Empecé la semana lleno de energía y con un optimismo desbordante. Todo lo contrario que mi entrañable progenitora que paseaba por la casa entre depresiva y asustada, tratando por todos los medios de evitarme o, por lo menos, de no quedarse a solas conmigo.
Y encontró un inesperado aliado en la figura del capullo de mi padre, que estaba especialmente pelma y empalagoso y no se despegaba de ella ni a sol, ni a sombra. Sobre todo los primeros días. Se notaba que desconocía las andanzas de mamá y su lujuria desmedida.
Yo asistía divertido al marcaje a que estaba sometida mamá y me limitaba a lanzarle mirabas lascivas y a hacerme el encontradizo por los pasillos, esperando el momento de ir madurando la cosecha.
Mientras tanto, iba haciendo mi vida y, una mañana, al ir a comprar el periódico, coincidí con el Moja en el ascensor.
Le saludé cordialmente y le invité a tomar algo, para celebrar mi regreso al barrio.
Él, ajeno a toda sospecha, aceptó encantado. Y una vez sentado, ante sendas cañas, se lo solté de golpe:
-Ah, antes de que se me olvide, hay una cosa que te quería decir. -logré captar su atención y solté la bomba- Sé que te estás follando a mi madre... Bueno, mejor dicho, que te la estabas follando.
El Moja se quedó petrificado y la distendida sonrisa que estaba luciendo se congeló. Yo proseguí:
-Os pillé el otro día. Incluso hice una pequeña peliculilla amateur, por aquello de tener un recuerdo.- le pasé el móvil en cuya pantalla había un plano de la feliz pareja fornicando como posesos.- Por cierto, estás un pelín canijo, creo que tendrías que ir más al gimnasio... Mi madre es demasiada hembra para ti. El caso es que me sorprendió bastante este asunto. De un pringado como tú no me extraña que quiera pillar cacho con una buena jaca, pero ella, si quería echar una cana al aire podría haber conseguido algo mejor. En fin, con ella ya he arreglado las cosas y no va a necesitar a nadie de fuera de la familia para regarle el perejil. En cuanto a ti, espero que te des cuenta de que vuestra historia ha terminado.
El Moja tragó saliva y musitó, tímidamente:
-Sí...
-¿Cómo?
-Sí, se ha terminado.-concluyó más firmemente.
-Bien, estupendo, me encanta oírlo. -tomé un trago antes de seguir hablando- Pero eso no es todo. Hay algo que se llama justicia, y creo que merezco una compensación por mi sufrimiento.
Él me miraba algo asombrado, sin saber a dónde quería llegar.
-Si tú te has follado a mí madre... Y de mil maneras, como he podido ver, lo justo sería que yo me follara a la tuya, ¿no?
El Moja me miró “ojiplático” y asombrado por la petición y, a pesar de la cara de susto que tenía, acertó a balbucear una tímida protesta:
-Marcos, pero eso... Eso no creo que vayas a poder hacerlo... Yo no creo que mi madre...
Le corté en seco:
-Por supuesto que lo voy a hacer, y, además, tú vas a ayudarme... -él no salía de su asombro y me miraba con la boca abierta- Creo que me lo debes... -en ese momento me reí un poco para distender el ambiente, antes de continuar- Me caes bien, Moja, ya verás cómo al final acabaremos siendo buenos amiguetes... Además, esto de compartir las madres, bueno, mejor dicho, las putas, une mucho, ¿No?
Él tragó saliva y masculló un casi ininteligible:
-Pero... ¿Cómo...? ¿Cómo pretendes...?
Ni siquiera terminó la frase y yo proseguí:
-Mira, los detalles quedan en tus manos, y, en el fondo, me importa una mierda cómo lo hagas... Te sugiero que le metas alguna trola, como que tienes alguna deuda importante por drogas o alguna historia similar, y que si no pagas te van a machacar la cabeza... Le dices que lo único que has podido hacer para salvar el culo es ofrecer que se follen a tu madre... Un plan brillante, ¿eh? -él me miraba entre escéptico y lloroso- Sí, reconozco que es una cutrez que no hay quien se crea, pero ahí es donde entra tu talento y tus dotes de actor para ser convincente... Y si un canijo como tú ha podido convencer a una maciza como mi madre para follársela, no tengo la menor duda de que en breve te estaré devolviendo la pelota y clavándole el rabo a tu mamaíta...
Acabé la cerveza para ir concluyendo la charla:
-En cualquier caso, móntatelo como quieras, pero tienes como máximo dos semanas, contando a partir de ahora, para concertar una cita entre el chochete de tu madre y mi polla, ¿Está claro? Si no, es posible que te cruja el cráneo de verdad... O algo similar... -desde luego no estaba dispuesto a hacer nada parecido, pero no pude resistirme a soltar la bravuconada. Además, con algo tenía que amenazarle.
Él se limitó a asentir muerto de miedo.
-Ahora -continué- dame tu número de móvil. -lo copié- Perfecto, muchas gracias, Moja, ha sido un placer. Seguimos en contacto, ya te llamaré. Si no me llamas tú antes.... ¡Que pases un buen día! Y tranquilo, ya pago yo. Cuídate.
Me levanté y salí del bar.
Comí fuera de casa y después de hacer un par de recados enfilé, bastante animado, el camino a casa. Se acercaba la hora de la cena y el intenso día que llevaba me había abierto el apetito.
Sobre la una y media abrí las puertas de casa y el familiar sonido de la TV me recordó la presencia del gandul de mi padre apalancado en el sofá delante de la pantalla sobando, lo que me enfrió un poco el ánimo. Y, efectivamente, allí estaba el capullo, con la boca abierta y los ojos cerrados, echando babilla, ante las imágenes de un estúpido concurso. Estaba haciendo eso que llaman la siesta del Obispo, la de antes de cenar. Ni siquiera lo desperté. No quería turbar su pacifico descanso y me dirigí raudo a la cocina, para tratar de poner cachonda a la jamona. La conversación con el Moja me había animado bastante...
Abrí la puerta de la cocina y, junto a los fogones, estaba mí cerdita de espaldas a la puerta, removiendo un guiso que olía la mar de bien. Vestía unos leggins viejos y gastados del gimnasio, marcando a la perfección su enorme culazo, que se balanceaba como un flan al compás de la mano que removía el puchero. Completaba su atuendo una ajustada camiseta de tirantes de color verde manzana, sobre la que se agitaba graciosamente su coleta. "¡Está para darle rabo hasta decir basta... y matarla a polvos como a las cucarachas...!", recuerdo que pensé. Una frase cariñosa, vamos.
Ella, al oír la puerta se giró y me miró entre sorprendida y asustada.
-¡Ah, hola, Marcos!-me dijo, al tiempo que bajaba la mirada y volvía a sus quehaceres de perfecta ama de casa.
-¡Hola, mamá! -respondí yo alegremente, al tiempo que me acercaba hacia ella, colocándome justo detrás, pero sin tocarla...
