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La depravada - Parte 11

La depravada - Parte 11



relatos


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
Esa misma tarde seguí el consejo que me dio la amable Batouche.
¡Y fue todo un éxito!
¡Ah, qué extravagante y deliciosa noche!
Guy estaba ausente. Para evitar encuentros desafortunados, dado que soy demasiado conocida en París, cambié de peinado y exageré el maquillaje. Aspecto llamativo como conviene a una puta. Abajo, nada…, ¡nada de nada!
Al llegar, observo a un espectador en la galería que precede al pasillo.
—¡Señor! ¿Tendría usted la amabilidad, por favor, de atarme el cordón del zapato?
Coloco mi pie sobre su rodilla y me levanto la pollera mucho más arriba de lo necesario. Exhibiendo las piernas lo más posible.
Y así fue como otros hombres se acercan a dónde estamos y nos miran.
Me arremango aún más el vestido y constato, en el espejo, que enseño de modo muy comprometedor mis carnosos muslos, cuya curva se agudiza bajo la seda, que los moldea estrechamente.
Súbitamente, estoy rodeada. Siento manos que me rozan, que me palpan…
¡Me encanta que me metan mano!
¡Una mano todavía más osada me machaca el clítoris a través del fino tejido!
¡Están terriblemente excitados, estos señores! Sus ojos brillan, se muerden los labios…Me atrevo a un gesto furtivo con uno de ellos… A través de la tela palpo una verga tan dura como la de mi esposo cuando le cuento mis buenas cochinadas.
Repito la operación con el que me palpa las nalgas… ¡Qué bien! ¡Una buena pija también!
Y el primero, a mis pies, que termina de hacerme el nudo del zapato. Veo la gruesa protuberancia que su aparato dibuja en la parte delantera del pantalón. ¡Ciertamente éste ocupa una situación privilegiada con respecto a los otros!
Con la nariz levantada, admira a su antojo mi vellocidades, que la posición de mis piernas separadas le muestra en todo su esplendor.
¡Ah! ¡Cómo me gusta estar así en medio de todos estos machos en celo!
¡Pero oigo algunos cuchicheos, algunas palabras! ¡Voces femeninas!
—¡Cómo se atreve!… ¿Dónde se cree que está?… ¡La muy puta!
—¡Es el colmo!
Son las verdaderas habitués, las damas en cierto modo respetables titulares del establecimiento, quienes expresan su indignación.
Persuadidas de su privilegio, se sienten ofendidas por mis inconvenientes manejos, ¡y seguramente más aún por los clientes que les quito!
¡Reconozco, además, que el papel que interpretan es mucho más discreto que el mío! Me lo permito todo, al capricho de mi fantasía y de mis locas ganas de exhibir al máximo mis encantos, mientras que ellas se limitan a algunos gestos, muy explícitos, cierto, pero que no constituyen exhibicionismo.
Para esas seductoras criaturas, esas vendedoras de amor, el conformismo radica en que conservan ciertos modales, yo diría incluso cierta respetabilidad…, en la caza del hombre a la cual se entregan.
Hacen todo lo que éste quiere, qué duda cabe, es sólo cuestión de tarifa, pero todo pasa a puertas cerradas…, y nada de exhibición pública.
La exhibición está reservada a las profesionales del striptease…, ¡pero ésas no abandonan el escenario, y nadie puede esperar meterles mano en un rincón del teatro!
Mientras que yo…Yo estoy ahí para eso… Quisiera que cien manos, al mismo tiempo, me acariciaran, me palparan, me manosearan, me rozaran, me amasaran, me toquetearan, me dieran masaje, me trotaran, me pellizcaran…
¡Quisiera sobre todo que mil pares de ojos me contemplaran, deslizándose bajo mi pollera levantada, y pudiesen admirar mi concha totalmente brillante a causa de la humedad provocada por el delicioso goce de esta exhibición gratuita!
¡Pero eso es lo que esas señoras no pueden tolerar!
 
