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La novia de mi hija

En capítulos anteriores
Se me declaró la amiga de mi hija
La elección de la amiga de mi hija
Trío prohibido
Reconciliación tabú

(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

Los meses siguientes la situación en mi casa volvió a la normalidad. Mi hija y yo habíamos recuperado una relación normal, como la que teníamos antes de haber caído en las carnes del incesto. Seguía su vida, y yo la mía con Sonia, con quien cada vez me sentía más cómodo. No era tan mala idea salir con aquella joven.

Mi hija Clara no salió con chicos durante algún tiempo. Más bien al contrario, me sorprendió cuando un buen día se presentó en casa con Diana. Originalmente me presentó a aquella chica guapa, de ojos azules, camisetas “hippies”, vaqueros rotos y el cabello teñido de azul como una amiga. Pero después de que aquella noche la casa se viese invadida por un concierto de sus gemidos, por la mañana me confesaron que estaban juntas.

Yo por supuesto lo acepté. Que mi hija fuera bisexual (ya que, como me aclaró, aún le gustaban los hombres) era de lo más natural. De hecho yo había tenido mis sospechas (claro que las sospechas se remontaban a la noche que nos montamos un trío con Sonia).

Diana parecía algo sorprendida por mi actitud. Estaba seguro de que muchas veces le habían reprendido los padres de alguna chica por “pervertir” a sus hijas, o incluso que sus propios padres se hubieran sentido defraudados porque su hija tuviera la opción sexual que no damos aceptada por defecto. Una lástima.

Una tarde-noche, Sonia y yo volvíamos de casa de sus padres. Estos ya estaban enterados de nuestra relación, y yo hacía por ganármelos. Que no me hubieran gritado e intentado agredir cuando se enteraron ya fue un alivio, pero me tranquilizaba el hecho de sentir que me iban aceptando. Yo no era el típico adulto que buscaba aprovecharse de una joven. Y por suerte lo estaban entendiendo.

“Creo que estas navidades podríamos pasarlas juntos”, dijo Sonia con optimismo.

“Mientras no estén planeando aguardar para apuñalarme con el tenedor de trinchar el pavo, estoy de acuerdo”, bromeé.

“¿Tendremos hoy la casa para nosotros?”, preguntó en tono mimoso. “He tenido la semana llena de exámenes, quiero que me ayudes a relajarme un poco…”

“Creo que sí. Pero incluso si estuviera Clara… ¿qué problema hay? Ya lo hemos hecho mientras ella estaba en su cuarto”.

“Pero me apetece algo más…”, y añadió sobre mi oído una serie de sugerencias que incluían la encimera de la cocina, el diván, y el plato de la ducha. Deseé que mi hija no estuviera en casa.

Pero estaba. Y no sóla. Cuando entramos por la puerta, nos la encontramos ocupando uno de nuestros sitios claves. El diván. Tumbada bocarriba… y encima de ella, Diana, ambas sin camiseta ni pantalón. Ella se asustó mucho al vernos entrar, pero Clara se limitó a sonreír. Se incorporó y se abrazó a su novia. Una tontería, tenían los sujetadores puestos.

“Perdone, es que…”, Diana parecía buscar una excusa.

“No te preocupes. No voy a asustarme”, dije. Mis ojos resbalaron por sus cuerpos, y entonces me di cuenta: las bragas sí se las habían quitado. Así que ese abrazo ocultaba… “No os interrumpiremos mucho, nos vamos a mi cuarto”.

“Y deberíais hacer lo mismo”, dijo Sonia, guiñándoles un ojo. “¿Queda nata?”

“Hay un bote entero en la nevera”, le dije con picardía. Sabía lo que ocurriría esa noche.

Nos fuimos a mi cuarto deseando a las chicas buenas noches.

“Me han robado la idea”, protestó cuando estábamos en las fronteras de mi dormitorio.

“Bueno. Estaban ahí antes”, dije mientras empezaba a quitarme la ropa.

