La depravada
Parte 7
Adaptado al español latino por TuttoErotici
—¡Oh! ¿Qué es esto, querida?
Guy apartó la manta de nuestra gran cama matrimonial y señala, en mi camisón, en el lugar adecuado, una magnífica mancha pegajosa, grande como la palma de la mano. Como está seca, parece engrudo.
Yo me río, decidida a intrigarlo…, pues es la primera vez que me interroga así.
Muy a menudo, encontró huellas parecidas en mi ropa interior, camisa o bombacha, y no me dijo nada, dado el acuerdo existente entre nosotros. Guardamos silencio sobre nuestros excesos recíprocos, a menos que los utilicemos, a solicitud de uno u otro, para condimentar nuestras incomparables sesiones amorosas.
Esta vez, antes de contestarle, quiero que me haga el amor, mientras yo sueño con la escena que tuvo lugar la semana pasada entre él y Poupette. Fue ella quien me lo confesó, inmediatamente después del acontecimiento, y todavía no gocé con ese recuerdo.¡Por lo menos, no en presencia de él!
Así que, mientras se hunde en mí con la regularidad de un macho seguro de sí mismo, pienso en lo que me contó mi pequeña y gentil sirvienta.
—Imaginese, señora, que yo estaba colocando sus zapatos en el estante, en el cuartito donde guardo sus vestidos. Ya sabe lo oscuro que está ese lugar… Mientras estaba subida a la escalerita, se apaga la luz. Pensando en un corte de la electricidad, estaba por bajar con cuidado, pero me siento sujeta, mientras una cabeza se asoma por abajo de mi pollera y sube hacia mi vientre…
En un primer momento creí que era usted, que tiene el capricho de lamerme, como le pasa a menudo de repente…, y no me moví.
Sentí que me bajaban la bombacha y me subían la camisa. Después un aliento caliente se deslizó entre mis nalgas, que dos manos separaban. Entonces, como eso me excitaba terriblemente, me incliné hacia adelante, para ofrecer mejor mi agujerito a la boca que se acercaba.
Pero cuando ésta se depositó sobre él, comprendí enseguida que no era usted, ¡los labios de la señora son mucho más suaves!
Adiviné que era el señor y quise escapar a su ataque, pero era demasiado tarde…
Me lamía furiosamente con su lengua puntiaguda, y tocaba con vivacidad, con la mano llevada hacia adelante, mi clítoris sobresaltado.
No me pude resistir, me abandoné, pensando que la señora querría perdonarme…, ya que yo no tenía nada que ver en la aventura… ¡y podría darle placer contandoselo todo!
¡Efectivamente, perdoné a la muy bribona! Se lo merecía por el hecho de que, a causa de mi llegada imprevista, había interrumpido la fiesta y mi esposo no había tenido tiempo de cogerla como era seguramente su firme intención.
Asustado al oír mis pasos que se acercaban, se había escondido atrás de mis vestidos.
Poupette salió entonces del cuartito, con su encantador rostro totalmente ruborizado por el placer que acababa de experimentar.
Se llevó un dedo a los labios para hacerme comprender que no debía hablar.
Después, precavida, tuvo la desfachatez de cerrar con llave el oscuro cuartito y, ya tranquila, me arrastró para contarme la historia en caliente.
Nos reímos como locas pensando en Guy encerrado a oscuras. Pero su relato me había excitado.
Entonces, me tumbé sobre el sofá y le indiqué a Poupette que se pusiera encima de mí, al revés.
Encantada, se arremangó la pollera, y no tuvo necesidad de bajarse la blanca bombacha, que le había quedado a la altura de los muslos. Luego depositó sobre mi rostro sus bonitas nalgas, todavía húmedas por los lengüetazos que acababa de recibir de mi delicioso marido.
Después se hundió entre mis muslos y pegó sus labios glotones a mi ardiente concha, mientras yo atrapaba la suya, jugosa, en mi boca…
Y desfallecimos tras habernos lamido ampliamente.
Después de que ese encantador recuerdo me hizo gozar, Guy retoma la palabra.
—Entonces —dice, señalando la gran mancha en mi camisón— ¿es…? Decimelo.
—Claro, querido—murmuro riendo—, ¡es eso!
