Regresé, después de años, a una pequeña ciudad, a orillas de un riacho, en la provincia de Entre Ríos, donde había residido un tiempo, llevado por mi primer trabajo, una vez graduado en la universidad. Había viajado, solo – mi esposa quedó en Buenos Aires -, por un trámite laboral breve.
Paseando, la noche del primer día a la caída del sol, me encontré con Liliana, en un bar con un par de amigas. Habíamos tenido un noviazgo, avanzado, con osadías y atrevimientos, sin llegar al acto sexual.
Fui a saludarla. Pareció contenta de verme, a pesar que nos habíamos separado, no del todo cordialmente.
Hablamos un poco de todo. Se había casado, con un tal Paulo, y trabajaba en una inmobiliaria local. Después de una hora, amena, nos despedimos.
El día siguiente, de regreso al hotel, recibo un llamado telefónico en mi habitación:
-¡Hola, soy Liliana! ¿Estás libre esta noche para un trago y una charla, con tu simpatiquísima ex?- aludía a un elogio mío la noche anterior. Debo decir que, realmente, es una persona con la que es imposible aburrirse.
Respondí que sí y le pregunté cómo encajaba el marido.
-No está. Está de viaje ¿Te parece, después de la cena, a las 10:00?-me dijo.
Le propuse pasar a buscarla con mi auto. Me pidió datos para ubicar el vehículo, me dio la dirección de su casa y me indicó que estacionara en un preciso lugar en penumbra.
-Yo te voy a alcanzar, cuando esté segura que no haya nadie a la vista. El barrio es chusma, ¿entendes?-
Llegó con un breve retraso de 10 minutos, entró velozmente en el coche. Tenía el cabello rubio enrulado, aún húmedo, vestida con una camiseta liviana y una pollerita breve. Era verano. Tiene un físico muy lindo, y lo sabe. Estaba hermosa.
Juntos habíamos hecho muchas chanchadas, sin coito, a pesar de que era “agua pasada” su beso, de saludo, en la mejilla, fue disparador de erección.
-¡Vámonos de acá! ¿Qué idea tenes para esta noche?- preguntó.
Mientras arranqué el motor y comenzamos a avanzar, le respondí que ninguna, que, puesto que ella invitaba, iba a secundar sus preferencias.
-¿Cuánta plata tenés?-
-Unos dos mil y algo ¿Por qué? No pensé que sería una salida muy costosa, ya que los dos ya hemos cenado - le respondí.
La miré, la vi sonreírse con picardía:
-Ok, pueden alcanzar. Te propongo dos alternativas. La primera, vamos a un local, en Nxgxxx, por precaución, a unos 40 km de aquí y me invitás a un trago, te va a costar unos 600 más la nafta. La segunda, vamos a un lugar apartado que conozco, me das los 2000 y pico a mí y yo decido que hacemos.-
Quedé bizco de asombro:
-¿Hacés por plata, estas cosas, ahora?-
-Sólo con vos- me volvió a besar en la mejilla, pero cerca, muy cerca de la boca. Detuve el auto en una esquina, para dar paso a otro coche, la miré y ella, comenzó a besarme y a meter lengua. Recordé ese su modo de usar la lengua y, al instante, la erección se volvió durísima.
Antes de reanudar la marcha, le dije que prefería el lugar apartado.
-¡Muy bien, óptima elección!!- probablemente ya estaba tan excitada como yo, mientras lo decía, metió mano en mi pantalón.
Salimos del poblado por el camino que ella me fue indicando. Llegamos a un lugar súper oscuro, sólo la luna filtrándose entre las ramas, nos iluminaba dentro del auto. Ni bien apagué el motor, volvió a meterme la lengua en la boca y la mano en el pantalón.
Me pidió el dinero, Se lo dí
-¿Así que vos crees que soy una putita?¿Que me hago empomar por dos mil pesos? ¡Pues…estás muyyyy equivocado! – me devolvió el fajo de billetes, introduciéndolo en el bolsillito de mi camisa.