Enseguida noté como se ponía tensa. Me acerqué más y empecé a frotar mi polla morcillona sobre su culo, al tiempo que miraba sobre sus hombros a la cazuela y comentaba despreocupadamente:
-¡Mmmmm....! ¡Qué buena pinta tiene esto!
Mientras hablaba acerqué mi cara a la suya, que seguía paralizada, contemplando hipnóticamente el guiso. Y, asustándola un poco, le di un suave beso en el cuello, apretándome más a su cuerpo y procurando que notase la dureza de mi rabo. Ella hizo un amago de apartarse y musitó, casi susurrando:
-No, Marcos, no, por favor... ahora no... tu padre...
Yo sonreí, le di un último achuchón, y le pasé la lengua por detrás de la oreja, chupándole brevemente el lóbulo. Después, me separé de ella diciendo:
-Delicioso... Sí, señor.
Ella, algo sorprendida de que desistiese tan pronto, se giró. Y, por un momento, su mirada se desvió hacia mi paquete, y estoy seguro de que lo valoró en su justa medida.
Yo sonreí cínicamente y me limité a apostillar:
-Bueno, voy a poner la mesa, que me parece que el padre de familia debe estar hambriento... después de una mañana tan activa...
Mamá bajó la guardia y sonrió levemente, creyendo que el peligro había pasado... Y tenía razón... en parte. El juego acababa de empezar.
Al girarse me fijé en una indudable mancha de humedad en su entrepierna, que se marcaba en sus leggins...
Acerqué mi mano y pasé el dorso suavemente por su coño, mojando mis dedos. Ella se apretó hacia atrás y bajó la mirada.
Yo sonreí y acerqué los dedos mi nariz, oliéndolos, al tiempo que le decía:
-¡Mmmmm, delicioso! Un manjar de dioses... ¡Esto marcha!
Durante la cena, mamá estuvo muy callada. Casi no probó bocado. Mi padre, extrañado, le preguntó un par de veces si le pasaba algo. Ella, desdeñosa, le dijo que nada, que le dolía la cabeza. Yo, al contrario, estaba exultante, como unas castañuelas. Aprovechaba cualquier momento en el que mi padre estaba distraído, para desnudarla con la mirada, observando sonriente sus melones o pasándome por la nariz los dedos que, minutos antes, había deslizado por su húmedo coño. Ella se limitaba a bajar la mirada avergonzada y menear distraída la cuchara en su intacto plato.
Mi padre, en su habitual papel de panoli empanado, no se enteraba de nada.
Después de la cena, me senté un rato a ver la tele con el viejo, pero me aburrí enseguida y me largué a leer a mí habitación. Mi madre, después de recoger la mesa, se quedó limpiando la cocina.
Más tarde, oí que se acostaban ambos, pero, antes, mi madre se dio una ducha. En cuanto oí que terminaba y se retiraba al aburrido lecho matrimonial, me levanté y me dirigí al baño, dispuesto a hacerme un buen pajote. Rebusqué en el cesto de la ropa sucia y, ¡bingo!, allí estaban las bragas que acababa de quitarse. Las olí ansiosamente, en especial el manchurrón de flujo que impregnaba la zona que había estado en contacto con su coño. La polla, que ya estaba dura, se me puso como una piedra y comencé a cascarla con furia, mientras olía y saboreaba el coño de mi madre.
No tarde casi nada en correrme y procuré llenar las bragas con mi abundante y espesa lechada. La verdad es que llevaba los huevos bien llenos.
Luego salí un momento a por un papel y un imperdible y escribí una nota: “Zorra, todo esto es en tu honor. Pronto podrá ser todo tuyo”. Sujeté la nota con el imperdible a las empapadas bragas y las coloqué cuidadosamente en el cubo.
Después, me fui a dormir como un lirón.
A la mañana siguiente, me levanté pronto, para ser yo. Cuando entré en el baño, lo primero que miré es el cubo, y, ni las bragas, ni la nota estaban allí.
Me dirigí a la cocina y allí estaba la feliz pareja desayunando. Mi madre, al verme entrar, agachó la cabeza avergonzada y se giró rápidamente. Mi padre, ajeno a todo, me dio los buenos días y me invitó a sentarme. Así lo hice, sin apartar la mirada del pandero de mamá.
La situación era algo tensa para ella, aunque no quise recrearme mucho en su humillación y me largué enseguida. No sin antes fijarme en si volvía a tener húmedo el coño. Y, vaya, me pareció que, los leggins que lucía, estaban algo más oscuros en su entrepierna. Aunque tal vez fuese sólo una impresión mía.
Aquella mañana había quedado con un amiguete que tenía un local de piercings y tatuajes para pedir hora para una clienta que le iba a enviar en breve.
El resto de la semana, antes de la partida de mi padre, siguió con la misma tónica: yo provocaba y trataba de calentar y poner cachonda a mi madre, ella no podía evitar excitarse, pero se moría de vergüenza y acababa sintiéndose humillada, luchando contra una naturaleza que era superior a ella. Y para cerrar el triángulo, estaba mi padre que vivía en la parra, sin enterarse de nada, empezando a asumir el rol de cornudo que tan bien le iba.
Yo me limitaba a esperar que la zorra cayese como fruta madura. Los días transcurrían con roces, frotamientos y esperma en su ropa interior. Así, hasta la noche anterior a la partida de mi padre.
Ese día siguió la tónica habitual de la semana. Yo me dediqué a provocar sexualmente a mamá siempre que tuve ocasión. La cosa no resultaba fácil, porque mi padre, ya pegajoso de por sí, estaba especialmente cargante. Hay que tener en cuenta que partía para el curro a la mañana siguiente, y no se despegaba de mamá, ni a sol, ni a sombra.
Mi madre estaba ese día algo más nerviosa e irritable de lo habitual, pero, paradójicamente, no lo pagaba conmigo, sino con desplantes al pobre viejo, que lo único que conseguían era redoblar su insistencia...
Ella continuaba con su costumbre de llevar leggins por casa, y yo no perdí la ocasión de fijarme si seguían oscureciéndose en la zona del coño, cosa que ese día era más evidente de lo habitual
Yo achaqué su nerviosismo a la proximidad con el final del plazo que le había impuesto y a la conversación que íbamos a tener el día siguiente.
Y con esos pensamientos me fui a la cama aquella noche, algo más pronto de lo habitual. Quería estar bien descansado por la mañana.
No obstante, tampoco yo pude evitar que los nervios me afectasen y, al no poder dormirme rápido, decidí ponerme a leer una novela policíaca hasta que Morfeo acudiese en mi busca.
Pero, para mi sorpresa, la que acudió a visitarme, sobre las dos de la mañana, no fue otra que la jamona de mi madre.
Ya estaba a punto de cerrar el libro, cuando, casi sin ruido, vi abrirse la puerta muy, muy despacio...
La vi entrar, lentamente, sin hacer ruido, y quedarse de pie, mirando a la cama, entre asustada y desconcertada. Llevaba un pijama ancho, con estampados chorras de dibujitos tipo Disney, y se notaba que no llevaba sujetador, con sus enormes tetas pendulonas y algo caídas.
Me miraba callada, sin atreverse a hablar, hasta que fui yo el que rompió el hielo:
-¡Hoombre, vaya sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?