“Pero es tu casa…”

“Es tu amiga”, le recordé.

“Aún así, para una noche que… que…”

No podía seguir hablando con mis manos estimulando sus pezones. Mordisqueé su cuello suavemente. Subí su camiseta, y se la quité con cuidado, antes de pegarme a su espalda y seguir sobando sus tetas.

“¿Más tranquila?”, susurré. “Que ellas estén ahí no significa que nos vayamos a quedar sin nuestro momento”.

“¿De verdad?”, dijo con un puchero.

“Claro. Por algo me he reservado para el postre…”, añadí, tomé el bote de nata, lo agité, y cubrí sus pechos con el dulce. “¿Podemos disfrutar aquí del resto de la velada?”

Aceptó en cuando di un lametón a sus pechos cubiertos de nada.

“Al diablo, hazme tuya”.

Unos días después, cuando me estaba preguntando si debía dejar de contar estas historias en P! (tranquilos, habrá sexo en este capítulo también), y repasaba mis escritos en el ordenador, este se me apagó. Se me heló la sangre. Intenté encenderlo de todas las formas posibles, pero tuve que asumirlo: estaba roto.

“Clara”.

“Dime, papi”, me dijo, asomándose a la puerta de su cuarto.

“¿Podrías dejarme tu ordenador? El mío se me ha estropeado”.

“Oh, qué mal. ¿Y qué pasará con los archivos?”.

“Tengo todo en la nube. Pero necesito el ordenador para acceder a ellos”.

“Menos mal. Toma”, me dijo, y me tendió su portátil. “Cuidalo con cariño”.

Sonreí y me fui a mi cuarto. Me había comprado hacía poco una mesa y una silla para el cuarto, ya que cuando me quedaba viendo la tele, no era capaz de usar el ordenador. Me distraía. Así que me senté, abrí, inicié sesión, y me conecté a mi nube para ver mis archivos.

Me di cuenta de que había un video que debía editar, así que lo arrastré al Escritorio. Sin caer en que el mío estaba limpísimo, y el de mi hija… bueno, parecía que lo había revuelto un saqueador. Todo desperdigado. Y abrí el que yo pensaba que era mi video. Pero no.

Era una grabación de web-cam. Que grababa un dormitorio. Uno que me sonaba mucho. Claro que me sonaba, como que era la habitación de Clara. Me pregunté si debía quitarlo. Sí, me lo planteé en lugar de pensar de inmediato que efectivamente cerrase el video. Pero en su lugar me quedé mirando. En pocos segundos apareció mi hija en plano. Con Diana. Se sentaron en la cama.

Y fue obvio por cómo se besaron ante la cámara que eso se trataba de un video porno en toda regla. Esa sensualidad, esa pasión. Joder. Debía quitarlo, pero mi cerebro no parecía encontrar la “x” para cerrar la ventana. No tardaron mucho en despojarse de la ropa. Diana quitó con mucha maestría las prendas a mi hija, y empezó a besar su vientre con cuidado mientras Clara le retiraba la camiseta. Mutuamente se despojaron de sus sujetadores, sus pechos entraron en contacto, los pezones se rozaron mientras se volvían a besar.

Sentado en mi silla sentí que mi pene se erguía por completo. Debía contener la tentación, aunque un video lésbico era demasiado fuerte como para resistirme. Me limité a abrirme la bragueta, por lo menos que mi erección no se viera presionada. Mientras tanto, en el video, mi hija tenía la cabeza entre las piernas de Diana y le acariciaba las tetas. Fue bajando sus manos hasta bajar a las bragas de su novia, y se las fue retirando.

Diana correspondió al cariño de mi hija. Bajó al suelo, mi hija se sentó en el borde de la cama, y dejó que la peliazul le bajase el tanga. Separó las piernas. Y maldigo aún el momento en que vi a Diana situarse detrás de Clara y llevar su mano al sexo de mi hija, empezar a masturbarla… Y yo hacer lo mismo.

