La belleza suele ser moneda común, algo negociable y adquirible, pero a veces, solo a veces, la belleza es otra cosa, significa otra cosa y proviene desde otro lugar, desde el menos esperado.
Les dejo un relato de ficción; cualquier símil con la realidad es mera coincidencia.
No me gusta contar las historias desde el inicio.
Agustina me besó, parecía un animal hambriento, voraz, sus labios hervían y sus manos buscaban mi cuerpo en la oscuridad. La aparté con la voluntad de un buen esposo y la regañé, con en enfasis con que los mayores subrayan lo errores de los niños; no la eché de la casa a causa del horario, pero le dejé bien en claro que no la quería ver más en mi casa. Al regresar a la cama mi esposa me preguntó por qué había tardado tanto en traerle un refresco; me excusé con alguna tontería y trate de utilizar su desvelo para conseguir recuperar algo de la pasión que últimamente habíamos perdido. Pero fue en vano, Lucía (mi esposa) tomó un trago del refresco y se dio vuelta, alcanzando el sueño con la misma ligereza con la que me sorprendió Agustina al cerrar la heladera. Me desvelé, pensando en ese fuego interno que me había incendiado en la planta baja de mi casa, al cerrar la puerta de la heladera, a manos de una joven de la edad de mi hijo. Me desvelé a causa de la culpa de haberle mentido a mi señora, me desvelé porque nunca me había sucedido algo así. Me desvelé porque le dije a una de las únicas amigas de mi hijo, que no quería verla más en mi casa.
El trabajo me mató. La noche de desvelo, los viajes constantes a las ventas de repuestos, los regateos por los precios, la gente, el sueño, mi señora durmiéndose, ignorándome, la boca voraz atrapándome en la oscuridad, las manos finas, blancas, suaves, tratando de bucear en mi bragueta. Una adrenalina extraña me hizo moverme en intervalos que no puedo recordar, transcurrí ese día en flashes. Al llegar a casa la aceleración del día y el efecto a luz de boliche, iba desapareciendo. Me encontré a mi señora terminando la cena y mi hijo estaba en su habitación escuchando su música Indie a todo volumen. Al ver la mesa observé que solo había 3 platos.
Cuando nos mudamos de cuidad el más afectado fue mi hijo, perdió a todos sus amigos y repentinamente estaba solo. No fue sino hasta casi transcurrido el año escolar en su nueva escuela que cambió su actitud, dejó de tener el pésimo humor, comenzó a hablar y a traer amigos a la casa y entre ellos llegó Agustina. Tiempo después le contó a su madre que Agustina fue la primera persona que se acercó a él, y luego mediante su amistad, se acercó a la mayoría de sus compañeros. Al llegar las vacaciones, Agustina parecía un miembro más de la familia, se quedaba a dormir, se quedaba a cenar, desayunaba en casa y a veces se bañaba en casa también. Lucía y yo esperábamos que de una vez por todas que mi hijo nos dijese que eran novios, pero la sorpresa fue cuando cierto día, mi esposa observó por la rendija de la puerta a Martín (mi hijo) besándose con otra de las chicas del grupo, mientras Agustina estaba en la planta baja preparando el equipo de mate. Los días transcurrieron, Martin, su novia, un par de compañeros y la misma Agustina se juntaban hasta altas horas de la noche. Luego, poco a poco se iban, primero los amigos, o algunos de ellos, luego las chicas o algunas de ellas y por último Agustina y la novia de Martín. Pero generalmente se quedaban las dos últimas. Lo primero que imaginamos, con Lucía, era que Martín y alguno de sus amigos usaban la habitación de mi hijo cómo “bulín”. Tras conversarlo con mucho detenimiento nos habíamos decidido a hablar con nuestro hijo, pero nos sorprendimos al enterarnos por boca misma de los jóvenes que Agustina solo se quedaba si no se quedaba ningún varón más del grupo. Y nunca se quedaba si no se quedaba la novia de Martín. Hasta llegaron a bromear con la posibilidad que Agustina estaba enganchada con la novia de Martín. La fortuna de Martín con sus amigos, contrastaba con mi matrimonio con Lucía. Desde que nos mudamos no pudimos encontrar el eje de nuestra relación; y jamás volvimos a consumar el amor, con la pasión que nos caracterizaba, más bien parecía un movimiento mecanizado y obligatorio que requería reserva al igual que los turnos para los doctores.
