Como ya he dicho, me levanté fresco como una lechuga y en forma. Se presentaba un día intenso por delante y yo estaba motivado.
Lo primero que hice, después de un copioso desayuno en un bar cercano, fue llamar a un antiguo colega del Instituto que me debía un favor. Trabajaba en una empresa de seguridad, en el departamento de electrónica: cámaras, micros, etc. “La tienda del espía”, como quien dice. Es decir, todo el material que necesitaba para pillar “in fraganti” a los tortolitos. Bueno, mejor dicho, a la tórtola, que era la que más me interesaba. Al mindundi del Moja sólo pretendía utilizarlo para mis fines, aunque, pensándolo bien, a lo mejor lo castigaba follándome a su madre. No tenía ni idea de cómo conseguiría eso (lo de follarme a una mora madurita y medio integrista no lo había hecho nunca), pero era un reto, y que mejor manera para superarse que plantearse objetivos ambiciosos, ¿no?
Bueno, volviendo al tema, que me desvío más que el Guadiana, quedé con mi colega a media mañana y estuvo de lo más servicial, encantado de saldar la deuda que tenía conmigo. Me proporcionó cuatro microcámaras pequeñajas, del tamaño de un botón, perfectas para ser disimuladas en cualquier sitio y con micros adaptados a dos de ellas. Todo el sistema se conectaba por wi fi al ordenador que quisiera o incluso al móvil. La autonomía era de unas doce horas. Perfecto. Arramblé con todo, que no ocupaba más que una pequeña bolsa de plástico. Choqué los cinco con el tipo y puse rumbo a mi hogar, dulce hogar, para ver a la musa de mis sueños... ¡Mi puta madre!
Sobre la una abrí la puerta de casa. Esta vez haciendo todo el ruido del mundo, je, je, je... Y allí estaba, pasando el plumero por el comedor, con las mallas y una camiseta técnica, de esas de hacer yoga. Bastante ajustaditas ambas prendas. Al mirarla me entraron unas ganas locas de embestirla y restregarle la cebolleta por el prominente trasero pero me contuve.
Cuando entré se acercó a saludarme y darme un besito en la mejilla con esa boca de come-rabos que se gastaba.
-¡Hola, Marcos! ¡Qué bien que ya estás en casa! –me dijo acercándose. Yo me hice un poco el tonto y acerqué un pelín mis labios a los suyos, para ver la reacción. Ella se marcó una cobra y se hizo la tonta. “¡Ya mismo te voy a quitar yo las tonterías, guarrona!”, pensé.
-¡Hola, mamá! –dije– He venido para comer juntos y descansar un rato en casa. Más tarde he quedado otra vez para cenar y dormiré por ahí. Hasta mañana a esta hora, más o menos.
En seguida noté como ella se puso repentinamente ojiplática y me contestó, con toda la hipocresía que había atesorado en su último año de corneadora:
-¡Oh, qué mala pata! ¡Con la ilusión que me hacía cenar juntos y ver un rato la tele!
“¡Sí, seguro, menudo morro, cacho zorra!”, pensé, “Lo que tú tienes son unas ganas locas de que te dejen el culo como un bebedero de patos...”. Pero me limité a decirle:
-Lo siento, mamá, pero es que he quedado con un compañero del Insti que hace años que no veía, y, mira, nos iremos a pasar la noche a Barcelona. Me sabe mal...
-¡Bueno, que le vamos a hacer! Ya habrá tiempo de que estés por casa. A fin de cuentas acabas de llegar y tienes que situarte...
-Claro, claro... –respondí.- Y, por la tarde, ¿te quedas todo el rato...?
-No, cariño, ya sabes que los domingos por la tarde voy a ver a la tía Fina y luego vamos a la Parroquia de su barrio. –“¡Bingo!”, pensé, aunque ya lo sabía. Era el plan dominical de mi madre desde tiempos inmemoriales.
-Bueno, no pasa nada. Yo me quedaré por casa leyendo un poco y mirando el ordenador...
-¡No mires según que páginas, eh! –me dijo soltando una risita. Trataba de hacerse la simpática, pero si supiese la que se iba a venir encima, la sonrisa se habría helado. O no, porque ahora la jamona está la mar de encantada con su nueva circunstancia. O por lo menos esa es la impresión que da cada vez que me la follo. Que es bastante... ja, ja, ja...