Se ríe también, no sólo nada celoso, sino incluso terriblemente excitado.
—¡Oh, mi adorada viciosa! —continúa—. Contame.
—No seas impaciente. Para empezar, no quiero que tu pija se ponga dura inutilmente. Ponela, sí, así… No, no más lejos, justo a la entrada de mi concha, entre los labios hinchados que van a abrazarla. Así, impedirá que mi flujo salga. No, no la metás. La irás hundiendo a lo largo de mi relato, y sólo la moverás al final. Ahí… ¡Perfecto! ¿Sentís lo bien y lo caliente que está, metiéndola así justo a la entrada de la gruta de la putita de tu mujer?
—¡Oh, sí!
—Ahora escuchá. Como siempre que no estás, fui ayer a la tienda, para echar una ojeada de propietaria.
—… Y para dejarte admirar por los vendedores de las distintas secciones, ¿no, viciosa?
—¡Claro que sí!¡Me divierte enormemente excitar a todos esos jóvenes! Te señalo, además, que las dependientas se apresuran a asesinarme con sus miradas…, a pesar de las apariencias exteriores de una deferencia que aprecio… para, eventualmente, mejor devolverla a mi vez en la intimidad.
—¡Por Dios! Desde que saben que te encerraste una hora entera en mi despacho con la seductora Francine, probandote zapatos, cada una de ellas espera que llegue su turno. Y a propósito, hace ya ocho meses de eso. Fue en junio pasado, antes de nuestra partida a Dinard, y desde entonces, nunca me dijiste lo que hicieron, esa hermosa chica y vos. Sabés que tiene una reputación de lesbiana feroz. Juego a que te hiciste lamer por ella.
—¡Naturalmente!Pero llegó primero sola.
—¿Cómo fue?
—De esa manera: te acordás el calor que hacía por aquella época. Bueno, ¡yo no llevaba, como quien dice, nada encima! Sólo el vestido, y sin bombacha.
—Llevabas el culo sólo cubierto por la tela del vestido.
—Exactamente. Y como era muy corto…
—¡Se podía ver todo con facilidad!
—Sí… Arrodillada frente a mí para probarme zapatos, Francine se dio cuenta enseguida de esa encantadora desnudez.
—Seguramente fue efectivo.
—Saciaba de reojo la exhibición que le ofrecía mi juego de piernas…
—¡La muy cerda!
—Con el sol que entraba a raudales por el cristal, frente a mí, tenía todo perfecto para admirar a su gusto el triángulo de mi pelambre entre los muslos, y acariciar con mirada licenciosa los mínimos detalles de mi intimidad…
—…La cual se abría seguramente con las poses que adoptabas.
—Por supuesto. Me inclinaba de costado para examinar el efecto de los zapatos.
—¿Y después?
—Hasta ese momento no sospechaba nada. Pero me puse de pie y, para ver mejor la forma en que los lazos que ella acababa de anudar adelgazaban aún más mis finos tobillos, me incliné hacia adelante, con lo que la tenue tela del vestido se me pegó a los muslos. Además, en esa posición, este caía recto desde mis nalgas, echadas hacia atrás. Entonces…
—¿Entonces?
—No sé por qué motivo, mi mirada se dirigió hacia el espejo de la derecha y… ¿qué es lo que vi atrás mio?
—¿Qué viste?
—A esa chiquilla libertina en cuatro patas sobre la alfombra, gratificándose, sin el menor recato, con el espectáculo de mi culo completamente desnudo.
—¡Ah!
—¡Ensimismada, no se dio cuenta de que la había sorprendido en sus turbios manejos, y acercó más la cabeza bajo mi vestido!
—¿Cómo reaccionaste?
—Ante la imagen encantadora y excitante que el espejo me devolvía, sentí alterarse toda mi sangre… Pero en lugar de apoderarme de aquella bonita cabeza para hundirla de golpe en lo más secreto de mí, tuve el capricho de dejar hacer, de no moverme, para ver hasta dónde tendría la audacia de llegar.
—¡Bien hecho, querida!
—Por otra parte,la favorecí lo mejor que pude con mi ventajosa posición. ¡Ah, dado que a la muy puerca le gustaba, iba a quedar servida!