La semana se pasó más o menos de la misma manera. Mucho laburo, mucho tiempo afuera. Mi señora haciendo la comida. Solo tres platos en la mesa. Cero amigos de mi hijo. Y ni una noticia de Agustina. Sin contar de la , ya, acostumbrada frialdad con mi esposa. El jueves no me aguanté mas y le pregunté a Martín por el grupo de chicos sin puntualizar en ninguno de ellos. Martín me dijo: vos sabés lo que pasa. Y por un minuto me sentí morir. Sentí la vergüenza de mi hijo sepa que una amiga suya me besó, sentí el rigor de mi esposa, sentí a mis amigos juzgando me. Pero Martín siguió hablando y me dijo que su amiga se había llevado una materia y no la dejaban venir hasta que no la ronda. Me volvió el alma al cuerpo.
El viernes a la noche Martín fue a una fiesta con sus amigos, se había peleado con la novia y estaba bastante ansioso por la llegada de la noche. Con Lucía nos acostamos y logré robarle un par de besos cómo aquellos que nos supimos dar alguna vez; pero no fue más que eso. Ella me alejó y se dio vuelta, tardó en dormirse lo mismo que tardaba todos los días. Quizá yo también me dormí rapidísimo.
Agustina caminaba desnuda por la cocina, tenía los pezones erectos, las tetas pequeñas pero puntiagudas me apuntaban mientras su caminar sinuoso acortaba las distancias. Tenía los ojos, miel, encendidos. Los rasgos redondos, los ojos sombreados, las salpicaduras leves en sus pómulos, sus cachetes colorados, toda su humanidad se dirigía a mí. Era bellísima. Me desperté exaltado, viril, erecto. Agustina era bellísima. Y solo recién después de varios meses de conocerla me están dando cuenta. El sonidos del celular me había despertado. Era Martín. Necesitaba que lo vaya a buscar porque se había quedado sin plata para el tenis. Lucía no me quiso acompañar.
Me puso un short de fútbol, cómodo, una remera y unas chinelas. Después de un viaje considerable llegué al boliche. Martín estaba abrazado de una chica que no era su novia y se comían las bocas cada tanto. Agustina estaba ahí. Ella subió primero a la camioneta. Durante el trayecto de vuelta discutimos con mi hijo. Él quería que lo deje en la casa de la chica y que lleve a Agustina a su casa. Yo no quería quedarme a solas con ella. En algún punto del trayecto me convencieron. Quizá contagiado por el frenesí y el descaro de los besos que intercambiaban con su nueva “amiga”, acepté dejarlos y llevar a Agustina a su casa.
Ella habló. La intuí pasada de copas. Se disculpó lento y con algunas lágrimas. Su borrachera era evidente. Luego cambió la actitud y me habló de una confusión y no sé que otro argumento. Yo no la escuchaba. Tenía en la cabeza a mi mujer. A mi hijo. Mi matrimonio. Mi vida. La chica hablaba y en un momento acercó su mano a mi entrepierna. No pude evitar el reflejo con la pierna y pisé en acelerador a fondo. Sin darme cuenta que regué de piedras a una patrulla de la guardia urbana. Los oficiales probablemente dormían, pero ante el pedregullo encendieron las luces y el vehículo se empezó a mover lentamente. Doble en la esquina como venía haciendo caer el celu de Agustina entre los pedales de la camioneta.
Pude ver la patrulla doblando a una cuadra, simultáneamente la chica se sumerge entre los pedales jugando a buscar el aparato. La patrulla se acerca. Si la chica se levanta podrían detenernos. Quién sabe qué podrían imaginar los policías. Con disimulo le sostengo la cabeza por unos segundos a la joven. Hasta que la patrulla me empareja y las luces led se colan dentro del habitáculo. Ni avanzan ni se detienen. Avanzan a mi lado. Piso el acelerador suave para alejarlos pero me emparejan de nuevo, levanto y ellos también. Al llegar al semáforo dejo de sostener la cabeza de Agustina. Tanteo la palanca rogando que no se levante. Los policías me miran. Cuando el semáforo está a punto de cortar, siento una mano lisa y febril, correr el elástico del pantalón. Sumergo la mano para evitar lo que sea que esté haciendo pero lo único que logró es llamar más la atención de los policías. Forcejeo unos segundos hasta que advierto que el oficial baja la ventanilla, entonces simulo prender el stereo. La joven mano acuna mi sexo y lo entibia provocando su prolongación. Una electricidad me impacta cuando el calor de su mano se cambia a un calor húmedo. Apenas miro