-Noooo... vaya pelma que estás hecha... ¡Que a mí eso no me interesa...! –“¡Anda que no!”, el porno y yo somos bastante inseparables.
Comimos felices y contentos bromeando y diciendo chorradas. Todo muy familiar y distendido. Y, a las cuatro, se arregló para salir. Muy formalita ella, con su falda por debajo de las rodillas, su camisa de manga larga y su chaqueta a juego. Elegante y seria, como siempre. Pero por sobria que quisiese ir, tenía difícil ocultar el cuerpazo que Dios, al que iba a saludar en breve en la parroquia, le había dado.
A partir de entonces tenía hasta las ocho, más o menos su hora de regreso, para colocar las cámaras. Tiempo de sobra. Puse una en cada pared de la habitación de mis padres, todas apuntando a la cama: en la esquina del crucifijo que estaba sobre el cabecero, en el marco de la ventana, en el espejo frente a la cama y en una esquina del armario. Calculo que lo hice en una horita y a las cinco, cogí un par de libros para la noche y salí de casa para ir al cine. Tenía que distraerme. Me esperaba un día muy largo.
Después del cine, me fui a cenar a un bar y prontito para la pensioncilla. Estuve leyendo a ratos, viendo la tele, mirando el móvil y pasando el tiempo lo mejor que pude, porque me costó mucho dormir. Creo que no pegué ojo hasta las tres o las cuatro. No obstante, una vez que agarré el sueño sobé de un tirón hasta las once.
Desperté optimista y con una buena “trempera matinera”, con la polla como un roble. Me entraron ganas de cascármela, pero me resistí no sé cómo. Estaba sorprendido de mí mismo. No soy precisamente un dechado de virtud y estoicismo y suelo descargar los huevos un par de veces al día (mínimo), pero estaba tan excitado con la situación que preferí reservar la cuajada para mi reina... je, je, je.
Desayuné en el bar de abajo y volví ansioso a casa. Tenía que preparar mi operación de extorsión y estaba histérico por ver los videos en el ordenador. Al entrar, ruidoso, saludé efusivamente. Mi madre me contestó desde la cocina, donde estaba preparando la comidita, para los dos. Carne en salsa. ¡Me encanta! Esta vez llevaba una camiseta mía vieja que le iba enorme y tapaba su melonar, perfectamente enfundado en un sujetador cutre anti-lujuria de color carne, y le bajaba por detrás del culo y unos pantalones de chándal Adidas, bastante horrendos, que sólo servían para disimular su hermoso pandero, perdido entre las arrugas de tan antiestético atuendo. Supongo que las mallas marca-coño que se ponía últimamente las reservaba sólo para ir al gimnasio. ¡Joder, si todas las marujas de la clase estaban tan potentes y vestían cómo ella, el profe iría siempre con la estaca apuntando al cielo!
Enseguida, corrí ansioso a la habitación para dar un repaso rápido a los vídeos. El material resultó ser espectacular. Más de seis horas de porno duro, digno de “Porn Hub” o alguna de las mejores páginas guarras de la red.
Lo pasé deprisa porque sólo quería ver si la grabación era aceptable, antes de hacer una buena selección, un buen “Director’s cut” para ponerle la peliculilla a mamá y ver que le parecía su estupenda “performance”, je, je.
Cuando entraron a la habitación, el Moja ya iba en pelota picada y con la polla tiesa. Ella llevaba todavía el sujetador y unas bragas de encaje, ambos un poco anticuados. “Mmmmm, tendré que renovarle el vestuario...” pensé. Nada más entrar, se sentaron en la cama y comenzó un profundo y largo morreo, mientras mi puta madre le sobaba la polla al moro y este le metía mano por todas partes, sacando las tetas del sujetador y acariciándole el coñete bajo las bragas. Después, ella le tumbó en la cama y procedió a comerle primero el ojete, mientras seguía pajeándole, y después empezó a lamerle los huevos, aunque, cada cierto tiempo bajaba la lengua al ojete y le daba un repaso. Ella parecía ansiosa de verdad y se lo estaba currando. Me dio la sensación de que quería que se corriese rápido. Él ponía cara de estar gozando de lo lindo y le iba pegando tirones del pelo para dirigirla. Al final, ella se metió el rabo en la boca y, menos de un minuto después, consiguió su ración de cuajada. ¡Y todavía seguía con la ropa interior puesta!
