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La depravada - Parte 4

La depravada - Parte 4



relatos


La depravada


Parte 4


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
 
—Y bueno —dice Guy mientras hacemos el amor, montada yo sobre sus rodillas—, y bueno, mujercita, ¡te inspira decir chanchadas! ¡Ah, calentona, cómo me mojaste la mano! ¡Y cómo estás progresando!
Estoy en el colmo de la felicidad. ¡Me dijo calentona!
—¿Qué te parece como llego, Guy? ¿Te gusta?
—¿Que si me gusta? ¿No te das cuenta lo dura que se pone mi verga?
—¡Ah, sí! Pero decime, ¿lo hago bien como las profesionales?
—¡Las superás a todas, Mesalina! ¡Lo hacés mil veces mejor, esas señoras no tienen, como vos, una adorable conchita que aprieta ferozmente! Imaginate, las pobrecitas, hacen tanto el amor, por sus conchas pasan tantas y tantas vergas de todos los grosores, que su pared no puede tener la estrechez de tu hermosa vagina, que sabe romper nueces como nadie.
¡Hum! Eso que dice no está del todo demostrado. Puedo vanagloriarme, desde que estoy casada, de haberme dejado ensartar por buen número de pijas, y de las más voluminosas,¡y mi deliciosa concha sigue siendo, sin embargo, «una conchita de virgen», como él dice!
Uno de nuestro samigos me lo confirmaba el otro día, frente a la dificultad que encontraba en penetrarme. Debo decir que está un poco mejor dotado de lo normal.
En cuanto a mi manera, ¡perfecta, según parece!, de «romper nueces», ¡recibo halagos desde hace mucho tiempo!
Pero forma parte de mis secretos, que nada tienen que ver con nuestra vida conyugal feliz y confortable. Secretos, además, que el convenio establecido entre mi marido y yo antes de nuestro noviazgo lo obliga a no querer saberlos, igual que yo no quiero penetrar el misterio de sus numerosas juergas.
En el fondo, no andamos presumiendo, y aunque nos amamos de todo corazón, no tenemos ningún escrúpulo en engañarnos más y mejor.
Como director de su negocio (los grandes almacenes de l’Étoile), está obligado a cada instante a viajar a las provincias para inspeccionar las numerosas sucursales.
Entonces, cuando vuelve de viaje, encuentro infaliblemente en su ropa, incluso en los pantalones, huellas evidentes de los polvos que se echó con otras…
¡No escondo que me parece muy excitante!
Por lo que a mí respecta, algunas noches, cuando vuelvo, su curiosidad lo lleva a meter la nariz en las bombachas que acabo de sacarme. Descubre en ellas las mismas huellas, que le informan sobradamente de mis distracciones voluptuosas de la tarde.
Anteayer, puede decirse que estaba muy caliente… Edmond Disselt, uno de los amigos de Guy, me acompañó a casa. Estábamos a dos pasos de acá, ocultos en un taxi, detenido en la esquina de la calle.
Justo en el momento de dejarlo, Edmond, a modo de beso de despedida, me lamió entre los muslos. Después, sacando al aire su hermosa vergota erguida, me susurró:
—Una chupada más de tú linda boca…
Obedecí encantada; entonces, como ya no podía aguantarse de deseo, introduje su miembro en mi conchita ardiente…, y en cinco segundos llegamos de nuevo.
¡Eran casi las ocho! Corrí hasta la puerta, apretando lo mejor que podía los muslos para conservar todo lo que acababa de ofrecerme. Fui directamente al  baño, y ahí agarré una toalla.
Guy me sorprendió en esa posición, con la pollera levantada, dispuesta a secarme. Así pues, ¡no dijo ni pío!
Metió de repente las manos entre mis muslos, una adelante y la otra atrás, y toqueteó, excitado hasta lo indecible, mi entrepierna completamente empapada por la copiosa ofrenda de mi amante.
—¡Ah, cómo me gusta que seas tan puta, querida! —me dijo en la cara.
Después,obligándome a tenderme en la cama, me separó las piernas y bajó la cabeza hasta el lugar deseado.
Con la boca abierta, la lengua afuera, se puso a lamer concienzudamente la piel de los muslos, por donde fluían regueros blanquecinos.
Lo miro beber a lengüetazos toda esa humedad, caliente todavía, y saborearla absorto.
Cuando todo está limpio, succiona mi conchita, llenándose hasta el borde de fluidos mezclados.
Succiona…, vuelve a succionar…, degusta…, traga… Se relame, el muy cerdo, el vicioso…
Al mismo tiempo, saca su pija, hinchada al máximo, y me la ofrece.
Me pongo al revés y recibo entre mis labios su virilidad sedosa.
Succiona más y masculla palabras entrecortadas.
—¡Ah! ¡Ah!… ¡Qué cochino es!… ¡Qué delicioso es!… ¡Cómo disfruto esto!
—Tragalo todo, asqueroso —le digo.
Bajo el efecto de esas palabras, que lo excitan con locura, acentúa todavía más la succión. Parece un vampiro pegado a su presa…
Escucho el chapoteo que hace su lengua en el interior de mi concha totalmente empapada.
—¡Oh! ¡Cuánto jugo!…¡Ya no aguanto más!
Ahora me toca a mí recibir una copiosa ración. En chorros sucesivos, toda su leche hincha mis mejillas y pone pegajosos mis labios.
A pequeños sorbos, me trago el tibio líquido. ¡Y llego también, gritando de felicidad!
¡Es cierto, somos una pareja muy moderna!
 
 CONTINUARÁ...

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