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La depravada - Parte 2

La depravada - Parte 2



relatos


La depravada


Parte 2


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
Por intensa que fuera la felicidad de estar casada, por lo novedoso que tenía para mí la profunda intromisión en mi feminidad de un bello miembro masculino, sentí muy pronto, a causa de mi temperamento terriblemente sensual, que los goces que encontraba haciendo el amor podían serme aportados por otros.
Al ser el temperamento de mi marido tan excesivo como el mío, comprendí que, aun amándome, le era imposible permanecer fiel.
Yo no pedía tanto, además…, y me habría sentido molesta si me hubiera reservado todos sus honores, lo que me hubiera prohibido, al menos moralmente, recibir a aquellos que acudían a mí de todas partes.
Puse sin embargo un amor propio un poco pueril en ser, de los dos, la que diera el primer navajazo al contrato. Fue él, por otra parte, quien de alguna manera me incitó a eso.
Aquel día (¡hacía ocho días que estábamos casados y no nos habíamos separado ni un minuto!), al ir a buscar no sé qué a la habitación de Poupette, que se había ido de compras, sorprendí a mi querido Guy machacando su famoso diablo, con el rostro hundido en una bombacha de mi hermosa sirvienta.
La alfombra había amortiguado mis pasos, y me retiré sin decir una palabra, sin que él me viera. Estuve a punto de morirme de risa…, pero al mismo tiempo me dije que no acabaría el día sin que yo le hubiera puesto los debidos cuernos.
¡Lo que una mujer se propone, el cielo lo dispone!
Esa misma tarde—¡nuestra primera salida!— ambos estábamos en un club nocturno. Una música de jazz infernal, gritos, ruido, bailes y champagne… Me dice tonterías al oído, me señala algunas caras de provincianos, me hace cosquillas, me pellizca la cintura, me hace reír…, reír en mi borrachera, tanto y tan bien que de golpe…¡siento abajo mío algo caliente… que brota! ¡Ah, bueno! ¿De casualidad no me habré…? Lo miré, con ojos estupefactos.
—¿Qué te pasa, querida?
—Creo… ¡creo que me mojé las medias! —digo un poco avergonzada.
—¿Cómo? —pregunta sin haber comprendido demasiado bien, por el ruido de la música—. ¿Te mojaste con champagne?
Rio a carcajadas.
—No…, no es champagne… ¡Me hice pis!
—¡Oh! —replica, encendido bruscamente ante la idea de lo que acaba de ocurrir en mi bombacha, ante la idea de mi pequeña concha empapada por lo que acaba de soltar a su pesar—. ¡Oh! ¿Es cierto, Véronique? ¡Sos una nena todavía!
Muevo la cabeza con aire afligido.
—Rápido, ponete el abrigo para que no se te vea el vestido, debe estar un poco manchado. Vamos al baño… Te ayudo si querés… ¡Y es necesario, Poupette no nos acompaña!
¿Qué me decía? En mi borrachera, ya no pensaba en su tontería de la mañana. Y ahora va y saca a relucir el nombre de Poupette, y lo vuelvo a ver tal como lo había sorprendido, husmeando en la hermosa bombacha el olor excitante de la intimidad de mi querida criada.
—No, Guy, dejame ir sola… Nos sacarán la mesa si nos vamos los dos.
Mi argumento le parece convincente; se resigna y yo me escapo al instante.
¡Entonces!Arriba, en el baño, la cosa fue rápida… Un hermoso muchacho con esmoquin estaba ahí como si me esperara. Me tomó por una puta. Vio que estaba borracha. Y sí que lo estaba… Me empujó a uno de los servicios. Yo no paraba de reír… Colocó el cerrojo y se puso a hurgar en mi entrepierna. Todavía lo escucho.
—Putita… ¡Te measte la bombacha!
—Es champagne…—balbuceaba yo.
—¡Si supieras cómo me gusta! —murmuró—. Todavía está caliente… ¡Dejate coger!