A continuación, mi madre se desnudó del todo. Continuaron un ratillo tumbados y acaramelados, besándose en plan cariñoso y diciendo chorradas (supongo, porque el sonido lo tenía bajado), ante la foto que presidía la mesita de noche de mis padres, en la que el cornudo bonachón de papá y la puta cerda de mamá contemplaban sonrientes la insólita escena que se desarrollaba ante sus ojos.
En breve comenzó el segundo asalto. Y parece que el Moja empezó a reclamar el premio que le había prometido mi madre el día anterior. Intentó voltearla para comerle un poco el culo antes de follárselo, pero ella no parecía estar por la labor y se escurría como una culebra. Volvió a ponerlo sobre la cama, la verdad es que el Moja es más bien canijo y de envergadura anda parejo a la de mi madre, y ensartó su almeja en la polla, cual pincho moruno, nunca mejor dicho. Mamá empezó a cabalgar frenéticamente. Daba la sensación de que quería que su machito se corriese pronto. Éste la sujetaba por las nalgas y, poco a poco, fue llevando su mano hacía el culo y acabó metiéndole el índice en el ojete. Mamá dio un respingo, pero siguió cabalgando con más furia, hasta que consiguió vencer la resistencia del chico y le hizo correrse por segunda vez. Dos a cero... y el culo sin petar. “Vaya, al final igual se salió con la suya”, pensé, creyendo que mamá habría conservado su virginidad anal, “y es posible que tenga la suerte de ser yo el que estrene ese culazo de guarra”...
Me estaba relamiendo ante la posibilidad. Pero, por desgracia, mi gozo acabó en un pozo, y, al tercer asalto, mamá fue vencida.
Tras el segundo polvo, la pausa fue más larga pero el acaramelamiento duró poco. El Moja estaba serio y, por lo que veía en las mudas imágenes de la pantalla, parece que empezaron a discutir. Tras una breve disputa en la que mi madre pareció que tiraba balones fuera y se disculpaba, ésta salió de la habitación y volvió con un botecito de plástico que luego identifiqué como lubricante anal. Su cara estaba entre seria y asustada cuando se lo entregó al Moja solemnemente. Éste, por el contrario, mostraba una cara de ilusión y entusiasmo desmedidos. Había llegado su gran momento. Hizo poner a mamá a cuatro patas al borde de la cama y le hizo bajar la cabeza dejando el culo en pompa. Primero le lamió un poco el ojete y, aunque la cara de mamá era un poema (la podía ver por otra cámara), esto parece que le gustó y empezó a gemir un poco. Pero el ansioso muchacho pronto pasó a soltar chorretones de lubricante sobre el culo y su mano, al tiempo que metía los dedos en el ojete. Primero uno, luego dos y después tres. Despacio, acostumbrando el ano a sus nuevos inquilinos. Mi madre cerraba los ojos y apretaba los dientes, al tiempo que agarraba las sábanas con ambas manos. Y todavía faltaba lo mejor... El Moja, con la polla como una piedra pese a los dos polvos anteriores, se echó un buen churretón de lubricante en el cipote y apuntó al ojete sin avisar, justo tras sacar los tres dedos. El capullo entró de golpe y mi madre pegó un grito y dio un respingo que asustó al Moja, que se quedó completamente quieto. Tras unos segundos de impasse, en los que mamá, con evidentes gestos de estar sufriendo, volvió a agacharse y a poner cara de mártir (cualquiera lo diría ahora... ¡hay que verla cuando le meto el rabo y la cara de ansia viva que pone cuando se ensarta el culo en mi cipote...!). Le dijo algo al chaval y éste cogió el lubricante, volvió a echar un chorro y pegó otra embestida. Mamá volvió a apretar los dientes y a gritar un poco, pero menos que la primera vez. Parece que lo peor había pasado. El Moja, que ya tenía media polla dentro, seguía echando lubricante y metiendo trocitos de rabo, impasible ante los gritos y las lágrimas de mi madre, a la que ya no hacía caso. Cinco minutos después, y con el bote de lubricante fundido, la polla había entrado hasta los huevos y el Moja empezó a bombear con rabia, ajeno a las quejas, las lágrimas y los gritos de mi madre. Después de haber echado dos polvos, el moro podía aguantar bastante, y, por Alá, que los estaba disfrutando y recreándose con su triunfo. Bastaba ver el contraste de las caras en la pantalla que los enfocaba de frente. Él, jadeante y sonriente, pero con una sonrisa de rabia y placer. Parecía que disfrutaba haciendo sufrir a su amante. Y la puta que tenía debajo, mi madre, jadeaba, con los dientes apretados y sus manitas agarradas con fuerza a las sábanas. Dos gruesos lagrimones salían intermitentemente de sus preciosos ojos. Presidiendo la escena la foto de mis padres que observaba desde la mesita... Todo un espectáculo.