Empecé a masturbarme a buen ritmo mientras veía a aquellas dos jovencitas teniendo sexo. Diana parecía saber hacer gozar a mi hija. Conecté los auriculares, me los puse, y subí el volumen para disfrutar de los gemidos de placer de Clara una vez más. Sí que le debía gustar. Gemía igual que la noche en que follamos.

Y se le daba igual de bien dar placer. Cambiaron de pose. Diana tumbada de costado, una pierna levantada apoyada en el hombro de mi hija, y esta metiendo sus dedos en aquel coñito. Con la calidad del video no supe si lo llevaba rasurado o tenía la suerte de no tener pelo ahí. Lo mismo me daba, me pajeé con más ganas en el momento en que Clara acercó su vagina a la de Diana en esa posición y empezaron a hacer la tijera.

Qué morbo me estaba dando ver aquello. Llevaba quince minutos de vídeo y aún le quedaban unos cinco para terminar. Joder, yo no sabía si iba a aguantar tanto, estaba realmente cachondo. Ver ese vídeo prohibido… por un momento me pregunté si lo habrían colgado en internet. Descarté la idea cuando vi que mi hija se detenía, tendida en la cama, y Diana se subía sobre ella para empezar a intercambiar saliva con jugos vaginales en un 69.

Me corrí en el mismo momento en que un chorrito salía del sexo de Diana. Mi hija la había hecho correrse. Lo miré con una mezcla de orgullo y vergüenza. Fui a mi baño a por papel, me limpié las manos y verifiqué que mi mesa estaba impoluta de semen.

Pensé que mejor sería editar mi video cuando me pillase otro portátil, de forma que dejé el de mi hija en su cuarto (ella ya se había ido), y procuré olvidarme del tema. Procuré.

Pero al día siguiente mi descubrimiento me trajo consecuencias. Bueno, más bien lo achaco al hecho de haber estado en la silla dándome placer. Un dolor de espalda me estuvo acompañando desde el mismo momento en que me levanté. Ay, qué daño.

Fui a la cocina sujetándome la espalda, pero iba a peor. Llegué con los ojos cerrados por el dolor (me conozco la casa como la palma de mi mano) y estuve a punto de sentarme en mi silla… pero me topé con algo.

“Ay… disculpa, no te veía”

Diana estaba ocupando mi silla. Sí que había venido pronto. A punto estuvo de apartarse para dejarme sentar, pero me dejé caer en la silla de sl lado.

“Buenos días, papi”, saludó Clara, y me dio un beso en la mejilla. “Te veo mala cara”.

“Tengo la espalda molida”, le dije.

“¿Una mala postura durante el sueño?”

Durante las pajas, es lo que pensé, pero en su lugar respondí “Eso ha debido ser”.

“Pues Diana es experta en masajes, te podría dar uno”.

Volteé la cabeza para mirar a Diana, que estaba dándole un bocado a una galleta. Me miró, asintió un par de veces, y continuó desayunando como si nada. Sobra decir que la idea me dio demasiado morbo. Pero debía controlarme. Mi hija nunca debía saber que yo conocía la existencia de aquel video.

“No quisiera molestarla…”

“No es molestia”, dijo Diana con seriedad. “Podría ser esta misma tarde, después de las clases”, propuso.

“¡Perfecto! ¡Está decidido!”, exclamó Clara con alegría. “Sé buena con él, ¿vale?”, le dijo. Y le dio un beso que noté como lujurioso aunque intentaron disimularlo.

Yo me centré en mi desayuno e intenté dedicar el resto del día a centrarme en mi trabajo, pero era difícil. ¿En serio aquella sexy jovencita iba a darme un masaje? Eso era una mezcla de morbo. Y de alerta. Estaba prohibido tocarla. Tenía 19 años, sí, pero era la novia de mi hija. Y yo mismo tenía pareja. Así que no iba a pasar nada.

