se dio cuenta de nada porque de cintura para abajo el sofá nos tapaba de su vista. Incluso cuando nos miraba el viejo, insistí y le clavé el dedo hasta el fondo a mi puta madre. Ella aguantó el tipo y miró al infinito, mientras escuchaba a su amado y cornudo esposo:
-¡Ah, una cosa, Mari! Ha llamado tu hermana Fina, es por la boda de tu sobrina...
-¿Cuando era? No me acuerdo bien... –respondió ella removiendo el pandero para que el dedo entrase hasta el fondo. Yo disimulaba mirando el móvil que tenía en la otra mano.
-El sábado que viene, en un restaurante-hotel de carretera donde Cristo dio las tres voces. Que dice que la llames, que quiere que le confirmemos cuantos vamos a ir, si nosotros dos o viene también Marquitos.
-¡Ufff, el sábado! Qué pronto... –ella se giró hacia mí y me preguntó.- ¿Marcos tú quieres venir con nosotros?
-No sé... –respondí dudando. No me apetecía mucho perder un sábado por la tarde en el quinto pino. Sobre todo si tenía algún plan alternativo, como follarme a la Fátima o alguna otra zorra. Pero mi padre interrumpió mis pensamientos:
-Hombre, Marcos, sería mejor que fueses, porque así podemos ir con los dos coches. Tú llevas a tu madre y luego te la traes de vuelta y yo, ya salgo de la fiesta, directo a Zaragoza, que la semana que viene trabajo allí... Piénsalo, anda.
Tras aquellas palabras, ya estaba más que pensado. Si íbamos la puta y yo en el coche podía ser divertido. A lo mejor le podía decir que me la mamase en la autopista, o hacer alguna parada para echar un kiki en alguna estación de servicio... u obligarla a vender su culo a algún camionero... Se me estaban ocurriendo un montón de cerdadas. Y, creo que a mamá también, porque no tardó ni dos segundos en recoger el guante y afirmar categórica:
-Entonces te vienes Marcos, que si no, tengo que buscar alguien que me traiga de vuelta y es un rollo.
-Bueno, vale... –dije yo.- Y así veo a los tíos y la prima, que hace mucho que nos los veo. –Eso también era cierto, a mi tía hacía años que no la veía, era dos años mayor que mamá y, por lo que recuerdo, estaba también bastante buenorra. Aunque supongo que no sería tan puta.
-Pues nada, Alberto, arreglado. –concluyó, mamá- Me voy para dentro a hacer la cena, que ya es hora.
Mi padre se giró hacia la pantalla y yo saqué el dedo del culo de mamá y, cuando el viejo no miraba, lo llevé a su boca. Ella lo mamó a fondo y se fue rauda a la cocina, mientras yo me sentaba en el sofá a hacer compañía a papá y su cornamenta, mientras me pasaba el dedo baboseado por la napia.
El Moja se había convertido en un fiel ayudante y se encargaba de controlar el rendimiento de su madre, a la que había comenzado a follarse con asiduidad, para alegría de ambos. Fátima continuaba con sus antiguos clientes y con algunos nuevos que yo le había ido consiguiendo a través de una página de contactos de Internet, a cambio de una comisión. Trabajaba en su piso y también hacía encargos a domicilio. La verdad es que estaba encantada con el subidón de trabajo que había tenido desde que me la cepillé por primera vez y le propuse hacerme negocios juntos. Mi morita favorita le había pegado un buen arreón a la hipoteca y podía permitirse algunos lujos. Además, contaba con el apoyo de su hijo, que la trataba como una reina y, cómo no, con mi protección... y algún polvete que le iba echando, por lo menos una vez por semana.
En cuanto a mi madre, había demostrado ser un hacha buscando clientes por su cuenta y, sólo en el gimnasio, ya había hecho cuatro o cinco clientes fijos. Todos ellos chicos jóvenes y cachas, como a ella le gustaban, que le daban caña a lo bestia. Todas las mañanas iba al gimnasio para cultivar el cuerpo y mantener su tipazo y no volvía sin haber hecho un par de mamadas en las duchas o echado un kiki rápido en el baño. Yo, por mi parte, también le iba buscando trabajillos para las tardes, esos ratos en que no iba a la parroquia o al club cristiano ese que frecuentaba (dónde, por cierto, ya estaba haciendo de ojeadora para conseguirme algún chochete más para el harén). Le buscaba los clientes a través de la red o entre colegas de mis antiguas juergas cuando iba de putas, como Óscar, un viejo amiguete del ejército del que mamá se encoñó bastante y al que, al final, le cedí a mi tía, porque me dio la sensación de que se estaba encariñando mucho con mi progenitora. Pero eso es otra historia.
