Recuerdan a menudo la primera vez que tuvieron sexo? Pienso en ello al menos una vez al día.
Me asaltan los recuerdos de su rostro en mis sueños; cuando cerraba sus párpados al sentirme dentro de ella. Aún arde la piel al recordar sus uñas clavarse en mi espalda, mientras mi cuerpo se abalanzaba adelante y atrás sobre su ser.
De vez en cuando despierto por las madrugadas sintiendo el cálido sabor de sus labios sobre los míos y la humedad de su lengua al jugar con la mía.
Han pasado años desde aquel día, cuando me regaló su cuerpo en tres ocasiones.
Me citó un viernes, a unas diez calles de su casa. “Te espero a las cinco, sé puntal”, me había dicho un día antes.
“Aventó” las luces de su auto y de un golpe abrió la puerta; subí rápido. “Luces tan inocente”, dijo mientras arrancó el vehículo. Apenas articulé un tímido “gracias”.
La escena que contemplaba era excepcional, su peinado estaba recogido en una coleta, llevaba puesta una blusa azul sin mangas que se ajustaban a sus redondos senos, un pantalón negro que delineaba sus piernas. “No te preocupes por nada, llegaremos rápido, guarda tus preguntas para el momento indicado”, dijo y el viaje transcurrió en un silencio que se rompió 10 minutos más tarde cuando dijo “es aquí”.
El coche avanzó hasta la entrada del hotel, sacó un par de billetes y se lo entregó al guardia, ni siquiera se asomó al auto, tomó el dinero y dijo que se estacionara en el último cajón del lado izquierdo. Cuando ella concluyó la instrucción la cortina del garaje se cerró y las luces de la pared se prendieron indicando el camino que había que seguir por una escalera que remataba en una puerta de madera.
Caminamos en silencio y cerró la puerta cuando entré a la habitación, prendió las luces y se apresuró a cerrar la cortina de la ventana por donde entraba la luz del sol. Me miró y me dijo que me sentará en la orilla de la cama, mientras dejaba las llaves del auto y su bolsa en la silla de la esquina del lugar.
“No hables, déjate llevar, te guiaré y conocerás un mundo del que ya no querrás volver a salir nunca”, me dijo mientras tomó mi mano, para poder darme un pequeño beso en los labios.
“El secreto del arte del amor consiste en la paciencia”, me susurró al oído para después darme una mordida en el lóbulo de la oreja. De inmediato sentí el fluir de la sangre y oía el latido de mi corazón como una noche llena de rayos.
“Primero debes quitarme los tacones, luego el cinturón”, dijo mientras se recostó en la cama. Mis manos realizaron la acción, primero en el piso y luego hurgaron en su cintura para desabrochar la hebilla, su cuerpo se levantó un poco para que pudiera salir.
Me pidió desarme las agujetas, quitarme los zapatos y los calcetines. Todo lo hice frente a ella, mientras me veía con esa mirada que aún me persigue, hasta hoy. Se incorporó y se puso delante de mí, me besó y sentí como su cuerpo se estremecía mientras sus manos me conducían para que tomara su espalda. “No lo haces nada mal, pero hoy, te enseñaré a realizarlo perfecto”, dijo al sonreír. Me dio indicaciones para sentir cuando abrir y cerrar la boca más, cómo morder el labio, cómo hacer que mi lengua buscará con intensidad la de ella, así pasaron 10 minutos. El tiempo, lo pude comprobar por el reloj que se encontraba en la habitación y del que me percaté al examinar todo el lugar cuando entramos.
Me llevó a la cama y nos recostamos mientras nos fundíamos en un beso. Sobre mí, comenzó a desabotonar mi camisa, mientras quitaba cada botón me dijo que el secreto para hacerlo era dar pequeños besos en el pecho, despacio, más despacio, hasta llegar al último.
Con la prenda abierta, me levantó para arrojarla al piso. Veía la erección bajó mi pantalón, mientras tanto mi mente explotaba en todas direcciones. “Quítame la blusa”, pidió junto a mi oído al morder el lóbulo. “Piensa en lo que acabo de hacer, trata de imitarlo. Levanté la suave tela desde su cintura mientras mis labios rozaban su cintura morena. La retiré toda con ayuda de sus manos. Al hacerlo, un brassier negro con un pequeño decorado en los bordes reveló los primeros senos que contemplé. Se percató de mi asombro y me preguntó si me gustaban, a lo que apenas pude emitir un tímido sí.