-¡Ssssss! No hables tan alto. -susurró.- Tu padre se acaba de dormir...
-¿Y tú? ¿No tienes sueño?
-No, no es eso...-empezó a balbucear, mientras se iba acercando a la cama- Es que... Verás... Yo, no sé...
-¡Aclaraté! -la interrumpí, imperativo.
-Sí, sí... Pero primero, apaga la luz... Es que me da un poco de vergüenza...- “vaya, vaya”, pensé, “la putilla se ha vuelto pudorosa...”
Apagué la lámpara de la mesita, pero, de todos modos, entraba la suficiente luz de la calle como para observarlo todo con claridad.
Ella se paró frente a la cama y, en un plis plas, se deshizo del pijama. A sus pies cayó primero la chaquetilla y después los pantalones. Yo me recree en la escena. Allí estaba mi progenitora, mirándome en la penumbra, en pelota picada, con sus tetazas de pezones enhiestos, su vientre liso y duro, su coño peludo, y sus piernas musculosas y torneadas. Mirándome directamente, empezó a hablar. Yo ya me había quitado los calzoncillos:
-He pensado mucho en lo que me dijiste... Tengo muchas dudas, pero creo que finalmente voy a aceptar tu oferta...
-¿Qué oferta?
-La de... ser...
-¿La de ser qué?
-Tu... tu puta...
-¿Con todas las consecuencias?
-Sí
-Estupendo... -no te arrepentirás. Yo me había medio incorporado en la cama y le indiqué con un gesto que se acercase.- Ven aquí...
Ya tenía la polla como un palo. Me levanté y la abracé para tranquilizarla y, de paso, que fuese notando en su vientre lo que luego la iba a perforar.
Ella se dejaba hacer y se apretaba contra mi cuerpo, apoyando la cabeza sobre mi pecho. Yo le acariciaba el pelo y, despacio fui bajando la mano por su espalda.
Y mientras con una mano le acariciaba el culo y con la otra le sobaba un pezón, ella se frotaba firmemente con mi polla, mientras me acariciaba la espalda, arañándome con suavidad. Y comenzó a hablar, suavemente:
-¡Como me pones, Marcos! Llevo toda la semana pensando en tu polla. -bajó la mano y empezó a masturbarme con suavidad.-No me la puedo quitar de la cabeza... Y tú toda la semana calentándome. He estado chorreando todos los días... Y cuando encontré las bragas llenas de leche. Con ese olor... Y ese sabor... Tuve que hacerme un dedillo deprisa y corriendo... Y así todos los días...
Y empezó a agacharse. Yo le empujaba la cabeza hacia abajo, sujetándola con fuerza de los pelos.
Mamá se arrodilló y engulló a duras penas el capullo. Tenía la boca muy forzada. Estaba claro que no estaba acostumbrada a un rabo tan grueso. Pero la puta, tenía muchas ganas y se esforzaba.
-Bien, guarra, bien... -decía yo, al tiempo que empujaba su cabeza hacia la polla.
Ella estaba sufriendo, así que decidí echarle un cable y la dejé respirar un poco. Entre jadeos, miró hacia arriba con la boca abierta. Yo me agaché un poco y le lancé un fuerte salivazo dentro.
-Un poco de lubricante, guarra, no te vendrá mal...
Ella sonrió y volvió a abrir la boca, pidiendo más.
-Menuda cerda, ahí va otro...
Lo recibió con ansiedad y agarró la polla con ganas, escupió sobre ella, y volvió a tragársela. Cada vez le entraba un poco más, y las babas iban chorreando al suelo.
Yo le marcaba el ritmo con la mano. Meneando su cabeza como si fuese una muñeca.
Estaba muy cachondo, pero no quería correrme todavía y la hice parar.
-Deja. Vamos a la cama...
Ya tumbados, hicimos una breve pausa, en la que aproveche para preguntarle porque había tardado tanto.
-Tu padre no se dormía. Siempre le pasa cuando tiene que salir de viaje. Yo creo que es un cuento chino para echar un polvo. La verdad es que yo no tenía ningunas ganas de follar con él. Pero si no le echo un kiki, todavía estaría dando vueltas en la cama. Así que tras dos minutos, que es lo que tarda, se ha quedado frito enseguida... Y aquí me tienes.
Yo la miré severamente, y le dije:
-¿Se ha corrido dentro?
-Claro
-¿Te has duchado o te has lavado después?
-No he tenido tiempo, quería venir enseguida...
-Mira, mañana, cuando se vaya, te diré como van a funcionar las cosas. Como anticipo, ya puedes ir sabiendo que no voy a meter el rabo donde se ha corrido un pichafloja... No vaya a ser que se me pegue algo. Así que hoy te correrás de otra manera.
Su cara de decepción era un poema
Atónita, sólo acertó a mascullar:
-Pero, Marcos, ¿cómo eres así? Si no ha estado ni dos minutos... Y casi no tiene leche, sólo dos gotas de líquido aguado...
-Mira, estás aquí porque quieres y porque te arde el coño, nadie te obliga... Y las condiciones las pongo yo. Así que ahora, ya puedes hacer lo que te digo. ¿De acuerdo?
-Sssí...
-Perfecto. -la cogí del cuello y empecé a morrearla en plan bien puerco, mientras le frotaba el coño.
-Meneame el rabo, cerda. -le dije sin dejar de masturbarla.
Ella, jadeando y con la lengua fuera, cogió la polla con su manita y empezó a meneármela despacito.
Yo le arrasaba con mí mano su encharcado coño. Y le pasaba la lengua por la cara susurrándole:
-Más fuerte, más rápido, apriétala duro...
Ella se esforzaba, pero estaba bastante más concentrada en su propio placer.
Yo veía que estaba a punto de correrse y forcé la máquina.
Se corrió como una bestia. Empezó a chillar pero rápidamente ahogué sus gritos con la mano.
Se quedó desmadejada junto a mí, allí en mi estrechó catre. Volví a besarla y ella me respondió.
-¿Qué? ¿Has disfrutado?
Me contestó con un intenso beso, metiéndome la lengua hasta la campanilla y apretando la polla con fuerza.
Mientras me estrujaba la polla, yo le iba sobando su culazo y morreándola.
-¿Cómo tienes el culo? -le pregunté, al tiempo que con la yema del dedo empezaba a acariciarle el ojete.
Ella dio un breve respingo mientras contestaba.
-Bien... la verdad es que pasé un día muy malo después de que el Mohamed me lo petase. Pero me he ido poniendo cremas durante la semana y he practicado un poco con un plátano....
-¿Con un plátano...?-pregunte riendo.
-Claro... no tenía otra cosa.... Ahora que tenía el agujero abierto quería que se mantuviese así... Aprovechaba para masturbarme y lamer la leche que has ido dejando en mis bragas...
-¡Joder, que puerca eres! -le dije al tiempo que introducía el dedo en el culo. Entró con facilidad y empecé a menearlo dentro mientras ella seguía pajeándome.- ¿Y qué hiciste con el plátano? -le pregunté.