Los polvos de las tardes con los clientes, mamá los pegaba en casa de Fátima, así estaba yo cerca por si tenía algún problemilla, aunque siempre procuraba que cuando concertaba una cita, el Moja estuviese por el piso, discretamente escondido por si surgía algo.
En casa, la vida transcurría feliz y apacible. El cabrito de papá pasaba la mayor parte del tiempo en el trabajo, con lo que yo me convertía en el hombre de la casa. Cuando el cornudo no estaba, me dedicaba a tocarme los huevos (metafóricamente, es decir: a leer, ver la tele, mirar porno, o estar sentado sin hacer nada contemplando el cuerpazo de mi madre mientras hacía las tareas de la casa con su atuendo de porno-chacha) o a follarme a mi puta madre. No había día en que no se llevase un par de polvos.
Todos los días, al llegar, me tenía que entregar el dinerillo obtenido y darme un pormenorizado informe de cómo había ido la jornada, con pelos y señales. Eso me la empezaba a poner dura. Y luego, verla caminar por la casa, bamboleando su culazo me terminaba de poner el rabo como una piedra. Al final, indefectiblemente, acababa cazándola en un momento u otro y empotrándola en la primera esquina mientras me la follaba en plan bestia. O le hacía chupármela cómo si no hubiese un mañana. Ella parecía feliz como nunca. Aunque viniese de que le petasen el culo y se hubiese comido cinco rabos, cada vez que veía que mi entrepierna comenzaba a chorrear, acudía rauda a la llamada del deber y consumía su ración de semen familiar.
Por las noches dormíamos juntos en la cama de matrimonio. Solíamos ver alguna peli guarra o vídeos cachondos de internet. También grababa nuestros polvos en vídeo y, después, nos recreábamos mirando nuestras hazañas sexuales. Inevitablemente acabábamos enrollándonos, para, después, dormir como benditos. Al día siguiente, la rutina se repetía inalterable, hasta que, cada tres semanas, aparecía el cornudo en casa y la cosa se animaba, porque teníamos que follar a escondidas, con una dosis de morbo adicional. Le hacía ponerse los mini pijamillas ridículos y soportar los absurdos comentarios del viejo: “Mari, que estás engordando mucho...”, ¡Ja, ja! Menudo capullo... no se enteraba de nada. ¡La leche de macho no engorda, gilipollas! ¡Es baja en calorías!
Cuando el cabrito estaba en casa, me gustaba tenerla siempre cachonda y provocarla todo el puto día, para fijarme como crecía la mancha de humedad en su entrepierna. Le decía que me dejase las braguitas llenas de flujos en la cesta de la ropa sucia del baño y me hacía un buen pajote con ellas, dejándolas empapadas de leche. Después le mandaba que fuese a lamerlas, lo que hacía con la puerta abierta mientras yo la observaba desde mi habitación, sobándome el rabo. Después, ya limpitas de semen, se las ponía. Ella, feliz de la vida, me hacía caso a todo.
Por las mañanas, cuando desayunábamos, yo en pijama, para perrear todo el día, el viejo con su traje de ver la tele (no hacía otra cosa, el muy capullo), y mamá, con sus leggins del gimnasio y su camisetita técnica, marcando tetazas, solía darle a escondidas un condón lleno de leche acabada de extraer que la puta guarra vertía sobre su café sin que lo viese el cornudo. Mamá se lo bebía ansiosa y después exclamaba un “¡Aaaah, vitaminas!”, llena de satisfacción. Yo me reía y, el cornudo, despistado, nos miraba con cara rara, sin saber de qué iba la cosa.