Se levantó y repitió el mismo proceso de besos que con la camisa, sólo que esta vez con mi pantalón. Me dejó el bóxer que llevaba y del cual dejaba ver más mi erección. “Repite el mismo proceso con el mío”, dijo. Cuando quedó en el suelo y levanté la vista vi su ropa interior. “Este conjunto lo estreno por primera vez contigo, en reconocimiento del valor que tuviste ayer”, dijo.
Un día antes, cuando me encontraba en su casa, caminó por la sala en dirección a su azotea con una cesta vacía, le sonreí y no pude quitar la vista de sus caderas cuando subió las escaleras. Más tarde regresó con la ropa que seguramente había lavado aquella mañana. Muchos años después, aún sigo pensando en ese momento, no sé si lo hizo a propósito o sencillamente fue una casualidad. Cuando volvió una tanga color morado cayó en medio de la sala, mi reacción fue tomarla y decirle que se le había caído. Al percatarse de qué era, creí ver sus mejillas sonrojadas y pensé “es ahora o nunca”. Al rozar su mano para entregarle la prenda, le dije “seguramente lucirá usted muy sensual al usarla”.
Fue lo primero que se me ocurrió decir, y para mi sorpresa me miró y dijo “¿Y por qué no lo averiguas mañana?, si te atreves te veo en la esquina, de esa gran papelería que está cerca de la escuela, ¿la conoces?”. Le dije que sí mientras asimilaba lo que acababa de pasar. No hubo más, al salir de su casa pensaba si era verdad su promesa y pensé en ello toda la noche.
“Me gustó tu seguridad”, oí, mientras sus palabras me regresaban a esa habitación de hotel. Y me volvió a besar, nuestras bocas se acoplaban cada vez más. Entonces sentí su mano en mi miembro, y de un tirón me despojó del bóxer. Me miró y mordió sus labios mientras una mano tocó su seno izquierdo y su otra mano acarició el frente de su vagina. Caminó y de la mesa donde dejó su bolsa sacó un condón. Lo abrió con maestría y sentí sus manos cálidas mientras me lo ponía. No dijo más y comenzó a masturbarme, mis ojos se cerraron y me estremecí mientras movía con mayor fuerza su mano. “Haré que te vengas”, alcance a oír. Unos minutos después sentí el calor que emitía el semen. No me di cuenta en que momento sus senos quedaron expuestos cuando se despojó del brassier.
Entonces caminó al baño por papel mientras yo renacía al después de sentir aquella experiencia. Me retiró el condón y limpió todos los residuos que había en mi pene. Se recostó en la cama y me invitó a acompañarla, me dijo como besar y sentir sus senos, dio instrucciones precisas de cómo moverlos, mi boca los mordía según sus órdenes hasta sentir como se estremecía.
Entonces al oído me dijo “me has provocado una excitación única, estamos a punto de estar mejor”, susurró. Se volteó sobre las sábanas y me pidió que besara su espalda hasta llegar a sus nalgas de la misma manera en que ella desabrochó mi camisa. El olor de su cuerpo lo puedo sentir nada más al cerrar sus ojos, aún siento los poros de la piel de sus nalgas cuando mi lengua las rozó y mis labios adornaron su piel con besos.
Le quité la tanga y entonces me dijo como mover mi lengua, me acercó la cabeza a su vagina y seguí sus instrucciones, aquel sabor se quedó grabado como piedra en mí ser. Sus manos tomaron las mías para jugar con sus pezones, mi lengua jugó en ella por espacio de diez minutos hasta que sentí como se vino dos veces.
Cuando recuperó el aliento, volvió a tirarme en la cama y su boca buscó mi pene que volvía a ponerse firme. Primero su lengua tocó la punta, luego fue seguida por una pequeña mordida, por fin succionó mi pene, sus manos tocaban mis testículos, buscó por todos los rincones para ayudarme a conocer donde me provocaba más electricidad sus caricias. Cuando jugó con él, me dijo que era momento de penetrarla.
Se recostó y me jaló hacia ella mientras su mano buscaba mi pene. Me dijo cómo entrar, el calor de su cuerpo recorrió mi piel y entonces la besé, mis manos se hundieron en su cabellera y mordí los lóbulos de sus orejas. Movía sus caderas y ella me decía cómo hacer lo propio. Subía la intensidad del movimiento al mismo tiempo que sus gemidos. Me mordía y enterraba las uñas en mi espalda. Continué, no sé por cuánto tiempo, hasta que por fin me vine. Ella había tenido tres orgasmos antes de que yo terminará, me confesó momentos después.