Tras más de veinte minutos de bombeo, y cuando arreciaban las súplicas de mamá, el Moja se apiadó de su víctima y aceleró el ritmo antes de correrse. Tras una larga lechada se dejó caer sobre la espalda de mi madre sin sacar el rabo del culo. Ésta puso primero cara de alivio y, después, al ver que no la sacaba se empezó a impacientar. Supongo que se asustó al pensar que podría volver a repetir. Aunque el chico llevaba un buen tute, la novedad podría dar alas a su excitación. Pero no fue así, un par de minutos después el Moja, con la cara de ser el hombre más feliz de la tierra, se dejó caer de lado sobre la cama con la polla brillante y morcillona. Mi madre se giró hacia él, al tiempo que se llevaba su mano hacia su dolorido culo. El Moja, le dijo algo señalando la polla. Supongo que querría que se la chupase para limpiarla algo así. Ella le miró espantada, le gritó algo y salió corriendo, supongo que al baño, mientras él se quedaba en la habitación partiéndose el pecho de risa.
Lo esencial terminó aquí. Después sólo hubo besitos, abrazos, carantoñas y demás. Con mi madre con cara de dolor, y el Moja consolándola, pero sonriendo cuando ella no miraba. En fin, un puñetero cabroncete. Todo lo contrario de un caballero. Ya me vengaría yo, ya...
Sobre las cuatro de la mañana nuestro héroe abandono el tálamo nupcial de mis padres y mamá se dejó caer exhausta y en pelotas, tal y como estaba, antes de apagar la luz. Durmió boca abajo eso sí, supongo que no quería hacerse daño en su enrojecido y maltratado ano...
Justo cuando terminaba de ver la cinta, me llamó mi madre:
-¡Marcos, la comida!
-Ya voy, mamá...
Bueeno, la cosa iba bien. Esa tarde haría un buen resumen de la peliculita y, por la noche, tendríamos una buena sesión de cine familiar. Je, je, je...
Cuando llegué al comedor vi que mamá sólo había puesto cubiertos para uno en la mesa.
-Mamá ¿tú no comes? –le pregunté
-No, no, cariño, no tengo mucha hambre y ya he picado algo en la cocina. –me respondió.
La cosa me sorprendió un poco, pero no fue hasta más tarde, cuando me di cuenta de que mi madre no se sentó ni una sola vez en toda la tarde, antes de salir para la Parroquia. Entonces me di cuenta de lo que le pasaba. La puerta trasera de mi futura putita había quedado algo dañada tras su desfloramiento... “Bueno, no pasa nada”, pensé, “ahora va a tener unos cuantos días para recuperar la forma...”
Después de comer, me encerré en mi habitación a preparar el Reality con el que iba a deleitar a mamá. Con dejar lo esencial, una horita, bastaría. Una entrañable película familiar. Ideal para poner en Navidad, después de “¡Qué bello es vivir!”... je, je, je.
Sobre las siete, mamá se fue a la Parroquia, como cada día. Para su regreso, a las nueve, además de la cena, tendríamos Sesión de Cine en el sofá. Esperaba que, para entonces ya pudiese sentarse un ratillo, sería más entrañable y romántico.