En cuanto teníamos ocasión nos dábamos un pico, y, cuando el viejo estaba apalancado en el sofá mirando la tele, a sus espaldas, nos pegábamos morreos de escándalo metiéndonos mano como posesos. También solía acudir a la cocina, “para echar una mano a mamá” le decía al viejo. Le echaba un polvo rápido o me la chupaba mientras oíamos la tele de fondo. Más de una vez estuvo el maricón a punto de pillarnos, pero está claro que la diosa fortuna ayuda a los audaces.
En realidad, me lo pasaba mucho mejor cuando estaba el viejo en casa, era más divertido y morboso. Y lo mejor eran las noches. No todas, pero por lo menos una o dos veces, mientras él dormía, mamá se escapaba del lecho nupcial y venía a hacerme una visita. Aprovechaba los días en que le cocinaba una cena pesada y plomiza, bien regada de vino, de las que exigen una buena digestión. Mi padre se quedaba frito en el sillón, momento que nosotros aprovechábamos en el sofá, tapados por una mantita ligera, para empezar a ponernos a tono. Nos pajeábamos mutuamente y, a veces la hacía chupármela, mientras le metía un dedo en el culo, vigilando que el viejo no se despertase. Más de una vez me corrí así y le hice tragárselo todo, más que nada para no manchar el sofá, ja, ja... A ella le encantaba. Incluso en una ocasión en que mi padre parecía catatónico, había bebido el sólo casi una botella de Rioja y se había zampado un entrecot de medio kilo, me la follé allí mismo en el sofá frente al maricón durmiendo la mona. Silenciosamente, hice a la puta empalarse sobre mi rabo y, marcando el ritmo, le llene el coño de leche en cinco minutos.
Aunque lo normal era que en el sofá sólo tuviéramos un precalentamiento. Lo bueno venía luego. Primero me iba yo a la cama, después ella se encargaba, a duras pena, de despertar al cornudo y arrastrarlo al catre matrimonial. Una vez allí, y tras comprobar que empezaba a roncar, salía de la habitación, contigua a la mía, y, dejando la puerta un poco abierta para oír cualquier ruido si despertaba, aparecía en mi cuarto, en pelota picada y con el pijamita en la mano para ponérselo al salir. Al verla se me ponía el rabo como el pescuezo de un cantaor y, no tardaba ni cinco segundos en tenerla mirando a Cuenca y con la polla enterrada en su culo. Ella gemía flojito, aunque a veces se le escaba algún grito... Por suerte el viejo no se despertó nunca. Una o dos horas después la mandaba a su cuarto a dormir, con todos sus agujeros bien llenos de leche. La nutrición es muy importante para la gente que hacer mucho deporte.
Con el tiempo me fui planteando hacer algo de publicidad para ampliar el negocio. Tenía pensado hacer un blog y anunciar a las putas allí, y se me ocurrió filmar un vídeo bien guarro de las dos líderes de la futura cuadrilla, Fátima y mamá. Después haría un buen montaje, pixelaría un poco las caras y lo colgaría en la red, con las tarifas, los teléfonos de contacto y demás.
Una mañana, una de las semanas que no estaba mi padre, se lo empecé a contar a mi madre mientras retozábamos en la cama. Ella me escuchaba atentamente mientras empezaba a sobarse el coño. Está claro que el tema la ponía cachonda. Le conté mis planes al completo. Lo del piso para montar el picacero ya se lo había dicho. Tenía bastante pasta ahorrada e instalaría allí a las dos guarras, pero siempre con vistas a ampliar el negocio. Sería más cómodo tener un sitio más discreto que el piso de Fátima. Y menos comprometido. Algunos vecinos empezaban a mosquearse con el trasiego de tíos por la escalera. La verdad es que andaban despistadillos, una vez oí a uno hablando en el ascensor y pensaba que el tema era de tráfico de droga o algo similar. Está claro que sospechaban del Moja y no de la Fátima, siempre con el pañuelito en la cabeza y esa sonrisa beatífica, quién iba a pensar que era una comepollas de primer nivel y tenía un culo que valía un imperio...