—¡Bravo!
—Entonces, pongo el pie sobre el asiento, doblo la rodilla lo más que puedo hacia dentro, para entreabrir bien el culo, y así, le ofrezco la visión de mi precioso agujero. Eso la enloquece todavía más y, por su aliento, que, muy cercano ahora, recorre mi grieta, siento que no va a resistir la tentación de depositar en ella el beso de sus bonitos labios…, labios un poco carnosos, los que yo prefiero para eso. ¡Los otros ya están mojados!
—¡Seguí!
—Muy nerviosa, espero, impaciente, arqueándome más todavía para recibir entre mis nalgas el suculento beso y sentir cómo la punta de una fina lengua lame mi ojete rosa… sin embargo…
—Sin embargo ¿qué?
—¡Patapúm! Veo en el espejo, de golpe, su joven cuerpo que ondula de pies a cabeza… y que se desploma.
—¡Oh!
—¡La pequeña puta!¡Me dejaba plantada y desfallecía prematuramente, en el umbral del paraíso! Me quedé muy desconcertada.
—¿De verdad había llegado, Véronique? ¿Estás segura?
—¡No tengo ninguna duda!
—¿Cómo lo sabés?
—Después de irse, tras haberme contado que el calor era la causa de su desfallecimiento, vi sobre la alfombra, en el lugar que había ocupado, el montón de bonitas gotas que había vertido, en el momento de su goce, su espléndida conchita…
—¡Ah! ¡Así que sabés que tiene un fantástico sexo la tal Francine!
—¡Escuchá como sigue!
—¡Oh, querida!Cómo me excita pensar que esa cerda gozó sólo mirándote… ¡Ah! Dejá que me mueva un poco… Ahí… ¿La sentís? Me hundo… muy al fondo… ¿La sentís? Es bueno,¿eh? ¡Decime que es bueno, que es delicioso!
—¡Es delicioso!
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
—Seguí, Guy… No tan rápido… pará ahora si querés saber cómo sigue.
—¡Hablá!
—Apenas acababa de salir, cuando la hice volver… Y, sin explicaciones, la obligué a tirarse en el suelo. Tenía demasiadas ganas de llegar y le planté mi triángulo peludo y completamente inundado en la boca entreabierta, mientras ajustaba sus labios bien dibujados con mis dedos para pasar por ellos mi ansiosa lengua.
—¡Qué bueno debió ser eso!
—¡Oh, sí!¡Maravilloso!
—Seguí…, rápido, querida.
—Le subí las piernas, doblándolas hacia arriba, para hacer sobresalir bien sus nalgas, entre las que hundí la cara. Unas nalgas adorables, con una piel lechosa… ¡y su grieta estaba sombreada por un fino vello! Con la nariz y los labios separé los pelos sedosos, con el objeto de buscar su nido divino… Al principio ella se negó, diciendo: «¡Oh, señora! No, eso no…, dejeme…, fui al…».
—¡Por Dios!
—¡Sí, Guy, decía la verdad! ¡Hubiese hecho falta un poco de limpieza! ¡Pero no me preocupaba en absoluto! ¡Al contrario!
—Repetilo.
—¡Al contrario, te digo! ¡Eso me enloqueció todavía más!
—¡Sucia viciosa!
—Forcé a abrirse aquellas nalgas adorables con mis dedos nerviosos, para que me ofrecieran su fruto secreto, y tras haber aspirado su excitante aroma, lo degusté con mi lengua golosa. Primero alrededor, las estrías rosadas…, después resbalando la punta de la lengua entre ellas, hasta su agujero aterciopelado.
—¡Cerda!
—Después pasé a la joya contigua, repleta de viscosa humedad, y chupé hambrienta todo…, todo…
—¡Todo!
—¡Sí, mientras ella me obsequiaba también una deliciosa lamida! ¡Ah! ¡Cómo gozamos las dos!
—¡Cómo me hubiera gustado verlas por el ojo de la cerradura!
- ¡Nos hubieras visto gozar como dos reinas!
Y evocando ese sabroso recuerdo fue como llegué al clímax, mientras Guy rociaba el fondo de mi vagina con su copiosa libación.
CONTINUARÁ...
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