-Se lo puse de postre a tu padre... -contesto riendo- Sin lavar ni nada... Menos mal que los pela...
-¡Pero que zorra eres! Abre la boca -lo hizo y escupí dentro. Ella se tragó el salivazo relamiéndose y yo sonreí satisfecho.
-¿Sabes qué...? Creo que ha llegado el momento de que pruebe ese culo panadero que tienes...
-¡Bieeeen! Pero ve con cuidado, Marcos, que tú tranca es bastante más ancha que la del moro
-Tú tranquila, mamá, que esto se me da bien. Ponte a cuatro patas, ábrete el culo y apoya la cabeza en la almohada...
Así lo hizo. Era todo un espectáculo, ver a la maciza de mi puta madre, a cuatro patas sobre mi cama con la cara aplastada sobre la almohada, los dientes apretados y con sus manitas abriendo las cachas del culo, enseñando su precioso agujerito marrón, mientras esperaba estoicamente a que su hijo le clavase la polla, con el telón de fondo de los ronquidos del cornudo de su marido en la habitación de al lado.... Creo que con todo lo anterior el rabo me creció cinco centímetros...
Primero le comí un rato el ojete, empapándolo bien de saliva y penetrándolo con la lengua y la nariz. Me encantó el olor y el sabor. Al tiempo, le masajeaba el clítoris con el pulgar para relajarla. Al cabo de un rato empecé a penetrarla con los dedos. Ella gemía y se dejaba hacer. Indudablemente estaba disfrutando. Cuando ya conseguí meter tres dedos con facilidad, le ensarte el capullo. Ella lanzó un gruñido, pero aguantó como una campeona.
-¡Muy bien, mamá, muy bien! -la alentaba yo.
-Sigue, cabrón, sigue, que me tienes ardiendo...-ella parece que no estaba para tonterías.
En vista de sus palabras, decidí pasar a la acción y se la ensarte de golpe hasta la mitad.
Ella lanzó un gritó ahogado que me obligó a taparle la boca.
-¡Sooooo, cerdita, quieta...!
Se removió inquieta y yo esperé unos segundos antes de continuar. A través de la penumbra pude observar como dos gruesos lagrimones surcaban sus mejillas.
-¿Va bien? ¿Quieres que pare...?-le pregunté.
-¡Nnnnnnooooo! - respondió ella- ¡Sigue, hijo de la gran puta, que me encanta!
Sus palabras me pusieron el rabo más duro, si eso podía ser posible, y le clavé de golpe la polla que faltaba por entrar. Ella volvió a dar un respingo y un gemido ahogado, al tiempo que arqueaba la espalda. Yo la agarré de los pelos y, al tiempo que la sujetaba levantada, haciéndole un chupón en el cuello, empecé un furioso metesaca. Me movía con rabia y agresividad, y ella jadeaba intensamente, medio incorporada, había empezado a masturbarse. Estaba muy caliente y no tardó casi nada en correrse. Yo ya no podía más y la imité, llenando sus entrañas de espesos cuajarones de leche. Caímos los dos sobre la cama, yo todavía con la polla dentro de su culo, ablandándose lentamente.
Nos quedamos unos minutos tumbados en cucharita, con mi polla morcillona en su culo y besándole el cuello. Ella jadeaba más suavemente e iba recuperado un ritmo normal de respiración.
-¿Te ha gustado?-le pregunté.
-Si -respondió en un susurro.
-Pues esto es solo el principio...
Le saque la polla, húmeda y pringosa y le pregunté:
-¿Quieres limpiarla?
Ella se había girado y me miraba.
-Claro -respondió, al tiempo que bajaba bajo la sábana y se metía la polla en la boca con avidez, chupando y tragando toda la mezcla de fluidos...
Sin poder evitarlo, se me empezó a endurecer de nuevo. La guarra chupaba con hambre, como Carpanta con un muslo de pollo.
Aparté la sábana para observar a mi puta madre. Ella ensalivaba el rabo de arriba abajo, forzaba al máximo la mandíbula, y, tratando de llenar su garganta, se provocaba arcadas a sí misma. Era un admirable intento de garganta profunda, pero aún necesitaba práctica para una tranca como la mía.
Yo procuraba alentarla, con cariñosas palabras:
-¡Bien, cerda, bien, me encanta que seas tan guarra! ¡Puta puerca!
Al mismo tiempo sujetaba su cabeza tirándole de los pelos y marcando el ritmo.
En un momento en el que conseguí que, entre babas, llegase con sus labios a unos cinco o seis centímetros de la base de mi polla, con los huevos a punto de rebotar en su barbilla (como dice el chiste) y con la tranca marcándose en la tráquea, miré a la mesilla distraído y vi la hora en el despertador. Faltaban menos de cinco minutos para que se despertasen el cornudo.
Raudo y veloz, pegue un tirón del pelo a mí madre y le arranqué la polla de la boca... Se separó de ella dejando un largo hilo de babas y saliva entre sus labios y mi capullo.
-¡Joder, zorra! ¡Tienes que irte cagando leches! -nunca mejor dicho. -El cabrito está a punto de levantarse...
Ella me miró con cara de desesperación, como si estuviese a punto de echarse a llorar.
-Por favor... -me imploró- por favor, Marcos, déjame seguir. ¡Córrete ya! ¡Sólo quiero tu leche!
-Sí, ya. -le dije, levantándola de la cama y dándole el pijama para que se fuese vistiendo- Para irte con un buen sabor de boca, ¿no?... Ya me gustaría a mí correrme en tu garganta. Mira como me dejas -yo todavía tenía la polla como un palo - Pero no me gusta ir con prisas. Y ya puedes estar tranquila, que a partir de ahora te va a salir mi leche hasta por las orejas...
Ella se iba vistiendo, haciéndose la remolona. Yo la cogí de los pelos y le pegue un morreo baboso y cerdo y la contemplé después:
-¡Joder, mamá, tendrías que ver la cara de puta que tienes! ¡Estoy orgulloso de tí!
Ella me miró con cara de agradecimiento y al tiempo que me apretaba los huevos, me dijo:
-¡Me pones supercachonda, cabron! No se te ocurra hacerte una paja, que mañana me voy a hacer el café con tu leche...
Yo flipaba. ¡Había creado un monstruo! ¡Genial!
Faltaba un minuto para que sonase el despertador del viejo, cuando mi madre agarraba el pomo de la puerta. El tiempo justo para entrar en la cama matrimonial y despertar junto a su cornudo esposo. En ese momento recordé algo y rebusque bajo la almohada. Saqué las bragas que había guardado para cascármela aquella noche y se las lancé a la cara:
-¡Y llévate esto putilla! Hoy ya no me va a hacer falta... La leche ya te la daré mañana en directo.
Ella las cogió al vuelo riéndose:
-¡Gracias, Marcos! ¡Ya no necesitas desperdiciar ni una gota!
-¡Para nada! Venga... ¡Corre! ¡Nos vemos de aquí a un rato! Voy a ver si duermo un poco y reservo fuerzas...
-¡Hasta luego, guapo! ¡Voy a despachar al pichafloja!
