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En la fiesta de Halloween… (I)




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(Nota de Marco: sé que he tardado bastante en retomar la escritura. Los motivos han sido varios: Para empezar, confirmar que Marisol efectivamente estaba embarazada nos perturbó un par de días; a la semana siguiente, llegaron mis padres por unos días antes de las fiestas, donde aproveché de presentarles a su nieto Bastían y las explicaciones correspondientes a mi madre, de por qué había embarazado a mi jefa, cómo Marisol había aceptado esa propuesta y la noticia que serían abuelos nuevamente; la primera navidad con todos mis hijos y el año nuevo con mis padres y mis hermanos. Todo eso, aparte de lo que estaba ocurriendo en la oficina.)

Cada vez, Marisol se nota más interesada en las reuniones que tengo con Sonia.

Aunque al principio, comienzan con el respeto mutuo de 2 profesionales (una, la jefa y el otro, el subordinado), alrededor de la mitad de la conversación, los tratos varían.

Aun así, reconozco que me gusta su juego: Mientras que yo permanezco en mi asiento de visita, Sonia se sienta sobre su escritorio, delante de mis rodillas, ofreciendo sus largas y hermosas piernas cruzadas para mi deleite, apoyando su firme y redondo trasero sobre el escritorio, jugueteando ocasionalmente con el ajuste de sus anteojos y  haciéndome mirar de forma rasante los firmes meloncitos revestidos de leche materna.

Esto ha hecho que en un par de oportunidades, Maddie nos sorprenda en plena reunión,sin que podamos explicar bien qué estamos haciendo, pero debido a mi constante titubeo y que nunca he tomado la iniciativa mientras trabajamos, le impida confirmar sus sospechas.

Aun así, aunque es Sonia la que empieza ese juego de seducción, en realidad, no me siento acosado, puesto que hemos sido amigos, amantes y durante un brevísimo tiempo antes de mi matrimonio con Marisol, pareja de fin de semana.

* Lo siento. No puedo aceptarte esta propuesta.- dijo en esa oportunidad, luego de montar la misma escaramuza ya descrita, mientras leía el documento que le traje, con la salvedad que ese día usaba unas medias negras, una falda de tela negra cortísima y que abría un poco más las piernas, casi dejando ver su entrepierna.

- ¿Por qué no?

* Encuentro que aún le falta por madurar. Marco, ha sido tu asistente por casi un año…

- Pues yo considero que está lista…

Ella rechistó de forma sarcástica.

* ¡No, lo que tú quieres es conformar un grupo de trabajo y tirártela!- indicó, apuntando con su pie izquierdo descalzo sobre mi entrepierna.- ¡No me sorprendería que dentro de poco, me pidieras que te trajera también a tu Hannah…!

- ¡Por supuesto que no!- respondí, apartando suavemente su rodilla de mi rostro.- Sabes bien que Hannah nos sirve más en Perth…

En realidad, Hannah es tan efectiva, que ya me gustaría tener otra para la oficina de Sidney, pero lamentablemente Tom, quien podría llenar ese cargo, está contento con su puesto nuevo en la faena.

* ¿Entonces, qué es lo que quieres?- me preguntó, dejando el documento en su zona de trabajo y mirándome inquieta.

No puedo negar que Sonia todavía me atraiga y que las constantes incitaciones de mi esposa para que tome parte, también me afectan. Pero el gran freno a mis acciones es el intenso amor de Elena (su asistente/amante).

- ¡Ya te lo dije! ¡Una promoción! ¡Que dependa de ti!

Sin embargo, Sonia es mucho más astuta…

* ¡Oh, no, no, no! ¡Lo que quieres tú es usarme de chivo expiatorio, para que esa mina no te salte encima!- dijo, recuperando la compostura y volviendo a su asiento de jefa.- ¡Lo siento, Marco! ¡Los problemas con tu secretaria los arreglas tú solo!

- ¡Vamos, desde el comienzo te dije que esto es interdisciplinario!- le dije, implorando su ayuda.

Permaneció intransigente…

- Ella es Ingeniero química…

* ¡Me da igual! ¡Yo sé por qué lo haces!- dijo, tomando el contrato y guardándolo en su gaveta, a punto de sellar su decisión.

Tuve que saltar rápidamente de mi asiento y revertir los roles.

-¡No, ella quiere marcharse! ¡Te conté que me ha presentado su renuncia!- le imploré, sujetando la carpeta con el contrato que quería que firmase.

* Pues…ese es tu problema.- Insistió, intentando liberar la carpeta sin mucho éxito.- Yo no encuentro que esté lista…

- Una vez, me dijiste que yo merecía estar en tu lugar y ser el jefe…- respondí, soltando la carpeta, para que me mirara.