hacia abajo para observar la boca, carnosa de Agustina, comerse mi miembro. Podría desfallecer. La sensación. Siento la mirada de los policías. Imagino mi cara. Me siento expandir dentro la boca volcánica de la joven. Debo frenar esto. Qué estoy haciendo. Un movimiento continuo de su cuello acompañado de un sonido de ahogo se vuelven rítmicos. Mi cuerpo se contrae. Quiero detener esto pero es demasiado complicado. Desde debajo de mis testículos siento contracciones extrañas, olvidadas, de otra era. Una baba sólida moja mi entrepierna. Las arcadas se suceden con mayor velocidad. El policía me mira. Trato de disimular. Bajo mi mano para arrancar a la chica de ahí. Mi cuerpo se está contrayendo. La chica baja aún más siento su lengua en mis testículos. Cómo puedo detengo su cara, pero ella me gana y conduce mi mano a su cabeza. Apreta mi mano contra su pelo y me hace llevarla aún más abajo, a una nueva arcada. A un nuevo espasmo de mi cuerpo. Quiero sacar la mano pero me aferra y me la aprieta obligándose a si misma a atragantarse con mi miembro. La policía me va a detener. La chica me obliga a enterrarla en mi entrepierna. No tengo más voluntad. Aprieto su cabeza con vicio, lujuria, deseo. Amargo sus pelos y la atragantarse. La policía se aleja. Mi mujer se aleja. Mi hijo se aleja de mi cabeza. Levanto de esos pelos hasta que siento que se chupa todo el aire del habitáculo y luego la empujo hacia abajo. La levanto. El móvil se pierde. Mi voluntad e integridad también. Siento el espasmo dentro. Le quiero avisar que si mueva que voy a acabar y ella lo entiende y se sumerge en mi pija. Se la come y la contiene en su garganta mientras me acabo. Me acabo todo, la presiono para que baje hasta el fondo y ahogue. La dejo ahí. Hasta que el último espasmo me recuerda que la chica no puede respirar. Cuando la levanto aspira de nuevo una gran bocanada. Sus ojos están llorosos. El maquillaje corrido. Me quiero disculpar; pero antes que diga algo ella se disculpa. Me pide perdón. Me dice que no lo va a volver a hacer. Que no sabe que le pasó. Pero que no me preocupe que ella no le va a contar a nadie. Y luego, un par de cuadras antes de llegar a su casa se baja de la camioneta.
Al verla por el espejo pude observar que me dedicaba una gran sonrisa.
Para una gran amiga de P! Que me desafió a volver a escribir.
Les dejo un relato de ficción; cualquier símil con la realidad es mera coincidencia.
No me gusta contar las historias desde el inicio.
Agustina me besó, parecía un animal hambriento, voraz, sus labios hervían y sus manos buscaban mi cuerpo en la oscuridad. La aparté con la voluntad de un buen esposo y la regañé, con en enfasis con que los mayores subrayan lo errores de los niños; no la eché de la casa a causa del horario, pero le dejé bien en claro que no la quería ver más en mi casa. Al regresar a la cama mi esposa me preguntó por qué había tardado tanto en traerle un refresco; me excusé con alguna tontería y trate de utilizar su desvelo para conseguir recuperar algo de la pasión que últimamente habíamos perdido. Pero fue en vano, Lucía (mi esposa) tomó un trago del refresco y se dio vuelta, alcanzando el sueño con la misma ligereza con la que me sorprendió Agustina al cerrar la heladera. Me desvelé, pensando en ese fuego interno que me había incendiado en la planta baja de mi casa, al cerrar la puerta de la heladera, a manos de una joven de la edad de mi hijo. Me desvelé a causa de la culpa de haberle mentido a mi señora, me desvelé porque nunca me había sucedido algo así. Me desvelé porque le dije a una de las únicas amigas de mi hijo, que no quería verla más en mi casa.
El trabajo me mató. La noche de desvelo, los viajes constantes a las ventas de repuestos, los regateos por los precios, la gente, el sueño, mi señora durmiéndose, ignorándome, la boca voraz atrapándome en la oscuridad, las manos finas, blancas, suaves, tratando de bucear en mi bragueta. Una adrenalina extraña me hizo moverme en intervalos que no puedo recordar, transcurrí ese día en flashes. Al llegar a casa la aceleración del día y el efecto a luz de boliche, iba desapareciendo. Me encontré a mi señora terminando la cena y mi hijo estaba en su habitación escuchando su música Indie a todo volumen. Al ver la mesa observé que solo había 3 platos.