Yo me reí y la vi cerrar la puerta al tiempo que volvía a meterme en la cama con la polla como una piedra.
Y encontró un inesperado aliado en la figura del capullo de mi padre, que estaba especialmente pelma y empalagoso y no se despegaba de ella ni a sol, ni a sombra. Sobre todo los primeros días. Se notaba que desconocía las andanzas de mamá y su lujuria desmedida.
Yo asistía divertido al marcaje a que estaba sometida mamá y me limitaba a lanzarle mirabas lascivas y a hacerme el encontradizo por los pasillos, esperando el momento de ir madurando la cosecha.
Mientras tanto, iba haciendo mi vida y, una mañana, al ir a comprar el periódico, coincidí con el Moja en el ascensor.
Le saludé cordialmente y le invité a tomar algo, para celebrar mi regreso al barrio.
Él, ajeno a toda sospecha, aceptó encantado. Y una vez sentado, ante sendas cañas, se lo solté de golpe:
-Ah, antes de que se me olvide, hay una cosa que te quería decir. -logré captar su atención y solté la bomba- Sé que te estás follando a mi madre... Bueno, mejor dicho, que te la estabas follando.
El Moja se quedó petrificado y la distendida sonrisa que estaba luciendo se congeló. Yo proseguí:
-Os pillé el otro día. Incluso hice una pequeña peliculilla amateur, por aquello de tener un recuerdo.- le pasé el móvil en cuya pantalla había un plano de la feliz pareja fornicando como posesos.- Por cierto, estás un pelín canijo, creo que tendrías que ir más al gimnasio... Mi madre es demasiada hembra para ti. El caso es que me sorprendió bastante este asunto. De un pringado como tú no me extraña que quiera pillar cacho con una buena jaca, pero ella, si quería echar una cana al aire podría haber conseguido algo mejor. En fin, con ella ya he arreglado las cosas y no va a necesitar a nadie de fuera de la familia para regarle el perejil. En cuanto a ti, espero que te des cuenta de que vuestra historia ha terminado.
El Moja tragó saliva y musitó, tímidamente:
-Sí...
-¿Cómo?
-Sí, se ha terminado.-concluyó más firmemente.
-Bien, estupendo, me encanta oírlo. -tomé un trago antes de seguir hablando- Pero eso no es todo. Hay algo que se llama justicia, y creo que merezco una compensación por mi sufrimiento.
Él me miraba algo asombrado, sin saber a dónde quería llegar.
-Si tú te has follado a mí madre... Y de mil maneras, como he podido ver, lo justo sería que yo me follara a la tuya, ¿no?
El Moja me miró “ojiplático” y asombrado por la petición y, a pesar de la cara de susto que tenía, acertó a balbucear una tímida protesta:
-Marcos, pero eso... Eso no creo que vayas a poder hacerlo... Yo no creo que mi madre...
Le corté en seco:
-Por supuesto que lo voy a hacer, y, además, tú vas a ayudarme... -él no salía de su asombro y me miraba con la boca abierta- Creo que me lo debes... -en ese momento me reí un poco para distender el ambiente, antes de continuar- Me caes bien, Moja, ya verás cómo al final acabaremos siendo buenos amiguetes... Además, esto de compartir las madres, bueno, mejor dicho, las putas, une mucho, ¿No?
Él tragó saliva y masculló un casi ininteligible:
-Pero... ¿Cómo...? ¿Cómo pretendes...?
Ni siquiera terminó la frase y yo proseguí:
-Mira, los detalles quedan en tus manos, y, en el fondo, me importa una mierda cómo lo hagas... Te sugiero que le metas alguna trola, como que tienes alguna deuda importante por drogas o alguna historia similar, y que si no pagas te van a machacar la cabeza... Le dices que lo único que has podido hacer para salvar el culo es ofrecer que se follen a tu madre... Un plan brillante, ¿eh? -él me miraba entre escéptico y lloroso- Sí, reconozco que es una cutrez que no hay quien se crea, pero ahí es donde entra tu talento y tus dotes de actor para ser convincente... Y si un canijo como tú ha podido convencer a una maciza como mi madre para follársela, no tengo la menor duda de que en breve te estaré devolviendo la pelota y clavándole el rabo a tu mamaíta...
Acabé la cerveza para ir concluyendo la charla:
-En cualquier caso, móntatelo como quieras, pero tienes como máximo dos semanas, contando a partir de ahora, para concertar una cita entre el chochete de tu madre y mi polla, ¿Está claro? Si no, es posible que te cruja el cráneo de verdad... O algo similar... -desde luego no estaba dispuesto a hacer nada parecido, pero no pude resistirme a soltar la bravuconada. Además, con algo tenía que amenazarle.
Él se limitó a asentir muerto de miedo.
-Ahora -continué- dame tu número de móvil. -lo copié- Perfecto, muchas gracias, Moja, ha sido un placer. Seguimos en contacto, ya te llamaré. Si no me llamas tú antes.... ¡Que pases un buen día! Y tranquilo, ya pago yo. Cuídate.
Me levanté y salí del bar.
Comí fuera de casa y después de hacer un par de recados enfilé, bastante animado, el camino a casa. Se acercaba la hora de la cena y el intenso día que llevaba me había abierto el apetito.
Sobre la una y media abrí las puertas de casa y el familiar sonido de la TV me recordó la presencia del gandul de mi padre apalancado en el sofá delante de la pantalla sobando, lo que me enfrió un poco el ánimo. Y, efectivamente, allí estaba el capullo, con la boca abierta y los ojos cerrados, echando babilla, ante las imágenes de un estúpido concurso. Estaba haciendo eso que llaman la siesta del Obispo, la de antes de cenar. Ni siquiera lo desperté. No quería turbar su pacifico descanso y me dirigí raudo a la cocina, para tratar de poner cachonda a la jamona. La conversación con el Moja me había animado bastante...
Abrí la puerta de la cocina y, junto a los fogones, estaba mí cerdita de espaldas a la puerta, removiendo un guiso que olía la mar de bien. Vestía unos leggins viejos y gastados del gimnasio, marcando a la perfección su enorme culazo, que se balanceaba como un flan al compás de la mano que removía el puchero. Completaba su atuendo una ajustada camiseta de tirantes de color verde manzana, sobre la que se agitaba graciosamente su coleta. "¡Está para darle rabo hasta decir basta... y matarla a polvos como a las cucarachas...!", recuerdo que pensé. Una frase cariñosa, vamos.
Ella, al oír la puerta se giró y me miró entre sorprendida y asustada.
-¡Ah, hola, Marcos!-me dijo, al tiempo que bajaba la mirada y volvía a sus quehaceres de perfecta ama de casa.
-¡Hola, mamá! -respondí yo alegremente, al tiempo que me acercaba hacia ella, colocándome justo detrás, pero sin tocarla...
Enseguida noté como se ponía tensa. Me acerqué más y empecé a frotar mi polla morcillona sobre su culo, al tiempo que miraba sobre sus hombros a la cazuela y comentaba despreocupadamente:
-¡Mmmmm....! ¡Qué buena pinta tiene esto!