Pero eso queda para el próximo capítulo
Lo primero que hice, después de un copioso desayuno en un bar cercano, fue llamar a un antiguo colega del Instituto que me debía un favor. Trabajaba en una empresa de seguridad, en el departamento de electrónica: cámaras, micros, etc. “La tienda del espía”, como quien dice. Es decir, todo el material que necesitaba para pillar “in fraganti” a los tortolitos. Bueno, mejor dicho, a la tórtola, que era la que más me interesaba. Al mindundi del Moja sólo pretendía utilizarlo para mis fines, aunque, pensándolo bien, a lo mejor lo castigaba follándome a su madre. No tenía ni idea de cómo conseguiría eso (lo de follarme a una mora madurita y medio integrista no lo había hecho nunca), pero era un reto, y que mejor manera para superarse que plantearse objetivos ambiciosos, ¿no?
Bueno, volviendo al tema, que me desvío más que el Guadiana, quedé con mi colega a media mañana y estuvo de lo más servicial, encantado de saldar la deuda que tenía conmigo. Me proporcionó cuatro microcámaras pequeñajas, del tamaño de un botón, perfectas para ser disimuladas en cualquier sitio y con micros adaptados a dos de ellas. Todo el sistema se conectaba por wi fi al ordenador que quisiera o incluso al móvil. La autonomía era de unas doce horas. Perfecto. Arramblé con todo, que no ocupaba más que una pequeña bolsa de plástico. Choqué los cinco con el tipo y puse rumbo a mi hogar, dulce hogar, para ver a la musa de mis sueños... ¡Mi puta madre!
Sobre la una abrí la puerta de casa. Esta vez haciendo todo el ruido del mundo, je, je, je... Y allí estaba, pasando el plumero por el comedor, con las mallas y una camiseta técnica, de esas de hacer yoga. Bastante ajustaditas ambas prendas. Al mirarla me entraron unas ganas locas de embestirla y restregarle la cebolleta por el prominente trasero pero me contuve.
Cuando entré se acercó a saludarme y darme un besito en la mejilla con esa boca de come-rabos que se gastaba.
-¡Hola, Marcos! ¡Qué bien que ya estás en casa! –me dijo acercándose. Yo me hice un poco el tonto y acerqué un pelín mis labios a los suyos, para ver la reacción. Ella se marcó una cobra y se hizo la tonta. “¡Ya mismo te voy a quitar yo las tonterías, guarrona!”, pensé.
-¡Hola, mamá! –dije– He venido para comer juntos y descansar un rato en casa. Más tarde he quedado otra vez para cenar y dormiré por ahí. Hasta mañana a esta hora, más o menos.
En seguida noté como ella se puso repentinamente ojiplática y me contestó, con toda la hipocresía que había atesorado en su último año de corneadora:
-¡Oh, qué mala pata! ¡Con la ilusión que me hacía cenar juntos y ver un rato la tele!
“¡Sí, seguro, menudo morro, cacho zorra!”, pensé, “Lo que tú tienes son unas ganas locas de que te dejen el culo como un bebedero de patos...”. Pero me limité a decirle:
-Lo siento, mamá, pero es que he quedado con un compañero del Insti que hace años que no veía, y, mira, nos iremos a pasar la noche a Barcelona. Me sabe mal...
-¡Bueno, que le vamos a hacer! Ya habrá tiempo de que estés por casa. A fin de cuentas acabas de llegar y tienes que situarte...
-Claro, claro... –respondí.- Y, por la tarde, ¿te quedas todo el rato...?
-No, cariño, ya sabes que los domingos por la tarde voy a ver a la tía Fina y luego vamos a la Parroquia de su barrio. –“¡Bingo!”, pensé, aunque ya lo sabía. Era el plan dominical de mi madre desde tiempos inmemoriales.
-Bueno, no pasa nada. Yo me quedaré por casa leyendo un poco y mirando el ordenador...
-¡No mires según que páginas, eh! –me dijo soltando una risita. Trataba de hacerse la simpática, pero si supiese la que se iba a venir encima, la sonrisa se habría helado. O no, porque ahora la jamona está la mar de encantada con su nueva circunstancia. O por lo menos esa es la impresión que da cada vez que me la follo. Que es bastante... ja, ja, ja...