Corrió el cierre relámpago de mi pantalón y agarró la verga con la mano y comenzó a pajeármela.
-¡Para que sepas, anoche me costó un vagón dormirme! Me venían a la memoria todas las cochinadas que hicimos juntos, como esta de pajearte, y ardía de deseo. Me metí dedo, como tantas veces lo había hecho para mantener la virginidad hasta el matrimonio ¡Qué boluda! –
-¿No me digas, que … te calenté?-
-¡Si te digo! Hasta que me dije “ya no sos virgen, Paulo no está, date el gusto” y decidí llamarte a la tarde de hoy. –
Se puso dos dedos en la boca para juntar saliva y me mojó la cabeza del miembro
-¿Te acordas como te gustaba?-
Asentí y ella siguió, hablando, mientras lo tenía rodeado con una mano y con los dedos de la otra me seguía acariciando el glande
-¡Lo hubiese querido hacer ayer mismo. Cuando volví a verte me vinieron unas mega ganas! Ahora estás aquí, te lo tengo en mis manos. ¿Te gusta cómo antes?-
Literalmente, me enloquecía.
-Esta noche voy a hacer todo lo que quieras. Yo que vos aprovecharía – murmuró
-Ok. Demostrame hasta que punto podes ser depravada – la desafié.
-¡Sólo con vos! ¡Te tomo la palabra! Arrancá el coche que vamos a un lugar seguro-
Anduvimos unos kilómetros, alejándonos aún más de la ciudad. Entramos en el garaje de una casa quinta que estaba en venta (era de uno de sus clientes de la inmobiliaria y ella había traído las llaves).
Yo, no era un candidato a comprador, el recorrido fue, sin escalas, del garaje al dormitorio matrimonial.
Besos de por medio, le quité camiseta y corpiño y disfruté del sabor de sus pezones, sentado al borde de la cama. Me empujó y la emprendió con mi pantalón y slip, que quedaron a la altura de los tobillos. Ahí se agachó e inició a lamerme la cabeza de la verga. Lo hacía muy bien, todo alrededor, luego la punta, dulcemente con las artes de una puta consumada. Luego de darle un beso, se la tragó entera para chuparla, bajando y subiendo con sus maravillosos labios. Lo hizo de primera.
Me sobrepuse al placer, la acosté y terminé de desnudarla y desnudarme. Comencé a besarla en todo el cuerpo hasta que llegué ahí. Le lamí y besé, estimo que por un cuarto de hora, la concha perfumada y mojadísima. Ella manifestó su satisfacción, de viva voz y con un concierto de sonidos de aprobación y goce.
Sin pedir su parecer, me acomodé entre sus piernas, sin condón, se la metí adentro y comencé a cogerla, sin miramientos. Mientras la cogía, se tocaba los pezones, metía la mano entre mi pubis y el suyo, se tocaba la concha y me tocaba la verga, en los instantes que estaba afuera, luego se lamía los dedos. Los orgasmos fueron un alboroto, tumulto y desenfreno.
Recobrado el conocimiento que habíamos perdido, conversamos sobre nosotros, nuestras vidas y banalidades, intercambiando besos y caricias tiernas y suaves.
De pronto me largó que le gustaba recibirla por el culo, que su marido, hacía poco se lo había hecho, después de mucho insistir y lo disfrutó.
Ante la perspectiva y una renovada erección, la giré boca abajo y le metí un dedo. Dio un gritito.
-¿No es lo que queres ahora?- le murmuré
Se puso en cuatro. El panorama era estupendo, su culito era de diez y felicitado, pero su concha no le iba a la zaga. La segunda cogida fue también como manda natura, vaginal en posición perrita.
Recién la tercera fue contra natura, la enculé como quería.
Las dos y las acabadas fueron para el asombro, pasmo y admiración.
En el viaje de regreso, Liliana, lamentó las oportunidades de goce perdidas por aferrarse al preconcepto de virginidad hasta la boda.