Mientras hablaba acerqué mi cara a la suya, que seguía paralizada, contemplando hipnóticamente el guiso. Y, asustándola un poco, le di un suave beso en el cuello, apretándome más a su cuerpo y procurando que notase la dureza de mi rabo. Ella hizo un amago de apartarse y musitó, casi susurrando:
-No, Marcos, no, por favor... ahora no... tu padre...
Yo sonreí, le di un último achuchón, y le pasé la lengua por detrás de la oreja, chupándole brevemente el lóbulo. Después, me separé de ella diciendo:
-Delicioso... Sí, señor.
Ella, algo sorprendida de que desistiese tan pronto, se giró. Y, por un momento, su mirada se desvió hacia mi paquete, y estoy seguro de que lo valoró en su justa medida.
Yo sonreí cínicamente y me limité a apostillar:
-Bueno, voy a poner la mesa, que me parece que el padre de familia debe estar hambriento... después de una mañana tan activa...
Mamá bajó la guardia y sonrió levemente, creyendo que el peligro había pasado... Y tenía razón... en parte. El juego acababa de empezar.
Al girarse me fijé en una indudable mancha de humedad en su entrepierna, que se marcaba en sus leggins...
Acerqué mi mano y pasé el dorso suavemente por su coño, mojando mis dedos. Ella se apretó hacia atrás y bajó la mirada.
Yo sonreí y acerqué los dedos mi nariz, oliéndolos, al tiempo que le decía:
-¡Mmmmm, delicioso! Un manjar de dioses... ¡Esto marcha!
Durante la cena, mamá estuvo muy callada. Casi no probó bocado. Mi padre, extrañado, le preguntó un par de veces si le pasaba algo. Ella, desdeñosa, le dijo que nada, que le dolía la cabeza. Yo, al contrario, estaba exultante, como unas castañuelas. Aprovechaba cualquier momento en el que mi padre estaba distraído, para desnudarla con la mirada, observando sonriente sus melones o pasándome por la nariz los dedos que, minutos antes, había deslizado por su húmedo coño. Ella se limitaba a bajar la mirada avergonzada y menear distraída la cuchara en su intacto plato.
Mi padre, en su habitual papel de panoli empanado, no se enteraba de nada.
Después de la cena, me senté un rato a ver la tele con el viejo, pero me aburrí enseguida y me largué a leer a mí habitación. Mi madre, después de recoger la mesa, se quedó limpiando la cocina.
Más tarde, oí que se acostaban ambos, pero, antes, mi madre se dio una ducha. En cuanto oí que terminaba y se retiraba al aburrido lecho matrimonial, me levanté y me dirigí al baño, dispuesto a hacerme un buen pajote. Rebusqué en el cesto de la ropa sucia y, ¡bingo!, allí estaban las bragas que acababa de quitarse. Las olí ansiosamente, en especial el manchurrón de flujo que impregnaba la zona que había estado en contacto con su coño. La polla, que ya estaba dura, se me puso como una piedra y comencé a cascarla con furia, mientras olía y saboreaba el coño de mi madre.
No tarde casi nada en correrme y procuré llenar las bragas con mi abundante y espesa lechada. La verdad es que llevaba los huevos bien llenos.
Luego salí un momento a por un papel y un imperdible y escribí una nota: “Zorra, todo esto es en tu honor. Pronto podrá ser todo tuyo”. Sujeté la nota con el imperdible a las empapadas bragas y las coloqué cuidadosamente en el cubo.
Después, me fui a dormir como un lirón.
A la mañana siguiente, me levanté pronto, para ser yo. Cuando entré en el baño, lo primero que miré es el cubo, y, ni las bragas, ni la nota estaban allí.
Me dirigí a la cocina y allí estaba la feliz pareja desayunando. Mi madre, al verme entrar, agachó la cabeza avergonzada y se giró rápidamente. Mi padre, ajeno a todo, me dio los buenos días y me invitó a sentarme. Así lo hice, sin apartar la mirada del pandero de mamá.
La situación era algo tensa para ella, aunque no quise recrearme mucho en su humillación y me largué enseguida. No sin antes fijarme en si volvía a tener húmedo el coño. Y, vaya, me pareció que, los leggins que lucía, estaban algo más oscuros en su entrepierna. Aunque tal vez fuese sólo una impresión mía.
Aquella mañana había quedado con un amiguete que tenía un local de piercings y tatuajes para pedir hora para una clienta que le iba a enviar en breve.
El resto de la semana, antes de la partida de mi padre, siguió con la misma tónica: yo provocaba y trataba de calentar y poner cachonda a mi madre, ella no podía evitar excitarse, pero se moría de vergüenza y acababa sintiéndose humillada, luchando contra una naturaleza que era superior a ella. Y para cerrar el triángulo, estaba mi padre que vivía en la parra, sin enterarse de nada, empezando a asumir el rol de cornudo que tan bien le iba.
Yo me limitaba a esperar que la zorra cayese como fruta madura. Los días transcurrían con roces, frotamientos y esperma en su ropa interior. Así, hasta la noche anterior a la partida de mi padre.
Ese día siguió la tónica habitual de la semana. Yo me dediqué a provocar sexualmente a mamá siempre que tuve ocasión. La cosa no resultaba fácil, porque mi padre, ya pegajoso de por sí, estaba especialmente cargante. Hay que tener en cuenta que partía para el curro a la mañana siguiente, y no se despegaba de mamá, ni a sol, ni a sombra.
Mi madre estaba ese día algo más nerviosa e irritable de lo habitual, pero, paradójicamente, no lo pagaba conmigo, sino con desplantes al pobre viejo, que lo único que conseguían era redoblar su insistencia...
Ella continuaba con su costumbre de llevar leggins por casa, y yo no perdí la ocasión de fijarme si seguían oscureciéndose en la zona del coño, cosa que ese día era más evidente de lo habitual
Yo achaqué su nerviosismo a la proximidad con el final del plazo que le había impuesto y a la conversación que íbamos a tener el día siguiente.
Y con esos pensamientos me fui a la cama aquella noche, algo más pronto de lo habitual. Quería estar bien descansado por la mañana.
No obstante, tampoco yo pude evitar que los nervios me afectasen y, al no poder dormirme rápido, decidí ponerme a leer una novela policíaca hasta que Morfeo acudiese en mi busca.
Pero, para mi sorpresa, la que acudió a visitarme, sobre las dos de la mañana, no fue otra que la jamona de mi madre.
Ya estaba a punto de cerrar el libro, cuando, casi sin ruido, vi abrirse la puerta muy, muy despacio...
La vi entrar, lentamente, sin hacer ruido, y quedarse de pie, mirando a la cama, entre asustada y desconcertada. Llevaba un pijama ancho, con estampados chorras de dibujitos tipo Disney, y se notaba que no llevaba sujetador, con sus enormes tetas pendulonas y algo caídas.
Me miraba callada, sin atreverse a hablar, hasta que fui yo el que rompió el hielo:
-¡Hoombre, vaya sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?
-¡Ssssss! No hables tan alto. -susurró.- Tu padre se acaba de dormir...