Contemplé todo en ella, sus senos, sus hombros, sus piernas, el vello de su pubis, sus pantorrillas, sus manos, mientras cerraba sus ojos y se revolvía en la cama después del placer que me regaló. Después de eso hablamos de todo y nada. De vez en cuando me besaba y pedía que la abrazara, tomaba mis manos y acariciaba mi pecho.
No caía en cuenta cuanto tiempo pasó hasta que volví a desearla, y esta vez con la experiencia que había adquirido previamente empecé a jugar con sus senos, mientras esta vez mis dedos buscaron su vagina, cuando vi que cerró los ojos y giraba su cabeza a un lado supe que lo estaba haciendo bien, hasta que me detuvo y dijo “entra en mí”. Esta vez, cambió de posición y se puso de espaldas dejando al aire su vagina y su cabeza se perdió en las sábanas. Entraba y salía de ella, ahora con más intensidad, como si mi vida dependiera de darle la estocada final como aquellos toreros que clavan el espadín en el toro. Así con esa pasión mi miembro friccionaba el interior de su vagina. Aquella segunda vez fue aún mejor.
Descansamos otra vez y volvimos a los temas mundanos, mientras yo grababa todos los detalles de su magistral cuerpo. Me dijo “aún luces muy inocente y eso me excita demasiado”, aquella tercera vez, duré más tiempo, pero aún el vigor era demasiado intenso, las sábanas quedaron bañadas de su humedad.
El reloj marcaba las 8:30 pm. Nos vestimos, no sin antes besarla con tanta intensidad una vez más, la abrazaba y ella igual, su perfume se quedó en mí. En el viaje de regreso contemplé el mundo de otro color, le dije que ahora ya no podría salir de esto que me acabó de enseñar. Esta vez unas calles antes del lugar donde nos habíamos visto en la tarde. “Tu cara de inocencia nunca se te quitará, pero ya no lo eres cariño. Guardaré este regalo en secreto para mis noches frías”, dijo. Lo último que le dije al bajar del auto fue “gracias querida”, mientras le arrojaba un beso.
Cuando las vacaciones escolares terminaron, la busqué a la salida. Pero escuché decir de la maestra que ya no vendría más. Se había ido; su esposo había tomado un nuevo trabajo y la madre del compañero de mi salón desapareció sin dejar rastro.
Yo tenía 15, ella 36.
Me asaltan los recuerdos de su rostro en mis sueños; cuando cerraba sus párpados al sentirme dentro de ella. Aún arde la piel al recordar sus uñas clavarse en mi espalda, mientras mi cuerpo se abalanzaba adelante y atrás sobre su ser.
De vez en cuando despierto por las madrugadas sintiendo el cálido sabor de sus labios sobre los míos y la humedad de su lengua al jugar con la mía.
Han pasado años desde aquel día, cuando me regaló su cuerpo en tres ocasiones.
Me citó un viernes, a unas diez calles de su casa. “Te espero a las cinco, sé puntal”, me había dicho un día antes.
“Aventó” las luces de su auto y de un golpe abrió la puerta; subí rápido. “Luces tan inocente”, dijo mientras arrancó el vehículo. Apenas articulé un tímido “gracias”.
La escena que contemplaba era excepcional, su peinado estaba recogido en una coleta, llevaba puesta una blusa azul sin mangas que se ajustaban a sus redondos senos, un pantalón negro que delineaba sus piernas. “No te preocupes por nada, llegaremos rápido, guarda tus preguntas para el momento indicado”, dijo y el viaje transcurrió en un silencio que se rompió 10 minutos más tarde cuando dijo “es aquí”.
El coche avanzó hasta la entrada del hotel, sacó un par de billetes y se lo entregó al guardia, ni siquiera se asomó al auto, tomó el dinero y dijo que se estacionara en el último cajón del lado izquierdo. Cuando ella concluyó la instrucción la cortina del garaje se cerró y las luces de la pared se prendieron indicando el camino que había que seguir por una escalera que remataba en una puerta de madera.
Caminamos en silencio y cerró la puerta cuando entré a la habitación, prendió las luces y se apresuró a cerrar la cortina de la ventana por donde entraba la luz del sol. Me miró y me dijo que me sentará en la orilla de la cama, mientras dejaba las llaves del auto y su bolsa en la silla de la esquina del lugar.
“No hables, déjate llevar, te guiaré y conocerás un mundo del que ya no querrás volver a salir nunca”, me dijo mientras tomó mi mano, para poder darme un pequeño beso en los labios.