Me lo confirmará, además, algunos momentos después una de ellas, una rubia de ojos tiernos, que me siguió hasta el baño.
En el momento en que entro en uno de los excusados (¡tengo muchas ganas de orinar!), me empuja y se encierra conmigo.
—¿Sos nueva acá?…—me pregunta, abrazándome estrechamente.
—Sí. ¿Por qué?
—Porque prefiero decírtelo: el jefe te va a hechar, si ve que te dejas manosear en público.
—¡Qué idiota!…¡Si es comprensivo, dejaré que saque provecho él también!
—Sí, por supuesto, pero aunque fuera amable con vos, como decís, las compañeras lo obligarían de inmediato a cumplir con su deber. Ponete en su lugar… Sos tan atractiva que vas a quitarles los clientes… ¿Cómo te llamas, querida?
—Véronique.
—Yo Maryse.
—¡Hola, Maryse!
—¡Hola!
—¿Sabés que vos también sos muy linda?
—¡No tanto como vos, Véronique!… Por eso ponés celosas a todas las demás. Se dan perfecta cuenta de que volvés locos a los hombres…
Me aprieta cada vez más fuerte, mientras sus dedos traviesos toquetean la punta de mis tetitas, y me mira fijamente a los ojos con insistencia.
—¡… como también  me volvés loca a mí! —agrega con voz lánguida.
¡Y después, sin previo aviso, me da un beso en plena boca!
¡Nuestras lenguas se buscan, se persiguen, se acarician, se lamen!
Y yo estoy ardiendo, llena de deseo por esa chica embriagadora. Sólo por su manera de frotarse contra mí, tengo la certeza de que me desea también.
Nuestras manos se pierden, pero es la mía la que llega primero al objetivo, bajo su vestido.
Embriagada con el roce de su lencería tibia, siento la dulzura de una seda espumosa…, un vellón espeso, magnífico. ¡Ah, qué soberbia pelambre, y qué placer me produce hurgar adentro!
Mi dedo errante, curioso, roza los suaves labios de su concha, se desliza entre ellos…
¡Ah!… ¡Qué mojada está!
No resisto ni un momento y hago el gesto de agacharme, para saborearla.
Pero, antes de conseguirlo, me pide con amabilidad:
—¡Querida, masturbamela!
Y cuando empiezo a hacerlo, con el dedo medio sobre su clítoris, continúa:
—¡Oh, qué bien lo haces! Sí, masturbame, tengo unas ganas locas… Tenés una mano tan hermosa…Cuando la vi, hace un momento, envolviendo la pija de uno de esos hombres, me vino enseguida la idea de hacerme masturbar por tus hermosos dedos. ¡Oh!¡Qué suavidad sobre mi clítoris! ¡Oh! ¡Qué bien lo toqueteas! ¡Qué delicioso es! Dale…, dale…, más rápido…, más rápido…
Suspira, separando los muslos para que la frote lo mejor posible. Yo estoy,  en la misma pose, pues ella me masturba también.
Hay un espejo que ocupa toda la pared. Es excitante ver a esas dos mujeres abrazadas, cada una con la mano en la entrepierna de la otra y moviéndose con las lenguas enlazadas mientras jadean de deseo.
Pero ya no aguanto más, y murmuro:
—Querida, dejame que te chupe… ¡Tengo tantas ganas!
Pero ella me detiene.
—Oh, no, preciosa…, no…, no entendés, termino de mear…, y venía a pasarme una toalla mojada por la concha… ¡Oh!… ¡Querés hacerlo igual!… Pequeña puta… ¡Cerda!
¿Que si quiero?…¡Sí, sí! No es para eso para lo que había ido ahí, por supuesto, pero la ocasión es demasiado tentadora.
Y además, es la primera vez que voy a hacerlo en un lugar semejante… ¡Y a una prostituta!
Sin contestarle, le levanto la pierna y apoyo su pie, que es precioso, en el borde del inodoro.
Entonces, acerco la cabeza al lugar sagrado, encendida al pensar en lo que voy a hacer.
¡Ah!… ¡Ese perfume maravillosamente afrodisiaco de los muslos bajo el vestido…, ese olor embriagador de su grieta rosa, de sus nalgas redondas, de la hendidura que separa las nalgas, de toda la intimidad femenina en calor, concentrada ahí abajo!
Mi rostro se apoya contra el hermoso pelambre, donde distingo, entre el perfume vaporizado en la piel, el buen olor de la orina que me vuelve loca…
Y mi boca encuentra enseguida el fruto de Venus…, el adorable fruto…
—¡Ah! ¡Ah!… —gime dulcemente, desfallecida.
Ah, qué maravilloso regalo este fruto jugoso que se funde entre mis labios y bajo mi lengua…, qué suculento es…, y cómo me gustaría prolongar este momento…
Pero esta bonita puta está tan excitada que algunas lengüetadas bastan para hacer que llegue…
Sólo me queda, entonces, beber, ebria, el copioso fluido que deja correr entre mis labios.
—Bueno —constata un poco más tarde, viendo mi sexo completamente inundado —, ¡llegaste vos también al lamerme, putita!… ¡No me dejaste nada!
Sólo a medias, pues su boca glotona procede a recoger toda la buena sustancia que brotó, impetuosa, de mi concha.
—Y ahora, Véronique, acordate lo que te dije: desconfía de las otras… ¡Están celosas!—me susurra al dejarme.
 