-¿Y tú? ¿No tienes sueño?
-No, no es eso...-empezó a balbucear, mientras se iba acercando a la cama- Es que... Verás... Yo, no sé...
-¡Aclaraté! -la interrumpí, imperativo.
-Sí, sí... Pero primero, apaga la luz... Es que me da un poco de vergüenza...- “vaya, vaya”, pensé, “la putilla se ha vuelto pudorosa...”
Apagué la lámpara de la mesita, pero, de todos modos, entraba la suficiente luz de la calle como para observarlo todo con claridad.
Ella se paró frente a la cama y, en un plis plas, se deshizo del pijama. A sus pies cayó primero la chaquetilla y después los pantalones. Yo me recree en la escena. Allí estaba mi progenitora, mirándome en la penumbra, en pelota picada, con sus tetazas de pezones enhiestos, su vientre liso y duro, su coño peludo, y sus piernas musculosas y torneadas. Mirándome directamente, empezó a hablar. Yo ya me había quitado los calzoncillos:
-He pensado mucho en lo que me dijiste... Tengo muchas dudas, pero creo que finalmente voy a aceptar tu oferta...
-¿Qué oferta?
-La de... ser...
-¿La de ser qué?
-Tu... tu puta...
-¿Con todas las consecuencias?
-Sí
-Estupendo... -no te arrepentirás. Yo me había medio incorporado en la cama y le indiqué con un gesto que se acercase.- Ven aquí...
Ya tenía la polla como un palo. Me levanté y la abracé para tranquilizarla y, de paso, que fuese notando en su vientre lo que luego la iba a perforar.
Ella se dejaba hacer y se apretaba contra mi cuerpo, apoyando la cabeza sobre mi pecho. Yo le acariciaba el pelo y, despacio fui bajando la mano por su espalda.
Y mientras con una mano le acariciaba el culo y con la otra le sobaba un pezón, ella se frotaba firmemente con mi polla, mientras me acariciaba la espalda, arañándome con suavidad. Y comenzó a hablar, suavemente:
-¡Como me pones, Marcos! Llevo toda la semana pensando en tu polla. -bajó la mano y empezó a masturbarme con suavidad.-No me la puedo quitar de la cabeza... Y tú toda la semana calentándome. He estado chorreando todos los días... Y cuando encontré las bragas llenas de leche. Con ese olor... Y ese sabor... Tuve que hacerme un dedillo deprisa y corriendo... Y así todos los días...
Y empezó a agacharse. Yo le empujaba la cabeza hacia abajo, sujetándola con fuerza de los pelos.
Mamá se arrodilló y engulló a duras penas el capullo. Tenía la boca muy forzada. Estaba claro que no estaba acostumbrada a un rabo tan grueso. Pero la puta, tenía muchas ganas y se esforzaba.
-Bien, guarra, bien... -decía yo, al tiempo que empujaba su cabeza hacia la polla.
Ella estaba sufriendo, así que decidí echarle un cable y la dejé respirar un poco. Entre jadeos, miró hacia arriba con la boca abierta. Yo me agaché un poco y le lancé un fuerte salivazo dentro.
-Un poco de lubricante, guarra, no te vendrá mal...
Ella sonrió y volvió a abrir la boca, pidiendo más.
-Menuda cerda, ahí va otro...
Lo recibió con ansiedad y agarró la polla con ganas, escupió sobre ella, y volvió a tragársela. Cada vez le entraba un poco más, y las babas iban chorreando al suelo.
Yo le marcaba el ritmo con la mano. Meneando su cabeza como si fuese una muñeca.
Estaba muy cachondo, pero no quería correrme todavía y la hice parar.
-Deja. Vamos a la cama...
Ya tumbados, hicimos una breve pausa, en la que aproveche para preguntarle porque había tardado tanto.
-Tu padre no se dormía. Siempre le pasa cuando tiene que salir de viaje. Yo creo que es un cuento chino para echar un polvo. La verdad es que yo no tenía ningunas ganas de follar con él. Pero si no le echo un kiki, todavía estaría dando vueltas en la cama. Así que tras dos minutos, que es lo que tarda, se ha quedado frito enseguida... Y aquí me tienes.
Yo la miré severamente, y le dije:
-¿Se ha corrido dentro?
-Claro
-¿Te has duchado o te has lavado después?
-No he tenido tiempo, quería venir enseguida...
-Mira, mañana, cuando se vaya, te diré como van a funcionar las cosas. Como anticipo, ya puedes ir sabiendo que no voy a meter el rabo donde se ha corrido un pichafloja... No vaya a ser que se me pegue algo. Así que hoy te correrás de otra manera.
Su cara de decepción era un poema
Atónita, sólo acertó a mascullar:
-Pero, Marcos, ¿cómo eres así? Si no ha estado ni dos minutos... Y casi no tiene leche, sólo dos gotas de líquido aguado...
-Mira, estás aquí porque quieres y porque te arde el coño, nadie te obliga... Y las condiciones las pongo yo. Así que ahora, ya puedes hacer lo que te digo. ¿De acuerdo?
-Sssí...
-Perfecto. -la cogí del cuello y empecé a morrearla en plan bien puerco, mientras le frotaba el coño.
-Meneame el rabo, cerda. -le dije sin dejar de masturbarla.
Ella, jadeando y con la lengua fuera, cogió la polla con su manita y empezó a meneármela despacito.
Yo le arrasaba con mí mano su encharcado coño. Y le pasaba la lengua por la cara susurrándole:
-Más fuerte, más rápido, apriétala duro...
Ella se esforzaba, pero estaba bastante más concentrada en su propio placer.
Yo veía que estaba a punto de correrse y forcé la máquina.
Se corrió como una bestia. Empezó a chillar pero rápidamente ahogué sus gritos con la mano.
Se quedó desmadejada junto a mí, allí en mi estrechó catre. Volví a besarla y ella me respondió.
-¿Qué? ¿Has disfrutado?
Me contestó con un intenso beso, metiéndome la lengua hasta la campanilla y apretando la polla con fuerza.
Mientras me estrujaba la polla, yo le iba sobando su culazo y morreándola.
-¿Cómo tienes el culo? -le pregunté, al tiempo que con la yema del dedo empezaba a acariciarle el ojete.
Ella dio un breve respingo mientras contestaba.
-Bien... la verdad es que pasé un día muy malo después de que el Mohamed me lo petase. Pero me he ido poniendo cremas durante la semana y he practicado un poco con un plátano....
-¿Con un plátano...?-pregunte riendo.
-Claro... no tenía otra cosa.... Ahora que tenía el agujero abierto quería que se mantuviese así... Aprovechaba para masturbarme y lamer la leche que has ido dejando en mis bragas...
-¡Joder, que puerca eres! -le dije al tiempo que introducía el dedo en el culo. Entró con facilidad y empecé a menearlo dentro mientras ella seguía pajeándome.- ¿Y qué hiciste con el plátano? -le pregunté.
-Se lo puse de postre a tu padre... -contesto riendo- Sin lavar ni nada... Menos mal que los pela...