“El secreto del arte del amor consiste en la paciencia”, me susurró al oído para después darme una mordida en el lóbulo de la oreja. De inmediato sentí el fluir de la sangre y oía el latido de mi corazón como una noche llena de rayos.
“Primero debes quitarme los tacones, luego el cinturón”, dijo mientras se recostó en la cama. Mis manos realizaron la acción, primero en el piso y luego hurgaron en su cintura para desabrochar la hebilla, su cuerpo se levantó un poco para que pudiera salir.
Me pidió desarme las agujetas, quitarme los zapatos y los calcetines. Todo lo hice frente a ella, mientras me veía con esa mirada que aún me persigue, hasta hoy. Se incorporó y se puso delante de mí, me besó y sentí como su cuerpo se estremecía mientras sus manos me conducían para que tomara su espalda. “No lo haces nada mal, pero hoy, te enseñaré a realizarlo perfecto”, dijo al sonreír. Me dio indicaciones para sentir cuando abrir y cerrar la boca más, cómo morder el labio, cómo hacer que mi lengua buscará con intensidad la de ella, así pasaron 10 minutos. El tiempo, lo pude comprobar por el reloj que se encontraba en la habitación y del que me percaté al examinar todo el lugar cuando entramos.
Me llevó a la cama y nos recostamos mientras nos fundíamos en un beso. Sobre mí, comenzó a desabotonar mi camisa, mientras quitaba cada botón me dijo que el secreto para hacerlo era dar pequeños besos en el pecho, despacio, más despacio, hasta llegar al último.
Con la prenda abierta, me levantó para arrojarla al piso. Veía la erección bajó mi pantalón, mientras tanto mi mente explotaba en todas direcciones. “Quítame la blusa”, pidió junto a mi oído al morder el lóbulo. “Piensa en lo que acabo de hacer, trata de imitarlo. Levanté la suave tela desde su cintura mientras mis labios rozaban su cintura morena. La retiré toda con ayuda de sus manos. Al hacerlo, un brassier negro con un pequeño decorado en los bordes reveló los primeros senos que contemplé. Se percató de mi asombro y me preguntó si me gustaban, a lo que apenas pude emitir un tímido sí.
Se levantó y repitió el mismo proceso de besos que con la camisa, sólo que esta vez con mi pantalón. Me dejó el bóxer que llevaba y del cual dejaba ver más mi erección. “Repite el mismo proceso con el mío”, dijo. Cuando quedó en el suelo y levanté la vista vi su ropa interior. “Este conjunto lo estreno por primera vez contigo, en reconocimiento del valor que tuviste ayer”, dijo.
Un día antes, cuando me encontraba en su casa, caminó por la sala en dirección a su azotea con una cesta vacía, le sonreí y no pude quitar la vista de sus caderas cuando subió las escaleras. Más tarde regresó con la ropa que seguramente había lavado aquella mañana. Muchos años después, aún sigo pensando en ese momento, no sé si lo hizo a propósito o sencillamente fue una casualidad. Cuando volvió una tanga color morado cayó en medio de la sala, mi reacción fue tomarla y decirle que se le había caído. Al percatarse de qué era, creí ver sus mejillas sonrojadas y pensé “es ahora o nunca”. Al rozar su mano para entregarle la prenda, le dije “seguramente lucirá usted muy sensual al usarla”.
Fue lo primero que se me ocurrió decir, y para mi sorpresa me miró y dijo “¿Y por qué no lo averiguas mañana?, si te atreves te veo en la esquina, de esa gran papelería que está cerca de la escuela, ¿la conoces?”. Le dije que sí mientras asimilaba lo que acababa de pasar. No hubo más, al salir de su casa pensaba si era verdad su promesa y pensé en ello toda la noche.
“Me gustó tu seguridad”, oí, mientras sus palabras me regresaban a esa habitación de hotel. Y me volvió a besar, nuestras bocas se acoplaban cada vez más. Entonces sentí su mano en mi miembro, y de un tirón me despojó del bóxer. Me miró y mordió sus labios mientras una mano tocó su seno izquierdo y su otra mano acarició el frente de su vagina. Caminó y de la mesa donde dejó su bolsa sacó un condón. Lo abrió con maestría y sentí sus manos cálidas mientras me lo ponía. No dijo más y comenzó a masturbarme, mis ojos se cerraron y me estremecí mientras movía con mayor fuerza su mano. “Haré que te vengas”, alcance a oír. Unos minutos después sentí el calor que emitía el semen. No me di cuenta en que momento sus senos quedaron expuestos cuando se despojó del brassier.