El piso ya lo tenía localizado, había encargado las camas y pensaba montar un buen antro para putas aficionadas. Ahora sólo se trataba de tirar el lazo a alguna cerda más y echar a rodar el negocio. Pero también había que hacer publicidad en serio, y ahí entraba el vídeo que había propuesto a mi madre. Con Fátima ya había hablado y estaba encantada con el asunto, me contó que un día, mientras esperaban un cliente para mi madre en su piso, ya estuvieron medio enrollándose para hacer un poco de precalentamiento. Al parecer mi madre le pidió que le revisase bien el coño, por si no lo llevaba bien depilado (todavía andaba a vueltas con el láser y le quedaban zonas sin depilar todavía, que se hacía a la cera). La Fátima, evidentemente, ante un pastel de ese calibre decidió aprovechar la coyuntura y pegarle una buena comida de chichi. Y mamá, más feliz que todas las cosas, le devolvió el favor tras correrse como una leona. Acababan de terminar su primer polvete lésbico y estaban abrazadas morreándose y compartiendo el sabor de sus respectivos chochos cuando llamó a la puerta el cliente de mamá y les cortó el rollo. Desde aquel día ambas tenían el tema pendiente.
Mi idea era más completa: hacer un cuarteto conmigo, el Moja y las dos guarras. Yo lo filmaría con cuatro cámaras fijas, una en cada esquina de la habitación, y una pequeña que iría usando de vez en cuando para algún primer plano. Después haría un montaje largo de una horita, para consumo interno y otro de quince minutos con las caras pixeladas para colgarlo en la web y captar clientes entre los fans de las maduras jamonas.
Cuando tuve el piso medio arreglado preparé la grabación y quedé allí una tarde con el Moja y su madre. Yo llevaría a mamá en el coche y haríamos la filmación. Coincidió con una de las semanas en las que teníamos al cornudo en casa y hubo que contarle un cuento chino: que iba a acompañar a mamá con el coche a un centro social de las afueras para un asunto de la parroquia y que luego la recogería cuando acabase. El viejo debía vivir en la parra, como de costumbre. Aunque era más bien que no apartaba la mirada de la tele. Porque el caso es que no se dio cuenta de la pinta de auténtico putón que tenía la zorra de su mujer cuando salió de casa. Un atuendo que no era el más adecuado para hacer obras benéficas. A no ser que la obra benéfica de la que hablamos sea comer una polla o dejarse dar por el culo por alguien que necesite vaciar sus cojones.
El caso es que había hecho vestirse a mi guarra con una mini bastante cortita, de esas que si te agachas un pelín se te ve el ojete. Algo que en su caso era bastante fácil, porque llevaba un tanga de hilo dental que se le metía en el culo hasta tensarse en su agujerito marrón. Unos zapatos de tacón de aguja que hacían menear sus nalgas insinuantemente y un top muy ajustado que sus tetazas pugnaban por reventar. Vamos, que iba hecha una monjita.
Bajando en el ascensor le pegue un buen morreo, diciéndole:
-¡Pero qué pinta de puta guarra tienes, cerda!
Ella sonreía angelical y me metía la lengua hasta la garganta, apretándome el paquete y abriendo bien las piernas para que le sobase el culazo a fondo.
Ya en el parking seguimos con el show y le tuve que dar un par de cachetes para que parase.
-¡Joder, puta, aguanta un poco que me vas a hacer correr antes de tiempo!
Se calmó un poco, pero cuando estaba conduciendo, ni corta, ni perezosa, se quitó el cinturón de seguridad e, inclinándose sobre mí, me bajo la bragueta y empezó a mamarme el rabo con avidez. ¡Cualquiera diría que hacía meses que no follábamos! Y me la había tirado dos veces el día anterior...
-¡Para ya, joder, que nos vamos a matar!
Pero nada, insistía tozuda, hasta que, finalmente, tuve que buscar un lugar discreto y pararme el arcén para dejarle completar el trabajo. He de reconocer que la traté con un poco de dureza, porque me había puesto de mala leche tener que parar. Pero a ella no pareció importarle, a fin de cuentas le molaba el rollo duro y que le diesen caña.
Así que empecé a apretarle bien la cabeza mientras me chupaba la polla, hasta que la boca tocaba mis huevos y empezaba a babear como una cerda.