Llegué por la tarde a casa. En el salón estaban ya Diana y Clara. Tenían la mesa invadida con varios libros y papeles de apuntes. Si es que son un par de crías, pensé. Pues te estás follando a otra, me recordé.

“Hola”, saludé. Mi hija vino a saludarme. “¿Qué tal las clases?”

“Un rollo”, me reconoció Clara.

“Veo que estáis hasta arriba de trabajo”.

“No te preocupes. Diana se lo sabe ya. Puede hacerte el masaje”.

“Estupendo”. Mierda.

Así que Diana se puso en pie como una autómata y me siguió. No tenía una camilla de masaje, pero teníamos en una habitación “de invitados” (que nadie había usado nunca para tal uso) un colchón de esos duros. Como me ocupaba de mantener toda la casa limpia, ahí no había suciedad.

“Si le parece, vaya desnudándose mientras preparo el aceite”, me dijo.

“De acuerdo. Y por favor, no es necesario que me tutees”.

“De acuerdo”, dijo, y se giró. Sacó de su bolsillo una botellita de aceite, la cual empezó a calentar con sus manos. Yo me despojé de la ropa, y en el momento en que me bajaba el pantalón apareció Clara.

“Uy, perdón, pensé que os vendría bien esto”, dijo con una toalla en las manos.

“Gracias, cielo”, dijo Diana, y se volvieron a besar. Yo me giré, me terminé de quitar la ropa (boxer incluido) y me tumbé en la cama. Justo a tiempo. Aquella imagen me excitaba especialmente desde que vi su vídeo lésbico.

“Estoy en mi cuarto si necesitáis algo, ¿vale?”, oí decir a Clara antes de irse.

Diana puso la toalla sobre mis nalgas. Subió un poco la calefacción y sacó su teléfono. Puso algo de música de ambiente. Era relajante. Era eso lo que yo necesitaba. Me costaba no dormirme.

Una sensación tibia alcanzó mi espalda. Diana había echado un chorrito de aceite sobre mi. Sus manos entraron en contacto con mi piel. Eran suaves. Tal vez el efecto del aceite, pero se sentía bien. No dijimos nada durante un largo rato. Sus manos trabajaban bien mi espalda.

“Indícame dónde te duele”, me pidió de pronto, con una voz muy suave y tierna que no le había escuchado hasta ahora.

“Un poco más abajo…” pedí. Me daba corte. En plena región sacra. Donde mi espalda contactaba con mis glúteos.

“Entiendo. No te preocupes”.

Y efectivamente lo entendía. Bajó un poco la toalla y con mucho cuidado empezó a tratarme en esa zona. Noté presión. Molestia. Pero empezaba a cesar. La chica era una experta. Luego sus dedos subieron por toda mi columna, presionando, y volvieron a bajar.

Por alguna razón, apoyó las palmas de las manos sobre mi culo. Literalmente. Y estiró los dedos para alcanzar nuevamente el punto donde me dolía.

“Espero que no te moleste”, susurró.

“Tranquila”.

Terminó haciendo unos “pases relajantes” acariciando con las yemas de los dedos mi espalda. Apenas eran roces. Pero me encantaban.

“Date la vuelta”

Levantó la toalla al decir eso y yo me di la vuelta. Volvió a poner la toalla. Y en ese momento morí de vergüenza. Erecto no. Lo siguiente. Mi pene estaba completamente endurecido, y se notaba perfectamente levantando la tela de la toalla. Diana no disimuló en absoluto.

“Vaya. No me lo esperaba. ¿Tanto te ha gustado?”

“Sí, disculpa… que violento”, dije.

Estuve a punto de taparme la cara, pero ella tiró de mis brazos con suavidad, me los bajó y continuó masajeando como si nada. En ese momento me fijé.

“Diana… ¿y tu camiseta?”

“Es que hace calor”

No me dio más explicaciones ni me apeteció preguntar. Continuó tratando mi torso con mucho cuidado, ya que me dijo que era más delicado que la espalda. El problema era que cuando se acercaba a mi tripa mi erección temblaba, conocedora de una presencia tentadora cerca.