Entonces caminó al baño por papel mientras yo renacía al después de sentir aquella experiencia. Me retiró el condón y limpió todos los residuos que había en mi pene. Se recostó en la cama y me invitó a acompañarla, me dijo como besar y sentir sus senos, dio instrucciones precisas de cómo moverlos, mi boca los mordía según sus órdenes hasta sentir como se estremecía.
Entonces al oído me dijo “me has provocado una excitación única, estamos a punto de estar mejor”, susurró. Se volteó sobre las sábanas y me pidió que besara su espalda hasta llegar a sus nalgas de la misma manera en que ella desabrochó mi camisa. El olor de su cuerpo lo puedo sentir nada más al cerrar sus ojos, aún siento los poros de la piel de sus nalgas cuando mi lengua las rozó y mis labios adornaron su piel con besos.
Le quité la tanga y entonces me dijo como mover mi lengua, me acercó la cabeza a su vagina y seguí sus instrucciones, aquel sabor se quedó grabado como piedra en mí ser. Sus manos tomaron las mías para jugar con sus pezones, mi lengua jugó en ella por espacio de diez minutos hasta que sentí como se vino dos veces.
Cuando recuperó el aliento, volvió a tirarme en la cama y su boca buscó mi pene que volvía a ponerse firme. Primero su lengua tocó la punta, luego fue seguida por una pequeña mordida, por fin succionó mi pene, sus manos tocaban mis testículos, buscó por todos los rincones para ayudarme a conocer donde me provocaba más electricidad sus caricias. Cuando jugó con él, me dijo que era momento de penetrarla.
Se recostó y me jaló hacia ella mientras su mano buscaba mi pene. Me dijo cómo entrar, el calor de su cuerpo recorrió mi piel y entonces la besé, mis manos se hundieron en su cabellera y mordí los lóbulos de sus orejas. Movía sus caderas y ella me decía cómo hacer lo propio. Subía la intensidad del movimiento al mismo tiempo que sus gemidos. Me mordía y enterraba las uñas en mi espalda. Continué, no sé por cuánto tiempo, hasta que por fin me vine. Ella había tenido tres orgasmos antes de que yo terminará, me confesó momentos después.
Contemplé todo en ella, sus senos, sus hombros, sus piernas, el vello de su pubis, sus pantorrillas, sus manos, mientras cerraba sus ojos y se revolvía en la cama después del placer que me regaló. Después de eso hablamos de todo y nada. De vez en cuando me besaba y pedía que la abrazara, tomaba mis manos y acariciaba mi pecho.
No caía en cuenta cuanto tiempo pasó hasta que volví a desearla, y esta vez con la experiencia que había adquirido previamente empecé a jugar con sus senos, mientras esta vez mis dedos buscaron su vagina, cuando vi que cerró los ojos y giraba su cabeza a un lado supe que lo estaba haciendo bien, hasta que me detuvo y dijo “entra en mí”. Esta vez, cambió de posición y se puso de espaldas dejando al aire su vagina y su cabeza se perdió en las sábanas. Entraba y salía de ella, ahora con más intensidad, como si mi vida dependiera de darle la estocada final como aquellos toreros que clavan el espadín en el toro. Así con esa pasión mi miembro friccionaba el interior de su vagina. Aquella segunda vez fue aún mejor.
Descansamos otra vez y volvimos a los temas mundanos, mientras yo grababa todos los detalles de su magistral cuerpo. Me dijo “aún luces muy inocente y eso me excita demasiado”, aquella tercera vez, duré más tiempo, pero aún el vigor era demasiado intenso, las sábanas quedaron bañadas de su humedad.
El reloj marcaba las 8:30 pm. Nos vestimos, no sin antes besarla con tanta intensidad una vez más, la abrazaba y ella igual, su perfume se quedó en mí. En el viaje de regreso contemplé el mundo de otro color, le dije que ahora ya no podría salir de esto que me acabó de enseñar. Esta vez unas calles antes del lugar donde nos habíamos visto en la tarde. “Tu cara de inocencia nunca se te quitará, pero ya no lo eres cariño. Guardaré este regalo en secreto para mis noches frías”, dijo. Lo último que le dije al bajar del auto fue “gracias querida”, mientras le arrojaba un beso.
Cuando las vacaciones escolares terminaron, la busqué a la salida. Pero escuché decir de la maestra que ya no vendría más. Se había ido; su esposo había tomado un nuevo trabajo y la madre del compañero de mi salón desapareció sin dejar rastro.
Yo tenía 15, ella 36.
6 comentarios - Mi primera vez ...
yo tambien soy maestra