Sonia es una mujer de respeto y de mucho honor. Dio un suspiro, se ajustó los lentes y me contempló con mayor dulzura.

* Eso fue distinto… lo dije, porque quería estar contigo.- confesó,  con una voz melosa.

- Pues he cumplido y aquí estoy.- le señalé, haciéndole sonreír.- Además, esto no es muy diferente a recomendar de asistente a una chica con memoria fotográfica, ¿No?

Eso la ofendió, haciendo un molesto mohín. Que ella ocupe ese cargo en esos momentos se debía a que yo también, en otra oportunidad, había intercedido para que Sonia fuese mi ayudante.

* Entonces… ¿Me lo sacarás en cara siempre?- replicó indignadísima.

- No. Sabes que no soy así.- le dije, retomando mi rol como su subordinado.- Al menos, hazme un precio…

*¿Disculpa?

- Proponme algo a cambio. Lo que tú desees…-respondí, sonriendo gravoso.- Salvo, que no sea darte otro hijo.

Se puso de pie y lo pensó por unos momentos, por lo que aproveché de revisar su anatomía.

Sonia tiene 35 años y es una mujer simplemente deliciosa. Es una mujer alta (de 1.75, pero con tacones, puede ser más intimidante todavía), aunque su mayor atractivo son sus largas piernas y su redondo trasero.

Su busto ha crecido también, no tanto con el volumen de mi maravillosa esposa, pero más que suficiente para desbordar de carne cuando se estrujan.

Y sobre su rostro, es un verdadero poema: Sus profundos ojos negros analizan hasta las profundidades del alma de una manera meticulosa y científica, pero que auguran a una ardiente y seductora fiera bajo esos lentes de marco cuadrado; posee un par de maravillosos y gruesos labios, que besan y succionan con verdadera devoción y una nariz larga y diligente, que acentúa su aura de seriedad perpetua y elegancia.

Mientras ella reflexionaba, en el fondo sabía que Gloria no nos iba a dejar “mal parados” si es que la ascendía.

* ¡Quiero un polvo contigo!- me soltó sorpresivamente.

- ¿Qué?

* ¡Sí, un polvo contigo! ¡En la fiesta de Halloween!… (sonrió como una chiquilla ansiosa)… incluso, te pediré prestado a Marisol.

Por supuesto, no podía replicar. Ya sabía cuál sería la respuesta de mi esposa.

- ¿Tan barato te vendes?- me burlé levemente…

Me miró con agudeza.

* Si fueses otro, ni siquiera te lo pediría…

- Ya sabes por qué no te puedo decir que sí. Elena…- empecé a excusarme.

* ¡Elena sabe de mis necesidades, Marco, y no estamos hablando de ella!- me interrumpió de forma tajante, montando a la defensiva.

Eso me sobresaltó y me entristeció.

- Debe ser una lástima para ella saber que no la amas de la misma manera…- reflexioné.

* ¡Mira, dejémoslo en eso!- sentenció alterada, intentando calmar el debate.- ¡Un polvo, una firma!… pero te advierto que esa niña no te la va a aceptar.

- ¿Por qué no?- pregunté, más animoso al verla firmar mi documento.

Lo tomó y me lo entregó para que lo leyera, mirándome a los ojos con una gran determinación.

* Si yo estuviese en su lugar, tampoco lo aceptaba.

Pasaron los días, sin que se lo dijese a Gloria. Desde el regreso de Sidney, nuestras interacciones seguían siendo tan breves como antes: por las mañanas, le entregaba los datos que deseaba que revisara y una que otra acotación a los reportes que ella me daba y ocasionalmente, algunas consultas específicas, luego de avanzar en sus labores.

Sin embargo, hubo cambios sutiles en su actitud: de partida, usaba faldas más cortas, que llegaban a la mitad de sus muslos y notaba sus camisas más escotadas de lo normal.

Además, mientras que antes, sus observaciones me las destacaba con marcador, ahora las hacía de forma más personalizada (y lenta, en comparación con antes), destacándome ella misma los puntos que le causaban dudas y discretamente, rozaba sus frescas piernas sobre mi mano.

Se inclinaba y en al menos, 3 ocasiones, dudé si acaso traía sostén y el aroma de su perfume y el brillo de sus labios, la tornaban en una maravillosa y tentadora muñequita bajo mi mando.

Pero a medida que se acercaban los días de la fiesta de Halloween, le pregunté si asistiría. Quería darle la sorpresa esa noche, para que inaugurara noviembre con un nuevo cargo.

Ella, titubeante, respondió que no estaba segura. Que Oscar tendría turno esa noche y que no se animaba a ir sola, por lo que le insistí que fuera.

- ¡Nadie se beneficia si te quedas sola en casa!