-¡Esto es lo que quieres! ¿No, puta? ¡Pues chupa, puerca, chupa, hasta los huevos! ¡Asquerosa cerda! Mira que hacerme parar... Eres una guarra de la hostia...
Le levantaba y le bajaba la cabeza como si fuese una muñeca, tirándole del pelo sin compasión. Ella gemía y babeaba a un tiempo y se dejaba hacer. Mientras, había bajado una de sus manos y empezaba a acariciarse el coñito.
-¿Te gusta, eh? ¿Te gusta esto?
-Mmmmmm... –ella gemía sin poder hablar, con la polla en su garganta
Yo empecé a moverle el tarro con una mano y con la otra le palmeaba el culo y le empecé a meter un dedillo en el ojete, cuando estaba a punto de correrme, como solía hacer habitualmente. Ella lo notó y supo que subía la cuajada. Empezó a agitarse más rápido, esperando la leche. Yo me corrí como un animalucho, apretando su cabeza y dejando que el esperma resbalase directamente por su garganta camino del estómago. Luego esperé un minuto, mientras el rabo iba perdiendo grosor en su boca. Ella se dejó hacer, relajándose, también acababa de correrse y ya parecía más tranquila.
-Ya está – dije soltándola.- Ya tienes lo que querías, zorra.
-¡Gracias, Marcos! – me respondió, limpiándose los morros con la mano. Con la cara y el peinado hechos un cromo. –Eres un cielo... Luego tengo una sorpresa para ti...
Me dejó un poco intrigado, pero se nos hacía tarde y no le pregunté. Levanté su cabeza, cogida por los pelos y acerqué su cara babeante para escupirle un par de veces. Ella se dejó hacer sumisa. Le restregué bien la saliva por toda la cara y, después, la empujé hacia su asiento mientras me abrochaba los pantalones.
-¡Joder, cerda, eres la hostia! De verdad, si no fueses mi madre, te iba a dejar tirada en este puto descampado, que es lo que te mereces... –estaba un poco cabreado, aunque, en el fondo, me sentía orgulloso de haberla convertido en una puta tan entusiasta.
Ella se limpiaba la cara con un kleenex, mirándose en el espejito del coche y sonriendo ante mis palabras.
-Anda ya, cabroncete... Si tú te lo has pasado mejor que yo. – dijo – Nunca serías capaz de dejar tirada a tu pobre mamá... ¿Quién te iba a comer el rabo mejor que yo, eh?
Yo, al final, no pude evitar reírme y acerqué mi cara para darle un pico, que se convirtió en un intenso morreo que, increíblemente, volvió a ponerme la polla durilla.
-¡Para ya, cerdita, para ya! Que al final me voy a quedar sin leche para la peli... –le dije, separándome de ella y arrancando el coche.- Vamos al piso, cagando leches, que aquellos dos nos esperan y son capaces de empezar sin nosotros...
-Lo dudo...-me respondió mamá –La Fátima sabe bien que como empiece sin mí, se queda sin la comida de coño que le debo...
Arranqué y partimos para el pisito.
Al llegar recibimos las quejas de Fátima y el Moja, aunque al ver el pelo revuelto de mamá, ya supusieron lo que había pasado por el camino y, sonriendo, Fátima nos dijo:
-¡Vaya, había prisa por empezar, eh!
Fátima nos esperaba vestida con un sujetador de encaje negro, medias de rejilla y unas braguitas tanga de encaje, también negras. Estaba maquillada, muy de puta y balanceaba su culazo al ritmo de unos tacones de infarto. El Moja, que ya estaba en pelotas, tenía la picha colgandera y en fase de crecimiento. Parece que ellos también habían estado haciendo su precalentamiento. En la televisión tenían puesta una peli porno que parecía una recopilación de faciales a estrellas porno maduritas. Un buen fondo de pantalla para ir entrando en el tema.