-¡Pero que zorra eres! Abre la boca -lo hizo y escupí dentro. Ella se tragó el salivazo relamiéndose y yo sonreí satisfecho.
-¿Sabes qué...? Creo que ha llegado el momento de que pruebe ese culo panadero que tienes...
-¡Bieeeen! Pero ve con cuidado, Marcos, que tú tranca es bastante más ancha que la del moro
-Tú tranquila, mamá, que esto se me da bien. Ponte a cuatro patas, ábrete el culo y apoya la cabeza en la almohada...
Así lo hizo. Era todo un espectáculo, ver a la maciza de mi puta madre, a cuatro patas sobre mi cama con la cara aplastada sobre la almohada, los dientes apretados y con sus manitas abriendo las cachas del culo, enseñando su precioso agujerito marrón, mientras esperaba estoicamente a que su hijo le clavase la polla, con el telón de fondo de los ronquidos del cornudo de su marido en la habitación de al lado.... Creo que con todo lo anterior el rabo me creció cinco centímetros...
Primero le comí un rato el ojete, empapándolo bien de saliva y penetrándolo con la lengua y la nariz. Me encantó el olor y el sabor. Al tiempo, le masajeaba el clítoris con el pulgar para relajarla. Al cabo de un rato empecé a penetrarla con los dedos. Ella gemía y se dejaba hacer. Indudablemente estaba disfrutando. Cuando ya conseguí meter tres dedos con facilidad, le ensarte el capullo. Ella lanzó un gruñido, pero aguantó como una campeona.
-¡Muy bien, mamá, muy bien! -la alentaba yo.
-Sigue, cabrón, sigue, que me tienes ardiendo...-ella parece que no estaba para tonterías.
En vista de sus palabras, decidí pasar a la acción y se la ensarte de golpe hasta la mitad.
Ella lanzó un gritó ahogado que me obligó a taparle la boca.
-¡Sooooo, cerdita, quieta...!
Se removió inquieta y yo esperé unos segundos antes de continuar. A través de la penumbra pude observar como dos gruesos lagrimones surcaban sus mejillas.
-¿Va bien? ¿Quieres que pare...?-le pregunté.
-¡Nnnnnnooooo! - respondió ella- ¡Sigue, hijo de la gran puta, que me encanta!
Sus palabras me pusieron el rabo más duro, si eso podía ser posible, y le clavé de golpe la polla que faltaba por entrar. Ella volvió a dar un respingo y un gemido ahogado, al tiempo que arqueaba la espalda. Yo la agarré de los pelos y, al tiempo que la sujetaba levantada, haciéndole un chupón en el cuello, empecé un furioso metesaca. Me movía con rabia y agresividad, y ella jadeaba intensamente, medio incorporada, había empezado a masturbarse. Estaba muy caliente y no tardó casi nada en correrse. Yo ya no podía más y la imité, llenando sus entrañas de espesos cuajarones de leche. Caímos los dos sobre la cama, yo todavía con la polla dentro de su culo, ablandándose lentamente.
Nos quedamos unos minutos tumbados en cucharita, con mi polla morcillona en su culo y besándole el cuello. Ella jadeaba más suavemente e iba recuperado un ritmo normal de respiración.
-¿Te ha gustado?-le pregunté.
-Si -respondió en un susurro.
-Pues esto es solo el principio...
Le saque la polla, húmeda y pringosa y le pregunté:
-¿Quieres limpiarla?
Ella se había girado y me miraba.
-Claro -respondió, al tiempo que bajaba bajo la sábana y se metía la polla en la boca con avidez, chupando y tragando toda la mezcla de fluidos...
Sin poder evitarlo, se me empezó a endurecer de nuevo. La guarra chupaba con hambre, como Carpanta con un muslo de pollo.
Aparté la sábana para observar a mi puta madre. Ella ensalivaba el rabo de arriba abajo, forzaba al máximo la mandíbula, y, tratando de llenar su garganta, se provocaba arcadas a sí misma. Era un admirable intento de garganta profunda, pero aún necesitaba práctica para una tranca como la mía.
Yo procuraba alentarla, con cariñosas palabras:
-¡Bien, cerda, bien, me encanta que seas tan guarra! ¡Puta puerca!
Al mismo tiempo sujetaba su cabeza tirándole de los pelos y marcando el ritmo.
En un momento en el que conseguí que, entre babas, llegase con sus labios a unos cinco o seis centímetros de la base de mi polla, con los huevos a punto de rebotar en su barbilla (como dice el chiste) y con la tranca marcándose en la tráquea, miré a la mesilla distraído y vi la hora en el despertador. Faltaban menos de cinco minutos para que se despertasen el cornudo.
Raudo y veloz, pegue un tirón del pelo a mí madre y le arranqué la polla de la boca... Se separó de ella dejando un largo hilo de babas y saliva entre sus labios y mi capullo.
-¡Joder, zorra! ¡Tienes que irte cagando leches! -nunca mejor dicho. -El cabrito está a punto de levantarse...
Ella me miró con cara de desesperación, como si estuviese a punto de echarse a llorar.
-Por favor... -me imploró- por favor, Marcos, déjame seguir. ¡Córrete ya! ¡Sólo quiero tu leche!
-Sí, ya. -le dije, levantándola de la cama y dándole el pijama para que se fuese vistiendo- Para irte con un buen sabor de boca, ¿no?... Ya me gustaría a mí correrme en tu garganta. Mira como me dejas -yo todavía tenía la polla como un palo - Pero no me gusta ir con prisas. Y ya puedes estar tranquila, que a partir de ahora te va a salir mi leche hasta por las orejas...
Ella se iba vistiendo, haciéndose la remolona. Yo la cogí de los pelos y le pegue un morreo baboso y cerdo y la contemplé después:
-¡Joder, mamá, tendrías que ver la cara de puta que tienes! ¡Estoy orgulloso de tí!
Ella me miró con cara de agradecimiento y al tiempo que me apretaba los huevos, me dijo:
-¡Me pones supercachonda, cabron! No se te ocurra hacerte una paja, que mañana me voy a hacer el café con tu leche...
Yo flipaba. ¡Había creado un monstruo! ¡Genial!
Faltaba un minuto para que sonase el despertador del viejo, cuando mi madre agarraba el pomo de la puerta. El tiempo justo para entrar en la cama matrimonial y despertar junto a su cornudo esposo. En ese momento recordé algo y rebusque bajo la almohada. Saqué las bragas que había guardado para cascármela aquella noche y se las lancé a la cara:
-¡Y llévate esto putilla! Hoy ya no me va a hacer falta... La leche ya te la daré mañana en directo.
Ella las cogió al vuelo riéndose:
-¡Gracias, Marcos! ¡Ya no necesitas desperdiciar ni una gota!
-¡Para nada! Venga... ¡Corre! ¡Nos vemos de aquí a un rato! Voy a ver si duermo un poco y reservo fuerzas...
-¡Hasta luego, guapo! ¡Voy a despachar al pichafloja!
Yo me reí y la vi cerrar la puerta al tiempo que volvía a meterme en la cama con la polla como una piedra.
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