-Noooo... vaya pelma que estás hecha... ¡Que a mí eso no me interesa...! –“¡Anda que no!”, el porno y yo somos bastante inseparables.
Comimos felices y contentos bromeando y diciendo chorradas. Todo muy familiar y distendido. Y, a las cuatro, se arregló para salir. Muy formalita ella, con su falda por debajo de las rodillas, su camisa de manga larga y su chaqueta a juego. Elegante y seria, como siempre. Pero por sobria que quisiese ir, tenía difícil ocultar el cuerpazo que Dios, al que iba a saludar en breve en la parroquia, le había dado.
A partir de entonces tenía hasta las ocho, más o menos su hora de regreso, para colocar las cámaras. Tiempo de sobra. Puse una en cada pared de la habitación de mis padres, todas apuntando a la cama: en la esquina del crucifijo que estaba sobre el cabecero, en el marco de la ventana, en el espejo frente a la cama y en una esquina del armario. Calculo que lo hice en una horita y a las cinco, cogí un par de libros para la noche y salí de casa para ir al cine. Tenía que distraerme. Me esperaba un día muy largo.
Después del cine, me fui a cenar a un bar y prontito para la pensioncilla. Estuve leyendo a ratos, viendo la tele, mirando el móvil y pasando el tiempo lo mejor que pude, porque me costó mucho dormir. Creo que no pegué ojo hasta las tres o las cuatro. No obstante, una vez que agarré el sueño sobé de un tirón hasta las once.
Desperté optimista y con una buena “trempera matinera”, con la polla como un roble. Me entraron ganas de cascármela, pero me resistí no sé cómo. Estaba sorprendido de mí mismo. No soy precisamente un dechado de virtud y estoicismo y suelo descargar los huevos un par de veces al día (mínimo), pero estaba tan excitado con la situación que preferí reservar la cuajada para mi reina... je, je, je.
Desayuné en el bar de abajo y volví ansioso a casa. Tenía que preparar mi operación de extorsión y estaba histérico por ver los videos en el ordenador. Al entrar, ruidoso, saludé efusivamente. Mi madre me contestó desde la cocina, donde estaba preparando la comidita, para los dos. Carne en salsa. ¡Me encanta! Esta vez llevaba una camiseta mía vieja que le iba enorme y tapaba su melonar, perfectamente enfundado en un sujetador cutre anti-lujuria de color carne, y le bajaba por detrás del culo y unos pantalones de chándal Adidas, bastante horrendos, que sólo servían para disimular su hermoso pandero, perdido entre las arrugas de tan antiestético atuendo. Supongo que las mallas marca-coño que se ponía últimamente las reservaba sólo para ir al gimnasio. ¡Joder, si todas las marujas de la clase estaban tan potentes y vestían cómo ella, el profe iría siempre con la estaca apuntando al cielo!
Enseguida, corrí ansioso a la habitación para dar un repaso rápido a los vídeos. El material resultó ser espectacular. Más de seis horas de porno duro, digno de “Porn Hub” o alguna de las mejores páginas guarras de la red.
Lo pasé deprisa porque sólo quería ver si la grabación era aceptable, antes de hacer una buena selección, un buen “Director’s cut” para ponerle la peliculilla a mamá y ver que le parecía su estupenda “performance”, je, je.
Cuando entraron a la habitación, el Moja ya iba en pelota picada y con la polla tiesa. Ella llevaba todavía el sujetador y unas bragas de encaje, ambos un poco anticuados. “Mmmmm, tendré que renovarle el vestuario...” pensé. Nada más entrar, se sentaron en la cama y comenzó un profundo y largo morreo, mientras mi puta madre le sobaba la polla al moro y este le metía mano por todas partes, sacando las tetas del sujetador y acariciándole el coñete bajo las bragas. Después, ella le tumbó en la cama y procedió a comerle primero el ojete, mientras seguía pajeándole, y después empezó a lamerle los huevos, aunque, cada cierto tiempo bajaba la lengua al ojete y le daba un repaso. Ella parecía ansiosa de verdad y se lo estaba currando. Me dio la sensación de que quería que se corriese rápido. Él ponía cara de estar gozando de lo lindo y le iba pegando tirones del pelo para dirigirla. Al final, ella se metió el rabo en la boca y, menos de un minuto después, consiguió su ración de cuajada. ¡Y todavía seguía con la ropa interior puesta!