Tras los saludos de rigor y los besitos de presentación, mamá se quitó su vestido y se quedó también con un conjunto de lencería adecuado para la ocasión. Yo me desnudé y preparé los equipos de grabación. Monté un par de cámaras con un trípode a ambos lados del sofá, para hacer la primera parte del vídeo y empecé con una especie de presentación que quería que hiciesen las putillas. Inicialmente pensé en que se pusiesen un apodo profesional, para trabajar de guarra, pero luego me dije que, a fin de cuentas, Mari y Fátima, son tan comunes y vulgares que tienen más gracia que Sandra o Vanessa... y, además, así no nos liaríamos durante el rodaje si nos equivocábamos al llamar a alguna de ellas, Moja o yo. El caso es que senté a las dos putas en el sofá y las hice presentarse:
-Hola, amigos, me llamo Mari, tengo 48 años y soy puta. Soy una puta vocacional. No es una cuestión de necesidad, ni nada que se le parezca. Hago esto porque me gusta. Me gusta follar, me gusta chupar pollas y tragarme la leche. Me gusta que me coman el coño y que me lo follen fuerte y con ganas. Me gusta que me rompan el culo con una polla gorda y hermosa, como la de mi macho. Me gusta que me escupan cuando me están follando y que me calienten el pandero y la cara. Me gusta llenarme con las babas de una buena mamada y que mi macho me las restriegue por la cara. Me gusta que me sobe el culo y me meta sus dedos en el ojete. Me gusta chuparlos luego y compartir el sabor con Fátima, la otra puta de mi macho. Me gusta poner los cuernos a mi marido y ganar dinero comiendo pollas o follando para que mi macho esté contento conmigo y me regale su rabo... Me gusta todo eso y más... Y ahora, mi amiga Fátima y yo os haremos una demostración de lo que somos capaces y de lo que sabemos hacer. Y para ello nos ayudará su hijo, Mohamed, un antiguo amante mío y mi macho, Marcos. Mi macho, mi amante y mi hijo.
La presentación quedó estupenda. Enfoqué a mamá en un primer plano de su cara que luego fui abriendo para que se viese todo su cuerpo, sentada en el sofá con las piernas abiertas y acariciándose el chochete sobre las bragas y, al lado, una Fátima, sonriente que la imitaba.
Después, Fátima se presentó a sí misma de un modo parecido y, al terminar, empezaron a besarse. Se fueron desnudando una a la otra y comenzaron un show lésbico de alto voltaje que nos puso cardiacos a Moja y a mí.
No tardamos mucho en unirnos a la fiesta. Tras dejarlas culminar un orgasmo mutuo, acudimos al sofá, rabo en ristre para dar de mamar a nuestras madres. Ellas, encantadas, se amorraron al pilón y fuimos alternando de una guarra a otra durante unos minutos. Después, le indiqué al Moja que nos tocaba sentarnos a nosotros y nos acomodamos en el sofá, poniendo a las putas de rodillas y nos follamos sus cabezas en plan cañero. Cuando ya teníamos los rabos bien babeados, decidí hacer una pausa y mandé a mi madre a por un par de cervezas.
-Toca comida de ojete, mientras vemos este vídeo. –le dije. En pantalla se veía una recopilación de anales a negras culonas, bastante excitante y decidí tomarlo con calma. De hecho, no hacía ni media hora que acababa de correrme y no tenía prisa por volver a hacerlo.
Mamá volvió con las birras, le di una a Moja, y tras ponernos cómodos en el sofá, pusimos a las putas a comernos el culo. Eran unas auténticas adictas a los ojetes de macho y, mientras lamían, nos iban meneando las pollas con sus manitas. Nosotros comentábamos las imágenes del televisor, mientras bebíamos tranquilamente y de vez en cuando cambiábamos de pareja. Mi madre era muy buena comiendo culos, pero, la verdad, es que en este tema, Fátima era extraordinaria. Ponía ganas, interés y cariño. Meneaba la lenguecita como una lombriz y saboreaba a fondo todo el ojete, los huevos y la base del rabo. Introducía su lengua tiesa e intentaba follar el culo. Una sensación muy buena y agradable. De hecho, le lancé un par de escupitajos de agradecimiento que ella tragó con entusiasmo.
-¡Muy bien, Fátima! Eres la mejor... en esto. Si sigues así, luego te petaré el culo. Que sé bien lo que te gusta mi polla.
Ella me miraba agradecida y redoblaba sus esfuerzos. Mi madre, al oírme, se ponía celosa y, cuando le tocaba hacerlo a ella, la imitaba. Suplía su falta de técnica con esfuerzo y entusiasmo, lo cual es siempre de agradecer. Yo, lógicamente, estaba encantado y saboreaba feliz la cerveza. Y el Moja, ni te cuento.