Y aunque en esos momentos, no me mostró un mayor convencimiento, parece que mis palabras la motivaron lo suficiente.

Pues bien, el día en cuestión (el de la fiesta de Halloween, que mi oficina lo celebró el sábado anterior a la festividad), me las arreglé para ordenar mi disfraz durante el completo ritual de preparación de mi esposa.

Debo decir que Mae Hughes  es uno de mis personajes favoritos del animé. Aparte de tener una de las muertes más tristes en la serie (Full Metal Alchemist), usaba el amor por su esposa y por su hija para comprometerse con su difícil trabajo. Y solamente diré que un chiste recurrente en la serie era que mostrase fotos de su esposa y de su hija a cuánto personaje encontrara y en las situaciones menos sospechadas.

Pero para una mujer como mi esposa, disfrazarse no es un mero trámite, sino que una verdadera disciplina.

Embobado y de forma discreta, contemplaba desde el armario la pequeña tanga blanca que usaba mi mujer, para luego, con mucho y delicado afán, deslizar de forma suave y sensual unas medias del mismo color, ajustándoselo cuidadosamente a la altura de su cintura, haciendo coquetos meneos de su maravillosa retaguardia.

Aunque Marisol todavía no lo asume, se ha tornado en una mujer bastante sensual. Quizás, su mayor encanto es su rostro inocente e inexperto, que le dan un aura de jovencita desvalida: sus preciosos ojos verdes resplandecen como lindas esmeraldas; sus suaves y sonrosadas mejillas acentúan la delicadeza de sus gestos, adornados con un incipiente y caprichoso lunar en la mejilla derecha, que cada vez que sonríe, se esconde; una nariz pequeña y respingada y labios delgados, finos y suaves, que besan con una calidez y con un sabor a limón totalmente insospechado.

No obstante, su rostro no concuerda con su cuerpo: aparte de unas amplias caderas y un rotundo y apetecedor trasero, mi esposa cuenta con un amplio busto, producto de la herencia genética y de su condición de madre y además, es más baja que mi jefa (Marisol mide 1.70) y su cabello es de color castaño, largo y liso hasta los pechos, mientras que Sonia lo usa más corto.

Por ese motivo, contemplaba con bastante atención a mi mujer.

Posteriormente, se colocó el sostén, cortándome la respiración. Me parecía increíble que aquellas armas de destrucción masiva que mi esposa desarrolló producto de la genética y de su condición de madre, en un comienzo fuesen planos y tiernos pechitos.

Mientras que Marisol acomodaba lo mejor posible el exceso de carne mamaria que disponía, no podía dejar de compararla con una verdadera chica animé.

Y finalmente, llegó el turno del sexy leotardo favorito de mi mujer.

Aunque Marisol exageraba con que tenía kilos de más (aun no sabíamos que estaba embarazada) y que debería hacer más ejercicio y comer menos golosinas, verla vestirse en esos momentos confirmaba un poco su punto.

Para empezar, tuvo que dar unos cuantos saltos y meneos previos, para acomodar su cintura. Y es que sus “refriegues” y el constante bailoteo de su faldita parecían buscar un pene imaginario, que le diera por detrás.

Pero una vez que logró su cometido, empezó un particular calvario para ella. Mientras que yo seguía simulando buscar los componentes de mi disfraz para esa noche (algo que para una persona obsesivo-compulsiva como yo, es una verdadera falacia), mi esposa trataba de ajustarse la parte superior, pero sus pechos (que en esos momentos, creía que habían seguido desarrollándose por mis constantes manoseos y ni siquiera pensando que mi esposa pudiese estar encinta) apenas podían encajar en la parte superior, sin alcanzar a deslizar la cremallera por completo.

Complicada y afligida, noté que trató de pedirme ayuda. Aun así, con ese orgullo especial que tiene ella, me di cuenta que estaba resuelta para resolverlo por sus propios medios, hasta que efectivamente lo logró.

Posteriormente, siguió el remate que la hizo tremendamente bella y apetecible ante mis ojos: su labial verde, suave y llamativo y la cola de caballo que tanto me gusta de mi esposa; algo de rubor en sus mejillas; algunas poses sensuales contra el espejo y finalmente, sus zapatitos de punta verde, que remataban su disfraz.

Y una vez lista, se acercó al closet, para consultarme con esa inocente mirada del por qué de mi tardanza y que tenía algo que proponerme para esa noche...

Al verla sonreír tan juvenil y contenta, ya la deseaba y quería hacerla mía, a pesar que en la misma noche, lograría mi cometido.

Mas esa fue la razón por la que esa noche, se me hizo tan difícil dejarla sola, a sabiendas que sería un verdadero imán para los hombres.


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