Estuve de acuerdo.
Frente a su casa me regaló un último beso de lengua pero no acordamos nuevos encuentros inmorales y condenables, entre un par de casados.
Paseando, la noche del primer día a la caída del sol, me encontré con Liliana, en un bar con un par de amigas. Habíamos tenido un noviazgo, avanzado, con osadías y atrevimientos, sin llegar al acto sexual.
Fui a saludarla. Pareció contenta de verme, a pesar que nos habíamos separado, no del todo cordialmente.
Hablamos un poco de todo. Se había casado, con un tal Paulo, y trabajaba en una inmobiliaria local. Después de una hora, amena, nos despedimos.
El día siguiente, de regreso al hotel, recibo un llamado telefónico en mi habitación:
-¡Hola, soy Liliana! ¿Estás libre esta noche para un trago y una charla, con tu simpatiquísima ex?- aludía a un elogio mío la noche anterior. Debo decir que, realmente, es una persona con la que es imposible aburrirse.
Respondí que sí y le pregunté cómo encajaba el marido.
-No está. Está de viaje ¿Te parece, después de la cena, a las 10:00?-me dijo.
Le propuse pasar a buscarla con mi auto. Me pidió datos para ubicar el vehículo, me dio la dirección de su casa y me indicó que estacionara en un preciso lugar en penumbra.
-Yo te voy a alcanzar, cuando esté segura que no haya nadie a la vista. El barrio es chusma, ¿entendes?-
Llegó con un breve retraso de 10 minutos, entró velozmente en el coche. Tenía el cabello rubio enrulado, aún húmedo, vestida con una camiseta liviana y una pollerita breve. Era verano. Tiene un físico muy lindo, y lo sabe. Estaba hermosa.
Juntos habíamos hecho muchas chanchadas, sin coito, a pesar de que era “agua pasada” su beso, de saludo, en la mejilla, fue disparador de erección.
-¡Vámonos de acá! ¿Qué idea tenes para esta noche?- preguntó.
Mientras arranqué el motor y comenzamos a avanzar, le respondí que ninguna, que, puesto que ella invitaba, iba a secundar sus preferencias.
-¿Cuánta plata tenés?-
-Unos dos mil y algo ¿Por qué? No pensé que sería una salida muy costosa, ya que los dos ya hemos cenado - le respondí.
La miré, la vi sonreírse con picardía:
-Ok, pueden alcanzar. Te propongo dos alternativas. La primera, vamos a un local, en Nxgxxx, por precaución, a unos 40 km de aquí y me invitás a un trago, te va a costar unos 600 más la nafta. La segunda, vamos a un lugar apartado que conozco, me das los 2000 y pico a mí y yo decido que hacemos.-
Quedé bizco de asombro:
-¿Hacés por plata, estas cosas, ahora?-
-Sólo con vos- me volvió a besar en la mejilla, pero cerca, muy cerca de la boca. Detuve el auto en una esquina, para dar paso a otro coche, la miré y ella, comenzó a besarme y a meter lengua. Recordé ese su modo de usar la lengua y, al instante, la erección se volvió durísima.
Antes de reanudar la marcha, le dije que prefería el lugar apartado.
-¡Muy bien, óptima elección!!- probablemente ya estaba tan excitada como yo, mientras lo decía, metió mano en mi pantalón.
Salimos del poblado por el camino que ella me fue indicando. Llegamos a un lugar súper oscuro, sólo la luna filtrándose entre las ramas, nos iluminaba dentro del auto. Ni bien apagué el motor, volvió a meterme la lengua en la boca y la mano en el pantalón.
Me pidió el dinero, Se lo dí
-¿Así que vos crees que soy una putita?¿Que me hago empomar por dos mil pesos? ¡Pues…estás muyyyy equivocado! – me devolvió el fajo de billetes, introduciéndolo en el bolsillito de mi camisa.
Corrió el cierre relámpago de mi pantalón y agarró la verga con la mano y comenzó a pajeármela.