A continuación, mi madre se desnudó del todo. Continuaron un ratillo tumbados y acaramelados, besándose en plan cariñoso y diciendo chorradas (supongo, porque el sonido lo tenía bajado), ante la foto que presidía la mesita de noche de mis padres, en la que el cornudo bonachón de papá y la puta cerda de mamá contemplaban sonrientes la insólita escena que se desarrollaba ante sus ojos.
En breve comenzó el segundo asalto. Y parece que el Moja empezó a reclamar el premio que le había prometido mi madre el día anterior. Intentó voltearla para comerle un poco el culo antes de follárselo, pero ella no parecía estar por la labor y se escurría como una culebra. Volvió a ponerlo sobre la cama, la verdad es que el Moja es más bien canijo y de envergadura anda parejo a la de mi madre, y ensartó su almeja en la polla, cual pincho moruno, nunca mejor dicho. Mamá empezó a cabalgar frenéticamente. Daba la sensación de que quería que su machito se corriese pronto. Éste la sujetaba por las nalgas y, poco a poco, fue llevando su mano hacía el culo y acabó metiéndole el índice en el ojete. Mamá dio un respingo, pero siguió cabalgando con más furia, hasta que consiguió vencer la resistencia del chico y le hizo correrse por segunda vez. Dos a cero... y el culo sin petar. “Vaya, al final igual se salió con la suya”, pensé, creyendo que mamá habría conservado su virginidad anal, “y es posible que tenga la suerte de ser yo el que estrene ese culazo de guarra”...
Me estaba relamiendo ante la posibilidad. Pero, por desgracia, mi gozo acabó en un pozo, y, al tercer asalto, mamá fue vencida.
Tras el segundo polvo, la pausa fue más larga pero el acaramelamiento duró poco. El Moja estaba serio y, por lo que veía en las mudas imágenes de la pantalla, parece que empezaron a discutir. Tras una breve disputa en la que mi madre pareció que tiraba balones fuera y se disculpaba, ésta salió de la habitación y volvió con un botecito de plástico que luego identifiqué como lubricante anal. Su cara estaba entre seria y asustada cuando se lo entregó al Moja solemnemente. Éste, por el contrario, mostraba una cara de ilusión y entusiasmo desmedidos. Había llegado su gran momento. Hizo poner a mamá a cuatro patas al borde de la cama y le hizo bajar la cabeza dejando el culo en pompa. Primero le lamió un poco el ojete y, aunque la cara de mamá era un poema (la podía ver por otra cámara), esto parece que le gustó y empezó a gemir un poco. Pero el ansioso muchacho pronto pasó a soltar chorretones de lubricante sobre el culo y su mano, al tiempo que metía los dedos en el ojete. Primero uno, luego dos y después tres. Despacio, acostumbrando el ano a sus nuevos inquilinos. Mi madre cerraba los ojos y apretaba los dientes, al tiempo que agarraba las sábanas con ambas manos. Y todavía faltaba lo mejor... El Moja, con la polla como una piedra pese a los dos polvos anteriores, se echó un buen churretón de lubricante en el cipote y apuntó al ojete sin avisar, justo tras sacar los tres dedos. El capullo entró de golpe y mi madre pegó un grito y dio un respingo que asustó al Moja, que se quedó completamente quieto. Tras unos segundos de impasse, en los que mamá, con evidentes gestos de estar sufriendo, volvió a agacharse y a poner cara de mártir (cualquiera lo diría ahora... ¡hay que verla cuando le meto el rabo y la cara de ansia viva que pone cuando se ensarta el culo en mi cipote...!). Le dijo algo al chaval y éste cogió el lubricante, volvió a echar un chorro y pegó otra embestida. Mamá volvió a apretar los dientes y a gritar un poco, pero menos que la primera vez. Parece que lo peor había pasado. El Moja, que ya tenía media polla dentro, seguía echando lubricante y metiendo trocitos de rabo, impasible ante los gritos y las lágrimas de mi madre, a la que ya no hacía caso. Cinco minutos después, y con el bote de lubricante fundido, la polla había entrado hasta los huevos y el Moja empezó a bombear con rabia, ajeno a las quejas, las lágrimas y los gritos de mi madre. Después de haber echado dos polvos, el moro podía aguantar bastante, y, por Alá, que los estaba disfrutando y recreándose con su triunfo. Bastaba ver el contraste de las caras en la pantalla que los enfocaba de frente. Él, jadeante y sonriente, pero con una sonrisa de rabia y placer. Parecía que disfrutaba haciendo sufrir a su amante. Y la puta que tenía debajo, mi madre, jadeaba, con los dientes apretados y sus manitas agarradas con fuerza a las sábanas. Dos gruesos lagrimones salían intermitentemente de sus preciosos ojos. Presidiendo la escena la foto de mis padres que observaba desde la mesita... Todo un espectáculo.