“Bueno, creo que como masaje estás servido, ¿no?”, dijo, nuevamente con su tono dulce de voz.

“Sí. Muchas gracias, ha estado muy bien”.

Fui a incorporarme, pero ella me retuvo.

“Espera, no te voy a dejar así”, añadió con calma.

Subió la toalla hasta que la tuve cubriéndome la tripa. De forma que mi pene quedaba expuesto. Lo atrapó suavemente con su mano, y empezó mi happy ending. Me tensé entero, pero Diana acarició mi torso con la mano que aún tenía libre.

“Relájate”

“¿Que me…? ¿Te das cuenta de lo que me estás haciendo? “

“Si, una paja lenta. No puedes terminar el masaje con toda esa tensión acumulada”.

Continuó masturbándome. Realmente despacio. Y aún así, yo tenía la sensación de estallar en cualquier momento. Y en ese momento.

“¿Qué es esto?”

Miré alarmado a la puerta. Clara estaba ahí. Mirándonos. Y lo peor fue que Diana no se detuvo.

“Hola, cielo. Mira, ven”.

“Pero tú…”

“No es lo que piensas. Mira, he terminado el masaje, pero el pobre se ha excitado. No podía dejar así a tu papi, ¿verdad?”

“No, claro…”, dijo Clara, dubitativa. Pero aún así se sentó al lado de Diana. “No sabía que… bueno…”

“Ya te dije que he estado con algún chico. ¿Te parece raro ver esto?”

“No, es que…”

“Oh, ¿acaso te gusta? ¿Ver a tu novia masturbando a tu padre te gusta?”

Vi a Clara sonrojarse. ¡Le gustaba! Diana sonrió, y se besaron. Aquello fue demasiado. Estallé en un orgasmo en ese momento. Todo cayó sobre la toalla… excepto un par de chorritos que mancharon la mano de Diana.

Y para mi sorpresa, los limpió con la lengua. Sensualmente. Y más me sorprendió que le tendiera la mano a Clara… quien terminó de limpiarla.

“Ya me imaginaba que te unirías… él es el chico especial que me comentaste, ¿no?”

“Sí… lo siento, papá, pero me cuesta olvidar lo que hicimos”, me confesó Clara. “Fue genial”

“Clara…”

“Es más… como sigamos aquí no voy a poder resistirme. Diana, te quiero…”

“Lo sé. Y quiero seguir contigo. No me preocupa la situación, ¿vale?”

Clara dio un beso a Diana. Esta vez me pareció tierno, no excitante. Diana era una chica comprensiva. Estupenda para mi hija… quien se reclinó para besarme. Casi había olvidado el sabor de sus labios…

“¡HIJOS DE PUTA!”

Nos incorporamos de un brinco. Sonia nos había visto. Diana en sujetador. Yo desnudo. Clara besándome. Antes de poder decir nada, salió corriendo.

CONTINUARÁ

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Capitulo 1, Capitulo 2, Capitulo 3, Capitulo 4, Capitulo 5, Capitulo 6, Capítulo 7, Capítulo 8, Capítulo 9, Capítulo 10, Capítulo 11, Capítulo 12, Capítulo 13, Capítulo 14, Capítulo 15, Capítulo 16, Capítulo 17, Capítulo 18.

Mis amigos (continuando)
Capítulo 1: Confesiones de ella, Capítulo 2: Confesiones de él

4 comentarios - La novia de mi hija

TonyEscobar
Hey bro! No encuentro la continuacion pasate el link
pacovader
Espero con verdaderas ansias la continuación.
Blue_beast +1
Hay continuación ?
PepeluRui +1
Llevo tiempo trabajando en ella, pronto 😉
Blue_beast
@PepeluRui la espero con ansias!! Buenísimos relatos 👍👍
PepeluRui +1
http://www.poringa.net/posts/relatos/3453691/Reconciliacion.html Continuado 😉