Al cabo de un rato agarré a mi madre de los pelos y le indiqué al Moja que hiciese lo mismo con la suya y al grito de “¡Cambio de tercio!” las arrastramos a la habitación donde tenía montadas las cámaras. Una en cada esquina de la cama king size de 2 por 2 metros.
-¡Vamos zorras, a cuatro patas y con el culo en pompa! –grité.
Ambas, obedientes y con chillidos de satisfacción se colocaron en la cama tal y como les había pedido y empezamos a follarlas, cada uno a su respectiva madre, ambos de pie y con ellas arrodilladas en la cama.
Mientras las penetrábamos ellas, carita con carita, jadeaban ante las embestidas y, al cabo de un momento, se giraron y comenzaron a morrearse. Para facilitarles la tarea, le dije al Moja que cambiase a su madre de postura y nos fuimos cada uno a un lado de la cama, con lo que sus caras quedaban enfrentadas.
En un momento dado agarré la melena de mi madre y, al estirarla de los pelos, descubrí algo en la parte de atrás del cuello. Era un precioso tatuaje de una polla tiesa. En ese momento supe a qué se refería con lo de la sorpresa, cuando días atrás le hizo una foto a mi tranca tiesa. Yo pegué un berrido de satisfacción y orgullo y, clavando el rabo hasta los huevos en su culazo, le estiré la cabeza hasta que arqueó el cuerpo y acerqué su cuello para mordisquearlo con avidez, como una loba agarrando a sus cachorrillos. Ella gritó cuando le clave el rabo, pero enseguida empezó a ronronear satisfecha y me dijo, contenta:
-¡Sabía que te encantaría Marcos!
Continuamos taladrando, el Moja y yo. Las guarras empezaron a gemir como posesas. Ellas, simultáneamente, se acariciaban el coñito. Creo que se debieron correr un par de veces. Yo empezaba a estar cansado y quería correrme, pero antes, quería petarle el culo a Fátima, tal y como le había prometido, así que le indique a Moja que se follase a mamá:
-Moja, cabroncete, sube a la cama y fóllate el culo de mi puta madre, que lo está deseando.
-Síiiii... -dijo ella ansiosa. -¡Vamos cabrón!
Moja subió a la cama y la ensartó a lo bestia, al tiempo que ella pegaba un chillido. Yo hice lo mismo con Fátima y me encontré follándomela a lo bruto por el culo, con la cara de mi madre pegada, mientras el Moja hacía lo mismo con ella. Al verla allí, jadeando, decidí taparle de vez en cuando los morros con la polla. La sacaba del culo de la mora, para que me la chupase cada pocos minutos.
-¡Toma, puta asquerosa! ¡Saborea el culo de tu amiga, cerda!
Ella chupaba con avaricia y, al sacársela, babeaba con ganas, momento en el que le metía los dedos en la boca o la cogía de los pelos para levantar su cabeza y que pudiese recibir mis salivazos. El Moja no tardó en imitarme. Seguimos un rato con este jueguecito hasta que decidí que había llegado el momento de dar el premio a nuestras princesitas. Así que apunté la polla a la cara de mi madre y empecé a regarla con una espesa ración de semen calentito y recién extraído.
-¡Ni se te ocurre tragarte una gota, cerda! Te quiero bien puerca para el vídeo...
Cogí la cámara y filme su cara llena de babas y esperma, con los ojos vidriosos y una sonrisa de atontada.
-¡Saluda a la cámara! ¡Di hola, puta cerda...!
-¡Holaa...! –dijo tímidamente y con voz entrecortada.
Fátima, se encontraba en la misma tesitura y cogí a ambas de los pelos y las puse juntas al borde de la cama, con sus caritas junta, embadurnadas de leche, sudorosas y con la melena revuelta.
-¡Ahora, cerditas, ya podéis limpiaros las caras mutuamente! Y que no quede ni una gota. ¡Que la leche de macho no hay que desperdiciarla!