-¡Para que sepas, anoche me costó un vagón dormirme! Me venían a la memoria todas las cochinadas que hicimos juntos, como esta de pajearte, y ardía de deseo. Me metí dedo, como tantas veces lo había hecho para mantener la virginidad hasta el matrimonio ¡Qué boluda! –
-¿No me digas, que … te calenté?-
-¡Si te digo! Hasta que me dije “ya no sos virgen, Paulo no está, date el gusto” y decidí llamarte a la tarde de hoy. –
Se puso dos dedos en la boca para juntar saliva y me mojó la cabeza del miembro
-¿Te acordas como te gustaba?-
Asentí y ella siguió, hablando, mientras lo tenía rodeado con una mano y con los dedos de la otra me seguía acariciando el glande
-¡Lo hubiese querido hacer ayer mismo. Cuando volví a verte me vinieron unas mega ganas! Ahora estás aquí, te lo tengo en mis manos. ¿Te gusta cómo antes?-
Literalmente, me enloquecía.
-Esta noche voy a hacer todo lo que quieras. Yo que vos aprovecharía – murmuró
-Ok. Demostrame hasta que punto podes ser depravada – la desafié.
-¡Sólo con vos! ¡Te tomo la palabra! Arrancá el coche que vamos a un lugar seguro-
Anduvimos unos kilómetros, alejándonos aún más de la ciudad. Entramos en el garaje de una casa quinta que estaba en venta (era de uno de sus clientes de la inmobiliaria y ella había traído las llaves).
Yo, no era un candidato a comprador, el recorrido fue, sin escalas, del garaje al dormitorio matrimonial.
Besos de por medio, le quité camiseta y corpiño y disfruté del sabor de sus pezones, sentado al borde de la cama. Me empujó y la emprendió con mi pantalón y slip, que quedaron a la altura de los tobillos. Ahí se agachó e inició a lamerme la cabeza de la verga. Lo hacía muy bien, todo alrededor, luego la punta, dulcemente con las artes de una puta consumada. Luego de darle un beso, se la tragó entera para chuparla, bajando y subiendo con sus maravillosos labios. Lo hizo de primera.
Me sobrepuse al placer, la acosté y terminé de desnudarla y desnudarme. Comencé a besarla en todo el cuerpo hasta que llegué ahí. Le lamí y besé, estimo que por un cuarto de hora, la concha perfumada y mojadísima. Ella manifestó su satisfacción, de viva voz y con un concierto de sonidos de aprobación y goce.
Sin pedir su parecer, me acomodé entre sus piernas, sin condón, se la metí adentro y comencé a cogerla, sin miramientos. Mientras la cogía, se tocaba los pezones, metía la mano entre mi pubis y el suyo, se tocaba la concha y me tocaba la verga, en los instantes que estaba afuera, luego se lamía los dedos. Los orgasmos fueron un alboroto, tumulto y desenfreno.
Recobrado el conocimiento que habíamos perdido, conversamos sobre nosotros, nuestras vidas y banalidades, intercambiando besos y caricias tiernas y suaves.
De pronto me largó que le gustaba recibirla por el culo, que su marido, hacía poco se lo había hecho, después de mucho insistir y lo disfrutó.
Ante la perspectiva y una renovada erección, la giré boca abajo y le metí un dedo. Dio un gritito.
-¿No es lo que queres ahora?- le murmuré
Se puso en cuatro. El panorama era estupendo, su culito era de diez y felicitado, pero su concha no le iba a la zaga. La segunda cogida fue también como manda natura, vaginal en posición perrita.
Recién la tercera fue contra natura, la enculé como quería.
Las dos y las acabadas fueron para el asombro, pasmo y admiración.
En el viaje de regreso, Liliana, lamentó las oportunidades de goce perdidas por aferrarse al preconcepto de virginidad hasta la boda.
Estuve de acuerdo.
Frente a su casa me regaló un último beso de lengua pero no acordamos nuevos encuentros inmorales y condenables, entre un par de casados.
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