Cuando nos mudamos de cuidad el más afectado fue mi hijo, perdió a todos sus amigos y repentinamente estaba solo. No fue sino hasta casi transcurrido el año escolar en su nueva escuela que cambió su actitud, dejó de tener el pésimo humor, comenzó a hablar y a traer amigos a la casa y entre ellos llegó Agustina. Tiempo después le contó a su madre que Agustina fue la primera persona que se acercó a él, y luego mediante su amistad, se acercó a la mayoría de sus compañeros. Al llegar las vacaciones, Agustina parecía un miembro más de la familia, se quedaba a dormir, se quedaba a cenar, desayunaba en casa y a veces se bañaba en casa también. Lucía y yo esperábamos que de una vez por todas que mi hijo nos dijese que eran novios, pero la sorpresa fue cuando cierto día, mi esposa observó por la rendija de la puerta a Martín (mi hijo) besándose con otra de las chicas del grupo, mientras Agustina estaba en la planta baja preparando el equipo de mate. Los días transcurrieron, Martin, su novia, un par de compañeros y la misma Agustina se juntaban hasta altas horas de la noche. Luego, poco a poco se iban, primero los amigos, o algunos de ellos, luego las chicas o algunas de ellas y por último Agustina y la novia de Martín. Pero generalmente se quedaban las dos últimas. Lo primero que imaginamos, con Lucía, era que Martín y alguno de sus amigos usaban la habitación de mi hijo cómo “bulín”. Tras conversarlo con mucho detenimiento nos habíamos decidido a hablar con nuestro hijo, pero nos sorprendimos al enterarnos por boca misma de los jóvenes que Agustina solo se quedaba si no se quedaba ningún varón más del grupo. Y nunca se quedaba si no se quedaba la novia de Martín. Hasta llegaron a bromear con la posibilidad que Agustina estaba enganchada con la novia de Martín. La fortuna de Martín con sus amigos, contrastaba con mi matrimonio con Lucía. Desde que nos mudamos no pudimos encontrar el eje de nuestra relación; y jamás volvimos a consumar el amor, con la pasión que nos caracterizaba, más bien parecía un movimiento mecanizado y obligatorio que requería reserva al igual que los turnos para los doctores.
La semana se pasó más o menos de la misma manera. Mucho laburo, mucho tiempo afuera. Mi señora haciendo la comida. Solo tres platos en la mesa. Cero amigos de mi hijo. Y ni una noticia de Agustina. Sin contar de la , ya, acostumbrada frialdad con mi esposa. El jueves no me aguanté mas y le pregunté a Martín por el grupo de chicos sin puntualizar en ninguno de ellos. Martín me dijo: vos sabés lo que pasa. Y por un minuto me sentí morir. Sentí la vergüenza de mi hijo sepa que una amiga suya me besó, sentí el rigor de mi esposa, sentí a mis amigos juzgando me. Pero Martín siguió hablando y me dijo que su amiga se había llevado una materia y no la dejaban venir hasta que no la ronda. Me volvió el alma al cuerpo.
El viernes a la noche Martín fue a una fiesta con sus amigos, se había peleado con la novia y estaba bastante ansioso por la llegada de la noche. Con Lucía nos acostamos y logré robarle un par de besos cómo aquellos que nos supimos dar alguna vez; pero no fue más que eso. Ella me alejó y se dio vuelta, tardó en dormirse lo mismo que tardaba todos los días. Quizá yo también me dormí rapidísimo.
Agustina caminaba desnuda por la cocina, tenía los pezones erectos, las tetas pequeñas pero puntiagudas me apuntaban mientras su caminar sinuoso acortaba las distancias. Tenía los ojos, miel, encendidos. Los rasgos redondos, los ojos sombreados, las salpicaduras leves en sus pómulos, sus cachetes colorados, toda su humanidad se dirigía a mí. Era bellísima. Me desperté exaltado, viril, erecto. Agustina era bellísima. Y solo recién después de varios meses de conocerla me están dando cuenta. El sonidos del celular me había despertado. Era Martín. Necesitaba que lo vaya a buscar porque se había quedado sin plata para el tenis. Lucía no me quiso acompañar.
Me puso un short de fútbol, cómodo, una remera y unas chinelas. Después de un viaje considerable llegué al boliche. Martín estaba abrazado de una chica que no era su novia y se comían las bocas cada tanto. Agustina estaba ahí. Ella subió primero a la camioneta. Durante el trayecto de vuelta discutimos con mi hijo. Él quería que lo deje en la casa de la chica y que lleve a Agustina a su casa. Yo no quería quedarme a solas con ella. En algún punto del trayecto me convencieron. Quizá contagiado por el frenesí y el descaro de los besos que intercambiaban con su nueva “amiga”, acepté dejarlos y llevar a Agustina a su casa.