Rápidamente, mientras registraba, cámara en ristre, la escena para la posteridad, se giraron y empezaron a lamerse las caras. Tanto mamá, como Fátima parecían felices y el Moja y yo contemplábamos la escena encantados de nuestro excelente trabajo cinematográfico.
-Después de esto nos dan un Óscar... –dijo el Moja.
-Seguro, socio, seguro. –respondí.
Estuvieron lamiéndose un buen rato y, tras tener sus caras inmaculadas, siguieron con un profundo morreo y un abrazo mientras se tocaban los coños mutuamente.
-¡Menudas fieras! Parece que no han tenido bastante... –dije yo, entre las risas de todos.
Fui a la nevera a por otra birra y dejé al Moja con la cámara mientras las chicas culminaban el polvete lésbico. Afortunadamente no tardaron mucho, porque ya se iba haciendo tarde.
Después de una reparadora ducha, nos vestimos y cada pareja partió a su dulce hogar.
Mamá y yo, al llegar, encontramos al cornudo tal y como lo habíamos dejado, apalancado en el sillón, con las piernas sobre la mesita y mirando concursos de la tele. Nos saludó sin apenas girar la cara de la pantalla. Yo, viendo el panorama, aproveché para manosear el culo de la zorra, bajo la falda, e intenté meterle el dedo en el ano. A lo que ella respondió con un respingo y una risita. El maricón miró un momento, pero no se dio cuenta de nada porque de cintura para abajo el sofá nos tapaba de su vista. Incluso cuando nos miraba el viejo, insistí y le clavé el dedo hasta el fondo a mi puta madre. Ella aguantó el tipo y miró al infinito, mientras escuchaba a su amado y cornudo esposo:
-¡Ah, una cosa, Mari! Ha llamado tu hermana Fina, es por la boda de tu sobrina...
-¿Cuando era? No me acuerdo bien... –respondió ella removiendo el pandero para que el dedo entrase hasta el fondo. Yo disimulaba mirando el móvil que tenía en la otra mano.
-El sábado que viene, en un restaurante-hotel de carretera donde Cristo dio las tres voces. Que dice que la llames, que quiere que le confirmemos cuantos vamos a ir, si nosotros dos o viene también Marquitos.
-¡Ufff, el sábado! Qué pronto... –ella se giró hacia mí y me preguntó.- ¿Marcos tú quieres venir con nosotros?
-No sé... –respondí dudando. No me apetecía mucho perder un sábado por la tarde en el quinto pino. Sobre todo si tenía algún plan alternativo, como follarme a la Fátima o alguna otra zorra. Pero mi padre interrumpió mis pensamientos:
-Hombre, Marcos, sería mejor que fueses, porque así podemos ir con los dos coches. Tú llevas a tu madre y luego te la traes de vuelta y yo, ya salgo de la fiesta, directo a Zaragoza, que la semana que viene trabajo allí... Piénsalo, anda.
Tras aquellas palabras, ya estaba más que pensado. Si íbamos la puta y yo en el coche podía ser divertido. A lo mejor le podía decir que me la mamase en la autopista, o hacer alguna parada para echar un kiki en alguna estación de servicio... u obligarla a vender su culo a algún camionero... Se me estaban ocurriendo un montón de cerdadas. Y, creo que a mamá también, porque no tardó ni dos segundos en recoger el guante y afirmar categórica:
-Entonces te vienes Marcos, que si no, tengo que buscar alguien que me traiga de vuelta y es un rollo.
-Bueno, vale... –dije yo.- Y así veo a los tíos y la prima, que hace mucho que nos los veo. –Eso también era cierto, a mi tía hacía años que no la veía, era dos años mayor que mamá y, por lo que recuerdo, estaba también bastante buenorra. Aunque supongo que no sería tan puta.
-Pues nada, Alberto, arreglado. –concluyó, mamá- Me voy para dentro a hacer la cena, que ya es hora.
Mi padre se giró hacia la pantalla y yo saqué el dedo del culo de mamá y, cuando el viejo no miraba, lo llevé a su boca. Ella lo mamó a fondo y se fue rauda a la cocina, mientras yo me sentaba en el sofá a hacer compañía a papá y su cornamenta, mientras me pasaba el dedo baboseado por la napia.
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