Tras más de veinte minutos de bombeo, y cuando arreciaban las súplicas de mamá, el Moja se apiadó de su víctima y aceleró el ritmo antes de correrse. Tras una larga lechada se dejó caer sobre la espalda de mi madre sin sacar el rabo del culo. Ésta puso primero cara de alivio y, después, al ver que no la sacaba se empezó a impacientar. Supongo que se asustó al pensar que podría volver a repetir. Aunque el chico llevaba un buen tute, la novedad podría dar alas a su excitación. Pero no fue así, un par de minutos después el Moja, con la cara de ser el hombre más feliz de la tierra, se dejó caer de lado sobre la cama con la polla brillante y morcillona. Mi madre se giró hacia él, al tiempo que se llevaba su mano hacia su dolorido culo. El Moja, le dijo algo señalando la polla. Supongo que querría que se la chupase para limpiarla algo así. Ella le miró espantada, le gritó algo y salió corriendo, supongo que al baño, mientras él se quedaba en la habitación partiéndose el pecho de risa.
Lo esencial terminó aquí. Después sólo hubo besitos, abrazos, carantoñas y demás. Con mi madre con cara de dolor, y el Moja consolándola, pero sonriendo cuando ella no miraba. En fin, un puñetero cabroncete. Todo lo contrario de un caballero. Ya me vengaría yo, ya...
Sobre las cuatro de la mañana nuestro héroe abandono el tálamo nupcial de mis padres y mamá se dejó caer exhausta y en pelotas, tal y como estaba, antes de apagar la luz. Durmió boca abajo eso sí, supongo que no quería hacerse daño en su enrojecido y maltratado ano...
Justo cuando terminaba de ver la cinta, me llamó mi madre:
-¡Marcos, la comida!
-Ya voy, mamá...
Bueeno, la cosa iba bien. Esa tarde haría un buen resumen de la peliculita y, por la noche, tendríamos una buena sesión de cine familiar. Je, je, je...
Cuando llegué al comedor vi que mamá sólo había puesto cubiertos para uno en la mesa.
-Mamá ¿tú no comes? –le pregunté
-No, no, cariño, no tengo mucha hambre y ya he picado algo en la cocina. –me respondió.
La cosa me sorprendió un poco, pero no fue hasta más tarde, cuando me di cuenta de que mi madre no se sentó ni una sola vez en toda la tarde, antes de salir para la Parroquia. Entonces me di cuenta de lo que le pasaba. La puerta trasera de mi futura putita había quedado algo dañada tras su desfloramiento... “Bueno, no pasa nada”, pensé, “ahora va a tener unos cuantos días para recuperar la forma...”
Después de comer, me encerré en mi habitación a preparar el Reality con el que iba a deleitar a mamá. Con dejar lo esencial, una horita, bastaría. Una entrañable película familiar. Ideal para poner en Navidad, después de “¡Qué bello es vivir!”... je, je, je.
Sobre las siete, mamá se fue a la Parroquia, como cada día. Para su regreso, a las nueve, además de la cena, tendríamos Sesión de Cine en el sofá. Esperaba que, para entonces ya pudiese sentarse un ratillo, sería más entrañable y romántico.
Pero eso queda para el próximo capítulo
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