¡Si no pedía otra cosa! Tenía una verga dura como el acero, yo estaba encantada. Se sentó en el inodoro y me hizo sentar sobre él. ¡Qué contenta estaba!… ¡Oh, supercontenta!…¡Temblaba de alegría! Pensaba en la intimidad de mi Poupette…, en esas encantadoras intimidades cuyo perfume secreto quiso conocer Guy… Guy, mi marido, que estaba abajo, muy cerca, esperándome muy educado en nuestra mesa,¡mientras yo le ponía los cuernos con todo mi corazón! ¡Mientras, caliente y soberbio, se hundía en lo más profundo de mí un miembro espléndido que no era el suyo!… ¡Ah! Cómo gocé, qué feliz me sentí dejándome coger de esa manera por el primero que pasaba por ahí… ¡ocho días después de mi boda!
Y pensar que no sólo ignoro el nombre de aquel primer amante, sino que no puedo recordar, de tan borracha como estaba, sus rasgos en mi memoria…
Lo que recuerdo de maravilla son nuestros gestos; hundido en mí enteramente, el desconocido se mantuvo inmóvil, y sin que hiciera nada, yo llegué con un espasmo solitario. Justo después, empezó a hurgarme de abajo arriba y de arriba abajo, como para darme la impresión de que homenajeaba hasta el último rincón de mi gruta. Después me dijo:
—Ya que viniste acá para liberarte, dale, no parés, me gusta la sensación de un chorro caliente sobre mi pija…
Entonces me alivié, largamente, con un chorro potente y cálido… La cascadita inundaba sus muslos.
Soltó un rugido… Alcanzado por la bala del placer, se derrumbó contra mí, con los ojos cerrados, jadeante…
Más que satisfecho por ese galope de prueba, me pidió que le diera la espalda. Obedecí sin la menor vacilación.
Me penetró una segunda vez. Rabiosa de lujuria, comencé a cabalgarlo con furiosas arremetidas y contoneos de cadera, que provocaron rápidamente el desenlace fatal del altercado.
Por último, sin decir palabra, se puso de pie frente a mí, con la verga todavía erguida, como si no hubiera alcanzado ya dos veces el asalto fulminante del goce. Comprendí enseguida… Antes de tragar la virilidad turgente, no resistí la tentación de colmarla de glotones lengüetazos. Después, como se esconde un tesoro, metí en mi boca todo lo que podía tragar.
—¡Ah! ¡Ah!—gruñía él, satisfecho.
Me puse a chupar con fuerza, haciendo ventosa con los labios. Durante un largo rato, resbalé por la tierna carne con un regular movimiento de vaivén.
Sentí de pronto que el miembro se endurecía y se hinchaba como si fuera a estallar… Una oleada copiosa, cremosa, ardiente, que encontré exquisita, me llenó la garganta en varias sacudidas. ¡Me lo tragué todo con deleite, y seguí succionando hasta que la pija no fue, entre mis labios, más que una minusia sin consistencia!
—¡Qué placer me diste!—dijo el desconocido.
—Vos me diste más—contesté riendo—. ¡No sabés hasta qué punto!
Quería retenerme todavía, pero me escapé. En la sala de baile, Guy me esperaba impaciente.
—¿Estás mejor ahora? —me preguntó—. Por lo que tardaste, ¡flor de homenaje le hiciste a la naturaleza!
—Estoy perfectamente aliviada —respondí, aguantándome para no echarme a reír en las narices de mi querido esposo.
No se dio cuenta de mi hilaridad.
—Vení a bailar—dijo—, quiero tenerte entre mis brazos.
En la pista, apretujamos nuestros cuerpos uno contra el otro en la tierna languidez de un slow-fox.
—Volvamos a casa—murmuró después del primer baile—; me cuesta no poder apretarte frente a todo el mundo…
Llegamos a nuestra habitación y Guy me tiró sobre la cama para saciar un deseo que, por mi parte, acababa de calmar del modo más encantador e inesperado.

CONTINUARÁ...
 

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