¡No se equivocaba al prevenirme!
Pero si hubiera seguido sus consejos, nada de lo que sucedió después me hubiera pasado.
Bueno, estoy de vuelta en el pasillo. Excitada más que calmada por lo que acaba de pasar con la deliciosa Maryse, y viendo que se forma de nuevo al instante, a mí alrededor, toda mi corte precedente, me pasa por la cabeza una idea de una lubricidad desvergonzada.
Arrastro a mi rebaño de machos en celo hacia el fondo del pasillo, atrás del escenario. Me siguen una docena. Pronto serán quince, veinte quizá, formando un círculo a mí alrededor, ¡escondiéndome así de los otros espectadores!
Orgullosa por un círculo semejante, me tumbo lentamente en una banqueta de terciopelo que hay contra la pared. Me subo la pollera.
Hago saltar los botones que abrochan mi vestido y subo las rodillas hacia los hombros, como un bebé al que van a cambiar.
—¡Oh, señora! —exclama Poupette, que, de pie cerca mio, se complace en leer mi relato—. ¡Oh, querida señora!… ¡Se lo enseñó todo a esos señores!
—¡Es mi manera particular de demostrarles a los hombres cómo los aprecio y hasta qué punto les estoy reconocida por las buenas chanchadas que me hacen!
—¡La señora tiene muy buen corazón!
—¡Es de nacimiento, Poupette!
—¿Así que se lo dejó ver todo? —prosigue, deseosa de saber la continuación.
—¡Todo, pequeña, todo!
—¡Qué excitante!
—Por sus ojos brillantes, por sus actitudes, adivinaba que todos estaban ardiendo, atrapados por un celo bestial, y erectos como toros ante mi escandalosa exhibición. ¡Y les di más todavía!
—¿Será posible, señora?
—Por supuesto, y vas a ver cómo. Con la mano izquierda, me hundí el índice en el ojete.¡Desapareció entero en él y le di un lento movimiento de vaivén! Con dos dedos de la otra mano entreabrí mi concha, y me froté con el del medio.
—¡Qué cerda es la señora!
—¡Ah, Poupette!¡Esa sensación de mostrarse así…, de enseñar el culo y la concha a todo un tropel!
—¡Tuvo que ser sensacional!
—¡Es lo menos que puede decirse!
—Y entonces, señora, ¿qué pasó?
—Estaban todos ahí como perros hambrientos de estupro, escrutando los mínimos repliegues de mis encantos secretos…, siguiendo el doble juego de mis dedos entre mis nalgas y en mi clítoris, duro como el acero…, y yo iba a llegar…, sentía que llegaba, que el placer acudía, que iba a lanzarme hacia el séptimo cielo.
—¡Ah, señora!
—Sentí que mi fluido iba a brotar de golpe ante sus miradas enloquecidas…, que comenzaba a brotar, a fluir suavemente…
—¡Ah! ¡Señora!
—… Que salía, cálido, de lo más recóndito de mi cuerpo…, que se derramaba…, mientras mi vientre se tensaba con lascivia…
—¡Ah! ¡Señora!
—… Y, ya extenuada, esperaba que uno de ellos, el más despierto, el más excitado, el más merecedor de aquello, viniera hacia mí para hundirse entre mis piernas separadas, con la cabeza entre mis muslos y la lengua afuera, para inmediatamente, con enorme furia, enjugar mis tesoros por completo inundados por la descarga de mi concha exacerbada…
—Espero que eso haya pasado, señora…
—¡No, ése es el caso!
—Será posible que ninguno  de esos hombres excitados se haya atrevido a…
—Hubiera pasado, sin duda, e incluso se hubieran peleado por el puesto…, ¡si de golpe no hubiera habido una violenta agitación por la zona en que estábamos!
—¡Oh! —exclama Poupette, decepcionada.
—Eran esas mujeres, las habitués de las que me había hablado Maryse en el baño, que armaban un escándalo, simplemente… Furiosas por mi éxito, habían ido a pedir protección a la ley. ¡Parece ser que me entregaba a un escandaloso ultraje al pudor público!


CONTINUARÁ...

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