Ella habló. La intuí pasada de copas. Se disculpó lento y con algunas lágrimas. Su borrachera era evidente. Luego cambió la actitud y me habló de una confusión y no sé que otro argumento. Yo no la escuchaba. Tenía en la cabeza a mi mujer. A mi hijo. Mi matrimonio. Mi vida. La chica hablaba y en un momento acercó su mano a mi entrepierna. No pude evitar el reflejo con la pierna y pisé en acelerador a fondo. Sin darme cuenta que regué de piedras a una patrulla de la guardia urbana. Los oficiales probablemente dormían, pero ante el pedregullo encendieron las luces y el vehículo se empezó a mover lentamente. Doble en la esquina como venía haciendo caer el celu de Agustina entre los pedales de la camioneta.
Pude ver la patrulla doblando a una cuadra, simultáneamente la chica se sumerge entre los pedales jugando a buscar el aparato. La patrulla se acerca. Si la chica se levanta podrían detenernos. Quién sabe qué podrían imaginar los policías. Con disimulo le sostengo la cabeza por unos segundos a la joven. Hasta que la patrulla me empareja y las luces led se colan dentro del habitáculo. Ni avanzan ni se detienen. Avanzan a mi lado. Piso el acelerador suave para alejarlos pero me emparejan de nuevo, levanto y ellos también. Al llegar al semáforo dejo de sostener la cabeza de Agustina. Tanteo la palanca rogando que no se levante. Los policías me miran. Cuando el semáforo está a punto de cortar, siento una mano lisa y febril, correr el elástico del pantalón. Sumergo la mano para evitar lo que sea que esté haciendo pero lo único que logró es llamar más la atención de los policías. Forcejeo unos segundos hasta que advierto que el oficial baja la ventanilla, entonces simulo prender el stereo. La joven mano acuna mi sexo y lo entibia provocando su prolongación. Una electricidad me impacta cuando el calor de su mano se cambia a un calor húmedo. Apenas miro hacia abajo para observar la boca, carnosa de Agustina, comerse mi miembro. Podría desfallecer. La sensación. Siento la mirada de los policías. Imagino mi cara. Me siento expandir dentro la boca volcánica de la joven. Debo frenar esto. Qué estoy haciendo. Un movimiento continuo de su cuello acompañado de un sonido de ahogo se vuelven rítmicos. Mi cuerpo se contrae. Quiero detener esto pero es demasiado complicado. Desde debajo de mis testículos siento contracciones extrañas, olvidadas, de otra era. Una baba sólida moja mi entrepierna. Las arcadas se suceden con mayor velocidad. El policía me mira. Trato de disimular. Bajo mi mano para arrancar a la chica de ahí. Mi cuerpo se está contrayendo. La chica baja aún más siento su lengua en mis testículos. Cómo puedo detengo su cara, pero ella me gana y conduce mi mano a su cabeza. Apreta mi mano contra su pelo y me hace llevarla aún más abajo, a una nueva arcada. A un nuevo espasmo de mi cuerpo. Quiero sacar la mano pero me aferra y me la aprieta obligándose a si misma a atragantarse con mi miembro. La policía me va a detener. La chica me obliga a enterrarla en mi entrepierna. No tengo más voluntad. Aprieto su cabeza con vicio, lujuria, deseo. Amargo sus pelos y la atragantarse. La policía se aleja. Mi mujer se aleja. Mi hijo se aleja de mi cabeza. Levanto de esos pelos hasta que siento que se chupa todo el aire del habitáculo y luego la empujo hacia abajo. La levanto. El móvil se pierde. Mi voluntad e integridad también. Siento el espasmo dentro. Le quiero avisar que si mueva que voy a acabar y ella lo entiende y se sumerge en mi pija. Se la come y la contiene en su garganta mientras me acabo. Me acabo todo, la presiono para que baje hasta el fondo y ahogue. La dejo ahí. Hasta que el último espasmo me recuerda que la chica no puede respirar. Cuando la levanto aspira de nuevo una gran bocanada. Sus ojos están llorosos. El maquillaje corrido. Me quiero disculpar; pero antes que diga algo ella se disculpa. Me pide perdón. Me dice que no lo va a volver a hacer. Que no sabe que le pasó. Pero que no me preocupe que ella no le va a contar a nadie. Y luego, un par de cuadras antes de llegar a su casa se baja de la camioneta.
Al verla por el espejo pude observar que me dedicaba una gran sonrisa.
Para una gran amiga de P! Que me desafió a volver a escribir.
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